En medio de un mar de cemento siempre hay un faro en forma de escuela[1]
Santiago Cadavid Trujillo[2]
Resumen: Este ensayo busca reflejar la experiencia vívida dentro de un centro educativo específico, desde la mirada en proyección de un docente en formación, con aquellas situaciones que implica estar en proceso de práctica: sus devenires, sus construcciones; los retos en los cuales se ve sumido al estar inmerso en dinámicas escolares, como también todo el proceso de acercamiento a la institución, a partir del viaje de camino al lugar, hasta el salón de clases, los niños y su construcción individual como sujetos de saber.
Palabras clave: escuela, formación de maestros, práctica pedagógica
El principio de esta aventura es enigmático, misterioso y desconocido, pues, ¿para qué hacer un viaje que ya conoces a la perfección? Lo harás porque es zarpar a una travesía en la que encontrarás inquietudes nuevas, experiencias que están ansiosas por ser vividas, personas prestas a escucharte, conocerte y dejar que las conozcas.
La angustia está por todas partes, no se sabe qué se va a hacer, en dónde va a ser realizado, quién te acompañará, qué clase de peripecias te esperan mientras navegas... Estas son preguntas que te rodean con la esperanza de hallar alguna solución y encontrar un buen destino. Intentas por todas partes responderlas, pero te das cuenta de que fracasas y debes volver a empezar: con las mismas angustias, los mismos miedos y el mismo problema… tener temor de equivocarte con las cosas que haces, y caerte del bote que apenas conduces.
Con mucho cuidado y dedicación vas descubriendo que no es tan difícil como parecía al principio: remas de un lado y de otro con cautela. Tienes una oportunidad de iniciar un proceso de práctica, al que llamas: “Practica y comete errores”, porque cada día se hace tenso, arduo y depende de ti asumirlo con la mejor disposición posible.
Llegas al lugar. Qué inquietante es ascender por esas empinadas calles hasta la escuela, en donde tu ejercicio va a realizarse; unas curvas veloces y ásperas se muestran en el camino, un color azul constante del bus en el que te transportas y la gente que se agolpa por montones dentro del vehículo; es como si estuvieras en un mar revuelto. Todo eso es un comienzo divertido, pero aun así te causa algo de escalofrío la empinada acera que debes subir para llegar a tu destino… Agitado y luego de una especie de escalada citadina, estás en la puerta del lugar.
Unas rejas blancas aseguran el sitio. Un portero amable te recibe de la manera más cortés que puede esperarse, un lugar humilde y diligente, un lugar desconocido te abre las puertas para comenzar la aventura. Así es como, en el momento indicado, esperas que te presenten a la maestra que te acompañará en el proceso de acercamiento a la vida escolar. Pero, ¡oh sorpresa! Ese día que fuiste por primera vez no estaba en la escuela. Quedas un poco malhumorado por tu infortunio, pero las demás maestras son muy cordiales y quieren colaborar contigo.
Gracias a esa actitud tan amable que te muestran las maestras del lugar, puedes hacer la observación. Te piden paciencia, pues llegas en descanso y es el momento de liberación de los niños. Te parece que están como un barco en naufragio, con todos sus tripulantes conmocionados. Estás allí en medio de la escena, viendo correr a los pequeños a tu alrededor en un patio pequeño que los cohíbe parcialmente para correr, jugar… pero no para gritar en absoluto. Así que te preparas para la histeria colectiva que proclama el sonar de la campana.
Entonces, ya tienes mucho que contar, muchas cosas que aprender de esta pequeña experiencia que apenas te abre un poco los ojos. Todavía falta lo mejor: estar dentro del salón de clases. Subes las escaleras para entrar al salón: “Sigan, sigan”, dice la maestra amablemente —y dice “sigan”, porque vas con una compañera—. Estando ya en el salón hay cosas que son difíciles para ti, como presentarte. Estás nervioso y tu voz tiembla azarosamente. Quisieras estar más tranquilo, pero aun así, lo haces y eres recibido con agrado; los niños son buenos y se emocionan con tu presencia, gritan fuerte tu nombre para nunca olvidarlo.
Sales entonces victorioso, algo más relajado que al principio. Te das cuenta que el pequeño botecito está bien nivelado y que remas un buen tramo para que se mantenga así. Ves, además, un oleaje que se llena de preguntas e interrogantes, pero con una mirada nueva se va apaciguando un poco y se queda en calma el horizonte, porque este comienzo es el espacio para las respuestas.
Te encuentras pensativo, reflexivo y sumido en las expectativas que se abrieron aquel día que estuviste en contacto con los niños, y pudiste conocerlos más de cerca… Pero también se abren en tu cabeza las puertas de las dudas y miedos que no tenías antes. Además, surgen situaciones de la escuela que no logras comprender y haces lo posible por zafarte de ellas, porque ves una imposición que choca contigo.
Vuelves a la escuela otra vez. Viene de nuevo el trajín hasta gracioso del bus que sube la empinada ladera. Llegas allí por segunda vez, más suelto, más desinhibido, con mayor seguridad para afrontar ese nuevo día; estás envuelto en tus quehaceres y en las planeaciones que tienes para esa mañana. No hay más opciones que estar allí y afrontar el reto de compartir con los niños una clase más para ellos, pero singular para ti.
En ese momento crucial donde tu mirada se cruza con la de ellos, ves cómo se muestran curiosos, ansiosos, inquietos por conocer qué haces allí, te observan detenidamente… “No desesperes”, piensas. “Es normal que quieran saber qué haces allí, por qué los observas, para qué los observas”, hasta que en un momento de la clase, mientras la maestra se encuentra al frente dándoles las indicaciones, te dicen:
—Muchacho, muchacho, ¿qué está escribiendo? Usted, ¿también hace tareas como nosotros?
Estás tranquilo, pero muy sutilmente esbozas una sonrisa en tu rostro, y con mirada serena, respondes a sus preguntas con amabilidad:
—Sí, claro que hago tareas como ustedes; esto es una tarea que tengo para hacer.
Intentas conservar la compostura luego de que te has dirigido a ellos, porque sabes que tener un contacto directo con los niños no será completamente eficiente y no dejará funcionar a la perfección esos acercamientos a la escuela, a sus dinámicas; procesos que puedes vivenciar para comparar con tu historia, esa configuración escolar que predomina allí.
Tienes que respirar, formular muy bien el plan de acción que vas a desarrollar; mientras piensas en ello… Escuchas un ruido fuerte, seguro y sin vacilaciones. ¿Qué sucede? Te preguntas desconcertado… Es el regaño que se ha hecho presente y te ha tocado contemplar. ¡Una atrocidad, un descaro! Un momento de apuros; pero ante todo debes, como lo has hecho siempre, conservar la calma, estar sereno y reflexionar acerca de ese infortunado momento que has vivido… Es el instante perfecto para aprender de él lo que más puedas, no dejándote llevar por su ágil movimiento.
Es curioso cómo este ente malicioso impregna y se propaga con facilidad sobre aquello que toca, es capaz de hacerte caer en aprietos inesperados y sollozar por la ausencia de gracia y risa en los salones de clase. ¡D’iuf! Por ahora te has salvado de hacer parte de los contagiados por el regaño, porque con valentía y mesura logras persuadirlo para estar en paz. Vas por buen camino —o por lo menos eso crees— y sigues con esa mirada de asombro y diversión que proyectas a los niños para mantenerlos en sintonía, atentos y dispuestos.
“Bueno, bueno compañero, sin distracciones a lo que te ocupa ahora, nada de pensar en regaños ni otras cosas, eso no nos va a llevar a ninguna parte”. Y es que por causalidad del destino te entregaron una malla curricular que no sabes para qué la utilizan. ¡Ah sí! Es para hacerles un seguimiento a los niños y saber los temas que deben trabajarse en las clases.
Espera, espera… ¡Qué! ¿Un seguimiento tan riguroso para niños de segundo grado? Es algo que te deja perplejo, atónito, disimulas un poco porque tu maestra cooperadora está en frente, así que observas el papel con atención, sin detenimiento en ningún aspecto especial; preguntas lo necesario, pues es lo que necesitas saber, y luego puedes partir de nuevo de aquel lugar con la certeza de que volverás con un plan de trabajo… ¿divertido y diferente?
De camino a casa, recuerdas ese día: tuviste una larga jornada, con los niños alborozados por todas partes, el calor inclemente, abrasador y, sobre todo, el potente y cruento sonido que produce regañar a los niños. Todo eso te da vueltas en la cabeza, te debate, te consume, construyes una idea de esas cosas que no quieres repetir con los pequeños en tu clase, y empiezas a maquinar, a pensar, a soñar, a volar, a construir una meta, que luego será un plan… Para practicarlo con aquellos pequeños.
Cuando llega el momento de planear tu actividad con los niños, vuelves a mirar con detenimiento —porque ahora puedes hacerlo— la malla que la maestra te ha brindado. Miras bien, los primeros conceptos y las primeras muestras de desacato se pasean por tu mente... por tus planes. ¿Por qué únicamente hay que enseñarles estas cosas de manera tan instrumental y esquemática? “Sí, sí, es lo que están exigiendo en las escuelas para que los niños aprendan”. Pero te preguntas si será necesaria una planeación así, y si habrá o cabrá alguna otra posibilidad con la cual puedas trabajar. Sin embargo, en medio de esas preguntas no hallas aún la respuesta, así que por tus propios medios te diriges… Y gracias a tu intuición, te permites pensar un plan que seas capaz de aprovechar y realizar con los niños.
Contar, contar, cantar, vivir, soñar… ¡Solución! Puedes inventar un método para trabajar con los niños que los haga escribir sus historias, sus vivencias, sus experiencias, en donde ellos puedan interpretar su lugar en la escuela, su lugar en tu clase, su lugar en el mundo que les ha tocado enfrentar, en donde ellos se sientan seguros, confiados, el lugar donde puedan mostrar sus emociones. Se te ocurre que cuenten las crónicas de cosas cotidianas… Pero tranquilo amigo, ese es solo el primer paso.
Con la meta impuesta, comienzas a elaborar todo el proceso de interpretación y construcción de la clase. Sabes que para que los niños te tomen en cuenta y se conecten contigo tienes que mostrarte como un personaje común, que hace cosas como las que ellos harían normalmente, y así dimensionas tu lugar como docente practicante, en una línea que se enmarque más o menos por una igualdad en el trato con las actividades, es decir, que las cosas planteadas para los niños puedas hacerlas tú también, e invitarlos a reflexionar sobre esos asuntos y desde tu propio ejercicio hacer efectiva esa invitación.
¡Sí! Estás lleno de entusiasmo y felicidad, estás extasiado de tantas cosas buenas que has pensado, pero te preguntas si en realidad son esas las cosas que debes desarrollar, cuestionándote con una curiosidad hasta optimista: “¿Estoy haciendo las cosas diferentes? ¡Porque la diferencia es ser auténtico!...”. Y así te desligas un poco de las cuestiones armónicas que definen tu trabajo, las emociones fantasiosas, las pulsiones eventuales sucedidas mientras escuchas el latido de tu corazón. Estás emocionado, claro que lo estás, porque las ideas fluyen por tu cabeza y se han materializado en un proyecto que pretendes trabajar y utilizar con los pequeños.
Listo. Listo, como aquellos que van a su destino en mar abierto, te diriges por las empinadas laderas de la Comuna 8 de la ciudad de Medellín en un vehículo de transporte público, sencillamente enmarcado en las fachadas de las calles. Miras a tu alrededor y recuerdas las primeras visitas que tuviste y es distinto ahora, porque ya estás con una actividad para realizar. Vas a enfrentarte de cara a un salón repleto de inquietos pequeños que son capaces de trabajar copiosamente o, por el contrario, exasperarte hasta el cansancio; son como los marineros: todo depende del plan de navegación que les muestre el capitán, en este caso tú. Llevas la mente atribulada, te consumes pensando en cuál será la reacción y la movilización de los niños con las actividades. Estás asustado, pero seguro de que has hecho un buen trabajo elaborando esas actividades y que vas con la mejor disposición para que los niños te reciban.
Entras al salón y el primer impacto que tienes es ver a los niños expectantes esperando tu entrada, tu seguidilla de palabras y la expresión incierta de tu rostro… Comienzas por saludarlos (Cómo piensas iniciar sin algo tan importante), dispones lo que vas a hacer después, les cuentas prácticamente un cuento, les dices que con ellos vas a trabajar una actividad de escritura en cada clase en la que vas acompañarlos. Para comenzar a incentivarlos, les llevas por pura genialidad un cuento que has escrito para ellos, les cuentas la situación que tiene y lo leen juntos.
¡Ay! La zozobra se apoderó de ti en ese momento, pues no sabías si el cuento les gustaba a los niños, si era la mejor alternativa como primer acercamiento… Te tranquilizas un poco y dejando que la dinámica de la clase se desenvuelva, escuchas la manera en la que leen el cuento. “Son veloces” —te dices—, “tienen bastante dominio de la lectura”, algo que no estaba en tus planes. Se comprometen tanto con la actividad propuesta, que el trabajo que debían hacer en una hora de clase, lo hacen en mucho menos…
¡Ahora qué! Pues con más tiempo para conocer a los niños, indagas por esas cosas que pueden gustarles mucho más y que pueden implementarse y añadir a lo que ya has pensado.
Con la sorpresa vuelta realidad, regresas de nuevo a casa y reflexionas sobre todas las cosas que sucedieron ese día y te detienes tranquilamente en aquellas que fueron muy interesantes en esa primera incursión a las dinámicas de la clase, de la escuela, a la configuración aprendizaje que los niños te evidencian. Es por esto por lo que tienes que pensar en las alternativas que te brinda la investigación, para poder sacar a relucir esas cosas que la escuela y los procesos curriculares han dejado a un lado.
Navegas entonces por los mares de las ideas: es por ellos por donde se te pasan por la cabeza grandes y nuevas experiencias que puedes contar. Con la meta asumida por los niños de que una de sus misiones a lo largo de tu visita va a ser que escriban, revolotea en tu mente el paradigma de llevarles esas actividades de forma divertida y espontánea, con el propósito de que puedan vincularse totalmente con ese producto final que tendrán los encuentros.
¡Qué emocionante! Te dices constantemente, mientras piensas el porqué de tu actividad con los niños y si habrá otra que puedas establecer, es decir, remas entre obstáculos, y devenires, entre procesos y soluciones a los acontecimientos. La verdad, estás más asustado por la forma en la que tienes que dirigirte a los niños que por el propósito de las clases, de los encuentros, pues temes que por algún motivo en especial, el regaño, ese temido “aliado” que no quieres utilizar… se vuelva a cruzar por el camino.
Entonces, con la esperanza apuntando a conseguir el éxito con las actividades y los procesos, estás expectante de no perderte, como cuando un barco se dirige a la orilla sin saber dónde arribar, así, así, así mismo te encuentras tú… Con las dudas sobre la proa y las ansias alborotadas para que las cosas salgan bien, sean correctas, y no cometas errores insensatos con los niños. Siempre te embarcas en las alternativas que la práctica te presenta; gracias a ello, logras identificar algunos aspectos que pueden servirte como un puente entre esas teorías de la escuela, en donde te plantean las situaciones de clase, y la práctica real, en donde te encuentras al borde de estribor y en el estado más eufórico de todos, pues te enfrentas de golpe con los niños.
Es compleja esa situación de controlar y manejar de manera concreta el salón de clases, pero con el paso del tiempo has logrado asumir una postura propia. Por esto, con cada visita que vas haciendo, enmarcas mucho más la dinámica que quieres desarrollar con ellos y la manera en la cual quieres hacerla: en primer plano dejas de lado por completo la figura del maestro autoritario y amigo número uno del regaño y todo el movimiento que este genera. Así, luego vas dirigiendo la atención con paso firme a los niños y a los gustos que van mostrándote en cada clase, en cada actividad y en cada acercamiento que compartes de manera serena con ellos.
Ves cómo, gracias al tiempo que llevas dentro de ese pequeño lugar de clases, de ese pequeño espacio escolar, ese lugar donde compartes con los niños tantas cosas, estás siendo aceptado, respetado y admirado en ocasiones por ellos con sonrisas, abrazos, saludos efusivos y el trabajo dedicado de la clase, que hacen en cada encuentro. Por eso sientes que haces lo correcto, que funciona, que los motivas y movilizas a pensar esas cosas que les propones.
Llegas cada día —por eso de la responsabilidad de asistir— con la mejor disposición posible, con cara alegre, con actividades que les interesan, pero, sobre todo: respetando su condición de niños con un saber propio que necesita ser afianzado. Para ello has pensado tanto en esta secuencia, para que sea una seguidilla de actividades significativas, donde puedan aprender, explorar, conocer y confrontarse en sus aprendizajes para la vida.
Con motivos de alegría eres capaz de compartir con ellos las aventuras que también has conocido y, gracias a ello, se interesan en lo que cuentas, y se van dejando llevar por las olas de un mar que has transformado en historias y relatos. Pero no puedes decir que solo tú hablas con ellos, o únicamente tú les lees cuentos o historias. ¡No! Pues utilizas los videos para que se empapen de mayor material y sean capaces de entender y desarrollar muchas actividades que son planeadas, y anhelas que se consigan de la mejor manera.
Con cada idea que se te ocurre, cada palabra que les compartes, te das cuenta de que los niños son un mundo lleno de posibilidades, de aptitudes, de esferas maravillosas, cada una tan singular como sus comportamientos. Has establecido un control sobre el grupo gracias al encantamiento de las palabras y las lecturas, en medio de una marea que navegan juntos y eso les agrada.
Estos encuentros han servido, sí, han servido mucho, te han abierto la puerta de un camino que vas construyendo con el tiempo, con un trasegar que has marcado de manera personal y única. Por eso estás contento con un proceso que has producido y elaborado a pulso con los niños; has creado, gracias a ese acercamiento, una manera particular de realizar las actividades, los encuentros, una forma singular de hacerte como futuro docente.
Estás ahora con la mente ilusionada y el corazón atento a los cambios que van a presentarse en adelante… Vas remando con mayor seguridad, pues has encontrado un buen faro. Su luz te guio en los momentos difíciles y te ayudó, además, a llegar seguro a la orilla, y tener la posibilidad de conocer, explorar, vivenciar, ese lugar a donde habías llegado.
Se te abrieron las posibilidades, se te brindó seguridad de arribar a buen puerto, y con ello fuiste capaz de comenzar a construir tu propio camino; convertiste una actividad complicada como ser docente, estando en un lugar que amerita asumir el reto, en un espacio cotidiano y cercano para los pequeños. Y es por ello por lo que desde este momento recuerdas que siempre que se rema con constancia y confianza, el camino será áspero y complicado, con grandes retos; pero con una luz que brille en el horizonte... serás capaz de hacer grandes cosas.
[1] Este ensayo surge de la experiencia de práctica en el acercamiento al grupo 2-1 de la Institución Educativa El Pinal (Barrio Enciso) al oriente de la ciudad de Medellín.
[2] Licenciado en Educación básica, con énfasis en Humanidades, Lengua Castellana, de la Universidad de Antioquia. Correo electrónico: sancatru@msn.com