El tropel universitario ¿un anacronismo?

Sebastián Hincapié Rojas1

Si, por otra parte, Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que legitimen nuestra conducta. Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros, en el dominio luminoso de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo y, sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace. El existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca que una bella pasión es un torrente devastador que conduce fatalmente al hombre a ciertos actos y que por consecuencia es una excusa; piensa que el hombre es responsable de su pasión.

Jean-Paul Sartre (2009, pp. 42-43)

Resumen

El presente texto fue pensado principalmente como un ensayo de intervención política en el marco de los recientes accidentes por manipulación de explosivos artesanales que han costado la vida de varios estudiantes de la Universidad de Antioquia que participaban del repertorio de protesta conocido como tropel. Los argumentos se presentan en dos apartados. En primer lugar, se presenta un análisis del tropel como repertorio de protesta del movimiento estudiantil colombiano, destacando las diferencias que tiene con otras formas de violencia revolucionaria; en segundo lugar, se hace una crítica de las principales justificaciones normativas del tropel que circulan entre los estudiantes universitarios.

Palabras clave: Sociología política, movimiento estudiantil, violencia política, violencia revolucionaria

Introducción

Me han invitado a este espacio para hablar del tropel universitario a partir de una pregunta que interpela directamente nuestra concepción del tiempo: ¿es el tropel universitario un anacronismo?, es decir, ¿es una práctica que pertenece más al pasado que a nuestro presente? Como historiador podría decir que, al ser una práctica que sigue teniendo lugar, los anacrónicos podríamos ser nosotros si aventuramos una respuesta que ignore los factores históricos, voluntades e ideas —fundamentalmente entre estudiantes— que dan continuidad a este repertorio de protesta que ha gozado de cierta tradición entre los universitarios colombianos. En este sentido, el tropel está lejos de ser una cuestión exclusiva de nuestro pasado y muestra de ello es el evento que hoy nos convoca.

Con frecuencia, el adjetivo “anacrónico” ha resultado útil para descalificar, sin comprender, prácticas o ideas con las que no se está de acuerdo. En este sentido, el término podría ser fácilmente reemplazado por “arcaico”, lo que sugiere implícitamente un lastre del cual no se ha podido desprender el presente, un pasado que aprisiona y detiene el futuro que se revela como progreso o, en otras palabras, un vestigio del pasado que dificulta el arribo de un futuro promisorio. He tratado de evitar deliberadamente esta prisión conceptual, sin renunciar a una valoración política y moral del tropel, tomándome en serio la que creo sigue siendo la tarea de todo científico social: la crítica radical de todo lo existente.

Este escrito se encuentra dividido en dos apartados. En primer lugar, planteo la relación y diferenciación del tropel, como repertorio de protesta, con otras formas de violencia revolucionaria, de ahí que una definición de lo que entendemos por dicho término sea necesaria. En segundo lugar, realizo una crítica de algunas de las justificaciones del tropel usadas por distintos sectores políticos en el mundo universitario actual.

1. El tropel como repertorio del movimiento estudiantil y manifestación de la violencia revolucionaria

Las acciones colectivas violentas no son exclusivas del movimiento estudiantil colombiano. Distintos autores han mostrado que el uso de la violencia es relativamente común, históricamente hablando, para los movimientos sociales y no debe analizarse como una manifestación de fuerza ajena a estos (Fillieule y Tartakowsky, 2015).

Si nos remontamos a los años sesenta, podemos observar cómo la cultura radical que circuló entre los jóvenes propagó a nivel global una creciente aceptación de la violencia como un método, no necesariamente más expedito, pero sí considerado mucho más eficaz para la denuncia política y la destrucción de un viejo orden que debía venir acompañada de la construcción de una nueva sociedad (Marchesi, 2019). Deudores de este periodo son organizaciones armadas como las Brigadas Rojas en Italia, grupos de choque como la commission technique de la Liga Comunista en Francia y grupos enfocados en la propaganda armada como The Weather Underground en Estados Unidos.

El gran cineasta francés Jean-Luc Godard inmortalizó en una escena de su película La Chinoise (1967), el tipo de debates sostenidos en los sesenta en torno al uso de la violencia revolucionaria. La escena capta el diálogo entre una estudiante y un profesor que viajan en un tren:

Estudiante: ‘[mi idea es] cerrar la universidad’

Profesor: ‘Pero ¿cómo?’

Estudiante: ‘Con bombas’.

Profesor: ‘¡Con bombas! ¿Tú vas a lanzar las bombas?’

Estudiantes: ‘Si en un momento pasa que matamos un estudiante o un profesor, ellos tendrán miedo y entonces las universidades cerrarán’.

Profesor: ‘¿Pero tú harás eso sola?’

Estudiante: ‘Somos dos o tres’. (Godard, 1967)

La escena continúa con una interesante reflexión en torno al carácter de las revoluciones y la participación de los pueblos en ellas. En un momento, cuando el tono de la conversación comienza a subir, el profesor afirma de forma perentoria: “Tú puedes participar de una revolución, pero no puedes inventarla” (Godard, 1967). La frase alude a la constante tensión que se manifestó en diversas corrientes marxistas entre las condiciones objetivas y las condiciones subjetivas de la revolución. La generación de jóvenes que creció en los sesenta optó generalmente por una interpretación que priorizaba las segundas dando vía al voluntarismo.

La paradoja notable que, sin proponérselo, termina por representar la película de Godard es que la violencia no se organizó antes ni durante el 68, sino después, cuando las movilizaciones dejaron de ser masivas, el ciclo de protesta decayó y los grupos minoritarios más radicales quedaron aislados.

De acuerdo con el sociólogo norteamericano Sidney Tarrow (1997), cuando un grupo se encuentra aislado del conjunto del movimiento social, es más proclive al uso de la violencia. Aquí valdría la pena preguntarnos: ¿es eso lo que pasa con el tropel universitario? Antes de responder a esta pregunta, debemos precisar la especificidad del tropel y diferenciarlo de otras acciones colectivas violentas como las acciones de guerrilla urbana o los choques violentos que pueden presentarse durante las movilizaciones masivas entre manifestantes y fuerza pública.

El tropel ha sido un repertorio de protesta propio del movimiento estudiantil colombiano. En ese sentido, carece de modularidad2, no es usado por otros movimientos. No es común que sindicalistas, campesinos o indígenas organicen grupos clandestinos, oculten su identidad bajo una capucha y acudan a lanzar explosivos para confrontar a la policía y paralizar el tráfico. Si bien es cierto que, en ocasiones, estos sectores pueden recurrir al uso de explosivos o de la capucha, no conforman grupos que perviven por fuera de sus ciclos de protesta para desarrollar este tipo de acciones con gran autonomía.

La especificidad del tropel, como acción colectiva violenta, está relacionada con la organización de un grupo clandestino que fabrica explosivos artesanales para confrontar a la policía desde las universidades. Estos grupos coordinan y movilizan recursos (explosivos, uniformes, comunicados, etc.) para rechazar una medida, conmemorar un acontecimiento o manifestar solidaridad con otros movimientos. Sus acciones no están circunscritas a una movilización, de hecho, a menudo, suceden de manera rutinaria, aislada, durante los puntos más bajos de los ciclos de protesta o cuando estos son inexistentes.

Desde sus orígenes, el tropel estuvo vinculado a otro tipo de violencia revolucionaria, como lo fue la lucha guerrillera centroamericana. Algunos estudios han planteado que los militantes colombianos que participaron de la Revolución Sandinista, principalmente estudiantes, trajeron y adaptaron algunos de los explosivos utilizados allí en la confrontación urbana (Comisión de la Verdad, 2022)3. Además, algunos grupos guerrilleros colombianos también han respaldado organizaciones clandestinas que tenían entre sus prácticas la realización de tropeles, como fue el caso del Movimiento Bolivariano de las FARC-EP. No obstante, el tropel no debe confundirse con la violencia guerrillera, pues las armas utilizadas no son armas convencionales, sus protagonistas no tienen una gran formación militar y su impacto bélico está circunscrito al espacio universitario.

2. El tropel como problema político

El análisis en torno a la persistencia del tropel no debe abordarse de forma exclusivamente etiológica, sino que deben considerarse sus consecuencias y las justificaciones esgrimidas por sus defensores. Si bien ambas son de especial relevancia para el análisis político, en este escrito me concentraré en una versión particular de las últimas.

En otro lugar realicé una crítica de lo que Isabelle Sommier (2009), siguiendo a Ted Gurr (2016), ha denominado justificaciones instrumentales, las cuales aluden principalmente a la eficacia de la violencia, en este caso, el tropel (Hincapié, 2019). En este escrito me referiré brevemente a lo que la misma autora llama justificaciones normativas, es decir, aquellos argumentos éticos e ideológicos que se han usado para defender del tropel universitario (Sommier, 2009).

La ley del talión es una de las justificaciones más usadas: a la violencia se responde con más violencia. El problema de este tipo de justificaciones es que deja de lado cualquier tipo de consideración estratégica sobre el uso de una u otra acción colectiva para ejercer la confrontación con el Estado. Asimismo, suele darse como argumento para el uso de la violencia que las estructuras sociales son violentas y que si se les compara con el tropel, este termina siéndolo en proporciones mínimas, justificándolo como una manifestación de rebelión contra un poder abstracto y superior.

En el apartado anterior me referí específicamente al problema del aislamiento político que contribuye a que pequeños grupos radicalizados desarrollen acciones violentas. En este sentido, una parte importante del problema está conectado con la representatividad de estas acciones para el conjunto del movimiento estudiantil. Este argumento no solo no resuelve ese problema, sino que opta por ignorarlo, abrazando una prescripción normativa ahistórica y evitando un análisis sobre del tipo de acción colectiva conveniente en cada contexto.

Otro de los argumentos que se suele dar está relacionado con la condición de víctima que ostenta el movimiento estudiantil y, de manera más genérica, la izquierda. Esta condición suele ser una petición de principio para no discutir los problemas asociados a la acción y la estrategia política, al tiempo que sirve para justificar la acción violenta. De acuerdo con esta visión, el movimiento estudiantil no tendría más opción que continuar privilegiando y defendiendo el uso del tropel y la organización clandestina (cuyo mayor símbolo es la capucha) porque: “no hay nada más que hacer”, “siempre nos han asesinado”.

Esta lectura, además de renunciar a la libertad, a la acción social creadora, renuncia también a la transformación del tiempo histórico. Su pesimismo nos limita a la condición de víctimas de la historia, nos convierte en meros receptores de unas estructuras sociales inalterables. De ahí que no sea fortuito que los principales defensores del tropel y los propios grupos clandestinos no tengan discursos esperanzadores o que impliquen una propuesta de cambio social, sino que la mayor parte del tiempo acusan a sus contradictores con la nostalgia de un tiempo perdido o se convierten en simples reproductores del discurso victimista por medio de una acción que no transforma.

El filósofo italiano Daniele Giglioli (2017), en Crítica de la víctima, hace unos planteamientos que podrían perfectamente usarse en contra de este tipo de justificaciones:

La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más razonable. ¿Cómo podría la víctima ser culpable, o responsable de algo? La víctima no ha hecho, le han hecho; no actúa, padece. En la víctima se articulan carencia y reivindicación, debilidad y pretensión, deseo de tener y deseo de ser. No somos lo que hacemos, sino lo que hemos padecido, lo que podemos perder, lo que nos han quitado.

Es una palinodia de la modernidad, caracterizada por sus onerosos preceptos: ¡anda erguido, abandona la minoría de edad! (lo cual rige para todos; véase Kant, Qué es la Ilustración, 1784). Con la víctima rige más bien el lema contrario; en efecto, la minoría de edad, la pasividad y la impotencia son cosas buenas, y tanto peor para quien actúe. Si el criterio para distinguir lo justo de lo injusto es necesariamente ambiguo, quien está con las víctimas no se equivoca nunca. En una época en la que todas las identidades se hallan en crisis, o son manifiestamente postizas, ser víctima da lugar a un suplemento de sí mismo. (p. 7)

March Bloch (2001) dice, en ese magnífico libro que es Apología para la historia, que: “Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres” (p. 64). Pero parecerse no es ser idéntico. Si todo fuera repetición, el cambio social sería inexistente. La historia la hacen hombres y mujeres libres, no porque estén despojados del peso de las estructuras sociales, sino porque a pesar de y gracias a ellas tienen la capacidad de mostrar que, allí donde nadie veía posibilidad de cambio, encontraron nuevas vías para la creatividad.

El tropel universitario no es una fatalidad histórica ineludible, las nuevas generaciones no están constreñidas a seguir una tradición en nombre de los muertos y tampoco de los vivos. Es cierto, no es posible escapar a la historia, pero siempre podemos recrear nuestro presente por más que en tiempos como estos parezca que: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” (Marx, 1966, p. 233).

Referencias

Bloch, M. (2001). Apología de la historia o el oficio de historiador. Fondo de Cultura Económica.

Comisión de la Verdad. (2022). Caso «Universidades y conflicto armado en Colombia». https://www.comisiondelaverdad.co/caso-universidades

Fillieule, O. y Tartakowsky, D. (2015). La manifestación: Cuando la acción colectiva toma las calles. Siglo XXI Editores.

Giglioli, D. (2017). Crítica de la víctima. Herder Editorial.

Godard, J.‑L. (1967). La Chinoise [película]. Athos Films.

Gurr, T. R. (2016). Why men rebel. Routledge.

Hincapié, S. (2019). El tropel universitario hoy: entre la insignificancia simbólica y la ineficacia política. Lanzas. https://lanzasyletras.com/debate-para-que-sirve-el-tropel/

Marchesi, A. (2019). Hacer la revolución: Guerrillas latinoamericanas, de los años sesenta a la caída del Muro. Siglo XXI Editores.

Marx, K. (1966). El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Obras escogidas en dos tomos (vol. 1, pp. 229-328). Progreso.

Sartre, J.‑P. (2009). El existencialismo es un humanismo. Edhasa.

Sommier, I. (2009). La violencia revolucionaria. Ediciones Nueva Visión.

Tarrow, S. (1997). El poder en movimiento: Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política. Alianza Editorial.

Notas al pie:

1Magíster en historia, profesor de cátedra de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín y miembro del Grupo de Investigación en Historia Social (GIHS). Una versión preliminar de este texto se presentó en el seminario ¿“La acción violenta no es toda igual”? Conversaciones sobre “el tropel”, organizado por la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia durante el 28 de marzo del 2023. Agradezco a Juliana Marín Rodríguez por la lectura crítica de este ensayo.

2“Al hablar de modularidad, me refiero a la capacidad de una forma de acción colectiva para ser utilizada por una variedad de agentes sociales contra una gama de objetivos, ya sea por sí misma o en combinación con otras formas” Tarrow (1997, p. 69).

3El artículo del Leyder Perdomo en este mismo dossier discute nuevamente estas ideas.