Acoger, leer, conversar, pensar, educar: entre pedagogía y psicoanálisis

 

Laura Palacio Giraldo[1]

Diego Alejandro Carrillo David

Manuela Arango Tobón

Valentina Bermúdez Casas

Nancy Botero Areiza

Sarah Flórez Atehortúa

 

Introducción

El presente artículo documenta algunos pasajes que hacen –singular y común– la experiencia de pertenecer al semillero de investigación “Conversaciones entre Pedagogía y Psicoanálisis”. Su estructura consta de un breve recorrido por la historia del semillero, en la que se destacan algunos hitos y decisiones que a lo largo del tiempo han permitido que este espacio adquiera su forma actual. Posteriormente, se comparten los sentidos construidos por una parte de las/os integrantes del semillero en relación con su participación en dicho espacio; sus testimonios se condensan en cinco verbos que expresan los lazos que allí se tejen entre lo singular y lo común.

La historia del semillero se remonta al año 2009, cuando la Facultad de Educación decidió promover de manera amplia la existencia de estos espacios de formación. Una forma de hacer viable su funcionamiento consistió en conformar grupos de estudiantes que permitieran la apertura de cursos electivos en el marco de los cuales se desarrollaban estas experiencias.

El grupo de investigación nació –en el año 2006– con una preocupación muy particular: superar una tradición en la que el psicoanálisis se hacía presente como un saber para ser aplicado a la educación, campo que a su vez parecía no tener nada que enseñar a quienes encarnaban el saber psicoanalítico. De ahí que el nombre, desde el comienzo, revele la apuesta por una conversación entre los dos campos, ambos reconocidos como fuentes de saber: la pedagogía y el psicoanálisis. No obstante, esa tradición perseveraba en sus pretensiones de reproducirse, desconociendo cualquier autoridad a los educadores y a sus saberes.

Cuando el Centro de Investigaciones Educativas y Pedagógicas comenzó a formalizar estos espacios a través de convocatorias, cada semillero definió unos criterios de participación y, en nuestro caso, siguiendo el ejemplo de otros, las/os aspirantes debían postularse y llevar a cabo un proceso de selección que contemplaba un escrito y una entrevista; eventualmente se consideraba el número de créditos cursados y el promedio académico acumulado. Coordinado por un/a integrante del grupo de investigación, el semillero se organizaba alrededor de esa persona y los intercambios con el grupo eran prácticamente inexistentes.

Mientras tanto, con el horizonte de proponer una conversación entre pedagogía y psicoanálisis, en el grupo de investigación se llevaron a cabo búsquedas que mostraron otros caminos posibles de relación entre los dos campos. Se iniciaron lecturas e intercambios que ofrecieron posibilidades para que la conversación aconteciera y para que la aplicación cesara. Un hallazgo importante fue reconocer cómo esa conversación fluía en el trabajo intelectual de algunos pedagogos argentinos que el grupo empezó a leer y tuvo la ocasión de contactar. Dos encuentros fueron claves: una entrevista realizada a Graciela Frigerio y otra a Estanislao Antelo; estas inspiraron la realización del primer evento organizado por el grupo en el 2014.

Varias investigaciones del grupo situaron el aplicacionismo y el desprecio como rasgos de la relación entre la pedagogía y el psicoanálisis en Colombia, incómodas formas que activaron un trabajo para el cual los encuentros con los colegas antes referidos fueron elaborativos y entusiasmantes. Admitiendo la dificultad de eliminar esos rasgos, pero también al haber conocido otras formas posibles de esa relación, la atención se desplazó hacia la reflexión de problemas educativos concretos que, más allá de las disciplinas en juego, conmovían el pensamiento de algunas/os integrantes del grupo.

En estos intercambios empezó a aparecer con mayor frecuencia la referencia a un misterioso libro llamado “El maestro ignorante”, en el que se hablaba de la posibilidad de enseñar incluso lo que no se sabe, se planteaba que el problema de la educación no es la ignorancia sino el desprecio –como nos lo presentaba Antelo–, y se sostenía –como supimos por Graciela Frigerio– que todas las inteligencias son iguales.     

Años después de la primera cohorte, vivificados por estos encuentros e ideas, surgió el entusiasmo por una nueva cohorte del semillero para albergar estos efectos. En 2015, en contraste con lo que se venía practicando e inspirados también en la experiencia desarrollada por el Grupo de investigación sobre formación y antropología histórica e histórico pedagógica –FORMAPH–, entre 2004 y 2009 (caracterizada por unos encuentros abiertos en los que coincidían estudiantes y profesores en el marco de un semillero), se decidió construir un espacio que tuviera una relación directa con el grupo de investigación, propiciando periódicamente instancias compartidas de formación e intercambio.

Conocer la existencia de una hipótesis que afirmaba la igualdad de las inteligencias, impulsó la eliminación de los requisitos de admisión al semillero. Se consideró que esta experiencia era el tiempo propio para las vacilaciones, para las exploraciones, por lo que tampoco se establecieron criterios de permanencia. El espacio dejó de estar organizado alrededor de un/a profesor/a y su coordinación empezó a circular entre las/os participantes considerando sus trayectorias y niveles de implicación.

La elección de leer “El maestro ignorante”, sin buscarlo, le otorgó una autonomía al espacio interrumpiendo, a su vez, la idea según la cual en un semillero se reproducen los saberes de un grupo de investigación. Sin embargo, el semillero ha heredado una forma de lectura apropiada por el grupo en sus investigaciones y que conocimos gracias al psicoanalista Juan Fernando Pérez: la lectura intratextual. La conversación es otra herencia.

Egresados, profesionales de otros campos, estudiantes de pregrado y posgrado, y profesores de la Facultad componen la escena en la que desde hace cinco años se lee y se conversa alrededor de las disonantes ideas de Jacotot que Jacques Rancière da a conocer en el libro. Además de leer y conversar, en el semillero se formulan y se discuten proyectos y resultados de investigaciones, y se organizan instancias de intercambio académico con interlocutores que desafían nuestro trabajo y pensamiento.

Para la escritura de este artículo se conformó un grupo de responsables que firmamos como autoras/es, pero la materia prima del trabajo fueron los testimonios que algunas/os integrantes del semillero se dispusieron a compartir generosamente en relación con su experiencia allí. La ruta de elaboración contempló, en un primer momento, la decisión de formar parte de la publicación convocada desde el Centro de Investigaciones Educativas y Pedagógicas de la Facultad -CIEP-. Para la generación de los contenidos se tuvieron en cuenta las orientaciones brindadas en la convocatoria; se estableció que los aspectos vinculados a la historia y propósitos del semillero serían desarrollados por integrantes activos y con mayor tiempo de permanencia. En cuanto a los aspectos que según las orientaciones consultaban por los frutos generados al interior del semillero a nivel personal, de formación en investigación y en relación con la enseñanza, se invitó a quienes contaran con la disponibilidad y el deseo, a proporcionar en máximo una página un testimonio que sintetizara su experiencia, recogiendo uno o varios de los aspectos consultados en la forma que más cómoda les resultara.

En los tiempos definidos para la recepción de los testimonios, trece participantes hicieron llegar sus escritos. El equipo responsable de la escritura del artículo leyó cada uno de los testimonios prestando atención a los rasgos comunes presentes en sus contenidos. Como resultado de ese ejercicio se reconoció la insistencia –explícita e implícita– de unas acciones que en su simultaneidad y en los hilos que las conectan; entrañan lo que puede y lo que no puede decirse acerca de los sentidos de existencia de este semillero. Hemos decidido traducir esas acciones en los siguientes verbos: acoger, leer, conversar, pensar y educar.

En el desarrollo del texto se privilegian las palabras escritas por los participantes y, ese propósito, sin pretenderlo, dio forma a este artículo en el que prima la estructura de una conversación en cada verbo.

 

Acoger

El verbo acoger adquiere en los testimonios compartidos por las/os participantes del semillero diversas significaciones que nos proponemos presentar en tres momentos: en el primero, se comparten dos nombres que vinculan la acogida con los criterios de participación que orientan la configuración del semillero. En el segundo, el verbo acoger aparece representado en unos gestos que se despliegan ante el arribo de cada nueva/o participante. En el tercer momento, se condensan algunos de los efectos que causa la acción del verbo acoger, ya no solo en función de los criterios de participación y del arribo, sino del devenir de los encuentros.

En relación con los criterios de participación, la significación del verbo acoger se expresa a partir de la respuesta a dos preguntas que tendrían la siguiente composición: ¿quién puede asistir al semillero?, ¿cuándo puede (o debe) hacerlo? A la primera pregunta, los testimonios responden diciendo: cualquiera, y a la segunda: cuando quiera. Estos son dos de los nombres de la acción de acoger en este espacio. Veamos.

De la asistencia de cualquiera nos habla Alejandro cuando relata de qué forma llegó al semillero y la sorpresa que le causó su conformación: 

 

Conocí al […] profesor de la materia sujetos en el acto educativo […]; él […] nos hizo la invitación para participar de un semillero de investigación, […] yo sí estuve muy emocionado porque nunca había hecho parte de algún grupo de investigación […], también me asustaba un poco por pensar en la falta de experiencia académica […]. Así pues, fue como me enteré […]; al inicio era súper tímido, llegué lleno de preguntas […], no hablaba mucho y me intimidaba demasiado el hecho de saber que estaba con personas tan diversas con sus maestrías, doctorados y a veces ni entendía el por qué estaban tan mezclados todos[2] […]. Pero al pasar el tiempo […] mi mente absolutamente curiosa no podía dejar de asistir a las reuniones que se convirtieron en más que un semillero de investigación en […] un tiempo y espacio ya necesario que me empezó a refrescar.

 

Más adelante Alejandro añade:

 

Me han exhortado de muchas formas; […] han sabido exponerme sin imposiciones sus ideas, sus puntos de vista, sus perspectivas. Quizá fue su pasión por la academia, no visto en las calles e instituciones agrestes en las que crecí […] donde, por el contrario, se ha enseñado a pelear por todo, una voz, por un lugar. Quizá sea eso lo que me desconcertó desde un inicio en el grupo, que no importa tu nivel académico, social o cualquier variable, todos teníamos algo que aportar […] o recibir.

 

Manuela y Lena, en relación con este primer nombre de la acogida, se refieren a los “requisitos” de participación en el espacio. La primera nos dice:

 

Ante mi incredulidad, este Semillero me ha enseñado que es posible construir espacios […] a los que cualquiera puede llegar sin más requisito que su presencia. […] La acogida, […] es un acto que he visto presente […] cuando llegué en un principio y cuando vuelvo después de ausentarme por momentos.

 

En el caso de Lena, ella agradece esa singularidad del espacio y señala:

 

Aún en la intermitencia, este espacio me ha sostenido a flote, me ha brindado motivos en aquellos ratos en que siento no poder encontrarme con nadie, en los que me siento incapaz de querer estar aquí. Gracias por la apertura, por no tener requisitos habilitantes y, sobre todo, por permitirme aprender a conversar con ustedes. 

 

Valentina nos enseña su versión respecto a la acogida de cualquiera:

 

Con miedos, ansiedades y silencios llegué a este espacio […]. Con alegría y hospitalidad (que se mantienen hasta hoy) me recibieron y acogieron. Han pasado cuatro años desde entonces. Cada momento y encuentro ha sido entrañable. De allí que los viernes, cada quince días, traigan cierta particularidad y encantamiento […]. Es un espacio en el que cualquier otro es bien llegado, acogido y reconocido, en el que se toma la palabra y son válidas las interrupciones. Podría decir que el Semillero es casa, morada, refugio, convocación. Por ello, creo que muchas otras personas deberían habitar este espacio.

 

Por su parte, Lina destaca un efecto que la lógica de participación que se viene describiendo propicia: se trata de un espacio común del cual sus integrantes se sienten parte, sin ser propietarios. Ella sostiene:

 

El semillero […] es, sin duda, una de las mejores experiencias que he podido tener desde mi ingreso a la Universidad de Antioquia […]. Es un espacio para la libertad, la deconstrucción, el pensamiento, la palabra y la escucha. Además, siempre emerge la posibilidad de sentirlo como propio, aunque no nos pertenezca del todo.

 

En las palabras recorridas se ha hecho visible que la asistencia de cualquiera se conjuga con otra “regla” presente en la dinámica del semillero: la acogida que describe la disponibilidad para recibir a cualquiera se amplía a la de recibirle cuando quiera. Marlon David y Nancy nos hablan de esto. Él expresa:

 

Desde hace alrededor de tres años, y no sin cierta intermitencia, participo en el semillero […]. En ese poder ir y venir, vagabundeo que hemos practicado muchos de los miembros, se dibuja oblicuamente una hipótesis de trabajo: el poder de cualquiera. Cualquiera puede unirse, irse, volver, tomar la palabra, que es de todos y es de nadie.

 

Mientras tanto, ella nos relata:

 

Llegué por primera vez al semillero […] y fue por accidente, ya van a ser –en medio de intermitencias por mi parte– 4 años […]. Me gusta del semillero que se puede llegar cuando uno quiera, a cualquier hora, me gusta la acogida, el presentarnos las veces que sea necesario; al inicio decía(mos) nuestros nombres, lo que estudiamos, pero ahora no es tan relevante, nos limitamos a decir cómo nos nombramos.

 

El testimonio anterior nos permite introducir la segunda significación del verbo acoger a partir de las palabras enunciadas por las/os participantes. Esta vez, se trata de un gesto que tiene lugar ante cada nueva llegada: la presentación–bienvenida.

Viviana resalta que es “habitual y ritual, antes de iniciar cada sesión del semillero, presentarse, así seamos muchos, y así la persona que llegue por primera vez, sea una”. En consonancia, Yeleni evoca lo que le produjo este gesto tras su llegada:

 

Recuerdo mi primer día […], la bienvenida y la presentación de todos sus integrantes me hizo sentir […] que estaba en casa […]. Sucedió que llegó mi turno para presentarse y la razón me dictó mencionar todo mi perfil académico y hasta laboral […] hasta que escuché la presentación de una chica […]. En ese instante se develó ante mí la necesidad de […] dejar huérfano el ego.

 

En ese campo de sentires vinculados a la presentaciónbienvenida, Nayibe aporta los suyos:

 

Llegar a un lugar nuevo y desconocido, invitada por una colega de trabajo, resultara notorio, si no hubiese sido bien recibida, bien llegada; pero cuando te dan un caluroso recibimiento y entiendes la importancia de habitar un espacio por gusto, validas la postura de asumirte como maestra en constante formación, en construcción y resignificación permanente desde el ser, sentir, hacer y decir.

 

Habiendo recorrido los gestos y nombres que representan la acción de acoger a través de las palabras de los integrantes del semillero, los fragmentos que hemos elegido para concluir se detienen en describir los efectos de ese verbo puesto en acción en dos registros que llamaremos así: el subjetivo y el intersubjetivo. En cuanto al primero, Alejandro hace sonar la palabra alegría:    

 

El hecho de conocer gente como los del grupo es para mí una oportunidad invaluable y preciada, no soy un gran elocuente ni mi léxico el más rico ni fluido, pero he participado con alegría, con mucho respeto se me ha escuchado y tenido en cuenta. Es la universidad la que me ha brindado esa oportunidad de cumplir mi objetivo y que me ha dado a conocer a personas tan especiales como las del semillero.

 

Su experiencia parece estar signada por un descubrimiento:

 

Me han transformado integralmente, me han formado académicamente y me han regalado un punto de vista del mundo, nuevo, del que no creía y eso me hace querer seguir ahí, con ellos, para enriquecerme cada vez más y aportar de algún modo también.

 

Las palabras de Diego Alejandro sugieren que el semillero colabora en la construcción de un deseo de perseverar en un trabajo que aloja numerosos obstáculos: pensar.

 

Al principio tenía mucho susto porque no estaba familiarizado con las formas de interactuar propuestas, además, en el espacio había personas con las que me sentía intimidado. Con el pasar de los encuentros y pese a conservar ese susto, al finalizar cada reunión, la sensación de acogida, sentirme escuchado, me animaba a seguir pensando alrededor de las conversaciones allí sostenidas.

 

A la alegría y al ánimo a pensar, se suma la libertad. Lena escribe:

 

Empezaré por decir lo primero, lo más importante. Este espacio para mí ha significado libertad. Libertad de ser quién soy. Libertad de despojarme de unos discursos y unas ropas que nunca he querido que me pertenezcan, que nunca han reflejado mi deseo. Libertad de verme de frente, sin recurrir al castigo. Libertad de compartir, sin estar temerosa de todas las contradicciones que habito.

 

En cuanto a los efectos que hemos llamado intersubjetivos, Nancy nos permite situar un punto de partida –que puede presentarse cada tanto y que también aparece representado en el susto inicial referido por otros participantes– que en el devenir del espacio parece interrumpirse, dando lugar a la compañía, la cercanía, el encuentro. Ella nos cuenta: “Llegué con mis bellas amigas y creo que nos refugiábamos[3] entre sí, llegábamos juntas, nos sentábamos juntas, todo juntas”. Entretanto, para Manuela el semillero ha sido una experiencia en la que se comparten “inquietudes, angustias, asociaciones y esperanzas. Nos hemos hecho compañía, me he sentido acompañada y eso no ha sido poco”. En este sentido, un hecho ha sorprendido a Alejandro:

 

Ahora en tiempos de pandemia, distanciamiento social y virtualidad […], llegué a pensar que […] se iba a parar con las lecturas y que no los volvería a ver, pero para sorpresa mía es cuando más vinculado y cercano me he sentido.

 

La acogida parece poner en juego un más allá del formalismo que alberga el título “semillero”:

 

La palabra amable, el gesto de preocupación por el otro, el encuentro fuera de lo formativo, entre otros, son gestos que […] configuran un encuentro entre eso que converge entre la pedagogía y el psicoanálisis: lo relacional, lo vincular. También […] ha traído efectos para mi vida personal y profesional y por eso manifiesto mi gratitud por este espacio. (Viviana)

 

Leer

Leer, como acoger, es un verbo constitutivo del trabajo del semillero; siempre sucede y, como lo hacen evidente las/os participantes, sus formas no pasan inadvertidas. Estas ponen al descubierto un ritmo que es reflejo de una decisión que se renueva en cada encuentro: la renuncia a la prisa.

Para comenzar, Marta Nora refiere que la prisa es “ese gran obstáculo que […] hemos puesto al pensamiento” y, oponerse a ella, como sucede en el semillero, es una cualidad «que hace posible “habitar los textos”, “rumiarlos”, “digerirlos”». Nayibe detalla al respecto: “no vamos con prisa, por el contrario, se para... releer, se medita frase por frase, se discute, se aporta, evitando dejar pasar algún mensaje que quiso comunicar Rancière al escribirlo”.

Como en toda lectura, siempre está presente un contenido: el libro del autor al que se ha referido Nayibe es el objeto alrededor del cual acontece cada reunión. Nancy nos relata su experiencia con el mismo:

 

Empezaron a leer, […] salí trastocada, por lo diferente del espacio: un libro común, leer sin afanes (nada, ni poquito, todo menos eso), que cualquiera puede ir y leer.  […] Como no tenía el libro, lo busqué en internet y lo imprimí, por mucho tiempo llevé esos papeles impresos que se fueron llenando de rayones, preguntas, señales (ahora que tengo el libro de la “versión rosada”, continúan las preguntas, los subrayados).

 

Valentina describe el movimiento de la lectura: “leyendo o escuchando, deteniéndonos, volviendo atrás, deteniéndonos de nuevo, volviendo más atrás o incluso más adelante y regresando a un punto inicial o importante”. Este ritmo trastocado y que trastoca, Nancy lo vincula con la palabra irrupción, porque en la lectura existe «la posibilidad de decir “no, no entendí, ¿leemos otra vez?”, y también la de repetir y volver (en tiempos y lógicas donde hay un deseo de avanzar)». Irrupción, porque «hay “algo común” (que no necesariamente es el libro), nuevo para todas y todos».

Como es evidente, renunciar a la prisa no significa quietud. Por el contrario, parece causar una disponibilidad a la conmoción de las relaciones con el saber: renunciar a comprenderlo todo.  

 

La forma de leer también ha sido particular […], como si el tiempo tuviera otro sentido. Leemos sin prisa y sin el afán de comprenderlo todo. Dispuestos a compartir las preguntas y asociaciones que van surgiendo. Esto me ha hecho pensar que los ritmos y los tiempos de la academia son una invención nuestra y que por esto no hay una sola manera de vivirla. (Manuela)

 

Para Nayibe:

 

No tendría el mismo valor leer […] sin ver rostros asombrados, confundidos, esperanzados o sospechosos –como el mío en varias ocasiones por no tener certeza de lo que se afirma–al no comprender el mensaje que quiso compartir el autor.

 

Las palabras de Diego Alejandro precisan el siguiente hecho: la renuncia a comprenderlo todo no indica abandonar el trabajo de comprender algunos sentidos. Él manifiesta:

 

Con el pasar de los encuentros fui descubriendo […] cómo intentar comprender a partir de lo que la misma lectura dice; también aprendí a preguntarle al texto cuando algo no es claro, volviendo a leer […]. A veces, claro está, no hay respuestas y entonces habrá que lidiar con la incertidumbre.

 

Leer, sin prisa y sin pretensión de comprenderlo todo, simboliza –en este caso– la relación con unos contenidos que en los últimos cinco años de esta experiencia han resultado provocadores para la conversación: “La igualdad de las inteligencias, la voluntad, la enseñanza, el método universal, la posición respecto a.…, Jacotot, cómo enseñar francés sin saber francés, o tocar piano u otra cosa. Eso hizo eco, hace eco”. (Nancy)

 

Conversar

Conversar es el verbo que está en el corazón del trabajo del semillero; como recuerda Manuela, la excusa –para la conversación– “ha sido, la mayor parte del tiempo, la lectura de un libro”, y como enuncia Nayibe, “es la palabra la que teje y fluye alrededor” de él.

La composición a la que hemos dado forma con este verbo recorre, en un primer momento, aquellas características del espacio que actúan como condiciones que posibilitan la conversación, a saber, el respeto por la palabra diferente, la ausencia de jerarquías y censuras, y la renuncia al consenso. En un segundo momento, referencia una de las formas que ha asumido la conversación en el semillero; esta consiste en la toma de la palabra, gesto que se resiste a que la palabra sea dada. Posteriormente, se detiene en la escucha –acción que causa la toma de la palabra–, reseñando algunos de los aprendizajes y deseos que inspira su puesta en acto. Por último, nombra algunas de las repercusiones que la experiencia de conversar inscribe, según lo dicho por algunas/os participantes.   

Para comenzar, en relación con las condiciones que posibilitan la conversación, Marta Nora resalta del espacio “el respeto que se prodiga a la palabra diferente”; en él, “la conversación es algo que se torna casi en un método de conocimiento que orienta el despliegue de las ideas, los sentimientos, o los conceptos de quienes allí coincidimos”.

Nayibe asocia el fluir de la conversación a un viaje hacia “reales formas de aprendizaje, donde nadie es más que nadie, sino que el estar en iguales posiciones, mirándonos a los ojos, sin la existencia de poderes ni jerarquías, haciendo aportes y comentando un texto, tiene gran valor”.

Por su parte, Nancy testimonia: «es de los espacios más “revolucionarios, revoltosos” […] en los que académicamente he participado, por muchas cosas, porque no hay una voz imperante, porque hay escucha, conversación».

En su lugar, Lena comparte algunos de los atributos que adquiere este verbo en el acontecer de los intercambios:

 

En el semillero encontré, sin pretenderlo, […] una forma de existir que resonaba conmigo: la de la conversación. Una conversación sincera, agitada, pasional, comprometida, atenta, despistada a ratos, incomprensible a veces; sobre todo, libre del peso excesivo e insoportable de la cordialidad, tan presente en nuestras vidas... aún en una academia que tiene la osadía de nombrarse crítica.

 

Con este inventario de atributos, parece claro que el horizonte del verbo conversar no es el consenso sino la experiencia de compartir, de ahí que Manuela anote: 

 

También hay desencuentros, a veces diferencias irreconciliables que nos han llevado a pensar cómo abordarlas y hemos aprendido que justamente se trata de darles lugar, no de borrarlas ni de buscar afirmarnos los unos a los otros. Admitir el disenso como otra posibilidad de encuentro.

 

Una frase pronunciada en el año 2014 por Gabriela Diker dio lugar a la configuración de una singular dinámica de intercambio en el semillero, que lo recorre aún en sus efectos: “dar la palabra es un acto de subordinación”. Esta frase inscribió en el semillero una huella que es principio de trabajo: aquí, la palabra no se da, se toma.

En la toma de la palabra interviene el tiempo y se conjugan el silencio y la interrupción. Valentina presenta el semillero como un espacio “en el que se toma la palabra y son válidas las interrupciones”. Con esta voz, resuena la de Nancy:

 

Salí trastocada, por lo diferente del espacio: […] la toma de la palabra, el arrebato de la palabra, la interrupción, los silencios –a veces los silencios no sé si es por la conmoción del texto, o por lo inentendible del mismo, o ambos–.

 

Ella también nos habla de un movimiento que ha tenido lugar en el tiempo: “Muda. Cuando llegué era muda, ya para hoy se han despertado algunas palabras”.

Marlon David retoma la figura de “cualquiera” para referirse a quienes toman la palabra y al estatuto de esta en las conversaciones: es de todos y es de nadie”. Así mismo, se refiere a su circulación y a la atención que implica sostenerla a través de “la lectura y la escucha, dos prácticas de una complejidad a veces insospechada”. Con esta referencia se hace visible una disponibilidad irrenunciable para que la toma de la palabra acontezca: la escucha. Este registro, como Valentina lo recuerda, conserva los atributos de los verbos anteriores (acoger, leer): “Sea cual sea la conversación, lo hacemos de manera atenta, detenida y sin prisas”.

Algunos testimonios sugieren que la presencia de la escucha en el semillero desencadena unos aprendizajes y da forma a unos deseos. En cuanto a los primeros, una integrante expresa:

 

Hay “improvisaciones”, intentos de compartir aquello que pensamos, de ponerlo en palabras. Intentos que se interrumpen con las miradas, los gestos, las presencias y también, las ausencias. Esto me ha enseñado a cuidar la palabra y la escucha, a intentar ser más sensible para saber cuándo decir algo y cuándo dejar el silencio. Aunque no sea infalible. (Manuela)

 

Diego Alejandro menciona: “He aprendido a estar a favor o en desacuerdo con lo que leo asumiendo postura, escuchando otras voces sin pretender encontrar siempre puntos de convergencia”.

Respecto a los deseos, Yeleni manifiesta: “Mis participaciones se han basado en eso, en la escucha de todos […], con la visión de […] que logre, en un presente no lejano, aportar desde la libertad”. Y Nancy escribe: “Por último: no quisiera ser tan muda, es que me gusta escucharles”.

Para finalizar, la experiencia de conversar parece tener múltiples repercusiones que pasan, por ejemplo, por la dinamización de “mundos posibles” (Yeleni), por “la posibilidad del encuentro” –pues la conversación siempre se hace con otros– (Manuela) y, por los “vínculos, sonrisas, complicidades e intercambios” que se tejen, entre conversación y conversación (Valentina).

 

Pensar

Pensar es un efecto. A diferencia de los anteriores verbos, no representa un gesto de atención hacia el otro –acoger–, tampoco un trabajo que implica unas renuncias –leer–, o que mantiene vivo el pulso de los encuentros –conversar–. Provocada por una escena común, la experiencia de pensar es siempre singular, por lo que precisamos enunciarla, en tanto efecto, en plural. Los efectos que nombran las/os integrantes del semillero, hablan de los nexos existentes entre pensar e investigar; también, de que sus escenarios de incidencia afectan la formación en su sentido más complejo, que considera lo profesional, lo institucional, lo social, lo íntimo. Los efectos hablan, además, de los indicios que advierten su llegada, aun cuando no hayan sido buscados (la descolocación, la incomodidad), y permiten constatar unas transformaciones.

En cuanto al nexo entre pensar e investigar, Marlon David aporta como imágenes el movimiento y la pausa:

 

Que el alma no suele ir de prisa lo aprende uno cuando su separador acaba en el mismo punto de inicio después de dos horas de conversación. […], pero tal vez no sea otra forma de decir que el movimiento tiene que ver más con el espíritu que con los pies, y que su condición de posibilidad anida en la pausa. Tomar una línea o una palabra, ubicarla delante nuestro, desmenuzarla, llevarla a la boca, masticarla, masticarla y masticarla...: he ahí una forma de investigar.

 

Lina, en cambio, pone en el centro la función de la pregunta:

 

Este lugar para pensar nuestro oficio a la luz de la palabra del otro y de la nuestra, nos lleva una y otra vez a la pregunta por aquello que nos rodea, este es el fundamento mismo de la investigación y el medio para resignificar y transformar, en las ocasiones en que consideremos necesario, la enseñanza.

 

En lo que corresponde a la incidencia del pensar sobre la formación en su sentido más complejo, María Fabiola se refiere a cómo la construcción permanente de una conversación propicia la conexión entre distintos procesos: “personales, formativos y experienciales, en este caso, con relación a la enseñanza”. Desde esta perspectiva, referencia algunos aportes del semillero que articulan:

 

Comprensiones para la creación y la presencia de vínculos o lazos, desde el reconocimiento de la palabra oportuna y justa, del decir asumido no como única verdad, sino más bien como apertura y disponibilidad frente al conocimiento de un constante enigma.

 

Agrega que los asuntos abordados en el semillero han encaminado en ella “reflexiones hacia dinámicas presentes en las diferentes esferas relacionales, que permiten fortalecer, cuestionar y profundizar tejidos”. De esta experiencia, construye un compromiso con ella misma, el “de encaminar pensamientos hacia la libertad para intentar decir y decidir dentro de un sistema en el que nos encontramos atrapados todo el tiempo”. 

Sobre los indicios que sin una búsqueda intencionada anticipan la llegada del pensamiento, Diego Alejandro admite:

 

En ocasiones he sentido una suerte de descolocación e incomodidad, porque esa invitación a asumir otras formas de concebir el mundo también concierne con lo subjetivo, lo personal, si se me permite la expresión, con las maneras de reflexionar nuestras interacciones.

 

Yeleni nombra esa extrañeza, asociable a la descolocación y la incomodidad, en los siguientes términos: “Mi paso por el Semillero […] es como pisar el terreno que se cree conocer pero que final y afortunadamente no es así”. 

El testimonio de Manuela ofrece algunos detalles acerca de lo que provoca la emergencia de la incomodidad: se trata de los otros, que –en el caso del semillero– ofician a la vez como compañía y como interrogación:

 

Creo que siempre que pensamos lo hacemos acompañados, por lecturas, por palabras, por imágenes. Pero hacerlo en presencia de otros cuerpos, de otras voces, tiene otras implicaciones. Allí, en esos encuentros, los otros se han convertido en preguntas para mí, en cierta incomodidad que provoca a seguir pensando, que alimenta las discusiones y abre la posibilidad de muchos caminos.

 

En las palabras de Valentina se reitera esa función que cumplen los otros para que el pensamiento tenga lugar y se expresa una condición adicional: la de asumirnos “desprovistos de verdades”.

Al comienzo de este apartado, aludimos a aquello de lo que nos hablan los efectos que representan el pensar; entre las cosas habladas por esos efectos, apareció la posibilidad de constatar unas transformaciones que en los testimonios evocan la huella vivificante de visitantes e interlocutores que el semillero ha tenido la oportunidad de tener y, además, reflejan la tarea ineludible de desidentificación solicitada por el trabajo de pensar –que en esta ocasión acontece respecto a los discursos profesionales de procedencia–. Escuchemos a Lena, a Nancy y a Valentina:

 

Tendría mucho por decir respecto a lo transformador (abrumador, también) que ha resultado el proceso de lectura compartida de El Maestro Ignorante, o los encuentros posibles que gracias a este espacio hemos tenido con Graciela [Frigerio] o Walter [Kohan]... Su contenido y lo mucho que han sacudido mi existencia, lo mucho que interrogan cuando estoy atenta al detalle, en el día a día, tanto en mi formación como en el oficio que ocupo.

También agradezco los encuentros que hemos podido tener con Graciela Frigerio, con Ana Monzani, y con las y los demás, han sido un honor. Anoto: si una después de salir de un encuentro del semillero, donde se conversa y demás, una queda trastocada, elevada, pensando; ahora después de escuchar a estas personas, ¡Uf! Recuerdo el Seminario Binacional, que fue iniciando semestre y a partir de lo escuchado yo ya ni quería ver mis materias que son tan de la lógica del progreso y la desigualdad. 

Es gratificante y conmovedor todo lo que el Semillero ha hecho en mí, no soy la misma después de habitar este espacio. Tengo otras apuestas, otros sueños, otras lecturas, sobre todo, otras preguntas e incomodidades, más cuando también camino por los discursos de la […] discapacidad y la deficiencia, pareciese como si este espacio me impulsara a la consecución de otros mundos y otras formas posibles. Este espacio me trastoca, me mueve y me impulsa.

 

Para concluir, compartimos esta sentencia provocadora: “siento que este es un espacio o para despojarse de la identidad arraigada a nuestro título, o estar dispuesto a que (casi) todo lo que uno piensa de lo que estudia sea cuestionado, muy cuestionado”. (Nancy)

 

Educar

Educar es lo que tenemos en común. El abordaje de esta noción en el semillero lleva la marca de una significación construida por la profesora Graciela Frigerio a quien tuvimos la ocasión de conocer en el año 2012 y que aún nos sigue trabajando: “Educar es el trabajo político de volver posible el mundo común, y ustedes se dan cuenta de que eso no tiene neutralidad, el otro forma parte del mundo o es un excluido, no hay neutralidad posible” (p.12). Añade: “Hay unos que van a volver disponible el mundo y otros que tratarán de tomar el mundo para sí” (p.12).

Como se verá, estas y otras huellas –que hemos presentado–, a propósito del trabajo de educar, causan una resonancia insondable con las lecciones de Jacotot que da a conocer a Rancière en “El maestro Ignorante”, avivando cada conversación que tiene lugar en el semillero. Este apartado trabajará sobre las derivaciones de este lazo entre esas huellas y resonancias.

 

Para iniciar, Viviana ofrece una condensación de su propia elaboración:

 

El encontrarme con un lugar donde “se toma” la palabra en lugar de pedirla o recibirla, donde la palabra de un autor cobra sentido a partir de la palabra propia y la colectiva, donde escuchar al otro implica reconocerse y reconocerlo, donde cuenta más lo que “no se sabe” que lo que “se sabe”, donde el lugar del maestro es el de un “maestro ignorante”, y finalmente, donde la inteligencia no está definida por el más o el menos, sino por lo igual, el igual y la igualdad, ha implicado para mí, reconocer que uno de los elementos que se pone en juego en todo acto relacionado con la enseñanza y el aprendizaje, es lo vincular.

 

Valentina detalla el encuadre del trabajo y algunas lecciones aprendidas:

 

Aquí sostenemos y nos tomamos en serio (como acto político) la igualdad de las inteligencias, que no es más que reconocer que todos estamos habilitados para saber, para aprender, para pensar. Quizás esta sea la (nuestra) insignia, la (nuestra) bandera y uno de los efectos más potentes para el (nuestro) quehacer educativo. [...] Este espacio me ha enseñado a transcurrir el oficio de educar a otros tiempos, otros ritmos y otros palpitares; a estar dispuesta a escuchar, a no condenar al otro a su origen, a considerar la voluntad como potencia de movimiento y a estar presente.

 

El relato de una escena esboza algunas consecuencias concretas que las lecturas y conversaciones pueden tener en el trabajo de educar:

 

Una vez, en el contexto de la lectura de El maestro Ignorante, expuse un ejemplo sobre la posición de un padre que, mientras enseñaba a leer a su hija, estimulaba la confirmación de una incapacidad en ésta. Luego de la conversación sostenida alrededor, pude […] abrir otras posibilidades. (Viviana)

 

Por otra parte, María Fabiola puntualiza los giros que su relación con la enseñanza ha tenido como efecto de su presencia en los encuentros:

 

Pensar la diferencia desde otros lugares, como lo es la igualdad de las inteligencias y su incómoda existencia en la escuela que […] permite insistir en la posibilidad del aprendizaje […] para nuestros estudiantes con sus múltiples formas de ser y estar en el mundo.

 

Para ella, las discusiones en común fortalecen su “análisis frente a las situaciones complejas que pueden presentarse en cuanto al desprecio por las diferencias” y el reconocimiento de “nuestro lugar para validar o no una vida”.

Lina, además de honrar la presencia de quienes han brindado su compañía, reconoce – como María Fabiola– un giro en la mirada frente al oficio de educar:

 

Estando allí me he permitido dudar de varios discursos que se imponen y profesan en la academia, asimismo, construir algunas ideas que orientan este camino en compañía de Rancière, Graciela Frigerio y cada uno de los integrantes que decide poner su voz o su silencio y que tiene el mismo valor. Ciertamente, la posibilidad de ver este oficio de múltiples maneras deja una marca imborrable en cada intención asociada al querer educar y educarme.

 

Para componer el momento de concluir, se reúnen algunas voces alrededor de las invitaciones que sostienen vivo el hilo del pensamiento y del oficio de educar en el semillero.

Alejandro refiere que ha aprendido a pensar su “actuar frente a ese otro sujeto que espera algo de nosotros en el aula”. Manuela enfatiza que el semillero ha sido “terreno fértil para seguir pensando sobre qué sentido tiene educar”, y “sobre distintas formas de habitar el lugar de maestra”. 

De la mano de las “palabras y ocurrencias” de Graciela Frigerio, Estanislao Antelo, María Ana Monzani “y otras y otros tantos”, Valentina celebra la invitación “a seguir creyendo en el oficio de educar (que no es cualquier cosa), en las relaciones pedagógicas y en el cuidado”. En el caso de Marlon David, el poder vivificante del semillero anida en el “compromiso con la palabra (¡incluso si nadie habla!)”; afirma que ese compromiso se convierte para muchos “en una forma de implicarnos en nuestros oficios, de escuchar voces donde creíamos que sólo había ruido, de asumir la igualdad como presuposición de cualquier aventura intelectual”.

Llegadas/os a este punto, damos cierre a este verbo con las palabras de Manuela, que también son invitación:

 

Esta posibilidad de pensar con otros me ha invitado a abandonar esa idea de que existe una certeza por conquistar sobre casi todo, pero en especial, sobre lo que significa ser maestra. Abandonar la pretensión de verdades no significa abandonar las preguntas, por el contrario, les da lugar, dispuestos a aceptar que las respuestas definitivas no existen. Esto también nos lo ha enseñado El maestro ignorante: que todos sabemos algo y que algo de esa relación con el saber podría ser transmisible en los vínculos educativos. El maestro ignorante sabe que todos somos iguales en inteligencia. Una idea que me ha conmovido, dislocado, inquietado y que también me ha llenado de esperanza. De esperanza, en el sentido que Graciela Frigerio –quien también se ha sumado a nuestras voces– nos comparte: es una esperanza que no nos deja quietos, que nos invita a trabajar, que parte de pensar que es posible hacer una educación que habilite, que haga disponible el mundo a otros.

 

Nos despedimos, saludando a quienes deseen vincularse a esta aventura y agradeciendo: al Centro de Investigaciones Educativas y Pedagógicas -CIEP- por esta iniciativa que nos permite compartir algunas trazas de las experiencias vividas, a cada una de las personas que ha formado parte de este semillero, a quienes aportaron los testimonios sobre los que se edificó este texto y a las maestras que acompañaron con su lectura distintos momentos de confección del artículo. Ellas son: Ángela Inés Palacio Baena, María Fabiola Sandoval Noreña, Anyi Sierra Yanez y María Paulina Mejía Correa –quien también contribuyó en el minucioso trabajo que nos condujo al reconocimiento y organización de los verbos que elegimos para contar esta experiencia–.

 

Autoras/es de los testimonios: Alejandro Franco Morales, Marlon David Espinosa Muñoz, Lena Tatiana García Agudelo, Manuela Arango Tobón, Valentina Bermúdez Casas, Nancy Botero Areiza, Deisy Viviana García Arbeláez, Diego Alejandro Carrillo David, María Fabiola Sandoval Noreña, Marta Nora Álvarez Ríos, Yeleni Macías Giraldo, Nayibe Chavarriaga Álvarez, Lina Marcela Quintero Ocampo 

 

Referencias bibliográficas

Frigerio, G., (2012). Lo que se pone en juego en las relaciones pedagógicas. Ser con derechos. Medellín.

Rancière, J., (2007). El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual. Buenos Aires, Argentina: Libros del Zorzal.

 

 



[1]Miembros del semillero de investigación “Conversaciones entre Pedagogía y Psicoanálisis”. Correos electrónicos: laura.palacio2@udea.edu.co; diego.carrillo@udea.edu.co; manuela.arangot@udea.edu.co; valentina.bermudezc@udea.edu.co; nancy.boteroa@udea.edu.co; sarah.florez@udea.edu.co

[2] Esta cursiva no pertenece al testimonio original, fue propuesta por las/os autoras/es del artículo.

[3] La cursiva es nuestra.