173Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354669
Otra vez el tiempO te ha traídO
recOrdandO a Á lvarO mutis en
el centenariO de su nataliciO
Time Has Brought You Once
Again. Remembering Álvaro Mutis
on the Centenary of his Birth
Consuelo Hernández
Este año [2023] marcó el centenario del natalicio del
poeta Álvaro Mutis (Bogotá, 1923-México, 2013) y el
décimo aniversario de su muerte. Su poesía, porta-
dora de belleza y sabiduría, de amor y de desapego,
de conciencia de la decadencia y la desesperanza,
resuena como anticipado augurio de la realidad en
los tiempos que nos confrontan. Fiel creyente en un
principio universal de origen sagrado y transcendente,
Álvaro Mutis sigue vigente.
Fue galardonado con los más prestigiosos reconoci-
mientos. Octavio Paz temprano lo colocó en el ámbito
internacional con su reseña de Los Hospitales de ultra-
mar; Elena Poniatowska lo entrevistó en la cárcel de
Lecumberri; Guillermo Sucre le dedicó un capítulo en
su libro La máscara la transparencia, y García Márquez
mantuvo con él una amistad sin sombras hasta el final
de sus días, a pesar de las diferencias ideológicas.
Hubiera podido ser del Boom, pero prefirió ser un
solitario al margen de los grupos y de las escuelas.
* Conferencia ofrecida en homenaje a Álva-
ro Mutis en el Centenario de su Natalicio.
Organizado por Mario Rey en La Casa de
Marie José y Octavio Paz. México, 25 de
agosto de 2023.
Cómo citar esta conferencia: Hernández,
C. (2024). Otra vez el tiempo te ha traído.
Recordando a Álvaro Mutis en el centena-
rio de su natalicio. Estudios de Literatura
Colombiana 54, pp. 173-185.
DOI:
1
chdez@american.edu
American University, Estados Unidos
Editores: Paula Andrea Marín Colorado,
Christian Benavides Martínez
Recibido: 17.08.2023
Aprobado: 08.12.2023
Publicado: 31.01.2024
Copyright: ©2024 Estudios de Literatura Colombiana.
Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los
términos de la Licencia Creative Commons Atribución –
No comercial – Compartir igual 4.0 Internacional
https://doi.org/10.17533/udea.
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Consuelo Hernández
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354669
Estas páginas exponen y comparten la memoria de mis encuentros con Álvaro Mutis
durante varios años de trabajo sobre su obra poética y narrativa… mi manera de honrar
su obra, su vida y su legado hoy, cuando se cumplen cien años de su nacimiento.
Cuando conocí a Álvaro Mutis tenía 67 años y le dije con certeza: vas a vivir 90
años. “Eso creo yo también”, me contestó sin vacilar (Mutis, 1991a). Murió en 2013,
después de una vida plena de creatividad y de intensas experiencias personales que le
otorgaron su capacidad para aceptar los designios del destino con auténtico fatalismo
y lo dotaron con su singular poética. Al cumplir veinticinco años, publica La balan-
za (1948), su primer poemario que, aunque desapareció en uno de los incendios del
Bogotazo el 9 de Abril, marcó el inicio de esta voz inconfundible en el concierto de
la poesía hispana. Una retrospectiva de su obra devela sus primeros trabajos como el
eslabón en el que se engranaría toda su estética del deterioro, como ya lo he demos-
trado en mis anteriores estudios. La dolorosa pérdida de su padre y de su abuelo en la
niñez, el haber quedado al cuidado de su madre, según Mutis, una mujer de veintiocho
años apasionada, independiente y dada al riesgo y la aventura, sumados a la época de
la Violencia en Colombia durante su juventud y el paso por la cárcel de Lecumberri en
México lo pusieron cara a cara con la inexorable ley de la entropía, señora de todo lo
existente. Ya en 1946 escribía:
La muerte cambia súbitamente los paisajes
y detiene las cosas para dejar al hombre
que lucha vanamente un sordo momento que dura lo que el canto
de una mujer ansiosa de su antiguo deseo (Mutis, 1982, p. 362).
Mutis, autor de poemarios, obras narrativas y numerosos escritos periodísticos, inventó
a Maqroll el Gaviero, el más persistente alter ego de su poesía y el protagonista de la saga
narrativo-poética que concluye después de su jubilación. Maqroll el Gaviero, personaje
sui géneris y cercano a Álvaro en su vida multifacética, también encarna a la humanidad,
y por eso seguirá vivo. Como ha dicho García Márquez (1993): “Maqroll somos todos”
(párr. 22). Lejos del mal llamado realismo mágico, atribuido a la literatura del Boom,
Maqroll es demasiado humano, vive sus experiencias sin trucos y va a las profundida-
des del ser para descubrir su miseria, su lento desmoronarse y también su grandeza,
su coraje y su convicción en la capacidad de renacer de las cenizas. En consonancia,
Mutis se definía como un hombre lejos de lo académico e intelectual, de lo político
y lo burocrático jamás participó en elecciones y estaba convencido de que su obra
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Recordando a Álvaro Mutis en el centenario de su natalicio
corre al margen de la anécdota histórico-política de América Latina. Afirmaba: “De
Latinoamérica lo único que me preocupa es saber cuándo va a salir del pantano para
ser una civilización tal como la concibo” (Mutis, 1991a).
I
Álvaro Mutis ha sido una presencia intermitente en mi camino desde 1978, cuando por
primera vez leí Los trabajos perdidos y escribí mi primer artículo sobre su poesía. Ahora,
cuando cumpliría un siglo, sentí como si volviera a decirme que entre mis tareas coti-
dianas abra un espacio a sus “obsesiones”, como llamaba a sus preocupaciones vitales
y a su poética.
Viví el asombroso encuentro con su obra en el seminario de Poesía después de
la Vanguardia, conducido por Guillermo Sucre en la Universidad Simón Bolívar en
Caracas. Desde entonces el deseo de profundizarla fue una necesidad impostergable;
me motivaba una extraña sintonía que solo más tarde comprendí. Como yo, él perte-
necía a una familia de hacendados antioqueña por el lado materno, gente del campo,
tradicionalista y religiosa. Además, percibí una resonancia entre el decir de sus poemas
y los percances que en ese momento me atravesaban lejos de mi familia, fuera de mi
país y movida solo por un anhelo de conocer y saber. Por ello escribir sobre Los trabajos
perdidos fue la oportunidad perfecta y se dio en el momento propicio. Luego, escribí mi
tesis de maestría sobre la primera Summa de Maqroll el Gaviero (1973). Y posteriormente,
enfocada en toda su obra poética y narrativa en 1991, concluí el manuscrito de mi libro
Álvaro Mutis: Una estética del deterioro (Hernández, 1996).
En 1984 le envié a Mutis mi tesis de maestría, El poema: una fértil miseria. Una lectura
de Álvaro Mutis (Hernández, 1984) y su respuesta llegó con dos poemas inéditos: “En
una calle de Córdoba” y “Cádiz”, los cuales llevé al poeta Luis Alberto Crespo, quien
inmediatamente los publicó en El Papel Literario de El Nacional de Caracas. Luego estos
poemas fueron recogidos en Los emisarios. Su carta dice:
Qué raro resulta ver mi poesía trabajada con una conciencia crítica tan rigurosa y certera como la tuya…
Estas líneas son para decirte mi gratitud por tu desvelado interés por lo que escribo y asegurarte que
tus noticias me han llegado cuando más falta me hacían. Era la respuesta perfecta, la objeción rotunda
a ese fatal ¿para qué? que persiste a lo largo de toda mi vida de escritor (Mutis, 1984).
Nuestra correspondencia continuó hasta 1986; yo le enviaba mis artículos publicados
en El Nacional de Caracas, donde yo vivía, y Álvaro enviaba sus poemarios para mí y sus
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amigos venezolanos que servían de puente entre nosotros, aún sin conocernos. Inolvi-
dables son Eugenio Montejo, Guillermo Sucre y Juan Sánchez Peláez, a quien le llevé
uno de estos poemarios y manifestó: “Quiero leer tu trabajo. Todo lo que sea sobre
Álvaro me interesa profundamente”
II
Álvaro vuelve a aparecer en mi vida en 1989, a propósito del examen oral para el doctorado
en New York University. El presidente del jurado, John A. Coleman, autor de Other
Voices, A Study of the Late Poetry of Luis Cernuda, y conocedor de la poesía de Mutis, me
dijo con determinación: “tienes que escribir el libro sobre Mutis”. Y a pesar de tener
ya listo un proyecto sobre Joao Guimarães Rosas, acepté el desafío como un golpe del
azar y de nuevo me lancé a las páginas del Gaviero. Con el borrador ya avanzado, llamé
a Álvaro en noviembre de 1990, y él mismo me contestó con su peculiar voz de locutor.
Me identifiqué y le dije “Estoy escribiendo un libro sobre tu obra y quiero entrevistar-
te”. “Ah, sí. ¿Y cuál es el título?”preguntó escéptico. Álvaro Mutis: una estética del
deterioro, respondí sin dilaciones. Fue la palabra pase que abrió la puerta para oír que
me esperaba en México en enero de 1991. Anoté las fechas y lo demás fue hacer planes
y marcharme conmovida por su generosidad: pues no solo aceptó que lo entrevistara,
además me ofreció hospedaje durante el tiempo que estuviera en México trabajando
con él. Luego el propio Álvaro referiría esta primera impresión en el prólogo a mi libro:
Cuando Consuelo Hernández me comunicó el título que pensaba darle a su trabajo sobre mi obra […],
supe en ese mismo instante que Consuelo daría en el blanco y trabajaría alrededor del núcleo esencial
de lo que he escrito […]. Desde niño […] lo que más me impresionaba era ese destino de ruina y olvido
que toca a todas las cosas de la tierra. Me impresionaba y me dejaba una lección que hasta hoy me
acompaña, sobre nuestro destino en esta tierra (Mutis, 1996, p. 11).
Al llegar a la ciudad de México, Álvaro me esperaba en el aeropuerto y en su mano
derecha levantaba un ejemplar de Ilona llega con la lluvia; era la contraseña acordada
para reconocernos. Nos abrazamos e inmediatamente el diálogo empezó con una fa-
miliaridad propia de los amigos que se conocen desde siempre. Pasamos esos días de
enero trabajando; en la noche, él leía los borradores de los capítulos de mi libro y en el
día después del desayuno conversábamos sobre los mismos, confirmaba mis sospechas
o tachaba y corregía, y me contaba detalles inéditos de su vida. Algunas veces invitaba
amigos a tomar un café o a cenar con nosotros. Recuerdo a Alejandro Rossi y su esposa,
a Elsa Cross, Alberto Blanco y Alicia Mesa.
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Recordando a Álvaro Mutis en el centenario de su natalicio
Nuestras conversaciones giraban en torno a su poesía, sus novelas, sus lecturas, sus
aficiones, sus experiencias personales y sus proyectos. Me regaló el manuscrito inédito
de Abdul Bashur, soñador de navíos, con el título inicial, “Abdul Bashur soñador de barcos”
y me pidió leerlo y comentárselo. Dialogamos largamente sobre Jaime Tirado, el Rompe
Espejos, un personaje muy bien logrado que encarna a un capo de la droga. Yo hacía mis
modestas sugerencias que él escuchaba con un interés ejemplar. En el Rompe Espejos
me transmitió toda la tensión y la violencia desatadas por el narcotráfico que tocaban
mis fibras de colombiana atenta a todo lo que pasa en el país. Es un tipo de la clase alta,
lo que me pareció perfecto, pues el narcotráfico no discrimina clases, borra algunas y
da surgimiento a otras; y su apodo alude a la ruptura de imágenes en las estructuras
sociopolíticas y económicas del país. Como dice Maqroll, Jaime Tirado es capaz de todo
porque carece de una noción del bien y el mal.
A los dos días de haber iniciado nuestro trabajo me dijo en el almuerzo: “Hablar de
mi obra me dejaba un mal residuo y te lo advierto por si en algún momento me callo”.
Por suerte esto no pasó. Su temor provenía de su misma rigurosidad con el lenguaje y
de su desconfianza en la capacidad de las palabras para expresar la realidad. Tenía la
firme convicción del gran abismo que existe entre lo que se siente adentro y el rastro
incompleto y borroso que queda en lo dicho.
Otro día conversamos sobre los personajes de sus novelas como si se tratara de
personas reales conocidas por ambos. Pensábamos que la mujer que Maqroll recogió
en su camino en el poema “Los esteros” de Caravansary podría haber sido la misma
Flor Estévez de La nieve del Almirante. Estuvimos de acuerdo con que en Un bel morir, la
muerte de Amparo María, en la confrontación entre la guerrilla y el ejército, le da a la
novela el tono de violencia colombiana que no conoce la piedad, y le duele profunda-
mente a Maqroll porque su primera experiencia erótico-sexual fue con esta muchacha
campesina, recolectora de café, inocente y de un erotismo a flor de piel. Álvaro se
sentía muy cerca del Maqroll de la poesía, mientras que el Maqroll de las novelas se le
escapaba. Ya en Amirbar Maqroll tiene poco del autor. A propósito de la influencia de
los cuentos de los hermanos Grimm, inspiradores de La verdadera historia del flautista de
Hammelin, consideraba que era un error clasificarlos como historias para niños por su
excesiva crueldad. Luego comentó que El flautista de Hammelin lo había escrito en una
época en que rechazaba a los niños, actitud que, a los 65 años, le cambió radicalmente
uno de sus nietos, al cual vio crecer desde el primer día de nacido.
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Conocí de sus labios toda la verdad sobre el origen del Diario de Lecumberri y las
causas de su encarcelamiento, cuando casualmente conoció al muralista David Alfaro
Siqueiros, quien también cayó preso por otras razones. Lo atormentaba el dolor de no
haber podido ayudar a su amigo Gabo, cuando estaba en Francia pasando las necesidades
que plasmó en El Coronel no tiene quien le escriba, y resentía que otros, a quienes sí había
ayudado, lo tildaran de estafador.
Recordó el “Nocturno V” de un Homenaje y siete Nocturnos, poema al Mississippi
escrito junto a una copa de vino en la terraza de un hotel en Baton Rouge, después de
una cena de negocios cuando era empleado de ExxonMobil. Al apagar las luces, miró el
río, sintió su majestuosidad y la enorme energía que desplazaba y surgió este nocturno
que no tiene título, pero su final es revelador: “Le dicen Old Man River / Sólo así podría
llamarse” (Mutis, 1986, p. 33). Una clara alusión al canto interpretado por Jerome Kern
sobre los duros tiempos de la esclavitud.
Con Álvaro pude confirmar el cambio de voz en el hablante lírico que advertí en
Los emisarios, donde se aleja de Maqroll, deja de cantar a su tierra natal, al trópico de
su juventud y empieza a poetizar a sus ancestros, como lo evidencian “Cádiz” y “En
una calle de Córdoba”, este último escrito cerca de la mezquita-catedral de Córdoba,
en la calle que alberga la sinagoga donde predicaba Maimónides. Este giro en su obra
se desencadenó en un viaje a Ampurias, un antiguo puerto griego en Cataluña, España.
Y agregó que los epígrafes de Los Emisarios y de Los hospitales de ultramar los inventó
antes de los poemas.
Otro gran tema de conversación fue la música, tan presente en toda su obra. Para
Álvaro la música era una necesidad vital; lo suspendía en un estado casi visionario, lo
sacaba del mundo hacia otro orden y la consideraba la más extraordinaria de las bellas
artes y una prueba definitiva de la existencia de Dios. La impronta de la música persiste
desde su primer texto poético de 1945: “Un Dios olvidado mira crecer la hierba….”
escrito después de escuchar la quinta sinfonía de Sibelius y en especial el tercer mo-
vimiento; a este le siguió el poema “La creciente”, ambos recogidos en Poesía y prosa
(Mutis, 1982, pp. 359, 360).
Álvaro gozaba de un gran repertorio musical donde abundaban los clásicos rusos.
Varias tardes escuchamos música de la iglesia ortodoxa rusa, como La gran pascua rusa de
Rimsky Korsakov le que producía un efecto muy especial, un hondo sentido de oración
y de contacto con la divinidad tan evidente y palpable que se sobrecogía. Igualmente
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Recordando a Álvaro Mutis en el centenario de su natalicio
escuchamos En las estepas del Asia Central de Borodín o piezas de otros músicos como
Noche transfigurada de Arnold Schönberg, La misa de los pobres de Erik Satie, y los noc-
turnos y sonatas para piano de Chopin, el más grande discípulo de Mozart. Su devoción
por la música incluía los Cantos gregorianos. Probablemente las invocaciones del Gaviero
tienen su origen en la música.
Su concepción de la amistad era admirable, un sentimiento a toda prueba. Fue
Álvaro Mutis quien acompañó a su amigo García Márquez a recibir el Premio Nobel
y a quien las circunstancias lo abocaron a escribirle “El brindis por la poesía”, el cual
leyó Gabo en el banquete de Estocolmo (García Márquez, 1982). Mucho de ese tiempo
inolvidable, que tuve la fortuna vivir a su lado, giró en torno a sus innumerables lecturas
y a sus autores favoritos. Mencionaré solo dos, Cervantes y Montaigne. Consideraba a
Don Quijote como el único libro inagotable, y admiraba a Montaigne y la manera como
le ordenaba lo que pensaba respecto al dolor, la pérdida de las personas amadas, el
prestigio y el éxito, la edad… Y comentamos que “El caballero del verde gabán” y “El
discurso de las armas y las letras” de Don Quijote tienen sus antecedentes en Montaigne.
Respecto a su ideología, se definía como “Gibelino, Monárquico, Legitimista”,
pero cuando le pregunté si consideraba su obra existencialista, se negó rotundamente
a etiquetarla, pero aceptó que la caracteriza “una situación de desesperanza total”: “no
creo que tengamos nada que hacer aquí, ni que haya solución para nada, estamos at the
end of the rope” (Cobo Borda, 1981, p. 251). Su ideología era desconfiar y rechazar toda
ideología. Y me remitía a Maqroll, que jamás llega a conclusiones razonadas, ni explica,
ni cuestiona los designios del destino; el mundo que propone tal vez esté en sus lec-
turas. Mutis ponía en duda las leyes y los decretos construidos en forma razonada por
los humanos; para aceptarlos debían tener un origen transcendente y un valor sagrado.
Los “ismos” le parecían reductores. Obsesionado por la historia desde su época de
estudiante, hizo de su conocimiento y de su convicción religiosa parte de la ideología
de aceptación e indulgencia que caracteriza a Maqroll el Gaviero.
Estábamos de acuerdo con que el lenguaje erótico es más eficaz e indisociable de
la experiencia mística, como lo expresan muy bien los sufíes. El erotismo, decía, es una
vía de conocimiento y símbolo de entrada a un mundo que da una visión efectiva como
se puede constatar en la poesía de santa Teresa, san Juan de la Cruz y El cantar de los
cantares (Mutis, 1991a). Al finalizar estos días recibí el aliento y la confirmación de que
iba por buen camino para seguir avanzando con estas palabras:
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Está muy bien hecho todo este trabajo, y has agarrado exactamente el secreto, el núcleo, sentido
profundo de lo que yo escribo que es el deterioro. Me parece el enfoque más rico que se puede dar a
mi poética. Nunca había visto un trabajo así sobre mi obra (Mutis, 1991a).
Regresé a Nueva York, armada con grabaciones, todos sus libros dedicados, Abdul
Bashur todavía inédito, y cartas para John Coleman, Edith Grossman y Alastair Reid,
e inundada de ideas y epifanías sobre su obra, y con un entusiasmo que me acompañó
hasta finalizar el libro.
III
El tercer encuentro fue en agosto de 1991. Volví a su casa de San Ángel, en la Ciudad de
México. En los meses anteriores me llamaba o escribía desde donde estuviera atendiendo
las múltiples actividades que le habían generado sus novelas, y con interés genuino por
mi trabajo me motivaba y resolvía mis dudas y preguntas. En este viaje llevé concluido
el manuscrito del libro; lo leyó muy emocionado página por página y me hizo sugeren-
cias puntuales para la publicación. Cada encuentro agregaba espesura al conocimiento
que por mi parte alcanzaba de él como persona y como poeta, y Álvaro ganaba más y
más confianza en mi trabajo y la comunicación se volvía más profunda y personal. En
mis notas escribí: Álvaro es un hombre muy cálido, expresivo y generoso. Al contacto
con su palabra queda como un temblor de lago perturbado que incita a la poesía, a la
meditación y al arte.
Esta visita fue fundamental para el destino y la forma final de mi libro Álvaro Mutis:
Una estética del deterioro, y la conmoción que le provocó su lectura quedó grabada en
estas palabras:
Es una prueba de fuego para mí porque es la primera vez que alguien descubre la imagen de mi zona
oscura. Me ha hecho ver mi obra y a mí mismo. Es un trabajo endemoniado, muy complicado, y pro-
fundo, me obligó a ver a tanta distancia que desde que la leí, empecé a soñar con esquinas de Bogotá,
con mi mamá, con mi hermano Leopoldo, con Coello, todo me dio marcha atrás… Y eso no me había
pasado con nada (Mutis, 1991b).
Le parecían extraordinarias las relaciones que exponía el manuscrito, por ejemplo, entre
su obra con Dickens y S. J. Perse. Se refirió a la importancia de los detalles físicos en
la narración, reconocía a los ingleses y a los rusos como los más grandes narradores del
mundo. En ese tiempo estaba escribiendo sobre tres hechos que cambiaron la vida al
Gaviero al final de sus días. Se refería a la que fue, creo, la última obra que pensaba llamar
“Escalas”, pero dos años después la publicó con el título Tríptico de mar y tierra (1993).
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Recordando a Álvaro Mutis en el centenario de su natalicio
Sin embargo, noté que su final como escritor ya se anunciaba. Lo percibí cuando Álvaro
manifestó el presentimiento de que con las últimas páginas de Abdul cerraba la saga,
agregando que era algo que no había sentido ni siquiera en Un bel morir, donde narró la
muerte de Maqroll.
El último día nos despedimos en el aeropuerto, después de haber compartido un
almuerzo en un restaurante de Ciudad de México y de haberme regalado los tomos del
Diccionario de María Moliner, al que valoraba por su profundidad y le parecía, más que
diccionario, una verdadera enciclopedia.
IV
Nuestro cuarto encuentro fue en Nueva York en mayo de 1992. Americas Society lo invitó
para un homenaje y asistió con su esposa Carmen, quien lo acompañó en muchos de sus
viajes. Una mujer muy amable, atenta, culta y poseedora de una calidez y una sabiduría
intuitiva difícil de replicar. Después del día del homenaje, organizamos una cena con
amigos y colegas de New York University. Álvaro, como era de esperarse, fue el alma
de la reunión, tenía una cultura tan vasta que a todos nos enseñaba algo; además, con
su simpatía y su extraordinario sentido del humor, nos hizo reír y mantuvo el ambiente
mágicamente relajado. En esta cena recordó que cada una de las novelas tiene su trago
característico. Por ejemplo, el dry martini en Abdul Bashur, y en otras novelas, vodka
con pera, brandy y oporto; a propósito, nos contó que el gerente de un hotel parisino
planeaba un menú con los cocteles de Maqroll y entre bromas agregó que si no hubiera
sido escritor le hubiera encantado ser barman. Durante su estadía caminamos por la
ciudad, visitamos algunos museos, y en las noches cenábamos los tres en restaurantes
de Midtown en Manhattan. Le encantaba el Hotel Plaza, el Russian Tea Room, la Coté
Basque y disfrutaba el vodka Absolut, los cocteles, los buenos vinos, los delis de Nueva
York, la ropa de Brooks Brothers y la tradicional loción Old Spice.
Este encuentro fue muy importante para mi poesía por las sugerencias tan precisas
sobre el lenguaje y el ritmo y por su minuciosa lectura de mi tercer poemario, Manual
de peregrina, en ese momento todavía inédito. Luego escribiría: “Leo y releo esta sabrosa
y luminosa guía, cuyo título lo dice todo. ¡Qué bello Manual de Peregrina ha sabido ha-
cer, Consuelo Hernández! En cada sitio ha sabido estar con la sabia plenitud que solo
otorga la poesía. Le deseo a este libro toda la fortuna que merece la luz que arrastran
sus palabras”. A él le debo también el haber encontrado una amiga en Edith Grossman,
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quien en ese momento ya había iniciado la traducción de La nieve del Almirante, a la que
le siguieron Ilona llega con la lluvia y Un bel morir; además, estaba planeando traducir
su poesía, que por cierto saldrá en marzo del año 2024,1 en Estados Unidos. Edith nos
invitó a una cena en su en su apartamento, y allí le concerté una entrevista en español
con El Diario la Prensa de New York, pues hasta ese momento en Estados Unidos la
obra de Mutis se desconocía con la excepción de dos poemas que había publicado la
revista The New Yorker.
Admirable en Mutis fue su indeclinable afecto por su país natal, a pesar del exilio
y la experiencia de la cárcel ordenada por el gobierno colombiano de entonces:
Colombia para mí es entrañable. La conocí a fondo a los nueve años. Por esto también tengo un gran
cariño por Bélgica. Pero yo soy colombiano, jamás he pensado en tener otros documentos, ni he renegado
de un solo trozo de tierra colombiana, ni de nada de lo que pasa en el país. Lo que le pasa a Colombia
me pasa a mí y lo vivo muy intensamente. Pero hablar de Colombia en mis novelas me parece caer en
lo anecdótico y esto le quita a lo que yo escribo el tono nacionalista (Mutis, 1991a).
El último día de su estadía en Nueva York visitamos el Museo Metropolitano y allí me
regaló dos CD con los Cantos gregorianos grabados por el coro del Monasterio de Santo
Domingo de Silos.
V
Coincidimos de nuevo en Barcelona, en el Congreso Internacional de Literatura Ibe-
roamericana 1992, donde Álvaro Mutis participó en un panel con Adolfo Bioy Casares
y Octavio Paz, quien señaló la ausencia de la ciudad en la literatura latinoamericana de
entonces, a lo cual indiqué la presencia de la ciudad de Panamá como espacio princi-
pal donde se desarrolla Ilona, ciudad que Álvaro conocía muy bien y explicó que había
elegido Panamá por ser atípica y de las más extrañas: “una ciudad sin forma, ni centro,
sin la herencia fundacional romana propia de las ciudades coloniales; es desordenada
y da la sensación de libertad, de disponibilidad y de que todo puede pasar y no pasa
nada… Moralmente, no hay castigo a las transgresiones, y eso me ha pasado a mí, y lo
he comprobado en otras personas” (Mutis, 1992). En este congreso presenté uno de
los capítulos de mi libro titulado: “Razón del extraviado. Mutis entre dos mundos”
(Hernández, 1992), donde veo al autor a caballo entre dos culturas; de un lado la co-
1 Lamentablemente Edith Grossman falleció pocos días después de esta conferencia, el 4 de septiembre de 2023
en Nueva York ,y no pudo ver esta obra publicada.
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Recordando a Álvaro Mutis en el centenario de su natalicio
lombiana y de otro su experiencia en Europa y su vida de viajero sin pausa. Pero a la
hora de escribir, privilegia el trópico en su poética, sin prescindir de otros contextos.
Entre conferencias continuamos el diálogo por las calles de Barcelona, en cafés
y restaurantes o en las librerías anticuarias del Barrio Gótico y en la catedral donde
Álvaro oró y le encendió una veladora al Cristo de Lepanto. Por mi parte, había estado
leyendo a Blaise Cendrars, quien cuenta que, al escribir, lo primero que se lo ocurría era
el título; después venía la historia. Al respecto, Álvaro reveló que esto le había pasado a
él con La nieve del almirante, Un bel morir y Amirbar. Igualmente, me interesaba saber si
tenía un plan previamente detallado para el desarrollo de la novela al estilo Carpentier,
pero Álvaro, por el contrario, partía de una idea general, sin prever el desarrollo del
argumento; en Ilona había querido contar una historia que se le convirtió en un cuento
fantástico, y aunque disfrutaba de Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, los ingleses, des-
echó esa versión inicial y comenzó de nuevo; lo fantástico le parecía un género débil e
insuficiente para lo que él tenía que decir.
Nos divertíamos comparando los espacios en los que se desarrollan sus novelas: La nieve
del almirante, novela de río; Ilona es urbana; Un bel morir de la tierra, de río y del páramo;
Amirbar de la cordillera, de la mina, del subterráneo, de lo más plutoniano y recóndito de
la tierra, y El Tramp Steamer, novela del mar, montaña, río, de los socavones, y del páramo,
que es uno de sus escenarios fundamentales en casi todas sus obras desde “El Viaje”, uno
de sus primeros poemas. Fue en esta ocasión donde contó que al terminar Amirbar sintió
con una fuerza incontrolable que debía contar la historia de Abdul. Y se lo confirmó su
hermano Leopoldo, quien estaba en sus últimos días, y en su lecho de muerte pudo hablar
con cierta claridad: “y yo por hacerle conversación para darle un tono de continuidad a
la vida, le dije: voy a escribir una novela sobre Abdul. Entonces, me miró fijamente y res-
pondió, ¡Qué bien! Apenas justo con Abdul” (Mutis, 1992). Y así nació su última novela.
VI
La última vez que nos vimos fue en Madrid durante la Semana del Autor de 1992 en honor
a Álvaro Mutis, auspiciada por la Agencia Española de Cooperación Internacional. Tuve
la fortuna de ser invitada, gracias a su recomendación. Mi libro sobre su obra todavía no
había salido, pero ya tenía algún reconocimiento. En este homenaje participaron Luisa
Castro, Santiago Mutis Durán, Juan Luis Panero, Rafael Conte, Mercedes Monmany,
Dasso Saldívar, entre otros. Allí analicé la relación amorosa de Maqroll con cada una
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Consuelo Hernández
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354669
de las mujeres de la saga: Flor Estévez, Amparo María, Ilona, Doña Empera, Antonia y
Dora Estela, en la cual Maqroll deja ver sus limitaciones culturales propias de su época
y, simultáneamente, da una visión más avanzada de la mujer como la del autor, quien
afirmaba, no sin cierto radicalismo:
Si el hombre no aprende a escuchar a la mujer cómo ser, más allá del sonido de la voz, si no aprende
a percibirla, a abrirse completamente a lo que una mujer significa, puedo decir que ese hombre está
perdido, no está entendiendo nada, porque las mujeres tienen de veras la primera y la última palabra.
Yo no las veo fallar jamás (Mutis, 1991b).
Conversamos sobre el origen de La mansión de Araucaíma. Novela gótica de tierra caliente,
nacida de un desafío de Luis Buñuel, con quien tuvo una gran amistad. Álvaro le dijo
que iba a escribir una novela gótica en tierra caliente y Buñuel incrédulo le contestó:
“Eso no puede ser”, la novela gótica necesita el castillo, la bruma, Inglaterra, la doncella
medio loca media erótica medieval, y el carcelero. Cuándo Álvaro terminó la novela,
Buñuel quedó encantado y quería llevarla al cine, e incluso avanzó en el proyecto, pero
luego lo interrumpió porque lo atraparon sus brillantes temas: El discreto encanto de la
burguesía, El fantasma de la libertad, Ese oscuro objeto del deseo. No obstante, La mansión
de Araucaíma fue llevada al cine en 1986 por Carlos Mayolo. Por cierto, una tarde nos
sentamos a mirarla en su casa con Carmen, su esposa, y observamos que la película no
hace justicia a la fuerza avasalladora y al mundo de excesos del texto; le falta cohesión
y la densidad psicológica de los personajes de la novela.
Los días en Madrid pasaron veloces; en la Residencia de Estudiantes, donde nos
hospedábamos, coincidimos con algunos de sus amigos, Augusto Monterroso y Bárbara
Jacobs. Al retornar a su casa, después del homenaje en Madrid, me envió por correo el
prólogo para el libro sobre su obra con el título “Sísifo en tierra caliente”. De allí en
adelante la comunicación fue telefónica, por fax o por correo. La última vez que lo llamé
fue unos meses antes de su muerte, aún estaba bien, él mismo contestó al teléfono y pude
excusarme, pues condiciones de salud me impidieron aceptar la invitación que me hacía
la Universidad de Puebla para homenajearlo en sus 90 años. Después de unos minutos
de conversación, con tristeza me di cuenta de que la lucidez y su envidiable memoria lo
estaban abandonando. Unos meses después moriría en México en septiembre 22 del 2013.
Álvaro me dejó enseñanzas únicas: la necesidad de un principio trascendente como
guía, la aceptación sin juicios morales de la realidad cambiante, la fe en la superioridad
incontrolable de la vida, la disponibilidad para gozar de ella en todas sus manifestaciones,
185Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354669
Recordando a Álvaro Mutis en el centenario de su natalicio
la honestidad en la escritura y la sinceridad que nace de la sabiduría y la experiencia.
Atesoro su espléndida generosidad, su habilidad para separar el trigo de la paja, su
simpatía, su carácter festivo y acogedor, su magnetismo y el desapego por lo material y
por el dinero en especial.
Me quedan las valiosas horas de audios que reúnen buena parte de nuestros en-
cuentros y que hoy empiezo a transcribir y a compartir con ustedes para celebrar el
centenario de su nacimiento. Álvaro Mutis y su obra siempre tendrán un lugar en el
corazón de su familia, sus amigos y sus lectores, y un puesto privilegiado en la poesía
mundial para la posteridad.
Referencias bibliográficas
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