A fines de diciembre de 2017, mientras estaba en la Clínica las Américas afrontando una cirugía por fractura de fémur, recibí un regalo inesperado: dos libros de cuentos del escritor Óscar Castro García : El viaje más corto (2017) y Sola en esta nube (2018). Al ver los títulos, mi hermana, que siempre tiene la palabra precisa para todo, dijo: “Óscar tuvo que escribir dos libros para mostrar lo que le pasó a Consuelo”. Ahora, en la distancia, puedo ver nítidamente cómo estos títulos sintetizan las realidades de muchas vidas y el accidente que me había ocurrido en el Cerro las Nubes de Jericó, a 2 300 metros de altura, todo por querer llegar más rápido. En mi percepción y con mis conocimientos cartesianos y pitagóricos era más rápido descender de la montaña en línea recta, o transitar la hipotenusa, que tomar desvíos; buscaba, sin duda, hacer el viaje más corto, a sabiendas de las fallas de lógica frente a la vida y de que la línea recta en un nivel existencial no siempre es el camino más corto. Estos dos títulos reflejan experiencias universales también. Cuántas veces hemos tenido que retroceder en el camino para transitar una altura o para sortear obstáculos; y cuántas veces nos hemos encontrado con esa permanente compañía que es la soledad absoluta. Estos dos volúmenes al lado de otro sobre Borges, la revistas The New Yorker y libros de meditación budista llenaron mis horas detenidas en esta primera etapa de recuperación. Algunos de los cuentos de estos libros los leí en la clínica, en Medellín, y los terminé en Estados Unidos.
El viaje más corto, con el desplazamiento como soporte y su introducción metaficcional, lo sentí muy cercano. Tal vez por ser más reciente, con cuentos que fueron escritos durante la época en que mi amistad con Óscar se afirmó; toda la sección subtitulada “ALLÁ” sucede en Estados Unidos e incluye sus viajes y experiencias que, en alguna medida, hemos compartido (Washington, Nueva York y Denison). Por otra parte, los cuentos de la sección de “AQUÍ” están anclados en espacios entrañables como Santa Elena y Medellín. Mientras los leía, no pude dejar de pensar en Doce cuentos peregrinos de García Márquez, tal vez por los temas, por las presencias misteriosas y las convergencias de lo mágico disuelto en lo real, especialmente en cuentos como “Un taxista en la montaña” y “Engracia de las hortensias”. También me recordó a Álvaro Mutis por su manejo del lenguaje y la fluidez de los monólogos interiores. De esta sección, “Vaivenes de un escritor” me parece relevante por calcar con sinceridad y convicción la incomodidad en la voz de tantos creadores de la palabra que son ninguneados, estafados y hasta explotados. La segunda parte, “ESCALA”, muestra un México tal como el personaje lo percibe y de acuerdo con las experiencias que la vida le reservó allí. En el cuento final, “Vuelo a Madagascar,” llega hasta a arriesgarse con lo que mal han llamado los críticos “realismo mágico,” por ponerle una etiqueta. En realidad, quiero decir que en sus cuentos me topé con la vida más allá del cuerpo físico y hasta, por qué no, con alusiones a las lecturas sobre reencarnación y transmigración, entre otras.
La mayoría son historias de lo cotidiano, donde el narrador alterna con un dejarse llevar por una suerte de stream of conciousness para, de modo casi lúdico, moverse en el tiempo y sorprender al lector con dimensiones que parecieran de otro plano, pero que en realidad habitan en su imaginación y en la manera particular de captar y aprehender ese mundo de relaciones y coincidencias.
Sola en esta nube y otros cuentos (2016), anterior a El viaje más corto (2017), contiene relatos, en su mayoría escritos en una época que no compartí, pues el destino me llevó a Caracas, Perú, Puerto Rico y luego a Estados Unidos. Sin embargo, me siguen sorprendiendo, como cuando leí algunos de estos cuentos por primera vez y me motivaron a invitar a Óscar Castro a la American University. Pienso que si hay un cronista de la vida contemporánea en Medellín, ese es Castro García. Cronista que logra capturar en sus páginas desde múltiples ángulos la cotidianeidad desbordada, plagada de violencia desgarradora y casi surreal. Son conmovedores cuentos como “El encuentro”, donde el narrador gay muestra las intimidades de sus relaciones y los encuentros erótico-sexuales con sus parejas. Y aunque no estamos hablando de un tema novedoso, en el tiempo en que este fue publicado (1983) era poco frecuente en la literatura y más rechazado por la hostilidad de la sociedad que ha conducido el país. Tal vez esto ilumine o ilustre la necesidad del narrador de probar múltiples versiones para penetrar en el tema, como un intento de atrapar la realidad gradualmente, mediante varias perspectivas.
Allí están Medellín y Bello, el pueblo donde transcurrió su infancia, durante la peor época para la generación de baby boomers. Solo así se puede entender la erotización de los objetos más cotidianos y, simultáneamente, de excepción como las motos y los rifles que se confunden con la mujer deseada o poseída y con el hombre-macho poderoso que tiene o está en busca de dinero fácil, tal como se ve en “Desafiando esta ciudad”. También se nota la experimentación con el lenguaje en el intento de hallar la simplicidad, la coherencia y, quizás, una mayor congruencia entre palabra y realidad, como en “Ininterrumpidas olas”, o la lucha contra la fragmentación en “Solo recordé que regresaba”, un cuento de apenas un párrafo.
La retórica narrativa tan variada sirve para reconstruir el habla, las costumbres de los sectores sociales más conflictivos de la ciudad, del espacio donde se amontonan desplazados y migrantes de los pueblos y de la ruralidad en busca de un refugio que la urbe les niega. Es una narrativa que a través de los ojos de algunos de sus habitantes nos deja ver zonas marginales y los más icónicos locus urbanos, centrales en los relatos: bares, cafeterías, calles, restaurantes, prostíbulos, plazas de mercado, barrios desafiantes, calles peligrosas, estaciones del metro, paradas de buses, tal como se puede leer en “Sola en esta nube”. Así también se ven las convenciones que dramatizan la vida diurna y nocturna de un lugar que luce desvencijado, en descomposición ética, cuyo tránsito demanda sabiduría, y arte para protegerse de rateros comunes, prostitutas y prostitutos, criminales, ajustadores de cuentas, etc. Algunos cuentos parecen decir que la vida diaria es un caos, y otros parecen revelar verdades éticas, dentro de frecuentes alusiones religiosas y de concepciones católicas, como se puede ver en varias partes de ambos libros, y especialmente en cuentos como “Sor Brígida de la Santa Cruz,” que resulta desgarrador.
El lenguaje narrativo combina la alusión con una sintaxis, caprichosa en ocasiones, y un humor verbal ocurrente para dar la imagen de una ciudad que no podría decirse en decadencia; al contrario, es una ciudad rebosante de vida a punto de explotar, ocupada, trabajadora y navegada por intensas fuerzas físicas, sensoriales y emotivas. Todo ello sin dejar de mostrar cómo la cultura de la delincuencia, del narcotráfico y la violencia de esa época cambia la manera de entender la vida y contribuye a un nuevo vocabulario y estrategias innovadoras para manejarla. Un ejemplo de ello es “Desafiando esta ciudad”.
En ambos libros se acude a una pluralidad de dispositivos para mostrar un mundo desbordado. Espantos, aparecidos misteriosos, espectros, visiones, paralelismos y suposiciones acuden para dar sentido a aquello que la lógica no puede resolver, como por ejemplo en “Alma en mí me retratas” y “Al otro lado de la pared”, entre otros. La magia se disuelve muchas veces en lo real y lo real en lo misterioso. Muchos de los cuentos, tales como “¿Y usted quién es, de dónde viene, qué hace aquí?”, van por carriles paralelos que coinciden con desplazamientos de tiempos o de la realidad real a la realidad imaginada o percibida.
Se trata de un mundo desarticulado y populoso, sometido en ocasiones, con el lenguaje convexo de la agresión en el que el narrador presiona hasta darle forma y sentido; como para lograr exactitud, una métrica de la palabra. La narrativa aquí mejor que la política nos muestra que la vida en las calles y en la ciudad es una actividad compartida, no obstante, fisurada desde el punto de vista institucional e interpersonal (véase “Constancia”).
Sus cuentos tienen abundantes capas, matices y personajes; basta recordar al sometido a torturas abominables, al que regresa al país con su pavor intacto después de haber vivido un exilio obligado, o a esas personas límite que están at the end of the rope, como la exmonja y el taxista. Todos estos personajes comunican fragmentos de su vida y, al mismo tiempo, algo universal que le pasa a una colectividad que ha perdido la verdad y su significado en el caos de la violencia y el azar. Vidas que muestran aspectos incómodos, traumas complejos sobre los que parecieran no tener control.