La escuela ante la finitud: narración y subjetividad política
en contextos urbanos afectados por la violencia

 

Laura Zuleta Londoño[1]

Mateo Cardona Sánchez

Valentina Muñoz Acevedo

Valentina Tamayo Céspedes

 

 

Resumen

Esta reflexión surge de una apuesta investigativa que se desarrolla durante el trabajo de grado y focaliza la inquietud por las formas de opresión y de resistencia que se develan en la subjetividad política de maestros y estudiantes en contextos afectados por la violencia urbana, la desigualdad social y el confinamiento obligatorio. En un primer momento, se alude a la experiencia de los maestros en formación que, como habitantes de algunas comunas de la ciudad de Medellín, comprenden el lugar que ha tenido la escuela para encarar y desnaturalizar las semánticas de violencia en estos contextos. En un segundo momento, se profundiza en las conflictividades violentas que sacudieron la ciudad en las décadas de los ochenta y los noventa, y a principios del siglo veintiuno. Luego, la mirada pone la atención en el presente para interrogar los efectos de este pasado en la realidad educativa actual, una realidad que, además, se ve agrietada por el confinamiento que vive el mundo hoy a causa de la pandemia por el Covid-19. Finalmente, se enfatiza en la importancia que tiene la enseñanza del lenguaje y la literatura para la formación ética, estética y política de las comunidades resquebrajadas por el conflicto urbano.

 

Palabras clave: contextos críticos, escuela, subjetividad política, formación literaria, Covid-19.

 

Abstract

This reflection arises from a research developed in a degree project and it concerns about the ways of oppression and resistance that are revealed in the political subjectivity of teachers and students in contexts affected by urban violence, social inequality, and compulsory confinement. In the first time, it refers to the experience of the teachers in training. As inhabitants of some districts of Medellín city, in Colombia, they understand the role of school to face and denaturalize the semantics of violence in these contexts. In the second time, it delves into the violent conflicts that shook this city during the eighties and nineties, and at the beginning of the twenty-first century. Then, the attention is focused on the present to ask the effects of this past on the current educational reality. This reality is also cracked by confinement because of the Covid-19 pandemic. Finally, teaching language and literature for ethical, aesthetics and political training of the communities cracked by urban conflicts is emphasized as an important issue.

 

Keywords: critical contexts, school, political subjectivity, literary training, Covid-19.

 

Murmullos que vienen del pasado: resonancias de una historia polifónica

Dice Paulo Freire que “los hombres no se hacen en silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión” (Freire, 2005, p.106). En este sentido, nos reconocemos como protagonistas de nuestra historicidad y nuestra experiencia vital y nos asumimos como habitantes de comunidades que han sido afectadas por las gramáticas de la violencia y la desigualdad social. Habitar estos territorios ha hecho que nuestras reflexiones aviven la palabra y la pregunta por la alteridad, en tiempos en que la fragilidad es un lugar común que demanda un posicionamiento pedagógico dispuesto a encarar las cotidianidades luctuosas que han suscitado en nosotros un inconformismo y un malestar político. Estas realidades nos han puesto ante el desafío de situarnos como sujetos portadores de palabra, hacedores de nuevos lenguajes, capaces de albergar la voz colectiva, el gesto noble y la memoria, con miras a desnaturalizar lo atroz y de nombrar aquello que ha permanecido en los bordes. Esto nos inquieta y, a su vez, nos exige el agenciamiento de nuevos órdenes de realidad que tensionen las lógicas en las cuales se asume la pobreza, la miseria, la exclusión, la indiferencia, el hacinamiento y la marginalidad como prácticas que, muchas veces, se consideran inexorables (Frigerio, 2004).

Haber crecido en lugares en donde pertenecer, soñar, crear e imaginar parecieran hacer parte de la utopía, de lo irrealizable y de lo inenarrable, ha generado en nosotros la inquietud por un accionar político que contribuya a la construcción de nuevas formas de caminar y tensionar las dinámicas imperantes de lo instituido (Castoriadis, 1998), que le apueste a la transformación de los escenarios educativos en donde el agenciamiento de subjetividades políticas de maestros, maestras y estudiantes, interpelen la perpetuación y reproducción de las prácticas desigualitarias, terribles y pavorosas, a partir de la visibilización de las múltiples resistencias, aporías y apuestas que surgen en lugares que han sido abatidos y agrietados por los acontecimientos violentos.

Como habitantes de las distintas comunas de Medellín identificamos una violencia que le ha arrebatado la posibilidad de contemplar esas primaveras efímeras a aquellas juventudes fracturadas; al experimentar la pérdida de amigos, familiares y vecinos, esto ha hecho que reconozcamos nuestra vulnerabilidad en estos contextos en los que la vida ha sido militarizada y precarizada. Nuestro transitar como estudiantes por la escuela avivó la inquietud sobre aquellos compañeros que se veían afectados por las múltiples formas de violencia que han confluido en el devenir histórico del país y en las circunstancias sociohistóricas de los territorios. Estas circunstancias redefinen las instituciones escolares, pues estas no se limitan a un espacio físico, sino que se convierten en lugares que albergan las vidas cansadas de millones de sujetos.

Haber presenciado la deserción escolar de nuestros amigos, el cambio de las aulas de clase y el recreo escolar, como espacios de socialización y de encuentro con el otro, por las dinámicas de una ciudad que devora los rostros juveniles, ha suscitado en nosotros sentimientos de frustración al ser expectantes del truncamiento de los sueños de tantos jóvenes.

Unido a todos estos resquebrajamientos del pasado que siguen habitando el presente, el 2020 nos ha sorprendido con la llegada de un confinamiento a causa de la pandemia por el COVID-19[2], la cual ha quebrantado los órdenes cotidianos, intensificando las lógicas desigualitarias presentes en la sociedad; lo que sugiere nuevos cuestionamientos sobre las subjetividades confinadas en tiempos de emergencia. Surge entonces la reflexión por el posicionamiento que debe asumir la escuela ante esta nueva realidad que agudiza la condición de finitud, aspecto innegable al escenario educativo.

 

Medellín: memorias de una ciudad aturdida

Habitar, pensar y escuchar los susurros de la ciudad han permitido identificar esos rasgos comunes de los acontecimientos violentos vivenciados en las década de los ochenta y los noventa y de principios del siglo veintiuno, periodos en los que el desplazamiento forzado, el reclutamiento de menores para la guerra, los múltiples asesinatos indiscriminados de ciudadanos y líderes sociales, el abuso sexual y la ausencia constante del Estado, desencadenaron una aglomeración de jóvenes en las esquinas y cuadras de una urbe desdibujada. En este contexto, el narcotráfico, con su estruendo innato a pólvora, tomó cada vez más fuerza en los barrios convulsionados de Medellín, transformando la economía local y los destinos de aquellos rostros que se encontraban en la mitad de una guerra estridente y sanguinaria, lo que impuso nuevos discursos que se fueron asumiendo como la única voz posible en las comunidades, alterando las habitancias, arrebatándoles su derecho legítimo a ser portadoras y creadoras de otros destinos alternos que buscaran nuevamente la cohesión del tejido comunitario. El informe Medellín: memorias de una guerra urbana (2017) realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica da cuenta del devenir de estos procesos sociales.

 

El tejido social y comunitario se debilitó en medio del ambiente de desconfianza, miedo, zozobra e incertidumbre que experimentó la ciudadanía durante los años críticos del conflicto armado urbano en Medellín. La libertad y la autonomía se vieron coaccionadas y muchos se ausentaron del espacio público mientras languidecían los vínculos de solidaridad. (pp. 34-35)

 

Este período se caracterizó por múltiples modalidades de violencia, por una presencia constante de milicias urbanas[3], por la militarización y vigilancia permanente por parte de las instituciones castrenses; la guerra del narcotráfico con el Estado colombiano y los diversos repertorios de crueldad determinaron las formas de vida en los territorios obligados a convivir con la guerra. Este vínculo de la comunidad con el conflicto urbano estableció preferencias en las formas en que este se hacía presente en las comunas de Medellín, convirtiéndola en una de las ciudades más violentas del mundo, lo que incidió directamente para decidir quiénes eran considerados aptos para participar de la vida social y cultural y quiénes debían ser excluidos e invisibilizados. La configuración de fronteras invisibles[4] por parte de los convites, el cobro de “vacunas”[5] a los diferentes negocios de las comunidades, el robo constante de bienes materiales y el abuso frecuente por parte de quienes estaban a cargo de la “seguridad” barrial, determinaron otros derroteros que redireccionaron esos vínculos de empatía y confianza que en un principio habían protagonizado las relaciones humanas. En los relatos de los jóvenes de las comunas se advertía un reclamo por la poca presencia de establecimientos educativos para que la calle no se convirtiera en el único espacio de aprendizaje, tal como lo evidencia el escritor Gilmer Mesa en su producción literaria La Cuadra, una obra de carácter autobiográfico:

 

En estos barrios pobres la calle es el sitio en donde se pasa la mayor parte del tiempo en la infancia, a falta de guarderías y jardines infantiles, la calle suplía con ardor la sed de aprendizaje y aventura propia de la edad, es en ella donde uno descubre las cosas esenciales para la existencia, la amistad a toda prueba, el amor correspondido, el desamor doloroso y sobre todo la viveza y la malicia para enfrentar la ruda cotidianidad. (Mesa, 2015, p. 113)

 

Para muchos jóvenes no existió la posibilidad de hacer parte de los espacios educativos para la apropiación de conocimiento y la generación de experiencias, y muchos de los que lograban acceder a la escuela llegaban allí con anhelos incumplidos, con sueños frustrados y con ausencias presentes. Unido a ello, el índice de deserción escolar era la materialización de un discurso en donde la calle, el crimen y la violencia se posicionaban como esa oportunidad tan añorada para mejorar la calidad de vida; para muchos de ellos, en su proyecto social no había cabida para dimensionar la oportunidad de acceder a bienes simbólicos y educativos.

Maestros y maestras vieron confrontada su habitualidad por estas situaciones deplorables; ofrecer miradas de vida esperanzadoras en realidades tan áridas implicó para muchos de ellos silenciar su voz y huir de los barrios. Sin embargo, han existido también esos puntos de fuga que han permitido albergar la esperanza en esa ciudad amurallada y estigmatizada, lo que ha hecho que muchos jóvenes hayan encontrado en las aulas palabras cálidas y apacibles que resguardan sus vidas, que muestran otras aperturas y acontecimientos éticos y estéticos que han hecho más amable la errancia existencial en estos contextos.

 

Confinamiento obligatorio: un ruido de la finitud

En tiempos discontinuos, la pregunta por la subjetividad política en territorios donde predomina la violencia y la desigualdad se torna indispensable; a la inquietud constante por aquellos lugares que albergan estas comunidades frágiles y vulnerables, también se suma la preocupación de pensar la subjetividad en medio de un confinamiento obligatorio que, en el afán de atender a las medidas de sanidad para el control y la mitigación del COVID-19, genera una privación de la libertad, una disciplina autoritaria de la cotidianidad, la intensificación de los dispositivos de control que instauran una protocolarización de la vida, en donde el cuerpo debe asumir otras posturas que intentan aquietarlo y acallarlo. En esas semánticas de dominación y sujeción identificamos esos otros cuerpos para quienes la espera, la calma y la adhesión a la cuarentena, al parecer interminable, no garantizan la protección de la vida, por el contrario, ponen de manifiesto el riesgo latente que agudiza esas realidades que se encuentran en las periferias.

Esta contingencia ha generado también una fisura para el escenario educativo, pues las realidades escolares y los vínculos que se gestan allí se vieron trastocados y reconfigurados; el encuentro de los cuerpos, el rostro y la acogida se han visto interrumpidos por las nuevas modalidades tecnológicas, tan escasas para una gran parte de la población estudiantil, en la cual, solo hay lugar para conexiones intermitentes y mudas, pantallas negras en las que se ocultan gestos de maestros y estudiantes, voces maquinales que explican la tarea para el día siguiente, la ausencia ruidosa de una socialización indispensable para entender(nos) con el otro que nos constituye de manera singular; y con ello, la inseguridad alimentaria a la que se ven sometidos muchos estudiantes, pues “si las escuelas cierran, desaparece la merienda escolar que garantiza la supervivencia de los niños” (De Sousa, 2020, p. 54), ya que en muchos casos son los escenarios escolares los que garantizan que el hambre no siga siendo una realidad insoluble.

Así mismo, la urgencia de entender las brechas y realidades vinculadas a la escuela que hoy se hacen visibles, exige un pronunciamiento del sector educativo que logre nombrar lo que sucede con las subjetividades confinadas que se ven sometidas a entornos violentos y desiguales, que antes tenían espacio en el aula con la proliferación de sonidos, silencios, voces que interactuaban y se transformaban en lugares destinados para comprender las múltiples formas de construir un “nosotros”; inquietudes que reconfiguran los modos de enseñanza y aprendizaje, la inevitable prescripción de la vida, que vigila y limita el transcurrir de la cotidianidad y, a su vez, cohíbe la vivencia de experiencias que posibiliten respuestas éticas ante las múltiples incógnitas de quienes han padecido un mutismo exacerbante en medio de sus contextos áridos.

 

Contextos escolares: acordes de una literatura sonora

Estas reflexiones que empiezan a trascender del espacio privado al espacio público son indispensables para entender la trayectoria académica e investigativa de los maestros que hoy nos encontramos en la construcción del Trabajo de grado. Nos situamos en dos ámbitos escolares durante este proceso: en la educación primaria, específicamente en el grado quinto y en la educación secundaria, con los grados noveno, décimo y once. El primer escenario corresponde a la Institución Educativa San Pablo, ubicada en la Comuna tres (Manrique) y en el segundo coinciden la Institución Educativa la Esperanza y la Institución Educativa Pedro Claver, ambas ubicadas en la Comuna cinco (Castilla).

El haber habitado la escuela como estudiantes y posteriormente como maestros, nos ha develado que es a partir de la construcción de espacios educativos que propicien la narración y las diferentes manifestaciones del lenguaje, entre ellas el relato y el testimonio, que nos adentramos en esas múltiples subjetividades que convergen en el aula y en las comunidades, las mismas en las que resuenan esos primeros murmullos de una memoria plural que contribuye directamente a la apropiación del territorio, del barrio y de la vida misma, constituyendo una narrativa que redime y une a quienes por mucho tiempo han sido sometidos por la segregación, la exclusión y una inequidad marcada por contextos críticos, tal como lo sugiere el pedagogo Paulo Freire en su obra La pedagogía del oprimido, en la que enuncia la palabra viva como reconocimiento de sí en el otro, en un compromiso de colaborar en la construcción de un lugar común donde se humanice al otro y al mundo con la palabra.

En este orden de ideas, encontramos en el ámbito literario una experiencia estética sumamente enriquecedora, capaz de potenciar la imaginación y la capacidad de crear e inventar, opción de la que muchos estudiantes han sido despojados de manera vituperante. La literatura le permite a los maestros y maestras atestiguar el nacimiento de nuevas palabras que nombran lo inapelable, lo inamovible; además, la lectura de la experiencia subjetiva y particular del texto ofrece a los jóvenes la oportunidad de establecer relaciones significativas, en las cuales, a partir de las diferentes interpretaciones puedan interpelar aquellas realidades que terminan por agobiar sus cotidianidades. Por esta razón, la formación en lenguaje y la formación literaria deben exigir una relación con lo ético y lo político, que logre en los escolares aflorar malestares y pronunciamientos que reclamen lugares para la memoria y el relato, lo que supone la reescritura de ciertos horizontes curriculares que limitan estos procesos en un reduccionismo gramatical.

La pregunta por el “yo”, su permanencia y su devenir contribuyen a recobrar el sentido de la existencia animando otras realidades y devolviendo un sentido loable a las vidas apenas asoleadas[6]. Sentidos que se hacen más visibles gracias a los movimientos del lenguaje, que ofrecen simbolizar lo que se creía no simbolizable, tal como lo expresa Michel Petit en su obra Lecturas: del espacio íntimo al espacio público.

 

El lenguaje nos construye. Cuanto más capaces seamos de darle un nombre a lo que vivimos, a las pruebas que soportamos, más aptos somos para vivir y tomar cierta distancia respecto a lo que vivimos, y más aptos seremos para convertirnos en sujetos de nuestro propio destino. (...) Otras palabras nos dan lugar, nos acogen, nos permiten volver a las fuentes, nos devuelven el sentido de nuestras vidas. (Petit, 2006, p 114)

 

Recuperar el sentido de la vida implica el reconocimiento y la conciencia de aquellos acontecimientos que de algún modo han determinado lo que somos como sujetos y como sociedad. Los relatos, narraciones y lenguajes de las comunidades han sido mediadores para la consolidación y configuración de ese ethos colectivo que incide directamente en el tejido social, convirtiendo a los sujetos en hacedores de nuevas realidades.

Finalmente, este caminar conjunto que apenas comienza ha generado en nosotros la construcción de preguntas orientadoras que direccionan este transitar pedagógico e investigativo, con miras a seguir problematizando y reflexionando sobre el lugar que tiene la escuela en contextos invisibilizados por la violencia urbana y la desigualdad social. Estas inquietudes tienen que ver con: ¿qué formas de opresión y de resistencia se develan en las subjetividades políticas de maestros y estudiantes en contextos marcados por la violencia urbana, la desigualdad social y el confinamiento obligatorio? ¿Qué sentidos cobra la formación literaria en la construcción de nuevos órdenes de realidad y nuevas sonoridades? 

 

Referencias

Centro Nacional de Memoria Histórica [CNMH]. (2017). Medellín: memorias de una guerra urbana. Bogotá: CNMH - Corporación Región - Ministerio del Interior - Alcaldía de Medellín - Universidad EAFIT - Universidad de Antioquia.

De Sousa Santos, B. (2020). La cruel pedagogía del virus. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).

Freire, P. (2005). Pedagogía del oprimido (2nd ed., p. 106). Siglo XXI editores.

Mesa, G. (2015). La cuadra. Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia.Moncada Carvajal, J. J., & Lopera Tobón, C. (2017). Extorsión en Medellín ¿Qué es y cuáles son sus principales manifestaciones? Medellín. https://www.repensandolaseguridad.org/publicacioness/cartillas/item/extorsion-en-medellin-que-es-y-cuales-son-sus-principales-manifestaciones-comunas-2-santa-cruz-5-castilla-15-guayabal-y-16-belen.html

Petit, M. (2006). Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México: Fondo de Cultura Económica.

 



[1]Estudiantes de la Licenciatura en Educación Básica con énfasis en Humanidades, Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia. Correos electrónicos: laurazuletal@udea.edu.co, mateo.cardonas@udea.edu.co, valentina.munoza@udea.edu.co, valentina.tamayoc@udea.edu.co

[2]El COVID‑19 es la enfermedad infecciosa causada por el coronavirus que se ha descubierto más recientemente. Tanto este nuevo virus como la enfermedad que provoca eran desconocidos antes de que estallara el brote en Wuhan (China) en diciembre de 2019. Actualmente, la COVID‑19 es una pandemia que afecta a muchos países de todo el mundo.

[3]Este fenómeno de milicias hay que entenderlo como el paso que dan los movimientos guerrilleros del predominio de la lucha armada al trabajo político de las masas, y a la combinación de todas las formas de lucha. Tiene que ver, en este sentido, con un cambio de la estrategia guerrillera de la guerra popular prolongada que buscaba avanzar del campo a la ciudad con un ejército organizado. Su origen también está ligado a la situación de precariedad de la ley, de inseguridad general y de la ineficacia de la justicia; estos grupos ofrecían servicios de vigilancia y protección que combinaban con actividades delictivas.

[4]El efecto de las fronteras es dividir territorios entre bandas criminales y/o grupos armados ilegales, reconociendo jurisdicciones para llevar a cabo distintas actividades delictivas como el tráfico de estupefacientes. La consecuencia de pasar una frontera invisible puede ser un ataque o incluso la muerte, tomando en cuenta que miembros de los grupos monitorean toda la población que entra y sale de una zona.

[5] La extorsión o “vacuna” es una de las formas en las que se hace visible el control territorial ilegal en Medellín. “[...] Además de ser un delito, es una forma de control territorial y protección violenta. Es un error nombrar la “vacuna” como micro-extorsión, simplemente es extorsión sin importar el valor del cobro (Moncada, 2017, p. 9).

 

[6] Término utilizado por el escritor chileno Pedro Lemebel en su crónica La esquina es mi corazón (o los New Kids del bloque), haciendo referencia a las vidas soterradas, marginalizadas y empobrecidas de los barrios populares de Santiago de Chile. Comunidades sometidas a destinos precarios por políticas que mercantilizan la vida de las minorías.