Luis Alfredo Atehortúa Castro1
La Vorágine es una de las obras literarias más importantes de Colombia y de América Latina. Es considerada una pieza maestra de la denuncia social, del registro político, vivencial y de la violencia durante la fiebre del caucho en la selva amazónica a fines XIX y principio del XX. Como punto nodal de contextualización de la obra y sus dimensiones políticas, sobresale el papel del autor como actor social y político en las condiciones de profesor, abogado, diplomático y ciudadano comprometido con los destinos de la nación y de poblaciones vulnerables. De allí, surge la obra como un testimonio que vincula aspectos de ficción y realidad que alimentan el desenlace permanente de la literatura como recreación y de la política como acción.
Palabras clave: La Vorágine, José Eustasio Rivera, política, literatura.
Este artículo pretende darle una mirada a la relación entre literatura y política, relación expresada en diversos escenarios en los que se piensan y analizan obras desde un referente más amplio a su mera condición creativa, e incorporando, como criterio de análisis, diversos efectos y funciones intencionados o no por sus autores, como puntos de referencia para examinar las condiciones de su vínculo y su significado, bien por las tendencias estilísticas de determinadas épocas, o bien por los intereses particulares de determinados autores: obras en las que se expresan denuncias, críticas a las injusticias o señalamientos desnudos de la forma en que se configuran las relaciones de poder.
Se tomará como referencia para este ejercicio, una obra de la novelística latinoamericana, conocida por muchos e ignorada por otros, pero que devela los acontecimientos de las caucherías existentes en la selva fronteriza de Colombia y Perú en los inicios del siglo XX. La relación entre literatura y política ha sido tomada como referencia en diversos eventos y trabajos alrededor de la narrativa latinoamericana, pero también a partir de la preocupación y el interés de develar las características de los actores discursivos y generadores de pensamiento, a partir de la crítica a la creación estética (en el caso literario) y del análisis del discurso.
Se cree muchas veces y en muchos lugares, que sólo desde Sartre se propagó la idea de que la literatura debía incubar un compromiso indiscutible con la sociedad, en el sentido de su función reveladora de la realidad. Tema controversial por la discusión que problematiza igualmente esa dicotomía, en el sentido de sostenerse también, la necesaria independencia entre la política como compromiso y la literatura como creación; algo que llegó a afirmar Borges en varias ocasiones. Pero antes de Sartre y de Borges, existieron muchos intelectuales y escritores que pensaron e hicieron del compromiso y de la preocupación por lo que sucedía en sus sociedades, una inspiración fundamental para sus obras, uno de esos casos es el de José Eustasio Rivera.
En la novela como en todos los géneros literarios, abunda una oscilación entre ficción y realidad, pues el arte como expresión propia de la condición creativa del ser humano, pretende imitar la realidad, pero nunca reemplazarla. De modo que el impacto de las obras siempre habrá que tomarlo en esa justa proporción de dualidad en la que la una (la ficción) como la otra, (la realidad) están presentes.
Ahora bien, la ficción ha sido pensada en diferentes escenarios, como una forma de aventurarse a un futuro desconocido, un futuro soñado y anhelado, pero también temido. La ficción también tiene que ver con la configuración de una “irrealidad” que tiene matices desproporcionados o cercanos a la realidad misma, en un presente simultáneo a la aparición de las obras. Así mismo, la ficción tiene vínculos con la configuración discursiva de una realidad intencionada, en la que subyacen intereses estéticos y también políticos. Aquí lo político se asume como un ámbito propio y específico del quehacer social: el que atañe a las relaciones de poder entre los seres humanos y el gobierno de la sociedad. Aunque este es un terreno que no agota la realidad ni la integridad del ser humano, sí las afecta, de manera determinante (Roque Baldovino, 2001).
Dentro de los géneros literarios que han abordado la ficción como estilo morfológico se destacan el ensayo y la novela, esta última como relatos y narraciones de acontecimientos soñados o temidos, cosa que se afirmaba con anterioridad. Dada la importancia de este estilo se ha llegado a caracterizar a un tipo de narración sea novelística o ensayística como de ficción, en la medida en que reúne ciertas características que cumplen la función de lupa, pues el arte acerca a la realidad en la medida en que la disfraza para hacerla más visible, pues la ficción es una de las formas en que, por ejemplo, la novela muestra la cotidianidad.
Es así que, en un ámbito de reflexión sobre una obra específica, el tema de la literatura tiene una presencia obvia por tratarse de una novela, y la política por el interés de resaltar en esta obra en particular aspectos que tienen que ver con la Nación, con el Estado en construcción y con la condición humana y todas sus vicisitudes. Se trata de un elemento indisociable entre el autor y la obra, me refiero a las situaciones descritas en la narración y que se mueven entre lo verdadero y lo imaginado con lo que se pretendió dejar constancia de lo que sucedía, expresión de unas relaciones de poder, de explotación, de negación del otro en un inframundo, en el que el caucho, la selva y la condición humana toman forma y expresión de un modo particular.
José Eustasio Rivera nació en Colombia el 24 de febrero de 1888 en Neiva, departamento del Huila, en medio de un ambiente natural y campesino, forjándose en él desde niño la sensibilidad por la naturaleza y coraje por las jornadas de trabajo en las labores del campo. Gracias al esfuerzo personal y al de su modesta familia, pudo viajar a la capital de Colombia, Bogotá, donde estudió para ser maestro y luego abogacía. Desde muy temprano se aficionó por la poesía y había escrito varios sonetos que llegaron a publicarse en 1921 con el nombre de “Tierra de promisión”. Desde muy joven, a través de relatos, conoció las experiencias de las caucherías y el dolor humano que desfilaba por Neiva proveniente del “infierno de la selva”, tema que le inquietaba mucho y que soñaba conocer algún día en carne propia.
Su trayectoria pública se caracterizó por ser accidentada, dada su convicción crítica y recelosa ante las injusticias. No obstante, ocupó cargos importantes desde donde hizo denuncias sobre las condiciones de explotación de colonos e indígenas en las fronteras del país con Colombia y Venezuela en condiciones esclavizantes. Siendo miembro de la cámara de representantes a nombre del partido conservador, advirtió sobre la intromisión del Perú en tierras colombianas a través de la casa Arana, que era una compañía de explotación del caucho donde se adelantaban todo tipo de atropellos, violando la soberanía nacional. Además, se opuso a las concesiones del canal de Panamá a los Estados Unidos y denunció atropellos por parte de este país en las regiones petroleras de Colombia.
Fue nombrado secretario de una comisión que en 1922 delimitaba, para ese entonces, la frontera con Venezuela. Estando allí recorrió el río Orinoco hasta el Amazonas y pudo constatar las dificultades expresadas en codicia, barbarie y violencia que generaba la locura del caucho, algo que conocía a través de relatos, pero que pudo corroborar. Es así que empieza a escribirse La Vorágine a modo de ficción, en el propio terreno, en medio de las peripecias, del cansancio, de la adversidad, de los mosquitos y a la luz de una vela (Loveluck, 1985).
El texto apareció al público en 1924, generando diversas reacciones entre los lectores; sus fuentes además de ser las vivencias propias de sus aventuras y viajes, reporta un buen trabajo documental con el que respaldaría muchas de las descripciones realizadas. El texto durante un buen tiempo, tuvo algo de reportaje que denunciaba la realidad o la alteraba con finalidades políticas.
Rivera hace parte de una tradición de intelectuales y escritores que, en las primeras décadas del siglo XX, le imprimieron una característica a la narrativa latinoamericana, allí se destaca la necesidad de abordar las dificultades y padecimientos de las personas en sus terruños y que los Estados no atendían o que ni siquiera conocían. En muchas de estas obras se hicieron denuncias sobre las consecuencias del subdesarrollo y el implacable paso de los acontecimientos, sin que nadie hiciera o dijera nada, pero las obras fueron esa posibilidad de darlas a conocer al mundo. Uno de esos personajes fue Rivera y La Vorágine fue una de esas obras.
En una carta recientemente descubierta, Rivera escribió en 1927 al magnate Henri Ford lo siguiente:
¿Cuánto tiempo tardará la civilización en vencer allí (a la selva) las inundaciones periódicas, las miasmas mortíferas y el mosquito terrible, hasta afianzar el régimen urbano y seguridad indispensable? Trascendental batalla va a reñir el que resista mayor tiempo…. Por desgracia Mr. Ford va a colonizar las selvas, cuando ya casi están desiertas. Más de 30 mil indios fueron exterminados en la hoya del río Putumayo en trabajos de caucherías bajo la acción del látigo, del garrote y de la castración (…) He tenido en mis manos fotografías de capataces que regresaban a sus barracas con cestas o mapires llenos de orejas, senos y testículos, arrancados a la indiada inerme, en pena de no haber extraído todo el caucho de la tarea que le imponían los patrones (González Rodas, 1989, p. 39-48).
Esta carta confirma las preocupaciones y el interés permanente que tenía Rivera por el destino en aquellas tierras, es decir, no sólo era la inspiración para una obra literaria, sino una preocupación como ser humano. La muerte temprana, en 1928, a los cuarenta años, en momentos en que adelantaba en los Estados Unidos las gestiones para la traducción de la Vorágine, impidió que Rivera culminara trabajos que pensaba hacer en relación con las injusticias generadas en las regiones donde se hacían exploraciones petroleras. Pero la Vorágine lograría inmortalizarlo, por su valor literario y por ponerle un sello importante a la narrativa latinoamericana surgida desde Colombia.
La novela está compuesta por tres partes, escrita la mayor parte en primera persona, con narradores distintos, donde el principal es Arturo Cova. La primera parte trata sobre la huída de Arturo Cova con Alicia, una mujer joven y hermosa, desde Bogotá hacia las tierras del Llano, impulsados por su espíritu aventurero y porque a Alicia la quieren hacer casar con un hombre anciano, de quien no estaba enamorada. Tras la huida, llegan a la finca la Maporita, donde conocerán a Franco y a su mujer Griselda, quienes viven y trabajan en la finca. También allí aparece Barrera, contratista de caucherías que anda en estas tierras reclutando peones para llevarse a la selva, y con quien luego se fugarán, tanto Alicia [quien se encuentra esperando un bebé] como Griselda, a quienes Franco y Arturo perseguirán con todas las peripecias del drama, el odio y la sed de venganza.
La segunda parte trata ya de la selva como “Vorágine” que enloquece y devora al que no sabe tratarla. Aparecen en todo su esplendor los personajes del Pipa, Helí Mesa y Fidel, así como Clemente Silva, figura de gran protagonismo a partir de este momento, y quien empieza a narrar gran parte del resto de la obra. Silva personifica al cauchero explotado, atrapado, condenado por su situación de padre en búsqueda de su hijo fugado desde niño a las caucherías, conocedor profundo de la selva, de sus poderes, de su condición laberíntica y voraz, también testigo y víctima de los rigores de la infamia de los contratistas y las compañías caucheras.
En la tercera y última parte Clemente Silva continúa narrando todos los eventos dolorosos de su condición de cauchero, igualmente aquí, se dan los eventos en los que se da el reencuentro con Griselda y Alicia, así como con Barrera. Allí se narran los eventos profundos de sobrevivencia, ante la selva, pero también ante el sistema impuesto por las caucherías con sus decisiones y con la forma en que opera la flagrante explotación de colonos, e indígenas. Los eventos de la muerte de Barrera en una pelea con Arturo Cova, donde luego de caer a un pequeño río, será devorado por los caribes, peces carnívoros que se alimentan en las orillas de todo lo que cae como maná del cielo.
Finalmente, allí se narran los últimos momentos de la historia, en el intento, la búsqueda de salir de ese lugar espeso y profundo. Arturo, Alicia y su pequeño hijo recién nacido; ellos acompañados de Franco, Griselda y Helí, sin víveres, esperan en la selva a ser rescatados por Clemente Silva, quien había viajado a Manaos a pedir ayuda al cónsul de Colombia. Este último, escribe un cable al ministro de relaciones exteriores, que textualmente dice:
“Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva. Ni rastro de ellos.
¡Los devoró la selva!”
La Vorágine es una obra inscrita dentro de los mejores relatos hispanoamericanos del siglo XX; texto narrado en primera persona, principalmente, por “Arturo Cova”, personaje central de la obra y que se caracteriza por ser un hombre de aventura, de coraje, de atrevimiento ante la vida y ante el mundo amenazante de la selva amazónica. Para muchos expertos en literatura universal e hispanoamericana, el texto es un desafiante testimonio de los padecimientos de hombres y mujeres en los enclaves de la explotación cauchera de principios de siglo XX. La Vorágine se ha juzgado como una obra lírica en la que se invocan las selvas del Amazonas y el drama humano de los caucheros, otros la han caracterizado como una novela de la selva, de la naturaleza o hasta de la violencia.
Dentro de los elementos políticos existentes en la obra, se puede aludir a un componente de la narrativa de un conjunto de obras de la época y que aparecen reiteradamente en la Vorágine: se trata de los pasajes que abogan por una cultura nacional. El 8 de enero de 1929 durante los funerales de José Eustasio Rivera, Rafael Maya, un importante hombre de letras dijo “Defendamos la obra de Rivera porque constituye una preciosa parte de nuestro patrimonio moral, y porque ella sola contiene más elementos de soberanía nacional que la ficción misma del Estado” (Pérez Silva, 1988)
Aquí hay que destacar que Maya se refiere a los elementos que denuncian las dificultades fronterizas, como una dificultad de la nación y de la soberanía, pues las caucherías y todo su andamiaje organizacional, con capataces, reglas, salarios, mercadeo de alimentos y productos de la canasta básica, eran administrados por ellos sin ningún control ni regulación, y siempre sometiendo a condiciones extremas a los trabajadores, indígenas y colonos; la soberanía era un capricho infame y miserable por parte de los explotadores.
Allí aparecen los eventos en los que las empresas caucheras, las cuales trabajan con recursos de empresas como la Ford o la Goodyear, [información que no aparece en la novela] financian todo tipo de acciones de explotación sin regulación alguna y sin mediar vínculos con los Estados, los contratistas hombres de negocios como Barrera o Funes, el Cayeno y Arana;2 en la obra son quienes representan los intereses de las grandes empresas en el suministro de materia prima para la naciente industria automotriz, en esas tierras el dueño de todo, de la selva, de caucho, de la libertad, de la vida misma, son los empresarios del caucho.
Dice Clemente Silva:
El crimen perpetuo estaba en los libros de cuentas de las haciendas cauchera, en ellos se hallarían: datos inocuos; peones que entregan kilos de goma del caucho a cinco centavos y reciben franelas a veinte pesos; indios que trabajaban hace seis años y aparecen aún debiendo el mañoco (el alimento de la yuca) del primer mes; niños que heredan deudas enormes procedentes del padre que mataron, de la madre que les forzaron, hasta de las hermanas que les violaron y que no cubrirán en toda su vida…” (Rivera, 1985, p. 129).
En un espectro muy amplio de la obra se conectan literatura y política, desde la independencia, la literatura ha estado vinculada a la política y a la sociedad; bien a través de ensayos, novelas, cartas o poemas. En este sentido, desde de fines del siglo XIX, Esteban Echavarría y José Enrique Rodó, entre otros, sostenían que la literatura era un instrumento fundamental en la creación de las nacionalidades en América Latina (Rodó, 1974; Rama, 1982).
De modo que la Vorágine está inscrita en un repertorio de propuestas creativas, surgidas en el seno de una tendencia que definía y caracterizaba a un gran conjunto de obras. Habrá que agregar igualmente, que el texto devela aspectos supremamente cercanos a las vivencias del propio autor, lo que llevó a que muchas veces se pensara que Arturo Cova es José Eustasio Rivera, pero el personaje realmente encarna a un amigo de Rivera, quien se caracterizaba precisamente por conocer el mundo de la selva y sus vicisitudes.
Los aspectos políticos de una obra son amplísimos, y pueden aparecer en sus efectos, en la intencionalidad del autor, o ambas. La relación entre política y literatura cruza por la ficción como el elemento que recrea una realidad, que la matiza y la disfraza, le dota de contenido racional, colorido o simplemente pintoresco. En el caso de la Vorágine, las dimensiones políticas están en la indiscutible relación entre Rivera y la Vorágine. Si bien Arturo Cova, no es Rivera en la realidad, el autor, es todos los personajes, todas las metáforas que se deslizan a través de las páginas agregando un sentido y una ilación de situaciones que construyen una aventura de dramas y de pulsiones humanas. Digamos que el autor quiso hacer y decir, a través de la Vorágine, mucho de lo que pudo y no pudo hacer en su vida como hombre, como ciudadano y como político.
La Vorágine, condensa en este caso la obra literaria y política de un hombre, personaje que cruzó del siglo XIX al XX, como protagonista de los dramas más insospechados de la realidad latinoamericana, donde se conjugaron los procesos de articulación de la nación, la definición de los límites fronterizos, la explotación de territorios selváticos, la intromisión de compañías multinacionales en la creación de un sistema de explotación que exterminó a miles de indígenas, que esclavizó sin discriminación a colonos y que configuró una de las expresiones de violencia más dolorosa y dramática de los inicios del siglo XX.
Hoy en Colombia, 100 años después, los territorios caucheros de principios de siglo XX se convirtieron en territorios cocaleros, la violencia continúa de otra manera, pero con el efecto desgarrador que desangra a comunidades enteras, a un sueño de porvenir de miles y tal vez de millones de personas en estas tierras; el conflicto interno ha superado ya las fronteras y las dificultades con los países vecinos son latentes. Por eso La Vorágine es una especie de metáfora para entender las convulsiones generadas por las violencias de larga duración en este país, un país rico en recursos naturales, pero víctima de las ansias de poder depredadoras de terratenientes, multinacionales, actores armados, y políticos desalmados que han hecho del ejercicio público una oportunidad para acrecentar sus arcas, pero no para servir a un pueblo, ni al interés general.
Ya no es el caucho, pero sí siguen siendo los recursos naturales demandados por el “desarrollo”, como el petróleo y los biocombustibles; demandas de los países ricos que siguen poniendo condiciones para la explotación, pese a existir en Colombia un Estado más consolidado, pero que ha cedido ante las prerrogativas de los intereses foráneos y ante el capital de los empresarios. Han pasado 100 años de los acontecimientos de la Casa Arana, pero las multinacionales y los actores armados en Colombia, vienen expropiando territorios para sembrar palma de aceite y generando así gran cantidad de desplazamientos, alrededor de 6 millones de desarraigados por la violencia, como un continuum de la historia de la Vorágine, traducida como realidad nacional.
De modo que la Vorágine, es un texto histórico, social y político. Texto develador de un problema estructural de la sociedad colombiana. Rivera apuntó a un elemento de preocupación integral sobre la condición humana, en la que tanto lo local como lo global, imprimirían una constante de situaciones que hoy siguen presentes, expresadas en violencias, disputas por territorios, muerte y desarraigos. Todo esto le asigna gran pertinencia a esta novela, escrita hace un siglo, y a un autor que quiso hacer de la literatura, una posibilidad para denunciar lo que pasaba.
González R., P. (1989). Una carta desconocida. Revista de la Universidad de Antioquia, 215, 39-48.
Loveluck, J. (1985). Prólogo a La Vorágine. En J. E. Rivera, La Vorágine (pp. IX-XLIII). Editorial Ayacucho.
Pérez Silva, V. (1988). Raíces históricas de la Vorágine. Ediciones Príncipe Alpichaque.
Rama, Á. (1982). Transculturación: Narrativa en América Latina. Siglo XXI Editores.
Rivera, J. E. (1985). La Vorágine. Editorial Ayacucho.
Rodó, J. E. (1974). El americanismo literario. En C. Ripoll, Conciencia
intelectual de
América. E. Torres & Sons.
Roque Baldovino, R. (2001). Arte y parte: Ensayos de literatura. Istmo Editores.
Notas al pie:
1Profesor Titular de la Universidad de Antioquia. Doctor en Ciencias Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO Argentina. Sociólogo y magíster en Ciencia Política de la Universidad de Antioquia. Integrante del Grupo de investigación Poder y nuevas subjetividades de la misma institución. Correo electrónico: luis.atehortua@udea.edu.co
2Empresarios caucheros, de los cuales, Julio César Arana, es un personaje real; quien fuere denunciado en reiteradas ocasiones desde antes de 1910 por el periodista peruano Benjamín Saldaña desde la ciudad de Iquitos. La compañía de los Arana incurría en los delitos de robo, estafa, incendio, violación, envenenamiento y homicidio agravados con los más crueles tormentos sobre la población indígena. Además, su función consistía en apropiarse de territorios. Ver Juan Loveluck. ibíd. pág. XI.