Paula Martínez Cano[1]
En vez de formar pollos de engorde criados en el más
miserable conformismo, habría que formar jóvenes capaces de traducir su saber
en un constante ejercicio crítico. (…) El acto mismo de la enseñanza puede
revelarse, en efecto, como una forma de resistencia a las leyes del mercado y
del beneficio.
Nuccio Ordine (2017)
Resumen
El presente
artículo tiene como objetivo reflexionar sobre el horizonte conceptual que
plantea Comenio sobre la enseñanza en el presente y cómo sus aportes nos brindan
la posibilidad de enfrentarnos con la situación actual de la educación frente a
la emergencia de la pandemia del covid-19, a partir de una serie de vacíos que
nos deja la concepción de escuela como espacio que desiguala y su posibilidad
como acontecimiento para el aprendizaje, a partir de una apuesta por definir el
oficio del profesor como artesanía, en donde su hacer y entrega construyen una
aventura para la enseñanza a través del gesto, la palabra y el encuentro.
Palabras
claves: Covid-19,
Enseñanza, Escuela, Profesor
Abstract
This
article aims to reflect on the conceptual horizon stated by Comenio
about teaching in the present and how his contributions provide us with the
possibility of facing the current state of education in relation to the
emergency caused by the Covid-19 pandemic, from a series of gaps left by a conception
of school as a space that unequalizes and its
possibility as an event for learning, from a commitment to define the teacher's
profession as a craft, where his actions and dedication build an adventure for
teaching through gesture, word and encounter.
Keywords:
Covid-19, Teaching, School, Teacher.
Una larga
preparación, a través de los años, nos ha hecho profesionales; profesores de
aula. Digo una larga, porque para serlo, ejercer y hablar de la escuela no
basta con estudiar el campo de la pedagogía, su filosofía e historia. Se
requiere también la experiencia y el encuentro directo con los estudiantes,
descifrar gestos, asombrarse con la espontaneidad que surge en una clase,
capacitarse, relacionarse con otros colegas, aprender de sus experiencias,
entender que ser profesor de aula en el nivel escolar de primaria y secundaria
convoca cada día a nuevas preguntas por la enseñanza.
La escuela que
nos presenta la actual emergencia de la pandemia del covid-19 no se está
reinventando y menos, se está reinventando el buen llamado “maestro”. No creo que el inicio de la segunda década
del siglo XXI sea para la educación una cuestión de “reinventarse”. A la
escuela la han reflexionado desde siempre; sus profesores se están preguntando
por sus prácticas y relaciones desde que los griegos la nombraron como “skholè”, que
derivó en la raíz latina “schola”, dando origen a la escuela como espacio de libertad y
humanidad. Una discusión que se especificó en Comenio con su Didáctica Magna:
Desde luego, y
sin excepción, hay que tender a que, en las escuelas, y después toda la vida
gracias a ellas: I. Se instruyan los entendimientos en las artes y las
ciencias. II. Se cultiven los idiomas. III. Se formen las costumbres con suma
honestidad. (…) Sabiamente habló el que dijo que las escuelas eran TALLERES DE
LA HUMANIDAD, laborando para que los hombres se hagan verdaderamente HOMBRES;
(…) Y esto se logrará si las escuelas procuran formar hombres sabios de
entendimiento, prudentes en sus acciones, piadosos de corazón. (Comenio, 2018, p. 90)
Son las
escuelas los espacios que han permitido a los niños, niñas y jóvenes
encontrarse para aprender; Comenio, a través de su consigna de que la escuela
es universal y que en ellas hay que “enseñar todo a todos”, se refiere a que
todos estamos convocados a aprender todas las artes y ciencias, de forma
rigurosa y amplia. Todos los seres humanos tenemos el derecho a estar
instruidos en las cosas fundamentales del mundo y en las que se van creando con
el acontecer de las ciencias. Hay que ofrecer la enseñanza a los niños, niñas y
jóvenes de nuestras escuelas, a través de la contemplación, la imitación y el
gozo, con admiración y respeto.
Sin embargo,
¿qué de esto nos ha quedado ahora, cuando nos exigen nuevas formas para que el
sistema educativo actual no siga culpando de los fracasos escolares a sus
profesores? Hace siglos la tarea era la formación de la humanidad y hoy, nos
exigen y, por ende, le exigimos a los estudiantes cumplir con una
presencialidad en medio de la distancia. Conéctese,
responda la llamada, reclame “la guía” para que estudie (quizá) solo, haga
presencia como sea, pero esté ahí[2].
Parece que la formación para el sistema educativo es lo menos importante, hoy
lo significativo es quedarse en casa, sin importar si aprende o no.
Contrario a esta
nueva llamada forma de acompañar que algunos “maestros” definen como flexibilidad, ¿por qué mejor, junto con
estas nuevas consignas, ofrecer a través de la enseñanza, la contemplación, la
imitación y el gozo de los saberes y las artes? ¿Por qué el Ministerio nos
ofrece y propone entregarle a cada estudiante un módulo de áreas integradas
como las herramientas que suplen la enseñanza? ¿No hemos dejado hace rato la
discusión por los manuales de texto como los menos apropiados para la
enseñanza? Sé y comprendo que es una posibilidad y una ayuda para quienes no
tienen las herramientas que exige conectarse a distancia con su profesor; la
pregunta es ¿qué hace el profesor y cómo va a poder relacionar su saber, el
contexto y la situación, si no le permiten construir sus propios saberes
escolares? ¿Nos vamos a devolver a ser, de nuevo, los reproductores del manual?
Muchos de los
profesores que estábamos meses atrás en las aulas disfrutando de los gestos, del
contacto y la presencia de nuestros estudiantes, hemos sido cuidadosos, a la
vez que reflexivos y atentos a cada día que pasa, porque nuestro deseo de
enseñar para que otro aprenda está siempre presente. Le llamamos reflexión,
pero, quizá es un proceso de pensamiento mucho más profundo, porque en medio de
las crisis educativas, que son diarias, la resolución es presente y no se puede
prolongar. No puede postergarse, puesto que la acción es inmediata y requiere
pensar un proceso y un camino que solo nuestra experiencia puede otorgarnos
como punto de partida hacia la búsqueda por encontrar en la enseñanza como
práctica, una respuesta. Sennett, (2000) dice que uno siempre está volviendo a empezar. Porque
estamos en situación de prueba, la vida es la prueba máxima, los
acontecimientos y los eventos que en ella surgen a diario son una especie de
aventura que hay que afrontar, sea maravillosa o fortuita, como una prueba de
dificultad. En el proceso de enseñanza sucede lo mismo. La enseñanza como
aventura implica una historia, un relato que nunca podrá separarse de un suceso
narrativo que se convierte en acontecimiento de nuestra práctica.
La
enseñanza es la praxis que generalmente se lleva a cabo de un modo planeado,
con una intencionalidad específica y dentro de espacios característicos como
las escuelas y colegios, por parte de personas que histórica, social y
profesionalmente han venido siendo reconocidas y capacitadas para ello
(maestros, enseñantes, profesores, normalistas), con el propósito de aumentar
y consolidar ciertos saberes pertinentes y relevantes o capacidades de personas
o grupos de personas que se consideran socialmente como necesarias. (Runge,
2013, p. 206)
Es
claro que la enseñanza es una praxis y como tal requiere de ese tiempo para
planear e intencionar los saberes. En esa medida, como profesionales, hemos
sido reconocidos por ejercer esa tarea dentro de todos los espacios; pero ya hoy
no son propios, necesariamente, de lo escolar. Ya se habla de una heterotopía
que conduce a que las personas que hacían parte de este territorio llamado
escuela, se hayan desplazado; ya no están. Hay una suerte de
desterritorialización deleuziana, es decir, un abandono de ese espacio físico
que ahora es discontinuo y enmascarado en una expulsión hacia la virtualidad,
como el reemplazo válido para las nuevas formas de enseñanza que responden a la
demanda del Estado y, en ese sentido, bloquean todas las posibilidades de una
formación equitativa. Lo que vivimos ahora son condiciones de emergencia para
pensar el problema de desigualdad educativa. No obstante, la escuela como
espacio y la desterritorialización como línea de fuga negativa de virtualidad,
nos plantea una reflexión por el espacio y la forma física; pese a todo, la
escuela como acontecimiento sigue existiendo y la hemos podido también pensar
en su forma emancipatoria y no de obediencia.
La
escuela aparece precisamente cuando una sociedad decide que los niños y los
jóvenes no tienen que trabajar. Lo que hace es liberar a los niños del trabajo,
pero no para prepararlos para el trabajo sino para darles un tiempo distinto y,
sobre todo, un tiempo para otras cosas. (…) La tarea de la escuela hoy en día,
(…) no es solo liberar a los niños y a los jóvenes del trabajo sino también, y
sobre todo, liberarlos del consumo. (Larrosa, 2019, p. 80)
Enseñar
implica que otro aprenda eficazmente, de manera agradable y concreta. No en un
vaciamiento de contenidos para su verificación, sino, tomando el legado comeniano, a través de procedimientos
cortos y rápidos, lograr que otro aprenda, porque el que enseña conoce las
formas y por tanto siempre se las está ingeniando, creando, pensando,
fraguando, inventando. Lo cito de
forma textual:
2.
Enseñar quiere decir conseguir que otro aprenda y se apropie de eso que alguien
sabe. 3. Enseñar bien significa conseguir que alguien aprenda rápido, de un
modo agradable y sólido. (De un modo rápido: por medio de un sólo trabajo,
continuamente, sin ningún tipo de pérdida perjudicial del tiempo; de un modo
agradable: que el aprendiz durante todo el transcurrir de sus estudios poco se
canse con lo ya llevado a cabo y más bien se sienta incitado por las
exigencias de lo todavía por realizar; de un modo sólido: que el aprendiz
aprenda la materia de aprendizaje (Lernstoff) de un modo íntegro y de un modo
tan perfecto que pueda aplicarla inmediatamente. Mal enseña entonces el que
conduce hacia la ciencia de un modo retardado, molesto e incompleto). 4.
Dominar el arte del enseñar significa conocer los caminos seguros hacia el
buen enseñar y, mientras se los transcurre, llevar hacia el conocimiento de un
modo rápido, agradable y a fondo. (…) Una voz agradable es necesaria para que
no se introduzca la peste de la enseñanza, el hastío o la aversión, sino
para que el espíritu se incite por medio del gozo y sea retenido mediante el
trabajo. La profundidad es necesaria para que nuestro saber sea saber
verdadero, no la sombra del saber; para que sea realidad y no una apariencia
que engañe a otros y a nosotros mismos. Tanto para el conjunto como para lo
particular es necesaria la teoría; luego, ésta sola nos da un procedimiento
seguro para efectuar algo con seguridad. Enseñar, aprender o hacer algo a
medias delata la falta de una teoría) (Comenio, 2003, p. 14).
Si
a lo largo de los tiempos la enseñanza es una interacción directa o mediada
entre profesores y estudiantes, ¿por qué tenemos que ponernos en el lugar de la
“reinvención”? ¿Qué es lo que estamos reinventando o necesitamos reinventar?
Ser profesor implica tomar las medidas necesarias para que el otro aprenda de
uno. Hoy la lamentable situación nos ha dejado pendientes de la autoridad
intelectual que discute en las redes y en encuentros donde nos están diciendo
qué hacer y cómo hacerlo, como si nos devolvieran a las aulas universitarias a
pensar de nuevo en la pedagogía y reconceptualizarla con nuevos apellidos:
“pedagogía de la pandemia”, “la enseñanza en tiempos de emergencia”, “cómo
enseñar desde casa”. Un sinfín de aclamadas conferencias que nos han quitado la
voz y el tiempo para pensar, desde nuestras experiencias y nuestros lugares de
saber, la formación de nuestros estudiantes. Pero, este llamado no es solo para
los profesores titulares de las escuelas, sino también para quienes se están
formando como “profesores” en las universidades y, en especial, en las
Facultades de educación.
Es
quizá en esa relación entre escuela (espacio y acontecimiento),
desterritorialización (línea de fuga) y enseñanza (lograr el aprendizaje) que
se puede ir pensando nuevas formas de ser profesor y darle su lugar como sujeto
que hace posible algo, dentro de la enseñanza. Ese algo es un objeto de
pensamiento que está en un juego de verdades epistemológicas, pragmáticas,
subjetivas, experienciales y relacionales. Es decir, retomar un concepto de
profesor que permita ubicarse en el lugar de productor y protagonista del saber
que construye y enseña, pero este saber no se hace sin una vinculación
lógica con el saber pedagógico, una vinculación que nos ponga en el mismo
lugar de producción dentro de la escuela. Los profesores, en ejercicio y en
formación, estamos hoy en un mismo lugar de aprendizaje para nuestra práctica,
porque estamos asistiendo a una prueba de valentía, con los saberes propios de
la pedagogía y de los saberes específicos, sin olvidar nuestra propia experiencia, los
saberes cotidianos y populares, otorgados por la subjetividad vivida.
En
suma, es poner la actualidad de la enseñanza en una problematización del
acontecer inmediato de la crisis y la emergencia educativa de la pandemia del
covid-19, como oportunidad de decir algo más, quizá algo que la aventura nos
permitirá nombrar como nuevo y que, a la vez, nos ofrezca también la reflexión
que nos prepare hacia la nueva presencialidad.
Hoy
por eso hay que salvar la escuela, desde el lugar que acontezca. Hay que
encontrarse con los demás a través de la conversación, el diálogo, la transferencia
de ideas, la escucha y también la resistencia. Hay que resistirse a no
aprender, hay que acompañar y estar con los demás, en este caso con las
personas de la escuela: los alumnos, los colegas, los padres. Y para acompañar
a otros se requiere también de un estar a solas. En ese encuentro íntimo, con
nosotros mismos, en nuestra casa, quizá vamos respondiendo a la pregunta por el
afuera y a nuestra relación con las experiencias implícitas que hacemos
conscientes en ese silencio propio. Josep Esquirol (2017) nos dice que “la casa es una de las experiencias
existenciales básicas” (p. 23). Hoy más que otras épocas, estamos identificados en
ese lugar que es de acogida y reconocimiento propio. Por eso “forma parte de
uno mismo, está integrada en uno mismo”, en ese sentido nuestra casa significa
identidad y constituye la condición para tener un mundo y pertenecer a él. Por
tanto, el espacio de la casa, tanto para el profesor como para el estudiante,
no es un espacio que reemplace el aula y nunca lo será. Incluso, el concepto puede
trascender las cuatro paredes de una habitación, como también lo hemos dicho
que trasciende las del aula. La casa como esa identidad con el espacio íntimo
nos permite seguir posibilitando la salida, el encuentro con el afuera, la alternativa
por ese ejercicio circular de salir y regresar. Es un territorio de concreción,
de intimidad, pero como propio e íntimo acoge a los otros, desde otras
finalidades: con la conversación, las nuevas dinámicas en pantalla, la
nostalgia de volver a la presencialidad y devolvernos el gesto y la expresión
sin palabras. Por eso, la enseñanza hoy no es desde la casa, sino desde
nosotros mismos, haciendo consciente que lo que transita en el encuentro a
través de la pantalla o en la distancia, de nuevo rompe el espacio físico y
deja acontecer una forma de acompañamiento, que desde la palabra y múltiples
estrategias podemos pensar nuestro lugar de estudiantes y profesores. La casa
se vuelve también cuerpo que posibilita los nuevos procesos de identificación
con el mundo que estamos por estrenar. Aguardar en casa la salida nos hace
pensar más en cómo los saberes y conversaciones volverán con más fuerza y
necesidad a las aulas. Serán muchos los relatos y experiencias que estarán a la
espera de convertir esta realidad en conocimiento. Por tanto, la casa no se
transforma para el maestro en su nuevo espacio de enseñanza, seguirá siendo su
lugar de protección y condición para el desplazamiento hacia el afuera. Quizá,
más que todo, una condición para los nuevos tiempos del profesor.
Los
nuevos tiempos para la escuela hay que imaginarlos y diseñarlos como un trabajo
artesanal que responde a las acciones humanas más sencillas. Es en casa donde
nuestros procesos manuales nos han devuelto la importancia del oficio. Mi
hermano, que es artesano, me decía: aún
queda en el hombre una habilidad para el trabajo artesanal y [que] esa escondida habilidad es la que
posibilita, a cualquier persona, a iniciar un proceso de trabajo artesanal, el
esfuerzo de un maestro o profesor es tocar el botón, mediante las prácticas más
básicas y sencillas que le recuerdan a cada individuo cuáles son los materiales
y procedimientos con los que más comunión encuentra. Pero no será necesario
contar con gran habilidad, pues ella se logra con el paso del tiempo
ejercitando el oficio. El peligro radica en darle mucho tiempo a la máquina,
entonces nuevas generaciones irán olvidando las prácticas tradicionales donde
las manos ejercían acción. Todos
poseemos una herencia profunda del trabajo con las manos que está casi sembrada
genéticamente y basta con un espacio propicio para sacar a la materialidad este
recuerdo.
El
presente de un profesor es encontrar el espacio propicio para materializar con
las manos ese oficio de enseñar, de hacer que otro aprenda su saber; para
ofrecer eso que es dado con el corazón y que en parte es la palabra, esa
palabra dicha o puesta en la lección que, en últimas, es la preparación que
hace un profesor para entregar a sus alumnos. En el libro El profesor artesano, Jorge Larrosa (2020) presenta en uno de sus
apartados, una correspondencia escrita con su amigo Maximiliano, profesor
universitario en Brasil y artesano de madera y cuero. Ambos oficios llevaron al
autor del libro a establecer conversaciones en torno al oficio del profesor
como artesanía. En la correspondencia, Maximiliano le decía “el profesor
trabaja de modo atento y minucioso para crear un objeto muy particular: la
lección. Lo que el profesor hace con sus manos son las clases (o cursos).” (p. 333). Maximiliano
comparaba el trabajo de un filósofo con el de un profesor de filosofía y cómo
en este último, el ejercicio artesanal conducía a este profesor a un encuentro
silencioso de sí mismo con el bien cultural que enseña.
El
profesor en la soledad de su oficina [que en nuestro caso y siguiendo a
Esquirol sería la soledad de su casa] (…) se depara con el asunto a ser
enseñado y, si se trata de un profesor artesano, hemos de decir que ama
Heiddegger (…) Su arte consiste en animar al autor, traerlo nuevamente a la
vida por una combinación de sentido, ritmo y belleza. Para eso deberá conjugar
ejemplo, anécdotas, etimologías, citas, lecturas, etcéteras. (2020, p. 333)
Como
bien lo dijo también Maximiliano en su carta, esto nos hace pensar que el joven
estudiante descubrirá el mundo a través de esa lección, mirará el mundo a
través de esas conversaciones y diálogos con su profesor, sean puestas en un
reto, en un audio, en un blog, en un encuentro virtual, en la llamada
telefónica; incluso en un taller construido por él y pensado para sus
estudiantes; pero que el maestro al otro lado sepa que es su alumno el que
necesita aprender. El profesor le posibilita ver y crear el mundo a través de
su lección, de su plan, sentirse motivados, involucrados y, hasta molestos, en
algunos casos, por la dificultad que les ha traído la distancia y la
fragmentación de los tiempos. El profesor artesano cuida, dice Maximiliano, no
revela el misterio, porque él busca que sus alumnos sean quienes lo revelen a
través de las diversas formas del lenguaje y se asombren por sí mismos cuando
aprendan y encuentren un gusto en el aprendizaje, como lo decía Comenio. La
enseñanza regresa aquí como esa práctica del profesor que requiere de rigor y
acompañamiento. La enseñanza es el oficio, una suerte de alegría porque el otro
aprenda a nuestro lado. El oficio del profesor merece hoy un elogio que rescate
la fuerza amorosa de un profesor sin aula, porque, la ha convertido en un
acontecimiento de “espacio-tiempo del ejercicio, de la lectura, la escritura,
de la conversación, del pensamiento y, en definitiva, del estudio” (Larrosa,
2019, pág. 60). Esta idea es la reinvindicación de que no por ser ahora un
tiempo distinto, no haya lugar a estudiar y aprender.
El
oficio de profesor, entonces: un oficio como otro cualquiera, en el que hay que
hacer cosas lo mejor posible y en el que hay que tratar de encontrar, eso sí,
algún placer y alguna alegría. Nada que ver con los profesores “héroe” o con
los profesores “espectáculo” a los que nos tiene acostumbrados. (Larrosa, 2020,
p. 338)
El
oficio del profesor como artesanía representa
en muchos casos un logro para la cultura, que ve en esto la conservación de
prácticas olvidadas, como la lectura silenciosa, la
escritura creativa y la meditación. Nada nuevo por cierto, pero que representa
un logro para su oficio, a través de la defensa de su profesión, la que ama y
cuida de la misma manera como ama y cuida a sus estudiantes que desea que
aprendan de él. Por tanto, el logro también lo es porque ese saber no se puede
independizar de la cultura, así mismo, debe posicionarse el profesor frente a
este proceso de relacionarse con los saberes y lograr que la práctica
pedagógica trascienda las formas repetidas de hacer escuela, la escuela que
acontece y la próxima nueva escuela del reencuentro.
Hoy nos enfrentamos a la “aventura” (Agamben,
2018) como una forma arriesgada de ser profesor manifestada en el lenguaje y lo que el lenguaje puede permitirle
revelar a través de los saberes, las experiencias, los objetos y los sujetos
entregados a un nuevo sentido. La “aventura” la produce el profesor al lanzarse
a lo que todavía está en curso y que no es fácil saber lo que resultará
(Agamben, 2018), este evento en curso es el acontecimiento que el presente nos
está brindando. Esta idea de “aventura” nos
da a entender el sentido del riesgo, de lo nuevo y de lo que está aconteciendo
en la actualidad y quizá, incidir políticamente en la transformación educativa,
sin olvidar un oficio que nos ha otorgado la humanidad como fundamento para
comprender la crítica de pensar el lugar del profesor en estos cambios.
Plantearnos, como dice Agamben (2018), “un compromiso irresistible del sujeto
en la aventura que le sucede” (p. 20), un encuentro con el mundo, con el
presente y consigo mismo, enfrentarse a algo nuevo que no sea el espejo en el
que todos nos estamos mirando, para darle respuesta al sistema. Se busca ampliar la discusión y
replantear los lugares de enunciación del profesor y la enseñanza como
práctica; una enseñanza a lo sumo verdadera y no superficial que deja a los
estudiantes en el abandono que implica la distancia. El aislamiento no nos
puede dejar desamparados, más bien, ser condición de posibilidad para la
realización personal. El afuera es el gesto del profesor que planeó para sus
estudiantes un encuentro para aprender.
Referencias bibliográficas
Agamben, G. (2018). La aventura (Primera ed.). (A.
Hidalgo, Ed.) Buenos Aires.
Comenio, J. A. (2018). Didáctica Magna. Editorial Porrúa.
Versión Digital Moro.
Comenio, J. A. (2003). Didáctica analítica (Methodi
linguarum novissi- mae fundamentum, ars didáctica). Separata Revista
Educación y Pedagogía,, 15, 13-87.
Esquirol, J. (2017). Uno mismo y los otros. Barcelona:
Herder.
Larrosa, J. (2019). Esperando no se sabe qué: sobre el
oficio de profesor (Primera ed.). Buenos Aires: Centro de Publicaciones
Educativas y Material Didáctico.
Larrosa, J. (2020). El profesor artesano: Materiales para
conversar el oficio (Primera ed.). Buenos Aires: Centro de Publicaciones
Educativas y Material Didáctico.
Ordine, N. (2017). Clásicos para la vida. Una pequeña
biblioteca ideal. Barcelona: Acantilado.
Runge Peña, A. K. (2013). Didáctica: una introducción
panorámica y comparada. Itinerario educativo, 27(62), 201-240.
Sennett, R. (2000). La corrosión del carácter: las consecuencias
personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama.
[1] Licenciada en Español y
Literatura, Magíster en Educación, Candidata a Doctora en Educación de la Universidad
de Antioquia. Pertenece al grupo de investigación Diverser de la misma
Universidad. Profesora de Lenguaje y Literatura de la Institución Educativa Sol
de Oriente. Correo: paula.martinez@udea.edu.co
[2] Todas las cursivas que
aparecen en el texto son las voces de la experiencia de otros profesores.