La Primera Guerra Mundial inició el 28 de julio de 1915 y finalizó el 11 de noviembre de 1918. Tras su culminación, la humanidad entró en un mundo nuevo; modernización, desarrollo y progreso fueron las consignas de un sueño predicado por los Estados y las nuevas y las viejas naciones económicamente más avanzadas. No obstante, al pánico de una nueva guerra, le sobrevino el de otras muchas guerras inesperadas y mucho más mortíferas: el virus de la llamada “gripe española” era una de ellas (González, 2013).
En parte, estos pánicos propiciaron que el deporte y la educación física de las masas se activaran como dispositivos -y simbolismos- de una guerra permanente y fuesen reconocidos y mitificados como regeneradores de las razas nacionales o pueblos. Sobre este paradigma, la internacionalización del deporte fraguó las luchas simbólicas por el capital biológico -o corporal- de los estados-nación (Hobsbwam, 2013). Si bien los felices años veinte fueron un sosiego momentáneo, la guerra (sinfín) no había terminado y el virus de la guerra continuaba presente. La Guerra de los treinta años (1914-1945), como la denominan Stern (2009) y Hobsbawm (2009), no solucionó los viejos problemas, ni tampoco trajo la paz; fue todo lo contrario. Al respecto, todavía no hemos encontrado un antivirus contra la guerra y la destrucción entre los humanos. Esta solución, pienso que no interesa puesto que es anticapitalista y, en estos tiempos, el neocapitalismo o ultraliberalismo -y también el neoconservadurismo- viven de la guerra y para la guerra; es la guerra comercial y financiera que no sufre por los daños colaterales.
Las invenciones de la educación física y del deporte han sido los dispositivos más eficaces para responder a complejos problemas. Por un lado, se encontraban las expansiones nacionales e imperiales de los pueblos, es decir, para garantizar la supervivencia y supremacías nacionales, pero, por otro lado, también para combatir los miedos individuales y burgueses a la muerte. La educación física y el deporte han sido, y siguen siendo, la respuesta frente al miedo a la muerte; en otro término, podemos admitir que aún responden al mito de antídotos a las enfermedades y a la degeneración. Sin embargo, el producto corporal -educación física, deportes y prácticas de fitness- entra plenamente en el campo globalizado del consumo y muchas veces traza finos límites en el conocimiento de las conductas saludables.
Después de la Primera Guerra Mundial, los Estados sistematizaron la institucionalización de las políticas sobre la educación física de la juventud y el control sociopolítico del deporte, con lo cual vinieron a prepararse nuevamente para la guerra. En este nuevo juego de estatalización del capital corporal, se subvirtieron las subjetividades y libertades individuales con mistificados discursos acerca del regeneracionismo, el nacionalismo y las ilusiones sobre al progreso y la modernidad. La educación obediente entró entonces de lleno en la lógica de esta operativa.
Así pues, vamos a retroceder a los discursos y a las manifestaciones del llamado “problema de la educación física” que, en el caso particular de España, se visibilizaron durante los años del virus de la “gripe española” (1918-1919), una pandemia de alcance mundial. De aquí que el objetivo de este estudio sea ofrecer unas coordenadas históricas concretas para situar y analizar mejor lo sucedido en España durante estos años, y en relación especial con el deporte.
La mayoría de los datos que aquí se apuntan, surgen de la revisión bibliográfica de documentos de la época -libros y prensa-, con lo cual se pretende trasladar el texto histórico a una posición crítica desde el campo de la historia social. De aquí que, principalmente, situemos los hechos en el entorno de las ciudades de Madrid y Barcelona, que propiciaban una mayor información deportiva y general a nivel de todo el país.
En cuanto a la localización de los documentos, se consideró la búsqueda de noticias en la prensa deportiva más relevante de la época (Stadium, El Mundo Deportivo, Madrid-Sport, Gran Vida y Heraldo Deportivo), que se encuentra en la hemeroteca digitalizada de la Biblioteca Nacional de España, en la hemeroteca de El Mundo Deportivo, y el Arxiu de Revistes Catalanes Antigues.
Para empezar, antes hay que situar brevemente el contexto sociopolítico del momento. El periodo fijado se sitúa en un marco de alta crispación política y social del régimen de la Restauración borbónica (1874-1931) y que terminó con una nueva dictadura militar (1923-1930). Sobre este contexto se encontraba un cúmulo de problemas endémicos heredados de los déficits democráticos del siglo anterior. Destacar, al respecto, la incapacidad política por atender el problema social de la clase obrera, la falta de voluntad en satisfacer las demandas autonomistas de las nacionalidades periféricas, el descontento de las jerarquías militares y la inoperancia en solucionar una verdadera reforma militar, el creciente anticlericalismo y antimilitarismo, los fracasados anhelos de las distintas aspiraciones regeneracionistas, y también la crisis de una debilitada monarquía que temía por su continuidad (De Riquer, 2001; González, 1999; Moreno, 2009). En esta coyuntura de crisis social, la división de las masas entraba en los intersticios del mito de las dos Españas (Juliá, 2005) y se evidenciaba en la debilidad de una conciencia nacional (Álvarez, 2001; De Riquer, 2001).
Finalizada la Primera Guerra Mundial, los Estados siguieron mirando con interés al ejército y la preparación de las tropas. Aunque España no tomó parte en el enfrentamiento, la afectación siguió algunos semblantes de los países beligerantes (Torrebadella-Flix, 2016). En la prensa madrileña, los discursos que miraban a la formación del soldado eran sin duda convincentes. La contienda mundial había evidenciado que los mejores ejércitos eran aquellos que antes se habían preparado con la gimnasia y los deportes:
El sport se impone y se impondrá en mucha mayor progresión una vez terminada la actual guerra. ¿No se habla en España de renovación? Pues ahí tienen los gobernantes españoles uno de los factores más importantes para la ansiada regeneración. Amparen, ayuden, impongan que los deportes sean obligatorios en los centros de enseñanza y en el ejército, y verán como de este modo contarán para la Patria con una juventud fuerte y sana de cuerpo y espíritu. (Berraondo, 1918, p. 29)
Por otro lado, el Dr. Martínez Vargas (1918), en un discurso sobre la defensa de la raza, mostraba los datos de la precaria constitución física de los españoles que se presentaban al reclutamiento militar; había pues que actuar pronto ante el problema crucial de la educación física, para evitar la decadencia nacional. Sobre esta cuestión, Narciso Masferrer Sala (1867-1941), director de El Mundo Deportivo y uno de los principales promotores del deporte en España (Torrebadella-Flix, 2017), manifestaba: “Estos solemnes momentos de renovación de la vida de los pueblos debiera aprovecharse (singularmente en España) para edificar el mundo, convirtiéndolo, merced a nuestro vigoroso esfuerzo, en el mundo soñado de paz y de bienestar” (Masferrer, 1918a, p. 1).
No se veía así desde Madrid cuando, por ejemplo, en el campo de recreo del Parque del Retiro, el 5 de mayo se celebró el pomposo festival atlético, organizado por la Sociedad Gimnástica Española ante la presencia de Alfonso XIII. La exaltación patriotera y militarista de este encuentro, que dirigía el capitán Augusto Condo, no dejaba dudas sobre las intenciones nacionalizadoras de la Corte con las que se pretendía utilizar el movimiento deportivo y gimnástico español1. Así, se decía que este festival, que se inició con La canción del soldado, era una demostración de “las excelencias del deporte como regenerador de la raza” (De Castro, 1918, p. 101). Efectivamente, los niños de las escuelas Pías de San Antón y del Colegio de Valdemoro -de hijos huérfanos de la Guardia Civil- realizaron ejercicios de gimnástica sueca de conjunto, con gran precisión y uniformidad. No obstante, Vicente Castro de Les, director de Gran Vida, declaraba:
Concebir la esperanza de que la opinión acabará por imponerse hasta lograr que los Gobiernos concedan a la educación física toda la importancia que merece y las clases directoras sacudan su indiferencia y presenten al cultivo de los deportes viriles el apoyo que le han de menester para que no sean patrimonio exclusivo de las gentes ricas, sino que lleven su benéfico influjo hasta las clases más modestas. (De Castro, 1918, p. 101)
Ahora bien, aquí hay que añadir la revitalización de la tradición inventada del mito imperial de la Fiesta de la Raza, que volvía a aparecer impulsada en un momento de crisis nacional por el gobierno conservador de Antonio Maura. Un Real Decreto de 15 de junio de 1918, declaraba el día 12 de octubre de cada año fiesta nacional, con la designación de Fiesta de la Raza (Moreno, 2009). Surgía así la consagración de esta fiesta nacional que, con un carácter anual, fue celebrada con profundas intenciones españolizadoras que se hundían en el inconsciente imaginario de una sociedad conservadora, pero también liberal, insatisfecha ante los avances de la nacionalización de masas de los países europeos (Mosse, 2000, 2005). Las dos dictaduras españolas del siglo XX activaron esta fiesta nacional, y toda una simbología patriotera ligada al mito de la España imperial y de la nueva hispanidad (Del Pozo, 2000; González, 1988). Por lo tanto, es aquí cuando los escolares y los jóvenes fueron utilizados para hacer gala de la exaltación de esta festividad a través de desfiles, juramentos a la bandera y demostraciones gimnásticas y deportivas.
Ante una posible participación de los atletas españoles en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920, se mencionaba que “es axiomática la capital importancia que el vigor físico del soldado tiene en todos los ejércitos y la atención que en todas partes menos en España, se concede a esta evidencia” (F. T., 1918, p. 14).
Desde La Educación Física se reclamó al general Miguel Primo de Rivera que se ocupara más de ella: “hay que hacer raza”, se decía. Ello simplemente quería decir que los soldados fuesen capaces de sostener el peso de un fusil. Se insistía en que había que tomar el ejemplo de los países que marchaban a la cabeza de la civilización y, por eso, una pronta solución pasaba por disponer de un Estadio militar para el deporte (Rubryk, 1919, p. 13).
A resultas de lo acontecido, a finales de 1919 se creó en Toledo la Escuela Central de Gimnasia del Ejército, institución que encauzó la orientación de la educación física escolar durante el período de la Dictadura del General Miguel Primo de Rivera y, más tarde, también la del periodo franquista (Torrebadella-Flix, 2019).
No obstante, en cuanto al problema de la educación física del soldado, subyacía la preocupación respecto a si el sistema adoptado por el ejército era el adecuado. Si bien se había escogido como preferible el método de la gimnástica sueca, no todos los especialistas opinaban que este fuese el mejor, teniendo en cuenta que el ejército francés había asumido el error de haber elegido un método gimnástico poco eficaz para la guerra. Hacia 1917, los franceses ya se inclinaban por el método natural del capitán de la marina George Hébert (1875-1957) y, en España, el capitán Augusto Condo (1919) se declaraba a favor de él; no así otros, quienes seguían prefiriendo el método sueco, que fue el que finalmente adoptó la Escuela Central de Gimnasia (De Arias, 1919).
Por otro lado, hay que destacar que España no tenía enemigos externos o, mejor dicho, ningún país en el mundo pensaba en atacar España. El ejército tampoco poseía capacidad ofensiva, y su equipamiento estaba obsoleto y no podía afrontar una guerra moderna. El soldado recibía, en los tres años que duraba el servicio militar, una escasa formación física y técnica; las tropas estaban confinadas en cuarteles poco saludables y los índices de mortalidad eran siniestros (Torrebadella-Flix, 2016). Eso sí, durante el servicio se adoctrinaba y se disciplinaba, sobre todo en recibir una educación patriótica de obediencia a la monarquía y a las jerarquías militares. Las grandes gestas bélicas del pasado servían de ejemplo para estimular el sentimiento patriótico. Entre estas gestas heroicas aparecía, también, la guerra contra la “rebelde Cataluña” (1640-1659) y, por otro lado, se señalaban las luchas al “antimilitarismo” y al “antipatriotismo”, es decir, a los anarquistas y a los socialistas: “las ideas pacifistas son irrealizables” -marxismo y comunismo- (Academia de Infantería, 1918, p. 11).
La crisis de 1917 puso en evidencia la débil situación de la Restauración. La huelga general revolucionaria iniciada el 14 agosto de 1917, acentuó la injerencia militar (Juntas de Defensa) en los quehaceres políticos. El Comité de la Huelga -Besteiro y Andrés Saborit por el PSOE, y Francisco Largo Caballero y Daniel Anguiano de la UGT- fue acusado de sedición por un Consejo Militar, y condenados a cadena perpetua y encarcelados sus cuatro representantes. Ante el fracaso de las propuestas populares de liberación, el PSOE puso a los encarcelados en las listas para las Elecciones Generales del 24 febrero de 1918, lo que provocó una amnistía que liberó a los líderes socialistas para ocupar su escaño en el Congreso de Diputados (Aróstegui, 2013).
Así, los miedos a otra huelga general activaron los elementos reaccionarios patrióticos. Además, había que añadir la intranquilidad provocada por los sucesos revolucionarios en Rusia. Es a partir de entonces, como cita Boyd (2000, p. 306), cuando “la violencia formó parte integral de la cultura política española”.
En este espacio de violencia, hay que señalar especialmente la asociación patriótica de los Exploradores de España (EdE, Boy-Scouts), creada por el capitán Teodoro Iradier en el verano de 1912 (López, 2012) y muy pronto divulgada y extendida por todo el país (Del Rivero, 1912). Esta organización no mostró ninguna estima entre los representantes de la izquierda, que siempre vieron en ella una adulterada revitalización de los batallones infantiles (Torrebadella, 2015). Entre estos se encontraba Miguel de Unamuno, quien apreció en los EdE el mismo fracaso de los batallones infantiles, puesto que el Gobierno no tuvo “el valor de imponerlo como una preparación obligatoria para la milicia”, y se aceptó este “juego pedagógico, un juego que no es un fin en sí, sino una preparación” (De Unamuno, 1917, p. 6).
Iradier (1917a,b,c) reconocía la inexistencia de un ideal nacional, y por eso planteaba hacer de los EdE una selección de escogidos “hidalgos de la patria”, que modelara un “nuevo tipo de español”, virtud recuperada de la “raza hispánica”, el ideal del pueblo y de su obra imperial (Silva, 1917, p. 399). Este es pues el objetivo que tenía Iradier, el de infiltrar en la conciencia de aquellos jóvenes el sentido nacional, es decir, “el españolismo puro e incondicional”, sobre cualquier otro tipo de sentimiento (Pérez, 1919, p. 564).
Nuestra juventud es inteligente, es disciplinada, siente la Patria; tiene ansias de aprender; nuestro pueblo es un pueblo hidalgo. Estas afirmaciones, demostradas con argumentación que nadie podrá rebatir, puesto que se fundan en hechos y no en palabras, nos permiten ser optimistas y nos aseguran que la raza, en su pureza y antes de recibir el influjo del viciado ambiente nacional, dispone de bondades, que, como ya dijimos, son fundamento de energías, de progreso y de perfección. Labor nuestra será sacar el mayor partido posible de ellas, evitando su desgaste, desarrollándolas y consolidándolas para que puedan salir victoriosas al dar la batalla al pernicioso ambiente en que han de actuar. Pero no es bastante conservar esas cualidades hereditarias, es preciso modificar ese ambiente sustituyendo las perjudiciales cualidades adquiridas por bellezas cuya existencia surgirá de la acertada explotación de nuestros benéficos instintos. Necesitamos desterrar para siempre los defectos que dejamos señalados. Pretendemos hacer hombres… (Iradier, 1917a, p. 103)
El 31 de octubre de 1918, los EdE, recibieron la visita del fundador de la organización juvenil inglesa, Sir Robert Baden Powell. Entre los adalides de la bienvenida se encontraba el general Miguel Primo de Rivera, que era, entre otros muchos, uno de los promotores de la asociación (Del Rivero, 1912). Los EdE madrileños realizaron una Fiesta en honor al general Baden Powell (“Fiesta”, 1918). La organización estaba protegida por Alfonso XIII y tenía, digámoslo claro, el beneplácito del Ministerio de la Guerra. Los EdE eran una auténtica milicia, cuya finalidad real era la de forjar elementos contrarrevolucionarios; por mucho que se les quisiera presentar como una asociación ciudadana, cívica y pacífica, era una verdadera organización militar que, además, estaba dirigida por militares y guardias civiles reaccionarios (Ros & Torrebadella, 2020).
En estos años se intensificó la actividad deportiva de esta organización -atletismo, gimnástica, boxeo, esgrima, tiro al blanco, entre otros-. En febrero de 1919 aparecía la revista mensual ilustrada España Escultista, y el semanario El Explorador se convertía en quincenal. Su lema “Siempre adelante”, ya lo dice todo: “la obra de reconstrucción y resurgimiento en todos los países afligidos o indirectamente afectados por la guerra mundial exige el levantamiento”, y es en esta misión que se exhorta al sacrificio por la patria, para vencer tanto en las empresas de la paz como en las futuras guerras (Badenl, 1919, p. 21).
Algunas de las conferencias de los propagandistas de la educación física y la regeneración fueron publicadas en las revistas y en la prensa diaria. La Educación Física ofrecía las aportaciones del primer curso de “Conferencias sobre Cultura Física”, organizadas en enero de 1918, en el Teatro Benavente de Madrid, por el presidente de la Real Sociedad Gimnástica Española, Augusto Condo. En este curso destacaron los doctores José Gómez Ocaña (1919), Joaquín Decref (1919a) y César Juarros (1919).
El Dr. Decref propuso la creación de los “laboratorios de deportes” (Martínez-Navarro, 1918). El asunto se centraba en los últimos adelantos científicos sobre la educación física y el escaso conocimiento que muchos profesionales del ámbito tenían sobre la gimnástica. Se criticaba que España se encontraba anclada en el pasado, y que los profesores de Gimnástica utilizaban antiguos procedimientos, sin bases científicas, con lo cual se cometían errores que repercutían en la salud de los individuos. Por lo tanto, Decref abogaba para crear una nueva especialidad: la medicina deportiva, así como ya se estaba reconociendo en los países más avanzados:
Son estos, centros de investigación científica donde médicos rodeados de todos los elementos necesarios, pueden dictaminar acerca de las condiciones en que se encuentra el individuo, sea sano por la época de su desarrollo, sea enfermo por atraso o insuficiencias de aquél.
Tenéis un hijo al cual deseáis educar físicamente y antes de que, ciegos, lo entreguéis, exponiéndolo a los peligros señalados, convirtiendo vuestro deseo de que sea fuerte, robusto y útil en causa de todo lo contrario, pedís informe a uno de esos laboratorios, que lo examinan y os dicen en qué condiciones se encuentra de salud y desarrollo y cuáles son los ejercicios que le convienen. (Decref, 1919b, pp. 9-10)
Por su parte, el Dr. César Juarros (1879-1942), director de la Escuela Normal Central de Anormales y profesor de Psiquiatría en el Instituto Español Criminológico de Madrid, trató sobre “los deportes como causa de enfermedad”, conferencia en la cual puso el acento en desligar el deporte en sí, de la propia educación física:
La educación física es la base de todos los ejercicios, deportivos o no. El deporte es el medio de mantener en actividad grata los músculos desarrollados y educados por otros procedimientos.
Los deportes no educan ni física ni intelectualmente. Entretienen y crean hábitos de empleo de ciertos grupos musculares, establecen nuevas vías de asociación, automatizan movimientos complicados, pero no hacen educación física. (Juarros, 1919, p. 15).
En 1917, en plena crisis política, militar y social de la Restauración, la llegada a la presidencia de la Mancomunitat (1914-1924) de Josep Puig i Cadafalch (1867-1956), inició un nuevo impulso hacia el autogobierno del nacionalismo catalán. La presencia política de la Lliga Regionalista -el partido catalanista de derechas creado en 1901- en el gobierno de Madrid y, en especial, los tacticismos de Francisco Cambó, representaban una “nueva reconquista de España” (De Riquer, 2001, p. 223) que se expresaba a través de una renovación entre el poder de los partidos dinásticos de la Restauración. El objetivo de Cambó era consolidar un Estado fuerte con el liderazgo de Cataluña; no obstante, esta idea se quebrantó al final de la Primera Guerra Mundial con las declaraciones del presidente norteamericano Woodrow Wilson, al justificar el derecho que tenían las pequeñas naciones de Europa de constituirse como Estados. El pacto de Alfonso XIII con Cambó remontó el autonomismo catalán para lograr, en palabras del político de la Lliga, “que los catalanes dejen de sentirse revolucionarios y se adhieran a la monarquía” (De Riquer, 2001, p. 224).
Así, a finales de 1918, se reactivó una vez más el nacionalismo español, con motivo de las aspiraciones autonomistas en Cataluña. En consecuencia, el españolismo se reactivaba solamente para frenar a Cataluña, para señalar que Cataluña no era más que una región de España (De Riquer, 2001, 2013; Moreno, 2006). Sin embargo, la Lliga Regionalista que lideraba el movimiento autonomista catalán y mantenía su “lealtad de regionalismo catalán en España” (Ucelay-Da Cal, 2003, p. 774), no aspiraba a la autodeterminación. No obstante, si en Cataluña todavía nadie pedía la independencia de España, fuera de Cataluña, cualquier aspiración del catalanismo político solía verse como pujanza del separatismo (Moreno, 2006). Por otro lado, hay que destacar que líderes del PSOE, en palabras de Largo Caballero, Secretario General de la Unión de Trabajadores, ofrecían intenciones de apoyar la posición catalana: “Si llega el momento de una actuación enérgica, el proletariado estará al lado de Cataluña, porque entiende que cuando esta región obtenga todo lo que pide es cuando principiará la regeneración de España” (Largo, 1919, p. 1).
En Barcelona, a mediados de diciembre de 1918, la Liga Patriótica Española emprendió una violencia urbana -“guerras de banderas y palos”- entre españolistas e “independentistas” del Centro Autonomista de Dependientes del Comercio y de la Industria, seguidores del líder republicano Francesc Macià (Moreno, 2006, p. 146). En esos momentos se articularon bandas de extrema derecha, y en las calles la violencia continuó, implicando al mismo ejército, que se reafirmaba en la defensa de la unidad territorial de España. Esta situación comportó que, en enero de 1919, se suspendiesen las garantías constitucionales en Barcelona, no solamente por las revueltas obreras, sino también por “una franca y declarada hostilidad contra las aspiraciones autonomistas” (Moreno, 2006, p. 148). De aquí que los militares requiriesen que se declarase el estado de excepción y tomar el mando con actuaciones armadas radicales.
El primer proyecto del Estatuto de Autonomía, aprobado a primeros de enero de 1919, fue liderado por el representante de la Lliga Francesc Cambó (Balcells, 2010). El nuevo frente político movilizó a un amplio sector del asociacionismo de signo catalanista y también del deporte. Muchas entidades deportivas dieron su adhesión a los deseos de autogobierno, pues también en este campo se deseaba libertad para liderar el deporte del país. Entre estas iniciativas hay que mencionar la aspiración de una representación de deportistas deseosos de participar en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920, en nombre de la nación catalana. Así que el momento provocó la estimulación del movimiento deportivo catalán y el empuje de Cataluña a concurrir a Amberes, por sí sola, si España no lo impedía (Torrebadella & Arrechea, 2016, 2017b). Asimismo, en Cataluña, los dirigentes incitaban a la unión del deporte español como revulsivo regeneracionista, convencidos de que España podía competir con las primeras potencias del mundo (Torrebadella, 2014).
A primeros de 1918, el dirigente deportivo Josep Antonio Trabal (1896-1980) propuso un ambicioso plan para constituir un asociacionismo nacional, que pasaba por una organización autónoma de federaciones deportivas regionales; es decir, proponía que en cada región se crease una Unión de Federaciones Atléticas y Deportivas, con la intención de establecer sinergias comunes entre las diferentes federaciones y evitar posibles obstáculos. “Y para completar este sistema directivo se impondría, como una consecuencia lógica, la creación de una Federación Española de las Uniones Regionales Atléticas y Deportivas” (Trabal, 1918, p. 33).
Ante los rumores de la futura política autonómica en Catalunya, algunos deportistas vieron la posibilidad de encontrar en el nuevo marco político el apoyo que les negaba el gobierno de Madrid. De aquí que se pidiese la creación de un organismo capaz de desarrollar y dirigir el deporte y la educación física en Cataluña:
Mucho más fácil nos será a los deportistas catalanes procurar ahora la creación de un departamento especial destinado a los deportes y ejercicios físicos para la regeneración de nuestra raza, que la concesión de un pequeño privilegio o apoyo de los gobiernos españoles que hasta hoy nos han ido rigiendo. (Handicap, 1918, p. 1)
Cabe decir que en esos momentos se acusaban significativas actitudes desafiantes y hostiles contra el catalanismo, puesto que desde Madrid no se deseaban reconocer las singularidades políticas y nacionales de aquella “región”. En la revista La Educación Física se evidenciaba la tensión del momento:
… en Barcelona, los deportistas de la Asociación de Dependientes de Comercio gritan ¡Muera España! en las ramblas y en todas partes. De estos malos españoles no habremos de ocuparnos, para no mezclar la chusma separatista con el resto de la juventud noble y patriota que en Cataluña cultiva el deporte. (La Redacción, 1919, p. 15)
Por otro lado, Josep Elias i Juncosa (1880-1944), representante de la Lliga, manifestaba sus exaltaciones patrióticas para entusiasmar la gran obra colectiva del deporte como medio de “regeneració de la nostra terra” (Elias, 1918, p. 131). En España, fue él el principal divulgador de la obra de Pierre de Coubertin (Torrebadella & Arrechea, 2017a).
Así pues, a partir de este momento, en Cataluña los deportes sirvieron para manifestar las resistencias simbólicas y las aspiraciones del nacionalismo. La adhesión oficial de las sociedades deportivas a la lengua catalana fue una de las primeras acciones que marcaron la nueva orientación del deporte catalán (Carbó, 1919). Un referente se encuentra en las declaraciones de Lluís Aymaní (1899-1979):
El sentiment d’Esport i Pàtria, va arrelant-se en el cor dels esportmens catalans germanívoles corrents d’amistat, son iniciades al escalf del nostre campió. [...]
Tots els catalans desitgem que el Campió de Catalunya conquereixi la suprema victòria. A la lluita doncs, simpàtics jugadors blaugranats. Penseu que no és sols el nom del F. C. Barcelona el qual aneu a defensar. És el de Catalunya. Penseu que ja no és com abans que tant sols esperàvem vostre regrés triomfant els socis del Club i amics, ara son tots els catalans. En aquest partits semi finals i finals, serà Catalunya la que lluitarà amb els altres germans ibèrics.
Ànim doncs, i a la lluita. Recordeu vos d’aquelles paraules: Per Catalunya i per a Catalunya. (Aymaní, 1919, pp. 1-2)
Una de las actuaciones más sobresalientes fue la labor propagandística en Lleida de la Joventut Republicana. Esta asociación cultural y política desafió todas las iniciativas populares del momento y se adelantó a una visión moderna y democratizadora en la movilización de la juventud. Los jóvenes de la Joventut Republicana, entre 1918 y 1919, levantaron el complejo deportivo más grande de España, el llamado Camp d’Esports. Este modélico complejo, en el que no faltaba prácticamente ninguna instalación (campo de fútbol, piscina, pistas de tenis, pista de patinaje, velódromo, gimnasio, frontón, campo de tiro, parque infantil), fue una respuesta de índole privada que germinó estimulando el núcleo de práctica deportiva más popular de Catalunya. Efectivamente, puede decirse que era la instalación deportiva más envidiada de España. En la revista Madrid-Sport (Nuevo campo de esports, 1918) llegaba la noticia de que Lleida tendría pronto el primer gran complejo deportivo del país; un completo parque deportivo, que ni siquiera la capital española era capaz de proyectar.
Con este proyecto, los jóvenes republicanos de Lleida se habían conjurado para alcanzar un modelo participativo, cooperativo y cívico de ciudadanía. Con el lema “Joventut i ciudadanía” se encarnaba el empoderamiento asociativo y democrático de la Joventut Republicana, que a través de una obra de cultura física extendía por todas partes una ideología social y nacional, que asimismo se desviaba de cualquier propósito beligerante (Corredisses, 1918a,b; Puyalto & Navarro, 2000).
Como mencionaba Masferrer (1918b, p. 1), “En materia sportiva, todo y cuando se lleva realizado debe exclusivamente a la iniciativa privada”. Hasta esa fecha, ni el Estado ni ningún otro organismo público se había ocupado del deporte y de la educación física. La piscina del Camp d’Esports de Lleida, “la mejor, sin duda, con la que actualmente cuentan los nadadores de España”, se inauguró el 25 de julio de 1919, con un magnífico festival de natación en el que participaron el CN Athletic y el CN Barcelona (Stadium, 1919, p. 462).
Después de la Primera Guerra Mundial, en Europa se desarrolló un revelador movimiento deportivo de signo proletario. En España, este movimiento tardó en aparecer, pero además estuvo frenado por el directorio militar que fracasó en el intento de fraguar un proceso de nacionalización deportivo.
La Agrupación Deportiva Ferroviaria (1919) de Madrid fue constituida hacia finales de 1918 con la finalidad de promover la cultura física entre los trabajadores ferroviarios (Martín, 1918). Hacia 1919, la agrupación ya disponía de unos 400 socios, que en 1932 se verían notablemente incrementados a 1500. A lo largo de su dilatada existencia, llegó a constituir bastantes secciones deportivas como las de atletismo, fútbol, esgrima, hockey, boxeo, gimnasia y excursionismo (Corbinos, 1932). Esta entidad, junto a las ya existentes Sociedad Deportiva Obrera -creada en 1914-, la Sociedad Cultural Deportiva -creada en 1915 a partir de la Sección Cultural Deportiva del Centro de Instrucción de Comercio- y la Sociedad Gimnástica Española (1887-1936) fueron las que dinamizaron la progresiva participación del movimiento deportivo popular y de signo obrero en la capital española (De Luis, 2019).
En Cataluña, el deporte obrero se había instalado tímidamente en las bases del asociacionismo catalanista y del republicanismo. En Barcelona, entidades como el Ateneo Enciclopédico Popular, el Ateneo Obrero de Hostafrancs y el Centro Autonomista de Dependientes del Comercio y de la Industria, eran las más representativas; en Lleida se destacaba la Joventut Republicana. Por otro lado, el movimiento sindicalista anarquista, mayoritario en Cataluña, se mostraba reticente a la causa nacionalista (Hobsbawn, 2013, p. 149), que miraba “con suspicacia por motivos clasistas”. Inicialmente esta percepción frenó la incorporación de la clase obrera en el deporte, puesto que veía en él un elemento ideológico (nacionalista) de signo burgués (De Luis, 2019).
No obstante, la Huelga General de “La Canadiense” -Barcelona Traction, Light & Power- iniciada el 5 de febrero de 1919, detuvo casi por completo la industria catalana durante 44 días. Inmediatamente se aplicó la ley marcial, y hubo más de tres mil detenidos que fueron enjuiciados por tribunales militares. El cese de la huelga terminó con la concesión de mejoras laborales, la principal de todas fue la reducción de la jornada laboral a las ocho horas. Este fue el mayor éxito internacional del proletariado; una colosal resistencia sostenida por la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) que, principalmente instalada en Barcelona, provocó un espectacular aumento de la sindicalización y el auge de un nuevo poder2, pero, además, estos sucesos provocaron la remisión de las aspiraciones autonomistas de la Lliga (De Riquer, 2001; González, 1999). Si, por un lado, la estabilización provocó la paralización del programa autonomista catalán, por el otro, desde entonces, las mejoras laborales alcanzadas ofrecieron una coyuntura favorable a la práctica deportiva de la clase obrera. Como se ha mencionado, todo ello supuso un auge del sindicalismo anarquista, con lo cual, el miedo se acumuló en el conservadurismo político, en los militares, en la monarquía y, sobre todo, en la iglesia católica. Deportes como el fútbol, el ciclismo y el atletismo avanzaron en un proceso de democratización, que tuvo su momento culminante durante la II República. El punto álgido se alcanzó en 1936, con la constitución del Comité Català pro Esport Popular y la preparación de la Olimpiada Popular de Barcelona (Pujadas & Santacana, 1990).
No obstante, hay que señalar a Boyd (2000, p. 310), cuando menciona que “la crisis social que estalló en Cataluña tras el final de la Primera Guerra Mundial fue el principal origen de la influencia política en el ejército y la primera causa de su conversión ideológica al nacionalismo conservador” y que, después de cinco años de reivindicaciones obreras aplacadas por la hostilidad reaccionaria, se fraguó durante la Dictadura del General Miguel Primo de Rivera.
El 17 de octubre de 1919, en el Teatro del Bosque de Barcelona, el Stadium Club organizó un esperanzador “Mitin deportivo” en el que participaron 1.500 personas, estando representado, prácticamente, todo el asociacionismo deportivo español y las personalidades más distintivas de la educación física. Esta multitudinaria manifestación de dirigentes del deporte, políticos, prensa deportiva, pedagogos, médicos, etc., validaba la fuerza del movimiento deportivo catalán que se había erigido como el motor del deporte español, pues ya hacía años que todas las grandes iniciativas partían de Cataluña. El objetivo era debatir y analizar la situación y el futuro de la educación física y del asociacionismo deportivo. Además, también se hacía un frente de adhesión para asistir a los Juegos Olímpicos de Amberes. A pesar de las conclusiones consensuadas, se insistió en que mientras no hubiera una solución nacional definitiva al problema de la educación física escolar, aspecto que se veía difícil de conseguir, se practicaran deportes, deportes y deportes, superando los inconvenientes que su desordenada práctica representaba en las actuales circunstancias por la falta de empuje del Gobierno y de las instituciones públicas3.
Aparte, Frederic Godàs -director del Liceo Escolar de Lleida y representante de la Joventut Republicana- habló del asociacionismo deportivo catalán y aludió al proyecto que en Lleida estaba protagonizando esta institución, cuyos objetivos eran distantes del deporte profesional y de espectáculo (El Míting deportiu de Barcelona, 1919, p. 2). Además, se contó con las ponencias de otros representantes, entre ellos el Dr. Javier Bartrina Costa, secretario del Comité Olímpico Español; Albert Maluquer, de la Federación Atlética de Cataluña; y Francisco Cantó Arroyo, por parte del Sindicato de Periodistas Deportivos.
En definitiva, en este mitin se reclamó al Gobierno una mayor implicación en los asuntos de la educación física y el deporte. Esto consistía, principalmente, en hacer posible una educación física obligatoria en la escuela y en el cuartel, dotar a las poblaciones de campos de deportes, reclamar la excepción de cargas tributarias en los eventos deportivos y, además, ayudas para satisfacer la participación española a los próximos Juegos Olímpicos de Amberes.
Las implicaciones para atender el “problema nacional” pasaban, desde luego, por crear una “Dirección General de Cultura Física y Deportes”, una “Escuela Superior de Cultura Física” y un “Congreso Nacional de Cultura Física y Deportes” (El Míting deportiu de Barcelona, 1919, p. 2):
Problema nacional. Lo hemos dicho repetidas veces, y por ello nos llena de entusiasmo lo hecho por los catalanes. En España está sin resolver ese problema nacional que se titula regeneración y cultura física; puesto está al rojo este problema por el número vergonzoso que la mortalidad escribe, las estadísticas patológicas registran y la degeneración social resume, y... ¡ahí, en lo alto, sobre nuestro hermoso cielo de riente azul, en crespón negro se dibuja ese crimen público del Estado que asesina a los ciudadanos con el abandono de sus deberes y delictiva complicidad! (El Ideal, 26 de octubre de 1919, p. 15)
El fútbol se convirtió en el deporte estrella de la postguerra, y el ejército vio en él un eficaz dispositivo para la “nacionalización” -españolización- de la clase obrera (Torrebadella-Flix & Olivera, 2016). En la temporada 1918/1919, sin duda alguna se agitó el fútbol español; el objetivo no era otro que establecer una selección para participar en los Juegos Olímpicos de Amberes. Entonces, el fútbol era un deporte que empezaba a profesionalizase muy modestamente. Su juego era rudimentario, no obstante, cada vez se le prestaba más atención y la prensa de noticias le concedía mayor espacio. También el fútbol escolar tenía cierta presencia y puede decirse que no había colegio importante, si no tenía formado un team de foot-ball (López, 1918). Por otro lado, también había un fútbol humilde, como el que encarnaba la Obra Benéfica del polifacético Max Bembo (Torrebadella-Flix, 2017), quien pedía que se constituyera una “Unión de Clubs de foot-ball no federados” (Bembo, 1918). Por todos los costados se sentían voces manifestando que el foot-ball era la solución para la regeneración de los jóvenes (Torrebadella-Flix & Vicente-Pedraz, 2017), pero también había que regenerar el mismo juego, es decir, jugar limpiamente sin violencias e impedir su profesionalización (Lemer, 1918, pp. 6-7).
La atención del fútbol, aparte de lo que expresaban algunos detractores, como el Dr. Juarros (1919), reunía un balance muy positivo de higienistas y pedagogos, entre quienes se destacó Juan Bardina Castrarà (1877-1950), que, con el seudónimo de la Dr. Fanny, declaraba:
Como ser futbolista está al alcance de todas las fortunas, porque requiere un gasto insignificante, lo que no ocurre con otros deportes, se han dedicado con ahínco muy loables las clases medias y populares, con dos ventajas positivas de índole social: una que contribuye a vigorizar la raza, y otra que sustrae del café, de la taberna y del tugurio a millares de individuos jóvenes. Por esto los gobernantes y los particulares deben hacer porque la afición al fútbol no decrezca, antes aumente continuamente en nuestro país. (Fanny, 1918, p. 185)
Si durante la Primera Guerra Mundial se habían exaltado los grandes beneficios que la práctica del fútbol proporcionó al ejército aliado (Waquet, 2011), en España, tampoco era menos, y como citaban Elias (1918) y Gibert (1918, p. 15), el fútbol se apreciaba como un “magnífico educador de la disciplina”, donde el lucimiento personal del individuo debía ser sacrificado en beneficio de todo el equipo. Con el éxito de la Selección en los Juegos Olímpicos de Amberes, se inició la primera década dorada del fútbol español (Torrebadella-Flix & Nomdedeu-Rull, 2016).
Ante el inesperado brote gripal, la descolocación de los médicos españoles y el colapso del sistema sanitario dejaron a la población muy indefensa. La EspañaMédica (1918) plasmó el debate de los médicos. Nunca se había visto una gripe con tanta virulencia. Las muertes alcanzaron cifras preocupantes, aunque no en todas las poblaciones.
No obstante, en el campo de la medicina social la situación marcó una inflexión en las demandas higiénicas, con lo cual las intervenciones se remozaron del discurso regeneracionista que sostenía, también, la “regeneración fisiológica de la raza” (Porras, 1994, p. 182). De aquí surgía la idea moderna de la educación física y del deporte saludable, como agentes de vitalización y de acción preventiva o “evitable” de las enfermedades patógenas.
Esta posición se vio reflejada en el Congreso Nacional de Medicina de Madrid (1919), del 20 al 25 de abril, que presidió el Dr. Gómez Ocaña. Una vez más, como ya se venía insistiendo desde principios de siglo, se reclamaban soluciones para atender a la infancia desprotegida. Así, se pidió la obligación de establecer más leyes pro infancia, la creación de la inspección médica escolar, una mayor lucha contra la tuberculosis creando sanatorios marítimos y de montaña, además de establecer escuelas al aire libre. También se reclamó la posibilidad de que los médicos accediesen a las plazas de educación física en las Escuelas normales, etc.:
Conviene una Comisión de cultura hispana en todas las localidades pequeñas y en los barrios de las ciudades populosas, con autoridad bastante para gobernar la educación física intelectual y moral de todos los niños españoles en defensa de la raza (Congreso Nacional de Medicina, 1919, p. 7)
La “gripe española” atacó a una población joven entre 20 a 40 años. A pesar del nombre, que nada tenía que ver España con la procedencia del virus, los diferentes brotes de pandemia fueron en este país menos importantes que en los países beligerantes. Revisando la prensa deportiva de la época (Stadium, El Mundo Deportivo, Madrid-Sport, Gran Vida y Heraldo Deportivo) puede afirmarse que el brote gripal también atacó a la población deportiva, no obstante, no se constata que la acción fuera virulenta, las noticias no registran información que indique lo contrario. Si bien la gripe afectó a los deportistas y se suspendieron algunos eventos, la actividad deportiva continuó: “La importante carrera ciclista celebrada por la fábrica española Klein resultó una brillante manifestación deportiva, aunque por haberse celebrado durante los días en que la epidemia gripal era más furibunda las bajas fueron numerosísimas” (Fr. N., 1918, p. 134).
La federación Guipuzcoana de fútbol se vio obligada a suspender los partidos ante la pandemia gripal. Se mencionaba: “En Irún, donde hemos pasado las negras con la epidemia, cuando ya eran contados los casos, ha venido con su guadaña devastadora a segar la vida en plena juventud”. Si bien algunos jugadores enfermaron y se recuperaron, otros no tuvieron tanta suerte, entre ellos el joven Domingo Ugarte, un jugador “duro, resistente y valiente en extremo, dotado de extremas facultades” (Desde Irún, 1918, p. 9).
El hecho de que la mayoría de las prácticas deportivas se realizasen al aire libre, reducía significativamente los riesgos de contagio. No fue así, por ejemplo, en cuanto a la asistencia en los gimnasios y espacios cerrados. Un ejemplo fue la suspensión, en Barcelona, del Congreso de Educación Física Escolar, que quedó aplazado por los riesgos de contagio (Galí, 1983).
No obstante, a pesar de una cierta normalidad de la actividad deportiva, el pedagogo Pere Vergés (1896-1970) recordaba el ambiente de impotencia que se vivía Barcelona, en octubre y noviembre de 1918:
De seguida va prendre volada epidèmica i la gent, sense gairebé temps d’adonar-se’n, assistí a la mort de familiars i coneguts, amb tanta celeritat que esborronava. La malaltia es propagava ràpidament, els malats sucumbien i el pànic col·lectiu es va estendre con regueró de pólvora. (Saladrigas, 1973, p. 143)
Por último, quiero destacar el carácter significativo que supuso, una vez finalizado el brote de gripe, el que a primeros de julio de 1919 se constituyera en Madrid el Comité de propaganda sanitaria “Pro-Raza”, una iniciativa de varios médicos, entre quienes se encontraban César Chicote -presidente-, José de Eleizegui, César Juarros, Velasco Pajares, Francisco Masip, Pío Arias Carvajal, J. Tovar, Ortiz de Pinedo y otros destacables doctores redactores de los diarios madrileños.
El primer objetivo consistió en impulsar la organización de la “Semana médica”, dedicada a la educación física “en todas las capitales y poblaciones importantes de España, a fin de que la propaganda de cultura la sanitaria se realice de modo consciente y metódica en beneficio de la vigorización de la raza” (Arias, 1919, p. 13). El Ayuntamiento de San Sebastián fue el primero en aceptar la organización de esta iniciativa. Así se concretó una extraordinaria Semana de Cultura Física (1920, p. 3) con todo tipo de competiciones deportivas y de conferencias de orientación físico-deportivas a cargo de los doctores César Juarros y José Antonio Trabal (leída), además de la proyección de una película sobre los Juegos Olímpicos.
Sobre lo expuesto, puede establecerse la hipótesis de que las consecuencias ideológicas de “la gripe española” transformaron las mentalidades de la población y de las instituciones en una coyuntura internacional de crisis, mantenida por los discursos sobre la llamada regeneración de las razas. Políticamente, en estos años se apreciaba la crisis y el descrédito de la Restauración, un régimen que precipitaba su caída. Los políticos no supieron entender los cambios culturales e ideológicos que se avecinarían tras la Primera Guerra Mundial; hasta entonces, el Estado nada había hecho para sostener el stock biológico nacional de la raza. El cuadro fisiológico general de España era el de una población obrera esclava, raquítica y moribunda, que apenas podía alimentarse. Sobre este panorama, el mismo ejército padecía desde hacía décadas las consecuencias de sus derrotas, como sucedió en Filipinas, Cuba y en el Riff.
Si bien con el fin de la Guerra se emprendía una relativa recuperación social y surgían nuevas batallas simbólicas por demostrar el poder, tanto económico como deportivo de las naciones, en España, esos llamados “felices años veinte” no lo fueron tanto, puesto que la dictadura de Primo de Rivera se abrió paso en una desbocada crisis de las instituciones y de las libertades democráticas. Sin embargo, la acción pretoriana del poder no se impuso en las clases populares, ni tampoco en la burguesía; los problemas del país no se podían solucionar a manu militari y de espaldas al pueblo; eso sí, la gente vivía fastidiada y estaba completamente deshecha por la incapacidad de sus gobernantes, el abatimiento político fue total y solamente se podía vislumbrar el nacimiento de un nuevo marco político más esperanzador en la solución de adherirse a una vía republicana.
Finalmente, cabe destacar una visión particular, al percibir en los años de la “gripe española” la fuerza de un pueblo por salir adelante, al margen de los miedos. España llevaba muchos años arrastrando el hambre, la miseria y la muerte, el pueblo no tenía miedo a morir, con la muerte se terminaba su sufrimiento y apenas perdían nada. Los que temían a la muerte eran los mismos que clamaban por la re-generación de España. En cambio, los Otros, los de la España degenerada, daba igual si morían en la podredumbre de la calle, en el trabajo esclavo, por una pandemia de gripe (o cualquier otra enfermedad infecciosa), en la guerra de África o en una huelga reivindicativa: triste realidad que, pienso, todavía perdura.
Ahora bien, como citó Brenan (1962), la obstinación de las clases privilegiadas en no ceder ni un milímetro de su confort económico a las masas, fue también causa responsable que llevó a España la última Guerra Civil.
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[1] En artículos de la época, como Panorama Universal (Hojas Selectas. Revista para todos, 1918, p. 551), y Un gran festival atlético (La Ilustración Española y Americana, 15 de mayo de 1918, p. 285).
[2]En diciembre de 1919, la CNT con 790.948 afiliados se había consolidado como la mayor organización de masas del País, y 427.000 afiliados se encontraban en Cataluña (González, 1999, p. 117)
[3]Ver artículos de la época como: Pro educación física. El Mitin de afirmación deportiva (El Mundo Deportivo, 23 de octubre de 1919, p. 2), y Mitin deportivo (Heraldo Deportivo, 25 de octubre de 1919, 160, p. 416).
[4]Cómo citar este artículo: (2020).El deporte en España: una revisión crítica a los años de la “gripe española” (1918-1919). Educación Fïsica y Deporte, 39(1), XX-XX. DOI: http://doi.org/10.17533/udea.efyd.v39n1a06