El tropel: ¿historia sin fin?1

Leyder Perdomo Ramírez2

Resumen

Este texto se ocupa de caracterizar al tropel, para diferenciarlo de otras formas de protesta violenta que se evidencian en Colombia y el mundo. Para ese fin, se acude a la reconstrucción histórica de lo que sería el origen de esa práctica para la protesta en las universidades colombianas y, particularmente, en la Universidad de Antioquia, desde donde se sostiene que la clandestinidad y la “línea política” han sido característicos del tropel universitario, a diferencia del uso de elementos explosivos que, aunque los más llamativos, han tenido un carácter subordinado a las condiciones en que se desarrollan de ese tipo de protestas. Finalmente, se alude que el tropel y sus características corresponden a las condiciones de la movilización estudiantil universitaria, definidas por la represión que ha padecido, pero también a las decisiones políticas de sus artífices; con ellos se sustenta el llamado a sustituir el criterio del sacrificio por el de la eficacia, para así afirmar que, como tuvo un origen, el tropel también podrían tener un final.

Palabras clave: protesta social, historia del tropel, clandestinidad, “línea política”, “armamento popular”.

Introducción

La violencia durante las protestas no es un “problema endémico” de las universidades públicas colombianas. Este fenómeno es común en distintos lugares del mundo, como lo evidencian el Bloque Negro Anarquista en Grecia, los Chalecos Amarillos en Francia, las Primeras Líneas en Chile o las expresiones civiles de las intifadas en Palestina. Sin embargo, asemejarlas sin considerar sus particularidades implica incurrir en la valoración normativa de una realidad que tiene formas específicas, orígenes y desarrollos históricos para cada caso.

En el marco de la violencia para la protesta llevada a cabo en la Universidad de Antioquia, se han observado distintos mecanismos de acción como cierres viales y enfrentamientos con la policía, precedidos o acompañados por la repartición de comunicados, exposición de arengas y discursos, entrega de flores u otros símbolos, grafitis o “pintas”, comunicados públicos, formaciones o “paradas” seudo militares, incendios de vehículos con emblemas públicos de marcas comerciales significativas o de determinadas empresas de transporte urbano, o la destrucción de bienes públicos —universitarios o no—. Estos mecanismos, entre otros, han sido descritos por los protagonistas de la protesta como circunstanciales, relacionados con sus reivindicaciones y contextos particulares de conflictividad tanto en la Universidad como en la ciudad.

Sin embargo, algunos mecanismos le han sido más característicos al tropel, al punto de serles definitorios. Dicho esto, podemos preguntarnos: ¿qué ha diferenciado al tropel de otras expresiones de protesta que acuden a la violencia, como las “pedrea”, el choque callejero, las primeras líneas colombianas?

Aquí se pretende sustentar que son tres las características definitorias del tropel. Estas son: la “clandestinidad”, manifiesta en la organización oculta de sus partícipes, la preparación secreta de cada acción y el uso de la capucha; la “línea política” de quienes convocan al tropel, contenida en las consignas, “pintas”, discursos y comunicados que se exponen; y el uso de elementos explosivos, preparado artesanalmente, que quienes participan de la protesta nominan como “armamento popular”, que usan para llamar la atención, destruir algunos bienes y enfrentar a la policía.

Ahora bien, los mecanismos y formas que ha tomado el tropel, incluso los que le resultan más característicos, no son inamovibles, ni siquiera lo es la denominación de tropel3. Todos han sido resultados particulares de las condiciones, la inventiva y la decisión de quienes participan de esas protestas, en su condición de sujetos políticos dispuestos a la acción violenta, que asumen riesgos y calculan los posibles beneficios de actuar de ese modo.

Para refrendar esta idea, me referiré a los procesos de origen y configuración de la clandestinidad, la línea política y el “armamento popular” en la Universidad de Antioquia, para después hacer unas reflexiones finales.

1. De la pedrea plebiscitaria a la clandestinización: el origen del tropel en la Universidad de Antioquia

La clandestinización fue la primera práctica característica, diríamos “originaria”, de lo que luego conocimos como el tropel. Hasta los últimos años de la década del setenta, quienes habitaban la Universidad atestiguaban o protagonizaban enfrentamientos violentos con la policía mediante el bloqueo de vías, el uso de objetos contundentes, particularmente piedras, y una que otra bomba incendiaria o “molotov”. Tales manifestaciones se concatenaban con los Consejos Estudiantiles y la Asamblea General como formas de organización estudiantil más protagónicas.

Esas protestas, conocidas como “pedreas”, eran abiertas a la participación de quien así lo quisiera, de modo espontáneo, ya fuera en concordancia con sus convicciones, motivaciones personales o en obediencia al mandato de la Asamblea de Estudiantes. Esta asamblea, por lo general, era la que decidía si la protesta se llevaba a cabo o no, salvo en casos excepcionales en los que el enfrentamiento surgía espontáneamente ante la represión institucional contra manifestaciones pacíficas.

Pero la protesta tuvo un antes y un después tras las prácticas de violencia arbitraria del Estado, que se apuntalaron con la emisión y ejecución del Estatuto de Seguridad del gobierno de Julio César Turbay Ayala. La perpetración de privaciones arbitrarias de la libertad, el juzgamiento a manos de tribunales militares y las torturas contra algunos integrantes de la Universidad de Antioquia, así como las desapariciones forzadas y asesinatos selectivos ejecutados en otras latitudes del país, se afianzaron con la emisión de esa medida gubernamental y detonaron el ocultamiento de los protestantes universitarios. De ese modo lo evidencia el testimonio de un estudiante universitario para la época en que se desarrollaba ese contexto:

Yo diría el punto de quiebre del movimiento estudiantil fue a raíz del Estatuto de Seguridad y de la respuesta estatal con detenciones masivas, torturas, persecuciones y que muy a principios de los ochentas se empieza a hablar de desapariciones y cosas de esas. Y eso llevó a que el movimiento estudiantil se debilitara, diría, en la medida en que mucha gente se abstenía, de hecho, pues muchos tuvieron que irse del país o por lo menos de la Universidad y muchas actividades se tuvieron que clandestinizar. (Entrevistado A, comunicación personal, 28 de noviembre de 2019)

A partir de esa situación, se masificó el uso de capuchas durante las protestas. De igual manera, algunos estudiantes cambiaron su participación en asambleas y consejos estudiantiles por la conformación de agrupaciones secretas, organizadas bajo el principio leninista de la “compartimentación”, reivindicando los enfrentamientos con la policía como medio para llamar la atención. Según quienes atestiguaron ese proceso, esta práctica, entonces nueva, pronto empezó a reñir con esos escenarios públicos de participación política, particularmente con las asambleas estudiantiles, pues las organizaciones clandestinas prescindieron de su aprobación para protestar y priorizaron la preparación secreta de los bloqueos y choques con la institucionalidad.

Así pues, el tropel tomó una dinámica diferenciada de escenarios públicos como asambleas y consejos estudiantiles. Esto propició el surgimiento de algunos conflictos al interior del movimiento estudiantil, porque la coordinación, definición y procedencia de las protestas, así como las consignas a exponer fueron asuntos de definición “interna” de las nuevas organizaciones tropeleras. Adicionalmente, estas organizaciones buscaron que sus mecanismos activaran la participación masiva o el aglutinamiento espontáneo del estudiantado.

La clandestinización fue el primer elemento conocido para la configuración del tropel en la Universidad de Antioquia, que más o menos conserva su rigidez hasta hoy. Para el caso de la capucha, esta se ha convertido en una de sus reivindicaciones principales, ya que sus partícipes hacen alusión a la imposibilidad de exponer sus ideas y reclamos por medios públicos y pacíficos. Esto se debe al riesgo que en Colombia ha representado tener filiación con ideas o militancia en la izquierda política, lo que ha resultado hasta en procesos de exterminio de organizaciones sociales y partidistas.

Para decirlo de otra manera, la clandestinidad es la respuesta de las organizaciones tropeleras a las “condiciones objetivas” que representan un peligro para la disidencia, la crítica y la transformación política. Sin embargo, a esta altura sabemos que lo “objetivo” está determinado por la manera en la que los sujetos lo definan, redefinan o transgredan. Esto nos lleva al segundo elemento de configuración del tropel universitario.

2. La línea política

Ya entrado el nuevo siglo, tras entrevistar a un tropelero de los años ochenta, tomábamos un tinto cuando casualmente llegó a la escena el comunicado contemporáneo repartido durante un tropel en la Universidad. El ya extropelero lo leyó y en silencio empezó a hacer tachones, correcciones de ortografía y puntuación, mientras hacía gestos de sorpresa. Al final dijo algo como: “¡Antes el comunicado era el 80 % del tropel! con esa forma de escribir, ahora será el 1 %”. A lo mejor estaba exagerando, seguramente su preocupación por las formas escritas tenía que ver con su —real o presuntuosa— madurez intelectual, su nostalgia o su “aburguesamiento”. Pero lo que sí es cierto es que esa afirmación “en off” contenía un componente de mucha hondura para el tropel: la línea política.

El origen del tropel se dio en medio de los “años rojos” en la Universidad, entre los años setenta y ochenta. Época en la que los universitarios colombianos se vieron fuertemente permeados por ideologías de izquierda. Esto gracias al impulso de la revolución cubana, el surgimiento y crecimiento de la “nueva izquierda” colombiana, el alzamiento armado de varios grupos guerrilleros y la masificación de las universidades.

En ese contexto, las reformas académicas, institucionales y curriculares que habían llamado la atención de los estudiantes, la fortaleza de los partidos Liberal y Conservador, y un fugaz apogeo del rojas-pinillismo (Archila, 2012) fueron sustituidos por banderas de transformación radical y estructural. Es así que surge una amplia multiplicidad de organizaciones de izquierda, con matices, propuestas y medios diferenciados para lograr sus propósitos políticos.

Por supuesto, el origen y desarrollo del tropel estuvo permeado por esa dinámica política. Las organizaciones clandestinas se agruparon desde la identidad de sus integrantes en alguna de las ideologías políticas que se esgrimían en la Universidad, o como expresiones disidentes de algunas de ellas, según fuera el caso. Incluso, en sus orígenes y después de manera intermitente, las organizaciones tropeleras fueron medios para revisar los postulados que pujaban por ser hegemónicos y poner en entredicho la pretensión vanguardista de partidos, movimientos políticos y las guerrillas4.

Sin embargo, la ideología de cada organización clandestina no solo tomó sentidos de cohesión e identidad interna, sino que también fue base para la búsqueda de legitimación y respaldo público para la acción y la lectura de determinadas coyunturas y, por supuesto, para la búsqueda de nuevos militantes. Esto se ha evidenciado en las expresiones orales y escritas de los tropeleros, en sus discursos, consignas, comunicados y “pintas” para reivindicar una determinada ideología contra el sistema político, el Estado, los gobiernos o sus políticas; para avivar una causa o darla a conocer, rememorar una fecha o evento pasado y significativo; o para inaugurar públicamente organizaciones nuevas, muchas que no volvieron a aparecer públicamente.

Así, han aparecido y desaparecido organizaciones que perduraron en el tiempo y la memoria de algunos universitarios; mientras que otras, a pesar de que sus nombres podrían ser memorables, apenas quedaron en el recuerdo de los pocos que alcanzaron a enterarse de su existencia o en el archivo escaso que sobrevive.

Entre las primeras, en la Universidad de Antioquia puede rememorarse organizaciones como los “Guardias Rojos”, de clara adscripción maoísta. Esta retomaba la nominación del movimiento de masas que se configuró en el contexto de la revolución cultural china, dirigida por Mao Tse Tung. Así también perduran en la memoria y en algún archivo, el Frente Estudiantil Revolucionario-Sin Permiso —FER-SP—. Cuyo nombre respondía a la desobediencia de algunos sectores estudiantiles de pensamiento camilista, que se desligaron de la lectura del Ejército de Liberación Nacional —ELN— sobre la necesidad de aglutinar esa línea ideológica en torno a su programa táctico.

La lista de organizaciones que pasaron fugazmente por la Universidad de Antioquia puede ser interminable, pero viene al caso nombrar a las Juventudes Ultradegeneradas Extremistas, Pirómanas, Utopistas, Travestis, Anarco Sadomasoquistas —JUEPUTAS—, que no pasó de una aparición en la Universidad, pero que en su atractivo nombre refleja aspectos contemporáneos en la línea política de las y los tropeleros. Línea que se adecua y adscribe a su tiempo, incluyendo nuevas agendas y reivindicaciones. Lo que a su vez trae consigo el papel transgresivo de lo nuevo, una suerte de “revolución dentro de la revolución”, aunque se mantenga el viejo repertorio de acción violenta. Sobre los sentidos del tropel en los años noventa y principio de los dos mil, un exestudiante afirmó:

A veces era la celebración de un movimiento, la continuidad de un grupo, ‘aquí estamos’, ‘no nos hemos ido’, ‘seguiremos’ o situaciones concretas: ‘ayer hubo un desplazamiento forzado en un barrio’, tropel en la U, pa que sepan ‘sabemos que eso está pasando y que se mueva todo Medellín y se bloquee pa saber que es que hay un desplazamiento forzado en la comuna 13 por paramilitares’ (...) Motivos para expresar, luchar o hacer una contienda sobran. (Entrevistado B, comunicación personal, 6 de diciembre de 2019)

De ese modo, la línea política ha sido otro elemento constitutivo del tropel. Línea que pasa por la ideología de quienes en él participan, es decir, por el sentido que dan a la acción. Este sentido, a su vez, refuerza la cohesión e identidad interna de la organización clandestina, como con el acto comunicativo que busca legitimidad y adhesión del público externo.

Con el correr de los años, esa línea se ha transformado desde pretensiones de proselitismo revolucionario, pasando luego a la defensa del derecho a la educación pública, la denuncia de un hecho, la rememoración de un acontecimiento pasado de lucha o victimización y la reivindicación de una identidad del mundo político, que recientemente también se ha dirigido hacia lo personal5. Extendiendo el alcance de la expresión usada por María Teresa Uribe (1998, p. 727)6, entre quienes participan del tropel ha variado el “ethos revolucionario”, que ahora se compone de un “ethos público”. En ellas y ellos hay variaciones correspondientes a su época y a las agendas que públicamente se discuten en la escena política. La valoración priorizada de la igualdad, característica de la izquierda política, agrega el tema de la “libertad”, que concilia con banderas como los derechos humanos, el medio ambiente, la lucha feminista, o por otras identidades étnicas, sexuales y de género.

Para seguir con la tónica con que se cerró el anterior elemento, hay que agregar la línea política se corresponde con las condiciones subjetivas o subjetivadas del tropel. Es decir, hay una adecuación de la línea política a la ideología de cada organización clandestina, a su lectura de la coyuntura o situación por la que se manifiestan, así como a los medios que utilizan para comunicarla. En suma, se ajusta al sentido que se da y con el que se presenta la acción; lo que, claramente, tiene la intención de obtener legitimidad y adeptos a su causa. Todo esto conlleva al tercer elemento.

3. Uso de explosivos

A ojos de quienes integramos la comunidad universitaria, es muy probable que el uso de elementos explosivos parezca ser el que mejor caracteriza al tropel, ¡tal vez por ser tan ruidosos y tan riesgosos! Pese a ello, desde ya se debe advertir que de los tres elementos característicos que aquí se exponen, este es el más “nuevo” y el único que, más que definitorio, ha sido “suplente” en el desarrollo del tropel como forma de protesta universitaria.

Los mecanismos de acción de las organizaciones clandestinas y tropeleras no siempre han sido los mismos ni siquiera han sido siempre violentos. Exponer discursos y arengas —oralmente, mediante “pintas”, escritos o “empapelando” la universidad—, sumarse a actividades del grueso del estudiantado como asambleas, mitines, “pupitrazos”, bloqueos, representaciones artísticas, etcétera, han sido formas desde las que esas organizaciones han comunicado sus puntos de vista, reivindicaciones, críticas o proyectos, inscritos en determinadas líneas políticas.

Además, cuando han sido violentos, los explosivos no han sido el único recurso de los manifestantes, también ha habido objetos contundentes -piedras y palos- y bombas incendiarias. A lo que habrá que agregar que en algunas ocasiones hubo también armas de fuego, particularmente cuando grupos guerrilleros usaron la indumentaria del tropel para hacer proselitismo armado en la Universidad.

Visto así, un tropel sin clandestinidad y sin línea política no parecería un tropel. Pero, pese a lo que parece más evidente, un tropel sin explosivos no solo es posible, sino reiterativo en las prácticas de protesta estudiantil universitaria. Esto se evidencia en el uso de otros mecanismos de protesta, pero también en el origen y la variación que en el tiempo han tenido los usos de explosivos en contextos del tropel.

Entrados los años ochenta, después de la organización, la actuación clandestina y el impulso inicial de las líneas políticas de las organizaciones tropeleras, apareció el uso de los explosivos elaborados artesanalmente en el desarrollo de las protestas estudiantiles. Varias personas entrevistadas, y que han participado de los tropeles en la Universidad de Antioquia, manifestaron que tales elementos provinieron de Nicaragua tras la participación de colombianos y colombianas en las brigadas internacionalistas en el proceso insurreccional que culminó con la Revolución Sandinista de ese país7.

Existen literatura sobre esa revolución que confirma que en su desarrollo se dio con el uso de “mecates” o “bombas de mecate”8. Estos artefactos explosivos surgieron específicamente en el barrio Monimbó, del departamento de Masaya, donde la población era experta en la fabricación y uso de la pólvora con fines recreativos. Carlos Núñez, dirigente guerrillero nicaragüense, adjetivó las “mecates” como “ruidosas” y afirmó que evolucionaron hacia bombas de contacto:

Pero como la guardia empieza a responder, los monimboseños experimentan con la pólvora y crean así la bomba de contacto. En lugar de la bomba de mecate que debe ser encendida en el momento de lanzarla, inventan una fórmula química —creo que exceso de clorato con piedras finas— que hace que la bomba estalle sola al golpear fuertemente contra algo. Esto permite tirarla desde lejos, se transforma en una verdadera granada de mano. Se hacen de distintos tamaños. Esta nueva arma de Monimbó muy pronto se generaliza a nivel nacional. (Harnecker, 1983, p. 36-37)9

La descripción de esos elementos es similar a la de los explosivos artesanales usados en Colombia durante los tropeles universitarios. Por lo que resulta convincente la versión de que el aprendizaje sobre su fabricación y uso migraron con los brigadistas que participaron de la Revolución Sandinista, aunque queda pendiente un esclarecimiento más detallado de ese tránsito10.

Ahora bien, en el transcurso del tiempo ha habido variaciones en el propósito detrás del uso de los explosivos durante las protestas universitarias. Hasta la primera mitad de los años noventa, pese a la beligerancia estudiantil de la época, los explosivos eran usados para llamar la atención de la población universitaria. Significaban una suerte de “anuncio” o “llamado” al inicio de la protesta, durante la cual los mecanismos para enfrentar a la policía se limitaban a piedras y bombas incendiarias. Los explosivos se reservaban únicamente para repeler posibles avanzadas policiales o militares al interior del campus universitario y/o para “marcar la retirada”. Es decir, según un exestudiante de la Universidad de Antioquia, se usaban como un nuevo anuncio para llamar a los manifestantes a retirarse de manera “ordenada y segura” (Entrevistado C, comunicación personal, 22 de diciembre de 2019).

Según lo conocido, el incremento en el uso de los explosivos para atacar a los policiales ocurrió en la segunda mitad de los años noventa, en medio de las amenazas de distintas organizaciones paramilitares contra el estudiantado. Esta dinámica creció en la segunda mitad de esa década y durante los años dos mil, en correspondencia con la aparición del Escuadrón Móvil Antidisturbios —ESMAD— de la Policía Nacional (Entrevistado B comunicación personal, 6 de diciembre de 2019)11.

Esos aspectos no son anecdóticos, pues dan cuenta de que los explosivos no son un elemento “de siempre” para las protestas universitarias. En aquellas que han sido violentas, los explosivos fueron antecedidos y sustituidos por otros elementos. Así como antes el uso del mitin, las marchas, el bloqueo pacífico, el “pupitrazo”, la olla comunitaria, entre otros, han sido mecanismos de protestas no violentas, también lo han sido para las organizaciones clandestinas, y en algunas ocasiones para el rechazo de las acciones violentas de estas.

Esa no es una consideración menor, pues abre las puertas para afirmar que hubo un momento y unas circunstancias específicas para que iniciara el uso de los explosivos. En otras palabras, se puede decir que estos no son connaturales a la protesta universitaria y ni siquiera son sustanciales al tropel, sino que el acudimiento a esos elementos correspondió —y debería corresponder— a una decisión política de quienes, desde los ochenta, han participado en esas protestas.

Reflexiones finales

Hasta aquí se ha expuesto cómo la clandestinidad, la línea política y los explosivos han sido elementos que, en distintas circunstancias, han ido configurando las protestas violentas que hoy conocemos como tropeles universitarios. En consecuencia, también ha sido evidente que ese modo de protestar no siempre ha sido igual, no solo porque esos elementos se han ido articulando paulatinamente, sino porque cada uno tiene en su interior unas variantes respecto a las condiciones objetivas u objetivadas en que se desenvuelve, las consideraciones subjetivas o subjetivadas de sus partícipes y los mecanismos a través de los cuales se materializa.

A esta altura, resulta valioso pensar la interrelación entre la clandestinidad, línea política y el uso de explosivos. La primera es un recurso de protección, se entiende, ante la persecución y la agresión que sufrida por quienes integramos las universidades públicas y otros sectores estigmatizados por no acolitar pensamientos o políticas dominantes. La línea política ha sido, precisamente, el soporte de las posturas perseguidas, pero también de la decisión de conformar organizaciones clandestinas, de acudir a distintos mecanismos para protestar, incluidos los que son o no violentos, en un acto comunicativo que hace memoria o refrenda una idea o una crítica. En subordinación se encuentra el que esos mecanismos sean los explosivos, estos han sido vistos como resultado de las condiciones de agresividad ante causas y posturas disidentes, pero también como un medio para llamar la atención o enfrentar deliberadamente a la policía.

Pese a lo que creen quienes estigmatizan o idealizan a la Universidad por la práctica del tropel, esta no es una tradición “de siempre” ni un legado sagrado o una fatalidad sacra y de naturaleza perpetua. Se trata de una práctica correspondiente a unos contextos y a la decisión de algunos sujetos políticos universitarios, que en ese medio han visto una forma de protegerse y de hacerse escuchar.

Todas estas transformaciones conllevan el correlato del Estado, más allá de las directivas universitarias. En última instancia, todo cambio presupone la obligación del Estado de respetar, proteger y garantizar el ejercicio de la política tanto dentro como fuera de la Universidad. Dicho eso, el tropel no es un asunto que se “resuelva” con más policía o más prisión para sus partícipes, aunque su comportamiento pueda constituir delitos. Al tener origen histórico y social, requiere de otros caminos para avanzar en su desmantelamiento. La escucha institucional, las posibilidades seguras de participación política y los espacios innovadores para la memoria social y política podrían ser algunos caminos que, con cierta dosis de audacia, quitarían espacio a la sustentación del tropel como “una necesidad”.

Citando a D’Angelo, Oyarce (2021) afirma que “los repertorios exitosos son los que consiguen converger la interpretación de la realidad que presentan los activistas con la de la población que se moviliza” (p. 7). Sumando esa consideración a lo ya dicho, resulta importante que las personas involucradas en el tropel vean que este recurso no debe ser considerado como algo que “tiene que ser”, y que no es más que una opción de entre muchas, que no encuentra su sentido en el sacrificio sino en su eficacia. En conclusión, así como el tropel apareció puede desaparecer o al menos irse reconfigurando hacia mecanismos menos peligrosos, más creativos y más efectivos para alcanzar los objetivos perseguidos, y con fundamentos distintos al relato heredado durante casi cincuenta años.

Referencias

Acevedo, Á. y Villanoba, J. (2015). El cogobierno en la Universidad de Antioquia, 1970-1973: “Una victoria del movimiento estudiantil y profesoral”. Historia y Espacio, 11(44), 145-169. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5839876

Archila, M. (2012). El movimiento estudiantil en Colombia: una mirada histórica. OSAL, (31).

Cabezas, O. (1981). La montaña es algo más que una inmensa estepa verde. Colección Socialismo y Libertad.

El Colombiano (2022, 19 de septiembre) Disturbios obligaron de nuevo a evacuar la sede principal de la Universidad de Antioquia. https://www.elcolombiano.com/antioquia/ordenan-evacuacion-de-la-universidad-de-antioquia-por-disturbios-GK18657100

Harnecker, M. (1983). Pueblo en armas. Entrevistas a los principales comandantes guerrilleros de Nicaragua, El Salvador, Guatemala. Universidad Autónoma de Guerrero.

Oyarce, J. (2021). (Re)Construcción de la realidad y protesta: Un análisis de los repertorios de acción colectiva desde la teoría de las representaciones sociales. Anuario del Conflicto Social, (12). https://doi.org/10.1344/ACS2021.12.2

Padilla, N. (2019, 20 de julio). La revolución sandinista también fue un espejismo colombiano. El Espectador. https://www.elespectador.com/politica/la-revolucion-sandinista-tambien-fue-un-espejismo-colombiano-article-871923/

Uribe, M. (1998). Universidad de Antioquia. Historia y Presencia. Editorial Universidad de Antioquia.

Notas al pie:

1Este texto se deriva de la investigación titulada “La incursión del paramilitarismo en la U de A durante los años 90: Afectaciones de la ciudadanía y la democracia estudiantil”, financiado por la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia entre los años 2019 y 2022. Este proyecto está adscrito al grupo de investigación “Gobierno y Asuntos Públicos”, en la línea de investigación “Democracia y ciudadanía”, de la misma Facultad. Una versión preliminar fue presentada en el seminario ¿“La acción violenta no es toda igual”? Conversaciones sobre “el tropel”, organizado por la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia y la Secretaría para la No Violencia de la Alcaldía de Medellín, el 28 de marzo del 2023.

2Abogado y magíster en Ciencia Política de la Universidad de Antioquia. Profesor ocasional de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la misma universidad, director de la Revista Diálogos de Derecho y Política. Correo: leyder.perdomo@udea.edu.co

3También se les ha llamado “piñatas” o “pogos”.

4En medio de esa puja, las manifestaciones y organizaciones estudiantiles clandestinas fueron descalificadas por organizaciones como la Juventud Comunista, que en los años setenta tildó la violencia estudiantil como “extremoizquierdistas”, “guerrilleristas” e “infantilismo de izquierda”. Sectores maoístas los refirieron como “propaganda armada”, una “degeneración en el anarquismo”, la “inhabilidad para la lucha revolucionaria” y a sus autores como “un grupo de resentidos y enfermos” (Acevedo y Villanoba, 2015, pp. 172-173).

5De forma concreta y reciente, las formas del tropel también fueron sido usadas para denunciar violencias basadas en género en la Universidad de Antioquia (El Colombiano, 19 de septiembre de 2022).

6La profesora Uribe se refiere a los cambios en la Universidad durante los años ochenta y hasta fines de la década del noventa, en los que la convicción y la militancia activa de estudiantes, profesores y trabajadores universitarios en las causas revolucionarias fueron dando paso a la preocupación por la democracia, a causas más modestas con menos certezas de un destino socialista y el reconocimiento de la necesidad de acordar y conciliar con otros puntos de vista.

7Entre otras, a Centro América se desplazaron brigadas como la Simón Bolívar y Carlos Fonseca Amador. Compuestas por voluntarios suscritos a organizaciones políticas como el Partido Socialista de los Trabajadores, el movimiento Firmes o a guerrillas como el ELN, EPL y M-19. Se estima que viajaron aproximadamente mil quinientas personas a prestar apoyo a la Revolución Sandinista (Padilla, 2019).

8En el glosario de la novela de Omar Cabezas (1981) La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, las “mecates” son definidas como “explosivo de fabricación casera” (p. 152).

9Tras el afianzamiento de su uso entre los rebeldes, Núñez y otros líderes insurgentes afirmaron que las bombas de contacto pasaron a ser parte de los ataques contra las fuerzas armadas estatales, usadas por grupos o movimientos con menor preparación e integración militar, es decir, sectores populares que repelían a los uniformados y respaldaban a los alzados en armas o grupos de milicias encargadas de hacer actividades de dispersión, hostigamiento o propaganda armada (Harnecker, 1983).

10Otro elemento que refuerza esa hipótesis consiste en el uso de material explosivo de fabricación casera del que se encuentra rastros en barrios populares de Medellín, en los que había influencia de organizaciones políticas y sociales de izquierda, donde las protestas también se llevaron a cabo a través de su uso.

11Es importante considerar que los explosivos, siendo peligrosos para los policiales, los curiosos y particularmente para quienes los usan, no son idóneos para soportar acciones hostiles o de guerra. Es insostenible la afirmación de que con explosivos de contacto, bombas incendiarias y piedras se pueda sostener un enfrentamiento callejero más allá de unas horas o que por su intermedio se pueda enfrentar con eficacia a una organización militar. A veces no basta ni siquiera para enfrentar las armas “menos letales” de la policía y tampoco han sido suficientes ante respuestas policiales o de paramilitares que han usado armas de fuego. Por eso, la condición del tropelero no soporta el lugar del combatiente, que requiere el cumplimiento de funciones para una actividad bélica y que requiere de medios para ello; por eso tampoco puede ser visto, desde el Derecho Internacional Humanitario, como un actor más allá del disturbio.