Hablar de autores y novelas independientes debería ser un cometido o una prioridad de la crítica literaria en un país como Colombia. Y caracterizo este grupo de escritores y obras dentro de aquellas que no cuentan con un apoyo sólido en las editoriales tradicionales o los círculos literarios habituales, algunos de estos integrados por narradores ya aclamados. Por ende, bien vale la pena dar un vistazo a aportes literarios de poca divulgación que por tal motivo se ubican al margen de los siempre promocionados. La democratización de la cultura, el arte y los saberes en general ayudarían mucho a generar inclusión y a la conformación de una sociedad más armónica y tolerante; tal vez sería una manera más de hacer paz en nuestro país.
Me ocupo de esta corta novela para evidenciar algunos rasgos que pueden llegar a ser significativos o que por lo menos invitan a una reflexión. Detective Santré, el caso Chang, se sitúa dentro de la llamada literatura de crímenes o policiaca. La historia, sin vacilación, desde el principio se percibe como una lectura de entretenimiento o de distracción. De aquellas que no ofrecerían mayor análisis crítico pero que no por eso tendrían que excluirse, pues observadas desde esa misma circunstancia son un fenómeno que merece algún tipo de acotación. Son novelas de lectura rápida que probablemente no contarían con la jerarquía para un estudio académico tradicional, pero que de alguna manera ilustran una realidad, en este caso la vida urbana de una ciudad como Bogotá. Y, además, en muchas ocasiones sus creadores logran seducir a través de aventuras, sucesos de acción que cautivan a lectores desenfadados que solo desean pasar un buen rato.
Bajo las anteriores consideraciones y lineamientos, nos encontramos ante una narración franca que en su género no es la más creativa pero que está ornamentada en el contexto de una ciudad colombiana, específicamente Bogotá. En ella se intenta dar un paneo de lo que es la brega de la cotidianidad en barrios emblemáticos y marginales inmersos en el imaginario bogotano. Aventuras, anécdotas, la vida diaria de un detective algo original que frecuenta barrios como Chapinero, La Candelaria, Galerías, el Veinte de Julio o simplemente el centro de Bogotá con todos sus avatares. Dentro de los rasgos del personaje principal, un detective simpático y bonachón, calco de muchos de sus colegas pertenecientes a este tipo de literatura, se recorre la urbe como escenario esencial en el que se gestan infortunios de toda clase. Y pensaría que ese puede ser un buen aporte de la novela, proponer un espejo parcial de la realidad contemporánea de una megaciudad tercermundista.
Aunque el argumento y desarrollo es muy análogo al de las historietas gráficas de facsímil que salían semanalmente y que vivían sus mejores días en las décadas de los setenta y los ochenta en Colombia (dígase Kalimán, Arandú, Águila Solitaria, etc.), la novela hurga levemente algunos de los melodramas sociales que se divulgan en los periódicos nacionales. Hablo de secuestros, trata de personas, la inseguridad en las calles, la doble moral de nuestros mandatarios, las barras bravas del fútbol, entre otros. Creo que rescatar la característica básica de la historieta grafica del pasado que entretenía a niños y adultos (frase que se repetía por aquel entonces), sin mayores expectativas artísticas, es un medio valioso para captar lectores y, sabiéndolo hacer, un método para presentar una línea de contenido que deje, en algún grado, una reflexión de orden moral o ético acerca del mundo en que vivimos. En esa dirección, y reviviendo las historietas nombradas, el discurso o la agenda de tales aventuras permitía, al menos en los más chicos, sembrar una enseñanza afín con los valores humanos básicos tales como la honestidad o la compasión. Y aunque se debe manifestar que el protagonista, el detective Santré, tiene sus descarríos mundanos y el narrador lo pinta como un hombre totalmente imperfecto, al final de sus jornadas es un ser honrado, cumplidor de su deber y fiel a sus principios, muy a pesar de las tentaciones que le acechan. No tengo la evidencia para saber si el autor tiene esta pretensión moralizadora, pero encausar las aventuras del personaje en esa vía podría abrir el libro y sus futuras andanzas a un ideal altruista, que no sobraría para una sociedad como la nuestra, que por un lado es poco lectora, y por otro, es seguidora de la trampa, de la picardía; lo anterior como gran legado de la subcultura del narcotráfico. Lo digo porque varias de las obras que pertenecen al llamado género negro pintan (desde diferentes matices) nuestra realidad corrupta y cruel, pero al final casi que el único telón es el triunfo de la viveza, del dinero fácil o de lo ilegal.
La novela, con aciertos y errores, algunos de autor bisoño, logra lo fundamental para cualquier lector: que este se interese en la trama, termine con voracidad los primeros capítulos y se ensille en los siguientes para aterrizar en el último párrafo de la historia. Sin embargo, en el texto se perciben algunas imperfecciones de estructura y de conformación del temple de los personajes; hablo de edificar una trama más intrincada para estos desencuentros, pues el género así lo exige; algo menos predecible, o fortalecer las voces de aquellos personajes secundarios; todo lo anterior claramente remediable si se piensa en un nuevo capítulo del detective, presunción que el novelista deja de soslayo. En todo caso, mi incentivo no es defenestrar a aquellos que exploren este género (ni ninguno), sino por el contrario, desde mi tribuna, modestamente señalar precisiones y fallos, estos últimos con miras a que el autor de turno los identifique y mejore su técnica. Como lo he referido, la novela cuenta también con méritos si hablamos del lienzo de la ciudad o ese coloquialismo bogotano que se cimenta a partir de los lugares, los gustos de los personajes y las maneras dialectales de las voces que describen un mundo urbano que obviamente está expuesto a todos los aconteceres y dramas de las grandes ciudades. En la historia se siente la Bogotá contemporánea, se transita en sus calles, se convive con la marginalidad encarnada en los fanáticos del fútbol, las minorías, los guetos o la maraña de la prostitución que, a propósito, en nuestra cultura hipócritamente se condena, pero al mismo tiempo se consume ávidamente a la vuelta de la esquina, como se narra en el libro. Estos detalles que el autor incrusta y que se refieren a la vida urbana o la manera de hablar de los habitantes, son puntos altos de su creación, actúan como una invitación a escudriñar la capital colombiana desde las sombras de sus esquinas, desde el legendario barrio Santa Fe -distrito rojo de la ciudad- o a través del elemento cultural bien consignado en el libro, que en un término es la “bogotaneidad”, aquel componente que se ha leído en algunos relatos urbanos ampliamente reconocidos.
Un dato interesante que articulo con esta ópera prima de Nalber se refiere al estudio La anomia en la novela de crímenes en Colombia (2012) del profesor Gustavo Forero Quintero, en la que se afirma que “[…] en la novela de crímenes colombiana se quiere un cambio social frente a ese caos, razón por la cual desde la crítica se habla aún de un escritor de novela negra comprometido con fines sociales” (p. 336).1 Ese acercamiento parece evidente en el proyecto narrativo del novelista, pues el personaje principal desde la apertura del caso conoce el mundo caótico en el que se halla, aquel de la impunidad y la corrupción, y tiene la intención de realizar un cambio, una transformación idealista por una sociedad más democrática e igualitaria. Ese podría ser el distintivo de las próximas páginas que vuelvan a situar a Santré en frente de su contexto, ese espacio impredecible, la ciudad: Bogotá.