59Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354588
Editores: Paula Andrea Marín Colorado,
Christian Benavides Martínez
Recibido: 11.08.2023
Aprobado: 06.12.2023
Publicado: 31.01.2024
Copyright: ©2024 Estudios de Literatura Colombiana.
Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los
términos de la Licencia Creative Commons Atribución –
No comercial – Compartir igual 4.0 Internacional
* Artículo derivado del proyecto de investi-
gación “Poesía en movimiento. Fase 4”, del
Grupo de Literatura del Instituto Caro y
Cuervo.
Cómo citar este artículo: Molina Morales,
G. (2024). La poesía de viajes en Colom-
bia: García Aguilar, Cobo Borda y Luque
Muñoz Estudios de Literatura Colombiana
54, pp. 59-75.
DOI:
1
guillermo.molina.morales198@gmail.com
Instituto Caro y Cuervo, Colombia
La poesía de viajes en CoLombia:
G arCía aGuiLar, Cobo borda y
Luque muñoz
Travel poetry in Colombia: García
Aguilar, Cobo Borda and Luque Muñoz
Guillermo Molina Morales
Resumen: La literatura de viajes suele pensarse desde la cróni-
ca o la novela. En este artículo, mostramos cómo la poesía de-
sarrolla diferentes posibilidades alrededor del viaje, para lo que
elegimos a tres poetas colombianos. El eje de lectura se basa en
el equilibrio inestable entre la contemplación objetiva del lugar
visitado y la interpretación subjetiva de quien lo contempla.
Los poemas de García Aguilar reflexionan sobre el hecho de
viajar y retoman el tópico del homo viator. Cobo Borda parte
de la descripción del lugar visitado para resignificarla desde la
mitología. Henry Luque Muñoz diluye el referente de Rusia en
versos que construyen una visión moral.
Palabras clave: poesía de viajes, poesía colombiana, Eduardo
García Aguilar, Juan Gustavo Cobo Borda, Henry Luque Muñoz.
Abstract: Travel literature is often thought in terms of chron-
icles or novels. In this article, we showcase how poetry de-
velops different possibilities around the concept of travel, for
which we have chosen three Colombian poets. The axis of our
analysis is based on the unstable balance between the objec-
tive contemplation of the visited place and the subjective in-
terpretation of the observer. The poems by García Aguilar re-
flect on the act of traveling and revisit the theme of the “homo
viator.” Cobo Borda starts with the description of the visited
place to resignify it through mythology. Henry Luque Muñoz
dissolves the reference to Russia into verses that construct a
moral vision.
Keywords: travel poetry, Colombian poetry, Eduardo García
Aguilar, Juan Gustavo Cobo Borda, Henry Luque Muñoz.
1
*
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“El viaje es un oficio interior:
Se llega a donde se quiere llegar.”
Henry Luque Muñoz
Introducción: La poesía de viajes
En las últimas décadas, los académicos han revitalizado la lectura de la literatura de
viajes, que solía ser considerada como una expresión artística menor, ancilar: demasiado
ligada a las circunstancias descritas en el texto y, por lo tanto, incapaz de ofrecer re-
flexiones que las trasciendan. Sin embargo, como apunta Campbell (2002), este género
ha mostrado ser especialmente fructífero para los lectores actuales, puesto que propicia
la exploración de problemáticas como la identidad o las relaciones de poder (p. 263).
En este contexto, Nucera (2002) destaca “el momento privilegiado del texto de viajes,
es decir, el encuentro con el otro y el lugar otro” (p. 243). La literatura de viajes, por lo
tanto, se caracteriza por la comparación entre dos mundos. Este énfasis lo encontramos
en los trabajos ya clásicos de Eduard Said, Mary Louise Pratt y Tzvetan Todorov. Los
tres autores coinciden en el interés por develar los prejuicios colonizadores del viajero
en busca de lo “exótico”.
La expresión “literatura de viajes” parece transparente, pero no resulta sencilla su
definición. Como afirma Nucera (2002), “es un género mudable, que se solapa con otros
géneros, con los que comparte una frontera en continuo movimiento” (p. 242). En este
movimiento, una de las preguntas más frecuentes gira sobre el rol del viaje en este tipo
de literatura. Por citar solo algunas posibilidades, el viaje puede constituirse como me-
táfora, como tópico literario, como estructura para un relato, como objeto de indagación
concreto (un viaje localizado en el espacio), etc. En un primer momento, merece la pena
diferenciar, con Villar Dégano (1995), entre los términos “literatura de viajes”, que abarcaría
todas las posibilidades anteriormente mencionadas; y “libros de viajes”, categoría que
incluiría a aquellas obras cuyo único interés sea la narración de un itinerario concreto:
esta limitación excluyente, de hecho, sería el origen de la calificación de “paraliteratura”,
que emplea Villar Dégano para referirse a “un género peculiar y fronterizo” (p. 18).
Esta distinción es retomada por otro importante estudioso del género, Luis Albu-
querque (2011), quien define los “relatos de viajes” (o “libros de viajes”) a partir de tres
rasgos: “son relatos factuales, en los que la modalidad descriptiva se impone a la narra-
tiva y en cuyo balance entre lo objetivo y lo subjetivo tienden a decantarse del lado del
primero” (p. 16). En un principio, podríamos sugerir que la poesía queda fuera de esta
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La poesía de viajes en Colombia: García Aguilar, Cobo Borda y Luque Muñoz
definición tan estricta y que, por lo tanto, solo podría caber en el genérico “literatura
de viajes”. Así es, ciertamente, en los tres casos que estudiaremos en este artículo. Sin
embargo, pueden existir libros más inclinados hacia el extremo de los libros de viajes:
por ejemplo, sin salirnos del contexto colombiano, Wounded Water / Agua herida (2004),
de la poeta Anabel Torres (1948).
Siguiendo con la caracterización de la literatura de viajes, para nuestro análisis
resulta importante destacar la relación entre lo subjetivo (la mirada del poeta o del
sujeto poético) y lo objetivo (la descripción del espacio visitado) desde una perspectiva
más amplia que la citada de Albuquerque para los relatos de viajes. En este sentido,
Todorov (1991) señala que, en la literatura de viajes, ambos polos permanecen siempre
en tensión, en inestable equilibrio. Si se perdiera esta tensión, tendríamos una mera
autobiografía subjetivista, en un extremo, o una etnografía, incluso una guía de viajes,
en el otro extremo (pp. 104-105). Sin duda, podríamos añadir, la poesía, por el sesgo
subjetivista que adquiere en la Modernidad, va a manifestar una tendencia hacia el polo
“interior”: podemos imaginar un poema que usa el viaje como detonante para una emo-
ción individual, pero no tanto una guía de viajes informativa que esté escrita en verso.
En todo caso, como recuerda Fernando Aínsa (2002), lo más habitual es que exista
una continua interacción entre ambos extremos: “La imagen del espacio se filtra y
se distorsiona a través de mecanismos que transforman toda percepción exterior en
experiencia psíquica y hacen de todo topos, un espacio experimental” (p. 19). Es decir,
en la literatura de viajes, no existiría ninguna descripción “objetiva” o “aséptica” del
lugar visitado (ni siquiera en una narración que se pretende científica), sino que toda
representación del espacio estará mediada por la perspectiva concreta de quien lo
contempla y lo describe, de quien lo experimenta.
Cuando se reflexiona sobre la literatura de viajes, como en todos los estudios ci-
tados hasta ahora, se piensa siempre en narraciones en prosa: casi nunca se tienen en
cuenta los textos poéticos. Como señala Keirstead (2019), “it is rare enough today to
see poetry dwelling side-by-side with prose in a travelogue, or for many even to asso-
ciate poetry at all with the form” (p. 442). La propia autora destaca, para la tradición
anglófona, un buen número de obras en verso que resultan de gran interés para pensar
en la literatura de viajes: de hecho, ella es, hasta donde sabemos, la única en hacerlo en
todas las historias y compendios publicados en las últimas décadas (por ejemplo, los
editados por la Universidad de Cambridge).
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En la tradición hispana, encontramos un vacío similar. Uno de los pocos críticos
que han pensado en la categoría de “poesía de viajes” es Mahop (2015), quien se basa
para su propuesta en la poesía de José Emilio Pacheco. Mahop comienza señalando
el prejuicio que suele impedir relacionar la poesía con la literatura de viajes: “que el
componente factual, dominante en el llamado relato de viajes, escasea más bien en
poesía, donde tiende a disolverse bajo la conocida subjetividad de la lírica” (p. 35).
Si bien, como veremos también en nuestro estudio, Mahop reconoce que la poesía
se caracteriza por la “escasez de anécdota”, esto “no aniquila el valor testimonial
del poema de viajes. Lo gobierna, más bien, el principio de concisión que implica un
criterio de selección de situaciones” (p. 47). Es decir, la poesía (al menos, la de Pa-
checo) muestra una diferencia cuantitativa con las narraciones de viajes, en cuanto a
la extensión de las descripciones, pero no existe una frontera cualitativa, puesto que
en la poesía también se percibe la “primacía de lo factual sobre lo ficcional, discurso
enciclopédico, pacto autobiográfico, predominio de la descripción […], tendencia a
la afirmación de la subjetividad” (p. 47). Es decir, las principales características de la
literatura de viajes.
En Colombia, como en los demás países latinoamericanos, existen varios estudios
sobre la prosa de viajes. Destacaremos un estudio teórico y otro de análisis textual. El
teórico está a cargo de González Otero (2016), quien enfatiza la perspectiva hegemónica
de las últimas décadas: “desde este enfoque, se pretende establecer nuevas propuestas
para interpretar las dinámicas del viaje y las voces que en él hablan, donde identidades
y subjetividades se transforman de manera constante” (p. 72). Vemos aquí la influencia
de los estudios poscoloniales, ya señalada por Campbell, y, en este sentido, un marcado
énfasis por el estudio de las relaciones de poder y por el develamiento de creencias e
ideologías implícitas en el momento de acercarnos al “otro”.
Por su parte, Fabio Martínez (2005) toma una perspectiva similar para realizar un
completo recorrido por la literatura de viajes colombiana, desde las crónicas de Indias
hasta la narrativa de finales del siglo xx. Se detiene, sobre todo, en la novela de viaje,
puesto que “permite indagar sobre aspectos claves de la cultura colombiana como
son: los procesos fundacionales, la riqueza del mestizaje, la identidad, la ambigüedad
producto de una cultura binaria, y el tipo de sociedades que hemos creado” (p. 219).
Aunque Martínez incluye a dos poetas en su nómina, no se detiene en sus versos, sino
en circunstancias biográficas (Barba Jacob) y en la obra narrativa (Álvaro Mutis). En este
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La poesía de viajes en Colombia: García Aguilar, Cobo Borda y Luque Muñoz
sentido, continúa el vacío crítico acerca de la poesía de viajes en Colombia, a pesar de
su relevancia, como lo veremos en nuestro estudio.
En este artículo, hemos elegido tres poetas, nacidos a mediados del siglo xx, que
han desarrollado de manera significativa en su obra poética la poesía de viajes: Eduardo
García Aguilar (1953-), Juan Gustavo Cobo Borda (1948-2022) y Henry Luque Muñoz
(1944-2005). En cada uno de los casos, seleccionaremos un capítulo de libro que se
dedica, de manera coherente y exclusiva, a desarrollar una de las posibilidades latentes
en la poesía de viajes. Es necesario reconocer que los tres poetas tienen otros poemas
interesantes en este sentido, pero en el presente artículo nos centramos en mostrar
algunas posibilidades de la poesía de viajes en Colombia, sin pretender estudiar el corpus
completo de cada uno de estos poetas.
La selección de este corpus la realizamos en función del eje de lectura que propo-
nemos. Como señala Julio Peñate (2004), las tipologías de la literatura de viajes suelen
basarse en la naturaleza del viaje que protagoniza el libro (peregrinación, descubrimiento,
aventura, viaje imaginario, etc.) o, de forma relacionada, en las características del viajero
(intelectual, flâneur, turista, etc.), lo que llegaría a ser contraproducente, porque se “pue-
de llevar a ocultar aspectos fundamentales del objeto que pretende descubrir” (p. 23).
Adicionalmente, apunta González Otero (2016), las posibilidades de análisis suelen ser
temáticas: “tópicos como el de la ciudad, el exotismo y los medios de transporte, entre
otros” (p. 71). En cuanto al contenido, “se han estudiado aspectos como la transforma-
ción del viajero, las funciones del azar y los grandes acontecimientos en el desarrollo
de la narración, las descripciones como fuente de información, etc.” (p. 71). Todas estas
herramientas pueden ser útiles para el estudio de narraciones en prosa, pero resultan
más limitadas para el estudio de la poesía de viajes, puesto que esta suele prescindir
del contexto para situarse, directamente, en el corazón de algunas escenas del viaje.
Proponemos, por esto mismo, un eje de lectura más amplio, con categorías que,
por su propia generalidad, permiten el flujo de las ideas. En un primer momento, dis-
tinguimos entre el viaje como tópico (la reflexión sobre el hecho de viajar y sus posibles
analogías con la vida) y el viaje como experiencia concreta. En este segundo caso, nos
interesa la tensión, apuntada por Todorov y Aínsa, entre la subjetividad del que observa
y la (presunta) objetividad del espacio observado. Esta misma oscilación es la que señala
Martínez (2005) cuando apunta que “para el viajero intelectual o viajero pensador, el
viaje es una vía, un método, un camino, que conduce al conocimiento de sí mismo y de
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otros mundos” (p. 126). Aunque ambas exploraciones están intrínsecamente relacio-
nadas, veremos cómo los poemas se inclinan hacia distintos lados de la balanza en los
casos de Cobo Borda y de Luque Muñoz.
El viaje como tópico literario: Eduardo García Aguilar
Eduardo García Aguilar (Manizales, 1953-) es un crítico, poeta y narrador que ha rea-
lizado la práctica totalidad de su obra literaria desde el extranjero. Lo que resulta más
interesante para nosotros es que esa extranjería ha sido un detonante fundamental de
su escritura. Para centrarnos solamente en la poesía, encontramos títulos de capítulos
tan explícitos como “Cuaderno de Estocolmo”, “Instantáneas”, “Cuaderno del viajero”,
“Viajes”, etc. No por casualidad, el autor que García Aguilar más ha estudiado es Álvaro
Mutis, quizás el mayor exponente de la literatura de viajes en Colombia.
Los estudios sobre la obra de García Aguilar son escasos y se centran en su faceta
narrativa, que incluye novelas (entre las más citadas figuran Bulevar de los héroes, El viaje
triunfal y Tequila coxis), relatos (Urbes luminosas) y también libros de viajes en sentido
estricto: París exprés. Crónicas parisinas del siglo xxi (2016). En cuanto a la poesía, no
existen estudios de fondo sobre su obra: solamente encontramos entrevistas y breves
comentarios elogiosos, que suelen enfatizar el carácter viajero de García Aguilar. Para
citar un ejemplo, Fernando Denis (2017), en el prólogo a La música del juicio final. Poesía
completa (1974-2016) afirma que “la escritura de García Aguilar está atravesada por la
magia de ese incesante periplo, su ruptura con los muchos paisajes que le han servido de
postal y memoria a una obra literaria que trae asombros desde los más diversos lugares
del globo” (p. 15). Ciertamente, García Aguilar es uno de los más constantes escritores
de poesía de viajes en Colombia.
Para nuestro análisis, hemos elegido el capítulo “Cuaderno del viajero”, que forma
parte del libro Llanto de la espada (1992), incluido en el ya citado volumen de su poesía
completa. En los trece poemas incluidos, encontramos el viaje como tema general, sin
las delimitaciones de un itinerario o lugar concreto. Incluso cuando encontramos un
topónimo, como en el título “Coyoacán Dreams”, el poema se aleja del referente y de-
sarrolla reflexiones sobre el hecho de viajar. Estas reflexiones las podemos agrupar en
tres momentos destacados por Nucera (2002): “la literatura de viajes se reconoce por
algunos caracteres dominantes del texto: partir, viajar, volver son, en el nivel temático,
las verdaderas constantes del género” (p. 247). A continuación, veremos cómo García
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La poesía de viajes en Colombia: García Aguilar, Cobo Borda y Luque Muñoz
Aguilar desarrolla estas tres constantes, para lo que nos apoyaremos en las reflexiones
ensayísticas de González-Rivera (2019).
El verbo “partir”, según Nucera (2002) contiene en su raíz el acto de la separación,
del desprendimiento, y también del nacimiento, de lo que se “pare” (p. 247). Este ca-
rácter bivalente de la partida lo encontramos en el poema “Viajeros”, del que citaremos
algunos versos que establecen este contraste:
El alto viejo curtido pescador de las galaxias […]
ha dicho otra vez adiós en algún sitio.
La bestia herida que come polvo
y se sacude para morir en posición correcta
cruzará las extensas praderas […]
hacia el abismo que el viajero ha buscado
mientras su sombra se alarga
y recobra la esfericidad del planeta (García Aguilar, 2017, p. 81).
Como es habitual en la poesía de García Aguilar, este poema contiene imágenes comple-
jas, incluso alegóricas, que en ocasiones dotan de una apariencia cósmica a los versos,
lo que recuerda la obra de Álvaro Mutis. Con todo, el título guía la lectura de manera
inequívoca. En este caso, encontramos una caracterización del viajero, que se despide
de “algún sitio”, no importa cuál, y se dirige a la muerte, pero cuyo trayecto le deparará
una suerte de renacimiento, cuando “recobra la esfericidad del planeta”, verso con el
que se cierra el poema y se enfatiza la analogía entre el viajero y el Sol.
Si tenemos en cuenta otros poemas del conjunto, nos percataremos que este ciclo
de muerte y renacimiento aparece de manera continua en el trayecto vital del sujeto
poético, que se define como un viajero constante, forzado a una repetición sin final.
En “Caminos”, el poema termina con esta declaración: “Mi destino es el viaje cada año
repetido / la desazón suprema desde los aposentos / cubiertos de maleza y voces de
otros muertos” (p. 85). La expresión “otros muertos” indica que el sujeto se considera
a sí mismo como un muerto, lo que no le impide “caer gota a gota en la vida” para rei-
niciar su metafísica condena.
Señala González-Rivera (2019) que “si hay un rasgo común entre todos los viajeros,
es la búsqueda. Los define una inquietud” (p. 37). Este carácter de búsqueda conecta al
peregrino, al explorador, al militar, al periodista e incluso al turista ocioso. También es
lo que define la naturaleza de la segunda constante citada por Nucera (2002): el viaje
en sí mismo. Ahora bien, ¿qué tipo de búsqueda —y, por lo tanto, qué tipo de viaje—
propone García Aguilar en sus poemas?
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En el poema “Viajes” encontramos elementos que ya habían aparecido en los poemas
anteriormente citados. El verso “Cada viaje es la muerte vestida de alegría” recuerda el
carácter bivalente del partir. “Rodar, rodar / acumular recuerdos y valles fugitivos” nos
lleva a la idea de repetición interminable. “Desterrado del mundo, del tiempo” (p. 87)
sugiere la idea de condena y el desplazamiento hacia un espacio y un tiempo que ya no
son reconocibles en los mapas y los calendarios. En definitiva, parece tratarse de un
viaje que trasciende las circunstancias concretas.
Lo que vemos en estos versos nos hace pensar que el viaje no es, o no solamente,
un tema de reflexión, sino que sirve como metáfora de algo más amplio. En efecto,
hallamos aquí una actualización de dos tópicos largamente trabajados por la tradición
literaria occidental. Se trata de la peregrinatio vitae, es decir, la vida como viaje, y en
estrecha relación con este, el tópico del homo viator: el ser humano en constante mo-
vimiento. Entonces, si el viaje es analogía de la vida, García Aguilar (2017) concibe una
vida condenada a vagar sin rumbo. Como la vida de un fantasma. De hecho, el último
de los poemas de esta serie se titula “El fantasma” y acaba con una negación desoladora:
“Nada bajo la sombra” (p. 93).
En este contexto, ¿será posible el regreso? Para la lectura de García Aguilar que
estamos proponiendo, resulta muy sugerente que González-Rivera (2019) afirme: “No
hay regreso” (p. 55); puesto que, cuando se vuelve a un lugar, es otro el lugar y otro
quien regresa. Esta imposibilidad no afecta solamente a los viajeros por necesidad,
como los exiliados, sino que también se puede entender como una condena vital. La
ensayista recuerda el mito de Sísifo, obligado a empujar cada día una roca que, cerca
de la cima, vuelve a rodar hacia abajo. Continúa González-Rivera citando los casos de
varios escritores (Melville, Rilke, Saramago, Nooteboom, Magris) cuyos personajes (que,
en ocasiones, se confunden con ellos mismos) son conscientes de esta misma condena.
En los poemas de García Aguilar (2017), se marca claramente lo imposible del retor-
no: “Quien llega no podrá volver al sitio de partida” (p. 83), escribe en el poema “Pena
del extranjero”. Esta afirmación podría interpretarse, en un primer momento, según la
idea de que el viajero, cuando regresa, ya no es el mismo, porque ha vivido una transfor-
mación decisiva en su periplo. Sin embargo, la visión de estos poemas se muestra más
radical todavía. En el poema “Regreso”, por ejemplo, no se vuelve al lugar de origen,
sino que “mi cuerpo sube y se aleja / en la sombra” (p. 88). Una sombra que podría,
de nuevo, relacionarse con la muerte, como se explicita en el poema “Desterrados”:
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La poesía de viajes en Colombia: García Aguilar, Cobo Borda y Luque Muñoz
“Todos, al unísono y en paz bajo el sol huyen / Hacia la tumba que un esqueleto pule
en la penumbra” (p. 90). Lo confirma González-Rivera (2019): “no hay regreso total al
hogar, y la redención del viajero solo es posible con la muerte simbólica” (p. 64).
En conclusión, los poemas de García Aguilar se alejan de la descripción de viajes
concretos para reflexionar sobre la propia naturaleza del viaje. Es posible trazar dos
lecturas paralelas. Por un lado, el viaje en sí mismo: el viajero nunca se detiene dema-
siado en un lugar determinado, porque su sino es la búsqueda incesante. Por otro lado,
el viaje como tópico para desarrollar una analogía con la vida: estamos condenados a
continuos ciclos de muerte y renacimiento, como en el Sísifo absurdo de Albert Camus.
Mirada y mito: la Grecia de Juan Gustavo Cobo Borda
Juan Gustavo Cobo Borda (1948-2022) tuvo una presencia tan importante en la vida
intelectual de Colombia, especialmente como crítico de poesía, que su obra poética
quedó relegada a un segundo plano. En este sentido, llama la atención el contraste
con el reconocimiento que gozó la poesía del mexicano José Emilio Pacheco (ganador,
entre otros, del Premio Cervantes en 2009), con quien muestra importantes afinidades.
Estas afinidades (destacadas, entre otros, por Silvera) se pueden detectar desde el ya
citado estudio de Mahop: al igual que Pacheco, Cobo Borda da cabida en sus poemas
a lo factual y lo descriptivo, sin diluirlo completamente en la subjetividad lírica, desde
un lenguaje preciso y aparentemente prosaico.
La poesía de Cobo Borda ha sido elogiada por figuras tan destacadas como Octavio
Paz y Álvaro Mutis. Hasta donde sabemos, no existen estudios monográficos sobre sus
poemarios, aunque sí han sido comentados y reseñados en varias ocasiones. En concreto,
la publicación de la Poesía reunida (2012) fue ocasión de valoraciones de conjunto, entre
las que destacamos la de Jorge Cadavid y la de Antonio Silvera. Cadavid (2015) destaca
la ruptura con la tradición retórica decimonónica a través de “su aire conversacional,
su manera llana, su tono a veces narrativo”, donde “cualquier anécdota, por nimia que
parezca, tiene la virtud de reflejar un rostro, una historia, un paisaje, el cosmos” (p.
35). Por su parte, Silvera (2017) destaca tres ejes temáticos en la poesía de Cobo Borda
(el amor, la poesía y la patria), todos ellos tratados desde una distancia desencantada.
Además, subraya el uso de la tradición literaria para resignificarla desde una “deliberada
elusión de lo convencionalmente poético” (p. 217). En los poemas que estudiaremos,
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encontraremos un uso entrelazado de la anécdota narrativa que recalca Cadavid y de la
resignificación de la tradición literaria que enfatiza Silvera.
El corpus de poemas que vamos a analizar conforma el capítulo primero del volu-
men La musa inclemente, publicado de manera independiente en el año 2001, y que para
José Miguel Oviedo (2013) “no solo debe considerarse uno de sus mejores libros, sino
uno de los más notables en el ámbito de nuestra lengua” (p. 62). Desde su título, este
poemario sugiere un diálogo con la tradición poética. La palabra “musa” nos remite a
la mitología grecolatina (y, con ella, a la importancia de la memoria), mientras que la
“inclemencia” nos recuerda la “Belle Dame sans Merci” que cantaban los trovadores
medievales. En efecto, el libro está recorrido por una concepción del amor petrarquista
reinterpretado desde la distancia irónica característica del autor.
El capítulo que estudiamos, sin embargo, presenta una naturaleza distinta: no sola-
mente por el protagonismo del viaje a Grecia (donde el autor ejerció como diplomático),
sino, sobre todo, por el ocultamiento del sujeto poético y, con él, de la subjetividad
dominante en las demás secciones del libro. Elegimos estos poemas, precisamente, para
mostrar las posibilidades de una poesía de viajes que tiende hacia la descripción objetiva
del lugar visitado, lo que en ningún caso excluye el sesgo, en este caso implícito, del
viajero que mira.
La primera pieza se titula “En la casa de los Átridas”, aunque la escena no se sitúa
en Micenas, sino en Atenas. El poema está dividido en cuatro estrofas: en las dos pri-
meras, encontramos una descripción de la naturaleza en el momento del atardecer; la
tercera estrofa marca el contraste que fundamenta el conjunto (“Demasiada historia
/ para una tierra seca”); en la cuarta, encontramos “viejos / jóvenes” sentados en los
cafés y viendo pasar mujeres de nombres míticos: “Casandra, Clitemnestra, / Ifigenia,
Electra” (Cobo Borda, 2012, p. 167). El lector comprende que se trata de una reflexión
sobre la presencia, ya lejana, de los mitos en la realidad cotidiana.
Lo que interesa en este estudio es destacar cómo el poema parte de la mirada des-
criptiva, para luego imbricar lo factual y lo literario. El lugar visitado, Atenas, es rein-
terpretado por el conocimiento de la mitología local (que, en este caso concreto, puede
considerarse, al mismo tiempo, universal). Sin este esfuerzo de resignificación, en el
poema solo aparecería una “tierra seca” donde “las moscas / semejan ser más duras / que
los mármoles por tierra” (p. 167). Incluso si, en estos versos, parece existir una primacía
de la banalidad de las moscas frente a lo histórico, se necesita lo histórico para generar
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La poesía de viajes en Colombia: García Aguilar, Cobo Borda y Luque Muñoz
el contraste. Y ese componente no aparece en cualquier mirada. He aquí donde aparece
la subjetividad: en el sesgo, a través del bagaje cultural, con que se contempla la escena.
Algo similar sucede en “La blanca diosa”. En la localidad de Delfos, aparece una mujer
radiante que, como sugiere el título, se asemeja a una diosa (la “diosa blanca”, además, era
para Robert Graves una suerte de diosa madre con cuyo culto se relacionaba la “verda-
dera” poesía). Leemos también referencias a otros mitos, como en “el salado perfume de
las Sirenas”, en los árboles que “producen / frutos de oro” o “en ese llamado perentorio /
por el cual Helena sigue a Paris” (p. 172). A diferencia del poema anterior, aquí la mitología
parece pervivir activamente en la realidad contemplada. También los versos adquieren
tonalidades clásicas: en “un pecho que se refrena” (p. 173), por ejemplo, nos parece leer a
Garcilaso de la Vega (especialmente, su soneto XXIII), el gran clásico de la lengua española.
Existen, sin embargo, algunas grietas que recuerdan las limitaciones de la realidad
material observada. Por ejemplo, en el cuerpo de la mujer se destacan elementos discor-
dantes con las imágenes celestes: “sombra en las axilas, / vientre que ha parido” (p. 172).
Por su parte, “el blanco violín de mármol / de una diosa de Galaxidi” se ha extraído gracias
a un “abrir tumbas / y hollar cementerios”. Y, sobre todo, el poema suscita el contraste
a partir del anticlímax de los versos finales:
La pasión es buena
En pueblos somnolientos
Donde toda la energía
Se encauza
En aplastar insectos (p. 173).
Los mismos insectos del inicio de “En la casa de los Átridas” parecen constituir la única
continuidad material entre la Grecia clásica y la Grecia de las ruinas.
Curiosamente, el poema que parece situarse inequívocamente en el solo lado del
mito, titulado “Ulises vuelve a casa”, es el que más similitudes sostiene con los poemas
de la subjetividad amorosa que aparecen en los siguientes capítulos del libro. Aquí no
encontramos referentes al presente de Grecia, ningún elemento concreto que nos remita
al lugar de enunciación. Leamos una estrofa situada en la mitad del poema:
El peso de quien también usado
obtiene la dicha
a la vez rabiosa y plácida.
¿Qué digo? Digo la confianza.
La complicidad
que llega
hasta el tembloroso límite de lo inexpresable (p. 170).
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Si no fuera por el título, tomaríamos el texto como un poema de amor, de un amor ya
maduro, lejano al enamoramiento juvenil, pero pleno de plácida complicidad. He aquí
una paradoja: la mitología griega, que en poemas como “En la casa de los Átridas” había
mostrado su distancia con el presente, se revela vigente a través de estos versos, que
confunden la experiencia vital del sujeto con la de Ulises al final de la Odisea.
En este último poema, único en la serie de poemas “griegos” de Cobo Borda, ya no
encontramos ningún detalle descriptivo que recuerde la presencia material del espacio
visitado. De esta manera, el poema sobre Ulises conecta con la poesía de Henry Luque
Muñoz, con quien continuaremos nuestro periplo.
El viaje como detonante de la subjetividad: Henry Luque Muñoz
Henry Luque Muñoz (1944-2005) ligó, de manera muy intensa, su experiencia de escritura
a un país: Rusia, donde vivió trece años. Luque Muñoz publicó traducciones del ruso
y ensayos dedicados a figuras literarias como Pushkin, Gogol, Dostoievski, Turguénev
y Chejov, además de ofrecer una interpretación de la historia literaria rusa, desde sus
orígenes hasta la época soviética, en El erotismo del cielo (1999). Su biblioteca fue donada
al Instituto Caro y Cuervo: puede encontrarse una reflexión sobre esta colección en
Bejarano (2022), quien esboza una imagen de Luque Muñoz como “viajero interior, de
vida y poesía” (p. 120).
Como poeta, es autor de seis libros: Sol cuello cortado (1973), Lo que puede la mirada
(1977), Libro de los caminos (1991), Polen de lejanía (1998), Arqueología del silencio (2002) y
el póstumo Escrito con la garra del halcón (2006). En ellos, Yezzed (2015) reconoce dos
etapas diferenciadas: los tres primeros libros estarían caracterizados por una poesía “de
corte experimental e intuitivo”, mientras que en los tres últimos “despliega y consolida
toda su imaginación en un lenguaje simbólico, de contenido irónico, crítico y erótico”
(p. 21). La diferencia no es demasiado clara: de hecho, el libro cuarto (Polen de lejanía)
es, principalmente, una antología de los libros anteriores, con algunas modificaciones
y poemas añadidos.
A diferencia de los dos casos anteriores, a Luque Muñoz se le reconoce, sobre
todo, como poeta, y encontramos algunos estudios dedicados a su obra, como el libro
monográfico de Trujillo (2020), que dedica un capítulo a “El viaje: cruce de miradas”.
Trujillo destaca que “el espacio no es un lugar concreto dentro de la trama poética, es
imaginado como posibilidad” (p. 139), por lo que el viaje “es una interpretación por el
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La poesía de viajes en Colombia: García Aguilar, Cobo Borda y Luque Muñoz
espacio […] para, a partir del extravío propio de estar en tierras desconocidas, generar
el reencuentro con lo que era innombrable” (p. 140). En definitiva, el lugar visitado no
importa por sí mismo, sino como detonante para una búsqueda poética.
En cuanto a las reseñas críticas, hallamos valoraciones encontradas, e incluso
opuestas. Nos centraremos en el recibimiento del Libro de los caminos, que Yezzed
(2015) considera “un homenaje a la historia y la literatura griega y rusa atravesadas por
el exotismo del viaje” (p. 21), por ser el que alberga la serie que estudiaremos en este
capítulo: “Cuaderno ruso”. Nos interesan especialmente las observaciones de Ruano
(1992), quien advierte sobre la posible confusión del título: “no es un texto de parajes,
bosques y rutas nacionales […]. En todo caso se trata más bien de un mapa interior, de
recodos anímicos, y de un anecdotario de las pasiones […] de un poeta” (p. 117). Un
poco más adelante, Ruano apunta que el poeta “ha trazado una escritura desmitificante,
que habla de las costumbres lejanas de otros hombres […] que suelen ser el paso previo
de una fantaseadora visión de la realidad” (p. 118). Estas dos citas nos advierten que la
poesía de viajes de Luque Muñoz tiende decisivamente hacia el polo subjetivo.
Martha Canfield (1992), tras aplaudir el crecimiento del autor en lo que era su mejor
libro hasta el momento, apenas nombra el tema del viaje, puesto que, para ella, lo principal
del libro está en las problemáticas de fondo: “la paradoja del progreso, el problema del
mal, el silencio y la iluminación interior y, sobre todo, el amor” (p. 116). Por su parte,
Galán Casanova (1992) realiza una valoración negativa del libro: “la ambición rompe el
saco, y lo que se le rompió a Henry fue su libro, con todo y caminos” (p. 118). Los pro-
blemas estarían relacionados con la exactitud de la expresión, la caída en el cliché y la
visión del mundo maniquea. Del “Cuaderno ruso”, solo salva “unas cuantas excepciones
que se pierden en medio del descalabro imperante” (p. 120). Esta valoración negativa, por
cierto, coincide en gran medida con la que realizará Cobo Borda (2010) años después,
donde le reprocha, sobre todo la intención programática (p. 374).
Del estado del arte se colige que en el “Cuaderno ruso” no encontraremos una
mirada aparentemente objetiva sobre Rusia, ni siquiera en los poemas que más tarde,
en Polen de lejanía, se reunieron con el título de “Postales rusas” (título que enfatiza
lo visual). Por este motivo, conviene buscar lo que sí contienen estos poemas: una
interpretación subjetivista, que tiende a la reflexión moral, en donde la literatura, la
historia y los paisajes rusos (en este orden de frecuencia) funcionan como detonantes,
como puntos de partida.
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En cuanto a lo literario, encontramos dos poemas directamente protagonizados por
escritores rusos: Pushkin y Dostoievski. Esta segunda pieza se sitúa en el momento en que
el novelista camina hacia el cadalso (finalmente, la pena de muerte se conmutó por traba-
jos forzados en Siberia). No encontramos, sin embargo, ninguna pista que nos lleve a una
reconstrucción de hechos o de lugares, sino exclamaciones de este tenor: “Aunque hondo
me entierren, / resonará mi voz” (Luque Muñoz, 1991, p. 180). Este tipo de versos trascien-
de cualquier circunstancia concreta y, de hecho, el poema podría permanecer inalterado,
aunque se cambiara el título y se hablara de otro preso político en cualquier país y tiempo.
En otros poemas, el pretexto literario se establece desde el epígrafe, que recoge una
frase de un autor ruso, a menudo poco conocido. Tomemos como ejemplo “Paraísos”,
que comienza con un verso del ucraniano Tarás Shevchenko: “No te cases con la rica…”.
En su reseña, Galán Casanova (1992) lamenta que el lector corriente no conoce al poeta
o el contexto del verso, por lo que “el desprestigio amenaza no solo a quien hace las
citas: también compromete al autor” (p. 120). No es necesario, sin embargo, conocerlo,
porque el poema desarrolla un tópico muy repetido también en nuestra lengua: vanitas
vanitatis. Por ejemplo, en los versos últimos: “aléjate de los paraísos inventados / en el
cielo y en la tierra” (Luque Muñoz, 1991, p. 174). Como vemos, el tópico se construye
a través de un tono sentencioso que prescinde de toda circunstancia.
Exactamente lo mismo sucede en los poemas que nombran algún momento de la
historia rusa. Es el caso de “Epigrama”, donde las referencias al “noble húsar” o a los
“salones imperiales” quedan diluidas en el tópico de “menosprecio de corte y alabanza
de aldea”, al cual no aporta nada sustancial el epígrafe literario de Mijaíl Lérmontov.
De manera análoga, los poemas que muestran rasgos relacionados con el paisaje ruso
no terminan de descender a lo concreto del lugar sugerido. Así, en “Elegía”, donde
“la blanca muerte / del invierno” funciona como una metáfora para experimentar “los
sueños, / las adoradas nostalgias” (p. 177). Los referentes a Rusia, en este “Cuaderno
ruso”, son simples detonantes de una reflexión abstracta.
En definitiva, Henry Luque Muñoz inclina el equilibrio inestable de la literatura de
viajes hacia el extremo de la subjetividad. Esta inclinación coincide con la visión más
habitual de la poesía que, a diferencia de la prosa, tiende a diluir los referentes concre-
tos en las reinterpretaciones del poeta. No es, sin embargo, la única posibilidad para
la poesía de viajes, como muestra el caso anteriormente estudiado, el de Cobo Borda,
que parte de la observación particular del espacio visitado.
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La poesía de viajes en Colombia: García Aguilar, Cobo Borda y Luque Muñoz
Conclusión
El estudio de la literatura de viajes no suele considerar la poesía como parte de su corpus,
posiblemente por el prejuicio de que la poesía es incapaz de salir del plano intimista y
subjetivo. De hecho, el propio término “poesía de viajes” prácticamente no aparece en
la bibliografía sobre literatura latinoamericana. En este contexto, el presente artículo
ha mostrado las posibilidades de esta categoría para el estudio de obras poéticas en las
que el viaje tiene un papel destacado.
Para ello, hemos seleccionado series de poemas pertenecientes a tres poetas co-
lombianos nacidos a mediados del siglo xx, cuya trashumancia los llevó a países como
México, Grecia y Rusia. Se trata de tres poetas escasamente estudiados, por lo que
nuestro trabajo también abre caminos en este sentido. Cada uno de los poetas muestra
un tratamiento distinto del viaje, que va desde el tópico literario hasta la interacción
de los sujetos con los lugares de paso.
Eduardo García Aguilar, aunque a veces nombra localizaciones específicas, opta
por la reflexión abstracta sobre el propio hecho de viajar. El sujeto poético se muestra
como un viajero incesante, hasta el punto de parecer condenado a un continuo ciclo
de muerte y renacimiento, un ciclo que se renueva en cada partida. Al mismo tiempo,
los poemas sugieren una lectura en clave existencial, a través de la renovación de los
tópicos literarios de la peregrinatio vitae y del homo viator.
Los otros dos poetas, en cambio, se refieren a itinerarios concretos de viaje, y sus
versos parecen partir de la contemplación de un espacio, con el que se relaciona la
mirada del poeta. En el caso de Juan Gustavo Cobo Borda, el inestable equilibrio entre
ambos polos, el objetivo y el subjetivo, se inclina hacia lo factual y descriptivo. Con todo,
encontramos implícito el sesgo de quien contempla: en este caso, por su tendencia a
relacionar el presente de Grecia con la historia y la mitología de la civilización clásica.
El espacio, por lo tanto, se resignifica, pero permanecen sus rasgos materiales, desde
las ruinas hasta las moscas.
Los viajes de Henry Luque Muñoz se relacionan estrechamente con Rusia, de la que
ofrece una interpretación a lo largo de su obra. En este caso, la balanza se inclina hacia
el polo subjetivo, hasta el punto de que la materialidad de los lugares se diluye en las
reflexiones de quien los observa. Los autores rusos y sus citas literarias, los momentos
de la historia nacional, los elementos del paisaje frío y nevado son detonantes de una
reflexión moral que, de hecho, podría prescindir de las referencias a Rusia.
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Esperamos que este periplo por la poesía de viajes pueda suscitar nuevas lecturas en
un corpus más amplio. De esta manera, además de profundizar en la poética de autores
concretos, podremos precisar mejor las posibilidades de lo que hemos llamado “poesía
de viajes”, y sus relaciones con la literatura de viajes escrita en prosa. Se trata de un
problema teórico que queda abierto para futuras investigaciones.
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