Resemantizar el mundo: dos experiencias como maestros egresados
del Alma Máter
Ana
María Saldarriaga Zea[1]
Wilson
Pérez Uribe[2]
Resumen
Este
texto aborda las reflexiones de dos Licenciados en Educación Básica con énfasis
en Humanidades, Lengua Castellana, alrededor de su experiencia como egresados
de la Universidad de Antioquia. Uno lo hace desde la enseñanza de español para
extranjeros y otro desde la escuela. Estas trayectorias y puntos de vista se
entretejen en una narración llena de tensiones, retos y aprendizajes. Se
describen y se reflexionan los espacios pedagógicos en los que los egresados se
desempeñan, ampliando nociones sobre didáctica, pedagogía, saberes
disciplinares, así como encuentros con las dinámicas mismas del mundo laboral.
Finalmente, se apunta hacia cuál es el lugar del egresado, qué aporta, cómo
resignifica sus espacios de trabajo, de creación de sí mismo y de proyección de
vida.
Palabras clave: didáctica y pedagogía, literatura y lengua castellana,
universidad y sociedad, saber disciplinar.
Abstract
This
text addresses the reflections by two Bachelors in Basic Education with an
emphasis on Humanities, Spanish Language, about their experience as graduates
of the University of Antioquia. One reflects from teaching Spanish as a foreign
language and another from school. Their experience and points of view are woven
into a story full of tensions, challenges, and learning. Pedagogical spaces, where
the graduates work, are described and reflected, expanding notions on didactic,
pedagogy, and disciplinary knowledge. Also, the encounters with the dynamics of
the world of work are related. Finally, it points to where the graduate's place
is, what he contributes, how he redefines his workspaces, self-creation, and
life projection.
Keywords:
didactics and pedagogy, Spanish literature
and language, university and society, disciplinary knowledge.
Trashumancia
Meses
antes de terminar la universidad y después de haber regresado de un paro de
aproximadamente veinte semanas, me invadía la incertidumbre de no ver con claridad
el camino que –de haber uno– yo estaría supuesta a seguir. Eran apenas los
albores del año 2019 y pensaba constantemente en qué sería de mí allá afuera en
ese mundo voraz lleno de aves rapaces y competitividad del que tanto había
despotricado, pero al que finalmente iría a parar.
Por
esa época empecé a sentir un apetito insaciable por lo que yo llamaba “el mundo
real”. Quería salir de la universidad para dejar a un lado la comodidad de la que
gozamos con el título de estudiantes y que nos permite licencias de las
que tal vez no somos conscientes, sino hasta que estamos afuera: podemos faltar
a clase, llegar tarde, irnos temprano, tardear en una jardinera con los
compañeros de clase, iniciar cualquier trama amorosa a punta de “¿tintico o
qué?”, nadar en la piscina, ir a clases de danza, ver una película en el Camilo[3], tomar clases en el
programa de Filología, participar de los coros poéticos de la Facultad de
Educación, viajar a eventos literarios en diferentes municipios de Antioquia,
asistir a congresos nacionales e internacionales, hacer parte de un semillero
de investigación, trabajar a través del Sistema de Estímulos Académicos,
aprender alemán en multilingua o inglés con el proyecto LEO… Al menos eso fue
lo que yo hice, y, mirando en retrospectiva, solo puedo sentir un profundo
agradecimiento por todas las apuestas formativas y recreativas que ofrece
constantemente el Alma Máter.
Con
todo ello, el amor que siento por la U como campus, como espacio físico, pero
también simbólico, no estuvo exento de tensiones. Debo confesar que los últimos
meses no quería habitarla, no quería seguir discutiendo y filosofando sobre la
escuela con base en los mismos autores ya bien conocidos y citados dentro las
cuatro paredes del aula universitaria. Sentía que de eso había sido suficiente
y que era hora de salir de esa zona de confort para verme en escena en la
escuela verdadera.
Figura
1: Jimmy Liao, The sound of colors, 2001.
Así,
después de terminar las últimas materias, no volví a la universidad. Debo
confesar que me sentía muy feliz estando en casa y teniendo la oportunidad de
hacer otras cosas que había postergado o relegado a un rincón de mi vida por
casi seis años. Fue el tiempo para compartir en familia, hacer ejercicio, leer
los libros que yo quería sin pensar en hacerles un análisis literario o
preparar una exposición, o, simplemente dormir hasta tarde. Por dos meses, fue
una vida de ensueño, pero una vez su efecto terminó, me encontré con que no
tenía trabajo, ni plata, ni experiencia laboral; que seguía viviendo con mis
padres y que, además, no me habían llamado de ninguno de los lugares a donde
había enviado, esperanzada, mi hoja de vida.
Pensaba
que, dado que tenía una carrera profesional ejemplar, con un buen promedio, dos
idiomas, un título de normalista superior y varias ponencias y publicaciones,
tendría un perfil lo suficientemente atractivo como para ser contratada o por
lo menos entrevistada por algún rector de un colegio del sector privado. Pues
no, el teléfono nunca repicó, ni por error.
Sin
embargo, como dice mi cantautora favorita -la caleña Marta Gómez- “la vida
aprieta, pero abraza”, por lo que un día recibí una llamada del coordinador
académico de un instituto de enseñanza de español para extranjeros, campo en el
que no tenía ningún tipo de formación y que, tal vez, no me terminaba de
convencer porque intuía que el enfoque sería más gramatical que literario y yo
estaba ávida de literatura y no tanto de lingüística. Me preguntó si ya tenía
trabajo y ante mi negativa me sugirió una entrevista el día siguiente con una
prueba de tablero sobre la diferencia entre el pretérito perfecto y el
pretérito indefinido. Yo tenía una noción muy vaga de los tiempos verbales del
español porque hacía muchos años que lo había estudiado, así que esa tarde me dispuse
a preparar la clase, con material didáctico y algunas ideas teóricas y
prácticas, y un cuento infantil, porque siempre es bueno poner a las cosas una
impronta propia.
***
Los
retos han sido muchos. El primero es la disciplina que es necesaria para
cumplir con el mismo horario día tras día, sin excusas y sin tardeadas con
café. El segundo es el desgaste físico y anímico que trae consigo cada semana.
Los primeros dos meses rebajé dos tallas y mi cuerpo sufrió evidentes cambios
físicos de los que aún me estoy recuperando. El tercero es la adaptación a un
grupo de trabajo consolidado y a un reglamento interno del trabajo que tiene
normas que debes seguir, más allá de tu opinión. El cuarto es el aprendizaje (y
algunas veces repaso) de la gramática del español: los modos, los tiempos
verbales, el vocabulario y todas las categorías gramaticales. El quinto es
pensar y crear -en conjunto con mis compañeros de trabajo, por supuesto- una
didáctica que permita la enseñanza del español como lengua extranjera de una
manera sistemática y secuenciada que esté en sintonía con el trabajo que en
materia de Enseñanza en Lengua Extranjera (ELE) se hace en otras partes de
Colombia, en España o en otros países de Latinoamérica. El sexto es la ética
profesional (necesaria para desempeñar cualquier labor), pero que en mi caso
tiene que ver con la imagen cultural que yo les enseño a los extranjeros no
solo de Colombia y de Medellín, sino también de América Latina. En este
sentido, mi experiencia laboral me ha servido muchísimo para reconocerme como
parte de un continente que comparte rasgos culturales, luchas sociales y
sufrimientos históricos muy similares.
Figura 2: Nota: archivo personal.
***
Figura 3: Emily Winfield, Oddfellow´s Orphanage, 2012.
se pueden guardar muchas cosas.
Un rayo de sol, por ejemplo.
(Pero hay que encerrarlo muy rápido,
si no, se lo come la sombra).
Un poco de copo de nieve,
quizá una moneda de luna,
botones del traje del viento,
y mucho, muchísimo más.
(…)
María Elena Walsh
En
el baúl de los recuerdos guardo memorias muy gratas de mi paso por la
universidad: rostros, lecturas, gestos, ojos sonrientes, conversaciones
profundas y abrazos honestos… La universidad me ayudó a construir una casa de
palabras, una morada interior no sólo teórico-conceptual, sino también
simbólica, metafórica, o, si se quiere, poética.
Gracias
a lo que aprendí en sus aulas y pasillos, fui consolidando una caja de
herramientas útil para la enseñanza de español a extranjeros. Películas,
directores, textos teóricos, artistas callejeros, relatos y cuentos populares
de Colombia han tenido un papel protagónico en mis clases, lo que me recuerda que
los maestros somos palabreros, mediadores del mundo exterior a través de la
palabra, a través de los relatos, a través de los cuentos que contamos y, cuya
misión, como lo diría Gustavo Martín Garzo (2012), “no es comentar la vida,
sino ampliarla, ofreciendo a quienes los escuchan nuevos territorios que deben
aprender a explorar” (pág. 106).
Así,
tengo la obligación de pensar responsablemente en la idea de ciudad, de país y
de región que voy a legar en cada clase a mis estudiantes. Por ello, ha sido
muy importante el bagaje cultural e histórico adquirido en la universidad,
porque en cada encuentro puedo contarles un poco sobre el conflicto armado
(tema siempre de interés para ellos), sobre el narcotráfico, el turismo sexual,
el tratado de paz, los falsos positivos, la tercerización del trabajo, el TLC y
la corrupción, pero también sobre las apuestas de resistencia de los pueblos
afro, de los desplazados, los indígenas, las mujeres, los líderes sociales o
los jóvenes que, desde el arte, el humor, la música, el teatro, la fotografía o
el grafiti, siguen creyendo en que es posible una Colombia distinta y que
luchan, como lo cantaría poéticamente el panameño Rubén Blades, “por un mañana
de esperanza y de libertad”.
En
este sentido, les recomiendo siempre el documental “El testigo: Caín y Abel”,
junto con el trabajo fotográfico de Jesús Abad Colorado, el libro “El olvido
que seremos” de la mano con el documental “Carta a una Sombra”, así como el
trabajo artístico de Doris Salcedo, entre otros. De esta manera, he descubierto
no solo que es posible, sino indispensable, integrar otros saberes en la
enseñanza del español como lengua extranjera.
Leemos
“el futuro” de Julio Cortázar para ver cómo el futuro simple puede ser también
poético, o intentamos seguir atentamente las “instrucciones para llorar” de
este gran escritor argentino para ver que el imperativo sirve para algo más que
sólo dar órdenes; con la esperanza de que conozcan, grosso modo, el fenómeno
del Boom latinoamericano y que, por lo menos, escuchen el nombre de algunos de
los exponentes más importantes en materia literaria en América Latina.
Escuchamos “para la guerra nada” de Marta Gómez para ver en acción los
artículos indeterminados, pero también para dar un mensaje de paz en estos
turbulentos tiempos de guerra; escuchamos a Calle 13 y les recomiendo
agrupaciones como Mounsier Periné, Bomba Stereo, Herencia de Timbiquí, La
Guaneña y Chocquibtown para que conozcan eso que es “hecho en casa”, con mucho
amor y de gran calidad.
Porque
educar es, en esencia, legar, entregar a otros palabras y experiencias, soñando
con que, un día, “ese navío llevará nuestra carga de palabras hacia puertos
distantes, hacia islas lejanas” (Celaya, 1997).
Habitancias del
egresado
Toda
experiencia es acontecimiento. Se revela en lo inacabado, en aquello que
irrumpe de manera gradual y definitiva. La universidad es el espacio simbólico
donde tiene lugar ese saber de experiencia. Indefensos ante el mundo, la
universidad es acogida y hospitalidad; es también recibimiento. En la
universidad aprendimos a leer en la conversación. Los conceptos se desmigajaban
concretos. La praxis educativa era asumida como un reto. Había felicidad en
ello.
Los
espacios que uno construye –para hablar en primera persona-, son aquello en los
que descubrimos una cierta resistencia íntima. Fundar una casa hecha de
metáforas era preciso para izar las velas de un viaje, para muchos,
desconocido. La universidad es habitáculo de esos espacios. Uno los atiborra de
palabras, de saberes, de trayectos. Luego, juiciosamente, tendrá que limpiar un
poco, en términos de seleccionar, aprehender, coleccionar aquello
indispensable. Así, aparecen ciertas lecturas, ciertos rostros amigos y algunas
escenas donde era preciso aprender la palabra escuela, la palabra maestro, la
palabra enseñar.
Las
tramas que rodearon mi formación como maestro, delimitaban, en su extensión,
una serie de narrativas donde visionaba el escenario escolar. La escuela, ese
constructo rizomático se deshacía al imaginarlo. La condición ésta es que se
funda cuando se cruzan sus puertas. En su interior circulan los gestos, las
respiraciones, las alocuciones de estar aprendiendo y desaprendiendo.
Si
bien las prácticas pedagógicas entreabrieron una dimensión de lo formativo, el
encuentro, cara a cara, con el contexto social, implica el choque con una
realidad azarosa. La palabra azarosa es escrita con honestidad. En este
sentido, la formación de una cierta mirada sobre el mundo se desestabiliza. En
ese temblor se reconocen otros rostros, se ensancha la cultura propia, se
reinventa la palabra aprendida. Precisamente, ser egresado de la Universidad de
Antioquia, del pregrado de Licenciatura en Educación Básica con énfasis en
Humanidades, Lengua Castellana, suscita esa condición de incertidumbre. Pero,
me pregunto, ¿no es en la inestabilidad de las cosas diarias donde afinamos el
paso, la ruta, la aventura diaria?
Figura 4: Quint Buchholz, Niño con libro, 2013. |
La
condición de egresado, ¿qué origina?, ¿qué nociones enmarca?, ¿qué trazos
dibuja? Uno solo puede hablar de lo vivido. Las experiencias son el trayecto
donde uno se proyecta. El lugar se desconoce. El punto de llegada es el infinito.
No hay estabilidad. No se puede hablar de firmeza, tampoco de certezas.
Las
condiciones socioeconómicas de un país como Colombia resultan ser curiosas. Hay
disponibilidad de una serie de recursos renovables y no renovables sin parangón
en todo el planeta. Sin embargo, los índices de desigualdad, el desempleo, la
capitalización monetaria y el acaparamiento de las riquezas del saber por unos
pequeños grupos profesionales, genera que muchos jóvenes no puedan acceder, de
manera fácil y digna, al mercado laboral.
No
hay que reducir la formación de sí a la posibilidad de construir un proyecto de
vida centrado en el trabajo. Como egresado estoy en la posibilidad de fundar
una casa interior donde sea más importante la forma de apropiarme de las
dimensiones que guían mi ser maestro. La literatura, sin duda, es el motivo
inicial que da forma a esa casa interior. Michéle Petit (2016) dice que “leer sirve para elucidar la propia
experiencia singular” (pág. 59), en el sentido de que la percepción sobre el
mundo se individualiza, se hace concreta. La amistad con la literatura permite
que esas características sociales, en el marco colombiano, se dibujen de otra
manera. El egresado es agente de sentido, conmovido hacia el pensar, la
creatividad y la resistencia íntima.
La
experiencia personal habla de la formación de esa casa interior. Como egresado,
la primera amalgama de significados que otorgué a mi profesión como maestro se
sustentó en la investigación, la lectura, la escritura y en espacios de
conversación diseñados por una motivación personal. La investigación, desde el
plano de las emociones políticas y las subjetividades, se ancló en una ruta
formativa donde se consolidó el contacto pedagógico con estudiantes de
maestría. Así, lectura y escritura se aunaron a una idea de comprensión de la
escritura hecha por mujeres. El Sistema de Bibliotecas de la Universidad de
Antioquia, en su común fraternidad, abrió las puertas y ventanas a un proyecto
de charlas donde el diálogo, la discusión y el compartir iban definiendo esa
otra forma de ser maestro.
Todo
espacio es formativo. Hablo con esto, de la casa. El silencio de la casa donde
existe la intimidad de los objetos cercanos. Los libros, en esa estancia
rústica y cuidada, propiciaban la escritura, la reflexión, el desacomodamiento
de lo sabido. Como egresado también me constituyo en ese espacio no reducido a
la tecnociencia de la actualidad. La soledad del egresado que se sabe
profesional, que puede erigir un proyecto de vida audaz y pertinente. ¿Para
quién? ¿A quién le sirve el egresado? En un primer momento, a la sociedad, por
supuesto. En un segundo momento, a sí mismo, en el sentido de ser un arquitecto
de su propio devenir.
Martha
Nussbaum (2010), en esa atinada experiencia que traza en torno al concepto de
ser ciudadanos del mundo, no solo justificó toda una trayectoria académica,
también sugirió, de manera definitiva, una idea de maestra que debía
fortalecer. En este sentido, el lugar de la escuela tomó forma en mi camino
profesional, suscitando un acontecimiento en el que era probable la puesta en
juego de saberes, el diálogo pedagógico, la lectura de contextos y la apuesta
por una educación mirada desde el arte, el lenguaje y el pensamiento crítico.
Las
habitancias en la escuela: los niños leen en voz alta, la conversación entre
los maestros, algunos jóvenes ríen a carcajadas, alguien está en silencio,
otros ojean un cuaderno. El mundo está contenido en ese nicho de palabras. Estar
en la escuela era como nacer de nuevo. El mundo se miraba con ojos de novedad.
El acontecimiento, aquello que irrumpe en la mirada, estaba en la figura
entrañable de preparar la clase, de instaurar una reflexión por lo didáctico,
de apostar por ciertos ideales formativos que, seguro, habrían de deformarse.
Llevaba
en la mente, en aquellos días de pericia escolar, este poema de José Manuel
Arango (2009):
Apalabrar
Pero al niño ciego le dicen ésta es la lluvia
y él la acepta en el dorso de la mano
y le dicen éste es el azulejo
y él pasa suavemente las yemas por el cuello corvo
Lluvia, azulejo: nombres
para las perplejidades del niño ciego.
Figura 5: Jungho Lee, Paseo, 2017. |
Orientaba mis sentidos en la amplitud
de esas “perplejidades” del niño que acaricia el pájaro y sostiene la lluvia
entre sus manos. La mirada en su dejarse decir se situaba en un lugar
privilegiado: observar procesos creativos de argumentación, interpretación de
textos visuales y de lectura poética. No era gratuita la experiencia. Implicaba
equilibrar el caos, el orden, las fortalezas, las debilidades, las apuestas
comunes que se ciñen en el aula de clase con las exigencias institucionales:
los formatos, las claridades procedimentales, las dinámicas laborales. Eran
mundos aparentemente separados.
La
estancia en el colegio, de carácter privado, me otorgó otra(s) visión(es)
alrededor de la educación. La personalización del aprendizaje, el cuidado de
los otros por encima de todo, el diálogo constante con los padres de familia,
el reconocimiento más cercano, más íntimo si se quiere, del proceso de cada estudiante.
Llegué a comprender que la universidad era puente para la formación de unos
criterios de vida. La universidad fue la dinamizadora de algunas preguntas que,
ciertamente, se cristalizarían en el medio educativo. Y así lo fue, y así lo
agradezco. Cada día tiene su impronta, su matiz, su textura. En el colegio, esa
denotación de egresado de una universidad pública, se amalgama y se enriquece.
Sin
duda, los procesos de enseñanza y de aprendizaje van generando espacios para la
construcción de proyectos vitales en los que la voz de los estudiantes se pueda
escuchar con más claridad. La apuesta por crear un diccionario sobre memoria histórica
con el grado sexto resultó novedosa y apremiante. Los estudiantes pensaban el
lugar de la guerra, la paz, la violencia, el amor, la vida. En este sentido, el
ejercicio didáctico se ha ido orientando a espacios de reflexión y de creación
que van más allá del aprendizaje formal de la lengua. En este mismo sentido, la
apuesta por la lectura de algunas mujeres escritoras para pensar la literatura
contemporánea, en el grado once, resultó interesante, en la medida que los
estudiantes reconocieron una serie de procesos históricos y estéticos que
rodearon a autoras como Simone de Beauvoir, María Zambrano, Alfonsina Storni y
Frida Kahlo. El mundo que creíamos dado, establecido, supuesto, se resemantiza
constantemente.
***
Toda
pregunta entraña una condición de incertidumbre. Pero en el no saber bien
se abre un preciso camino para re-fundar, para-reconstruir. Así, la pregunta
por el egresado se sustenta por los espacios que habita, en los cuales deja
ciertas huellas, en un intento por recuperar la imposibilidad de saberse en
esos espacios. Ello implica movimiento, imaginación, apertura a la reinvención
de sí. El egresado, aunado a lo personal, se constituye como tal, cuando
conserva el legado de la universidad. El egresado hace las veces de conservador
de saberes en las diferentes extensiones del territorio. Es un agente de
diálogo y de construcción. La universidad funda en él un tiempo y un lugar
donde son posibles los comienzos. El egresado es prolongación constante de
ellos. Ello involucra una actitud de apertura de singularización de la mirada,
de atenuación de algunos prejuicios. En definitiva, como egresado, no dejo de
ser más que un eterno aprendiz.
Referencias
Arango, J. M. (2009). Poesía
completa. Sevilla: Sibilina.
Buchholz, Q. (2013). “Niño con libro”. https://www.quintbuchholz.de/
Celaya, G. (1977). Educar
es. https://lapoesiatoda.wordpress.com/2017/12/22/educar-de-gabriel-celaya/
Lee, J. (2017). Paseo. Granada, España: Barbara Fiore
Editora.
Liao, J. (2001). The sound of colors. https://www.pinterest.ca/pin/412572015833340187/
Martín, G. (2012). Una
casa de palabras. En torno a los cuentos maravillosos. México, D.F.:
Editorial Océano de México.
Nussbaum, M. (2010). Sin
fines de lucro. Madrid: Katz Editores.
Petit, M. (2016). Leer el
mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural. Buenos Aires: Fondo
de Cultura Económica.
Walsh, M. E. (1965). En
una cajita de fósforos. https://www.poeticous.com/maria-elena-walsh/en-una-cajita-de-fosforos?locale=es
Winfield,
E. (2012). Oddfellow’s Orphanage.
https://www.pinterest.cl/pin/270919733813281118
[1] Egresada
de la Licenciatura en Educación Básica con énfasis en Humanidades, Lengua
Castellana. Universidad de Antioquia. Correo electrónico: ana.saldarriagaz@udea.edu.co
[2] Egresado
de la Licenciatura en Educación Básica con énfasis en Humanidades, Lengua Castellana.
Universidad de Antioquia. Correo electrónico: wilson.perezu@udea.edu.co
[3]
Se hace referencia al Teatro Camilo Torres Restrepo de la Universidad de
Antioquia.