La propuesta narrativa de German Espinosa (2007) en “Orika de los palenques” (a partir de ahora, “Orika”) posibilita, sin dejar a un lado el matiz fabuloso de la leyenda de Benkos Bioho y de sus descendientes, revisar un relato construido a partir de referentes históricos coloniales y que arroja luz a los distintos discursos que abordan el tema de la Colonia y de los palenques.
Tales propuestas discursivas pueden fundamentarse en los textos coloniales que abordan el tema, en la revisión antropológica de los habitantes de San Basilio de Palenque y por medio de la construcción teórica en torno al relato histórico. Estas miradas permiten la comprensión de un texto que tiene fundamento histórico y libertad literaria sobre un tema de relevancia en la Colonia. Tema que, en la actualidad, aún necesita revisiones respecto a la importancia histórica del cimarrón y a las narraciones, ficticias o no, que se derivan de las leyendas coloniales. Se trata, en el caso de Espinosa, de un literato que confronta la ficción con la realidad.
Para tales efectos, el análisis de la obra de Espinosa tiene como referente teórico la información primaria proveniente de Fray Pedro Simón (1981) y sus alusiones a Benkos Bioho y a los cimarrones en el siglo XVII en Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales. De igual forma, la transcripción que hace Kathryn McKnight del Testimonio de los procesos y castigos que se hicieron por el Maestro de Campo Francisco de Murga, gobernador y capitán general de Cartagena, contra los negros cimarrones y alzados, de los palenques del Limón, Polín y Zanaguare, que se nombrará como Testimonios de Limón, constituye una fuente de primera mano en la que, además de mencionar en varios testimonios a Benkos Bioho, hace evidentes las costumbres sociales y militares de los cimarrones en 1634.
Por otro lado, las contribuciones respecto de la figura del cimarrón en el siglo XVII expuestas por Nina Friedemann y Richard Cross (1979) en Ma Ngombe: guerreros y ganaderos en Palenque proponen un enfoque antropológico de San Basilio de Palenque a través de su historia y de sus leyendas, permitiendo la comprensión del relato de Espinosa desde la transmisión cultural que aún está presente en el palenque. Dichas contribuciones, sin embargo, no estarían a la mano sin la recopilación de documentos históricos elaborada por Roberto Arrazola (1970) en Palenque, primer pueblo libre de América.
Para finalizar este recuento contextual, es preciso un acercamiento a la crítica literaria a partir de lo expuesto por Georg Lukács en La novela Histórica (1976), planteamiento que sería aplicado en el contexto latinoamericano por Seymour Menton en La nueva novela histórica de América Latina, 1979-1992 (1993).1 Su análisis de más de trescientas novelas latinoamericanas le permite proponer características de este género, aplicables al marco contextual del relato de Espinosa. Para no olvidar la producción teórica nacional, es preciso exponer las apreciaciones de Pablo Montoya (2009) en La novela histórica en Colombia, 1988-2008: entre la pompa y el fracaso. Todo este conglomerado teórico permite considerar los aspectos del cuento de Espinosa que son característicos en este tipo de narrativa y que, además, revelan las realidades de la época a partir de la ficción y la realidad como elementos representativos de la creación literaria del cartagenero.
No se pueden pasar de lado las fuentes citadas por Germán Espinosa en “Orika”, puesto que estas permiten abordar el texto como una reconstrucción (una suerte de metaficción,2 si se prefiere) de la leyenda de Bioho y su hija Orika. Una de ellas es “El rey del arcabuco”, escrito por Camilo Delgado (1973), más conocido como Doctor Arcos, publicado por primera vez en 1912 en Historias, leyendas y tradiciones de Cartagena como resultado “de una recolección de tradición oral entre gentes viejas de Cartagena” (Friedemann & Cross, 1979, p. 35). Otro ejemplo es el Manual de amores coloniales, probablemente apócrifo, narrado por Rafael Acevedo y Cortés, “publicado entre 1906 y 1909” (Espinosa, 2007, p. 427), obra propuesta en “Orika” que se convierte en una fuente de interés debido a las numerosas intervenciones en las que su protagonista, Fray Tiburcio de Broquetas (de nuevo un referente improbable), detalla eventos del relato, imposibles de corroborar con otras fuentes, permitiendo una libertad narrativa que amplía las posibilidades descriptivas en la leyenda de Orika: Espinosa, al principio del cuento, explica que las leyendas de Benkos Bioho y especialmente la de Orika las encuentra en el texto de Acevedo y Cortés; cada vez que cita a Fray Tiburcio de Broquetas debe remitirse a una mención que de él hace el Manual de amores coloniales. El texto propuesto por Espinosa da la impresión de que no existe. Para pensar lo anterior, es preciso considerar las características que propone el autor del libro: un texto olvidado, con una fecha de publicación imprecisa, que tiene como protagonista a un Fray que no es mencionado en ninguna otra fuente conocida. Es el tipo de falsificación que permite la narrativa histórica.
Resuelto lo anterior, es conveniente explicar la manera como se abordará el texto “Orika” de Espinosa, de tal manera que se alcance un análisis desde una perspectiva que comprenda su narrativa histórica y legendaria. Por un lado, este artículo pretende dar cuenta de los hechos históricos rastreables en documentos coloniales que apoyen algunos de los datos o aseveraciones que el autor cartagenero usa para construir su relato, sumados a las propuestas antropológicas que abordan el tema de los palenques y el fenómeno cimarrón. Por otro, se revisará la manera como el autor va construyendo, a manera de ensayo,3 una historia que, a pesar de sus fuentes (probables o no), revela elementos de ficción característicos, pese a la obviedad, de la narrativa espinosiana. El análisis de “Orika”, entonces, se concentrará en dos figuras clave: Benkos y Orika Bioho. De esta manera podrán cotejarse, por medio de lo expuesto sobre estos personajes, dos elementos del relato que tienen matices históricos y legendarios.
Para comprender la construcción del relato propuesto por Espinosa es preciso comparar la enumeración de eventos concernientes a Benkos Bioho que se hace en “Orika” (más allá de la leyenda de Orika y su amor por Francisco de Campos, tema que se tratará más adelante) con la de otros textos coloniales y contemporáneos. Eventos que pueden tipificarse como propios de la narrativa histórica que inicia Lukács, y que caracteriza Seymor Menton (1993) con los siguientes rasgos;4 rasgos que, en el transcurso del artículo, servirán como categorías para el análisis de “Orika”:
“La imposibilidad de conocer la verdad histórica o la realidad” (Menton, 1993, p. 42).
“La distorsión consciente de la historia mediante omisiones, exageraciones y anacronismos” (p. 43).
“La ficcionalización de personajes históricos” (p. 43).
“La metaficción o los comentarios del narrador en el proceso de creación” (p. 43).
“La intertextualidad” (p. 44).
“Lo dialógico, lo carnavalesco, la parodia y la heteroglosia” (pp. 44-46).
Algunos de estos rasgos podrán cotejarse a medida que se revisa el relato del cartagenero. No obstante, un examen ordenado del relato de Espinosa se antoja pretencioso debido a las doce páginas de extensión y los detalles de este; no así la revisión de aspectos concretos del texto para contribuir al cotejo propuesto. De ahí que este artículo visite, en primera instancia, la fundación, según Espinosa (2007), del palenque de San Basilio por Benkos Bioho: “Pero en San Basilio apuntan dos circunstancias excepcionales: la de su fundación por un monarca y la de esa leyenda idílica que la satura” (pp. 427-428). Ya los indicios de la huida de Benkos Bioho son rastreables, en parte, gracias a la obra de Fray Pedro Simón. El franciscano menciona datos geográficos del escape de Bioho, también llamado Domingo, y de otros cimarrones que “se retiraron, siendo ya todos hasta treinta, al arcabuco y ciénagas de Matuna, que están a la parte del sur, no lejos de la villa de Tolú, y desaguan en el mar por aquel paraje” (Simón, 1981, p. 319). Es importante revisar la condición de monarca y fundador del palenque de San Basilio que propone Espinosa en la figura de Bioho. En primer lugar, es preciso remitirse a “El rey del arcabuco” de Camilo Delgado (1973) para encontrar una insistente mención de Bioho como monarca:
A la cabeza del movimiento se encontraba el valiente y atrevido Domingo Bioho, a quien sus compañeros de infortunio acataban con solemne respeto por saber de él que, siendo rey de un estado africano, había sido robado, junto con su familia, por un capitán negrero, y traído a Cartagena y vendido en ella a diferentes compradores (p. 89).5
Más adelante, insiste Delgado con la misma idea, puesto que “al cabo de algunos días el número de fugitivos había aumentado, y Domingo Bioho, ya que no tenía estado que gobernar, fue nombrado rey del arcabuco” (p. 91). La idea de un Benkos soberano, en el texto de Espinosa, pareciera proceder del texto de Delgado, pues la postura de Nina de Friedemann y Richard Cross es diferente: sostienen lo inverosímil que suena la idea de Bioho como rey africano:
Pero Bioho no fue un rey africano. Los historiadores de África Occidental sobre el tema de la esclavitud y trata de esclavos en los siglos dieciséis, diecisiete y aun dieciocho, sostienen la imposibilidad de que un noble africano fuera vendido para el comercio europeo. ¡Y mucho menos un rey! Cuando por desgracia un pariente del rey o un noble de una tribu era secuestrado, este tenía la seguridad de ser devuelto a su gente mediante el pago de un rescate. Y el rescate consistía en entregar dos hombres o más a cambio del noble (Friedemann & Cross, 1979, p. 66).
La posibilidad de considerar a Benkos Bioho como un soberano africano no está registrada. Walter Rodney (1970), historiador guyanés, enumera, en un texto ampliamente documentado llamado A History of Upper Guinea Coast 1545-1800, cinco maneras como se obtenían los esclavos en la costa de la región de Guinea (Liberia, Sierra Leona y Guinea): criminales vendidos por las autoridades nativas como forma de castigo, individuos ofrecidos en venta por sus familias debido a la hambruna, personas secuestradas por pandillas nativas o por esclavistas europeos, esclavos africanos que eran vendidos por sus amos, y finalmente, prisioneros de guerra (Rodney, 1970, p. 100). No es posible determinar si Benkos Bioho era, efectivamente, un rey africano. Sin embargo, lo importante es el matiz legendario y la naturaleza guerrera de Bioho, aspectos que Espinosa dispone para la construcción de su relato. Este tipo de exageración, sin que sea la más notable del relato, es una característica reconocida por Menton (1993) como una distorsión de la realidad histórica en la nueva novela latinoamericana (p. 43).
A continuación, el relato de Espinosa (2007) indica la razón por la cual Benkos es llamado Domingo en los documentos coloniales: a “todos [los esclavos] se les trocó el nombre por otro que se compadeciese con la cristiandad: a los españoles les resultó oportuno traducir Benkos por Domingo, Wiwa por Marta, Orika por Benilda y Sando por Mateo” (p. 429). Dicho cambio también es mencionado por Delgado (1973, p. 89), aunque Friedemann y Cross (1979) no atribuyen el bautismo a los españoles. Este se debe, según los antropólogos, a que “los portugueses bautizaban a los esclavos antes de que ellos fueran embarcados (Rodney, 1970, p. 106) y esta manera de identificarlos, que a la vez borró los apelativos africanos, ha permitido localizar algunas veces la procedencia de los esclavos” (p. 63).6
Continua Espinosa (2007), en su relato de la historia de Bioho, indicando que este terminaría en “las galeras del comerciante Juan de Palacios” (p. 429), mientras “el resto de la familia pasó a engrosar el servicio del capitán Alonso de Campos, que se desempeñaba bajo órdenes directas del gobernador Suazo Casasola” (p. 429). Lo corrobora Escalante (1979) al indicar que el resto de los familiares “eran esclavos del capitán Alonso de Campo. Su padre Domingo Bioho había sido adquirido por el comerciante Juan de Palacios” (p. 23). Sin embargo, las indicaciones de ambos autores parecen provenir, considerando que la versión de Camilo Delgado (1973) se remonta a principios del siglo XX, de “El rey del arcabuco”, en donde se señala, de igual manera, el destino de la familia Bioho al llegar a Cartagena (p. 89).
A continuación, nos relata Espinosa (2007), con tono heroico, el siguiente movimiento de Bioho:
Por esos mismos días, Benkos Bioho, consumido por la natural amargura y por la brutalidad del trabajo al cual se le sometía, hizo valer su condición de monarca y, aprovechando una estadía en Cartagena de la galera a la cual había sido destinado, se sublevó con un grupo considerable de esclavos, dispersó y desarmó a sus guardianes, se hizo fuerte en la llamada ciénaga de la Matuna -que tenía más de cuarenta leguas-, construyó una empalizada a modo de fortín y desafió desde allí el poder español (p. 431).
Ya se ha referido este artículo a la mención que hace Fray Pedro Simón de este evento. Sin embargo, en carta al rey, del 3 de febrero de 1603, por parte del gobernador Gerónimo de Suazo se entiende, sin actualizar la ortografía de la época, que los cimarrones “dieron en la parte donde estaban fortificados, que es la Ciénaga de Matuna que es eza una laguna de mas de 40 leguas en la qual ay muchos ysleos montuosos” (Arrazola, 1970, p. 35). El evento, más allá del tono épico impuesto por Espinosa, está más que documentado. El autor, al reconstruir el relato, está proponiendo una narración dialógica, comprendida así por Menton (1993):
De acuerdo con la idea borgeana de que la realidad y la verdad históricas son inconocibles, varias de las NNH proyectan visiones dialógicas al estilo de Dostoievski (tal como lo interpreta Bajtin), es decir, que proyectan dos interpretaciones o más de los sucesos, los personajes y la visión del mundo. (p. 44).
Cada dato provisto por Espinosa pretende llevar a otro texto, parodiando, en su afán por entregar un relato entretenido (propio de su estilo, de la herencia borgeana, de esa tradición literaria del cultismo),7 ciertos aspectos de la historia que la hacen más legendaria. Cosa que se puede observar, por ejemplo, en la narración que hace el autor cartagenero del rescate de la familia de Bioho:
Una noche, furtivas sombras escalaron los muros de la casa de don Alonso de Campos y, en el más imperioso silencio sacaron de allí a Wiwa, a Orika y a Sando, para que se reunieran con su esposo y padre entre los manglares y tremedales próximos a la ciudad -que por entonces apenas si se hallaba fortificada con trincheras y baluartes de troncones- y a más de un tiro del matadero y del convento de San Francisco (Espinosa, 2007, p. 431).
En este caso, únicamente Camilo Delgado coincide con Espinosa (Delgado, 1973, p. 90). Fray Pedro Simón (1981), por otro lado, relata de los cimarrones que “había entre ellos uno que se llamaba Domingo Bioho, tan brioso, valiente y atrevido, que tuvo alientos para huirse de casa de su amo y llevar consigo a otros cuatro negros, a su mujer y tres negras” (p. 319). Estos matices contribuyen a la ficcionalización del héroe. En este caso, la figura del cimarrón hecho rey.
En el texto de Espinosa (2007), dicha figura sigue en ascenso: Bioho, acompañado de otros cimarrones, que se “unían día tras día”, robaban armas y se hacían fuertes “mediante el asalto a tratantes camineros o a campesinos” (p. 431). Delgado (1973) sigue la misma línea que Espinosa, puesto que “los cimarrones, armados de escopetas y flechas que manejaban bien se hicieron a recursos asaltando haciendas y robando a los caminantes que encontraban a su paso” (p. 91). Los actos de Bioho empiezan a producir eco en las autoridades españolas. Gerónimo de Suazo, citado por Arrazola (1970), le comunica al rey, el 3 de febrero de 1603, que una escuadra española “[…] tomóseles [a los cimarrones] muchas armas que tenían juntas como fueron arcabuces y espadas que abian tomado a los soldados que mataron y muchos arcos y lanzas y 17 pabellones u toldos de sus camas y caxas de rropas y comida y algunas mujeres y hijos que todo lo desampararon” (p. 35).
Fray Pedro Simón (1981) advierte, de igual manera, la preocupación, debido a que “crecían tan por momentos y con tanto exceso los daños, robos y salteamientos de estos cimarrones, que nadie por aquel paraje estaba seguro, ni sus casas en las estancias, hatos y sementeras” (p. 320). Y en posterior noticia indica que
Llegaron el año de mil y seiscientos y cinco al pueblo de los indios de Jegua que está sobre los barrancos del río de San Jorge, no lejos del Cauca, y robando cuanto en él había y aun el hatillo de un padre doctrinero de nuestra orden que estaba allí, llamado Fray Urbano Galiano, quisieron matar a un hermano suyo y a otros españoles que a la sazón estaban en el pueblo. Pero contentaronse a lo último con despojarlos hasta dejarlos en carnes, por ruegos del padre y porque decía Dominguillo Bioho que había llegado allí con intentos de que se confesase toda su gente, por ser ya cerca de la Semana Santa. […] No se descuidaron en hacer asaltos por la mar, pues salían en dos canoas a la boca de Bahaire a coger las de los negros trabajadores que pasaban por allí a las estancias a cortar brasil y otras maderas; en que no causaron pequeños daños. Con que andaba toda la tierra tan avispada, temerosa e inquieta, que no se hallaban seguros a ninguna hora, noches ni días, en el pueblo de Tolú, a donde también acometieron, ni en sus estancias ni en ninguna de las de Cartagena, hatos de la villa de Mompox y ciudad de Tenerife que están por aquellos parajes, pasado el Río Grande al poniente (p. 325).
La extensa cita bien ejemplifica los alcances rebeldes de Bioho y los suyos y se constituye, además, en un documento que corrobora lo narrado por Espinosa. Hay, de la misma manera, mención a dichos ataques en otra carta de Gerónimo de Suazo del 25 de enero de 1604 en donde se narran hechos similares (Arrazola, 1970, p. 41). No menos importante en tal sentido es la proposición del gobernador Francisco de Murga (1634), que aparece en los Testimonios de Limón,8 de lo que representó para la región los ataques de Bioho:
lo pueden haçer muy façilmente por ser muchos los qve ay según se diçe y sus desberguenças lo ynsinuan y es casso qve pide y rreqviere bre e rremedio y castigo exenplar puees ya se a uisto y experimentado lo qve ynqvieto a esta çiudad la qvadrilla de Domingo Bioho en tiempo del gouernador don Geronimo de Suaso y aunqve los dias pasados se trato en este cauildo sobre la materia y dio principio a su rremedio (p. 35 / 17r).
Son de notar, en la anterior cita, los temores ocasionados por la rebelión de Bioho y la necesidad de tomar medidas para que no se repitiera el evento en el caso de los palenques de Limón, Polín y Zanaguare. Ante la respuesta española a la situación, nos cuenta Espinosa (2007) que
El día llegó en que la cuadrilla española dio alcance, por fin, a los cimarrones. Bioho, erigido en rey del arcabuco, esto es, del monte espeso y cerrado, se puso a la cabeza de los suyos y, con flechas y escopetas, fatigó a los esclavistas, que huyeron en desbandada, y en persona dio muerte al peor de ellos, Juan Gómez (p. 432).
Posteriormente, Espinosa confirma lo expuesto previamente por Arrazola. Tras la muerte de Juan Gómez, los cimarrones encontraron un lugar para establecerse y “así nació el palenque de San Basilio, cuyo bautismo con el nombre o bien de un arzobispo de Tesalónica o bien de otro de Cesarea, no vino a producirse sino mucho después” (p. 432). Tanto la muerte de Juan Gómez como la constitución del palenque de la Matuna son mencionados, de similar manera, por Delgado (1973, p. 91) y Escalante (1979, p. 22). Fray Pedro Simón (1981), introduciendo otro matiz, cuenta que Juan Gómez se armó de hombres y arsenal en busca de los cimarrones, aunque “sucedió al contrario. Pues llegando al sitio de la ciénaga donde estaban los cimarrones y a darles vista, embistieron furiosamente con el Juan Gómez, matándolo” (p. 319).
No quedarían las autoridades españolas complacidas con semejante resultado, pues, según relata Espinosa (2007), enviaron una “tropa más abundante y pertrechada” (p. 432) a cargo de Diego Hernández de Calvo. Fray Pedro Simón (1981) hace mención de esta misma tropa, aunque, a diferencia de lo relatado por Espinosa, cuenta que los soldados españoles no se enfrentaron con “demasiada prevención de armas y provisiones” (p. 320). Se tienen, entonces, dos versiones del suceso. Por un lado, Espinosa (2007) concluye con un contundente triunfo de los comandados por Bioho (p. 433), mientras que Fray Pedro Simón indica que no se produjo mayor conflicto y los soldados volvieron sin contratiempos. Acto seguido, Fray Pedro Simón (1981) da noticia de una tropa de cien hombres, comandada por el capitán Luis Polo, que logró, con negociaciones, apaciguar un poco a los cimarrones (pp. 320, 324). Tras el incidente, España no volvió a atacar al palenque por largos años. Delgado (1973) coincide con Pedro Simón en que el capitán Polo (lo llama Juan) logró negociar la paz con los cimarrones de Bioho (p. 99). Arrazola (1970) corrobora por medio de una carta del 18 de julio de 1605, escrita por Gerónimo de Suazo al rey, el convenio pacífico que se propuso:
Como vieron la priesa que yo les di y que nunca dexaron de tener sobre si cient soldados desysitieron del intento que tenían y assi no se alzaron estos 18 visto de la manera como se les apretava me ynbiaron a pedir la paz y por considerar las dificultades que avia para acabarlos con ser tan pocos y ser necesario hazer tanta costa para ellos como si fueran muchos me Resolví en concederles paz por un año según y de la manera que se capituló con ellos que fue que si V.M. lo tuviese por bien seria lo mesmo adelante (p. 44).9
Sin embargo, para Bioho la historia no termina de manera pacífica. Camilo Delgado (1973, p. 100) y Fray Pedro Simón (1981, p. 325) dan noticia de la muerte de Bioho. Ambos coinciden, en diferente tono, respecto al ahorcamiento del cimarrón, aunque las palabras del franciscano se antojan más apropiadas para cerrar el capítulo de Benkos:
Y el Bioho andaba con tanta arrogancia que demás de andar bien vestido a la española con espada y daga dorada, trataba su persona como un gran caballero. Hasta que el año de mil y seiscientos y diez y nueve, habiéndolo hallado en no sé qué malos tratos atraidorados, lo hizo ahorcar el gobernador Don García Girón (Simón, 1981, p. 325).
Muere el cimarrón y nace la figura legendaria. Según Camilo Delgado (1973, p. 100), el último de su estirpe moriría ahorcado en 1796.10 En los Testimonios de Limón se nombra la rebelión de Bioho como un evento que no puede repetirse (Murga, 1634, p. 45 / 22r, 66 / 32v, 104 / 51v, 122 / 60v). Friedemann y Cross (1979) lo mencionan y, como para acrecentar la leyenda, aluden a las numerosas apariciones del nombre del cimarrón, puesto que “En medio de este fragor se hablaba y también se registraban en documentos que luego se volverían históricos de los ahorcamientos consecutivos durante ciento noventa años de Domingo Bioho, Domingo Biho, Dominguillo Bioho o Domingo Bioo entre 1600 y 1790” (p. 67).
La construcción que hace Espinosa del legendario Bioho contiene matices heroicos, eventos magnificados, datos improbables contados a manera de ensayo, repleto de referencias y modos propios del lenguaje usado por los franciscanos en la Colonia (en la figura de Fray Tiburcio de Broquetas). Explica Montoya (2009), de mejor manera, el estilo del escritor cartagenero:
Espinosa introduce, en su reconstrucción literaria de la historia, un formidable aparato de información cultural. Este es el motivo que eleva la calidad de su escritura y le otorga un carácter de insularidad en las aguas de la literatura colombiana. No es para nada novedoso afirmar que en Colombia la presencia de la novela erudita es casi inexistente. Y cuando ella aparece aquí o allá no demora en provocar las molestias de las parroquias artísticas que defienden a capa y espada lo espontáneo, lo doméstico, lo trivial, en fin, el bochinchoso desfile de la cultura popular. El mismo Espinosa se quejó muchas veces de la ausencia de una novela-ensayo en Colombia (pp. 79-80).
Montoya expone una preocupación que persiste en la obra crítica del autor. En un ensayo titulado “La novela: de cara al siglo XXI”, el cartagenero se opone a la idea de “rebajar su nivel intelectual y estético a fin de llegar a un número mayor de lectores” (Espinosa, 2002, p. 91). Además, hace de Cartagena un escenario que, siendo la ciudad natal de Espinosa, permite la construcción de un lenguaje que escapa al entorno y aboga por una conciencia universal, desprovista de tendencias locales.
Dejando atrás la figura de Benkos Bioho, es preciso, para comprender la importancia de los personajes que rodean la leyenda de Benkos Bioho, revisar el desarrollo que propone Germán Espinosa del romance entre Orika Bioho y Francisco de Campos. En este caso, solo se cuenta con el relato de Camilo Delgado (1973) y dos fuentes improbables como Fray Tiburcio de Broquetas, citado por Acevedo y Cortés, y Evelio Núñez Bárcenas, amigo del narrador.11 Todos ellos van soportando, junto con las conjeturas del autor cartagenero, una historia repleta de ficción y falsificación.
Se sabe, por lo expuesto anteriormente (Espinosa, 2007, p. 429), que la familia de Bioho quedó bajo el cuidado del capitán Alonso de Campos. Su hijo, Francisco de Campos “reparó por primera vez en la belleza corporal de Orika, dite Benilda, cuyos senos virginales y cuyo sexo apenas musgoso lo arrebataron hasta el delirio” (p. 430). Para sustentar esta idea, el autor comienza el juego de las referencias con una cita del improbable autor Fray Tiburcio de Broquetas, quien creía que el acto estaba motivado por “alguna propensión indigna y maligna” (p. 430). Su fuente, Acevedo y Cortés, “hoy lamentablemente olvidado” (p.430), se pregunta si el Fray no habrá violado el secreto de la confesión. Nos confirma Delgado (1973) que la atracción era compartida, pues Orika lo “amaba profundamente” (p. 90). Espinosa introduce, quizás para llenar de matices la narración, la opinión del doctor Evelio Núñez Bárcenas, quien lamenta que Orika hubiera resultado virgen en el examen que su padre ordenó antes de la muerte de la “princesa” (Espinosa, 2007, p. 430). Conjetura Espinosa que las relaciones amorosas debieron haberse llevado a cabo por medio de la lengua y de las manos (p. 430). Lo anterior, elemento de importancia en el idilio de Orika y Francisco, lo confirma Aquiles Escalante (1979), nombrándolo como “relaciones amorosas” (p. 23). De esta manera, el relato se llena de falsificaciones de la realidad. La historia de un amor improbable, sustentado en la leyenda de Delgado, las conjeturas de Espinosa y los aportes, probablemente apócrifos, de Fray Tiburcio de Broquetas y Núñez Bárcenas permiten al escritor una libertad ilimitada. Lo anterior, lo advierte Montoya (2009):
Con Borges llegan a Colombia unas formas nuevas de asumir la historia desde la literatura. Estas se apoyan en la certeza de que aquella es una materia propia para la tergiversación y la falsificación, y de que el autor puede y tiene el derecho, al menos estético, de creer que detrás de los hechos históricos sólo hay apariencia e imágenes y, más allá de ellas, solo vacuidad (p. 153).
Según lo cuenta Espinosa (2007), Orika, tras haber sido rescatada por su padre y al tener que dejar la casa de la familia Campos, “donde tan embriagadores momentos había disfrutado con su amado blanco” (p. 431), debió separase de Francisco para ejercer como princesa en el palenque. Espinosa, citando a Broquetas, nos hace saber que la madre, la reina Wiwa, conocía y aprobaba el amor de su hija por Francisco Campos, puesto que ella, “habituada al buen trato de los blancos -se lee en el dominico, citado por Acevedo y Cortés-, no sentía odio hacia nosotros, pues Dios había iluminado su corazón, maguer tornándolo piadoso hacía un sentimiento impuro” (p. 432).
Conocidas ya las estrategias de los cimarrones, relata el cartagenero la caída de la tropa española en su acoso de Bioho y los suyos. Entre los hombres que cayeron estaba Francisco de Campos. Ofrece Espinosa (2007), respecto a las motivaciones de Campos para hacer parte de aquella embestida, conjeturas bastante interesantes para el desarrollo del relato:
Aquí surge una duda: ¿por qué aquella insistencia en participar en una campaña que solo desdichas podía acarrear a Orika, a quien presuntamente amaba?; ¿acaso por el deseo irresistible de recuperarla?; ¿acaso por despecho?; ¿acaso por castigar al monarca africano que, al sentir suyo (olvidado tal vez de que se trataba de su padre), la había secuestrado?; ¿o quizás por una firme y mera mentalidad esclavista? Ninguno de los relatos, ninguna de las conversaciones que sostuve en el café Metropol [en compañía de Núñez Bárcenas] tocaron ese delicado aspecto. A mí, el perfil psicológico de Francisco de Campos se me escapa irremisiblemente (p. 432).
Más allá del texto de Delgado, no hay mención, en ningún documento colonial expuesto en este artículo, de la personalidad de Orika o, mucho menos, de Francisco de Campos. Hay, sin embargo, una construcción literaria, basada en aspectos históricos, ya que, como lo explica Montoya (2009), “Espinosa […] forma parte de los narradores colombianos cuya pretensión es edificar una narrativa donde la preocupación mayor es la historia como punto de apoyo del imaginario literario” (p. 24). Dicho imaginario literario parece configurarse, en este relato, con mayor intensidad a partir de la captura de Campos. Tras el fracaso de la arremetida española, Bioho descubrió que entre los hombres heridos “se hallaba nadie menos que el joven Francisco de Campos, vástago de aquel don Alonso que había esclavizado a su mujer y a sus hijos” (Espinosa, 2007, p. 433). Según Delgado (1973), y en esto está de acuerdo Escalante (1979, p. 23), Campos “yacía en tierra herido de un pie” (Delgado, 1973, p. 92). Broquetas, citado por Acevedo y Cortes en el presunto Manual de amores coloniales, indica que el español había sido herido en todo el pie, “añadiéndole una gangrena imposible de evolucionar en tan corto tiempo” (Espinosa, 2007, p. 433).
En el relato de Espinosa, tras consejo de los ancianos, se le perdona la vida a Campos, reteniéndolo como prisionero en un bohío del palenque y, en vista de que no se le prestó asistencia en la herida, Orika intercedió ante su padre para poder atender a su amado (Espinosa, 2007, p. 433). En esto coincide Escalante (1979, p. 23), quien, al igual que Espinosa, reconstruye los datos provistos por Delgado (1973). Lo que sucede en la cabaña, más allá de los supuestos actos sexuales propuestos por Núñez Bárcenas (Espinosa, 2007, p. 433), lo insinúa, aunque no lo confirma, el cartagenero. El relato, pese a lo anterior, continúa su desarrollo: “Un hecho respaldan tanto cronistas como ulteriores comentaristas: una vez cicatrizada la herida del pie, y aunque el joven Francisco tuviese que cojear dolorosamente para movilizarse por el conciso recinto, la hija de Benkos Bioho se atareó en tramar los pormenores de una fuga” (p. 435).
De nuevo, la idea es corroborable en Delgado (1973) y Escalante (1979), pero por ninguno de los cronistas, ni siquiera Broquetas, acostumbrado a respaldar cada inclusión de Espinosa en la construcción literaria de este relato histórico. Sin embargo, se antoja lo anterior parte del entramado que construye el autor. Es comprensible, puesto que más adelante Campos se “preocupó, desde luego, por interrogar en tal sentido a la princesa, o al menos así lo aseguran Broquetas, Acevedo y Cortés y el Doctor Arcos, sin que sea factible discernir la procedencia inicial del dato” (Espinosa, 2007, p. 435). Y, con referencia a la negativa de Campos, el autor insiste en que
Ante lo cual (y he aquí una información en la cual coinciden todas mis fuentes, incluido el perverso Núñez Bárcenas, y que, como el lector acabará por comprenderlo si da fin a la lectura de este relato, no puede ser sino fantástica), él se invistió de todo su talante ibérico para objetar que heriría su sentido de la caballerosidad al abandonarla a ella a un destino mortal, pues cierto era que sobre ella recaería la venganza del sanguinario Bioho (p. 435).
Pareciera que Espinosa, en la anterior cita, da pistas de lo fantástico de su relato.12 En todo caso, Orika y Campos decidieron huir juntos hacía una muerte inevitable. Bioho, enterándose de la huida, ordenó perseguir, sin saber que su hija lo acompañaba, al español. Campos recibió un disparo en el pecho. Orika, conociendo que tendría un destino similar, lo acercó al tronco de un árbol, abrazándolo (p. 436). Benkos, al ver semejante imagen, se sintió traicionado. Nos ofrece Espinosa, a continuación, dos desenlaces. El primero, proveniente de la leyenda de Arcos, en el que se asegura que Orika le dijo a Bioho: “Padre, yo le amaba” (Delgado, 1973, p. 95). La segunda, por la cual se inclina el cartagenero debido a que proviene de Broquetas (cronista de cabecera), propone que Orika dijo, después de la conmoción, “que había tropezado con el cadáver del prisionero” (Espinosa, 2007, p. 436). Ya que nadie le creyó, decidió Bioho aplicar la ordalía. Pese a las súplicas de Wiwa, Bioho no desistió, recordándole a su esposa que “su madre nunca lloró” (p. 437). Como no podría ser de otra forma, Orika, después de beber el brebaje sagrado, murió. Finaliza, Espinosa, diciendo que “se me ha asegurado que su fantasma, lánguido y luminoso, agobia las noches del palenque de San Basilio” (p. 437).
Para concluir este romance es conveniente comprender la importancia que le da el autor, en las páginas finales, a la figura de Orika. Es decir, su preocupación no se centra en el relato de Bioho, mucho más conocido, sino en la construcción de un imaginario literario a partir de una leyenda incrustada en la historia colonial y en la tradición oral del palenque de San Basilio. La importancia de los personajes menores, reinventados, la advierte Lukács (1973) en su estudio sobre la novela histórica:
Esto hace referencia también a sus héroes mediocres. Aparte de que expresan con insuperable realismo los rasgos a la vez humanos, decentes y atractivos y las limitaciones de la “clase media” inglesa, su exposición de la totalidad histórica de ciertas etapas críticas de transición alcanza una perfección inigualada justamente debido a la elección de estas figuras centrales. El gran crítico ruso Belinski reconoció como ningún otro esta conexión. Analiza diversas novelas de Scott centrando su atención en el problema de que la mayoría de los personajes secundarios son humanamente más interesantes y significativos que el mediocre héroe principal (p. 35).
En “Orika de los palenques” se reúnen dos historias: aquella de Benkos Bioho, sinónimo de rebeldía en la Colonia y leyenda del palenque de San Basilio; por otro lado, el trágico idilio de Orika con Francisco de Campos. Espinosa propone un relato que contiene numerosas fuentes, aludiendo a la figura del cimarrón. Despliega, con su característico estilo, un arsenal de estrategias narrativas que le permiten jugar con lo histórico y lo legendario.
Espinosa (2007) reconoce que la muerte de Orika es imposible de determinar y que su relato debe ser, en efecto, fantástico (p. 437). Orika muere con la esperanza de reencontrarse con su amado (p. 437). Por otro lado, el engrandecimiento de la figura de Bioho y la omisión de su ahorcamiento dan cuenta del matiz legendario en sus acciones: “Un indio identifica a Benkos Bioho, lo ataca con fiereza, tal vez con saña, y termina con el cráneo partido en dos por un mandoble del monarca” (Espinosa, 2007, p. 433). Además de lo anterior, Bioho, Orika y Francisco de Campos se presentan como personajes que, a decir de Menton, son retratos sui géneris de personalidades históricas. Sumado a lo anterior, lo carnavalesco y la parodia hacen parte del tono humorístico del texto: Espinosa relata que Alonso de Campos, padre de Francisco de Campos, acariciaba el trasero de Wiwa, esposa de Benkos, introduciendo una nueva referencia, imposible de encontrar en numerosas bases de datos, de un tal Norman Mislaid, autor de Negroes Special Subjects. Mislaid, citado por Espinosa, asegura que “para las mujeres del golfo de Guinea, como para las italianas de hoy, una caricia en el trasero era casi equivalente a una venia” (Espinosa, 2007, p. 429). Montoya (2009) menciona este juego constante en Espinosa:
Para él, la identidad latinoamericana es el espacio en el que todo se reúne, no solo los cuerpos de diferentes razas en el abrazo de un eros siempre vital, sino todos los saberes de la tierra. Saberes que son enciclopédicos y eruditos. América es el lugar habitado por un ente utópico llamado “hombre mestizo” (p. 37).
“Orika” contiene elementos de “El rey del arcabuco” de Camilo Delgado, aunque los estiliza. De la misma manera como lo hace Espinosa en Los ojos del Basilisco (1992), novelando la crónica de José María Cordovez de Reminiscencias de Santa fe y Bogotá (1891). Montoya (2009) advierte que “el juego intertextual que plantea Espinosa resulta de sumo interés cuando el lector corrobora que hay varios pasajes de la novela que se enraízan en Reminiscencias” (Montoya, 2009, p. 73). El cartagenero se basa en fuentes que en ocasiones son rastreables. Lo hace, sin embargo, como parte del aparato narrativo que contiene su propuesta: la construcción del imaginario literario a partir de un acontecimiento verificable y que a su vez confabula con la historia y la leyenda del cimarrón.
Murga, F. de. (1634). Testimonio de los procesos y castigos que se hicieron por el Maestro de Campo Francisco de Murga, gobernador y capitán general de Cartagena, contra los negros cimarrones y alzados, de los palenques del Limón, Polín y Zanaguare. Sevilla: Archivo General de Indias, Patronato, 234, R.7, N.o 2.
F. de. Murga 1634Testimonio de los procesos y castigos que se hicieron por el Maestro de Campo Francisco de Murga, gobernador y capitán general de Cartagena, contra los negros cimarrones y alzados, de los palenques del Limón, Polín y ZanaguareSevillaArchivo General de Indias, Patronato234, R.7, N.o 2.
[3]Seymor Menton define las nuevas novelas históricas latinoamericanas (NNH) como “aquellas novelas cuya acción se ubica total o por lo menos predominantemente en el pasado, es decir, un pasado no experimentado directamente por el autor” (Menton, 1993, p. 32). Para Menton, el análisis de la narrativa histórica latinoamericana comienza en 1972, debido a la proliferación de narrativas en las cuales la recreación y el redescubrimiento de un periodo histórico constituyen la motivación de centenares de novelas. Su análisis incluye un periodo de veinte años. “Orika”, escrita en 1991, entra dentro del rango propuesto por Menton. Una de las razones que esboza el crítico norteamericano para explicar el auge de la nueva novela histórica es “la aproximación del quinto centenario del descubrimiento de América” (p. 48).
[4]La metaficción puede entenderse como “los comentarios del narrador en el proceso de creación” (Menton, 1993, p. 43). “Orika”, en efecto, contiene una constante intervención del narrador en la construcción de su relato. Esto podrá corroborarse a lo largo del artículo en las alusiones y citas que se desprenden de “Orika”.
[5]“Orika de los palenques” narra la historia de Benkos Biohó, cimarrón del siglo XVII, y su hija Orika. El relato, fiel a las fuentes, se ubica en Cartagena de Indias. La narrativa propuesta por Espinosa juega con los géneros narrativos. Se trata, en efecto, de un relato histórico, pero hace uso de algunas características del ensayo para nutrir su cuento: el texto carece de método y conclusión contundente; además, es subjetivo y, en vez de la exactitud, se caracteriza por la aproximación; le interesa la sugerencia más que el convencimiento, mostrar más que demostrar. Caracteristicas, todas estas, del ensayo (Escalante, 1998, pp. 292-293).
[6]Se elige el análisis de Menton por su enfoque: la literatura latinoamericana. El estudio de Lukács, sin embargo, arroja una interpretación esencial para la comprensión de la novela histórica: se origina en periodos críticos y de transformación. Los autores buscan respuestas, haciendo uso de elementos históricos, a las problemáticas que los rodean (Lukács, 1976, p. 24).
[7]El texto de Camilo Delgado constituye la primera evidencia escrita del romance entre Orika y Francisco de Campos. Es preciso comprender que las tres menciones sobre Benkos Bioho que propone este párrafo (Fray Pedro Simón, Camilo Delgado y Germán Espinosa) cumplen con la quinta característica sugerida por Seymor Menton: la intertextualidad. La construcción del relato de Espinosa remite constantemente a una idea sugerida por Fray Pedro Simón o por Camilo Delgado.
[8]Espinosa se concede una licencia en el caso del bautizo de los esclavos. Un rasgo que bien podría interpretarse como carnavalesco por su alusión a la cristiandad como motivo que alteró los nombres de los esclavos. Emir Rodríguez (1979) le concede al concepto de carnaval funciones literarias de vasta utilidad: “América Latina ha encontrado un instrumento útil para alcanzar la integración cultural que está en el futuro y para verla no como una sumisión a los modelos occidentales, no como mera corrupción de algún original sagrado, sino como parodia de un texto cultural que en sí mismo ya contenía la semilla de sus propias metamorfosis” (p. 408). La parodia, en efecto, hace parte de las características de la nueva novela histórica latinoamericana, así como lo identifica Menton (1993, p. 45), y constituye un elemento frecuente en “Orika”.
[9]En el prólogo de La noche de la trapa, Germán Espinosa admite que uno de sus relatos resultó de la lectura de El Aleph de Borges, aunque explica que “la influencia del argentino no es muy marcada, si se piensa que he cultivado siempre la narración con final sorprendente, que (Borges( en cambio rechazaba” (Espinosa, 2007, p. 18). Pese a la negativa de Espinosa, puede observarse a lo largo de su obra una recreación de la lengua clásica con fines expresivos o poéticos.
[10]La transcripción que hace Kathryn McKnight corresponde a los documentos ubicados en el Archivo General de Indias, localizado en Sevilla, España. El aporte de la profesora McKnight constituye un documento de particular importancia para la comprensión del fenómeno cimarrón en Colombia, pues la voz del cimarrón y los testimonios de las autoridades españolas dan cuenta de la importancia del tema en el periodo colonial.
[11]Las versiones que se tienen del suceso no pretenden que las fuentes y el relato se ubiquen en el mismo nivel. Por el contrario, el relato de Espinosa engrandece la figura revolucionaria y guerrera de Benkos Bioho; Fray Pedro Simón le resta importancia al evento; finalmente, la carta del gobernador Gerónimo de Suazo revela la necesidad de negociar un convenio pacífico con los cimarrones. Espinosa distorsiona la realidad y propone un suceso que aboga a la grandeza guerrera y al liderazgo de Bioho. Es un rasgo característico de la narrativa histórica. Menton (1993) señala que “las ideas que se destacan son la imposibilidad de conocer la verdad histórica o la realidad; el carácter cíclico de la historia y, paradójicamente, el carácter imprevisible de esta, o sea que los sucesos más inesperados y más asombrosos pueden ocurrir” (p. 42).
[12]Camilo Delgado (1973) relata que “en 1976, el último descendiente de Benkos Bioho, fue igualmente ahorcado por conspirar […] Extinguida la raza de los Biohos no volvieron a registrarse nuevos casos de alzamientos por los negros” (p. 100). Espinosa no menciona la muerte de Benkos Bioho. Esto se debe, quizás, a que después de haber construido a un Bioho legendario se enfoque en el romance de Orika y Francisco de Campos. Por medio de una omisión, el autor distorsiona la realidad en beneficio del relato.
[13]Espinosa convierte la mención de autores inexistentes —pues no se corroboran en ningún otro texto y su rastreo no deja más que interrogantes— en una herramienta literaria que le permite ampliar el romance de Orika y Francisco de Campos. De nuevo, el uso de la falsificación le permite ampliar el panorama narrativo, distorsionar la realidad para fines literarios. Menton (1993) menciona que “no se le puede negar a Borges su influencia en poner de moda las frases parentéticas, el uso de la palabra ‘quizás’ y sus sinónimos, y las notas, a veces apócrifas, al pie de página” (p. 43).
[14]La metaficción es clara en la anterior cita. Espinosa menciona sus fuentes y reconoce que el final de su historia debe ser fantástico. Este tipo de comentarios del narrador son identificados por Menton (1993) como una característica frecuente en la nueva novela histórica latinoamericana (pp. 42-44). Es, además, un recurso que Espinosa despliega en el relato para acompañar sus constantes menciones a autores apócrifos y a conversaciones anecdóticas que no pueden corroborarse.