De la competencia comunicativa a las prácticas discursivas: otros lugares para seguir pensando la cultura académica en la Facultad de Educación

 

Diela Bibiana Betancur

Alexandra Villa Urrego

 

Introducción

Los procesos comunicativos ocupan un relevante lugar en el proyecto formativo de la educación superior; la apropiación del conocimiento disciplinar, la identidad profesional, la participación en las prácticas de cada campo de saber, pasan por los discursos que se leen, se escuchan, se escriben y se oralizan. En esta vía, la lectura, la escritura y la oralidad hacen presencia, de diversas maneras, en la cotidianidad de la vida académica: tienen presencia importante en los planes curriculares y son un componente estratégico en las proyecciones laborales de los profesionales en formación.

El presente texto tiene el propósito de aportar a la discusión en torno al lugar que ocupan y los modos cómo se llevan al terreno práctico la lectura, la escritura y la oralidad en la educación superior, en particular, en los procesos de formación de maestros de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia. Al mismo tiempo, él busca arrojar algunas pistas que aporten a la configuración de escenarios posibles para el trabajo con estas prácticas socioculturales tan importantes para la proyectar la formación profesional desde el aprendizaje, el discurso y la identidad de maestros.

En medio de la variedad de concepciones y abordajes para el trabajo con la lectura, la escritura y la oralidad en los ámbitos universitarios, nos interesa apostar a una perspectiva que sitúe los procesos comunicativos como prácticas discursivas en su función de aportar a las construcciones socioculturales de los sujetos; a permear de distintos modos sus interacciones; y a ensanchar sus posturas frente al mundo, desde la posibilidad de comprenderlo, cuestionarlo, recrearlo y reinventarlo desde la pluralidad de formas de la palabra.

 

Los procesos de lenguaje en la base de la comunicación

En nuestra cultura el dominio de la palabra oral y escrita es al mismo tiempo una necesidad y un poder, que favorece la autonomía, la participación y la inclusión social. La lengua como nuestra primera patria (Pérez, 2004) participa de la vida a través de enunciados que se materializan de manera distinta en cada praxis humana. Esto pone de presente que la comunicación es tan amplia y tan diversa, como cuantas esferas de la vida social haya (Bajtín, 1999). Acercarse a la comunicación humana y a las prácticas discursivas en las que se materializa, implica reconocer distintos enfoques desde los cuales ésta se ha comprendido.

Una perspectiva desde la cual se asumen las prácticas de lectura, escritura y oralidad es la mirada normativa de la lengua que se expresa en términos de lo correcto, lo conveniente, lo adecuado o lo manejado con propiedad. Este énfasis en lo normativo que tiene como listón la referencia de la lengua estándar pone implícitamente dos universos polarizados de la lengua: lo correcto y lo incorrecto; lo conveniente y lo inconveniente; lo legítimo y lo ilegítimo; polarizaciones que llegan a desconocer una diversidad de usos lingüísticos, usos cotidianos y populares que son en los que participan, se expresan y comunican en su mayoría las comunidades de base. En términos educativos, ello supone, entonces, una enseñanza de la lengua que se orientará más al aprendizaje de ciertas normas y menos a su uso en contexto. De esta manera, la lectura, la escritura y la oralidad se presentan como actividades neutrales, desprovistas de contexto y de finalidades socioculturales.

Una segunda perspectiva pone su acento en los procesos cognitivos que implican la lectura, la escritura y la oralidad, lo que conlleva a que se asuman como prácticas individuales y universales, que dependen, en cada caso, de las competencias o capacidades de los individuos. Esta perspectiva focaliza la relación individuo-texto, pero desconoce el lugar de las condiciones institucionales que pueden favorecer o no el acceso, la apropiación y la participación de las prácticas discursivas de cada esfera del conocimiento y con ello, desconoce también que “hay una variedad de comunidades discursivas con sus propias normas y convenciones para la construcción de conocimiento; además de que los textos varían lingüísticamente de acuerdo con sus finalidades y contextos” (Street, 2010, p. 544).

Una tercera perspectiva de la comunicación y de las prácticas a través de las cuales estas se materializan, comprende que la lengua es un componente social e individual. Esta es la perspectiva que adoptan los Lineamientos curriculares para Lengua Castellana (MEN, 1998) en los cuales se conciben la lectura, la escritura y la oralidad como procesos en los que se ponen en juego saberes, competencias, intereses, y que están determinados por un contexto sociocultural y pragmático. En los Lineamientos se propende por el trabajo con la diversidad textual, trabajo pedagógico siempre inscrito en actos comunicativos reales. Así pues, se privilegia el aspecto pragmático que no desconoce que la lectura, la escritura y la oralidad son prácticas socioculturales del lenguaje que privilegian la interacción social, que están atravesadas por relaciones de poder y saber y que suponen un componente ideológico en tanto representan una visión de mundo.

Por último, una perspectiva que en el ámbito académico ha tenido una presencia amplía para hablar de lectura, escritura y oralidad es la que asume aquellas como competencias. Nos referimos, entonces, al término extendido de competencia comunicativa, un enfoque propuesto por el Ministerio de Educación Nacional para aludir a los conocimientos, saberes y procesos que todo estudiante debe saber en relación con el lenguaje. Por la presencia curricular de este enfoque en la educación superior y por las discusiones que se han generado alrededor del mismo, esta perspectiva merece un abordaje particular.

 

Contexto de la competencia comunicativa en el ámbito de la educación superior

El concepto de competencias en el ámbito educativo ha tenido tantas interpretaciones como “aplicaciones”. Para algunos sectores el término es problemático en sí mismo, pues remite en sentido etimológico a prácticas de competitividad para la productividad en una lógica econométrica; para otros es igualmente problemática en tanto ubican sus orígenes en las competencias para el trabajo, las cuales se concentran en un adiestramiento para el hacer; otras lecturas buscan conciliar la propuesta de formación por competencias desde su origen y función. En este sentido es necesario recordar que, en el contexto educativo en la década del sesenta, del siglo XX, Noam Chomsky sitúa el término en el campo lingüístico y lo define como el conocimiento de las reglas gramaticales que habilitan a un hablante-oyente para producir y comprender un indefinido número de oraciones, en una comunidad lingüística homogénea. Plantea Chomsky (1965) que el uso de la competencia es la actuación. Sin embargo, la actuación en este contexto sugiere la idealidad de una comunidad lingüística homogénea que desconoce las posibilidades de uso de la lengua en diferentes contextos. Así lo observa Dell Hymes (1971) quien rebate la pertinencia de conceptos clave en la teoría chomskyana, tales como: competencia lingüística, habla homogénea y hablante-oyente ideal, toda vez que desconocen la actuación lingüística en contextos reales de comunicación; como alternativa define la competencia comunicativa. Esta supone una capacidad para saber cómo, cuándo, dónde o con quién hablar, además de la apropiación de herramientas gramaticales, importan en el acto comunicativo, el uso y sus efectos socioculturales de la palabra. De allí, se desprende la expresión que sintetizó por mucho tiempo la idea de competencia: saber hacer en contexto.

A grandes rasgos este es el marco en el que se asumen las competencias como enfoque que orientaría las propuestas curriculares y didácticas de la educación básica y media en el país. Sin embargo, la ubicación, de antecedentes desde el campo laboral para sustentar la necesidad de una educación más eficiente, condujo al reduccionismo que en consecuencia acompañó la noción y concreción de las competencias.

En este contexto, la competencia comunicativa llega a la educación superior con el encargo de perfilar profesionales capaces de comunicarse “eficiente”, “asertiva” y “proactivamente”. Las expectativas frente a los procesos comunicativos asociados a la competencia se enfocan en el trabajo por la apropiación de contenidos gramaticales que faciliten producciones comunicativas homogéneas, que se correspondan con formatos académicos estáticos y que, en consecuencia, desconocen la pluralidad de posibilidades discursivas en la apropiación, difusión y circulación del conocimiento.

 

La experiencia acumulada de la Facultad de Educación: perspectivas, desarrollos, iniciativas.

La competencia comunicativa ha estado presente en las diferentes apuestas formativas de la Facultad de Educación. De ello dan cuenta los espacios de formación Procesos orales de lectura y escritura y comunicación pedagógica que tuvieron un lugar importante en todos los planes de formación de las Licenciaturas de la Facultad de Educación. Una revisión general de algunos programas de curso de estos espacios de formación, entre el año 2002 y 2017, permite identificar enfoques, énfasis, concepciones frente al lenguaje en general, y a su materialización en la lectura, la escritura y la oralidad; así como concepciones en relación con los desempeños discursivos de los estudiantes y con sus prácticas de enseñanza.

En relación con el curso Procesos orales de lectura y escritura, algunos programas revelan una perspectiva del déficit en los estudiantes que los sitúan con desempeños de “baja comprensión de teorías científicas […] y bajo dominio de la producción de ensayos y otros géneros académicos” (Programa de curso, 2002), lo cual incide de manera significativa en su desempeño académico. Para hacer frente a esta debilidad, se recurre a unos constructos teóricos cognitivos y de la lingüística textual, a partir de los cuales se busca dotar a los estudiantes de estrategias y técnicas cognitivas y metacognitivas para la comprensión y la producción textual. En estos programas, la lectura y la escritura se asumen desde perspectivas genéricas que poco se vinculan con los saberes específicos de los énfasis disciplinares, ni con las reflexiones más amplias del campo pedagógico.

Esta manera de entender estos Procesos pone del lado del estudiante el reflejo de las dificultades que el curso se propone resolver y deja de lado de la sombra las condiciones institucionales y académicas que supone la apropiación, construcción y desempeño discursivo en el ámbito de la formación de maestros. Asimismo, la manera de nombrar lleva también a una babel comunicativa, en la medida en que emergen muchos conceptos que no se fundamentan desde sus tradiciones y comprensiones epistemológicas, y que, por el contrario, se nombran de manera indistinta; así aparecen como sinónimos habilidades comunicativas, competencias comunicativas, competencias lingüísticas, competencias textual, semántica y argumentativa, competencia lectora, competencia escritora, etc.

Esta mirada en la “competencia comunicativa” va mudando, sobre todo en los últimos años (2015-2017), a otro tipo de concepciones y de relaciones que están vinculadas con espacios que toman fuerza en el ámbito académico y social. Y allí aparece, entonces, una pregunta por la relación de la lectura, la escritura y la oralidad, con los campos de la investigación y con las Tecnologías de la Información y la Comunicación, relaciones que revisten pertinencia y vigencia en nuestros tiempos, máxime cuando la tecnología inaugura una revolución de la cultura escrita (Chartier, 1997; Chartier y Hébrard, 2000), y una pluralidad en las formas de leer y de escribir (Martín-Barbero, 2010).

También es importante señalar que en los últimos años empiezan a tener lugar en algunos programas de curso de la Facultad de Educación, otras perspectivas teóricas que amplían el enfoque cognitivo de la lectura y la escritura; de esta manera, este enfoque se  vincula con una mirada sociocultural, crítica y disciplinar, esto es, en diálogo con la formación ciudadana y el desempeño profesional, de tal manera que ellas permitan “aprender a pensar críticamente, a conocer distintos modos y prácticas letradas y a usar significativa y éticamente el conocimiento en beneficio del colectivo social” (Programa de curso, 2017). Esta es la perspectiva a la cual le apuesta la Licenciatura en Pedagogía Infantil, así como la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana programa que tiene por objeto de estudio estas prácticas y su enseñanza, en razón de los propósitos políticos y sociales que privilegia el enfoque (Betancur y Zapata, 2019; Betancur, Vásquez y Hurtado, 2018). Es importante señalar que esta perspectiva no invalida las demás, por el contrario, las reintegra y las comprende distinto en función de las finalidades sociales. Si bajo una mirada de la competencia comunicativa la enseñanza de estas prácticas discursivas se configura desde presupuestos generales y universales, con la perspectiva sociocultural, estás prácticas se van vinculando a los desarrollos disciplinares de cada una de las licenciaturas.

La especificidad de la comunicación en el ámbito comunicativo y pedagógico fue abordado en la Facultad a través del espacio de formación Comunicación pedagógica, un espacio que tuvo vigencia en los planes de estudio de la Facultad desde el año 2000 y hasta el año 2009.[1].  En él la preocupación fundamental estaba dirigida a los procesos de comunicación en clave pedagógica, de manera particular, en la relación estudiante-profesor, sobre todo, “al momento de escenificar los conocimientos por medio de diversos actos comunicativos” (Programa de curso, 2007). Si se tiene en cuenta que, con la reforma de las Licenciaturas del 2010, se amplían y diversifican los espacios de formación de la práctica pedagógica, se entiende que este espacio quedara subsumido en las reflexiones pedagógicas y didácticas que implica considerar la comunicación al momento de la enseñanza de los saberes disciplinares.

Además de los espacios de formación que hacen parte del plan de estudios de las distintas Licenciaturas de la Facultad de Educación, en los últimos años la Facultad ha venido posicionando dos espacios con raíces en la Facultad y proyección institucional que abordan las prácticas discursivas del lenguaje con otros matices. Se trata del Centro de Lectura, Escritura y Oralidad de la Universidad de Antioquia (CLEO) y el Taller de la Palabra.

El CLEO tiene el propósito de consolidar una comunidad de diálogo, aprendizaje y trabajo colaborativo orientada a contribuir al fortalecimiento académico de las prácticas de lectura, escritura y oralidad (LEO) en la Universidad y en las comunidades allegadas a ella. Mediante tres líneas de trabajo: Formación, gestión y acompañamiento, busca incidir en la permanencia estudiantil a través de diferentes apuestas pedagógicas, algunas de ellas orientadas a fomentar y propiciar el reconocimiento de los lenguajes ancestrales, expresivos/estéticos, inclusivos, extranjeros, de origen o maternos, en tanto son la base para la construcción de la identidad de los seres humanos, así como de sus diferentes representaciones de realidad y de la existencia misma.  Esta mirada amplia del lenguaje le permite reconocer, articular y proyectar las apuestas de trabajo institucional tan plurales como diversas, que tienen presencia en la Universidad y proyectarlas en función de la permanencia universitaria.

La apuesta del CLEO asume que los desempeños discursivos de los estudiantes en el ámbito académico, no es un asunto exclusivo de las capacidades de los estudiantes, sino que en ello inciden y de manera central, las decisiones pedagógicas e institucionales que crean las condiciones de posibilidad para el acceso, la apropiación y la participación de los estudiantes en la cultura académica a través de diferentes prácticas discursivas, de allí que el CLEO no solo contemple espacios de acompañamiento para los estudiantes, sino más aún, espacios de formación para docentes.

Por su parte, el Taller de la Palabra articula y potencia diferentes iniciativas orientadas hacia la apropiación de las prácticas de lectura, escritura y oralidad en la Facultad de Educación y la Universidad de Antioquia. El Taller genera procesos y eventos de formación humanística para diferentes actores universitarios (estudiantes, profesores, personal administrativo); destaca la palabra como condición de posibilidad del saber, incluso en campos disciplinares aparentemente distanciados de las humanidades; emprende y sistematiza procesos de indagación por medio de su articulación con las prácticas pedagógicas y los trabajos de grado de los estudiantes practicantes de la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana de la Facultad de Educación.

Estas dos apuestas de formación, junto con las discusiones que vienen abriéndose en función de nuevos enfoques, dan apertura en la manera de comprender la lectura, la escritura y la oralidad en diálogo con otras esferas de acción y de pensamiento, a saber, con los propios desarrollos de cada disciplina, con las humanidades, los estudios estéticos, la permanencia estudiantil, las nuevas tecnologías, entre otros. Finalmente, llevan a reconocer la pluralidad de formas que toman las prácticas de lectura, escritura y oralidad en el ámbito académico en relación con sus dimensiones lógica, ética, política y estética.

 

Hacia una comprensión de las prácticas discursivas en el contexto académico

Ahora bien, las prácticas socioculturales del lenguaje, según su participación en las esferas sociales, se materializan en unos géneros discursivos particulares. Según Bajtín (1999) los géneros discursivos se componen de enunciados que no son otra cosa que la unidad mínima de la comunicación, es decir, la forma que adquiere el uso concreto de la lengua, de allí que se encuentren vinculados a diversas actividades humanas. Cada enunciado es una totalidad en el que se distinguen tres componentes: la temática, el estilo y la estructura. De acuerdo a ellos se van conformando los géneros discursivos, que no son otra cosa que formas estables de enunciados.

Para Bajtín el lenguaje es dialógico, siempre un enunciado está en relación con otros que le antecedieron y con otros que le sucederán, “cada enunciado está lleno de ecos y reflejos de otros enunciados con los cuales se relaciona por la comunidad de esfera de la comunicación discursiva” (Bajtín, 1999, p.281), así, un enunciado siempre está en relación con otro, ya sea para refutar, confirmar, complementar, etc. Los géneros discursivos pueden responder a situaciones de comunicación simple o inmediata, o a formas de comunicación cultural complejas principalmente escritas como novelas, investigaciones, informes científicos, etc. de allí que se denominen primarios o secundarios, respectivamente.

Esta concepción supone reconocer que en las distintas esferas sociales circulan cantidad de géneros discursivos a través de los cuales se llevan a cabo las prácticas sociales. Un informe forense tienes unas características que lo distinguen, por ejemplo, de una novela policiaca; un epitafio tiene una función y un estilo distinto al de un refrán popular; una crónica es distinta en estilo, temática y composición a una sentencia judicial; y así sucesivamente. Bajtín afirma que

 

Nos expresamos únicamente mediante géneros discursivos, es decir que todos nuestros enunciados poseen unas formas típicas para la estructuración de la totalidad, relativamente estables. En la práctica utilizamos los géneros discursivos con seguridad y destreza, aun cuando teóricamente no sepamos de su existencia (2009, p. 267).

 

De la anterior cita se concluye que mientras más géneros discursivos comprendamos y apropiemos, mayor y mejor será nuestra participación en el mundo social. Para Bajtín (1999) los géneros discursivos tanto primarios como secundarios, pueden ser orales o escritos; de ahí que no se pueda definir la complejidad del género solo en función del registro escrito. Porque en efecto, implica mayor complejidad la explicación de un concepto matemático en una clase, que la escritura de la lista del mercado.  

La diferenciación planteada por Bajtín (1999), se vincula con las cuatro formas en las que se presenta la cultura  escrita; según Kalman (2008) a saber, una forma básica entendida como la decodificación de la letra que le implicaría a un sujeto, por ejemplo, firmar un documento; una forma funcional que se relaciona con el conocimiento y las capacidades de lectura que posibilita que una persona participe en actividades de su vida diaria o de su grupo social; una forma emancipatoria, en la cual la lectura y la escritura, como señala Freire (2005), se constituyen en un modo de leer el mundo y de enunciar la propia voz; y una forma de cultura escrita crítica que apunta a una apreciación ideológica de la sociedad, de los comportamientos humanos y del lenguaje.

Estas formas que adquiere la cultura escrita pasan por tres grandes dimensiones que van desde el acceso, hasta la apropiación, pasando por la participación. El acceso a la cultura escrita solo es posible mediante la interacción con otros, de allí que sea fundamental disponer de unas condiciones sociales para hacer uso de la lectura y la escritura y apropiarse de ellas.  La participación se refiere “al proceso de intervenir en actividades sociales, así como en las relaciones que se establecen entre los actores” (Kalman, 2008, p.43). La apropiación como un momento lógico de la participación, implica la internalización de los principios de interacción, es decir, es una construcción del pensamiento y del saber a partir de los procesos intersubjetivos.

Ahora bien, ¿qué supone propiamente el acceso, la apropiación y la participación de la lectura, la escritura y la oralidad en el contexto académico?  El desarrollo de los Nuevos Estudios de Literacidades posibilitó un cambio de mirada en el abordaje de la lectura y la escritura académica. Desde este enfoque se reconoce que estas prácticas no obedecen solo a capacidades mentales, ni a desempeños cognitivos, sino, más aún a las condiciones contextuales que las promueven, potencian, obstaculizan, dificultan, acompañan, evalúan, entre otras. Este enfoque se contrapone a otras miradas teóricas que desde el discurso del déficit abordan la relación estudiantes-escritura, estudiantes-lectura y, por el contrario, las asumen como prácticas socioculturales ligadas a los contextos, a las trayectorias, a los propósitos, a los sentidos que le otorgan los sujetos desde su cotidianidad.

La literacidad académica es un campo de estudio de las prácticas sociales de uso de escritura y lectura en la esfera académica, lo que implica reconocer las funciones, discursos y las representaciones que hay sobre ellas, pero también las relaciones de poder, autoridad e ideología que les subyace. Uno de los conceptos fuertes que se articula a este entramado teórico es el de identidad (Moje, 2010). Desde esta perspectiva, ella no constituye una esencia cerrada o estática, por el contrario, es una construcción en movimiento que implica el devenir como posibilidad permanente de transformación que “performa en función de los contextos y en función de la pertenencia a ciertos grupos” (Zavala, 2009); en suma, se trata de procesos de identificación. Lo anterior permite comprender que la literacidad no solo está vinculada a formas de pensar sino también a formas de sentir y valorar en relación con uno mismo.

Lejos de naturalizar la lectura, la escritura y la oralidad en el contexto universitario, este enfoque problematiza ciertas prácticas y representaciones en las que ellas se convierten en instrumento de dominación, opresión y exclusión y, de manera particular, “herramienta que dificulta el derecho a la ciudadanía a grupos marginalizados” (Sito y Kleiman, 2017, p. 160). Es por ello que, desde esta perspectiva, la mirada no se pone solo en el sujeto que aprende, sino, más aún en las condiciones institucionales para el acceso, la apropiación y la participación en comunidades discursivas, para el aprendizaje de las disciplinas y de lo que supone en cada campo de conocimiento, leer, hablar y escribir.

El enfoque de la Literacidad académica centra su atención en la dimensión epistemológica de la lectura, la escritura y la oralidad, y en las condiciones institucionales para favorecer que los estudiantes universitarios apropien los discursos académicos de su campo de conocimiento. Para nuestro caso, esto implica una dimensión de la comunicación que favorece el diálogo de los maestros en formación con la comunidad académica, con sus pares, con los investigadores de los saberes disciplinares, de las didácticas específicas, de la educación y la pedagogía; lo que supone considerar la enseñanza de los géneros discursivos académicos como ensayos, relatorías, informes, ponencias, artículos, debates, exposiciones, entre otros. También hay otra dimensión de la comunicación y es la que implica al maestro con las comunidades, con las escuelas, con los estudiantes.

Freire (2005), desde una apuesta por la Educación como Práctica de Libertad, propone el ejercicio de la palabra, del diálogo, de la comunicación como un ejercicio político. La alfabetización a la que le apuesta Freire, implica un acto comprometido y creador; es una apuesta por la palabra que dice y que transforma el mundo: “No hay palabra verdadera que no sea una unión inquebrantable entre acción y reflexión y, por ende, que no sea praxis. De ahí que decir la palabra verdadera sea transformar el mundo” (p. 105). Esta unión de palabra y acción es insoslayable si se asume la educación como un acto político y de libertad. La palabra sin acción es una palabra hueca que termina siendo solo palabrería; por el contrario, la acción sin palabra corre el riesgo de sacrificar la reflexión por lo que se convierte en mero activismo.

Sin embargo, pronunciar el mundo no es un acto individual, es un acto dialógico que supone el encuentro de los hombres para transformar el mundo, de allí que el diálogo sea un acto de creación y recreación; no un acto de repetición y subordinación. Ello implica considerar el diálogo como un acto de amor, de fe, de solidaridad y de confianza, que además implica humildad, esperanza y criticidad. Desde esta perspectiva, el diálogo como apuesta educativa, se distancia de una concepción unidireccional en la que el maestro habla al estudiante, impone su visión de mundo; por el contrario, ella supone un diálogo con el otro, que parta del reconocimiento, también de su cosmovisión.

En el ejercicio de pensar las prácticas discursivas del maestro, Freire (2005) aporta valiosos elementos para pensar el diálogo con las comunidades, con las escuelas, con los estudiantes; elementos que  no separan la lengua de la cultura y que advierte que también la cultura escrita ha estado al servicio de poderes dominantes que, en algunos casos, genera exclusión, más que participación; enajenación más que empoderamiento; alienación, más que liberación; se trata, en palabras de Freire de una alfabetización crítica.

El lugar del lenguaje y de la comunicación en el terreno académico va más allá de la apropiación instrumental de herramientas que permitan transmitir lo que “producen unos y consumen otros”, de ese lugar común que la despoja de su complejidad y significancia para los desarrollos de las culturas. Su función principal es la posibilidad de mover relaciones con el contexto y la cultura. En este orden de ideas, la finalidad principal de comunicar se orienta a   la comprensión y construcción comunitaria de sentidos en la que los contextos socioculturales aportan al marco de producción y de comprensión.

La comunicación como práctica discursiva, que sobrepasa los saberes lingüísticos, alude al universo  de relaciones que se tejen  a propósito de ésta; en la que es necesario resaltar su función como dispositivo para la construcción de consensos pero especialmente de disensos,  y cuyo propósito sería aportar a   construcciones discursivas que reconozcan principalmente la alternancia y la diversidad; como acción social que conjuga, en palabras de Castell, “proyectos y sujetos, estructuras y prácticas, que produce y desarrolla una nueva ecología cognitiva y comunicativa” (1999).

Esta mirada deriva en un giro en el modo de asumir los procesos comunicativos en su función más instrumental, hacia prácticas que generen interacciones académicas y sociales. Lo que implica, a su turno, orientarlos hacia discursos y acciones que recojan la experiencia de los entornos cotidianos, así como las de índole académica. En consecuencia, el problema de la lectura, la escritura y la oralidad en perspectiva sociocultural y en el ámbito de la formación de maestros, plantea retos que enfaticen, en palabras de Lerner (2001), el sentido de las prácticas discursivas; esto es en los intereses, modos y relaciones que tejen los sujetos que leen, escriben y hablan.

Las prácticas discursivas como contenidos del trabajo académico demandan prioritariamente su contextualización, es decir, identificar las características y situaciones en los que se da la práctica comunicativa.  En suma, se trata de la consolidación de las prácticas de lectura y escritura situadas, capaces de recoger, problematizar y recrear, a partir de la integración de los contenidos del mundo de la vida con los contenidos del mundo académico.

Desde este horizonte de comprensión, los modos de actuación que permitirían reconocer una alfabetización crítica desde los procesos de lenguaje y comunicación en la formación de maestros, implicarían asumir a los maestros como sujetos sociales que, participan tanto de las comunidades académicas de sus disciplinas, como de las comunidades de formación que acompaña. Maestros que se implican desde la palabra, que acogen al otro desde el diálogo, que reconocen sus saberes y potencian sus capacidades. Maestros con capacidad crítica para escuchar, con discernimiento para hablar, con solvencia para escribir y con apertura para leer; maestros que ponen su palabra al servicio de la construcción de saber y de condiciones democráticas a partir de las cuales la palabra pueda expresarse en el acuerdo, en el disenso, en la pluralidad.

En este orden de ideas, presentamos líneas para una posible ruta de formación para los modos de actuación discursiva de los maestros desde una perspectiva sociocultural; desde el reconocimiento de la función que cumplen los procesos de lectura, escritura y oralidad en la apropiación de saberes y prácticas de las disciplinas específicas, pedagógicas e investigativas presentes en los planes de formación de los maestros.

El siguiente esquema concreta en tópicos e indicadores de actuación, aquellos procesos, habilidades y acciones que podrían orientar una ruta formativa en prácticas discursivas en la Facultad de Educación:

 

Tabla 1

Tópicos e Indicadores de actuación

 

TÓPICOS DE ACTUACIÓN

 

Indicadores de actuación

Apuntes metodológicos para la enseñanza y los aprendizajes alrededor de las prácticas discursivas

 

El posicionamiento discursivo que implica la apropiación disciplinar de las teorías del campo académico y, al mismo tiempo, la performatividad que los actualiza en diversos contextos, usos, comunidades. Esto supone que los discursos académicos y científicos universales se vinculan con la apropiación y la creatividad singular en el ejercicio de recrearlos en función de unos propósitos particulares. Más allá de una idea eficientista y determinista de la comunicación como habilidad, se reconoce como principio vital en el ejercicio de “dar sentido al mundo”, es decir, como acto de significación que permite no sólo comunicar ideas y emociones, sino como la posibilidad de ser, sentir y hacer desde el ejercicio del lenguaje.

 

Leer, escribir y expresar oralmente textos que potencien discursos situados y acordes con los modos de expresión del campo de formación pedagógico.

 

Algunos de los indicadores de estas participaciones serían:

-                      Identificar, organizar y jerarquizar información de un texto.

-                      Resumir, exponer y argumentar información de textos fuente y propios.

-                      Relacionar y analizar información y conceptos aportados por distintas disciplinas o fuentes.

-                      Participar en debates apoyándose en argumentos acordes con la situación y los interlocutores.

-                      Exponer de manera oral ideas, opiniones y conceptos.

-                      Construir y expresar ideas propias que impliquen procesos de abstracción y deducción.

 

La función de la lectura y la escritura en los desarrollos académicos está íntimamente relacionada con el aprendizaje de las disciplinas. En esta medida, que los maestros en formación aprendan a participar activamente en sus comunidades académicas es una tarea de corresponsabilidad que involucra   a los profesores de los saberes disciplinares, pedagógicos e investigativos. Por tanto, las sugerencias metodológicas que aquí se esbozan, pretenden configurarse en propuesta, a partir del trabajo colegiado de los profesores de los distintos campos de saber de la facultad:

 

-                      Talleres para el diálogo de saberes: Espacio que propicia un trabajo conjunto alrededor de las distintas disciplinas y saberes que circulan en la Facultad. Para ello un profesor con experticia en enseñanza de la escritura se asocia con profesores de las disciplinas específicas y del componente pedagógico para en conjunto diseñar las actividades necesarias para los procesos de lectura, escritura y oralidad    que se producen en las asignaturas de los componentes disciplinar y pedagógico; se definen, además, estrategias para la enseñanza y la evaluación.

 

-Incluir en las metodologías de los diferentes programas de curso estrategias dirigidas a la cualificación de los procesos de lectura, escritura y oralidad como prácticas discursivas que garantizan la apropiación teórica y práctica de las disciplinas y saberes en los que se inscriben las distintas asignaturas.

 

-                      Fomentar prácticas discursivas situadas que propicien la inserción de los estudiantes en las dinámicas propias de sus comunidades académicas: investigar, buscar maneras de difundir el conocimiento, publicar. 

-Articular en las estrategias metodológicas para el trabajo con la lectura, la escritura y la oralidad el uso de recursos digitales que propicien otros modos de comunicar: el trabajo con hipertextos, por ejemplo, favorece interactividad y versatilidad a la hora de leer y escribir.

 

 

Participación en comunidades discursivas diversas que le permitan al maestro, de un lado, reconocer la riqueza cultural que hay en la pluralidad de maneras en que los sujetos nombran el mundo; y del otro, incidir crítica y creativamente en ellas. Esto implica, además, la apropiación de criterios que le permitan reconocer el qué, para qué y cómo se lee y se escribe en su campo.

 

Participar en comunidades discursivas, implica actuar conforme a los aprendizajes sobre los discursos que circulan en ésta. Algunos indicadores:

 

-                      Leer y producir discursos orales y escritos en contextos específicos y en función de los propósitos y las prácticas de su comunidad académica.

-                      Identificar textos y contenidos pertinentes para las configuraciones discursivas del campo pedagógico.

-                      Crear y recrear los textos desde sus propias preguntas, saberes, contextos y experiencias.

-                      Participar de distintos espacios académicos en los cuales se posicione académicamente desde la escritura y la palabra oral

 

El diálogo como encuentro ético que implica un posicionamiento subjetivo y el reconocimiento de la palabra del otro como insumo en la configuración de espacios, de relaciones, de sentidos.

 

 

Asumir una postura ética en los procesos de comunicación implica el reconocimiento de que la diversidad discursiva en los contextos de interacción.

 

Algunos indicadores:

-                      Escuchar atentamente para comprender el lugar de enunciación del otro, su postura e intencionalidad.

-                      Asumir postura frente a prácticas y discursos del acontecer pedagógico mediante el uso de argumentos verbales y no verbales.

-                      Expresar ideas, creencias y opiniones propias y valorar las expresadas por otros.

-                      Hacer uso de recursos verbales y no verbales para posibilitar la comunicación en los contextos de interacción.

 

La multimodalidad que ofrece la cultura digital aporta a la diversificación, ampliación y enriquecimiento de los procesos de lectura, escritura y oralidad. Configuran, no solo, otra manera de leer y escribir, sino, otros tipos de vínculo y de subjetividad.

 

Participar activamente de las dinámicas propias de una cultura académica, implica la apropiación de saberes teóricos y prácticos que derivan tanto de la cultura letrada como de la cultura digital.

 

 Algunos indicadores:

-                      Usar recursos digitales para expresar ideas y conceptos en contextos académicos.

-                      Construir   textos multimodales que enriquezcan las interacciones comunicativas en distintos contextos pedagógicos.

Autoría propia.

 

Referencias bibliográficas

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[1] En el año 2000 entran en vigencia los nuevos programas de la Facultad de Educación, luego de una transformación curricular que responde al decreto 272 de febrero de 1998. En el año 2010 entra en vigencia las nuevas versiones de las Licenciaturas de la Facultad como una acción mejorada que atendió a lo dispuesto por el Decreto 2566, del 10 de septiembre de 2003, sobre créditos académicos.