ISSN (impreso) 0121–5167 / ISSN (en línea) 2462–8433
Artista invitada Valentina González Henao De la serie Acknowledgement Fotografía estenopeica en gelatina de plata revelada parcialmente 51 cm x 61 cm 2019 |
EDITORIAL
Germán Darío Valencia Agudelo1 (Colombia)
Deiman Cuartas Celis2 (Colombia)
1 Director revista Estudios Políticos. Economista. Especialista en Gerencia Social. Magíster en Ciencia Política. Doctor en Estudios Políticos. Coordinador de Investigación del Instituto de Estudios Políticos. Grupo Hegemonía, Guerras y Conflictos, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia UdeA. Calle 70 No. 52–21, Medellín, Colombia. Correo electrónico: german.valencia@udea.edu.co – Orcid 0000–0002–6412–6986 – Google Scholar https://scholar.google.es/citations?user=7Sm8z3MAAAAJ&hl=es
1 Editor académico revista Estudios Políticos. Economista. Filósofo. Magíster en Ciencia Política. Doctor en Ciencias Sociales con especialización en Estudios Políticos. Grupo Hegemonía, guerras y conflictos, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia UdeA. Calle 70 No. 52–21, Medellín, Colombia. Correo electrónico: deiman.cuartas@udea.edu.co – Orcid 0000–0002–3644–6501 – Google Scholar https://scholar.google.es/citations?hl=es&user=VM–KiGYAAAAJ
Cómo citar este artículo: Valencia Agudelo, Germán Darío y Cuartas Celis, Deiman. (2024). El campo de los estudios políticos. Estudios Políticos, (Universidad de Antioquia), 69. https://doi.org/10.17533/udea.espo.n69a01
Es común encontrar entre los teóricos de las ciencias sociales la idea de que el mundo del conocimiento científico lo podemos ver como un inmenso espacio parcelado de saberes en el que cada componente social ocupa un lugar. Para Pierre Bourdieu existen los campos —científico (Bourdieu, 1976), económico (Bourdieu, 2003), educativo (Bourdieu, 1980) y literario (Bourdieu, 1995), entre otros— y para Niklas Luhmann los subsistemas —religión (Luhmann, 2009), arte (Luhmann, 2005), ciencia (Luhmann, 1996) y economía (Luhmann, 2017), entre otros— (Valencia, 2010), a partir de los cuales es posible derivar estructuras de sentido que permitan discernir y explicar lo social en su complejidad y relevancia.1
En esta parcelación social la política también tiene su espacio (Bourdieu, 1981; 1992; 2000; Luhmann, 2007; 2014), uno donde los seres humanos se encuentran para establecer todo tipo de interacciones políticas: desde realizar votaciones para elegir personas a cargos de elección pública, hasta participar en movimientos sociales y acciones colectivas, en ocasiones violentas para presionar que se transforme un determinado régimen de gobierno y orden social, o para que el Estado cumpla con la realización de unos objetivos políticos, como ofertar bienes y políticas públicas, por ejemplo, para la gestión de la seguridad y el bienestar ampliamente considerados, entre otras reivindicaciones (Valencia, 2020). En este espacio abstracto de la política coexiste un conjunto de relaciones y determinaciones complejas (Marx, 1977) de las que buscan ocuparse las diversas ciencias sociales para hacer inteligible lo político y la política como un campo esencial de la experiencia humana, en tanto seres de especie.
En este sentido, la política cuenta con un lugar diferenciado y autónomo dentro de las ciencias sociales, una independencia analítica que logró conseguir sólo hasta mediados del siglo XX, en donde se le reconoce a la política el estatus de ciencia, a pesar de que desde hace siglos tenía un reconocimiento doctrinal. Precisamente, Immanuel Wallerstein (1999) presenta la dinámica histórica de cómo se dio la aparición y diferenciación de la política entre las ciencias sociales, cómo ella obtuvo el reconocimiento y la institucionalización como campo de trabajo y cómo fue la historia que siguió durante varios siglos —y en especial, durante las últimas tres décadas del siglo XIX y las cinco primeras del siglo XX— para alcanzar la separación de las otras ciencias sociales y consolidar así un estatuto epistemológico como un saber autónomo de lo social con sus objetos, métodos y lenguajes (Harto de Vera, 2005).
David Easton es uno de los autores al que más se le reconocen los aportes en la constitución de la política como ciencia. Fue él quien propuso un análisis sistémico de la política (Easton, 1982; 1999), el cual consiste en ver a este saber específico como un submundo social autónomo, con sus propios problemas, lenguajes y lógica analítica; un subsistema social que —al igual que el conocimiento económico, científico, religioso o jurídico— realiza esfuerzos para mantener su independencia frente a los demás componentes sociales. Esta forma de ver la política la heredó Easton (1999, p. 17) de las ciencias naturales y biológicas. Lo que hizo el autor fue «tomar el aparato conceptual de las otras disciplinas y aplicarlo analógicamente a los datos de un campo diferente» (pp. 17–18).
Con esta propuesta analítica, Easton (1982; 1999) presenta a la política como un subsistema que, a pesar de estar abierto y en diálogo permanente con los demás subsistemas, logró conquistar su autonomía, un esquema de análisis que le permitió a otros estudiosos de la política —como Gabriel Almond y Sydney Verba (1963)— abordar variados objetos como la cultura política, el desarrollo, la democracia y el pluralismo (Bendor, Diermeier y Ting, 2003), pero también sirvió de inspiración para que un par de décadas después Luhmann (1998; 2007) construyera a finales del siglo XX un modelo teórico de sociedad, donde cada componente social tiene su subsistema diferenciado —autopoietico—, con su propio programa, lenguaje y medios de comunicación, entre ellos, el subsistema político (Luhmann, 2014).
En esta lógica de trabajo, otro de los científicos recientes que ve el mundo social como un sistema parcelado de espacios, pero interdependientes, es Pierre Bourdieu, que, como se dijo, presentó a la sociedad como un gran sistema de campos —científico, político, económico, educativo y literario, entre otros— donde cada uno tiene su dinámica de trabajo. Basado en la teoría de la economía política de Karl Marx (Bourdieu, 1984) y de la teoría de capas de Max Weber (1972, pp. 179–180) construyó un modelo del espacio social pluridimensional en el que el mundo social es reproducido como formas de capital o de poder —económico, social, cultural y simbólico— (Bourdieu, 1984), campos de luchas, de poder o de juego (Bourdieu, 1987) donde se dan tipos de prácticas sociales en la vida cotidiana, generando modelos diferenciados de percepción, pensamiento y reacción (Bourdieu, 1992).
Bourdieu concibe al espacio social, en general, como «espacios parciales» o «microcosmos relativamente autónomos» (Bourdieu y Wacquant, 1996) donde el «campo político» es uno de ellos. Este último se caracteriza por ser «un sistema de distancias entre polos» —sean estos derecha e izquierda, liberal o conservador, entre otras diferenciaciones—, un microcosmos que está intercalando «en el gran total del mundo social» (Bourdieu, 1981, p. 3). Allí se tienen productos políticos «en forma de problemas, programas, análisis, comentarios, conceptos, acciones y eventos» (Meichsne, 2007, p. 13). En él los líderes y participantes imponen hechos, temas de discusión e ideologías, «siguen una propia lógica relacionada a la autonomía del campo político y sus enjeux particulares» (Bourdieu, 2000, p. 97 citado en Meichsne, 2007, p. 13). En él, al igual que en los otros campos, hay dimensiones: capital político de popularidad y capital político autoritario delegado, entre otras.
Entre los aspectos importantes de este modelo teórico lleno de campos es que propone uno de especial interés para los estudiosos de la política. Identifica y propone uno al que denomina el campo del conocimiento científico, el cual Bourdieu (1976 citado por Misas, 2007, p. 109) lo concibe como un «sistema de relaciones objetivas entre posiciones adquiridas (en luchas anteriores), es el lugar (es decir, un espacio de juego) de una lucha competitiva que tiene por desafío específico el monopolio de la autoridad científica, inseparablemente definida como capacidad técnica y como poder social». Allí los agentes crean el espacio o el campo, en la medida que modifican su entorno y le dan estructura (Bourdieu, 2003). En él el conjunto de investigadores, estudiantes y profesores de los estudios políticos se comprometen con la producción y reproducción del conocimiento político.
Basados en esta idea de campo científico, a los estudios políticos se le puede concebir como un espacio de producción simbólica de conocimientos políticos y las redes de distribución de esos conocimientos (Misas, 2007), un campo donde se puede observar a un grupo de agentes productores del conocimiento político, provenientes de muy diversas ciencias —es un saber interdisciplinario—, inmensos en unas instituciones y con unos relacionamientos particulares, un campo del conocimiento donde los actores que lo visitan y lo habitan —investigadores, estudiantes, docentes, autores de artículos, columnistas, entre otros— luchan por darle forma y estructura a dicho campo.
En este lugar, debido a que los estudios políticos se mueven en la interdisciplinariedad, se permiten las múltiples aproximaciones a lo político y a la política.2 Allí es posible trabajar con un objeto que cambia y se transforma permanentemente de acuerdo con los intereses de las múltiples ciencias sociales, es decir, el campo de los estudios políticos se caracteriza por la heteronomía que le exige las demandas de las ciencias sociales que en diálogo permanente generan nuevas preguntas y crean nuevos objetos de la política. Situación que, aunque problemática —pues desde el punto de vista científico, como diría Luhmann (2014), los otros subsistemas sociales le generan ruido al subsistema político—, tiene la ventaja de mantener al campo político en una situación de actualidad, abierto a las demandas sociales y a las presiones de las fuerzas externas para problematizar unos temas, incluir nuevos y proponer diferentes interpretaciones a las ya existentes.
Esta apertura temática ha provocado que los estudios políticos sean un proyecto colectivo de construcción de conocimiento sobre las vicisitudes de la existencia humana en su dimensión colectiva y de la gestión de sus inherentes conflictividades con más de veinte siglos de existencia, y que haya recibido aportes a partir de diversas corrientes del pensamiento y la reflexión que en la época moderna se inscriben desde la filosofía, la historia, la economía, la sociología, la antropología, la geografía, la comunicación y la psicología, entre muchas otras subdisciplinas para el estudio de lo social. Es un campo de trabajo que se caracteriza por la hibridación teórica (Dogan, 2001), donde se recogen los aportes que realizan todas las ciencias sociales para la elucidación de la política y con ello alimentar el pluralismo teórico, aportando a los estudios políticos precisiones conceptuales y enriqueciéndolo con otras clasificaciones y elaboraciones teóricas con las que pueda explicar mejor los fenómenos políticos (Panebianco, 2007, p. 35).
Al igual que los aportes teóricos y conceptuales, también los estudios políticos se caracterizan por recibir contribuciones metodológicas muy diversas, es una dinámica de trabajo que invita a sus miembros a integrar, probar y experimentar con métodos desarrollados en otros campos del saber debido a la interdisciplinariedad que lo caracteriza, permitiéndole la convergencia de diversas perspectivas metodológicas de tipo cualitativo y cuantitativo. Algunas son metodologías llenas de la sofisticación estadística y matemática a partir de las cuales se busca explicar lo político y lo social en sus regularidades y dinámicas de interdependencia y causalidad; en tanto en las otras el interés radica en escudriñar el sentido y la relevancia de la acción política y social. Con ello se logra una flexibilidad y complementariedad para encontrar los elementos explicativos y comprensivos inherentes a los problemas políticos (Alker, 2001).
Finalmente, a los estudios políticos los caracteriza el compromiso por introducir cambios al mundo político. Sus integrantes, además de compartir el interés por interpretar el mundo, también aspiran a su transformación, a cambiar las realidades, como lo diría Karl Marx (1980). Dado que el campo de los estudios políticos está abierto a las demandas sociales y a los nuevos temas e interpretaciones interdisciplinares, es un campo que está atravesado, afortunadamente, por las tensiones y contradicciones de la sociedad que demanda la confluencia de múltiples saberes y de variadas metodologías para tratar de dar cuenta de las cuestiones litigiosas que se inscriben en lo político y lo social alrededor de la redistribución y el reconocimiento (Fraser, 2006). De esta manera, estamos ante un campo actual, como lo reconoce Bourdieu (2000, p. 173), donde prima «la fuerza de la razón argumentada» y no por una verdad impuesta por sí misma. Estamos ante un proyecto social, una construcción social, un campo del saber que busca consolidarse dando respuestas teóricas y conceptuales, pero también proponiendo cursos de acción a las necesidades más acuciantes de la existencia humana, en tanto comunidad política.
En síntesis, el campo de los estudios políticos se puede ver como un amplio espacio del conocimiento, caracterizado por tener unas fronteras abiertas, donde los científicos sociales llevan sus variados problemas. Así, en el submundo de los estudios políticos se permiten las propuestas, tanto teóricas como metodológicas —pluralismo metodológico—, al igual que los diálogos, los consensos, los progresos y la acumulación de saberes. Los estudios políticos se presentan como el espacio donde son posibles los conflictos internos (Bourdieu, 1981), buscan ser un lugar para crear nuevos conceptos, nuevos enfoques, nuevos métodos de análisis.
En contraste, el campo de la ciencia política busca su diferenciación de los estudios políticos, se presenta como un espacio donde su objetivo es construir una disciplina autónoma, con una teoría política estándar, dominante y general. Pretende, como lo afirma Bourdieu (1976, p. 20 citado por Misas, 2007), que sus actores tengan una competencia científica socialmente reconocida para que ellos mismos sean los que establezcan cuáles son las teorías, las metodologías y los problemas más adecuados para tratar la política. En sus palabras: «los dominantes son aquellos que consiguen imponer la definición de la ciencia según la cual su realización más acabada consiste en tener, ser y hacer lo que ellos tienen, son o hacen» (p. 118).
En esta lógica, han buscado seguir una dinámica de trabajo que le permita construir una cientificidad política, un campo del saber autónomo e independiente de los demás saberes sociales, propósito al que han contribuido de manera preponderante los centros de enseñanza universitaria y de investigación norteamericanos en el siglo XX, y que según Gabriel Almond (2001) es posible dividir en tres momentos o chispazos: el primero ocurrió entre la primera y segunda guerra mundial, con la migración de una gran cantidad de científicos europeos a Estados Unidos, lo cual permitió a esta academia, por un lado, enfrentar problemas que hasta el momento los estudios políticos no habían considerado y, por el otro, el uso de enfoques novedosos para esta naciente disciplina, como los avances en los modelos estadísticos, logrando, para mediados del siglo, mejoras en la metodología académica, una rigurosa acumulación de información y el refinamiento en la lógica de análisis y de la inferencia sobre los fenómenos políticos.
El segundo momento lo consiguió con la aparición y desarrollo del enfoque conductista (Goodin y Klingemann, 2001; Zolo, 2007). Siguiendo una lógica acumulativa de conocimiento, la naciente ciencia política norteamericana tomó los recursos teóricos y metodológicos desarrollados en la Universidad de Chicago y en otros centros académicos para analizar un conjunto de problemas políticos —como los procesos de modernización, la defensa de la democracia y del pluralismo— que le permitieron reconocimiento e institucionalización como disciplina científica en el periodo de posguerra. En este sentido, la teoría behaviorista le posibilitó a la política el desarrollo de nuevos métodos de análisis, como la teoría de sistemas (Easton, 1982; 1999; Bendor, Diermeier y Ting, 2003) y las investigaciones sobre cultura política (King, Keohane y Verba, 1994; Morlino, 1994; Moyado, 2016), entre otros campos de indagación.
Y finalmente, el tercer momento con el que la ciencia política logró alcanzar la autonomía y el reconocimiento pleno como disciplina fue con la introducción de la teoría de la elección racional. Este enfoque, proveniente de la economía (Arrow, 1974; Olson, 1998; Downs, 1992) y de la teoría de juegos (Riker, 1992; 1997; Riker y Ordeshook, 1968; 1973) le permitió a la política el uso de la formalización, de la cuantificación y de la comprobación empírica de enunciados e hipótesis en relación con la explicación y predicción de los fenómenos políticos.
En conclusión, aunque la ciencia política siguió en un comienzo la misma dinámica que habían tenido los estudios políticos por siglos, al recibir aportes teóricos y metodológicos de otras disciplinas para el estudio de la política —en el caso del conductismo: de la sicología y la sociología; y en el de la elección racional: de la economía y la matemática— tomó el camino de alejarse del sendero interdisciplinario y buscó convertirse en la visión dominante de la política, soportada en sus estructuras conceptuales y metodológicas empírico–analíticas y en sus pretensiones nomotéticas de explicación de lo político y social. En este sentido, los avances del conductismo y de la elección racional les permitieron a los científicos políticos norteamericanos una gran capacidad técnica y un enorme poder social o, como lo denomina Bourdieu (1976), con un gran poder simbólico, e irradiar por variados espacios académicos e institucionales a lo largo del mundo una visión hegemónica de la política en términos de instituciones, valores y prácticas sociales.
Estos desarrollos teóricos y metodológicos le permitieron a la escuela norteamericana la institucionalización de la ciencia política, de allí que comenzaron a expandirse los pregrados y posgrados en ciencia política. Una naciente disciplina que logró —al reducir sus objetos de estudio y seleccionar unas metodologías de investigación con las que se sentía a gusto por ser más objetivas y precisas— separarse de las otras ciencias sociales, presentándose como los portadores del saber científico de la política o, como plantea Thomas Kuhn (1971), produciendo una revolución científica en este campo del saber.
Pero esta dinámica de trabajo presentó un punto de inflexión en la década de 1990 (Almond, 2001; Goodin y Klingemann, 2001; Cansino, 2007). Debido a las dificultades para explicar los cambiantes fenómenos de la política, esta ciencia tuvo que permitir de nuevo el advenimiento de la interdisciplinariedad en su campo de estudio. Los trabajos de James March y Johan Olsen (1997) sobre las organizaciones y las instituciones impulsaron el arribo, nuevamente, de otras disciplinas al estudio de la política y le siguieron los aportes de los institucionalismos económico, histórico, psicológico, internacionalista, entre otros (Peters, 2003), los cuales ayudaron a revalorar viejos temas de la política y brindar actualidad a la ciencia política para explicar las transformaciones que en aquellos tiempos se estaban dando en torno al Estado, las instituciones y las organizaciones, y que eran muy difíciles de explicar desde los dos enfoques dominantes en la ciencia política, en esencia, el conductista y el de la elección racional.
De este modo, la ciencia política retornó al diálogo inicial que sostuvo con el campo de los estudios políticos, un tradicional campo interdisciplinar que mantenía, a pesar de no tener la visión «dominante» (Bourdieu, 1976), un espacio abierto para que otras visiones arribaran con sus problemas y metodologías, más allá de que las mismas tuvieran un estatuto epistemológico que las pudiera caracterizar como ciencia. Así, por ejemplo, recibía visitas permanentes de la economía política heterodoxa, como lo fueron los trabajos sobre el Estado que realizó Nicos Poulantzas (1985) —de arraigado en Francia e Italia—, de los enfoques históricos alemanes y de los estudios políticos sobre el Estado, el desarrollo y el subdesarrollo en América Latina (Lechner, 1981), entre muchos otros.
Con esto quedó claro, una vez más, lo firmes y consecuentes que han sido los estudios políticos con los principios de interdisciplinariedad, pluralismo metodológico, apertura temática y compromiso con la resolución de problemas prácticos que atañen a las comunidades políticas en sus variadas formas de organización institucional, relaciones y prácticas sociales. Así, el campo político resulta en un espacio heterogéneo, donde lo social en su complejidad y pluralidad puede tener asiento, donde es posible considerar a todas las dimensiones de la política, un campo donde se permite el diálogo y los aportes de los múltiples saberes, donde es posible la disrupción permanente, un saber que piensa la interdisciplinariedad:
Como aspecto esencial en el desarrollo del conocimiento científico, teniendo en cuenta que los compartimentos estancos de los especialistas en las disciplinas resultaban insuficientes para solucionar complejos problemas impuestos por la época que se vive. Se da el caso del surgimiento de nuevas ciencias como la bioquímica, la sociolingüística, entre otras, con un nuevo objeto de estudio (Llano et al., 2016, p. 322).
Estas características le han servido a la misma ciencia política para no perder vigencia, actualizarse y seguir acumulando teorías y metodologías —como ocurrió con los institucionalismos en la ciencia política (Peters, 2003)—, ayudando a darle a esta ciencia una suerte de «eclecticismo ordenado» (Goodin y Klingemann, 2001, p. 35); pero, en especial, les han servido a los estudios políticos para ganarse cada día más un reconocimiento o estatus entre los saberes de la política en una sociedad altamente compleja como la actual.
Este reconocimiento social y académico les ha permitido a los estudios políticos la institucionalización en los centros de pensamiento, incluso mucho antes de la difusión y consolidación de la ciencia política en varias partes del mundo. Esta apertura teórica, metodológica y programática les permitió a los estudios políticos ampliar el número de departamentos y centros de investigación dedicados al estudio de la política en regiones como América Latina. Lo que hizo el campo de los estudios políticos fue ofrecerles a las ciencias sociales su amplio espacio para discutir los problemas políticos, actualizar los marcos teóricos o crear nuevos, y usar las variadas herramientas metodológicas para atender las necesidades de sociedades que en sus dispares experiencias de constitución para sus órdenes institucionales, regímenes de gobierno y relaciones de producción requerían comprender, intervenir y proyectar cursos de acción para orientar sus búsquedas de orden y progreso en el contexto de un orden internacional complejo y asimétrico; además, para dar respuesta a las necesidades urgentes que demandaba el momento histórico —como el populismo en Argentina, el conflicto por el uso por los recursos en Chile, la constitución de procesos de ciudadanía en Bolivia y, en general, en el mundo andino, los procesos de transiciones a la democracia en buena parte de los países de la región o la guerra y el conflicto armado en Colombia— y que la ciencia política misma, con los estándares teóricos que poseía y los instrumentos teóricos y matemáticos de la teoría de la elección racional o el institucionalismo clásico, resultaban insuficientes como prismas para dar cuenta con inteligencia y creatividad de las variadas cuestiones litigiosas que estas comunidades políticas han tenido que enfrentar desde la segunda mitad del siglo XX hasta el presente.
En países como Colombia los estudios políticos comenzaron a desarrollarse en la década de 1960, mientras que la ciencia política lo hizo entrado el siglo XXI. Centros académicos como la Universidad de los Andes desde la década de 1960 y posteriormente el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri) de la Universidad Nacional de Colombia, así como el Instituto de Estudios Políticos (IEP) de la Universidad de Antioquia, entrada la década de 1980, se constituyeron en espacios para dar sentido e ir institucionalizando los saberes acumulados por las diversas ciencias sociales en torno a la política. Espacios de investigación interdisciplinar en los que las comunidades científicas han venido constituyendo un saber valioso sobre la política en realidades concretas como la latinoamericana y la colombiana a partir de procesos investigativos rigurosos.
De allí que Ana María Bejarano y María Emma Wills (2005) acepten que los estudios políticos le han permitido afrontar con éxito nuevas preocupaciones:
Movimientos sociales, sociedad civil, ciudadanía, formación de la esfera pública, descentralización, proceso constituyente, reforma del Estado, diseño institucional, resolución pacífica de conflictos y justicia transicional. Incluso los temas más tradicionales se abordan ahora desde una óptica distinta, nuevos marcos teóricos, distintas metodologías [...]. Por otra parte, las rígidas fronteras disciplinares se diluyen para dar un renovado impulso a investigaciones más interdisciplinarias, que combinan preocupaciones de la sociología, la antropología o la psicología política (p. 119).
Se trata de un campo de estudios políticos donde es común encontrar investigaciones desde los clásicos trabajos sobre partidos o el Estado, el cual realiza la sociología política, hasta los nuevos temas que aparecen y se posicionan, como los feminismos, las subjetividades políticas y los saberes ancestrales, por solo mencionar algunos ejemplos. En este sentido, los estudios políticos no rechazan, no limitan, no cierran caminos, sino que abren senderos para ofrecer un campo de trabajo donde es posible la polifonía conceptual y metodológica que expanda los horizontes de comprensión e intelección sobre lo político en las sociedades modernas y las vicisitudes que las acompañan en sus lógicas de constitución de sus órdenes políticos e institucionales en el marco de Estados de derecho, división de poderes, regímenes representativos y garantía a los derechos humanos. Un campo científico donde «coexisten fragmentos de las distintas ciencias sociales en las que confluye la pregunta común por la configuración de los procesos políticos» (Restrepo, Tabares y Hurtado, 2013, p. 20).
Son saberes construidos interdisciplinariamente y que vienen siendo ofrecidos por los centros de pensamiento en estudios políticos con programas de diplomado, maestría o doctorado3 (Fortou, Leyva, Preciado y Ramírez, 2013; Nohlen, 2006), al igual que usando artefactos para la difusión del conocimiento como revistas, boletines, libros y demás proyectos editoriales. Este es el caso de las revistas Análisis Político del IEPRI de la Universidad Nacional de Colombia, fundada en 1987, y de Estudios Políticos del IEP de la Universidad de Antioquia, fundada en 1991 (Valencia y Cuartas, 2023), incluso de la revista Estudios Políticos de la Universidad Nacional Autónoma de México, fundada en 1975, o la Revista de Estudios Políticos del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales de España, creada a inicios el siglo XX. Todas estas revistas publican textos cuya característica es la variedad temática y las contribuciones interdisciplinarias a la política, tarea que permite recoger las nuevas aportaciones y ampliar permanentemente el campo de los estudios políticos.
Esta institucionalización de los estudios políticos, tanto en centros de investigación, como de docencia y publicaciones, han permitido que se aprecie la riqueza temática de este campo del saber. Sirven para fotografiar las diversas formas de hacer investigación sobre la política y difundir la masa crítica de conocimientos acumulados a lo largo de las décadas. Apertura, flexibilidad y reconocimiento de saberes que le han servido también para ganarse el reconocimiento de otras disciplinas como espacio idóneo para la discusión sobre la política y lo político. En palabras de Mattei Dogan (2001), un campo del saber donde las fronteras de la disciplina son más o menos abiertas y móviles, y en su proceso de especialización e institucionalización ha experimentado «una fragmentación creciente en subcampos que no son “amorfos” sino, más bien, organizados y creativos» (p. 150). Es una hibridación donde se combinan segmentos de las disciplinas, de especialidades, y no la articulación y concurso de disciplinas enteras.
En definitiva, se trata de un campo del conocimiento en el que se viene configurando una red de conocimiento internacional —al recibir aportes de las diversas disciplinas de todo el mundo—, un lugar donde es posible la construcción permanente de agendas de investigación, de nuevas epistemologías y el uso de metodologías —cuantitativa–cualitativa–mixta, empírica–teórica, descriptiva–analítica–explicativa–interpretativa, estudios de caso, y análisis comparados y de redes— asociadas al problema que se desea comprender o transformar. Es un extenso y productivo campo donde es posible la fertilización cruzada, el trabajo colaborativo y los aprendizajes colectivos (Dogan, 2001, p. 150; Ostrom, Poteete, y Janssen, 2012, pp. 28–33), un lugar que permite la reconfiguración de la política, la aparición y adaptación de nuevos conceptos, categorías y teorías, el aprovechamiento de metodologías y la inclusión permanente de temáticas —como las transiciones y los contextos transicionales, los procesos migratorios contemporáneos, tanto internos como transfronterizos o transnacionales, o las políticas públicas territoriales, entre muchas otras temáticas y cuestiones litigiosas— que le dan actualidad y que auguran su permeancia como campo del saber interdisciplinario en torno a la política y lo político.
Notas
1 Hacer inteligible el mundo humano en sus vicisitudes ha sido una labor casi tan antigua como lo humano mismo (Gordon, 1995; Sagan, 2000). Dotar de sentidos a las prácticas y sistemas de representación con los cuales lo humano busca regular la existencia, en tanto Zoon Politikón, hunde también sus raíces en los cauces del tiempo. No obstante, en la Modernidad, con la constitución de un sujeto racional, un cogito que es al mismo tiempo un ser viviente, de lenguaje y que produce riqueza (Foucault, 1991), es que comienza una analítica de la finitud que se viene enunciando como ciencias sociales.
2 Esta distinción alude, en general, a buscar comprender que las lógicas de interacción y constitución de un determinado orden social y político en los grupos humanos se inscribe en un registro, por un lado, ontológico y simbólico que comporta una suerte de lucha por el reconocimiento y el poder que se torna «instituyente» e «irresoluble», abriendo un campo de posibilidades para la gestión de la insociable sociabilidad humana; a esto se le suele denominar «lo político». Entre tanto, la gestión del orden social y político derivada de un determinado «reparto de lo sensible» que se cristaliza en instituciones, normas, prácticas y significantes con los cuales los grupos humanos construyen el mundo de la vida e «instituyen» determinadas formas de coexistencia humana, por lo general, se denomina «la política». Para una discusión más amplia sobre dicha distinción se puede revisar con provecho a Carl Schmitt (1984), Claude Lefort (1991), Oliver Marchart (2009), Chantal Mouffe (2007), entre otros.
3 En América Latina son más de sesenta programas de maestría registrados como estudios políticos, y en Colombia, según el Sistema Nacional de Información para la Educación Superior (SNIES), seis (Instituto de Estudios Políticos, 2024, p. 8).
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