Liliana
María Echeverry Jaramillo
No
se debe defender ni el universalismo ni el relativismo, sino más bien el
cosmopolitismo, es decir, la globalización de las preocupaciones morales y
políticas y las luchas contra la opresión y el sufrimiento humanos.
(Boaventura de Sousa, 2000, p. 273, como se citó en Aguiló,
2009, p.181)
Resumen
Las líneas que a
continuación se exploran, no pretenden ser exhaustivas respecto de algunas
perspectivas que se pueden identificar en la literatura científica en relación
con la diversidad y la interculturalidad en el contexto educativo. Se intenta,
más bien, allegar ciertas voces que han explorado e invitan a reflexionar sobre
una propuesta educativa para todos.
Palabras clave: diversidad, interculturalidad, derechos humanos,
diversidad cultural.
Si bien la literatura científica refiere adelantos y
logros significativos en el reconocimiento de la diversidad humana y cultural
como constructos éticos descriptivos, lo cierto es que, en general, la sociedad
mantiene, en su imaginario colectivo, un sentido unívoco de la realidad de las
naciones. Esta percepción-noción implica una lógica de desarrollo social,
educativo, político, cultural y económico, que supone como cualquiera que sea
el abordaje para logar “lo bueno para los
ciudadanos -la humanidad-”, se requiere de procedimientos similares para
todos, sin poner en cuestión una cierta unidad homogénea entre los individuos
que conforman una sociedad determinada.
Esta
representación y comprensión de las realidades socioculturales, trae como
consecuencia la instauración de relaciones de diferenciación jerárquica, de
exclusión, de discriminación, de señalamientos del otro y los otros, de
prejuicios y desigualdades. Situaciones no exentas de ciertas tensiones (Catherine, Walsh, 2009; Antoni Jesús Aguiló Bonet,
2009; Ibáñez, Salgado, Díaz, Arce,
Druker, Ibáñez y Rodríguez, Olea, 2012), que instan a reflexionar y
avanzar en el reconocimiento de la diversidad humana, como una actitud de
respeto por las diferencias y una aceptación del legítimo pluralismo social.
A medida que el contexto social y las relaciones entre los individuos y
grupos han transformado las concepciones y definiciones heredadas del acontecer
histórico de la humanidad, se forjan nuevas identidades, nuevos modos de ser y
estar en lo propio y colectivo, por lo que, al mismo tiempo, surgen
interrelaciones complejas entre los grupos sociales que reclaman su
reconocimiento y la búsqueda de aspiraciones universales, conferidas desde la
Declaración de los Derechos Humanos de 1948.
Si bien, estos cambios han dado lugar a desarrollar y materializar la
protección del desarrollo sostenible individual y colectivo de diversos grupos
en el ámbito mundial, nuestro país, se vincula a este propósito desde la
promulgación de la Constitución Política de 199, en el marco de un Estado
Social de Derecho, que consagra su garantía a grupos poblacionales considerados
minorías o vulnerables. No obstante, nos asiste una reflexión para cambiar
determinadas construcciones que acentúan las brechas de desigualdad e
injusticia social. Parafraseando a Boaventura de
Sousa, es la falta de un pensamiento crítico y emancipador de las sociedades
contemporáneas la que favorece la anulación del impacto que tienen la
brutalidad y la violencia trivializadas sobre la frágil condición humana (Boaventura de Sousa, 2005ª, como se citó en Aguiló, 2009).
Para Aguiló:
Su proyecto teórico, en pocas palabras, puede concebirse como un intento de ofrecer una interpretación de la realidad que
evite el reduccionismo y el etnocentrismo, actitudes que acotan todo a un
solo punto de vista considerado correcto y rechazan la consideración positiva
de una de las características esenciales de la especie humana: la antropodiversidad, la diversidad cultural y humana (2009,
p, 183).
Bajo este precepto, la sociología crítica[1],
de Boaventura de Sousa, se presenta como una
perspectiva alternativa, para orientar el establecimiento de un modelo social
que valore la experiencia de los grupos marginados y minoritarios, superando el
análisis de las estructuras de poder, de dominación, de exclusión y desigualdad
imperantes en la realidad social contemporánea.
En este contexto, surge la urgente necesidad de darle
un valor a la diversidad social y cultural, sin desconocer las complejas
situaciones que devienen al emprender nuevas relaciones basadas en los
principios de igualdad, justicia social y democracia, que de forma fundamental
enmarca la promulgación de los Derechos Humanos.
Si partimos de la
definición esencial del término diversidad, el diccionario de la Real Academia
de la Lengua lo define como: “variedad, desemejanza, diferencia”. “Abundancia,
gran cantidad de cosas distintas”. Así, su extrapolación a la comprensión de la
condición humana y las sociedades podría llevarnos a concluir que su componente
más significativo es la diferencia. Es decir, la diversidad hace referencia a
esa condición que no se encuentra en los parámetros homogéneos de las
construcciones sociales predominantes, que contraría el orden social
establecido y que ha servido de fundamento para las luchas de movimientos
sociales que buscan el reconocimiento de la diferencia (etnia, nacionalidad,
género, sexualidad, lengua, religión, costumbres, clase social, entre otros),
como incentivo para la reivindicación de sus derechos.
Es precisamente esta
concepción de la diversidad y la diferencia la que ha favorecido la
construcción individual, colectiva y social de la afirmación de esas otras
identidades y diferencias que, basadas en procesos de inclusión o exclusión de
un orden social, buscan generar la consolidación de nuevas culturas,
sustentadas en el surgimiento de identidades in-visibilizadas
e históricamente marginadas.
En correspondencia con
estas afirmaciones, una idea ampliamente difundida en la literatura y en los
cánones de las relaciones sociales, políticas y educativas, es la de considerar
y aceptar las diferencias como un elemento constitutivo de la diversidad
humana, que se traduce en el reconocimiento de un pluralismo cultural. Sin
embargo, todavía persisten las dificultades para alcanzar una cultura de la diversidad.
De acuerdo con Ursula (como se citó en Bernal y
Padilla, 2018, p. 51) “(…) se requiere ampliar la perspectiva de cultura[2]
para que a su vez permita establecer un diálogo de interacción intercultural”.
Las controversias y
tensiones sociales que se atribuyen a la diferencia devienen, por tanto, en
procesos de afirmación que contienen los significados dados por la cultura
particular. Es decir, estas comprensiones y significados atraviesan por
construcciones individuales y colectivas, que nos vienen heredadas de los
sistemas de conocimiento y creencias en el devenir de la historia, las cuales
no han sido estáticas y evolucionan a medida que la humanidad y sus dinámicas
sociales también lo han hecho.
De este modo, aunque la
reivindicación del reconocimiento de las diferencias, individuales y
colectivas, se inspire en principios de igualdad, equidad, universalidad y
pluralismo, también puede ser utilizada para asimilar los derechos colectivos
de esos grupos históricamente marginados. Así las cosas, aunque las visiones de
unos y otros puedan suscitar tensiones y disputas sociales, éticas o políticas
sobre la valoración y situación de sus diferencias, la diversidad no debe ser
comprendida como la sumatoria de la consideración de tales diferencias, sino
como un proceso dinámico, vinculado a las relaciones de poder[3].
En materia de
reconocimiento de la diferencia[4],
Vilar (2008) refiere que la diversidad como constructo, debe aproximarse a un
modelo de convivencia y diálogo intercultural, no como diferencia que separa
los grupos, las comunidades y las personas, sino como una fuente de riqueza y
un modo de vivir, aprender y aceptar nuevos compromisos social
En relación con este
concepto, Pérez Reynoso s.f.p.3), advierte que
(…)
la diversidad es una condición social vinculada con el entorno inmediato de las
personas, el cual se construye a partir de la confrontación entre los
significados de cara a las nuevas realidades. Según este autor, la diversidad
pone énfasis en la singularidad, en las peculiaridades y diferencias de las
personas por encima de las semejanzas.
Según,
Leiva, (2013, p.170)
(…)
la diversidad es un concepto social y educativo que plantea que cada persona es
distinta, y que las diferencias personales, sociales y culturales no deben ser
motivo de exclusión, más bien al contrario, la diversidad se entiende como la
valoración positiva de la diferencia personal y cultural.
Ahora bien, sobre la base de algunos debates sobre
diversidad humana y cultural, en tanto, expresión plural de las diferencias,
reconocimiento y aceptación de los otros, como parte de un mismo colectivo que
nos incluye, Zambrano (2000, p.149) expone una serie de tensiones presentes en
la última década como resultado de este reconocimiento:
·
La diversidad no
puede pensarse como un agregado de la sociedad, sino como un escenario que se
constituye en el centro de todas sus observaciones y decisiones.
·
La objetividad de
la diversidad cultural aún se enfrenta a ciertas tradiciones que no la ven como
característica de la sociedad y que generan universos simbólicos culturales
singulares y homogéneos, más no plurales y múltiples.
·
Si bien el
prototipo latinoamericano de diversidad está centrado en el mundo indígena; y
persiste transformado, no es la totalidad de la diversidad creciente de nuestra
época.
·
La aparición en el
escenario de la objetividad de la diversidad de otros grupos no indígenas,
alteran su predominio en las discusiones de diversidad cultural.
·
Ampliar la
comprensión de la diversidad cultural, en perspectiva de la educación para la
diversidad como propuesta alternativa, ayuda a recuperar la trama social.
En esta misma línea, el informe de la UNESCO (2002)
enfatiza en comprender que las sociedades actuales son cada vez más diversas y
plurales. En tal sentido, promueve el diálogo intercultural como escenario de
una interacción armoniosa, de paz y convivencia de grupos con identidades
culturales diversas.
(…) es un imperativo
ético, inseparable del respeto de la dignidad de la persona humana. Supone el
compromiso de respetar los derechos humanos y las libertades fundamentales, en
particular los derechos de las personas que pertenecen a minorías y los de los
pueblos autóctonos. Nadie puede invocar la diversidad cultural para atentar
contra los derechos humanos garantizados por el derecho internacional ni para
limitar su alcance (UNESCO, 2002, Artículo 4, p.4).
Así mismo, esta organización refiere que: “la
diversidad cultural y los derechos humanos deben coexistir, no competir. De
hecho, la diversidad cultural y el diálogo intercultural son palancas clave
para fortalecer el consenso sobre la fundación universal de los derechos
humanos” (UNESCO, 2001, p. 27).
Visto desde el ámbito de la educación, la diversidad
cultural sugiere la toma de consciencia del valor del principio de igualdad en
la intermediación de las diferencias e identidades culturales, no como
polaridad de los aprendizajes propios y ajenos, sino precisamente, en favorecer
la reflexión sobre los espacios de acercamiento, conocimiento y reconocimiento
recíproco entre distintos grupos e individuos con un sentido de apertura y
pertenencia, en ocasiones conflictivo (Vilar, 2008; Zavala, 2005).
Como se ha identificado en estas líneas, las
reflexiones realizadas durante los últimos años en torno a las concepciones y
significados de diferencia y la diversidad no escapan a ser vinculados al
contexto educativo.
La educación como pilar fundamental de desarrollo de
cualquier sociedad, hoy ocupa un lugar privilegiado en las agendas de los
Gobiernos y los Organizamos internacionales que insisten a partir de los
acuerdos y declaraciones que suscriben, minimizar las brechas y las
desigualdades sociales para garantizar la universalidad del derecho a la
educación. Ello implica, reflexionar en una perspectiva de educación marcada
por la diversidad, el respeto por la diferencia, la igualdad de oportunidades y
por la equidad, es decir, pensarse en una educación explícita en valores y con
propuestas pedagógicas y prácticas coherentes con estos postulados y las
realidades de nuestros contextos educativos.
Una educación renovada, resignificada, inclusiva,
equitativa, exigente y ambiciosa, en tanto pretende garantizar y promover
oportunidades de aprendizaje para todos y a lo largo de toda la vida (Educación
2030, 2015). Insta a replantear la educación desde una concepción humanista,
basada en el respeto de la dignidad humana, la justicia social, la solidaridad,
la responsabilidad compartida, entre otros principios, conferidos desde la
Declaración de los Derechos Humanos.
Tenemos, pues, que
replantear el contenido y los objetivos de la pedagogía y la formación
pedagógica. Hay que formar a los docentes para que faciliten el aprendizaje,
entiendan la diversidad, sean inclusivos y adquieran competencias para la
convivencia, así como la protección y mejora del medio ambiente (UNESCO (2015ª,
p.58)
Así, las cosas, cabe
retomar el señalamiento que hacen Rodríguez, Yarza y Echeverri (2016) al poner
en tensión la formación de maestros para y desde la diversidad cultural:
La tarea de la diversidad
es ofrecer otros marcos de explicación y descripción de las realidades
escolares, de modo tal que se trastoquen las políticas de identificación,
reconocimiento de producción de saberes y enseñanza. Ello nos aproxima a una
versión intercultural de la educación, desde y para la diversidad, lo que nos
alienta en la construcción de perspectivas, miradas y formas de producción de
conocimiento (p.26).
Cabe señalar en este punto, y
sin desconocer los avances y aportes que se han generado en el ámbito de la
educación, la comprensión de la diferencia y el reconocimiento de la diversidad
para el desarrollo de propuestas educativas y prácticas innovadoras. No
obstante, pensar en una educación para todos, de calidad, en igualdad de
oportunidades y justicia social, implica ampliar los marcos de referencia sobre
los cuales se sustenta el derecho a la educación. Ello, no significa renunciar
a los postulados y principios que enmarcan la diversidad cultural de nuestras
realidades educativas y sociales, sino en cómo comprender, concebir y tramitar
la perspectiva intercultural en el contexto educativo.
Ahora, bien, las
perspectivas de multiculturalidad e interculturalidad
en la educación, representan un entramado complejo de
relaciones de significados y sentidos que
se han difundido rápidamente a partir de movimientos políticos y sociales de
reivindicación de los derechos culturales. Una lucha por la igualdad de oportunidades
frente a los grupos que ostentan el poder político y económico (Muñoz, 2001).
De acuerdo con Walsh
(2005) la multiculturalidad refiere “(…) a la multiplicidad de culturas que
existen dentro de un determinado espacio, sea local, regional, nacional o
internacional, sin que necesariamente tengan una relación entre ellas” (p. 5).
Si bien, la
multiculturalidad ha cobrado vida, en el sentido, en que promueve la tolerancia
entre grupos culturales, primordialmente, afrodescendientes e indígenas, y se reconce la diferencia entre ellos, continúa la desigualdad
social, económica y educativa. Este hecho, en ocasiones, se ha convertido en
regulación de acciones y políticas Estatales.
Por su parte, la
interculturalidad, a diferencia de la perspectiva multicultural, requiere de negociaciones para lograr nuevas prácticas,
como la puesta en común de valores, perspectivas, ideologías e intereses y “en este espacio fronterizo de relación y negociación también se construyen y emergen nuevas estrategias,
expresiones, iniciativas, sentidos y prácticas
interculturales que desafían la homogeneidad, el
control cultural, y la hegemonía de la cultura
dominante” (Homi Bhaba,
1994, p. 10, como se citó en Castilo y Guido, 2015,
p.19).
Bajo esta
perspectiva, la interculturalidad en palabras de Walsh, (2009), (…) “debe ser
entendida como designio y propuesta de sociedad, como proyecto político, social, epistémico y ético dirigido a la transformación
estructural y socio-histórica, asentado en la construcción entre todos de una sociedad radicalmente
distinta”. (p.4)
En este mismo contexto, y desde un análisis
crítico, Castillo y Guido (2016), señalan que aún quedan asuntos pendientes
respecto a la perspectiva intercultural, ya que
(…) se
ha hecho parte nominal de las políticas de educación de la mayoría de nuestros
países, en un claro esfuerzo por asumir el lenguaje multicultural, pero ha
mostrado que no tiene mayor eficacia en programas y proyectos concretos de
interculturalidad para todos. (….) ya que sus orígenes y recorridos son distintos
a los producidos en el mundo académico e incluso al que se ha configurado para
las nuevas políticas educativas de la inclusión (p.40).
Otra línea que se
encuentra en la literatura sobre al abordaje de la interculturalidad, centra su
mirada como competencia. Al respecto, algunos autores (Aguaded,
2008; Escarbajal, F., y Leiva, O.
2017; Ramírez, E.; Ruiz, P.; Castellón, E.; Mora, M., 2012), coinciden en su acepción más básica, como un
conjunto de conocimientos, habilidades, actitudes, aptitudes y valores que
permiten establecer relaciones de diversidad cultural, constituidas por
dimensiones fundamentales la cognitiva, la afectiva y la comporamental.
En este sentido, la UNESCO (2017)
confirma esta línea conceptual al promulgar la necesidad de crear consciencia
en la sociedad y de quienes formulan las políticas para que las competencias
interculturales pueden constituirse en una fuente de ayuda para negociar
fronteras culturales a través de encuentros y experiencias culturales.
Esta
perspectiva se ratifica, además, en el documento que presenta la Universidad Nacional de Colombia en su Cátedra
UNESCO (2017), sobre las competencias interculturales que, de acuerdo con su
presentación, su importancia, radica en “las posibilidades que ofrece para el
diseño de propuestas educativas que amplíen el aprendizaje y desarrollen
competencias para aceptar la presencia de los otros diversos y
aprender a construir opciones de futuro desde esa alteridad diversa” (p.20)
Se
relacionan con tener un adecuado y relevante conocimiento sobre culturas
particulares, así como conocimiento general sobre la suerte de cuestiones que
emergen cuando miembros de diferentes culturas interactúan, conservando
actitudes receptivas que impulsen el establecimiento y mantenimiento del
contacto con otros diversos. También tener las habilidades requeridas para
aprovechar el conocimiento y las actitudes al interactuar con otros. Una manera
de dividir las competencias interculturales en capacidades independientes es
distinguir entre saberes (conocimiento de la cultura), saber comprender
(habilidades para interpretar/relacionarse), saber aprender (habilidades
para descubrir/interactuar), saber ser (disposición a la curiosidad y
apertura) y savoir s’engager (consciencia
cultural crítica), como lo ha hecho Byram (1997,
2008, como se citó en UNESCO, 2017, p.20)
El Árbol
de las Competencias Interculturales[5]
Sin desconocer, los esfuerzos y posibles adelantos que
ambas perspectivas ofrecen para dar sentido a las relaciones entre la
diversidad humana y su reciprocidad con los Derechos Humanos, se encuentran
propuestas académicas, que intentan acercar su comprensión a las realidades
educativas y culturales diversas, no como respuestas de única verdad, sino como
alternativas pedagógicas y educativas para su reflexión.
Una de estas comprensiones, la presenta Leiva
(2017)[6] al proponer lo que él llama procesos
pedagógicos interculturales.
Al respecto, este autor, alude a los procesos educativos
interculturales como dinámicos e interactivos, cuyo valor se encuentra en la
optimización los procesos de enseñanza y aprendizaje, más allá, de estructuras
de diversidad cultural para situarse en un componente emocional y relacional de
la educación. Es decir, en procesos de enseñanza y aprendizaje democráticos,
críticos y dinámicos de autorrealización personal. De forma similar, señala,
que la concienciación de estos procesos educativos interculturales, requieren
de una educación para, desde y la libertad. Esto es, una articulación de todos
aquellos participantes del acto educativo sin excepción, lo que se configura en
una acción pedagógica inclusiva.
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jacob.pdf
[1] Toda
sociología que no reduce la «realidad» a lo que de hecho existe. La realidad,
cualquiera que sea el modo como es concebida, es considerada por la sociología
crítica como un campo de posibilidades y, precisamente, la tarea de la teoría
que informa nuestro análisis consiste en definir y analizar el ámbito de
variaciones y de potencialidades más allá de lo que está empíricamente dado
(Santos, 2001ª, p.3, como se cita en Aguiló, 2009, p.182).
[2] De acuerdo con Geertz (2000)
la cultura “Entendida como sistemas en interacción
de signos interpretables (que, ignorando las acepciones provinciales, yo llamaría símbolos), la cultura
no es una entidad, algo a lo que puedan atribuirse de manera causal
acontecimientos sociales, modos de conducta, instituciones o procesos sociales;
la cultura es un contexto dentro del cual pueden describirse todos esos fenómenos de manera inteligible, es decir, densa.”
(Geertz, 2000, como se citó en Jordi Pascual i Saüc,
2017).
[3] (…)
“En estas luchas por establecer el valor ético-político de la diversidad, los
distintos sectores pueden tender a enfatizar
sus diferencias (supuestas o no) de manera creciente, perdiendo de vista la
importancia de las luchas por la igualdad o la
justicia” (Grimson, 2008, p.61).
[4] Forma parte constitutiva de las nociones de diversidad,
está cargado de juicios morales o de roles que señalan su aspecto positivo o
negativo. En consecuencia, diferencia alude a una distinción entre las personas
o cosas a partir de una cualidad, accidente o determinación (Ramos,
Calderón, 2012, p.80).
[5]Raíces:
Cultura (Creencias, actitudes, valores, identidad) y comunicación
(comportamiento no verbal, lenguaje, diálogo)
Tronco:
diversidad cultural, derechos humanos, diálogo intercultural.
Ramas:
fases operativas (clarificar, enseñar, promover, promulgar, apoyar las
competencias interculturales)
Hojas:
responsabilidad intercultural, alfabetización intercultural, resiliencia,
cambio cultural, ciudadanía intercultural, convivencia, reflexividad,
creatividad, liquidez, claves de contextualización, transvaloración, Ubuntu,
disponibilidad semántica, ideas incompletas (warm
ideas), habilidades, uchi soto, multilingüismo, disposición,
emociones, conocimiento, traducción, competencia comunicativa intercultural.
Algunas
de las hojas se han dejado libres dado que este árbol está vivo, puede ser
complementado con la rica diversidad de los contextos disponibles a lo ancho
del mundo. (Universidad Nacional de Colombia, 2017, Cátedra UNESCO, p.27).
[6] Tomado de La
Escuela Intercultural hoy: reflexiones y perspectivas pedagógicas
Leiva, O. (2017, p.p. 33-34).