97Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
* Artículo derivado del proyecto Digitiza-
tion and Analysis of Cultural Transfers
in Colombian Literary Magazines (1892-
1950), adscrito al grupo Colombia: tradi-
ciones de la palabra, Facultad de Comuni-
caciones y Filología de la Universidad de
Antioquia.
Cómo citar este artículo: Guzmán Mén-
dez, D. P. (2024). La Buena Lectura y la
razón pública: leer sin pathos. Estudios de
Literatura Colombiana 54, pp. 97-114.
DOI:
1
paola.guzman@udea.edu.co
Universidad de Antioquia, Colombia
https://doi.org/10.17533/udea.
elc.354592
Editores: Paula Andrea Marín Colorado,
Christian Benavides Martínez
Recibido: 14.08.2023
Aprobado: 08.12.2023
Publicado: 31.01.2024
Copyright: ©2024 Estudios de Literatura Colombiana.
Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los
términos de la Licencia Creative Commons Atribución –
No comercial – Compartir igual 4.0 Internacional
L a B uena L ectura y la razón
pública: leer sin pathos
La Buena Lectura and Public Reason:
Reading Without Pathos
Diana Paola Guzmán Méndez
Resumen: Entre 1910 y 1912 se publicó La Buena Lectura, pe-
riódico antioqueño y católico subsidiado por la Sociedad San
Vicente de Paul. En sus páginas aparecen protocolos de lec-
tura cuyo propósito es la reconquista de la razón pública de
parte del catolicismo. Surge una comunidad interpretativa de
intelectuales católicos que educó a una comunidad lectora para
leer sin afectaciones, sin emociones y con un alto sentido del
deber. Este uso de la lectura toma elementos de la estructura
catequética y encarna, sin lugar a duda, un momento funda-
mental en la historia de las prácticas y la formación de lectores
en Colombia.
Palabras clave: historia de la lectura, instrucción, caridad, lec-
tores, buena lectura, pathos, censura.
Abstract: Between 1910 and 1912, La Buena Lectura was pub-
lished. It was a newspaper from Antioquia funded by the So-
ciedad de San Vicente de Paul. On its pages emerge reading
protocols that search for the conquest of public reason by Ca-
tholicism. As a result, an interpretative community of intellec-
tual people arose educating a lector community to read without
affection or emotion and with a high sense of duty. This use of
reading takes structural components from catechism and mate-
rializes without doubt as a fundamental moment in the history
of the practices and the formation of readers in Colombia.
Keywords: history of reading, instruction, charity, readers,
good reading, pathos, censorship.
1
*
98
Diana Paola Guzmán Méndez
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
Introducción
Un grupo de mujeres maneja las cajas de tipografía, toma clases de tipeo y analiza el
funcionamiento de una imprenta. Son obreras pobres, llenas de ilusión en un trabajo
que les permita subsistir y mejorar su vida; el problema es que cada día son más. Por eso
la editorial Bedout, situada en Medellín, les abre las puertas y la Sociedad San Vicente
de Paul les enseña los secretos del oficio tipográfico.
Este cuadro que parece una extraña pieza en la vida impresa del país abre el primer
número de La Buena Lectura (1910-1912). Dicha publicación, que apareció quincenal-
mente, fue subsidiada por la Sociedad San Vicente de Paul y dirigida hasta el número
22 por el antioqueño H. Gaviria I., quien entregó a Ramón Mejía O. las riendas de la
revista al asumir la presidencia de esta Fundación.1
La Buena Lectura no se diferencia, en general, de las otras publicaciones de la época
que expresaban de modo permanente su defensa de la religión y la moral. Es de mediano
formato con secciones permanentes y con un compendio de obras literarias entre no-
velas por entregas, poemas y biografías escritas por colombianos, españoles, franceses,
etc. Gran parte de las publicaciones foráneas son retomadas de periódicos españoles
como La Hormiga de Oro, La Ilustración Español y Americana y Blanco y Negro, por ejemplo.2
Si bien la fe católica y la función devocional de la caridad son la columna vertebral
de la publicación, la lectura es un tópico permanente en casi todos los números. Este
tema era expuesto a través de reflexiones, recomendaciones, normatividades acerca de
los libros, las bibliotecas, la enseñanza de la lectura y el control sobre lo que se lee.
Todos estos esfuerzos se dirigían a la formación de lectores obedientes, morales y,
paradójicamente, con cierta erudición controlada.
A pesar de todos los dispositivos de control que los artículos de la revista men-
cionaban para cuidar el alma de los lectores, Colombia presentaba una altísima tasa de
1 Esta información fue consultada en la Hemeroteca Histórica de la BLAA, en donde, además, aparecen los
números digitalizados. https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll26/id/7589/
2 La llegada de esta prensa católica a Medellín puede enlazarse con el carácter transcontinental de la Fundación
San Vicente de Paul que surgió en Milán en 1813 en cabeza del Frances Federico de Ozanam. La fundación
se extendió a lo largo de Europa y llegó a Colombia en 1857. En Medellín, un grupo de jóvenes llamados los
“Escopetos” fueron quienes impulsaron la instalación de la fundación en esta ciudad. Una característica de este
grupo era la defensa de la fe católica a través de la lectura de libros devotos. Esta práctica es evidente en la
publicación que presentaba, de manera periódica, informes sobre las actividades de la organización (Morales
Mendoza, 2011, p. 180).
99Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
La Buena Lectura y la razón pública: leer sin pathos
analfabetismo en donde el 66% de la población adulta no sabía leer y escribir. 3 En este
sentido, la publicación expresaba en sus páginas la necesidad de pensar en estrategias
de alfabetización, sobre todo, para las obreras que formarían parte de la industria
tipográfica. Si bien había un interés manifiesto por la educación y por la importancia
de las letras, también expresaba de forma recurrente diferentes formas de censurar y
controlar el acceso a la cultura escrita.
Para tal fin, no podemos limitarnos a evidenciar la concepción de lectura, de lec-
tores y de materiales para la lectura que tenía la revista. Sin embargo, esta propuesta
no está enmarcada en la ingenuidad de la devoción, sino que hace parte de un plan
de reconstrucción nacional, la reconfiguración de un país que luego de la Guerra de
los Mil Días (1899-1902) se encontró empobrecido, sin un sistema escolar, con libros
quemados e imprentas destruidas.
De acuerdo con Néstor Cardoso Erlam (2010), las órdenes religiosas que lideraron
el resurgimiento de los impresos pudieron traer máquinas, papel y, lo más importante,
dominar la formación de los futuros operarios y tipógrafos. Por lo mismo, un gran número
de publicaciones periódicas tuvieron como nicho de origen las organizaciones católicas.
Sin embargo, varios fueron los factores que comenzaron a medrar el poder casi absoluto
de las órdenes y organizaciones religiosas frente a la producción de impresos (p. 135).
Por una parte, las leyes de censura se fueron moderando de manera paulatina. Por
ejemplo, la Ley 51 de 1898, que reglamentaba el control estatal sobre las imprentas y la
prensa, la imposición de la censura a través de multas y penas carcelarias a quienes ejer-
zan oposición al gobierno a través de los impresos, fue modificada en 1909 a través de
la Ley 1 (21 de agosto), la cual sigue promulgando el control estatal sobre la circulación
de los impresos, pero ablanda las condenas por el desacato a esta normativa.
Si bien las órdenes religiosas gozaban de ciertos privilegios, también se vieron
abocadas a la producción nacional de papel y tinta. Este crecimiento de las empresas
gráficas fuera del dominio de la Iglesia se evidenció en una circulación de los impresos
que creció en un 42% durante los primeros 10 años del siglo xx. Es decir, otras industrias
gráficas como Bedout o Carvajal también comenzaron a producir papel y a importar
insumos de impresión de manera masiva (Canal Ramírez, 1973, p. 156).
3 Este dato fue extraído del men, Anuario General de Estadística y DANE. Este material está publicado en la
Biblioteca Digital del dane. El anuario más cercano a la fecha de 1910 es el de 1915, pero este recoge informa-
ción de los 5 años anteriores. Para consulta: https://biblioteca.dane.gov.co/media/libros/LD_70104_1915.PDF
100
Diana Paola Guzmán Méndez
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
Esto quiere decir que el privilegio del que gozaban las órdenes religiosas se tuvo
que enfrentar a una pujante aparición de imprentas privadas y políticas que pusieron a
rodar cientos de libros y periódicos. El peligro de la lectura viciosa e indecente estaba
creciendo de manera exponencial y La Buena Lectura nace para frenarla.
Entre el obrero desobediente y la convergencia de testimonios: la lectura como
patología
En el primer número de La Buena Lectura, publicado el 1 de octubre de 1910, aparece
la sección “Buena Lectura” bajo la pluma del jesuita español Remigio Vilariño. En este
texto, llamado como la sección, Vilariño (1910) hace referencia al diálogo que el jesuita
tiene con un obrero “desobediente”:
He aquí ante mi presencia un obrero que, según dice, viene a ver cómo yo le convenzo de que Dios
existe [...] Es un corazón noble, pero habla como un desvergonzado, se jacta como un sabio, y vive,
como él mismo lo confiesa, dominado de la lascivia (p. 2).
La descripción subsiguiente ilustra el carácter del padre Vilariño. El obrero ha sido
dañado desde su ignorancia y no acepta que un ignorante le discuta sobre la existencia
de Dios a un prelado ilustrado. Lo interesante de este episodio es que los culpables de
la perversión espiritual del obrero son los impresos:
De los dos bolsillos de una chaqueta, ennegrecida por el carbón de la fábrica y la gracilla del trabajo
cotidiano, me saca uno tras otro un periódico de lo más blasfemo. Puede, un asqueroso papelucho que
enloda de escándalo á la ciudad, un hediondo papel que en letras muy anchas dice El País, un estúpido
catecismo escrito por un socialista en papel de estraza (p. 2).
La indignación del padre Vilariño sobre ese impreso de papel de trapo aumenta cuando
el obrero atrevido sigue discutiendo sobre la existencia de Dios y la justicia social. La
pregunta que se hace el jesuita también se convierte en una respuesta para la concepción
e importancia que se confería a la lectura: “¿De dónde sabe esto? Desde que lee esos
periódicos y esos libros” (p. 2).
Es justo después de enunciar esta pregunta cuando Vilariño divide las buenas de las
malas lecturas y esta premisa va a acompañar la publicación a lo largo de su existencia. La
Buena Lectura, a diferencia de otras publicaciones de carácter religioso, no participó de
manera directa en los debates políticos y se dedicó a rescatar las biografías de próceres
de la Independencia y de prohombres de Antioquia.4
4 En el gobierno de Restrepo (1919-1914), la Iglesia conoció los límites de un mandatario que, si bien era devoto,
expresó que la religión no debía participar en política, lo cual enunció a través de una idea de protección de la fe.
101Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
La Buena Lectura y la razón pública: leer sin pathos
La presencia de la historia nacional o la “Historia patria”, como se nombra una
de las secciones de La Buena Lectura, construía una memoria que glorificaba el bino-
mio entre fe y valentía. Los próceres eran hombres católicos que estaban dispuestos
a morir por su patria y en defensa de la Iglesia. Esto quiere decir que su forma de
participar en el coloquio crítico significó más un gesto editorial que de controversia
permanente.
La lectura deja de ser una práctica indefensa que se hace en el hogar y bajo la
vigilancia del maestro para convertirse en un modo de participación del pensamiento
católico dentro de la reconstrucción política del país. De alguna manera, leer “las buenas
lecturas” que recomendaba Vilariño instauraría la religión como un modelo que regula
las relaciones sociales y el mantenimiento del statu quo.
Vilariño convierte la lectura en una práctica pública al mencionar que “¡Ah! Las
malas lecturas son fuente de las demencias públicas y morales que lamentamos. La fe
se pierde por causa de las malas lecturas” (p. 2). Es evidente que para Vilariño las malas
lecturas no se limitan a aquellas que cuestionan la Iglesia, sino todo el acervo que no
es controlado ni mediado por un instructor responsable. Este es el caso que describe
de una joven lectora suicida:
He aquí por otro lado a una joven tendida en tierra, con los pómulos cadavéricos y la mano en puño
abierto. En la primavera de su vida ha bebido desesperada no sé qué veneno ¿han visto el libro que tiene
en su mano? Es una novela inmunda de Zola, de esas que aún al estómago de toda persona honrada
causa desagrado y provocan náuseas (p. 2).
El cuadro del obrero sucio y desobediente se enlaza con la imagen trágica de una joven
que sucumbe al influjo mágico y oscuro de la novela y que se ha quitado la vida frente
a todos, sin reparo ni pudor. Todo por culpa de la mala lectura. Más adelante, Vilariño
asegurará que la lectura es una presencia necesaria en la vida, pero peligrosa sin la orien-
tación ilustrada de los intelectuales de la Iglesia. El uso de la palabra intelectual para
referirse a sí mismo no solo reafirma su posición como mediador y censor acreditado,
sino que lo faculta para hacer un llamado a combatir las inmundicias y los peligros de
las novelas y los periódicos obreros.
Siguiendo a José Zanca (2006), los intelectuales católicos se proponen diferenciar
lo sagrado de lo profano; es decir, son administradores del carácter sagrado que sería,
de alguna manera, la única protección que tiene el ignorante (p. 13). La lectura se con-
vierte en parte de esta regulación y la decisión libre de leer lo que se quiera leer desde la
102
Diana Paola Guzmán Méndez
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
esfera de lo privado pierde la batalla frente a la necesidad de regular el comportamiento
público a partir de la moral.
El llamado que hace el jesuita por detener las malas lecturas, porque “los malos
periodistas son los hombres más abominables de la sociedad, los malos escritores son
los comerciantes más perversos de la tierra” (Vilariño, 1910, p. 3), se dirige a los buenos
cristianos que gozan “del ingenio y la ilustración de las buenas lecturas y del cultivo
del conocimiento” (p. 3).
En esta columna aparece otro elemento fundamental: la llamada “convergencia de
testimonios” que funciona como una estrategia retórica de los escritos católicos y que
proviene de la gramática teológica. Consiste en agrupar en párrafos sin intervalo una
serie de ejemplos y testimonios que sirve para ilustrar la necesidad de la orientación y
la mediación del sacerdote, en el caso de Vilariño, sobre el conocimiento y la lectura.5
Vilariño no es ajeno a la técnica de Moeller y presenta una serie de bloques con ejemplo
de lectores devotos:
Ved a Agustín leyendo la vida de San Antonio y convirtiéndose en uno de los más fervientes santos
de la Iglesia. Ved á Ignacio leyendo la vida de Santo Domingo y a San Francisco y mudándose en el
Gran Capitán de la mayor gloria de Dios. Mucho pueden las buenas lecturas (Vilariño, 1910, p. 3).
De testimonios de santos a los que la lectura les cambió la vida y los convirtió en hom-
bres de Dios, Vilariño pasa a ejemplos más comprometidos como el de Jaime Balmes,
quien, además, era la encarnación más visible del intelectual católico: “no me digáis que
ya no son niños y podéis leer cualquier cosa. ¿Sois más hombres que Balmes?” (p. 3). La
pregunta de Vilariño tiene dos propósitos: poner en entredicho el libre albedrío para leer
lo que se quiera y contraponerlo con una figura de autoridad que demostrará, a través
de su testimonio, cómo se curaba de las malas lecturas. Para esto, Vilariño transcribe las
palabras de Balmes: “Sin embargo, cuando leo un libro prohibido, siento la necesidad
afirmarme en ella con la lectura de la Sagrada Escritura, de la Imitación de Cristo y del
piadoso Luís de Granada” (p. 3).
5 De acuerdo con José Miguel Odero (2006), Charles Moeller (1912-1986), intelectual y teólogo católico, es
quien dio una forma más contemporánea a la estrategia de convergencia de testimonios devenida de san Agus-
tín. Para Moeller, las obras literarias podrían convertirse en la herramienta más idónea para demostrar, a través
de ejemplos claros, la necesidad de enlazar el conocimiento con la fe. Su método consistió en tomar episodios
de obras literarias y agruparlos en sus escritos para demostrar sus ideas. Sin embargo, el proceso no resultaba tan
sencillo, Moeller configuraba un esquema redaccional que le permitía hacer conexiones racionales a la vez que
“sensibles”.
103Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
La Buena Lectura y la razón pública: leer sin pathos
Así continúan los testimonios de católicos que se curan del mal con las lecturas
piadosas. Todos los párrafos comienzan con la misma pregunta: “¿acaso son más hom-
bres que…?”. Lo interesante de esta convergencia de testimonios es que deviene en una
concepción sobre la lectura que le confiere el poder de pervertir el alma o de sanarla.
Basta con recordar el cuadro de aquella joven suicida que acaba con su vida por causa
de la novela de Zola. Esto quiere decir que aquellos quienes se acercan a “las malas lec-
turas” no gozan del discernimiento suficiente para evitar sus terribles efectos. El mismo
Vilariño lo demuestra al afirmar que “el que lee liberalismo se vuelve liberal” (p. 4).
En este sentido, se le confiere a la lectura un poder mediatizador que, sin control,
puede resultar peligroso. Sin embargo, el asunto resulta más complejo. El control de la
lectura se convierte, de forma inmediata, en el dominio del sujeto. Dejarse llevar por
los afectos y las emociones sacrifica el carácter racional y normativo de la religión como
patrón de vida. De este modo, resulta más fácil controlar a un sujeto que deja sus afectos
y emociones de lado, que a otro cuya razón se deja inundar por las malas ideas de otros.
Siguiendo a Karin Littau (2008), la idea de controlar la lectura y a aquellos que la
practican evita leer con pathos; es decir, dejarse impresionar; enfermarse. Leer se con-
vierte en una patología cuya única medicina es la misma enfermedad: la lectura (p. 152).
Y solo los hombres piadosos que miden sus afectos a través de las ideas devotas —lo
cual podría sonar a contradicción— son los únicos que pueden ayudar a evitar la pro-
pagación del virus. Lo había dicho Jacques Ranciere (2010) en el Espectador emancipado,
que el llamado ignorante enseñe aquello que no debe saber es un riesgo latente a la
jerarquía de la Intelligentsia y por tanto del poder estatal o clerical (p. 65). Significaría
que el obrero que discute con Vilariño está a la misma altura, en todo sentido, que el
hombre santo e ilustrado.
En conclusión, la mala lectura no es una patología por sí misma, sino porque re-
sultaría en una pérdida del control del sujeto, pero también de la función de la Iglesia
como educadora principal. Recordemos que la presidencia de Restrepo se caracterizó
por una secularización incipiente que dejaba a la Iglesia de lado a los problemas políticos
y públicos. El clero ya no tendrá el control pedagógico de las escuelas, no podrá definir
los currículos sin la presencia del gobierno, pero sí tendrá la potestad de administrarlas.
El llamado que hace la publicación no puede relacionarse de manera inmediata con
la obediencia. Por el contrario, leer desde el pathos, con la pasión enardecida, resultaría
en la encarnación de un lector que es incapaz de controlar sus pasiones y que expresa
104
Diana Paola Guzmán Méndez
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
una pasividad peligrosa. Como lo propone Littau (2008), al evidenciar que la palabra
pasividad tiene como raíz pathe, misma que comparte con patología y paciente, el vínculo
etimológico entre estas palabras demuestra que leer con pathos es, en realidad, leer de
modo pasivo y, por ende, la lectura se convierte en una patología (p. 124).
La convergencia de testimonios y la convocatoria permanente que hacen los autores
de la publicación se concentran en la constitución de un lector robusto, público, capaz
de ser mediado y orientado por la intelectualidad católica. El problema resulta en que
esta lectura activa no se desprende de la idea devocional y doctrinaria de la religión; sin
embargo, “despatologizar” la lectura a través de “las buenas lecturas” es la estrategia
más visible para reconquistar la razón pública.
Novelas por entregas y cuentos católicos: la literatura como instrucción
La Buena Lectura publicaba varios cuentos y novelas por entregas en su sección “Va-
riedades”. Algunas escritas por autores colombianos, pero la mayoría eran resultado
de la pluma de escritores europeos, sobre todo españoles. Por sus páginas desfilaron
escritores consagrados como Guy de Maupassant, Rosalía Castro o Ricardo Palma. En
ningún número se registran traducciones propias en el caso de obras escritas en idio-
mas distintos al español o colaboraciones hechas para el periódico de modo concreto.
Este aspecto nos llevó a rastrear los lugares donde el acervo de autores publicaban de
manera permanente.
En el panorama aparecieron dos periódicos españoles como lugares de donde la
dirección de La Buena Lectura podría haber extraído las obras. Por un lado encontramos
La Ilustración Española y Americana, y por otro Blanco y Negro. Ambos publicados en el
país ibérico y de raigambre católica y carlista. Por ejemplo, Manuel Matosses, cuyo
seudónimo era Andrés Corzuelo y cuyos escritos aparecían en La Ilustración Española
y Americana, o la Condesa de Pardo Bazán, como se hacía llamar Emilia Pardo Bazán,
quien escribía en varios lugares, especialmente en Blanco y Negro, fueron nombres que
aparecieron de manera recurrente en la publicación antioqueña. Encontramos, a su vez,
un caso muy interesante: el de David Guarín, escritor colombiano que publicaba en La
Ilustración Española y Americana bajo el seudónimo de Juan García.
Si bien la mayoría de literatura publicada se trataba de cuentos naturalistas y rela-
tos cortos, la poesía hacía presencia en menor proporción, pero con el tema religioso
como premisa principal. La Buena Lectura publicó durante varios números una novela
105Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
La Buena Lectura y la razón pública: leer sin pathos
por entregas llamada El azote de Bogotá, escrita por José Manuel Marroquín y que emu-
laba, de alguna forma, Los Misterios de París de Eugenio Sue. Este relato se publicó sin
interrupción del número 2 (15 de octubre de 1910) al 11 (15 de marzo de 1911).6
El azote de Bogotá estaba conformada por varios cuadros de costumbres que encarna-
ban diferentes situaciones y personajes de la Bogotá desconocida, con paisajes aislados
sobre el lado oscuro de una ciudad que funcionan como piezas independientes, pero
que se relacionan a través de un hilo narrativo dominado por el autor. Al final de cada
cuadro se presenta una lección moral que interpela al comportamiento cívico y religioso.
De las obras literarias publicadas, esta es la más extensa, a diferencia de la sección de
“Historia Patria”, que publicaba largas biografías de próceres latinoamericanos.
Vale la pena aclarar que antes de la sección de “Variedades” aparecía la de “Buena
Lectura”, sobre la cual ya hemos hecho referencia. A partir del número 6 (15 de diciembre
de 1910), la voz del padre Vilariño fue reemplazada por la del jesuita R.V. de Ugarte,
quien, en adelante y hasta el número 18 (1 de agosto de 1911), es la pluma principal del
apartado. Luego aparecerán escritos del español Lino M. León.
El padre Ugarte antecedía los textos literarios con varias advertencias sobre la
importancia y el peligro de la lectura. Sin embargo, toca temas más profundos que los
de su antecesor e inicia su presencia en el periódico con un artículo titulado “Curiosi-
dades”, que no solo abría la edición de la publicación, sino que hacía referencia a los
riesgos de la libertad de imprenta y prensa:
Donde sea que el Estado autorice o no la libertad de la prensa ¿cuántos males o bienes se siguen? Si
el Estado hubiese reprimido todos los artículos ofensivos á la doctrina católica y á la iglesia que han
salido en El País, en El Imparcial, en El Liberal, El Heraldo y otros parecidos; si hubiese mandado
a recoger las revistas pornográficas, cerrar los teatros indecentes, quemar las novelas inmorales…
¡cuántos que están hoy en el infierno, estarían hoy en el cielo! (Ugarte, 1910, p. 120).
La idea de una lectura patológica continúa dominando el tono de los escritos. La ad-
vertencia del padre Ugarte evidencia una selección muy ajustada a los ideales de la
publicación que se enmarcan en la representación de un nacionalismo católico. Esto le
confiere a la literatura la misión de poner a la religión en un espacio público y de disputa
a través de temas naturalistas en donde la tradición conservadora y la práctica católica
6 Esta obra fue publicada, en primera instancia, en el Papel periódico ilustrado, dirigido por Alberto Urdaneta.
Su aparición fue durante el año 1882. Consideramos que la dirección de La Buena Lectura extrajo de allí esta
novela de Marroquín.
106
Diana Paola Guzmán Méndez
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
de la moral resultaban protagonistas. Si bien la variedad de nombres y estilos puede
resultar variopinta, de alguna manera se inscriben en una poética estable y repetitiva.
Esta selección tan uniforme, en esencia, configura una suerte de ciudad letrada
comandada por los escritores e intelectuales católicos. En la sección “Variedades”, la
más nutrida de la publicación, aparecían cuentos cortos, algunos poemas (la mayoría de
Ramón Campoamor), fábulas y cuadros de costumbres. 7 Sin lugar a duda, los cuentos
cortos son los amos y señores de la sección, casi todos de corte naturalista y católico.
Esta pauta de selección se relaciona con un llamado a la acción. Muestra de ello es lo
expresado por el padre Ugarte (1910) en la columna que abre su participación en La Buena
Lectura y a la que ya hemos hecho referencia. La orden es clara: “romper los barrotes
que nos han impuesto los masones a través de una política de persecución” (p. 121). La
acusación del padre a los católicos que han permanecido dormidos, hipnotizados por
las mieles de la modernidad y de una “falsa libertad” que los ha alejado de dios, solo
puede solventarse a través de una presencia activa de la Iglesia en un mundo político
que la ha mantenido alejada de la vida pública y colectiva.
El proceso de “recristianización” social solo podría configurarse a través de un nacio-
nalismo católico que, en el caso del mundo impreso, debía expresarse mediante relatos
que mostraran la acción de los creyentes como prácticas de transformación colectiva.
Es decir, la lectura ya no se limitaba a ser una actividad individual y silenciosa, sino un
determinante en la lucha contra la masonería. La solución: presentar textos épicos en
donde los católicos superan la oración y la contemplación para accionar en la batalla.
Las narraciones de esta naturaleza que encontramos en el periódico son numerosas;
en los relatos siempre hay un personaje que debe defender su fe, pasar por la guerra,
aguantar la pobreza y superar el pecado de la modernidad.
La mayoría de los cuentos presentan la caridad como parte esencial del ser moral
católico, sumado a una valentía que supera a la del soldado que va a la guerra. Tal es
el caso de “En el bosque”, escrito por el francés Enrique Leredau y publicado en el
número 8 de La Buena Lectura. En este relato, un valiente abate sale en la noche para
7 Los escritores españoles más publicados fueron Arturo Reyes cuya obra aparece en seis números, Emilia Pardo
Bazán en tres números al igual que Juan Richepin. En el caso de las plumas colombianas, la lista la encabeza
José M. Marroquín, cuya novela por entregas, El Azote de Bogotá, aparece en doce números; lo siguen Eduardo
Gómez Barrientos con diez publicaciones, el jesuita Félix Restrepo con cinco, Jorge Holguín con tres y Lucrecio
Vélez Barrientos con dos. Como es evidente, los nombres no se repiten de forma representativa y se guarda una
suerte de corpus que cambia a lo largo de la publicación.
107Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
La Buena Lectura y la razón pública: leer sin pathos
cruzar el bosque y asistir a un enfermo con los santos óleos. En el camino se encuen-
tra con un “forajido” que se hace pasar por un viajero perdido y, cuando ya tiene la
confianza del anciano, lo ataca. Lo interesante es que el viejo y desvalido sacerdote
fue un valiente soldado que defendió su religión durante la “terrible noche de la gui-
llotina” (Leredau, 1911, p. 183). Héroe en contra de los desalmados revolucionarios
franceses. Obviamente, el ladrón arrepentido recibe una bendición del héroe devoto
y decide cambiar su vida.
Así podríamos seguir enumerando una docena de relatos con personajes parecidos.
En este sentido, la llamada ciudad letrada y celestial ya no se limita a las historias de
los mártires. Sus personajes son sujetos de acción, valientes y dispuestos a dar la vida
por la fe. Como lo explica Carolina Cherniavsky Bozzolo (2016), el nacionalismo ca-
tólico, principal proyecto de los intelectuales, se convierte en una ideología con todo
lo que esto compromete. Supera el terreno de lo privado y lo íntimo para adentrarse
en la realidad mundana, ordenarla, darle pautas de organización y comportamiento;
pero, además, trata de consolidar una comunidad lectora y una comunidad de inter-
pretación (p. 49).
Esta diferencia resulta importante. Una comunidad lectora que supere la definición
de la lectura como una actividad silenciosa, una “danza efímera” y pasiva. Para esta
comunidad ideologizada, la lectura será un brazo en la batalla y los lectores son los
llamados a la guerra y a romper los barrotes de la jaula masona. Pero si bien los lectores
son llamados a la acción, requieren de unos protocolos de lectura que solo pueden ser
configurados por una comunidad interpretativa que gestione el corpus y las razones
por las cuales las obras elegidas son “buenas lecturas”.
Es decir, la comunidad interpretativa conformada por los intelectuales y letrados
católicos es la que expone un orden jerárquico en donde, a pesar de que el lector es
convocado a dejar la pasividad, no puede confundir su acción con la desobediencia.
Como lo explica José Zanca (2006), es esta comunidad la que define el lugar de los
significados y el modo como estos deben ser recibidos por la comunidad lectora (p. 55).
En el caso de La Buena Lectura, los consejos del padre Ugarte se convierten en esos
protocolos de lectura e interpretación que se encarnan en las obras publicadas. Ejem-
plo de ello es el número 9 de esta publicación, que aparece el 15 de febrero de 1911. El
ejemplar lo abre un texto del padre Ugarte llamado “Los Lujos” y tiene entregas hasta
el número 12. En estos escritos, la crítica va dirigida, directamente, al “espíritu femenil
108
Diana Paola Guzmán Méndez
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
que ha perdido su misión” (Ugarte, 1911, p. 192). Se hace referencia a la superficialidad
de las mujeres modernas alejadas de los principios cristianos. A continuación, y en un
orden editorial definido, se encuentra “Carta al cielo”, de Magdalena de Santiago Fuentes.
Esta narración cuenta la historia de unas hijas que padecen la pobreza con su madre.
Tras leer la historia de la Virgen del Pilar, reconocen que la humildad solo puede darse
a través de la caridad, y comparten lo poco que tienen con familias más pobres que
ellas (de Santiago Fuentes, 1911, pp. 193-199) El ejercicio es claro, el orden se establece
desde esta suerte de editorial que abría la publicación y que expresaba los protocolos
de la comunidad interpretativa y se encarnan en la literatura, escenario en donde se
conforma la comunidad lectora.
En este sentido, la comunidad interpretativa que define el contenido del corpus y
su lugar en la publicación también tenía como misión principal proteger la comunidad
lectora de los peligros encarnados en las publicaciones liberales.8 De acuerdo con Patricia
Londoño Vega (2004), dicho veto significaba, de inmediato, que ningún católico podría
leer estos materiales que eran anunciados en los sermones de las misas dominicales.
Siguiendo a la historiadora, solo aquellos que llevaran el sello nihil obstat podrían formar
parte de las bibliotecas devotas. De igual modo, la Iglesia antioqueña podía revisar los
contenidos escolares impartidos en las instituciones educativas (p. 35).
El arzobispo Caycedo, como todo el clero colombiano, era arte y parte de la política
y el partido conservador al que defendía como la única forma de gobernar y, por tanto,
escenario obligado para que la Iglesia tuviera presencia constante y activa. De hecho,
Carlos E. Restrepo, presidente al que hemos hecho referencia, también fue blanco de
críticas lideradas por el clero. Así lo explica Londoño Vega (2004):
Caycedo acusó a Carlos E. Restrepo de propagar los principios materialistas de la evolución y el
determinismo en sus escritos de Derecho constitucional. Restrepo replicó que él simplemente seguía
a León XIII y recordó la oposición que ese Papa había recibido de una parte del clero francés (p. 59).
A pesar de las críticas del arzobispo al presidente de la república, La Buena Lectura dedica
el número 5, publicado el 1 de diciembre de 1910, a la figura de Carlos E. Restrepo. Se le
define como un hombre intelectual, devoto y preocupado por el bienestar de la nación.
8 Manuel José Caycedo, arzobispo de la arquidiócesis de Medellín desde 1906 hasta 1934 condenó sin vacila-
ciones revistas locales como Panida y Acción Cultural; periódicos como El Escorpión, La Fragua, El Combate, El
Bateo y La Organización; y diversos libros, como Colombia Constitucional, editado en 1915 por Antonio de J.
(Londoño, 2004, p. 55).
109Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
La Buena Lectura y la razón pública: leer sin pathos
Esto nos lleva a considerar que la publicación no pertenece al sector ultramontano del
catolicismo y que se sitúa, más bien, en un punto intermedio que pretendía congraciarse
con el gobierno de turno para formar parte de la escena política.
En este sentido, las malas lecturas no solo pervierten el alma y la virtud de quienes
las leen, sino que le cierran las puertas a la posibilidad de participar en la vida social, ya
que el lector de este acervo se vuelve perezoso, incapaz de opinar y de comprender la
misión de su vida. En el número 12, publicado el 1 de abril de 1911, aparece en la página
271 el poema escrito por la española Pilar de Cavia, llamado “Las Malas Lecturas”. En
este escrito queda claro que las lecturas liberales no solo son vanidosas y vacías, sino que
engendran la ignorancia y, en consecuencia, el crimen y la devastación social: “Cuánto
crimen y cuánta deshonra/ nació de sus páginas/ cuánta pura inocencia en el fango/
cayó pisoteada/ al ponerse en contacto con ellas. Por eso arrojadlas/ cual se arroja un
tizón encendido/ que quema y que mancha” (de Cavia, 1911, p. 271).
La selección de cuentos de corte naturalista, con una impronta de moralización,
también se combinaba con una suerte de ejercicio propagandístico a través de principios
sencillos: existen lecturas malas y otras buenas. El objetivo de publicaciones como La
Buena Lectura se centra en promover sus ideales de manera masiva; por esta razón, las
historias que aparecen en sus páginas también son entretenidas, cortas y directas. No
hay tiempo para la complejidad ni los análisis profundos. Por otro lado, tenían claro
que las novelas realistas, como las escritas por Zolá o las de aventuras como la obra
de Dumas, estaban fuera de los sanos propósitos de formar comunidades lectoras. El
cuento, por su parte, permitía que los lectores pudieran empezar y terminar la historia
en una leída y con la lección aprendida y terminada.
En este sentido, el modo cómo se debía leer las obras literarias no se relacionaban
con el simple entretenimiento, sino que, con la guía de las editoriales escritas por el padre
Ugarte, podrían convertirse en materiales de enseñanza-aprendizaje; es decir, estamos
frente a una lectura catequética y no estética. De acuerdo con Eugenia Roldán Vera
(2012), la catequesis puede definirse como un proceso dinámico, gradual y permanente
de educación en la fe, en el que la lectura catequética considera unos pasos definitivos:
orientación, lectura, ejemplo de vida y práctica (p. 43).
Como lo explica Ann Marie Chartier (2004), la estructura del catecismo fue repli-
cada por varias materialidades, como las publicaciones periódicas, por ejemplo; en este
sentido, los manuales o las revistas se convertían en catecismos portátiles y literarios
110
Diana Paola Guzmán Méndez
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
que contribuían a la formación de lectores devotos (p. 98). La selección de las lecturas
publicadas que, como lo hemos dicho, salen de periódicos ibéricos como La Ilustración
Española y Americana, La Hormiga de Oro o Blanco y Negro depende no solo de su función
adoctrinante, sino de generar empatía con los personajes de los cuentos: pobres, en-
fermos, bondadosos, piadosos, mártires.
Estos hombres y mujeres llenos de virtudes religiosas y morales se oponen a aquellos
que no representan la piedad: vanidosos, avaros, ateos. Dentro de las narraciones, los
virtuosos guiarán a los pecadores para que cambien su vida. Lo que significa que el paso
de la orientación no solo aparece en el cuerpo editorial de la publicación, sino también
en la forma composicional del corpus literario.
El siguiente paso de la práctica catequética, la lectura, también contempla unos
requerimientos concretos: el docere y el dectare (enseñar y deleitar) que tienen como
función despertar emociones más nobles. La literatura no hace presencia para librar a
los lectores de un aburrimiento rampante, sino para configurar un mapa de los afectos
direccionado a la fe, la obediencia y la defensa irrestricta del catolicismo. Que un lector
pueda ser testigo de la entrega de una madre devota o de la conversión de un ladrón por
medio de las palabras de un sacerdote despierta de inmediato un deleite conmovedor
y, por lo mismo, un docere que se evidencia en una vida moral y correcta.
El ejemplo de vida, tercer paso, se concentra en la selección de escritores repre-
sentativos del carlismo y la defensa pública del catolicismo. La miscelánea de nombres
publicados cumple con este principio; no aparece Zolá, Dumas, ni Victor Hugo, que
resultaban ser presencias muy permanentes en la prensa liberal. En este sentido, los y
las escritoras encarnan ejemplos de vida que replican en sus personajes. El cuento de
Alfonso Nieva Pérez, “La Venganza de Cristianos”, que aparece en el número 18 del 1
de agosto de 1911, es un ejemplo muy claro de lo que acabamos de referir.
Los cristianos que luchan contra el régimen despótico de la Francia posrevolucionaria
son caritativos, buenos, jóvenes y bellos. Protegen a los desamparados a pesar de ser
perseguidos, estudian los libros sagrados, transitan los caminos sin miedo porque van
resguardados por el espíritu santo. Pero sus cualidades se combinan con una valentía
absoluta: no solo están dispuestos a morir en defensa de su fe, sino a defenderla de sus
enemigos a como dé lugar. Evidentemente, estos personajes son ejemplos de vida, no
solo por su piedad, sino por su acción clara y directa para que la religión sea respetada
y pueda formar parte de la vida colectiva.
111Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
La Buena Lectura y la razón pública: leer sin pathos
De esta forma, el ejemplo de vida se relaciona con la identificación y la empatía
con los personajes y escritores, para terminar en una afectación por parte del lector.
Los cuentos se convierten en llamados a la acción, a romper la quietud de la que tanto
acusó el padre Ugarte a la sociedad moderna.
El último paso, la práctica, se da a través del llamado a la acción, pero también en
la muestra clara y fáctica de la presencia benéfica de la Iglesia en la historia universal
y la vida pública. Esta presencia no solo dependía de los recuentos históricos, de la
vida de santos, próceres y sacerdotes, sino de un control expresado de manera abierta
y reiterativa. La censura, el llamado a quemar los malos libros y borrar a los escritores
profanos no se centraban en la voluntad, sino en la obligatoriedad acatada por todo
buen católico. Quemar el impreso del “enemigo” significaba anular al enemigo. Desde
la selección del corpus, hasta la “aplicación” de lo aprendido en la lectura, la censura es
considerada como una herramienta de protección de la comunidad interpretativa sobre
la lectora. Los parroquianos no son capaces de discernir entre lo bueno y lo malo, solo
cuentan con la capacidad de aprender, reconocer lo sublime y cumplir las normas que
la Iglesia consideraba como normatividad pública.
Siguiendo a L. X. Polastron (2015), el control censor sobre la práctica lectora se
convierte en un régimen político, normativo y activo; es decir, una posibilidad de limpiar
lo sucio, prevenir la enfermedad, regresar a la idea de una lectura patológica, porque,
al final de cuentas, la patología se puede curar (p. 101). En este sentido, la literatura
seleccionada y publicada en La Buena Lectura cumple con una función preventiva que,
a lo largo de la publicación y la práctica catequética, se transforma en la curación para
los males de la modernidad.
Lectura y caridad: a modo de conclusiones
Desde el primer número de La Buena Lectura, el llamado a la caridad va ligado a la edu-
cación de los menos favorecidos, como lo hemos mencionado antes, y se concentra en
las mujeres que recibirán instrucción en las artes gráficas. Participar en la sobrevivencia
y circulación de “esta empresa” entrañaba el cumplimiento de una obra de caridad, ser
benefactor de las jóvenes obreras de la Sociedad San Vicente de Paul.
Como lo explica Beatriz Castro Carvajal, existe una diferencia entre la beneficencia
y la caridad. La primera se relaciona con las acciones de la Iglesia para mejorar la vida
de los menos afortunados y la segunda alude a las acciones estatales y seculares para
112
Diana Paola Guzmán Méndez
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
el auxilio de los pobres. A pesar de esta distinción tan importante, Castro Carvajal
(2007) complejiza esta relación, ya que la existencia de organismos estatales que asumen
actividades antes exclusivas de la Iglesia pone en riesgo la posesión eclesiástica de la
caridad (p. 58).
El gobierno de Carlos E. Restrepo asumió, como lo enunciamos anteriormente,
una posición moderada frente al apoyo irrestricto a la Iglesia y sus poderes. Al apoyar
ciertos procesos de modernización con los que el clero y los partidos tradicionales no
estaban de acuerdo, junto a su intento por separar a la Iglesia del Estado y consolidar
una presencia estatal más activa, en la educación, fue objeto de críticas que calificaron
la política republicana de Restrepo como tibia y amorfa.9 Muchos sectores de la Iglesia,
incluyendo el arzobispado de Medellín se opusieron a las propuestas de Restrepo que
terminaban por quitarle poder al clero.
Regresando a la división entre caridad y beneficencia, la primera ubicada en el esce-
nario estatal y la segunda en el clerical, La Buena Lectura no apuesta por ninguna, y más
bien considera una combinación de ambas, encontrando en la promoción de la lectura
una aliada fundamental. “Religión y Patria”, del sacerdote salvadoreño Juan Bertis,
aparece publicado en el número 26. En este escrito la definición de una sociedad ideal
unifica la fe y el patriotismo como un estado armónico y necesario para el progreso social:
RELIGIÓN Y PATRIA son dos ideas y sentimientos comprendidos en el primer mandamiento de la
ley divina: Amarás á tu Dios con toda tu alma con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, hé aquí la
RELIGIÓN. Amarás á tu prójimo como á ti mismo; una aplicación de ese precepto es el amor á la PA-
TRIA, no siendo ésta un ser abstracto, sino la reunión de todos los con-ciudadanos (Bertis, 1911, p. 610).
La base de la caridad es el amor al prójimo, la misma base del patriotismo según Bertis
(1911), quien, a lo largo del texto, va a ubicar como pilares de un patriotismo devoto la
caridad, la fe y la instrucción; es decir, la educación de los menos favorecidos enmar-
cados en la idea de una sola fe y una sola patria:
Enseñarle al pobre, al ignorante, es menester del religioso y del patriota. Un hombre religioso debe
ser patriota y un patriota debe ser religioso. La caridad también es parte de la educación. Por eso
el cultivo de las buenas lecturas, la creación de bibliotecas piadosas y morales no solo son acciones
caritativas, sino patriotas (p. 610).
9 La Unión República (1908-1914) fue el gran proyecto de Carlos E. Restrepo. El entonces presidente se planteó
la posibilidad de quitarle el monopolio de la educación a la Iglesia, pues expresaba la necesidad de formar ciu-
dadanos más libres, autónomos y críticos. Esta decisión, sumado a las divisiones partidistas, costó el fracaso de
la Unión Republicana.
113Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
La Buena Lectura y la razón pública: leer sin pathos
La vinculación entre la fe y el patriotismo unifica, a su vez, la idea de caridad y beneficencia.
Como lo expresa el padre Bertis, la formación de buenos lectores a través de las buenas
lecturas no solo genera un cambio moral, sino social y político. Esto quiere decir que la
lectura, ligada a la instrucción consolida la idea de una caridad que se expresa a través
de acciones determinadas. Esta relación entre caridad, beneficencia y lectura es también
expuesta en el número 30 de la revista, último que se publica el 15 de febrero de 1911.
El texto “La Caridad”, del político e intelectual español Rodrigo Castelar (1912) en el
último número de la revista, propone la caridad como una “serie de acciones que bene-
fician a todos, que educan a todos. Debe ser una acción expansiva” (p. 691). Como ya lo
hemos mencionado, gran parte de la impronta de la publicación se evidencia a través de
su curaduría editorial, y este ejemplar es muestra de ello. Después de la aparición de este
escrito, se encuentra el poema “Amor Patrio”, del jesuita Alberto Risco. De nuevo el amor
patrio es solo posible a través de las acciones heroicas de la caridad y la beneficencia, la
instrucción y la lectura: “El amor por la patria/solo puede darse como el amor al prójimo/es
obligación del patriota devoto/enseñar, alimentar y curar al ignorante” (Risco, 1912, p 692).
La publicación comienza y termina de la misma manera: la obligación de instruir a
través de la lectura a las obreras del mundo de la imprenta, al obrero rebelde o a la mujer
vanidosa solo puede darse a través de una lectura moderada, controlada y dirigida por la
Iglesia. Esa, y no otra, es la manera como el catolicismo pretende volver a ocupar un lugar
preponderante en el escenario político. La censura, la organización de una comunidad
interpretativa que controle a una comunidad lectora capaz de convertirse en masa lectora,
sumado a la configuración de regímenes y protocolos lectores, hacen de esta práctica su
caballo de batalla más seguro. El lector adoctrinado es el llamado a proteger la lectura de un
pathos que anteponga las emociones al deber y los deseos modernos a la caridad cristiana.
La Buena Lectura es un mapa de protocolos de lectura muy claro. Lo primero será
la presentación de una práctica lectora sin instrucción, peligrosa, y que se convierte
en una patología a la que ha de “curar” la buena lectura direccionada por la Iglesia. En
este sentido, la literatura publicada en sus páginas se convierte en un aliado seguro,
un material verbal que consolida una épica cristiana con una axiología encarnada en
un héroe cristiano que actúa y se defiende con sus ideas. Finalmente la instrucción
lectora, como una retórica de la caridad que cura al pobre de la ignorancia y lo protege
de las bajas pasiones, se va a convertir en la una bandera que, hasta el día de hoy, sigue
considerando a la lectura como una práctica ingenua, formativa y profiláctica.
114
Diana Paola Guzmán Méndez
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354592
Referencias bibliográficas
Bertis, J. (1911). Religión y Patria. La Buena Lectura 26, pp. 610-612.
Canal Ramírez, G. (1973). Enciclopedia del desarrollo colombiano. Colección los fundadores; Artes gráficas vol 2.
Bogotá: Canal Ramírez-Antares.
Cardoso Erlam, N. (2010). Los textos de lectura en Colombia. aproximación histórica e ideológica. 1872-
1917. Revista Educación y Pedagogía 13 (29-30), pp. 129-142.
Castelar, R. (1912). La Caridad. La Buena Lectura 30, p. 691.
Castro Carvajal, B. (2007). Caridad y beneficencia en el tratamiento de la pobreza en Colombia 1870-1930. Bogotá:
Universidad Externado de Colombia.
de Cavia, P. (1911d). Las Malas Lecturas. La Buena Lectura 12, p. 271.
Chartier, A. M. (2004). Enseñar a leer y escribir: una aproximación histórica. México: Fondo de Cultura Económica.
Cherniavsky Bozzolo, C. (2016). La religión en letra de molde. Santiago de Chile: Ediciones UC.
Leredau, E. (1911). En el bosque. La Buena Lectura 8, pp. 182-185
Littau, K. (2008). Teorías de la lectura: libros, cuerpos y bibliomanía. Buenos Aires: Manantial.
Londoño Vega, P. (2004). Religión, cultura y sociedad en Colombia. Medellín y Antioquia 1850-1930. México:
Fondo de Cultura Económica.
Morales Mendoza, P. A. (2011). Sociedad de Beneficencia San Vicente de Paúl. en Medellín (Antioquia,
Colombia), 1890-1930. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local 3 (6), pp. 173-191.
Odero, J. (2003). Literatura en Teología. Revista española de Teología 63 (1), pp. 63-98.
Polastron, L. X. (2015). Libros en llamas: historia de la interminable destrucción de bibliotecas. México: Fondo
de Cultura Económica.
Ranciere, J. (2010). El espectador emancipado. Buenos Aires: Manantial.
Risco, A. (1911). Amor Patrio. La Buena Lectura 30, pp. 692-693.
Roldán Vera, E. (2012). La escuela mexicana decimonónica como iniciación ceremonial a la ciudadanía:
normas, catecismos y exámenes públicos. En R. A. Acevedo y P. López Caballero (Coord.). Ciudadanos
inesperados: espacios de ciudadanía ayer y hoy (pp. 39-69). México: El Colegio de México, CINVESTAV.
de Santiago Fuentes, M. (1911). Carta al cielo. La Buena Lectura 9, pp. 193-199.
Ugarte de, R. V. (1910). Curiosidades. La Buena Lectura 6, pp. 119-122.
Ugarte de, R. V. (1911). Los Lujos. La Buena Lectura 9, pp. 191-192.
Vilariño, R. (1910). Buena lectura. La Buena Lectura 1, pp. 1-4.
Zanca, J. (2006). Los intelectuales católicos y el fin de la cristiandad: 1955-1966. México: Fondo de Cultura
Económica.