En los últimos años, la novela negra, sobre todo de origen estadounidense, ha tenido diversas transformaciones conforme a los distintos contextos en que ha sido asimilada. Ha derivado, entre otras, en la novela de crímenes latinoamericana caracterizada por la ruptura definitiva de la relación de causa-efecto que existía tradicionalmente entre un crimen y la sanción. Este formato se define así por recrear una situación de anomia social, es decir, de ausencia de ley o de falta de aplicación de la ley y sus efectos en la psicología de personajes cada vez más confundidos. Así lo ha estudiado el entrevistador en La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social (Forero, 2017), donde propone diferentes representaciones literarias del género en las distintas regiones del subcontinente. En Colombia, la novela de crímenes cuenta, además, con el abono de la novela de La Violencia de mediados del siglo xx y se consolida a partir de los años noventa del mismo siglo. Las distintas propuestas del género han calado hondo en las producciones más recientes de autores que, en medio de esa industria editorial cada vez más monopólica y excluyente (producto de ese mismo sistema), han logrado ofrecer singulares propuestas: una novela de crímenes de carácter cosmopolita, por ejemplo, una novela de definitivo contenido social y, en todo caso, una novela que describe cada vez con mayor claridad la anomia absoluta del sistema (como lo expuso Forero en La anomia en la novela de crímenes en Colombia de 2013 al hablar de narcotráfico, paramilitarismo o corrupción generalizada).
En tal campo literario se encuentra Loveland (2017), de Luis Alfonso Salazar Berrío (1979), novela ganadora del Premio Nacional de Novela Aniversario Ciudad de Pereira 2017, parte de la serie del detective Mario Cifuentes, que cuenta con los títulos Pasado clandestino y Los cadáveres del convento (autoeditados en Amazon.com bajo el seudónimo de Luis Salaz). Licenciado en Español y Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira —UTP—, Magíster en Estética y Creación, docente del Magisterio Nacional desde el año 2011 y Catedrático de la misma UTP, este escritor representa esas nuevas vías de la literatura que, reitero, se le escapan a la industria editorial dominante. Aunque desde el punto de vista formal del género, vuelve al detective, el crimen y la investigación (con los modelos de Dashiell Hammett y Raymond Chandler), la perspectiva de Colombia que se presenta en la obra y con ello la visión crítica que se va configurando constituyen un paradigma de esas nuevas propuestas literarias que se desarrollan al margen de las grandes editoriales.
Dada la importancia del contexto histórico de su novela, Loveland, ¿podría decirse que esta novela sirve de singular espejo de la realidad de la Colombia en que vivimos?: “Donde nos hallábamos no había asomo de presencia estatal. La ley del más fuerte era la medida de la justicia…” (p. 200), señala el narrador.
Sin lugar a dudas. Colombia viene atravesando una situación aún más difícil que la ocasionada por la violencia partidista y la de los grupos armados de izquierdas. El auge del narcotráfico y el surgimiento de los grupos paramilitares hizo todavía más caótico el panorama social y político en nuestro país. Si a esto le sumamos los altos índices de inequidad, la alta tasa de informalidad y las graves cifras de desempleo, nuestro país se convierte en una vorágine, en una sociedad donde todo lo que ocurre en la ficción de la novela puede ser posible. Además, muchas de las circunstancias que presento en Loveland son reales y evidencian el momento histórico por el que pasamos.
Justamente, desde el punto de vista histórico, ¿cómo se planteó usted este ejercicio literario?
Desde el inicio de mi proyecto de escritura siempre me ha preocupado la realidad en la que los colombianos estamos inmersos. Así, desde el principio me planteé que mis novelas tuvieran un contexto real. Pero, justo al cierre del segundo mandato de Álvaro Uribe Vélez, comprendí, como colombiano y escritor, que muchas de las verdades estaban veladas o en total desconocimiento para la mayoría de nosotros. Así, asumí que mi personaje, el expolicía Mario Cifuentes, tendría que ser alguien que me permitiera narrar algunos de los hechos que nos han marcado históricamente y me permitiera a mí, como escritor, interpretar nuestra realidad y presentarla bajo el matiz de la ficción. Una ficción afincada completamente en nuestra historia, en nuestro periplo como nación.
De ese contexto histórico recreado en Loveland, valga la mención de algunos hitos fundamentales para la narración: el Pacto de Ralito (2002), el doble gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), el acuerdo con las Autodefensas Unidas de Colombia (2005). ¿Por qué los escogió?
Porque son hechos históricos que nos han marcado profundamente como nación. El clima de polarización que vivimos durante las pasadas elecciones presidenciales demuestra que la influencia y las consecuencias de todos estos hechos aún definen buena parte de nuestras decisiones y puntos de vista. Sin dejar de lado que tenemos pendiente la verdad, la verdadera justicia y la reparación, por ejemplo, del proceso que se llevó a cabo con los grupos paramilitares a lo largo y ancho del territorio nacional. No se puede escribir sobre lo que somos, no se puede construir una ficción afincada en la realidad sin mencionar estos episodios recientes de nuestra historia.
Un elemento importante de Loveland es la intervención estadounidense en la política colombiana. Pocos escritores colombianos se lo han planteado. ¿Qué determinó este interés de su parte?
Es claro que la construcción del llamado Plan Colombia no fue más que una política del gobierno estadounidense para intervenir en los asuntos internos de nuestro país. Además, queda claro que somos una nación que, en política exterior, ha sido tradicionalmente muy cercana a Estados Unidos. En los últimos años hemos sido señalados como uno de sus aliados estratégicos. Así, para entender lo que ha venido sucediendo en nuestro país durante los últimos años, es necesario revisar la influencia directa e indirecta de la política estadounidense en Colombia. Al leer y documentarme al respecto consideré que la ficción podría ser un buen recurso para llevar el foco hacia ese aspecto.
He estudiado la novela de crímenes de los últimos años, más o menos desde la década de 1990 como aquella determinada por la anomia social, es decir, por la ausencia de ley o la falta de aplicación de la ley. Para mí, esta anomia describe el ambiente de crímenes que define el contexto histórico del que da noticia. ¿Usted cree que su novela responde a esta lógica material respecto de la sociedad colombiana?
Somos un Estado anómico por excelencia en donde los estamentos gubernamentales siempre le han dado la espalda a la realidad del país. No confiamos en nuestras instituciones; muchos de nosotros, como ciudadanos, tememos que cualquiera que representa al Estado nos haga daño, sea susceptible de corrupción o, simplemente, asuma una postura que solo le beneficie a él. En ese marco de realidad, mis novelas, en especial Loveland, responden a la realidad que vivimos. Las ficciones que escribo están inscritas en la lógica material de nuestro país. Por eso me resulta extraño escribir literatura desde otra postura o perspectiva.
Desde mi teoría de la anomia social, además, el detective es una figura en extinción para la novela de crímenes contemporánea. Desde mi punto de vista, en sociedades como las latinoamericanas resulta exótica. Su papel como restaurador del orden está cada vez más en entredicho. ¿Por qué tomó usted al detective Mario Cifuentes como protagonista de su novela?
Desde el inicio de este proyecto literario tuve claro que la novela negra, policíaca o de crímenes, como usted la cataloga, era la adecuada para comunicar lo que deseaba frente a la realidad de nuestro país. Como bien lo dice usted, la figura del detective resulta exótica, y más en Colombia. Pero como tenía claro desde el principio que lo que deseaba era explorar nuestra realidad, nuestra historia reciente, sabía que necesitaba construir una saga. Así, pensé que lo mejor era usar una de las figuras de la novela clásica y tener un detective, pero uno que fuera muy nuestro, un personaje que, en medio de lo exótico que nos puede resultar, estuviera arraigado en la realidad, y qué mejor que un expolicía, uno que guardara un pasado turbio en contraposición con las estructuras de poder a las que una vez perteneció. Así nació Mario Cifuentes, un exmilitante de las Juventudes Comunistas (Juco); un hombre que conoce el conflicto desde adentro, desde los sueños marxistas que algunos intelectuales abrazaron luego del triunfo del Movimiento 26 de julio en Cuba y la caída del régimen de Fulgencio Batista, y que termina convirtiéndose en policía porque la vida no es sencilla y los sujetos nos vemos envueltos en situaciones que se salen de nuestro control. Este hombre, profundamente desengañado y con un código moral propio, era el personaje perfecto para vivir las turbias aventuras que lleva ya sorteando en las tres novelas que protagoniza. Y es adecuado porque Mario no busca restaurar el orden. Lo que termina haciendo es entendiendo un poco más el conflicto, entendiéndonos un poco más como nación.
En Loveland no se avizora sanción alguna para los crímenes en el panorama narrativo. Esto permite confirmar la ruptura de la relación causal entre crimen y sanción propia de la novela negra clásica. De ahí que yo ubique su novela dentro de la categoría de novela de crímenes. ¿Usted está de acuerdo en que Loveland recrea un ambiente de anomia total?
Por supuesto. Estoy totalmente de acuerdo. Es que Colombia es un Estado anómico, como lo dije antes. En este clima, hasta en la ficción resulta risible que la relación causal entre crimen y sanción se mantenga. Ahora bien, mi proyecto literario aún no se mueve por las necesidades de un mercado que lea mis obras, así que eso me proporciona la libertad de emprender novelas en donde rompa con algunas constantes dentro del género. Pero quiero volver a algo: en un país donde la corrupción ha alcanzado a las más altas esferas, donde guerrilleros, paramilitares y miembros de la fuerza pública son responsables de crímenes atroces y no ocurre nada, donde la verdad, la justicia y la reparación se quedan solo en el papel, no se puede esperar que los responsables reciban una sanción. En mis novelas tampoco ocurre eso. Primero, porque no es parte de nuestra realidad y quiero jugar con ella gracias a las licencias que me permite la ficción; segundo, porque eso sería romper con esa visión propia de nuestro país que proyectan Mario Cifuentes y mis novelas. Una Colombia caótica, oscura, casi sin redención.
¿Qué opina del campo cultural en que se inscribe su novela: los escritores colombianos de novela de crímenes del siglo xxi? ¿Qué dice de esta clasificación?
Primero, que es una clasificación quizás no muy conocida. Segundo, que como la violencia, nuestro conflicto armado y el narcotráfico han influido tanto en nosotros, algunos sectores de la sociedad ven en estas novelas una apología de los mismos males que estamos intentando dejar en el pasado. Lo que creo es que es necesario usar este género para hablar, decir algo sobre nuestro país y sobre lo que somos como sociedad. Para, incluso, decir cosas que se han ocultado o que nos han afectado profundamente, aunque muchos no sepan ni cómo.
¿Cree que es un escritor de género?
Hasta el momento todo lo que escrito pertenece a este género. Me lo planteé al inicio de este proyecto y me siento muy cómodo en él. He explorado otros géneros, pero los he abandonado porque lo que quiero decir se puede decir de la manera que quiero con la novela de crímenes o negra o policiaca, si se quiere, que escribo. No descarto la incursión en otro tipo de novelas, pero por el momento mis ideas, investigaciones y obsesiones se encaminan a las novelas en las que los casos los puede seguir Mario Cifuentes.
¿Encuentra relaciones significativas entre su obra, Loveland, y la serie del detective Mario Cifuentes, con los títulos Pasado clandestino y Los cadáveres del convento, y las obras de otros escritores colombianos o latinoamericanos?
No quiero sonar pretencioso, pero aunque en Colombia se han escrito novelas de crímenes, estas novelas no son un compendio de obras que pongan de relieve el panorama nacional. O no lo son, desde mi punto de vista, y puedo estar equivocado, en el sentido que yo le he dado a mi proyecto literario. Mi obra tiene relación significativa con la del cubano Leonardo Padura Fuentes, quien se ha convertido en el cronista de su isla y de su tiempo. En sus novelas, protagonizadas por Mario Conde, que nada tiene que ver con que mi detective también se llame Mario, uno puede encontrar las encrucijadas en las que se han visto envueltos los cubanos desde el llamado Periodo especial, desde los noventa hasta la actualidad. Yo me he propuesto, como colombiano y como escritor, presentar a la Colombia de los últimos veinte años, e incluso desde más atrás. La Colombia del fallido proceso de paz entre el entonces presidente Andrés Pastrana y las Farc, o la de la desmovilización del M-19, la de los dos periodos presidenciales de Álvaro Uribe Vélez y la de los dos periodos de Juan Manuel Santos. Y, en ese sentido, tiene más relación con los cronistas actuales que con los escritores de ficción.
¿Usted tiene un proyecto creativo determinado?
Sí, tengo ideas para un buen número de novelas de crímenes, arraigadas en episodios recientes de nuestra historia, así como una selección de cuentos en los que vengo trabajando desde hace un par de años. En ellos, Mario Cifuentes se involucra en episodios y casos triviales de nuestra ciudad, así como en momentos históricos que no quiero que pasen de largo y que se convierten así en excusa para narraciones cortas.
¿Cuál es su próxima novela?
Estoy en medio de una encrucijada. Primero, estoy escribiendo la cuarta novela que es, cronológicamente, posterior a Loveland. En ella Cifuentes descubrirá el verdadero pasado de su padre. Es un viaje a los orígenes, a las razones que hicieron que Mario se convirtiera en policía y a la búsqueda de una justificación para los veinte años que pasó en el cuerpo de la policía, donde aprendió que, en muchas ocasiones, la justicia no basta. Segundo, estoy trabajando en una idea de un caso que ocurre cronológicamente poco antes del retiro de Mario Cifuentes en el año 1989 y justo en medio de las conversaciones de paz con el entonces M-19, grupo con el que Mario tuvo relación en su juventud. Lo que sucede es que el poco tiempo que me deja la docencia no alcanza para escribir todo lo que desearía.
¿Qué opina de la relación entre la producción literaria, la industria editorial y la academia?
Soy muy crítico con respecto a la academia. Trabajo en ella como catedrático, pero observo que en mi entorno no puedo hablar de otros contextos porque los desconozco. Allí la producción literaria no es muy apreciada. Ahora bien, la industria editorial es un monstruo que engulle la producción literaria en sí y en ciertos aspectos la valida, pero todos sabemos que vender libros no es fácil. Vivir de escribir es un sueño que pocos se pueden dar el gusto de hacer realidad. Creo que lo realmente valioso es que desde los ambientes académicos se valide la producción literaria y se establezcan alianzas estratégicas que posibiliten la visibilización de las obras de los autores que, como yo, estamos produciendo otro tipo de narrativas, quizás no tan comerciales. En fin, es un propósito complejo que requiere de iniciativa, pasión y fomento cultural.
¿Cómo ve la posición del escritor o su papel social en Colombia?
En un país tan violento como el nuestro, ser escritor cuando las obras se inscriben en la realidad de nuestro conflicto no es nada fácil. Mucho menos cuando se toca aspectos que algunos en el poder quisieran que no se mencionaran. Su papel social es desenmascarar, presentar, motivar a una nación que poco puede recordar lo que le ha pasado y es víctima de campañas mediáticas para infundir odio, miedo y desprecio. Ser escritor es una carga muy grande para aquellos que solo quieren brillar. Yo aún creo en el escritor comprometido, pero eso es muy peligroso, poco lucrativo y, a veces, hace que me cuestione al respecto. En una ocasión me escribió una de mis lectoras en Amazon.com a propósito de Pasado clandestino, la primera novela de la saga, y me dijo que ella reconocía muchos de los hechos históricos que yo usé para ambientar la novela y que si no me daba miedo escribir algo así. No supe qué responderle. Es que mi literatura es así, procede de lo real, y mi función social es escribir, mostrar mi realidad. Si así somos, ¿cómo enmascarar los hechos?