Hacia una necesaria utopía alterglobalizadora del paisaje geográfico de Medellín [1]
Resumen: En la actualidad nos enfrentamos a un paisaje urbano de la ciudad de Medellín que refleja una indiferencia generalizada frente a disparidades geográficas sobre la riqueza y el poder, y, por lo mismo, dan cuenta de un desarrollo geográfico desigual. En este texto se realiza una breve reflexión sobre las condiciones de posibilidad existentes para que la noción de paisaje utópico pueda contrarrestar dichas desigualdades espaciales en Medellín, que en la actualidad son tan evidentes. Para ello, primero se hace un breve recorrido por el concepto de utopía y su aterrizaje a la reflexión espacial, con el fin de construir algunos planteamientos que permitan visibilizar las relaciones entre paisaje utópico y la lucha por la disminución de las desigualdades espaciales en la ciudad de Medellín. Finalmente se exponen algunas ideas breves de lo que esta reflexión puede aportar a la formación de maestros de Ciencias Sociales.
Palabras clave: desigualdades espaciales, utopía, paisaje utópico, desarrollo geográfico desigual, formación de maestros, enseñanza de las ciencias sociales
A modo de introducción
Como los medios varían, el efecto es dividir el espacio urbano en un mosaico de islas de riqueza relativa que luchan para salvarse en un mar de miseria y decadencia cada vez mayores. David Harvey (2000: 178).
Cada vez más, los centros urbanos satélites y las ciudades anexas proliferan una descontrolada expansión horizontal poco ecológica que refleja, sin duda, la materialización de la utopía burguesa residencial suburbana. Especialmente, el paisaje urbano de Medellín expresa, en sí mismo, una carga histórica de la que germina el espectáculo urbano y la planificación espacial como una mercancía, en el que la revitalización de los barrios es, en su mayoría, funcional a la apariencia de una ciudad como imagen de una supuesta innovación, excelente calidad de vida y riqueza materializada en el espacio.
Evidentemente, nos enfrentamos a un paisaje urbano que manifiesta la indiferencia frente a disparidades geográficas inherentes a la riqueza y al poder, conformando un mundo metropolitano de desarrollo geográfico desigual, denominado así por Harvey (2000: 101). La riqueza, entonces, se traslada mucho más a las afueras, de manera tal que se construyen urbes exteriores en las zonas verdes, encerradas, a su vez, en muros y mallas cual si fueran guetos de riqueza. De esta manera, el paisaje urbano se amplía, y se muestra al público, ignorando extremos niveles de pobreza y miseria, los cuales son tangibles y palpables en el espacio geográfico.
El desarrollo geográfico desigual se presenta en la ciudad de Medellín, no solo como un legado histórico, sino que se perpetúa y se reconfigura, exponiéndola cada vez más, como una de las ciudades más desiguales de Colombia, es decir, como una ciudad en la que es posible observar desde los más bajos niveles de pobreza y miseria, hasta los más altos niveles de riqueza.
Frente a un ordenamiento espacial que es indiferente frente al conflicto, que se acrece en la desigualdad, y que permite que los intereses empresariales se deleiten en las glorias del mercado libre, se cristaliza un paisaje urbano desigual, ante el que es inherente, desde la reflexión paisajística de los espacios, pensar posibilidades que se materialicen como alternativas de solución a las mismas desigualdades. De esta manera emerge la utopía alter-globalizadora como una posibilidad de revitalizar la materialización del paisaje urbano de la ciudad de Medellín, otro tipo de pensamiento utópico revitalizador de esperanzas fundadas en la igualdad y el reconocimiento.
La tradición utópica podría acercarnos a un espacio geográfico mucho más justo, en el que no haya indiferencia frente al conflicto, y en el que ese nuevo urbanismo que intenta conectar el mundo contemporáneo para transformar las ciudades, luche también por un proceso social urbano crítico.
Bajo estos primeros planteamientos, se gesta una pregunta que movilizará las siguientes reflexiones: ¿qué condiciones de posibilidad existen para que la noción de paisaje utópico contrarreste las desigualdades espaciales en la ciudad de Medellín?
En este sentido, el objetivo central de la presente reflexión es pensar las condiciones de posibilidad existentes para develar las relaciones conceptuales entre la noción de paisaje utópico y la reflexión en torno a las desigualdades espaciales en la ciudad de Medellín. Para ello se realiza un breve análisis sobre las categorías conceptuales paisaje utópico y desigualdades espaciales, que permita construir algunos planteamientos que posibiliten visibilizar la relación entre paisaje utópico y la lucha por la disminución de las desigualdades espaciales en Medellín. Por último, se enuncian algunas ideas que reflejen el aporte que dicha reflexión puede hacer a la formación de maestros de Ciencias Sociales.
Una breve aproximación al paisaje urbano de Medellín y al reflejo de sus desigualdades espaciales
Los procesos de urbanización que se han llevado a cabo en Medellín durante las últimas décadas permiten contemplar un paisaje urbano bifronte que, por un lado, expresa la riqueza y la innovación arquitectónica; pero, por otro, refleja niveles de miseria altamente preocupantes e ignorados, que han sido intervenidos en lo espacial con algunas estructuras justificadas desde el supuesto bienestar para la población (metrocable, escaleras eléctricas, megabibliotecas), aunque en realidad han desencadenado otras problemáticas que los dejan simplemente como portadas territoriales frente al ojo del turista.
En los últimos años, el paisaje urbano de Medellín ha simbolizado magnánimamente la mercancía visual para generar otros procesos económicos. Es decir, la imagen que se le da a los ojos de turistas y agentes externos tiene mucho más valor que los procesos que en realidad se están llevando a cabo en esos espacios habitados. Básicamente, las innovaciones, las construcciones, las nuevas zonas habitadas y las modificaciones espaciales no han solucionado de raíz las problemáticas de una ciudad que se ahoga en los altos niveles de inseguridad, desempleo y pobreza. Sigue siendo un paisaje urbano que refleja, desde la simple organización, desigualdades espaciales, término que ha acuñado Harvey (2000: 93) para referirse al desarrollo geográfico desigual, evidenciando de alguna manera la gran capacidad que tiene el paisaje urbano para reflejar las desigualdades que se tejen, siguiendo a Santos (1996: 75), en los mismos flujos y fijos del espacio habitado.[3]
Según Harvey (2000), las desigualdades espaciales, en su teoría del desarrollo geográfico desigual, son el resultado del fenómeno de la globalización creciente en la vida del nuevo milenio, en lo cual han adquirido particular relevancia los procesos de producción de las diferencias geográficas, es decir, observar los efectos de un fenómeno mundial que ha propendido por la acumulación de riqueza desenfrenada, en un pequeño espacio local, es decir, a otra escala [4]. Harvey afirma que con las desigualdades espaciales “se concentra la riqueza y el poder y más oportunidades políticas y económicas en unas cuantas localizaciones selectivas y dentro de unos cuantos estratos restringidos de población” (2000: 174). En ese contexto, este autor concibe las desigualdades espaciales como asuntos que son visibles en el espacio habitado y tienen efectos como el desempleo, la degradación de los niveles de vida y la pérdida de recursos, de opciones y de calidades ambientales, en diversas escalas espaciales, así como, al mismo tiempo, se presentan como herencia histórica.
De este modo, la reflexión geográfica se convierte en una interesante visión sobre las dinámicas humanas en los espacios geográficos. Como lo afirma Valenzuela en lo que respecta al concepto de desigualdades espaciales de Harvey:
De esta manera, es posible comprender las manifestaciones espaciales de las contradicciones humanas; una comprensión que permite y favorece propuestas concretas, opciones adecuadas y congruentes a los problemas que afectan al desarrollo y bienestar humano (Valenzuela, 2004)
Para Harvey, las desigualdades espaciales son “perpetuamente reproducidas, sostenidas, socavadas y reconfiguradas” (2000: 98), es decir, son un palimpsesto compuesto por adiciones netamente históricas y heredadas de un pasado. Frente a ello, es necesario recordar que el paisaje es producto del tiempo, es la carga histórica que se refleja en las formas visibles de un espacio geográfico:
Su carácter de palimpsesto, memoria viva de un pasado ya muerto, transforma el paisaje en precioso instrumento de trabajo, pues esa imagen inmovilizada de una vez por todas, permite ver las etapas del pasado con una perspectiva de conjunto (Santos, 1996: 89).
Así, el paisaje urbano es coherente con la acepción de desigualdad espacial; es decir, el paisaje urbano de la ciudad de Medellín es expresión perfecta y cristalizada de las desigualdades espaciales que, a su vez, son un cúmulo de objetos y acciones determinados históricamente. [5]
Ante estas disparidades geográficas surge la necesidad de plantear soluciones, que mucho más que ser prácticas, signifiquen por sí mismas una fuerza social que surja de las mismas intuiciones del hombre dirigidas a su colectividad; pues, según Nogué (2009), no hemos conseguido crear nuevos arquetipos paisajísticos o, al menos, nuevos paisajes dotados de fuerte personalidad e intensa carga simbólica, en especial en los entornos más degradados y fracturados. Nogué nos alarma sobre la falta de imaginación, creatividad y sentido del lugar, además de recordarnos la necesidad de rehacer imaginarios paisajísticos que puedan generar un cambio: “Entiendo que éste es el único camino para imbuir de discurso unos territorios que lo han perdido y para rehacer imaginarios paisajísticos que han desaparecido de nuestro patrimonio cultural colectivo” (2009: 111).
Trayectos de la utopía
Ahora bien, así como la imaginación del hombre y la elaboración de sus ideas permitieron la creación y la configuración de las ciudades, es posible que ellas posibiliten su recreación y su reconfiguración. Frente a ello, la utopía, más que una tipología de pensamiento, aparece como un referente clave que representa estas nuevas alternativas y posibilidades de reflexionar ante dichas desigualdades espaciales inherentes al espacio urbano de Medellín, que permita la construcción de lo que Nogué (2009) llama imaginarios paisajísticos, además de ser un concepto que, en definitiva, promueve la proyección de nuevas contingencias, pero desde el reconocimiento de la carga histórica que ha permitido estar inmerso en un presente determinado.
La utopía, mucho más allá que un género literario, es una tipología de pensamiento que implica la proyección de una idea, o de una situación, en un futuro hipotético. Tiene como característica principal el germen de un mundo idealizado que esté al margen de la realidad vivida, por medio de fuertes críticas. El pensamiento utópico ha implicado históricamente el anhelo de mundos perfectos o mucho mejores al mundo vivido.
Desde el punto de vista histórico y siguiendo a Juan José Tamayo en su texto: Invitación a la utopía (2012), en un primer momento, durante la Antigüedad, la utopía se cultivó en el germen de las ideas de Homero, Hesíodo y Platón, específicamente en sus producciones literarias. De esta manera, en el mundo antiguo se puede apreciar la diferencia entre utopías de evasión y utopías constructivas. Para Tamayo:
Las Utopías de evasión describen situaciones paradisíacas en las que reina la más completa armonía y las formas de vida caracterizadas por la abundancia criticando el presente. Las Utopías constructivas no se quedan en la mera descripción del ideal del pasado como crítica del presente, sino que hacen propuestas alternativas e incluso ofrecen líneas de acción para transformar las condiciones actuales (2012: 13).
Así, las utopías no siempre se han configurado en el plano de lo fantástico, sino que, de alguna manera, se ha pensado un mejor futuro, pero teniendo como raíz la crítica a un presente vivido.
Según Ernst Bloch (citado por Tamayo, 2012), en la Antigüedad y, a su vez, en la época moderna, también es posible diferenciar entre las utopías abstractas y las utopías concretas. Las primeras son aquellas centradas en un futuro ideal, pero desconectándose por completo de las contradicciones de la realidad. Por su parte, las segundas se representan por la praxis y la transformación de una realidad. Con la Edad Media, las utopías toman un enfoque religioso, haciendo referencia a la Ciudad de Dios y a la Era del Espíritu Santo, dirigidas a un milenarismo medieval que, según Tamayo (2012: 14), distorsiona el sentido real de la utopía.
Más tarde se tejen las distopías, género que refleja una época de amplio pesimismo consecuente con el siglo xx, el cual es inherente a dos guerras mundiales y múltiples guerras civiles, con consecuencias catastróficas que se han configurado como cataclismos humanos. Este género es el ideal invertido de las utopías que lo antecedieron, denunciando los resultados de la visión utópica anterior.
Por último, en este pequeño recorrido histórico por el género utópico, emerge la utopía alter-globalizadora, acepción utópica propuesta en el año 2005 en los Foros Mundiales Sociales por Boaventura de Sousa Santos (citado por Tamayo, 2012). Se trata de una utopía crítica del siglo xxi, en la que esté inmersa la diversidad cultural, social, política, étnica, laboral, etc. Lo más pertinente de esta acepción utópica es que emerge en el Sur, y constituye una premisa importante de lo que hoy se conoce como epistemologías del sur, según Sousa Santos. Básicamente consiste en una utopía que proclame la existencia de otras alternativas frente a la globalización, y que reconozca la diversidad de culturas, usos y costumbres, de proyectos políticos y de modelos de sociedad diferentes. Pensar en una utopía en tiempos de crisis, es pensarla como elemento movilizador de las energías humanas. En tiempos de crisis, las utopías son más importantes que nunca y deben presentarse como lucha.
Hacia una necesaria revitalización de la tradición utópica: diálogos con el paisaje urbano
En este punto de la reflexión emergen diversos intereses: 1) las desigualdades espaciales como reflejo fiel del espacio tangible, relativo y relacional de Medellín, es decir, la pregunta por Medellín como ciudad desigual, un paisaje urbano en crisis; 2) un paisaje urbano que refleja estas mismas desigualdades, pero desde su herencia histórica; es decir, un paisaje urbano de Medellín, como un palimpsesto, según Santos (2000), y 3) una preocupación que emerge por la pérdida de imaginación y la pérdida del sentido de lugar al cual alude Nogué (2009) y, por lo mismo, la pregunta por la necesidad de reinventar nuevos paisajes.
Ante estas preocupaciones, se presenta la utopía como un planteamiento esclarecedor que abre otras puertas y acrecienta el panorama dirigido a otras perspectivas. Bloch (citado por Harvey, 2000) establece que ha habido un interés claro de algunos sectores para impedir que el mundo cambie en lo posible, y lo relaciona con el fallecimiento, la denigración y el menosprecio de las formas de pensamiento utópico, es decir, la pérdida de la esperanza, lo que significa, en sí mismo, la pérdida de otras alternativas políticas.
Frente a ello, Harvey de alguna manera contempla la utopía como una nueva respuesta a las problemáticas que específicamente él, contextualizando sus premisas y motivaciones, formula en la siguiente pregunta: “¿Podría ser por lo tanto, que una revitalización de la tradición utópica nos proporcionase formas de pensar la posibilidad de alternativas reales?” (2000: 183).
Para ello, es importante determinar que, de acuerdo con cada época histórica en la que se ha construido una utopía, ha habido inherentemente una imagen de ciudad supeditada. Es decir, el marco de la utopía siempre ha estado ligado a pensar las ciudades y, por lo tanto, las utopías han germinado también en paisajes citadinos y urbanos que de alguna manera han representado otras formas de proyectar la ciudad. Esta ha sido entonces una pequeña escala geográfica de la vida, en la cual siempre se han proyectado, con mucha frecuencia, los ideales que se concertaban en ordenamientos sociales utópicos. A continuación se presentan algunas obras que describe Harvey (2000), que han reflejado históricamente un tipo de utopía urbana y en las cuales se reflejan los paisajes urbanos deseados en algún momento por intelectuales que se pensaban el espacio geográfico y el paisaje desde otras posibilidades.
Después de ver varios ejemplos que reflejan la pertinencia y el protagonismo que ha tenido el pensamiento utópico en la construcción urbanística, es posible señalar que el paisaje urbano de la ciudad de Medellín puede ser imaginado, repensado y proyectado utópicamente.
La utopía y el concepto de paisaje urbano han estado estrechamente ligados a nivel histórico y, por lo mismo, una revitalización de dicha relación podría, en esta época pesimista, injusta y desigual, abrir otras miradas. La utopía para la actual Medellín sería, entonces, una que vaya mucho más allá de diseños artísticos y de imágenes similares a las que antes se mostraron. La utopía hoy, debe ser una utopía alterglobalizadora que permita pensar el paisaje urbano de la ciudad de Medellín para un cambio más concreto.
Conclusiones: revitalización de la utopía para pensar otra Medellín
Las utopías y el pensamiento utópico han sido pensados desde gran parte de los ámbitos del saber y del quehacer humano, así como desde diversas ideologías: las ciencias sociales, la filosofía, la política, la economía, las ciencias de la naturaleza, el pensamiento posmoderno, el neoliberalismo, el conservadurismo, el positivismo, etc. A la utopía se la acusa, en algunas de estas miradas, de ser ingenua, idealista, totalitaria, igualitarista, de ser, según Tamayo, una “escatología secularizada, de responder a una etapa precientífica de la Humanidad” (2012: 14), y de mantener a los seres humanos en una conciencia mítica, de imponer un pensamiento único, o incluso, de uniformar conciencias. Sin embargo, lo que se propone es una rehabilitación crítica de la utopía, viéndola como una instancia crítica de la realidad, una imagen que anticipe otra realidad, la utopía como un horizonte de transformación. Que sea una utopía que no esté mitificada y que tenga una intencionalidad ética y política, y que, a su vez, sea integradora de alternativas diversas. Una utopía descolonizadora que no absolutice ni imponga visiones determinadas del futuro, sino que respete otras visiones utópicas y posibilite el diálogo entre ellas.
Cualquier proyecto para revitalizar el utopismo necesita considerar cómo y con qué condiciones de posibilidad podría ser generadora de cambio en nuestros espacios y tiempos vividos. Por lo mismo, la revitalización del proyecto utópico se hace con miras a pensar otra ciudad de Medellín diferente, en la que los procesos urbanísticos no excluyan a la población más pobre, si ello es posible. Los reasentamientos deben ser una realidad palpable, al igual que deben ser dialogados con las comunidades.
La afirmación sobre la imagen de Medellín como una ciudad exitosa durante el último año debe también ponerse en duda, pues a su consta se están realizando proyectos, como el Cinturón Verde, que dejan de lado las dinámicas culturales de una población que ha habitado dichas zonas desde hace muchos años. Es una población vulnerable, en condiciones de miseria, que está siendo expulsada de su espacio vivido con muy poco tacto. Estas dinámicas solo reflejan manifestaciones de paisajes injustos que no se piensan desde un ordenamiento territorial social, sino desde un ordenamiento territorial visual que exponga una imagen sin vitalidad.
La utopía espacial es un concepto que ha sido desarrollado principalmente por David Harvey (2000), un geógrafo crítico de la corriente anglosajona, que expresa las utopías espaciales como nuevas formas de proyectar el espacio geográfico de manera contestataria, frente a las desigualdades espaciales (término también acuñado por el mismo autor). Según Harvey (2000), las utopías espaciales no permiten pensar un mundo totalmente perfecto, pero sí visualizar un espacio geográfico en el que la brecha de desigualdades no sea tan evidente. Su conceptualización ha sido muy valiosa para la reflexión en este escrito, pero es necesario que la manera en la que se construyen los conceptos, se aterricen a una Latinoamérica que presenta problemáticas diferentes a las de Estados Unidos —contexto más explorado por David Harvey en sus obras—, que aunque reflejan también desigualdades, se tejen desde contextos distintos. Así, las epistemologías del sur son un discurso valioso para ello, porque permite la construcción y la reflexión académica en torno a los múltiples contextos del Sur, pensando sus problemáticas, para dar sus propias soluciones. La utopía alter-globalizadora propuesta por Sousa Santos es un claro ejemplo de un concepto que nace en el Sur y se piensa en los Foros Mundiales Sociales, un contexto latinoamericano en crisis.
Esta reflexión sobre un problema de interés puede ser la base sobre la cual se pueda cimentar un proyecto de investigación con estudios y revisiones más detenidas en un futuro tal vez no lejano. Así mismo, es pertinente pensar esta problemática en función de la ciudad de Medellín, pues contribuye a la reflexión geográfica sobre los espacios urbanos y las desigualdades que se reflejan en él. Evidentemente, esta reflexión responde a vivencias particulares de los contextos más desiguales que observamos diariamente en la ciudad. Estos paisajes que reflejan la desigualdad son problemáticas que deben estar sujetas tanto a la reflexión geográfica como a otros saberes, pues no solo habría comprensión, sino también movilización. Los paisajes utópicos son esperanzadores, pero asimismo deben ser realizables.
La utopía en la formación de los maestros de Ciencias Sociales
Pensar en la revitalización del pensamiento utópico como una posibilidad de realizar otras lecturas del desarrollo geográfico desigual de la ciudad de Medellín genera, naturalmente, expectativas de cambio y de transformación. Como maestros en formación de Ciencias Sociales, dicha lectura es importantísima, en tanto amplía el panorama para considerar otras lecturas de la realidad social que estén dirigidos a la formación del pensamiento social y, por supuesto, a la formación ciudadana.
En este sentido, la realidad social, que se presenta como todo aquello que acontece en los espacios y tiempos vividos, también da cuenta de un contexto, que para el caso de Medellín es aquel que se visualiza en sus paisajes, como sujetos, acciones y situaciones que hablan por sí solas de la desigualdad.
La revitalización del pensamiento utópico se presenta, entonces, como una propuesta de formación en la esperanza y en la concientización, lo cual permite comprender que las posibilidades son realizables. Kaercher plantea al respecto: “La concientización implica una utopía. ¿Cuál? Aquella de comprometernos con un proceso radical de transformación del mundo, para que los hombres puedan realizar su vocación ontológica” (2010: 51).
La búsqueda de otros horizontes es la ruta para generar una concientización no solo de las formas en las que se enseñan las Ciencias Sociales, sino también para trazar objetivos pedagógicos y para pensar contenidos que realmente sean formativos.
Con ello es necesario aclarar que la revitalización de la utopía no solo está demarcada en la reflexión espacial. El pensamiento utópico es transversal a aquellos lentes que intentan comprender el mundo desde diferentes ámbitos y, por lo mismo, siempre estará dispuesta a ser también una posibilidad de cambio.
Para el caso de esta reflexión, ver en los paisajes utópicos una posibilidad de comprender y de contrarrestar las desigualdades espaciales, es cristalizar el carácter político de la educación, es decir, la visualización de otros futuros posibles, pero en la toma consciente de decisiones, como una práctica para la liberación de los hombres. Utopía es concientizar, y concientizar es tomar postura frente a la realidad y desear cambiarla.
Referencias biblio y cibergráficas
Harvey, D. (2000). Espacios de esperanza. Madrid: Akal S. A.
Kaercher, N. (2010). Desafios e Utopias no Ensino de Geografia. Santa Cruz do Sul: Edunisc.
Leibler, L. y Musset, A. (2010) ¿Un transporte hacia la justicia espacial? El caso del metrocable y de la comuna nororiental de Medellín, Colombia. Scripta Nova, 15 (331). Recuperado de: http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-331/sn-331-48.htm
Nogué, J. (2009). Paisajes de frontera. Los límites de la ciudad. Métode, 58, 105-111. Recuperado de: http://metode.cat/es/Revistas/Monografics/Paisaje/s/Paisat-ges-de-frontera
Santos, M. (1996). Metamorfosis del espacio habitado. Barcelona: Oikos tau.
—. (2000). La naturaleza del espacio. Barcelona: Ariel
Tamayo, J. (2012). Invitación a la utopía: estudio histórico para tiempos de crisis. Madrid: Trotta.
Valenzuela, C. (2004). Reflexiones sobre la dialéctica de escalas en el examen de los procesos de desarrollo geográfico desigual. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, 9 (552). Recuperado de: http://www.ub.edu/geocrit/b3w-552.htm
[1] Esta reflexión surge en el marco del curso “Paisajes y Espacios Geográficos de América y Europa” del semestre 2013-2. Profesor: Jorge Iván Arango Úsuga.
[2] Licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad de Antioquia. Magister en Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia. Docente de la Facultad de Economía - Programa de Desarrollo Territorial. Coordinadora del área de Ciencias Sociales del Colegio Campestre Horizontes. Correo electrónico: monicam.hernandez@udea.edu.co
[3]
Estos términos aluden a que el espacio geográfico no es contenedor
ni objeto, sino que es un sistema de acciones
y
de
objetos
que
cambian
constantemente.
Los
fijos
y
los
flujos
son
los
componentes
que,
según
Milton
Santos
(1996),
conforman
el
espacio
geográfico,
es
decir,
sistemas
de
objetos
y
sistemas
de
acciones
respectivamente.
El
espacio
entonces
no
es
aquella
plataforma
física
que
contiene
al
hombre
y
que,
a
su
vez,
le
pertenece
como
objeto;
por
el
contrario,
está
formado
por
fijos
y
flujos.
Los
fijos
evidencian
el
proceso
inmediato del trabajo y las fuerzas productivas en general,
incluyendo la misma masa de hombres trabajadores y las técnicas
utilizadas en sus contextos —técnicas que cambian de acuerdo con
cada lugar, cada modo de vivir, cada forma de producir para el
acontecer, para la vivencia—. Los flujos, por su parte, son el
movimiento, la circulación y, por lo mismo, mediante ellos es
posible explicar fenómenos no sólo económicos o políticos, sino
también sociales. Los flujos denotan la interacción entre los
contextos, y develan, por lo tanto, las interrelacionen que se tejen
en el mundo.
Cada tipo de fijo tiene sus características,
técnicas y organizaciones. De este modo, a cada tipo de fijo
corresponde un conjunto de flujos, de dinámicas, de movimientos de
los seres humanos. El espacio geográfico es el resultado de la
interacción entre los fijos y los flujos. El espacio geográfico se
comprende desde la manera en la que es habitado en función de los
fijos y de los flujos determinados.
[4] Harvey (2000: 95) plantea que las desigualdades espaciales se visibilizan de diferente forma de acuerdo con la escala de análisis en la que se visibilicen las mismas. Se refiere a escalas globales y locales.
[5] El proyecto del metrocable fue construido con miras a disminuir desigualdades espaciales reflejadas en el acceso a los servicios. No obstante, agrietó la coyuntura social, dividió vecinos y las relaciones entre ellos. Según Leibler y Musset: “La reducción de las desigualdades territoriales aparece en el metrocable y por eso seguimos pensando que se trata de un acto de justicia espacial. Pero al mismo tiempo, vemos que la justicia es un fuerte argumento de comunicación simbólicamente llamativo que utilizan los discursos gubernamentales” (2010: s.p.).