189Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.355845
Editores: Paula Andrea Marín Colorado,
Christian Benavides Martínez
Recibido: 20.12.2023
Aprobado: 22.01.2024
Publicado: 31.01.2024
Copyright: ©2024 Estudios de Literatura Colombiana.
Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los
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No comercial – Compartir igual 4.0 Internacional
* Cómo citar esta entrevista: Valencia, M.
(2024). ¿Ustedes sabían que Albalú era es-
critora? Estudios de Literatura Colombiana
54, pp. 189-202.
DOI:
1
margarita.valencia@caroycuervo.gov.co
Instituto Caro y Cuervo, Colombia
https://doi.org/10.17533/udea.
elc.355845
*
¿U stedes sabían qUe albalú era
escritora?
Did you Know Albalú was a Writer?
Margarita Valencia
Nos encontramos cerca del barrio El Lago de Bogotá,
en un apartamento austero que pertenece a una prima
lejana, “una hermana pequeña, adorada y comprome-
tida con mi destino”. Los meses más violentos de la
pandemia quedaron atrás, y todos estamos un poco
eufóricos, quizás inconscientemente pendientes de
que los reajustes en el mundo se aplaquen y descu-
bramos que todo está un poco peor. Albalucía ha
comprado pasteles para esta reunión, y prepara café.1
Desde el comienzo, marca el tono de la conversa-
ción: “Me vienen a hacer homenajes a estas alturas,
cuando ya para qué”. Se refiere a su presencia en la
feria del libro de Bogotá que acaba de pasar, al gentío
que vino a escucharla. No hay necesidad del alarde
de modestia que el mundo de la literatura parece
exigir de las mujeres cuando por fin decide admitir
su existencia. Nadie más calificado para identificar
los artilugios de los que se sirve el campo literario
para silenciar una voz incómoda; de los que se ha
1 En este texto recojo la conversación sostenida con Albalucía
Ángel (Pereira, 7 de septiembre de 1939) a mediados de 2021
en Bogotá. Lo complementé con apartes de la conversación que
tuvo lugar en el auditorio parque Explora en 2019, durante la
fiesta del libro de Medellín (spoti.fi/3Ecg7Ea). También encon-
tré información invaluable en la entrevista de Magdalena García
Pinto en el libro Women Writers of Latin America (University of
Texas Press, 1991) y en la entrevista que Alejandra Jaramillo pu-
blicó en El Espectador a raíz de la reedición de Estaba la pájara
pinta sentada en el verde limón en Ediciones B en 2015.
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servido para silenciar las voces femeninas. No hay necesidad de dar las gracias y hacer
una venia. Pero hay algo que la conmueve: la presencia de los lectores más jóvenes en
sus actos: “Agradezco todos estos años que me ignoraron porque sí le estoy dando a
todos esos jóvenes... Sí cumplí”.
Estas invitaciones recientes a ferias de gran tamaño le han dado por primera vez ac-
ceso al público masivo. La emociona, pero no la impresiona. Esta es la segunda vez que la
entrevisto y en ambas ocasiones Albalucía habla de sus lectores uno por uno (“I don’t know
who my public is”, confesó en 1988 [García Pinto 62]), como si tuviera la lista en la cabeza
de los pocos que a lo largo de su vida la han acompañado, la han leído, la han alentado.
El mundo literario colombiano, tan profundamente conservador, la ha rechazado
siempre, y ella es, no puede ser otra cosa, una peleadora, una contestataria que sabe que
no hay más de dos o tres sillas disponibles en el escenario: “Este boom de las mujeres
me parece muy interesante”, afirma. Ella sabe qué quiere decir eso exactamente en
términos de mercado editorial, porque empezó a escribir en la época del boom: “Pasó
un cometa y nos tapó a todos y ahora el boom de las mujeres también”. El cometa al
que se refiere, por supuesto, es García Márquez: “Nadie puede sobrevivir a un cometa”.
Así que no se deja impresionar con la bulla alrededor de la escritura femenina, “un
boom de mujeres que está tapando las nubes”. Tiene claro cómo funciona la industria
editorial y no tiene problema en decirlo: “Me invitó Random House [a FilBo], y eso me
pareció maravilloso, porque yo les estaba vendiendo libros, la ganancia era para ellos,
a mí no me pagaban”.
Se burla, por ejemplo, de una lectora que afirma que prefiere a Marvel Moreno sobre
ella, confirmando así que no hay espacio para dos en este pequeñísimo firmamento:
Alejandra Jaramillo me estaba manejando la vida literaria. Es una mujer que tiene
fuerza. En Medellín... la vi hablando con una mujer, diciéndole “Albalucía hizo ciencia
ficción, hizo policiaca”, y la señora la interrumpe, le responde “Sí, sí, sí. Yo sé que usted
quiere mucho a Albalucía, pero Marvel hizo, Marvel esto y Marvel lo otro”.
Vuelve sobre el tema de la industria editorial y las mujeres, del campo literario y las
mujeres, de la sociedad y las mujeres:
Es muy importante que desde pequeña te digan que eres loca, pero en mi pueblo eso no
importaba porque todos nos decíamos “qué hubo, loco”. ¿Qué quiere decir loco cuando
uno tiene quince o veinte, o cuando uno se gana un premio nacional de literatura?
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Esa desacralización de las mujeres que nos califica como locas y brujas sigue en boga,
porque volvemos a agarrar vuelo. Ya de eso hemos dicho bastante, que éramos las he-
tairas, que antes antes eran las sibilas, mujeres que dirigían el mundo… Estoy leyendo
una obra en la se habla de una mujer que no pudieron callar, pero intentaron, mucho
y muy largamente.
[…] En 2016 fui a Cali y me encontré a un hombre que fue jurado del premio Vivencias
cuando premiaron Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón. Me le acerco
y le digo: “Sigo más loca que antes”.
¿De vuelta del silencio?
La carrera literaria de Albalucía Ángel es un ejemplo tan perfecto de la resistencia
institucional a la literatura escrita por mujeres, que a veces temo que su trayectoria,
su recorrido vital, opaque la importancia de su obra: es el último y más perfecto de los
artilugios (“Claro que sé quién es”, me responde hace unos días un coetáneo de ella,
también escritor. Lo piensa bien y cierra la oración con humildad: “La he leído, pero
no entiendo bien lo que escribe”).
“Hay un fervor con mis obras antiguas que no hay con las nuevas”, dice, con razón.
La circulación de su obra sigue siendo muy restringida. En la colección de mujeres publi-
cada en 2020 por el Ministerio de Cultura, se incluyó Dos veces Alicia. Eafit, la Universidad
Nacional y la Universidad de los Andes se reunieron para publicar Girasoles en invierno
en 2016 y la Alcaldía de Pereira hizo en 2019 una edición institucional de toda su obra
publicada hasta ese momento. La Universidad de Antioquia publicó en 2022 dos obras
suyas inéditas: Diálogos con un cuaderno anaranjado y De vuelta del silencio. Conversaciones con
escritoras de América Latina. Para realizar esas entrevistas, Albalucía entrevistó entre 1984
y 1986 a escritoras de doce países desperdigadas por todo el mundo. “Jamás pensé que a
nadie se le ocurriera rechazar un documento semejante”, escribe en el prefacio de esta
edición, la primera. El mundo editorial sigue haciendo grandes esfuerzos por ignorarla:
hay 30 libros sin publicar, dice. Circula, a trancazos, su obra más conocida: La pájara pinta.
Salida de Pereira
Albalucía Ángel salió de Pereira rumbo a la Universidad de Los Andes de Bogotá, don-
de fue alumna de Marta Traba (cuyo trabajo admiraba porque había seguido minuto a
minuto los cursos por televisión que aquella había ofrecido unos años antes).
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Era un contrapunteo en el que yo sabía tantas cositas tontas que los alumnos se reían
mucho y a cada rato. Un día ella me dijo que dejara de corregirla. La gente cayó mucho
en eso de que a Marta Traba la única que le ponía un punto era yo. Eso terminó como
tenía que terminar: uno tiene que mentar la madre.
Su padre la obligó a regresar a Pereira, y allí se quedó trabajando hasta que cumplió
la mayoría de edad y pudo volver a Bogotá. Allí, “Marta me enseñó a desarrollar mi
capacidad intelectual, cómo administrarla y manejarla para mi propio beneficio… Marta
era tenaz y yo me convertí en parte de su tenacidad” (García Pinto, 1991, pp. 57-58).
Marta Traba fue una conexión fundamental en su vida: gracias a ella (o siguiendo su
ejemplo y su voluntad), dedicó varios años de su vida a escribir crítica de arte; y ella la
puso en contacto con otras personas que seguirían formando parte de su red personal
y profesional, como Luis Caballero y su padre, Eduardo Caballero Calderón:
(Jorge) Zalamea era su suegro, adoraba a Marta, y Luis (Caballero) era el mejor alumno
de Marta. Ella llegó a París con Jorge, venían de Cuba e iban para Rusia. Jorge se acababa
de ganar el premio Lenin de la Paz (1968) y murió muy poco después. Ella llegó a mi casa.
El baño quedaba afuera y hacía un frio espantoso. Luis contactó a Marta y nos invitó.
Helena Araújo, Gloria Martínez y Beatriz y Lucila González también llegaron a su vida
a través de Marta Traba y de la Universidad de Los Andes: “Marta las invitó a Estados
Unidos. Yo llegué con ellas”. Su relación con Marta es compleja y no acaba en los
mejores términos. Sus desencuentros tienen que ver con las decisiones profesionales
de Albalucía: “Usted no es escritora, usted es la mejor crítica y eso lo dice Alberto
Zalamea”, le dijo. En 1966, en uno de sus últimos encuentros, Marta había ganado ha-
cía poco el premio Casa de las Américas con Las ceremonias del verano, del cual fueron
jurados Augusto Roa Bastos y Juan García Ponce.
Yo me desperté tarde porque cantaba en las noches y ella está hojeando Los girasoles.
“Esto es una porquería”, dice. ”Usted no sabe escribir. Esto es un lenguaje nadaísta
horrendo”.
Europa
Esa novela, su primera novela —Girasoles en invierno—, fue finalista en el premio Esso.
Empezó a escribirla en París, en momentos en que se ganaba la vida con una guitarra.
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Llegué el 3 de marzo del sesenta y cuatro en un barco a Europa. Estoy cantando con
una chica muy linda que es Elsita Baeza. Un día me dice, “Tú eres la hija que mi padre
debería haber tenido” y fuimos a ver al padre, que era Alberto Baeza Flórez. Fíjate que
acabo de enterarme en Wikipedia de lo relevante que era en Cuba este chileno.
En una maquinita de escribir me pongo a hacer lo de Picasso para mandar para acá,
y Baeza me dice: “Esto es una muy buena crítica de Picasso, pero tú eres escritora”.
Entonces Elsa Baeza es la culpable de haberme hecho encontrar con el hombre que sí
creyó en mí y que me dijo: “Aquí me trae la novela”.
Sus recuerdos de Baeza están llenos de afecto:
Yo le llevaba la cuartillita a Baeza y nos sentábamos en cajas de Coca-Cola y Elsita
Pacheco, la mujer de Baeza, tenía una cebollita, tres cositas de aquí, y con eso hacíamos
una sopa y nos manteníamos, no se sabía quién era más pobre. Cuando yo les podía llevar
algo lo hacía. Éramos en esta felicidad, Baeza diciéndome demasiadas cosas bellas y yo
le decía: ponte serio porque me tienes que decir lo que de verdad piensas. Él alucinaba
cuando veía esos cambios en mi novela. Se enloqueció cuando metí a Bradbury y decía:
“¡Esto es genial!”, y yo decía: es que leo a Bradbury en donde estoy esperando para
cantar; entra la gente y hago unos apuntes rápidos. Luego me siento por la mañana a
escribir y es Bradbury lo que me quedó.
A él eso le pareció excepcional, pero la gente sigue diciendo que eso no se entiende.
Otro de sus primeros lectores fue Caballero Calderón:
Ahí ya tengo un lector muy serio que es Caballero Calderón. Se acababa de ganar el
Nadal. ¿Yo por qué no le iba a mostrar a esta gente tan hermosa lo que hacía? Hay
gente que no muestra nada, pero yo no, he estado muy agradecida. No me corregía, el
comentario de Eduardo siempre era: “¿Escribiste todo de una vez?”, y yo: “¿Cómo que
todo?”. Y él: “Sí, es que esta novela es todo de una vez”.
En el último trayecto de la escritura de Los girasoles en invierno, Albalucía viaja a Aus-
tria. En Women writers, Albalucía menciona a una amiga “política muy importante”
que la defendió ante su familia cuando ella decidió viajar a Bogotá a estudiar por
primera vez. No menciona su nombre, pero probablemente se trata de Esmeralda
Arboleda, líder del movimiento sufragista en Colombia y la primera senadora en la
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historia de Colombia. Esmeralda Arboleda fue la embajadora de Colombia en Austria
entre 1967 y 1969.
En Austria estuve muy bien atendida, pude mirar Los girasoles y decir esta novela
está hecha.
Esmeralda Arboleda es además fuente de información sobre lo que está pasando en el país.
Esta excepcional madre política que fue Esmeralda hablaba con todos los políticos, se
escribían cartas y así me enteraba de todo lo que pasaba en Colombia… Sabía muchas
cosas, internas y no, que me llenaban la vida para tener más insumos de lo que estaba
pasando en esta patria.
En sus viajes con Esmeralda Arboleda por Europa, conoció a Belisario Betancur, quien
después la contactó en Madrid: “Yo te voy a apoyar porque te voy a hacer tu libro”.
El cine
Volvió a París y en 1968 viajó a Roma. Allí Carlos Álvarez, por indicación de Roberto
Triana, la invitó a un festival de cine, la Mostra Internazionale del Cinema Nuovo en
Pesaro, en la que Pino Solanas recibió el Gran Premio de la Crítica por el documental
La hora de los hornos. Gracias a esa conexión, Albalucía pudo permanecer en Roma,
trabajando para la industria del cine:
Doblé muchas películas de cowboys en Roma. Con eso gané muchísima plata; cantar
daba muy poco, pero doblar cuatro horas de películas era otra cosa. Yo doblaba a los
personajes secundarios y terciarios. No me admitieron como cameraman que porque
era para hombres. Empecé a hacer editing y me sentaba con un niño que era del otro
mundo, el hijo de Ingrid Bergman y Rossellini. Éramos los dos los que atendíamos a un
muchacho muy bueno, argentino, que nos enseñaba editing.
En ese festival de Pesaro hubo una muestra latinoamericana muy importante, de ten-
dencia socialista, que generó un rifirrafe con los habitantes del pueblo, de tendencia
mayoritariamente fascista. Los invitados latinoamericanos, Albalucía entre ellos, aca-
baron en la cárcel:
La señora Matteotti nos sacó de ahí. El partido comunista nos puso todos los abogados.
Después de tres noches en la cárcel sin haber comido nada, salimos a ver La noche de
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los hornos, la gran película de todo el festival. Bueno, fue apoteósica toda la llegada.
Salimos en todos los periódicos. En Colombia salió un titular que decía que Carlos Ál-
varez y Albalucía Ángel estuvieron en Pesaro en la cárcel. Mi papá empezó de nuevo
con que me tenía que devolver a Colombia.
Los girasoles
En 1970 finalmente regresó a Colombia con Los girasoles debajo del brazo.
Carlos Álvarez y yo nos fuimos a la calle a filmar lo que estaba pasando cuando Pastrana
le roba las elecciones a Rojas Pinilla. Roberto Triana me presenta a una muchachita que
está tirada en el suelo y lanza unas botellas gritando “¡Esto es lo que le da Colombia a
los niños!”. Esa muchachita es Cecilia Vicuña, somos amigas hasta hoy.
Belisario le había ofrecido ayuda (suponemos que tras el anuncio de que la novela había
quedado entre las finalistas del premio Esso), “pero en Tercer Mundo me cobraban
demasiada plata”.
Albalucía buscó ayuda por otro lado y consiguió publicar una edición costeada
por ella y que fue financiada por su madre. Luciano Jaramillo hizo el diseño del libro y
“Luis (Caballero) llegó a última hora con una tapa… El libro quedó divino, lo sacamos
muy barato, fueron dieciséis mil pesos. Le pedí ayuda a Belisario con la distribución…
Después de un año no habían vendido ni un solo ejemplar. Al final yo distribuía lo que
podía, lo regalaba a los amigos… Le di a Gonzalo Arango una cantidad [había conocido a
Gonzalo durante su primera estancia en Bogotá], y después, como se sabe, mi hermano
quema el resto”.
Dos veces Alicia
Se devolvió a Londres. “Allá estaba la hermana de Beatriz González, Lucila. Nos hicimos
muy amigas y fuimos a donde la señora Wilson de Dos veces Alicia. Yo le mostraba lo que
escribía a Lucila y se desbarataba a carcajadas porque estábamos viviendo lo mismo”.
En Londres no me dejan trabajar de nada. Claro, es Inglaterra. No podía cantar, pero
tenía algo de plata para sostenerme. Allá estaba Lucila. Nos hicimos muy amigas… Ella
tenía un cuarto divino y yo dormía en el muñequero de las nietas de la señora Wilson.
Ahí yo empecé Alicia porque estábamos en eso. Lucila fue testiga. También estaba la
famosa carpa que quedaba abajo y era muy divertida. La hacía Oliver, que ponía la carpa
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en el patio y yo me dormía en su cuarto. Oliver me dijo, “Escriba bien en el escritorio
mío”. La señora se dio cuenta y me sacó.
Yo compraba unas cosas en sale maravillosas y Lucila me decía, “Compre de la talla que
sea que yo se lo arreglo”. Me volví muy famosa por un vestido que tenía, eso también
sale en Dos veces.
Escribía en un parque.
Ese libro duraba y duraba y yo inventaba, porque no tenía notas. Nunca tuve un libro
de notas para ningún libro.
Tras su experiencia publicando en Colombia, resolvió recurrir a sus conocidos en Europa
a la hora de editar Dos veces Alicia:
Simplemente la mandé a Barral desde Italia. En ocho meses no me contestó y no sé por
qué voy a Barcelona, hablo con la secretaria, y me dice “Es que Carlos no la ha leído”.
Ese mismo fin de semana me llaman y me dicen que vaya a las oficinas. Carlos tuvo
un griponón, estuvo en su finca y allá la leyó. Cuando volvió me dijo, “Usted es una
escritora con mayúscula”.
Albalucía recuerda así el momento en que se supo entre sus amigos de entonces la
noticia de la publicación de su novela:
Me dieron 350 dólares de adelanto y llegué donde Gabo y no dije nada; pero al año siguiente
cuando ya me saca Carlos [Barral], yo estoy bajando con el libro y sube Mario [Vargas
Llosa]: “Hola, Albalú. ¿Cómo estás? ¿Qué haces aquí?”. Le cuento que me hicieron una
novela. Él iba donde Carlos para que le publicara su segunda novela. Esa noche vamos
donde Gabo, todavía eran muy amigos, y dice: “¿Ustedes sabían que Albalú es escritora?”.
La primera edición de Dos veces Alicia fue publicada por Barral en 1971 en Barral Edito-
res, la empresa que fundó tras su salida de Seix Barral en 1969; la segunda edición, de
Círculo de Lectores, se publicó con prólogo de Alberto Cousté:
Alberto Cousté sabe que falta un libro para el mes y llega a la mesa de redacción con un
ejemplar de Dos veces Alicia a quince días de terminar el mes. Yo aparecí con Pantaleón
y las visitadoras de Vargas Llosa en el libro del mes. A los quince días me mandan una
carta: “Señora, la felicito, vendió 28.000 ejemplares en una semana”. Después no supe más.
Aquí en Colombia no pasó nada. Solo Álvaro Bejarano lo registró.
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Estaba la pájara pinta
Es posible que La pájara pinta empezara a tomar forma en ese primer viaje de Albalucía
a Colombia con motivo de Los girasoles. En todo caso, la escritora enlaza el origen de la
novela con un accidente en el que “tuve una muerte”. Así se lo cuenta a la investigadora
y novelista Alejandra Jaramillo:
Yo me había casi muerto porque unos hombres me atacaron en Madrid y tuve una muerte, yo pasé
al otro lado de la vida y regresé. Con el milagro de regresar supe que mi compromiso era de vida o
muerte. Cada día decía, yo no me puedo morir, yo no me puedo morir, la cabeza me la habían vuelto
pedazos. Y significó un gran sacrificio físico porque yo tenía unos dolores de cabeza que se fueron
aliviando a medida que hacía la catarsis. Entonces vine a Colombia a morirme. Estaba desahuciada
prácticamente y al tiempo recogí una maleta llena de recortes de prensa […] y llegué a Madrid llena
de historias ( Jaramillo Morales, 2015, párr. 10).
Este regreso de Albalucía a Colombia coincidió con los veinticinco años de la muerte
de Gaitán:
Llego a Bogotá, me encuentro con Juan Gustavo (Cobo) y voy a las calles. Me acerco a
la plaza de Bolívar y le digo a un señor campesino de edad: “¿usted dónde estaba el 9 de
abril?”, y me pregunta: “¿Periodista o policía?”, y se me perdió. No logré que nadie en
las calles de Bogotá me respondiera. Veinticinco años después y la gente está con miedo.
Juan Gustavo me llevó a Las Ojonas, que se llamaba así un restaurante famosísimo, y
allí me encontré con Plinio. “¿Dónde estabas el 9 de abril?”, le pregunté.
Luego voy a Cali y allí hay un hombre que se llama Álvaro Bejarano, un gran periodista
que habló mucho de Dos veces Alicia, y le hice la misma pregunta.
Bejarano me contó que un policía le tira un fusil, que empiezan a gritar que el pueblo, que
no sé cuántas, me dice que sube a donde vivía su amiga Flower y ve que está empegotada
de sesos. Al bajar se encontró con una monja hecha chicharrón.
Hablo también en Cali con un tipo Barberena, muy importante. Él llevó a Camilo Torres
hasta la puerta de la selva y les dijo, “Yo hasta aquí estoy comprometido”. Me dice que su
hermano estuvo el 9 de abril en plena batalla, me cuenta cómo invadieron la Nacional,
cómo vio matar a Uriel, y Barberena dice que se quedan con las gafas de ese muchacho.
Ahí me voy para El Tiempo y está Enrique Santos, que es hijo del dueño. Le digo Enrique,
déjame entrar a El Tiempo, yo no tengo credenciales. Fotocopias, no había manera de
más. Me devolví con una maleta llena de periódicos.
Antes del accidente, tenía cuarenta páginas de un libro que era como mi autobiografía.
Eso está en La pájara pinta, vos abrís y hay un capítulo y después otro que no tiene
nada que ver. Eso era lo que yo había escrito antes del accidente.
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Vuelvo a Barcelona a terminar esto, me estoy muriendo del dolor de cabeza, vengo
a Colombia de nuevo y Gregorio Hernández me salva. Ahí recojo más datos. Dejé lo
que ya había escrito porque es muy bello ese flashback (yo siempre hago eso sin darme
cuenta, me muerdo la cola). Reescribo la primera parte para que el libro acabe en el
comienzo. Aproveché para visitar a mi tía Julia, que era la mayor de toda esa familia,
y una conversadora y bordadora fabulosa. Mi último libro se lo dedico a ella. Mi tía
empieza a hablar, empieza a contarme que mi abuelo bajó, que bajaron todos los Araque,
y entonces yo me invento a los Araque.
De regreso en Barcelona, Albalucía se dedicó a terminar el manuscrito. Alguien le habló
de un premio en Cali y ella decidió presentar su novela. Mandó una copia, pero debía
haber mandado cinco: “Ese fue el primer palo”. Un muchacho de Popayán enviado por
Esmeralda Arboleda se ofreció a llevar las copias y llegó justo a tiempo. Sabemos que Álvaro
Mutis era uno de los jurados, porque después del fallo algunos afirmaron sin fundamento
que Gabo había incidido en el resultado a través de Mutis. Albalucía menciona a Panesso
Robledo, Andrés Holguín y Danilo Cruz. Estaba Umberto Valverde. Estaba Darío Ruiz. Se
presentaron 432 personas, dice Albalucía, dos mujeres y 430 hombres. “La otra mujer era
Fanny Buitrago y me lo gané yo”. Fanny fue la finalista. Albalucía estaba en Italia, cerca del
santuario de La Verna, y allá la encontró Marta, la secretaria del consulado en Barcelona:
Me dice, “Te ganaste el premio Vivencias”. Le dije: ¿Cómo sabes? “Porque tengo los
periódicos. ¿Te los leo?”. Y empezó: “Pereirana desvirolada gana el premio”, “Cantante
de rancheras gana bienal”, “Una mujer se gana el Vivencias, dicen que es muy inteli-
gente y de muchos amigos”, y me empieza a leer el párrafo y que yo era amiga de Gabo
y le digo: ya, muchas gracias. Escribí diciendo que mi hermana iba a recoger el premio.
Es muy interesante su propia apreciación de la novela, discutida con Magdalena García
Pinto (1991) en Women Writers:
The technical aspect of this narrative was very ambitious. That’s where the writer’s spirit truly grows
within me. I think that’s when I realized that everything I had ever read would have to be put to use;
otherwise, the narrative could turn into a pamphlet. … I'm trying to formulate a very objective analysis of
a reality seen by a woman who believes she’s mature enough to attest to that moment of history (p. 66).
Los responsables del premio decidieron no publicar la novela y no hicieron nada en favor
de su difusión, así que Gloria Zea la publicó en la colección popular de la Biblioteca
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Colombiana de Cultura. La escritora volvió a Colombia unos meses después porque
su madre estaba enferma y se hizo un lanzamiento en la Biblioteca Nacional. En Cali
insistieron en organizar algún evento público, una rueda de prensa.
Llego, están los periodistas, y yo con una camisa que llamaban de panadero. Lo primero
que me pregunta un tipo es por qué no tengo brasier. Yo le digo que yo estoy muy cómoda.
¿Vos no estás cómodo? Y todo el mundo se ríe. Sin más me dicen: “¿Verdad que usted
es loca?”. Sí, pero ya me soltaron. Bueno, ¿quién da más? Otro dice “¿Verdad que usted
es drogadicta?”. Y yo le digo no, qué va, a mí me gusta es la marihuana de acá y allá
en París no hay cómo. Todas las preguntas así.
¡Oh gloria inmarcesible!
Solo un periodista, el jovencísimo Fernán Martínez, “mostró algo de respeto”. Él y Gilma
Jiménez escribieron sobre la escritora y el premio en los periódicos de Cali. Albalucía
se quedó acompañando a su madre y recuperándose de su propio accidente. Después,
empezó a recorrer Colombia, a hablar con la gente, a recoger historias como la de la
huelga de Colombina. Todas esas historias encontraron su camino hacia un libro de
cuentos, ¡Oh gloria inmarcesible!, que la escritora define como “la colita de La pájara”.
Empiezo ¡Oh, gloria inmarcesible! con un cuentico de una muchacha que va al Chocó
y el segundo es el de Colombina. Dedico esos cuentos a cada personaje porque no tengo
con qué pagarles, a Álvaro, a Roa Bastos, a todos. Maritza Uribe me dice: “Eso parece
un western recortado”, y así acabo yo el cuento. Voy donde Gloria y le digo: mi amor,
tengo unos cuenticos y eso salió rápido. No fue Colcultura, fue Gloria. Juan Gustavo
Cobo dice que eso está prohibido, que Colcultura solo puede sacar un libro por autor.
Benjamín Ángel Maya escribió en El Tiempo que se había metido la pornografía a
Colcultura. Yo estoy en Asís y me llega una carta en la que se utiliza esa palabra por
primera vez en los años setenta; Gloria me dice “No creas en el terrorismo literario”.
En 1981 se publicó la segunda edición de Estaba la pájara pinta:
En Plaza & Janés no tuve editor, estaba Ángel Jazanante, que me envió una carta
diciéndome que el libro lo iban a retirar porque no valía la pena, porque no estaba
segura la parte monetaria. Yo recibo esa carta en el ferragosto, cuando en Italia solo
hay turistas, no hay tiendas, no hay nada. Después supe que sí lo habían vendido y que
el corrector había sido el sobrino de Rojas Pinilla. El cortó la parte de María Eugenia
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Rojas. Una ironía. En ese momento, Carlos [Barral] dijo, “Hacemos La pájara pinta”.
Él tuvo un solo dibujante en toda su vida, Julio Vivas. Julio Vivas hizo la ilustración,
horrenda… Es una vergüenza, esa edición.
Barral Editores ya no funcionaba y Carlos Barral acababa de abrir una colección en
Argos Vergara, la Biblioteca del Fenice, que inauguró en diciembre de 1981 con Bryce
Echenique. “Tres libros míos salieron con Carlos en esa editorial. Aparte de La pájara
pinta publican Misiá señora (1982) y Las andariegas (1984)”.
Estaba la pájara pinta despertó el interés de la academia norteamericana desde el
comienzo, y allí fue rápidamente relacionado con el feminismo y con los incipientes
estudios de la literatura femenina:
Cuando La pájara pinta gana viene Raymond Williams de Estados Unidos, está muy
jovencito y yo estoy con una muchacha que era Fanny Buitrago. Estamos en Bogotá, él
nos hace una entrevista y pregunta en un momento dado: “¿Y los hombres?”. Raymond
sabe que yo sé del movimiento (feminista) en Inglaterra. Le dije, yo vine a salvar a
los hombres, hay que salvarlos. Fanny nunca en su vida aceptó a las mujeres. Donde
hubiera una reunión de mujeres en una universidad y se hablara de mujeres ella decía:
“No, yo estoy con los hombres”.
En Barcelona, Albalucía conoció a Ana María Moix, a Nélida Piñón, a Cristina Peri
Rossi. Así la describe Ana María Moix en Aquellos años del boom:
Vivía por toda Europa, se desplazaba con un Mini, se instalaba en un sitio que, por el camino, le ape-
teciera, y se ganaba la vida actuando. Era pequeña pero muy guapa, y cantaba canciones de Chavela
Vargas y esas cosas. Yo la conocí a través de Barral.
Los agentes
También conoció, por supuesto, a Carmen Balcells, con quien nunca tuvo buenas rela-
ciones. Su agente, Isabel Monteagudo, se quejaba de que Carmen Balcells y Mauricio
Wacquez (ex marido de Alabalucía) vetaban sus libros. Cuando Isabel se retiró, Maru de
Monserrat quedó a cargo de su obra: ella “empezó a trabajar como una reina… Isabelita
estuvo cuarenta años y no logró venderme”.
A comienzos de la década de 1980 Albalucía empezó a viajar con frecuencia a Es-
tados Unidos, en parte con la excusa de recoger entrevistas con escritoras latinoame-
ricanas. Este precioso proyecto le tomó dos años de viaje por Europa y toda América
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¿Ustedes sabían que Albalú era escritora?
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.355845
y permaneció inédito hasta el 2022: “Me proponía hablar de alevosías. De constancias.
De silencios cubiertos por el tiempo y por nieves eternas”:
Hubo un momento en el que mis novelas empezaron a circular en Europa. En Alema-
nia me publicaron… Yo estoy en Nueva York visitando a mi gran amiga María Luisa
Bastos, una mujer muy mayor y me dice: “Mira, yo tengo un amigo que es profesor, es
especialista en portugués, está enloquecido leyendo Misiá señora y te quiere conocer.
Enseña literatura portuguesa, pero se está saliendo porque quiere ser agente literario”.
Agarro un coche, nos vemos y me dice “Yo ya me estoy desprendiendo. Voy a ser agente
literario, por favor dame tu libro”. Yo le digo que sí, pasan quince años. Un día llego a
Nueva York de nuevo con todos mis libros entre la ropa. Maria Luisa llama de nuevo,
Tom Colchie aparece: “Te están buscando de nuevo, un señor que se llama Moisés Melo
de Colombia. Me pregunta si te conozco”. A los cuatro días me llama Tom y me dice
“Vendiste todos tus libros para una marca que se llama Norma”. Pasan ocho meses,
yo me quedo en Virginia, un día llamo a Tom y le digo, ¿Qué pasó con el señor Melo
y con Norma? ¿No que me habían comprado? Y me responde: “No. Te rechazaron”.
Le pido que me mande la carta de rechazo, la envía, hay una cinta en negro y la carta
dice “Estimado señor Colchie, Albalucía es una señora que no nos interesa. Ella está
en una camisa de fuerza formal en la que copia un libro del otro y no tiene sentido. No
creemos que le vaya a interesar a nadie en América Latina”.
El regreso
En su libro De vuelta del silencio, Albalucía define así la literatura de mujeres en América
Latina:
Somos una pandilla fuerte, me parece. Aunque todavía… en las librerías de América Latina o en las
bibliotecas públicas no es fácil encontrarnos, cada vez con mayor fuerza y convicción en los estudios
académicos o críticos han ido apareciendo nuestros libros (Ángel, 2022).
En 1999, la escritora llegó a Estados Unidos para quedarse, seguramente atraída por un
ambiente cada vez más interesado en la literatura femenina. Su nombre en Colombia
volvió a empezar a sonar a comienzos del siglo gracias a los esfuerzos de Betty Osorio
y Paulina Encinales en la Universidad de Los Andes, y de Alejandra Jaramillo, quien se
ha ocupado personalmente de promover la reedición de sus obras. Desde hace unos
poquitos años vive de nuevo en Colombia, donde le hacen homenajes, la invitan a to-
das las ferias, le dan un doctorado Honoris causa (en la Universidad Nacional) “por sus
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Margarita Valencia
Estudios dE LitEratura CoLombiana 54, enero-junio 2024, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.355845
aportes a la literatura del país y de América Latina”. Pero su obra más reciente, la de
los últimos veinte años, continúa inédita.
Referencias bibliográficas
Ángel, A. (2022). De vuelta del silencio. Conversaciones con escritoras de América Latina. Medellín: Editorial
Universidad de Antioquia.
Ayén, X. (2019). Aquellos años del boom: García Márquez, Vargas Llosa y el grupo de amigos que lo cambiaron todo.
Buenos Aires: Debate.
García Pinto, M. (1991). Women Writers of Latin America. Texas: University of Texas Press.
Jaramillo Morales, A. (2015). Albalucía Ángel, la pájara en vuelo. El Espectador (25 de abril). https://www.
elespectador.com/el-magazin-cultural/albalucia-angel-la-pajara-en-vuelo-article-557068/