Erica Areiza Pérez[1]
Resumen
El texto propone una reflexión pedagógica sobre la
formación de maestros y maestras a la luz de tres escenarios: los desafíos
desatados por las problemáticas del mundo actual, las implicaciones para los
procesos colegiados con las comunidades educativas y los nuevos sentidos que adquieren
el lenguaje, la literatura y las artes para encarar estas realidades, ya en los
contextos escolares o en otros ámbitos socioculturales. Este abordaje enfatiza en
la pregunta por la dimensión política del quehacer pedagógico y, con ello, en
la posibilidad de interpelar las estructuras establecidas y proponer horizontes
de pensamiento, de acción y sensibilidad enfocados en la construcción conjunta,
en la generación de espacios de creación y de prácticas orientadas al cuidado
de la vida.
Palabras clave: formación de maestros, mundo en crisis,
práctica pedagógica, formas de actuación política.
Abstract
This paper proposes a pedagogical reflection on the
teacher training according to three scenarios: challenges triggered by the world’s
current problems, consequences for processes with educational communities, and
new meanings that language, literature, and arts acquire to face these
realities, whether in school contexts or in other sociocultural spaces. This
approach emphasizes the question about the political dimension of pedagogical
work and, therefore, the possibility of questioning established structures and
proposing horizons of thought, action and sensitivity focused on joint
construction, on providing spaces for creation and practices oriented to the
care of life.
Keywords: teacher training, world in crisis, pedagogical
practice, ways of political action.
De malestares y
quebrantos: la necesidad de un nuevo ethos
Cuántas heridas en el mundo de hoy, cuánto estruendo en
la vida humana, cuántos ruidos acumulados en el oído cansado, cuánta opacidad en
el horizonte que la brújula no alcanza a descifrar. Hay turbación, pero no indiferencia;
la postura resignada naturaliza la realidad y frena el ímpetu que puede trastocar
los órdenes establecidos. El ahora de la humanidad reclama un malestar
entendido como la incomodidad necesaria para cuestionar lo dado y avanzar hacia
un borde donde sea posible recomenzar el existir en esta tierra, promesa de
semillas y nuevos brotes. Por ello es necesario situar esos cuadros del tono
estridente, del color confuso, de las lesiones irresueltas, de los tufillos
incómodos.
Todavía cunde en muchos gobiernos el penetrante olor
que se desprende de los totalitarismos. Huele a un único aroma porque no se
aceptan en el plato cotidiano las especies que provienen de cocinas distintas a
las de los regímenes impuestos. En ese hervor de poderes unívocos se va guisando
el devenir de la sociedad y se va deshaciendo la esencia de la sazón en la que
caben todos los ingredientes posibles. Un solo sabor, un horario estricto para el
alimento, un sudor desmedido para conseguirlo, una canasta familiar pequeña porque
en tiempos de austeridad la abundancia es escurridiza. Y ojalá que nadie
reniegue porque, ¡qué ingratitud! Nunca se había pensado tanto en el pueblo, jamás
se había prometido tanto ni se había reportado tanto cumplimiento. Y si hay
alguna duda que se acuda a los noticieros, sí, a los programas de las
informaciones objetivas, a los de opiniones neutrales, a los que resulta
atrevido señalar de fungir como altavoces de ciertas corrientes políticas y
grupos económicos, a los que en un formidable acto de generosidad le dan la voz
a los que no tienen voz.
Voz la del capitalismo neoliberal, la que sigue
achicando la respiración y ampliando los bolsillos para los rentables
acumulados; mientras más se inflan con el lucro de la tenencia, más se escurre
la vida por las rasgaduras que quedan en los telares piel adentro de lo humano.
¡Pero si eso es progreso, eso es desarrollo sostenible! Es que hay que pisar el
pavimento, subirse a las partes más altas de los edificios para ver cuánto se
han elevado los países, todo va en ascenso, solo que la miopía no permite
dimensionar esas notables mejoras; y si el aliento alcanza para otros
recorridos, adviértanse las utilidades que da la explotación de los recursos
naturales. Claro, alcanza el aliento para devolverse por los atajos ocultos de los
balances oficiales y advertir la naturaleza saqueada, las piezas humanas en el
engranaje del trabajo sin receso, la precariedad de la salud en los cuerpos
escuálidos, el retroceso de los nobles propósitos, el desprecio de los bienes
espirituales y culturales que se tiran al vertedero de los tiempos como si se
tratara de elementos innecesarios, de asuntos borrables y nada pasa, la labor
sigue.
El que no se ha borrado es el cuadro de la violencia en
los paisajes cotidianos. Ojalá, cuando se hable de bandas, solo se subieran al
escenario de la memoria aquellas que han sacudido con sus canciones la
monotonía de las horas, el devenir de las épocas, el fluir de las pasiones. Y
que se hiciera el concierto, que Yesterday fuera
la promesa del hoy, que un Bohemian rhapsody acompañara la noche del vino festejante, del
nacer muriendo, que el Lamento boliviano se uniera a Todas las voces,
que el Baile de los que sobran liberara a los prisioneros de las tramas
tristes, que La tierra y su Ekhymosis se expandiera,
que ese Caribe atómico revelara la necesidad de volver a la esencia, no
a las apariencias, que los días De música ligera se demoraran en la
lentitud de la melodía arrobadora.
Pero el concierto no llega con la brisa de este cuadro
porque son las bandas armadas las que irrumpen en la escena. También allí están
los bandos de los variados ejércitos con sus botas de hierro. Tantas elegías en
las cuerdas rotas del canto acallado en la pérdida, en el desarraigo, en los
últimos suspiros tras el estallido letal. Por qué tanto derramamiento de sangre
y hasta cuándo. Hay que preguntar siempre porque la indignación empieza por un
interrogante. Y este tapiz de sueños derruidos en el suelo colombiano, esta
alfombra que levantan las manos y cómo no llevárselas al rostro.
Hay en el rostro otro asombro. Un cuadro viral aparece
de pronto. Que viene de Asia, que es peligroso, que se propaga a incontenibles
velocidades, que el contagio, que la seguridad, que la distancia… ¡Que el
encierro ya! No te acerques, no te acompañes, dosifica los afectos, no salgas.
Y este desmoronamiento, esta costumbre embestida por los cuernos de un toro
imprevisto en la manada, este súbito desalojo. Y ese llamado a la no presencia,
esa nostalgia de encuentro, esa experiencia del contacto lanzada a una orilla
sin destino porque cómo llegar si los trenes detuvieron sus relojes hasta fechas
sin aviso. Ese dolor en las manos de tanto lavar el miedo, de tanto alcoholizar
la piel para contrarrestar todo asomo de infección. Que se controlen por fin estos
cuerpos, que asuman las vigilancias, que se disciplinen de una vez porque ya ha
sido suficiente tanto movimiento incómodo. Eso dirán.
El mundo se ha cubierto con un extenso traje sombrío
que deja ver los rotos de una sociedad desigual e injusta. Por esos orificios
salen las banderas rojas que simbolizan la necesidad del alimento. Cómo
confinar el hambre, cómo distraer el apetito, cómo resolverlo con remiendos de
ayudas que no van al fondo de una tela históricamente raída, una tela que no ha
sido prioridad en las urdimbres gubernamentales. Estos son los dolores del sur,
las ausencias de los márgenes y de las periferias que habitan diversos grupos
poblacionales a lo largo y ancho de los rincones latinoamericanos. En diálogo con Boaventura
de Sousa, “el sur no designa un espacio geográfico, sino un espacio-tiempo
político, social y cultural. Es una metáfora del sufrimiento humano injusto por
la explotación capitalista, la discriminación racial
y la discriminación sexual” (2020, p.47). ¿Cuál cuarentena entonces? ¿Cuál
cuidado ante siglos de descuido estatal, cultural, existencial?
En otro cuadro, una escuela sin susurros y sin cuerpos.
Los timbres se silencian, el patio cede terreno a un pavimento con añoranza de
juegos, saltos y risas; los uniformes se quedan suspendidos en los armarios,
los tableros no sienten el trazado fino de la tiza; la voz de los maestros y
las maestras no se amplifica en los estrechos espacios de los salones; la
representación teatral de la tragedia tantas veces ensayada para el acto
cultural se remite al palco del después; los versos ya bebidos yacen en la
resaca de la ausencia obligatoria, ya no hay química con los laboratorios, las
salidas por la ciudad cierran calles, las caminatas veredales avisan que no
alisten los zapatos. No hay escuela, pero hay pantallas, hay tecnología de punta.
Adviértanse las ventajas de la globalización, de la era digital. En redes y
enredos. ¿De qué accesos se habla? ¿Para quiénes?
Cifras edulcoradas, falsas coberturas. Otra vez el sur, otra vez el golpe en el
cuerpo fatigado.
La enunciación de estas heridas del presente no
obedece, de ninguna manera, a una visión fatalista. Antes bien, asume que, a
partir de su problematización, es posible interpelar los determinismos y
agenciar formas de actuación política y pedagógica para configurar otras
apuestas para la formación, para el oficio de vivir y para la construcción de
tejido social. Tal como lo plantea
Freire (2011): “no hay utopía verdadera fuera de la tensión entre la denuncia
de un presente cada vez más intolerable y el anuncio de un futuro por crear,
por construir política, estética y éticamente entre todos, mujeres y hombres” (p.116).
Este llamamiento nos convoca, nos invita a participar
decididamente en la oportunidad histórica que nos asiste. Habitamos el campo de
la educación, de manera más específica, confluimos en el ámbito de la formación
de maestros y maestras. Así las cosas, ¿cuál es la cerilla que encendemos en el
bosque denso y sombrío?, ¿cuál es la fisura que generamos en el muro adusto?, ¿cuál
tono de voz para agrietar el mutismo desatado por el miedo?, ¿cuál verso para
poner a tambalear los trazos cristalizados en los libros de las verdades fijas?,
¿cuáles vínculos en el distanciamiento que decretan los protocolos?, ¿cuáles manifestaciones
ante las injusticias sociales?
Es preciso insistir, con Boff
(2002), que “Urge un nuevo ethos de cuidado, de sinergia", de
«religación», de benevolencia, de paz perenne para con la Tierra, para con la
vida, para con la sociedad y para con el destino de las personas” (p.35). Este
cuidado común, este cultivo de una nueva tierra reclama una palabra semilla, un
borde donde la formación también se sacuda y se disponga, con lucidez y
apertura, a una siembra renovada.
Trayectorias, saberes
y comunidades: an-danzas pedagógicas
Que se abran las mochilas y se derramen las biografías
para que se mezclen los acentos, para que irrumpan los nombres borrados por las
estadísticas donde cualquier yo es un número. Precisamos historias de vida para
recuperar las subjetividades, para reconocer su devenir, sus dolores y
sujeciones, sus luchas. Las relaciones pedagógicas están hechas también de
relatos, es cuestión de disponer el oído, de crear los silencios en medio del
bullicio para que esas tonalidades emerjan. Hay muchas tramas perdidas en los
afanes de los currículos, en el temario de la semana, en las notas del final de
periodo. Cómo reconocer los quebrantos o las bellezas si no hay tiempo para
esculcar los álbumes que cada ser ha ido configurando en su trayecto vital. Allí
la imagen del niño que corre tras la cometa en confabulación con el viento
porque ese es su agosto y su libertad genuina; acá la imagen de la niña
contemplando el mar en su infancia profunda; allá la figura de un maestro o una
maestra cantando para ocupar la atención de la clase ante la estridencia del
fuego cruzado.
Si vivir es avanzar en un tren que toma las rutas
sinuosas del tiempo, no habrá una estación donde no haya una historia que
contar. La educación ha transitado, quizá, con mucha prisa y ha sido avara con
la necesaria lentitud para una parada duradera en esas singularidades que
desatan la pregunta por un quién e interpelan los interrogantes del cuánto tan acogido
por las políticas del rendimiento, de la eficacia y del control.
También en la experiencia vivida hay saberes. Estos no
admiten más la idea de un reservorio fijo en el que no ocurre nada. En los
trayectos de formación de maestros y maestras precisamos saberes de
ocurrencias, pórticos para dilucidar cuáles son los vínculos que se construyen
alrededor de ellos y qué potencia de vida adquieren cuando se comparten con
otros.
Ya se ha hablado bastante de contenidos, de estandarizaciones
y de competencias. Ya han ocupado vastas extensiones de papel. Quizá sea necesario
nombrar de otro modo. Y no por el capricho o el afán de una sustitución en la
terminología, sino por la convicción pedagógica de que las denominaciones arrastran
también concepciones de mundo, de lenguaje, de existencia. Qué se entreteje si
se habla, más bien, de bienes de la cultura, de saber experiencial, de relatos
vitales. Se trama un repertorio donde confluyen las herencias recibidas, las
creaciones emergentes, los despliegues subjetivos. Cuando las visiones
epistémicas se pasan por una costura ética y política no son solo rutas de
conocimiento sino de entramado cultural, social y humano.
Desde esta perspectiva, el quehacer que entraña la
práctica pedagógica de maestros y maestras en las distintas comunidades, ya
escolares o en otros ámbitos educativos, se vive desde formas de actuación
vinculantes donde no se impone un solo movimiento, donde el saber no se
resuelve en las prescripciones. Se asiste, en cambio, a la oportunidad de una
composición con variadas entonaciones y pasos. Y que en ese patio de an-danzas plurales se desate una coreografía al
ritmo del campo, de la maloca, de la ciudad, del barrio, del convite, de los colectivos
comunitarios. Esta interpelación creativa al aislamiento y a la división desde un
encuentro rítmico diverso anima preguntas y delinea caminos para la formación
de los niños, las niñas, los jóvenes, los grupos de mujeres y hombres que
lideran iniciativas de largo aliento para sus territorios. Las heridas que en
estos han dejado la violencia, la explotación y el abandono seguirán sangrando
si no hay suturas afectivas, reacciones amorosas y propositivas que aviven lo
posible.
Esa disposición de presencias convoca el decir y la
expresión sensible de quien se ocupa de formar, pero no se agota allí; invita a
una cofradía de motivaciones compartidas, reconoce el arrojo de todos aquellos
que, como lo expresa Frigerio (2020), desde:
Formación en lenguaje,
literatura y artes: giros y sentidos emergentes
Si algo transita en el lenguaje y en sus distintas
posibilidades expresivas es su capacidad de poner a temblar lo existente y de
dar lugar a la ausencia. Cuando más quebrantos sufre el mundo, más urgente se
torna la necesidad de un habitar poético que abreve en la noche allí donde hay
demasiada transparencia o desate la luz allí donde se imponen las tinieblas. Si
no hay persistencia en tramas simbólicas para acompañar el vacío o la alegría,
si no hay metáforas que en su decir sutil revelen las verdades más hondas, un
tufillo de amargura cunde en los espacios pedagógicos que se disponen justo
para que acontezca algo en alguien en un espacio y un tiempo singulares.
El filósofo surcoreano Byun-Chul
Han (2015) sostiene que “La negatividad del quebrantamiento es constitutiva de
lo bello” (p.66). En esta mirada lo bello está asociado a lo roto, no a lo
pulido y a lo liso; la negatividad entretanto es la reacción alternativa a la
imposición de la positividad de un tiempo actual en el que predominan la
individualidad, el rendimiento, el infierno de lo igual, la descorporalización
de la vida en los medios digitales, como lo expone el autor en la Expulsión
de lo distinto (2017). Sugiere allí la necesidad de un nuevo comienzo en el
que afloren, con su carácter enigmático, la alteridad, la escucha, el silencio,
la voz. Y unido a ello, los sentidos de las artes y la poesía como
acontecimientos que recuperan el asombro, la extrañeza.
Precisamos un giro sensible que trastoque la
convencionalidad en su expresión más uniforme y limitada e invite a un
despliegue de gestos literarios y artísticos que den a pensar, a sentir, a
dimensionar las oscuridades o destellos que entrañan la condición humana y el
orden social. Animemos la perplejidad de la poesía, de los versos que irrumpen
en la familiaridad para traer lo desoído, en los que se untan de calle y de caminos
veredales porque allí hay rostros, rastros que nunca aparecerán en la prensa politizada
de los poderes dominantes. Habitemos la posibilidad de la narración. Dejémonos convencer
de que “Narrar hace parte de la experiencia vital de los seres humanos, aunque
cada cultura —y de hecho cada sujeto— establezca diferentes relaciones de poder
y saber en esta acción” (Ortiz, 2011, p. 138). Que no nos sorprenda la noche
sin un caudal de historias para avivar los sueños; que el alba no salude el
vuelo de los pájaros sin las murmuraciones fabuladoras que abren horizontes de
palabras y de silencios para disuadir el peso del día y sus afanes. “Somos
sujetos hechos de palabras y, como tales, con una sed de relatos y una
necesidad inconmensurable de contar y de que nos cuenten” (Areiza y Betancur, 2015,
p.157).
Que el cine llegue siempre para quedarse. Cuánta
filosofía en ciertas cintas que, entre planos, perspectivas, imágenes, escenas,
guiones, van rodando misterios que tumban de belleza o remueven el dolor allí
donde ya parecía reinar el alivio. Que la fotografía lleve a esas regiones
donde solo un lente osado es capaz de captar el humo lechoso que se eleva por
las chimeneas de la muerte, el brote de una planta entre las ruinas, o la
pequeña aferrada al tronco de un árbol donde esconde la mirada porque para qué
abrir los ojos cuando lo que se devuelve es un manojo de violencias apuntando a
la cara. También en las pinturas se cuentan historias de humanidad y hacen
falta noches estrelladas, o gritos, o cuadros que lancen un porqué o dibujen la
emoción que solo un pincel puede plasmar. Cómo asumir la nocturnidad de la vida
o su mediodía más pleno si la música no llega para recomponer las cuerdas
desafinadas, para cantarle al amor o para rebelarse contra las injusticias, las
guerras y todas esas invasiones que ocupan buena parte del devenir de muchos pueblos.
Qué sería de los cuerpos sin danza, sin performance, sin la instalación de una
experiencia capaz de desinstalar el desgano de la imaginación o el sentir
acomodado en la indiferencia.
Una consideración final en clave de umbral
El oficio de vivir reclama construcciones simbólicas y
habita en la expectativa de un gesto: “ese gesto quizá sea un sonido, una
poesía, un color, un silencio dispuesto a esperar palabra, ese gesto que toca
sin tocar, que llega sin alcanzar y que alcanza sin llegar” (Frigerio, 2020).
La formación de maestros y maestras y la experiencia
del lenguaje insisten en la gestualidad desplegada en un espacio creador de
sentidos, en el acontecimiento estético, en el cuidado de la vida, en la
reacción ética cuando la actitud totalizante borra los matices. La construcción
de este ethos pedagógico gana vigor e incidencia cuando se impulsa desde un
acontecimiento político que no se resigna a los dolores y a las tiranías y
promueve, en cambio, una amorosidad comprometida con toda forma de existencia o
de ausencia en la tierra.
Referencias
Areiza, É. y Betancur, D. (2015). Tras los hilos de Ariadna. Memorias y
experiencias de formación en los
laberintos de la literatura. Magis, Revista Internacional de Investigación en Educación,
7(15), 151-162.
Boff, L. (2002). El cuidado esencial. Madrid: Trota.
De Sousa Santos, B. (2020). La cruel pedagogía del
virus. Buenos Aires: CLACSO.
Freire, P. (2011). Pedagogía de la autonomía: un
reencuentro con la pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI.
Frigerio, G. (mayo de 2020). “Educar: palabras temblorosas
y habitualidades trastocadas”. Conferencia llevada a cabo en un espacio
académico organizado por la Facultad de Educación de la Universidad de
Antioquia, Medellín, Colombia.
Han, B. (2015). La salvación de lo bello.
Barcelona: Herder.
Han, B. (2017). La expulsión de lo distinto.
Barcelona: Herder.
Ortiz, N. (2011). La narración: puerta y espejo en la
formación investigativa de maestros/as. Revista Educación y Pedagogía, 23(61),
133-144.
[1] Licenciada en Educación Básica con
énfasis en Humanidades, Lengua Castellana. Magister en Literatura Colombiana.
Candidata a Doctora en Educación. Profesora de la Facultad de
Educación de la Universidad de Antioquia. Correo electrónico:
erica.areiza@udea.edu.co