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L a saL en La taza de café. notas
sobre creación y escritura
de Carlos F ajardo F ajardo
Sílaba Editores, Medellín, 2022, 77 p.
Miyer Pineda
En el umbral del libro La sal en la taza de café. Notas
sobre creación y escritura, del poeta caleño Carlos Fajar-
do Fajardo, está Albert Camus dando la bienvenida a
los lectores, con una reflexión sobre la creación como
forma de ascesis, de camino para lograr la perfección
espiritual en un mundo en el que este propósito es
ya un absurdo. El esfuerzo cotidiano, el dominio de
uno mismo, la apreciación exacta de los límites de
la verdad, la moderación y la fuerza, etc., son rasgos
de una actitud filosófica ante la existencia. Para Fa-
jardo, estos elementos se encuentran presentes en la
creación poética. Crear es asumir una postura ética
y ontológica en un escenario que ha despojado las
posibilidades de construirse un espíritu en el que el
ser se refugie. Frente al despojo del ser, el poeta opone
su palabra. Ante los devastadores efectos de los meca-
nismos de control, el poeta contrapone con estoicismo
el silencio que rodea la imaginación creadora; ante el
ruido sugiere la serenidad de la depuración poética.
Creación y riesgo, “escritura y peligro, escritura por,
desde y contra la muerte” (p. 11). Es ineludible el
estrépito de uno de los poemas más poderosos de
Carlos Fajardo, en su libro El eco de la tormenta (2021),
en el que el genocida es el protagonista principal. En
un país en el que la vida vale tan poco, es diciente que
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354508
Editores: Paula Andrea Marín Colorado,
Christian Benavides Martínez
Recibido: 10.06.2023
Aprobado: 20.12.2023
Publicado: 31.01.2024
Copyright: ©2024 Estudios de Literatura Colombiana.
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* Cómo citar esta reseña: Pineda, M.
(2024). Reseña del libro La sal en la taza de
café. Notas sobre creación y escritura de Car-
los Fajardo Fajardo. Estudios de Literatura
Colombiana 54, pp. 237-241.
DOI:
1
losabajofirmantes@gmail.com
Universidad Pedagógica y Tecnológica de
Colombia, Colombia
*
1
https://doi.org/10.17533/udea.
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Miyer Pineda
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uno de sus poetas despoje la metáfora hasta que la ironía se vuelve aguijón; el creador,
por tanto, es un tábano que expone la farsa, y al hacerlo, en sombra socrática, se expone
ante los ojos del poder.
El libro es una reflexión sobre la creación poética y sobre la función ética de un
creador en el marco histórico y social, en el que lo humano se ha degradado hasta lograr
niveles de ferocidad aterradores. En este sentido, define la poesía como “interrogación,
demolición y creación desde las ruinas, a partir de los escombros” (p. 12). Escribir poesía
con lo que queda de lo humano, lo que han dejado los vastos efectos de la crueldad y de
la indiferencia en los colectivos, haciendo de la Tierra camposanto y patíbulo. De esta
manera, se propone dejar un testimonio de la luz y la sombra, del latido que dejaron a
su paso los escarceos efímeros de la respiración.
Carlos Fajardo ubica al lector como parte del proceso hermenéutico vital; es fun-
damental la lectura en los procesos de comprensión de sentido y de proyección de los
mundos ficcionados por la obra. La cuestión es que se entiende la lectura a la altura de
la profundidad en la escritura. El poeta propone que se escribe como quien muere, por
tanto, se debe leer como quien vive; es decir, como quien es consciente de la finitud y
de las cadenas. En este sentido, se interroga por el poeta como lector, como continuador
de las sendas trazadas por el texto. Al decir de la hermenéutica, la lectura es una crea-
ción desde el interior mediada por la obra de un autor que concibió la escritura como
la construcción metódica y minuciosa de un refugio.
Aunque en la actualidad el arte de poetizar se diluye entre el ruido de lo banal, la
“pulsión oscilatoria” (p. 13) equipara la imaginación poética al viaje “estremecedor” (p. 14)
y a la posibilidad de conocerse. Así, el lector de poesía piensa el camino como posibilidad
de ser; ser en camino, señalaba Paul Ricœur, recordando el poder de la lectura como senda
oscura para conseguir procesos de autocomprensión. A esto, Carlos Fajardo agrega otro
nivel, otra consecuencia de la escritura: el autor se autocomprende leyéndose a través
de su obra. El desafío se devela, escribir es leer y conocerse al margen, en contravía de
los mandatos de un totalitarismo oscilante entre la crueldad y la ridiculez, despojador
de la individualidad del sujeto.
El estilo de escritura encaja en la búsqueda de la depuración, textos cortos, ensayos,
aforismos, esquirlas en “un mundo multitexto” (p. 14), señalando las cadenas y conta-
giando la sospecha; enalteciendo la dignidad porque es incómoda en medio del cauce
del horror. El poeta pareciera registrar una bitácora en la que expone como idólatra su
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inclinación ante la fe que profesa; su única religión es la poesía. Sorprende el nivel de
entrega a estas artes; línea a línea, es una confirmación de la respiración del lenguaje
a través de su espíritu. Una cartografía lo respalda, versos-aforismos provenientes de
distintas épocas y latitudes: se puede dejar de comer, pero no se puede vivir sin poesía
(Baudelaire); o ese verso poderoso de T.S. Eliot, “solo hay versos buenos, versos malos
y el caos” (p. 17). Al enaltecer el proceso creativo, se hace un señalamiento del contexto
en el que el poeta es un estorbo peligroso, el residuo de formas de pensar inconvenien-
tes porque visionan a un sujeto libre, desencadenado, lector y, por tanto, rastreador de
formas distintas de la condición humana. Ya no se queman libros, pero se ha logrado
hacer de la banalidad una forma de vida fundamental; incluso, en los terrenos literarios,
el pensamiento es visto como tumor enquistado cuyo único destino es ser extirpado.
En este contexto se comprende el libro como una “invitación a sostener el fuego de la
poesía como una antorcha intensa ante la banalización de nuestra época” (p. 30).
La creación justifica una vida; si hay alguna razón para continuar, la poesía se equipara
con la respiración, con la bondad que se tiene con el sujeto a merced de la incertidum-
bre y la opresión de las certezas que hereda la cultura. La imaginación poética libera,
quebranta, ironiza, encuentra el umbral a la intemperie, único espacio desde donde se
puede pensar y resignificar el sentido de la respiración, de la poesía como necesidad
fisiológica. La poesía se opone a sectas, fanatismos, tiranías, por eso, en últimas, el po-
der la percibe como “la sal en la taza de café” (p. 28); al vaticinar el futuro extiende los
vasos comunicantes del pasado, señalando la maldición de la barbarie y abriendo paso
al milagro para que despliegue sus alas; al asumir la defensa de lo humano, se convierte
en elemento clandestino, subversivo, demente como quien se niega a agachar la cabeza
frente a poderes ilegítimos; al rozar la muerte, al mirarla a los ojos, agudiza el filo de la
palabra porque todo adquiere color, nitidez, sabor, sustancia.
La cita de Gaitán Durán (p. 34) es implacable porque si el mundo es una palabra,
la patria también lo es; entonces pareciera que el poeta está cumpliendo una condena
al no poder liberarse de la ciudadanía; es decir, se puede decir que la única patria es
el mundo, pero es evidente que no es posible ejercer el arte de la indiferencia frente a
las estadísticas trágicas de las guerras colombianas. ¿Se trata de contradicción o deses-
peranza? En el poeta yace esa oscilación al tiempo que la obra corta y marca su cauce.
¿Más que una función social o una raíz ética erigida como columna vertebral, acaso se
trata de una condena? ¿Se puede pensar en esta posibilidad unos minutos? ¿Al elevar la
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cabeza para señalar los efectos del poder y sus mecanismos de control, se atreve el arte
a decirle algo a los señores que instrumentalizaron a la muerte? ¿Entre quiénes establece
puentes el artista, si se supone que ha elegido estar en contravía?
La cuestión es, si la estética es apostar a la herejía, por el contrario, la carga ética
permanece incólume; es una piedra frente a la que la estupidez se hace añicos, aunque
a la postre, quizás termine desgastando la base sobre la que se ha tallado el arte. ¿Cómo
resuelve el poeta la cuestión Ética y Estética? ¿Siempre se combate por lo humano? ¿Hay
alguna profundidad más aguda entre el acto de explorar la condición humana y batallar
por la misma en el campo de guerra delimitado por el poder? Los interrogantes se agu-
dizan a medida que la lectura avanza paso a paso; sin embargo, es el lector quien debe
aventurar una respuesta, después de haberlo arriesgado todo en el intento de pensar-se
como creador en un mundo que ha enaltecido infamia e indiferencia.
El lector encuentra a lo largo del libro diferentes elementos de reflexión: el acto
creador como tal, sus impulsos, karmas y destinos, y el lugar que ocupan el creador y
su obra en un contexto estético, social, histórico, político, etc. Se devela, igualmen-
te, una crítica a los elementos de poder que sirven de trasfondo a todo el engranaje
creativo, enfocados en las últimas décadas a frivolizar de manera brutal la pulsión
estética ligada a lo humano degradado. También el latido de la poesía bordea al texto
cediendo a una polifonía depurada rigurosamente. Yourcenar, Zambrano, Borges,
Cortázar, Rilke, Ciorán, Pessoa, Baudelaire, Rimbaud, Eco, Derrida, Nietzsche, entre
otros, ocupan un espacio fundamental en el escenario como pescadores distantes,
como guerreros solitarios ya entrenados en los campos de batalla. Pero, por otro lado,
Fajardo medita sobre la lectura y su papel a la hora de intentar comprender el cauce
de la cultura que nos arrastra. En este sentido, leer es contemplar, temblar ante la
experiencia estética, habitar para des-habitarse, encarnar el enigma, disolverse en él
mientras el tiempo sucede.
Aspirantes a poetas o a artistas encontrarán reconfortantes varias partes de la bitá-
cora propuesta por el poeta Carlos Fajardo. Aunque hoy en día la posmodernidad y sus
vertientes, en apariencia, han frivolizado el rigor, es claro que es una posición más que
sospechosa para banalizar los sentidos de la literatura a la hora de abordar la condición
humana. La poesía podría ser lo antiviral mientras el virus de los lugares comunes se
esparce esforzándose en refrendar la importancia de la cáscara, del formato, del cliché
efímero impuesto desde el marketing. Quizás por esta razón se resalte su relación sim-
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biótica y crítica con la memoria (p. 57) hasta el punto en el que la tradición se vuelve
eje de lo nuevo, gozne que tiene su centro en el fuego simbólico que sostiene a la obra
como latencia pulsional enmarcada en depuración estética.
Al final de la lectura, el balance comienza por comprender que el poeta es poseedor
de un método. Ha hecho de la mirada episteme y logos (p. 64), ha hecho de cada elemen-
to del universo materia para recomponer el significado de la finitud, ha elaborado con
su espíritu y sus manos “organismos estéticos” (p. 67), echados a andar por el mundo
con la semilla de lo nuevo a cuestas, como posibilidad de vencer a la muerte, o como
amuleto que acompaña la agonía y brinda serenidad al hacedor, al lector, al habitante
de la obra, a la efímera ilusión de eternidad atada al mástil de la palabra que se cierra
al final como epifanía en un cuento de hadas.