Jorge Diego Mejía C.1, María Isabel Ortiz G.2
1Politólogo de la Universidad de Antioquia. Docente de cátedra de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas Universidad de Antioquia. Correo: jorged.mejia@udea.edu.co
2Estudiante del pregrado de Historia de la Universidad de Antioquia
La Comunicación política ha sido un factor fundamental dentro de la estructura del lenguaje comunicativo y de la praxis política, sin embargo, la propaganda oscura, de corte fascista ha utilizado mecanismos turbios no solo para comunicar, sino para amedrentar y fijar plazos de vida o muerte a sus contradictores. La Universidad pública, como escenario de pugna entre actores políticos e incluso armados, el estudiantado y sus docentes no se encuentran exentos de dicha práctica que entorpece y enrarece el ambiente democrático, pluralista y universalista que debería imperar en el alma mater.
Palabras Clave: comunicación política; panfleto; fascismo; universidad pública.
El objetivo de este artículo, más que un trabajo de rigurosidad académica, es mostrar la inconformidad de estudiantes y profesores ante la intolerancia e indiferencia de propios y extraños, puntualmente acerca de las amenazas que vienen recibiendo los estudiantes y docentes de la Universidad de Antioquia desde hace mucho tiempo por medio de panfletos o pasquines. Ese es un modus operandi de fuerzas oscuras que a todas luces se convierte en la antítesis de la comunicación política, partiendo del supuesto de que el objeto de esta es informar, dar a conocer, develar y no censurar e intimidar.
El origen del panfleto es incierto, algunos historiadores lo atribuyen a los ingleses por su derivación pamphlet, cuyo uso se refiere más a folleto (de carácter informativo) que a panfleto (de carácter contestatario); este último uso se consolida en la Francia de la Revolución como mecanismo de denuncia y de burla hacia los abusos de la monarquía. En la actualidad y en ciertos casos, conserva un carácter informativo, pero también se usa con frecuencia de forma amenazante, preventiva, acusativa; y su lenguaje oscila entre lo burlón y lo intimidatorio.
Como arma política masiva el panfleto se remite a la segunda guerra mundial, especialmente antes y durante el régimen nacionalsocialista, para denigrar del pueblo judío, resaltar la “pureza” del pueblo alemán y aupar la posterior eugenesia; no obstante, el panfleto también se ha utilizado como herramienta de comunicación alternativa, cuando los medios de comunicación, bloquean o censuran la legítima libertad de expresión o simplemente cuando no se tienen recursos para acceder a dichos medios masivos:
El panfleto ha tenido una extraordinaria importancia como denuncia de una actitud política y testimonio sobre una realidad, que, aunque en ocasiones haya estado desvirtuada por un cierto apasionamiento, siempre ha poseído un notable interés. En la más reciente de las revoluciones triunfantes, la subversión argentina, que terminó con el régimen peronista (Lafiandra, 1956, pág. 293).
Félix Lafiandra se dio a la tarea de rastrear e investigar el impacto del panfleto en América Latina y en 1955 publicó el libro “Los panfletos: su aporte a la revolución libertadora”. El escritor argentino hizo la historia del panfleto político entre 1954 y el triunfo de la revolución antiperonista, datando y reseñando las diferentes manifestaciones panfletarias que en su época generaron polémica y sirvieron de palanquín al triunfo de la contrarrevolución.
Sin embargo, este tipo de panfleto dista mucho de los boletines amenazantes que hoy circulan en redes sociales o se pegan en los baños de la universidad pública, estos impresos que usualmente carecen de redacción, ortografía y sensatez y no son más que pobres manifestaciones de ignorancia política y de alienación, escritos sin substancia que denotan una precaria formación humana e intelectual.
Quizá el más famoso panfleto del que se tenga memoria sucedió en la historia republicana de nuestro país, es aquel famoso folleto titulado "El Arzobispo de Bogotá ante la nación" que data de 1852 y que fue escrito por el sacerdote Manuel Fernández Saavedra, donde se evidencia la pugna entre el prelado Manuel José Mosquera y el General José Hilario López. Este panfleto evidenció no solo el conflicto decimonónico entre la Iglesia católica y los gobiernos latinoamericanos, sino el uso de la imprenta como herramienta de propaganda y comunicación política.
El uso del texto panfletario fue muy frecuente en las guerras civiles y durante la época de la violencia, tal y como lo afirma el historiador François-Xavier Guerra “La estrategia que utilizaron los insurgentes americanos fue multiplicar la influencia de lo escrito a través de la imprenta” (Guerra, 1993, pág. 299) lo que le permitió a Lutero difundir sus noventa y cinco tesis sobre la Iglesia católica pero que le permitió también al régimen nazi expandir su propaganda antisemita.
En el siglo XX y XXI, a partir de los años 60 se ha utilizado el panfleto de forma obsesiva, específicamente por parte de grupos paramilitares, especialmente desde 2009, en determinados departamentos y zonas de influencia de grupos armados y contra determinadas poblaciones, tal y como lo reseñaba la Comisión Colombiana de Juristas en su Boletín N°37:
Los primeros panfletos contienen expresiones de violencia generalizada contra jóvenes, supuestos ladrones, homosexuales, trabajadoras y trabajadores sexuales, niños y niñas y mujeres, entre otros. Este tipo de amenazas han sido empleadas por los grupos paramilitares desde hace muchos años. En el caso de las mujeres, por ejemplo, hay panfletos que, de una parte, contienen amenazas contra las organizaciones de mujeres de sectores populares y campesinos y, de otra, ataques que pretenden el control de la vida sexual de las mujeres. Los volantes contienen también amenazas en contra de mujeres que ejercen la prostitución, o que trabajan en bares, o que son portadoras de VIH/SIDA. Así mismo, hay otros panfletos que atacan directa y exclusivamente a homosexuales y lesbianas, como aquellos que han circulado en Bogotá con la consigna de “por una sociedad libre de gays”. Los niños y niñas, así como la población juvenil, también se han visto directamente afectados por la circulación de los panfletos pues en estos los grupos paramilitares han impuesto “toques de queda” consistentes en horarios hasta los cuales les es permitido transitar por las calles. Según los panfletos, “Los niños buenos se acuestan temprano, a los demás los acostamos nosotros”. Así mismo, los grupos paramilitares les “sugieren” a estas poblaciones, a través de los volantes, seguir determinados tipos de conducta, como adoptar “buenos ejemplos” y “estudiar más” (Gallón, 2008, pág. 1).
Lo que en un principio se utilizó como arma de difusión y propaganda de grupos subversivos, pronto fue captado por los grupos de extrema derecha aliados con el Estado para amedrentar y advertir a las poblaciones más vulnerables sobre las consecuencias de no obedecer las órdenes que se imponían, bien desde un alto mando militar (o paramilitar), o bien desde un cacique político regional. Las advertencias pronto se convirtieron en hechos y las masacres y desapariciones rápidamente se ejecutaron. Del panfleto se pasó al hecho, en episodios tan tristemente célebres como la masacre del Salado, El Aro, Segovia, Trujillo entre tantas otras.
Cabe resaltar que el discurso fascista de la ultraderecha armada se ha radicalizado tanto que si bien antes se les exhortaba a los jóvenes estudiar más, ahora se sataniza la universidad pública y al mejor estilo de los 11 principios de Goebbels se simplifica al enemigo único3, afirmando incluso que “todos los estudiantes de la universidad de Antioquia (o de la universidad pública en general) son guerrilleros” lo que genera no solo descrédito en la opinión pública sino que convierte a cualquier estudiante en un blanco potencial de grupos como las Águilas Negras.
La Universidad de Antioquia ha sido tradicionalmente una muestra de las dinámicas territoriales y políticas del país, y en ese orden de ideas, no ha estado exenta del conflicto. A medida que se recrudecía la guerra se afincaron también diversos órdenes estatales y paraestatales en aulas y corredores. Docentes como, Leonardo Betancur Taborda, Beatriz Monsalve, Héctor Abad Gómez, Hernán Henao Delgado y estudiantes como Gustavo Marulanda, Edison Castaño, José Abad Sánchez, Jhon Jairo Villa, Yowaldin Cardeño, son solo algunos nombres de los muchos que cayeron en defensa de sus ideales.
Algunas veces rondaban las amenazas, otras veces directamente venían los disparos. frases como “Se uniforman para la guerra o mueren de civil” hacen parte de ese funesto patrimonio inmaterial de aquella época. En agosto de 1999 después de que los paramilitares asesinaran el 4 de mayo al profesor Henao Delgado, fue asesinado Gustavo Marulanda, el 7 de agosto del mismo año, antes de ello vinieron los panfletos de advertencia:
Poco a poco la universidad comenzó a estabilizarse y reanudó clases el 31 de mayo. Pero dos meses después, dirigentes estudiantiles fueron amenazados: las Autodefensas de la Universidad de Antioquia, Audea, firmaron un panfleto en el que amenazaban la vida de siete líderes de la Coordinadora de Actividades Estudiantiles, conocida como Ceua, y los tildaban de guerrilleros, entre ellos figuraba el estudiante Gustavo Marulanda. (Aldana, 2011).
Las amenazas a estudiantes y profesores nunca han cesado, las modalidades cambian, mutan y se camuflan con el nacimiento de las nuevas tecnologías, en algunos momentos han menguado, pero nunca han desaparecido.
En mayo de 2006 regresaron los improperios masivos, comenzó a circular un listado con 15 estudiantes, profesores y empleados amenazados, el volante, colocado en el claustro de profesores de Derecho, lo firman, nuevamente, las Autodefensas de la Universidad de Antioquia y los declaran objetivo militar, las manifestaciones de rechazo no se hicieron esperar, sin embargo, el 23 de junio fue asesinado el docente Gustavo Loaiza Chalarca, lo que obligó a que muchos estudiantes abandonasen sus estudios y algunos docentes pidieran protección, sin encontrar eco ni en las directivas académicas ni en los entes estatales. Tras una tensa calma no se tuvieron noticias de atentados o amenazas hasta marzo de 2009:
Ese día circuló por internet una amenaza contra 30 líderes estudiantiles firmada por las Autodefensas de Antioquia. Seis días después fue asesinado en el primer piso del bloque de la Facultad de Derecho, Jorge Andrés Isaza Velásquez, de 28 años de edad y ex alumno de esa Facultad (Aldana, 2011).
La historia se repetiría en el 2018, cuando en un panfleto firmado por las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, AGC, se declaró objetivo militar a estudiantes de la Universidad de Antioquia, algunos líderes de Ríos Vivos y dirigentes sindicales. De igual forma ocurrió en 2019, por parte del denominado “Bloque Universidad de Antioquia” de las Águilas Negras.
A pesar de la gravedad del asunto el Estado no toma acciones suficientes ni ha asumido una postura de respaldo a la academia, sino que ha primado la desidia y la negligencia de los gobiernos locales y el gobierno nacional, que ven como la muerte de desmovilizados, reclamantes de tierra, líderes y dirigentes sociales de toda índole se vuelve paisaje.
La comunicación política por parte de la institucionalidad parece culpar a los muertos por su suerte, subestima la problemática, invisibiliza las víctimas y si pareciera estar en contubernio con los victimarios.
La antítesis más que una figura literaria es un recurso estilístico, pero también, un concepto filosófico de uso frecuente en la práctica retórica y dialéctica, que consiste en contraponer dos postulados, sintagmas, frases o estrofas en cada uno de los cuales se expresan ideas de significación contraria o yuxtapuesta (antítesis como oposición a la tesis) o impresiones discordes, más subjetivas e indefinidas (contraste) que se supone deberían llevar a una síntesis (conclusión) o punto de convergencia.
Se parte entonces de la idea de que el uso que se le ha dado al panfleto es una antítesis de la comunicación política y social, por cuanto su fin ha sido corroer el espíritu de libre arbitrio, el de libre expresión, pensamiento y asociación que ha caracterizado espacios como la Universidad de Antioquia o la Universidad Nacional. Espacios de autonomía académica, donde hay cabida al consenso y al disenso, espacios de ciencia, pero también de reflexión.
En síntesis, la universidad pública es el ágora donde se pueden expresar las ideas y debatirlas, no para acallar las voces disidentes, mucho menos con el argumento de la fuerza o la coerción. El mundo asiste hoy a un resurgimiento del fascismo social e institucional que coopta y reprime los espacios de deliberación, lo verdaderamente lamentable es que en el alma mater existan quienes solo exhiben su poder mediante la amenaza, el insulto y el agravio desde la frialdad del papel y del anonimato.
Uno de los episodios más reciente de amenazas a estudiantes universitarios se dio el pasado mayo, cuando se descubrieron volantes amenazantes en los baños de varias facultades en la Universidad de Antioquia, seis estudiantes que participaron activamente en el paro del año anterior, aparecen reseñados en dicho panfleto. La publicación, que tiene el logotipo de las “Águilas Negras”, asegura que estas seis personas son integrantes de “una guerrilla” y les advierte que si se matriculan para el próximo semestre, serán declarados objetivo militar.
Del mismo modo, el pasado 9 de julio en la Universidad del Atlántico, aparece nuevamente uno de estos textos panfletarios, firmado por las “Águilas Negras”, pero esta vez acompañado con un objeto explosivo.
El mensaje es preciso; hay quienes están dispuestos a frenar y aniquilar, a todas aquellas voces e ideas que parecen contrapuestas a las propias, asimismo, es claro que tal situación no es propia de nuestra alma mater, sino que es un caso estructural, que se ha expandido por todo el país, que siempre ha estado presente; pero que al interior de las universidades se ha hecho notar aún más tras la coyuntura del año pasado y que son amenazas dirigidas a sectores y sujetos específicos; a todos aquellos “comunistas”, “mamertos”, “vándalos” y cualquier sustantivo que sirva para designar lo mismo: Aquellos que piensan diferente al statu quo.
A pesar del rechazo generalizado, se escuchan voces que justifican dichas prácticas difamatorias o que simplemente callan ante el escarnio. Ante este panorama quedan más preguntas que respuestas: ¿Qué hacer frente a la intolerancia? ¿Cómo proteger a los estudiantes y garantizar la libre expresión? ¿Está la Universidad preparada para afrontar dicha contingencia?
Es hora de pronunciarnos frente a la barbarie, de forma unánime, más que como estudiantes, egresados, docentes o directivos; nuestro papel, desde la academia es construir el mundo, deconstruirlo si se quiere, no mirar pasivamente como las cosas se derrumban, se privatizan o se enajenan. Nuestro papel no es el silencio, es la acción, estamos aquí porque creemos firmemente en que se puede abolir el fascismo, en que podemos cambiar esta realidad y contribuir al fin de un conflicto, desde las aulas, desde el ágora, desde muy adentro de nuestros corazones.
Aldana, A. (2011). Recuerdos de otras crisis. Historia U de A. Recuperado de https://upublicaresiste.blogspot.com/2011/01/recuerdos-de-otras-crisis-historia-u-de.html
Gallón, G. (2008). Comisión Colombiana de Juristas. La expresión de la violencia política y social a través de panfletos paramilitares. Boletín n. º 37: Serie sobre los derechos de las víctimas y la aplicación de la ley 975, 1-5.
Guerra, F-X. (1992). Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas. Madrid: Fondo de Cultura Económica.
Lafiandra, Félix. (1955). Los panfletos: su aporte a la revolución libertadora. Buenos Aires: Ed. Itinerarium. Disponible en https://archive.org/details/lospanfletossuap00lafi/page/n11
Lafiandra, Félix. (1956). El testimonio político de los panfletos. Cuadernos Hispanoamericanos. (81), 293-294.
3Principio de simplificación y del enemigo único: adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.