La escuela en ausencia: escrituras reflexivas en torno a la práctica pedagógica y la enseñanza de la lengua y la literatura durante el confinamiento obligatorio por la pandemia de Covid-19 en Colombia

 

Gloria María Zapata Marín[1]

Lina María García Gómez[2]

Michael Mejía Buitrago

Natalia Taborda Cardona

 

Resumen

Debido a la emergencia global de salud decretada por el Covid-19, nuestro país entró en confinamiento obligatorio -cuarentena- desde el mes de marzo de 2020 e hizo que todas las instituciones educativas, centros escolares y universidades fueran los primeros espacios sociales aislados de forma obligatoria. Las instituciones educativas, entonces, empezaron un proceso de migración a plataformas virtuales para continuar con los procesos formativos y educativos que siempre se han llevado a cabo en la escuela. Ya no podemos ir a esos espacios escolares para encontrar, conocer y re-conocer a los sujetos que los habitan, para entender qué dinámicas se tejen allí, pero estamos apoyando algunas acciones formativas con los maestros cooperadores desde la virtualidad.

Este quiebre ha hecho que ellos y yo, como maestra asesora, nos preguntemos por esta “nueva realidad” que interroga nuestro hacer, nuestro ser y nuestro quehacer de maestros en una escuela en ausencia.

 

Palabras clave: formación de maestros, práctica pedagógica, escuela, enseñanza de la lengua y la literatura, pandemia, Covid-19.

Abstract

Due to the global health emergency generated by Covid-19, a compulsory confinement -quarantine- began in our country since March 2020 and made all educational institutions, schools, and universities the first social spaces isolated on a mandatory basis. Therefore, educational institutions started a process of migration to virtual platforms to continue training and educational processes that have always been carried out at school. We can no longer go to those school spaces to find, meet, and re-cognize the individuals that inhabit there; to understand the bonds woven there, but we are supporting some educational actions with training teachers from virtuality.

This break has made them and I, as advisor, wonder about this "new reality" that questions our doing, being and work as teachers in a school in absence.

Keywords: Teacher Training, Pedagogical Practice, School, Language and Literature Teaching, Pandemic, Covid-19.

 

Ahora que la escuela no está, qué bueno sería estar en la escuela

 

Gloria María Zapata Marín

 

Nostalgia: presencia ausente de algo. Ausencia: certidumbre de existencia.

 

Desde hace unos 15 años, soy maestra. Y desde hace unos tres meses, soy maestra de maestros frente a una pantalla. Cuando el brote de Covid-19 -porque así se llama este virus- apareció, tenía la vaga certeza de que aquí, a nuestro país, también llegaría; sin embargo, somos seres de esperanza y, tal vez, muy en el fondo, quería pensar y creer que no. Pero llegó devastador con su presencia amenazadora y real. Y entonces, todo cambió. El orden naturalizado fue subvertido y, arrasándolo todo, también tomó a la escuela, que entró en ese vértigo palpable que cada día se ha hecho presente. Es por esto que me he decidido a escribir estas pocas líneas, porque creo que no se puede seguir pensando que todo está igual, que nada ha cambiado; porque la cuestión es que todo ha cambiado.

Los primeros diálogos con mis estudiantes de práctica eran un intento por no perder la esperanza, por tratar de mantener una aparente normalidad que nos permitiera ir, día a día, con calma, con tranquilidad. No obstante, lo cierto es que cada día es más difícil mantener-se-nos esperanzados; que se trastocan claridades y oscuridades que, ahora, representan los días, porque las fechas han perdido sentido y se han vuelto opacas y difusas.

Uno de esos intentos se centró en tratar de mantener los procesos de práctica pedagógica -aunque ahora fueran virtuales- cercanos a la normalidad y ello implicaba que podíamos acompañar a los cooperadores en sus encuentros sincrónicos con los estudiantes de sus grupos y apoyarlos en algunas acciones o actividades formativas. Al llegar a este punto, tanto los maestros en formación como yo nos vemos abrumados por todas las cosas, situaciones, tensiones, dolores y enojos que esos maestros de las instituciones que pretendemos acompañar también están viviendo; queríamos ser oportunos y diligentes, pero parece que somos un tanto impertinentes. Todo esto que nos ha acontecido, nos ha traído la inquietud, la pregunta, la zozobra posiblemente; la incertidumbre ciertamente.

Es por eso por lo que invité a estos maestros en formación que acompaño, para que fuera la escritura la que nos permitiera revelar esto que nos pasa; como dice Larrosa (2003, p.31); esta sensación de pesadumbre y de impotencia, aunque queramos mantener nuestro ánimo cálido y dispuesto. En ese texto escrito a varias voces aparecieron entonces algunas preguntas: ¿cómo ser maestros ahora en esta nueva realidad?, ¿cómo enseñar lengua y literatura desde estas nuevas formas de relacionamiento?, ¿tiene sentido enseñar lengua y literatura en estos tiempos donde parece predominar el sinsentido, lo vacuo?

Así se gestó este texto. Es una manera de contar y contarnos la forma en que hemos vivido este tiempo extraño e insólito. Es un espacio para hacernos relato de múltiples voces como posibilidad de conversación, de diálogo. Es oportunidad para, desde estas cuatro voces, decir-nos en escritura; para volver a preguntarnos por la escuela, que es igual a preguntarnos por nosotros mismos, en este tiempo suspendido.

 

La escuela: encuentros y desencuentros en el mundo virtual

 

Lina María García Gómez

 

Vivimos de los recuerdos, como aquella ocasión en la que por un momento fuimos maestros y cortésmente, al final de la jornada, dijimos hasta luego, sin saber que la semana próxima no volveríamos a cruzarnos con los cientos de personajes que caminaban por los pasillos. Las sillas polvorientas aguardan por su dueño. El silencio se ha convertido en el protagonista de la estructura y la jerarquía de las escaleras se olvidó de que podrían representar algún tipo de poderío. Las voces que antes decían “buenos días” se han quedado olvidadas en el sigilo del mundo moderno; ahora un chat y una plataforma son la nueva escuela y la única manera de responderle al gobierno.

Las escuelas no exentas del cambio de ruta han pedido que nos reinventemos. Sin embargo, en el afán de no tener ningún retraso ha querido que sigamos hablando en términos cotidianos. Y es que, actualmente el mundo entero se ha paralizado alrededor de una verdadera calamidad pública y, aunque sea importante poner en debate dicha cuestión, prefiero situar mi atención en la transformación de lo que hasta el momento conocemos como didáctica, sobre todo, en relación con la literatura y la contingencia.

En primer lugar, es preciso saber que la didáctica, a lo largo de la historia, ha sido un tema de análisis y preocupación desde distintas disciplinas que se han ocupado de pensar, por ejemplo, cómo funcionan los procesos de aprendizaje (psicología), y la relación que tiene a la hora de responder la pregunta de ¿cómo se debe enseñar? La didáctica busca responder al cómo, dónde, qué, para qué de la enseñanza y allí es que se pone en juego nuestra coyuntura, pues, ¿de qué manera se piensa la didáctica en un escenario virtual? O aún más ¿qué vigencia siguen teniendo los contenidos curriculares, cuando la escuela como espacio físico ha dejado de funcionar? Probablemente, estas respuestas se hayan encaminado desde las diferentes instituciones hacia el mero hecho de -igual que en la presencialidad- seguir un currículo, entregar ciertos contenidos, cumplir objetivos y hacer la respectiva evaluación como si nada de esto hubiese cambiado, es decir, sin analizar los contextos en los que los diferentes protagonistas se mueven, y más allá, sin tomar en cuenta lo complejo que podría resultar no tener el acompañamiento de un maestro o que, por el contrario, los nuevos “educadores” sean los padres.

Ahora bien, en lo que respecta a la literatura y al lenguaje, el camino se hace un poco más difícil de andar, porque pensar en las clases soñadas desde las palabras llevadas al mundo de la virtualidad hace que, en parte, desde mi perspectiva, su sentido deba cambiar y, por ende, la manera de llevarlas a lo que hoy son las aulas. De este modo, al tener que adaptarse a las circunstancias, los proyectos de lengua planteados por Camps (2016) serían un poco la teoría que serviría para llevar a la práctica la lectura y la escritura a través de una pantalla, sin dejar de lado lo literario como gusto y compañía para el presente.

En este punto, no se trata de enseñar literatura y/o de buscar libros que al final sirvan como base para una tarea o de poner a “leer por leer”, sino de compartir la literatura, porque en el placer por ella está su verdadero sentido. Nuestra coyuntura ha hecho que sea aún más valido dicho postulado y los maestros somos apenas unos portadores de una pasión que se contagia, para que el lector pueda reflejarse en la realidad que las obras presentan, pero también para que pueda evadirla, a partir de la imaginación que ella misma le permite alimentar; por eso:

 

Lo necesario es hacer de la escuela un ámbito donde lectura y escritura sean prácticas vivas y vitales, donde leer y escribir sean instrumentos poderosos que permiten repensar el mundo y reorganizar el propio pensamiento, donde interpretar y producir textos sean derechos que es legítimo ejercer y responsabilidades que es necesario asumir (Lerner, 2001, p. 26)

 

Por tanto, literatura y didáctica tienen que estar unidas a la elección de aquello que se quiere leer o conocer, porque más que una búsqueda por la formalidad del texto o por notas cualitativas, la nueva sociedad que se está tejiendo necesita de sujetos que se piensen, imaginen, reflexionen y tengan diferentes perspectivas de lo que el mundo afuera espera.

Para terminar, y con el afán de responder a algunos de los tantos interrogantes que hoy nos abordan, la literatura ha sido el lugar, por medio de la educación, en el que se siguen tejiendo redes; escribimos para decir lo que sentimos y leemos para encontrarnos en la voz de un otro que, en algún momento, también tuvo la necesidad de contar. La escuela se fue, cambió y dejó la fría estructura, para acogerse a los calurosos diálogos que sus habitantes siguen construyendo.

 

La literatura es como un río

 

Michael Mejía Buitrago

 

“Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.”

Jorge Luis Borges. Arte Poética

 

La literatura es el río en que nos miramos o es el río en que nos ahogamos; es la posibilidad de nadar con la corriente o patalear contra ella; es mirar el río y ver en él la unidad del tiempo que en su constante derivar hace que el universo cambie y que el río también. El río que es el mismo, pero que cambia, es el mismo porque agua por él fluye y por ella es río, y cambia precisamente porque fluye el agua; su fluir, que son las corrientes que desde atrás empujan con fuerza, precipitando el encuentro del río con un vasto mundo en el mar. El tiempo que es el mismo pero que cambia, es el mismo porque rostros por él fluyen, y cambia precisamente porque fluyen los rostros; su fluir son los deseos y miedos que en los rostros se acomodaron en cada tiempo que es diferente, dando inicio al fin, o fin al inicio de los momentos de cada siglo.

Borges (2020) dibuja su arte contando de la literatura que: “También es como el río interminable / Que pasa y queda y es cristal de un mismo / Heráclito inconstante, que es el mismo / Y es otro, como el río interminable.” El río es interminable no por su tamaño o abundancia, sino por su constancia; la constancia lo hace interminable porque lleva agua que lleva rostros, porque lleva rostros que llevan al tiempo. En la literatura se hace unidad el tiempo, el agua hace unidad al río; el río es río desde la montaña en la que nace hasta el mar en donde muere; la literatura es literatura desde el dolor en el que crece hasta el amor en donde muere. Acá muerte no es final, es cambio. Es unidad porque hay un común: lo humano en el tiempo, los rostros en un río.

La literatura nació en algún momento para entender a Dios, para entender su obra y algunas veces, su furia o su decisión; nació para un griego cuando lo humano lo hizo valeroso y también insignificante. La literatura fue la mente de Dios en voz del hombre; fue lo que explicó aquello que el hombre creyó entender. Cuando la ciencia mató a Dios, la literatura perdió su campo sagrado pero ganó, o mejor, recuperó lo que nunca nada pudo arrebatarle: la  comprensión de lo humano en el tiempo, lo humano que se funde y confunde en un presente narrado con números, comprado con plata de papel, lo humano que se mide y se compra. Pero la literatura es rebelde, y aún busca a Dios sin mencionar a Dios, y siempre busca lo humano mencionando lo humano.

La literatura es escuchar, y el escuchar se agudiza porque las razones que ella de la historia nos brinda, quedan eternizadas; son razones contenidas en libros que nadaron milenios y centenios por un río de rostros; imposible pedir más razones a lo que el libro cuenta, ellas ya están; la responsabilidad del rostro que lee y escucha razones es comprender por qué están esas y no otras. Por eso, la literatura como el río lleva rostros, rostros que escuchan pero que tienen voz para ser escuchados, son voces que cuentan lo humano, que narran el tiempo y a medida que lo narran, lo cambian. Por eso la literatura es unidad, porque no se escucha si no hay voz y no hay voz si no se escucha.

Elementos innumerables hay para decir lo que la literatura es y, más aún, argumentos innumerables hay para contar el sentido de que ella esté en la escuela, porque desde el inicio de este texto lo comencé a contar. Ahora, con todo lo expuesto, supongo más amena la tarea de someterme a concretar qué sentidos hay en enseñar literatura en tiempos de pandemia, sobre todo, porque la situación mundial agudizó todo lo que en la actualidad genera algún malestar en lo humano, no porque necesariamente haya potenciado el malestar, sino porque lo hizo evidente.

En nuestro país, por ejemplo, se han hecho más visibles las injustas condiciones de vida de algunos y los privilegios de otros; se ha hecho patente una cultura del robo por parte del Estado, con buena cantidad de funcionarios públicos implicados; se ha reafirmado en los ámbitos local, regional, nacional y mundial, la evidente preocupación por sostener un modelo económico que crea pirámides de clases, razas e ideologías, es decir, pirámides que clasifican lo humano; se ha manifestado el hambre de los medios por maniobrar los pensamientos del común.

Si es lugar común esperar de la escuela una institución que prepare al hombre para la vida en sociedad, o mejor, que lo prepare para ser civilizado, debe también ser lugar común que la educación con literatura le dé la posibilidad al hombre de lograr tales fines y, más aún, porque si el arte nos revela nuestra propia cara, nos revelará cómo es y cómo podría ser.  Hoy, en época de pandemia, se construyen imaginarios de una sociedad que ha perdido un rumbo porque no lo ha construido en un tiempo que no se detiene a crearlo, una sociedad que es líquida y no tiene forma, que se adapta a unas circunstancias que le son ajenas por la fluidez de la que es víctima (Bauman, 2002). Se construyen utopías para una realidad que las necesita, porque la “utopía”, aunque desde su definición etimológica sea un “lugar que no existe”, da posibilidades de imaginar deseos y sueños o, en otras palabras, es el impuso para recorrer camino[3].

La pandemia, que ha detenido a la escuela en el tiempo, debe ser la razón para que ella intente hacerse del tiempo que ha parado, y para que los maestros que ven a la literatura como algo para aprender, también escuchen en ella los rostros que enseñan cómo está el corazón, cómo palpitan las venas con el miedo, o cómo está la herida que nunca sanó o el sueño que no ha despertado. La literatura, que nos acerca a lo humano y que nos regala a la vida es, en este momento, el río que ya se detuvo y el tiempo que lo hace con él; y ahora, con la quietud del instante, la literatura es la que reconoce los rostros porque los escucha y los ve, la que reconoce la unidad que ella es y que se brinda en agua que dejó de correr.

 

 

Literaria soledad: el trabajo de maestros y estudiantes

 

Natalia Taborda Cardona

 

¿Qué pasó con el recorrido que religiosamente me enseñaba sobre la vida y la sociedad?, ¿qué pasó con las palabras de los niños en las escuelas?, ¿por qué ya no puedo guardar en mi memoria los rostros inocentes que solían darme esperanza en este mundo ya cansado de tanto daño?, ¿qué sucedió con el abrazo, con el beso y la caricia?, ¿dónde están la esperanza, la alegría y el alboroto? Ahora me encuentro rodeada de una profunda y densa soledad, un lápiz empuñado en mi mano y mi mente queriendo hacer cambios. Me veo entonces obligada a reflexionar sobre un mundo enfermo y una sociedad agonizante.

 Todo se quedó afuera menos los libros, finalmente son los únicos que soportan las inclemencias del tiempo, la presencia del olvido y las enfermedades que atañen al hombre. Doy gracias, pues en ellos encuentro mentiras que a falta de realidad decido creer; ese asunto verosímil no me deja morir, me demuestra que las acciones se repiten.

Boccaccio, en su libro Decamerón, me narraba a partir de cuentos la peste bubónica y me permitía extender mis reflexiones sobre si es posible o no huir de la muerte. Camus, en su novela La peste, narra de forma existencialista una sociedad que muere de cólera; temas y situaciones no muy alejadas de las que hoy estamos viviendo. Poe, por su lado, en el cuento La máscara de la muerte roja, demuestra una vez más los abismos sociales y la falta de humanidad de algunos dirigentes.

Así pues, los libros configuran las ventanas al presente, al pasado y al futuro, son las muestras tangibles del recuerdo, los contenedores de pensamientos de hombres y mujeres que han dado su vida para que nosotros no olvidemos la historia. Entonces, ¿cómo no leer y hablar sobre literatura, si en ella encontramos nuestros anhelos estéticos, nuestras más diáfanas pasiones e incluso nuestras más crudas realidades?

Mientras esas ideas se exponen en estas líneas, el sistema educativo pretende continuar como si nada, enseñando contenidos sin causa y en un abandono que solo de escucharlo mencionar causa dolor. No se trata de dejar la enseñanza de lado, sino de entender que las circunstancias ameritan maestros apasionados, entregados a la reflexión de aprendizajes, capaces de reconocer en la literatura una posibilidad para alivianar las cargas de espíritu. Hablar del uso de la literatura convoca algo más que el término “taller” que, según el pedagogo argentino Ezequiel Ander-Egg (1991), está expuesto a un uso indiscriminado e impreciso; las pequeñas actividades que se formulan para el “análisis” de textos no alcanzan a esbozar la potencia que conlleva estar frente a un buen ensayo, cuento o manifestación escritural. Es por ello que no debemos pensar la lectura como medio y tampoco como fin, más bien se trata de recorrer la vida en compañía de libros que nos enseñan, nos plantean retos y nos demuestran que no estamos solos.

¿Qué pasa entonces con esos cuerpos, con esa energía que contiene el vehículo que nos permite recorrer los senderos de la vida? ¿En dónde están las marcas, las posturas, los vestuarios, los accesorios que demuestran nuestra esencia y libre desarrollo de la personalidad? No gozo de respuestas, pero sí de una mente ruidosa y de un cuerpo que ya se está cansando de tanta quietud; extraño el bailoteo, el ruido constante de los pasos de mis profesores de universidad, el zapateo persistente a causa de la ansiedad o tal vez el nerviosismo del maestro al momento de dar explicaciones mientras su mente está tan revuelta como la de nosotros.

¿Y la voz, en dónde se encuentra? Antes pedía silencio mientras explicaba algo o me extendía reflexionando sobre la importancia de leer críticamente, en ocasiones, incluso, me divertía escuchando las historias sobre amor que las estudiantes recitaban a grito herido; la palabra silencio era una recurrencia dentro de la escuela, ahora hay tanto de eso, que ya mi voz comienza a aturdirme en el espacio virtual al que hoy llamo aula.

Este texto hizo el trabajo de fuga para apaciguar el pensamiento que por estos días es tan confuso. “Escribir es agregar un cuarto a la casa de la vida” decía Adolfo Bioy Casares, mis pretensiones con este no están muy alejadas de ello, aun así, considero necesario pensar el cuerpo, la voz y la literatura hoy y siempre.

 

 

De la escritura como invitación

 

Escribir es tratar de saber quiénes somos, describiéndonos. Y no puede haber escritura sin lectura. Al escribir, también nos leemos: miramos en el fondo de nosotros mismos porque la escritura y la lectura nos ayudan a abismarnos. Luego nos vuelven a sacar a flote y nos ponen en el valle de la existencia, en la realidad misma, pero ya con más noción de lo que somos.

Juan Domingo Argüelles (2017)

 

Lo que queda en este texto es una invitación abierta para que sea la escritura la que nos lance desde el umbral sin cruzar de la incertidumbre y la vacilación, hacia una posibilidad de conversación y escucha atenta y cálida. Estas reflexiones no van a cambiar la situación en la que nos encontramos en este momento; pero nos dan la oportunidad de, como nos dice Argüelles, tener más noción de lo que somos. Nos reconocemos entonces frágiles, solitarios, esperanzados. Queremos volver a la escuela y, no obstante, la pregunta que se empieza a esbozar, a vislumbrar es: volver a la escuela, ¿pero para qué? Y con esto no estamos diciendo que no tenga sentido regresar; todo lo contrario. Es un regreso anhelado, pero que debe interpelarnos por una transformación de las formas en las que hasta ahora hemos habitado ese escenario. Es la ocasión para resquebrajarlo todo, porque la estructura se ha fracturado.

 

Referencias

Ander-Egg, E. (1991). El taller: una alternativa de renovación pedagógica. Buenos Aires: Magisterio del Río de la Plata.

Argüelles, J.D. (2017). Escribir y leer con los niños, los adolescentes y los jóvenes: Breve antimanual para padres, maestros y demás adultos. México: Océano Express.

Bauman, Z. (2002). Modernidad Líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Borges, J.L. (2020) Arte Poética. Texto consultado en línea. Tomado dehttps://poemario.org/poeta/jorge-luis-borges/ Fecha de consulta: marzo 20 de 2020.

Camps, A. (1996). Proyectos de Lengua entre la teoría y la práctica. Cultura y educación, 2, 43-57.

Lerner, D. (2001). Leer y escribir en la escuela: lo real, lo posible y lo necesario. México: Fondo de Cultura Económica.

 



[1] Profesora asesora de prácticas pedagógicas en la Seccional Oriente de la Universidad de Antioquia. Correo: gloria.zapatam@udea.edu.co Integrante del Grupo de Investigación Somos Palabra: formación y contextos de la Facultad de Educación. Este texto recopila mi escritura y la escritura de tres maestros en formación de la Seccional Oriente de la Universidad de Antioquia. Estos estudiantes cursan el séptimo semestre de la Licenciatura en Educación Básica con énfasis en Humanidades, Lengua Castellana y, en este semestre 2020-1, están matriculados en la Práctica Pedagógica IV: enseñanza de la lengua y la literatura en secundaria. Yo los acompaño como maestra asesora de práctica.

[2] Estudiantes de la Licenciatura en educación básica con énfasis en Humanidades, Lengua Castellana en la Seccional Oriente de la Universidad de Antioquia. Correos: lina.garcia13@udea.edu.co; michael.mejía@udea.edu.co y natalia.tabordac@udea.edu.co

[3] En una conferencia dada en la Universidad de Cartagena por Eduardo Galeano y su amigo, Fernando Aguirre, director de cine argentino, le hicieron la pregunta a Aguirre de “¿Para qué sirve la utopía?” y el respondió, en palabras de Galeano: “Esa pregunta me la hago todos los días. La utopía está en el horizonte, y si está en el horizonte yo nunca la voy a alcanzar, porque si camino diez pasos, la utopía se va alejar diez pasos; y si camino veinte pasos, la utopía se va colocar veinte pasos más allá. Yo sé que jamás la alcanzaré. ¿Para qué sirve? Para eso, para caminar”.