ISSN (impreso) 0121–5167 / ISSN (en línea) 2462–8433
SECCIÓN GENERAL
Cristina Carreño Aguirre1 (Colombia)
1 Nutricionista Dietista. Magíster en Desarrollo Humano. Escuela de Nutrición y Dietética, Universidad de Antioquia UdeA. Calle 70 No. 52–21, Medellín, Colombia. Correo electrónico: cristina.carreno@udea.edu.co – Orcid 0000–0003–1527–4162 – Google Scholar https://scholar.google.com/citations?hl=es&user=KbZL0X8AAAAJ
Fecha de recepción: agosto de 2024
Fecha de aprobación: marzo de 2025
Cómo citar este artículo: Carreño Aguirre, Cristina. (2025). Los sujetos populares y políticas prefigurativas. Perspectivas críticas en alimentación y nutrición desde América Latina (1990–2024). Estudios Políticos (Universidad de Antioquia), 73. https://doi.org/10.17533/udea.espo.n73a06
Resumen
En medio de la sindemia global y la inercia de las políticas públicas alimentarias y nutricionales emergen iniciativas colectivas que disputan el orden alimentario dominante a partir de perspectivas contrahegemónicas. A partir de una revisión narrativa crítica sobre las políticas prefigurativas impulsadas por sujetos populares en el campo alimentario y nutricional en América Latina (1990–2024) se identifican los fundamentos teóricos de la prefiguración política, sus expresiones históricas en lo alimentario y su potencial transformador frente a las limitaciones de las políticas públicas convencionales. Se concluye que, si bien estas apuestas aún enfrentan tensiones de legitimidad e implementación, configuran formas emergentes de política pública desde abajo que contribuyen a la democratización de los sistemas alimentarios y al surgimiento de nuevos órdenes civilizatorios.
Palabras clave: Políticas Públicas; Políticas Prefigurativas; Sujetos Populares; Soberanía Alimentaria; América Latina.
Abstract
In the context of the global syndemic and the inertia of public food and nutrition policies, collective initiatives are emerging that challenge the dominant food order from counter–hegemonic perspectives. Based on a critical narrative review of prefigurative policies driven by popular subjects in the food and nutrition field in Latin America (1990–2024), this study identifies the theoretical foundations of political prefiguration, its historical expressions in food systems, and its transformative potential in the face of the limitations of conventional public policies. It concludes that, although these initiatives still face tensions regarding legitimacy and implementation, they constitute emerging forms of bottom–up public policy that contribute to the democratization of food systems and the emergence of new civilizational orders.
Keywords: Public Policies; Prefigurative Policies; Popular Subjects; Food Sovereignty; Latin America.
Introducción
Las políticas públicas alimentarias y nutricionales (PPAYN) atraviesan una inercia política, es decir, una gobernanza y liderazgos inadecuados que no han logrado solucionar los problemas. Esta inercia ha sido puesta en evidencia en la denominada sindemia global, donde prevalecen de forma conjunta tres pandemias que incluyen la desnutrición, la obesidad y el cambio climático. Este último es hoy considerado como un fenómeno que puede agravar enormemente la situación alimentaria y nutricional, y la vida en el planeta a corto y largo plazo (Swinburn et al., 2019). Ciertamente, este escenario ha recrudecido la crisis alimentaria, pues durante las últimas dos décadas se evidencia una desaceleración en los avances en la reducción de problemas como el hambre y la desnutrición, sobre todo, en los países de ingresos bajos y medianos, en simultáneo con el rápido aumento del sobrepeso y la obesidad en todo el mundo (FAO et al., 2023; IFPRI, 2024).
Este panorama pone de frente muchos desafíos para las PPAYN, dentro de los cuales se encuentran lograr acciones coordinadas y sostenidas de muchos sectores, lograr una decidida voluntad política y social, movilizar diversas capacidades y recursos, e incluso abordar los desequilibrios de poder en los sistemas alimentarios y entre sus actores (Swinburn et al., 2019). Asimismo, desde diversas instancias como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI), el Panel Global sobre Agricultura, Nutrición y Sistemas Alimentarios, entre otros, se menciona insistentemente que la magnitud de los problemas actuales requiere virar la mirada para la búsqueda de soluciones hacia las acciones colectivas y comunitarias. Esta necesidad, sumada a la trayectoria de las dinámicas en el campo alimentario y nutricional, demuestran que es de gran interés reflexionar de forma crítica sobre nuevas formas de entender los problemas y plantear las soluciones, más aún en un contexto en donde también las personas están encontrando nuevas maneras de movilizarse y organizarse, lo cual es todavía escasamente estudiado. En esta línea se circunscriben apuestas como las que lideran los sujetos populares, cuyas visiones alrededor de lo alimentario suman a la construcción de futuros más alentadores a partir de enfoques o marcos orientadores de políticas prefigurativas en este campo.
Por lo anterior, este artículo de revisión tiene el objetivo de analizar críticamente la situación actual de los enfoques de políticas prefigurativas en el campo alimentario y nutricional impulsados por sujetos populares, especialmente en América Latina, destacando sus fundamentos teóricos, sus expresiones históricas y su potencial transformador frente a las limitaciones de las políticas públicas convencionales en el contexto de la sindemia global.
1. Marco teórico
Aunque se reconoce que las prácticas populares o prefigurativas son más antiguas que su concepto, el término de política prefigurativa empieza a ser usado en la década de 1970 por el estadounidense Carl Boggs y en la década de 1980 por Wini Breines, ligado en sus inicios a algunas corrientes del socialismo. En la actualidad es un concepto que es debatido tanto por académicos como por activistas, entre los cuales se pueden encontrar simpatizantes como detractores. Se propone como una noción que puede ayudar a comprender mejor las apuestas novedosas de otros actores que difieren de las tradicionales lideradas por el Estado, encarnando desde el presente las prácticas, relaciones y horizontes deseados para el futuro (Raekstad y Gradin Saio, 2020; Törnberg, 2021; Yates, 2015).
De acuerdo con Paul Raekstad y Sofa Gradin Saio (2020), la prefiguración implica un rechazo explícito a las formas jerárquicas, burocráticas o autoritarias del poder, proponiendo en su lugar dinámicas organizativas basadas en la horizontalidad, la autonomía colectiva y la construcción directa de alternativas. Estos autores señalan, además, que la política prefigurativa no es solamente una estrategia de cambio social, sino una forma diferente de concebir el ejercicio político en sí mismo. Desde esta perspectiva, los sujetos no son únicamente portadores de demandas con una subjetividad subvalorada, sino constructores activos de instituciones, valores y prácticas alternas en el presente que figuran una visión compartida de futuro.
Al respecto, Hernán Ouviña (2014) afirma que las políticas prefigurativas no buscan únicamente influir en el aparato estatal, sino crear espacios y prácticas autónomas que disputan la hegemonía de las instituciones formales. Por lo anterior, estas políticas se constituyen en apuestas que se inscriben dentro de una tradición emancipadora, la cual ha sido profundamente influenciada por el pensamiento crítico latinoamericano y los movimientos anticoloniales, feministas y ecosociales. En esta línea, las políticas pregurativas se han construido epistemológicamente desde la tradición crítica del marxismo con Antonio Gramsci,1 Lelio Basso,2 Cornelius Castoriadis y Karl Marx, entre otros; autores del pensamiento crítico latinoamericano con contribuciones sobre los movimientos antisistémicos como una nueva naturaleza de los movimientos sociales —Raúl Zibechi y Michael Hardt—, los movimientos populares o emancipatorios —Claudia Korol y Ana Ceseña—, movimientos societales —Luis Tapia y Álvaro García— o movimientos emancipatorios y sociopolíticos —Massimo Modonesi— (Ouviña, 2013; 2014), y también incorporan perspectivas de movimientos anticoloniales y feministas (Raekstad y Gradin Saio, 2020). Por lo anterior, la prefiguración otorga centralidad a los medios ético–políticos mediante los cuales dicho cambio se construye, confiriendo al sujeto que lo impulsa un papel significativo como agente transformador del presente.
Es por esto que en las políticas prefigurativas emergen los sujetos populares como un ingrediente fundamental, pues son actores colectivos que actúan instalando en contrapeso sus demandas y reivindicaciones en la agenda pública, incidiendo en el Estado y sus instituciones, pero sin subsumirse o integrarse a estas estructuras (Ouviña, 2014).
En la literatura es complejo encontrar una acepción unánime sobre lo popular, los movimientos o los sujetos populares pues, como afirma Rodrigo Baño (2004), suelen ser conceptos sobrentendidos, polisémicos y abordados con confusiones persistentes. De acuerdo con Leopoldo Múnera Ruiz (1993), los movimientos populares surgen de los procesos históricos de lucha de los sectores subalternos,3 configurando una praxis política que excede la mera resistencia, construyendo poder propio y organización desde abajo, por lo cual los define como «las acciones colectivas e individuales de las clases populares, dirigidas a buscar el control o la orientación de campos sociales en conflicto con las clases y los sectores dominantes» (p. 71). Cuando el autor habla de clases populares se refiere a aquellas que experimentan tanto la explotación como la dominación cultural y política.
Baño (2004) identifica en la literatura dos posturas o enfoques para definir el concepto de sector popular. El primero lo describe como un grupo poblacional que se encuentra en condiciones de subordinación o con acceso limitado a los beneficios sociales, por ejemplo, las situaciones como el padecimiento de hambre. El segundo lo conceptualiza como una categoría social caracterizada por la dominación y marginación dentro de una sociedad específica, frecuentemente percibida como un obstáculo para las estructuras de poder establecidas. En este contexto, la estructura social dominante, ya sea de forma consciente o inconsciente, establece relaciones sociales que favorecen a un grupo predominante en detrimento de los sectores marginados. Enfatiza que los sectores populares son aquellos que «conforman sujetos sociales definidos en relación con otros sujetos sociales» (p. 40), cuya característica principal es la condición de dominación, evidenciando la tensión entre el proyecto dominante en una sociedad determinada y un proyecto alternativo. Es así como el autor, en su reflexión sociohistórica, afirma que el sujeto popular debería ser comprendido como sujeto social, pero muy especialmente como sujeto político.
Paulo Freire (2005), por su parte, desarrolla una concepción profunda y transformadora del sujeto popular, entendiéndolo como el protagonista central en la lucha por la liberación y la transformación social. Este sujeto, lejos de ser un receptor pasivo de saberes, es interpelado como coconstructor del conocimiento que promueve la problematización de la realidad. Así, el autor incluye otros elementos del sujeto popular en asociación con lo que denomina la cultura del silencio impuesta por estructuras de dominación, reconociendo en este sujeto la capacidad de romper esta estructura, nombrar el mundo y participar activamente en su transformación, legitimando los saberes populares, pero a su vez propiciando el surgimiento de una nueva racionalidad política, orientada hacia la emancipación colectiva.
Es así como en la política prefigurativa el sujeto popular no es simplemente un actor movilizado, sino una figura colectiva que crea mundo, orden y horizonte desde su experiencia histórica de exclusión y lucha (Múnera, 1993), por lo que no se puede comprender como una categoría social inerte, es decir, sólo como un «objeto de» o un «objeto para». Por el contrario, el sujeto popular tiene un actuar colectivo con posturas y acciones en un proceso social, en el cual incluso es un sujeto político. Esta connotación pone de relieve que los sujetos populares, tienen sus propios repertorios de vida que generan tensión con el orden ya establecido, pues su proyecto o comprensión del orden social es diferente, y es justo allí, alrededor de esas comprensiones divergentes, valores compartidos y voluntades colectivas, donde se asienta su esencia política que disputa y lucha por una sustancial transformación social (Baño, 2004; Múnera, 1993; Ouviña, 2014).
Lo anterior es especialmente relevante frente a las agendas políticas en alimentación y nutrición pues, como bien analiza Erik Holt–Giménez y Raj Patel (2010), el sujeto popular no es una víctima pasiva sino un actor central en la disputa, la cual se desarrolla en un contexto específico de las políticas. Sobre este contexto, muchas veces ignorado o asumido como inexplicable, se debe reconocer que contiene diversos elementos como lo socioeconómico, lo institucional, temas políticos y organizacionales, e incluso el contexto conceptual (Rosas, 2015). Como bien afirma Jarumy Rosas Arellano (2015), es necesario definir el contexto para analizar las políticas, en particular, las prefigurativas, como elemento para conocer sus expresiones históricas y su potencial transformador, en las cuales se reflejan tensiones persistentes en respuesta a cambios en los elementos que lo componen, cuestionando el orden alimentario dominante devenido de un sistema agroindustrial hegemónico.
Es así que para las políticas prefigurativas en alimentación y nutrición el contexto incluye los cambios en los modelos de desarrollo, los cuales han pasado del desarrollismo —en el que se consideró lo alimentario como una inversión en medio de una institucionalidad muy incipiente— hasta el neoliberalismo,4 el cual se instauró fuertemente en Latinoamérica desde 1980, y cuyas lógicas apartaron al Estado de sus funciones tradicionales en la política social y apuntaron a la apertura sin precedentes de los mercados alimentarios en el mundo con repercusiones en los sistemas alimentarios y los patrones de consumo de alimentos, cuyos cambios se acrecentaron también con la revolución verde. Así, entre los efectos no deseables en lo que se refiere a las PPAYN se menciona su moldeamiento funcional para el asistencialismo y la focalización, la ineficacia para revertir los problemas alimentarios y nutricionales de las poblaciones y la no regulación de la industrialización de los sistemas alimentarios, lo cual también ha tenido consecuencias en la equidad social, el medio ambiente y el planeta, tal como lo evidencia la sindemia global (Mancilla, Álvarez y Pérez, 2016; Swinburn et al., 2019; Zamorano, 2019).
Más recientemente, como retoma Mariano Féliz (2015), se da un neodesarrollismo5 que, pese a que de cara al descontento social retoma el rol del Estado, el modelo en sí mismo no logra revertir la tendencia economicista, en la cual persiste la crisis alimentaria y la ineficacia de las PPAYN. Frente a esta situación, el sujeto popular ha tomado mayor relevancia y, en el campo alimentario, sujetos como los campesinos, pueblos indígenas, mujeres rurales, trabajadores agrícolas, agricultores urbanos, pescadores artesanales y consumidores o ciudadanos alimentarios, entre otros, han resistido activamente, muchos de ellos por décadas, ante la mercantilización de la alimentación, defendiendo sus semillas, territorios, sistemas de cultivo, circuitos de distribución, mercados locales, entre otros elementos (Gravante, 2019; 2023; Estrada et al., 2013; Holt–Giménez y Patel, 2010).
2. Metodología
Este artículo se desarrolló mediante una revisión narrativa crítica de la literatura, considerada como una metodología apropiada en estudios cualitativos que pretenden integrar, contextualizar e interpretar el conocimiento disponible sobre un tema complejo (Popay et al., 2006; Sukhera, 2022). Dada la naturaleza diversa y emergente del tema de interés, como lo son los enfoques de políticas prefigurativas en el campo alimentario y nutricional en América Latina, esta metodología permite no sólo describir su estado actual, sino además identificar sus expresiones históricas, cuestionar sus posturas epistémicas y su aplicabilidad.
La temporalidad de la revisión incluyó búsquedas desde 1990 hasta 2024, en cuatro bases de datos científicas que incluyeron SciELO, Redalyc, Dialnet —elegidas porque ofrecen acceso abierto a literatura científica latinoamericana desde diversas disciplinas, incluyendo la salud y las ciencias sociales— y Google Scholar, útil para recopilar literatura gris. Como estrategia de búsqueda se definieron términos equivalentes en combinación con operadores booleanos: (“políticas prefigurativas”) AND (“alimentación” OR “sistemas alimentarios” OR “nutrición”).
Los criterios de inclusión fueron textos escritos en español e inglés, tipo artículos publicados en revistas indexadas o capítulos de libro, y fuentes de literatura gris como tesis y artículos de revistas no indexadas que abordaran de manera explícita las políticas o prácticas alimentarias con enfoque prefigurativo, la participación activa de sujetos populares y el contexto latinoamericano. Se excluyeron fuentes repetidas, no pertinentes o que no hicieran referencia directa a los ejes de estudio.
El análisis de la información se realizó mediante una estrategia de análisis temático crítico (Nowell, Norris, White y Moules, 2017) que permitió identificar patrones conceptuales, epistemológicos y prácticos en la literatura a través de una lectura interpretativa y comparativa de las fuentes seleccionadas. De este proceso emergieron tres categorías analíticas principales que organizaron los hallazgos e interpretaciones:
i) Fundamentos teórico–epistemológicos de la prefiguración política en alimentación y nutrición: esta categoría permitió sistematizar los aportes teóricos que sustentan el enfoque prefigurativo, resaltando su carácter ético–político, su crítica al orden jerárquico y burocrático, y su anclaje en tradiciones emancipadoras.
ii) Expresiones históricas y enfoques de apuestas prefigurativas: se identificaron experiencias concretas de organización comunitaria y prácticas territoriales impulsadas por sujetos populares, así como los enfoques guías de las políticas prefigurativas alimentarias. Se analizó el cuestionamiento de estos enfoques y la prefiguración de otros mundos posibles.
iii) Sujetos populares: se identificó en la literatura las características de los actores colectivos populares que protagonizan estas apuestas para la configuración de horizontes alimentarios propios.
3. Fundamentación teórico–epistemológica de la prefiguración política en alimentación
La literatura evidencia que las políticas prefigurativas representan una connotación diferente de la política y de la articulación social multiforme del siglo XXI que se caracteriza, además, por continuar en metamorfosis y redefinición. Particularmente en el campo de la alimentación y la nutrición ha adquirido creciente relevancia en el análisis de las transformaciones sociales impulsadas desde abajo. Esta prefiguración política, inicialmente articulada en el contexto de los movimientos anarquistas y de la nueva izquierda, ha sido resignificada en América Latina como una herramienta teórico–epistemológica para comprender las formas en que los sujetos populares, inscritos en una visión, en una herencia emancipatoria y autónoma, desarrollan nuevas miradas o marcos normativos propios desde los cuales fundamentan sus acciones y luchas, las cuales, aunque varían en la forma en que se manifiestan y las características del territorio, construyen en el presente formas alternativas de vida que «prefiguran» y encarnan los valores del mundo futuro que desean ver realizado (Ouviña, 2014).
Desde esta perspectiva, las políticas prefigurativas trascienden la lógica instrumental de la política pública convencional, donde las prácticas no se subordinan únicamente a objetivos estratégicos, sino que configuran ya una crítica encarnada al orden dominante, es decir, enfatizando en los medios–fines y las dimensiones éticas, superando la visión costo–beneficio. Lo anterior se evidencia en sus posturas anticapitalistas que desafían el statu quo, que en el campo alimentario y nutricional integran una visión emancipatoria y un marco de movilización de base territorial, cuya crítica se dirige particularmente contra la mercantilización de la vida y la lógica extractiva que atraviesa los sistemas alimentarios industriales (Correa y Millán, 2015; Gravante, 2020; López y Gravante, 2020; Ouviña, 2014).
En la literatura se encuentra que las iniciativas alimentarias autogestionadas, por ejemplo, los huertos urbanos, redes de distribución agroecológica o las cocinas comunitarias, no sólo constituyen respuestas prácticas a necesidades materiales insatisfechas, sino que representan verdaderas apuestas políticas prefigurativas donde se ensayan nuevas formas de producción, circulación y consumo de alimentos basadas en valores como la reciprocidad, el cuidado, la soberanía y la relocalización. Estas prácticas, lejos de ser marginales, devienen de una autonomía radical de sujetos populares que tensiona los límites del Estado y del mercado, y se ancla fuertemente en los saberes colectivos y en memorias territoriales (Gravante, 2019; 2020; 2023).
Al respecto, Guilherme Fians (2022) resalta que la base de este funcionamiento es la democracia participativa y horizontal que es contraria a la jerarquía y organización centralizada que usa de relaciones formales e instrumentales. Esto apunta a que lo prefigurativo tiene una estrecha relación con el concepto de comunidad, en la cual las relaciones se enmarcan en una red más cercana, de contacto personal y directo en donde se diluye la frontera entre la esfera pública y privada, dirigiendo el accionar hacia la justicia social (Breines, 1989).
A partir de una perspectiva epistemológica crítica, la prefiguración también ha sido entendida como una forma de producir conocimiento situado, insurgente y no hegemónico. En este sentido, la política prefigurativa en alimentación no sólo es práctica, sino que también es epistemología encarnada en los sujetos populares, quienes tienen la capacidad de decir y hacer mundo desde una postura emancipadora en negación del capitalismo alimentario y la afirmación de otras lógicas civilizatorias. En otras palabras, las prácticas cotidianas o acciones micropolíticas de resistencia alimentaria son formas de lucha que abren espacio a la construcción de «mundos otros» (Garza y Sánchez, 2017).
Finalmente, algunos trabajos han problematizado las tensiones entre las prácticas prefigurativas y aquellas formas de activismo que, aunque críticas, siguen ancladas en la lógica legalista del reconocimiento estatal (Zamorano, 2019). Esto ha llevado a profundizar en los criterios que permiten identificar cuándo una práctica alimentaria es genuinamente prefigurativa. Se puede afirmar que en principio requiere no sólo responder a objetivos tácticos, sino que encarna, en su hacer, el mundo que se desea construir en un sentido contrahegemónico. Adicionalmente está el criterio de la organización política del hacer, evidente en sus formas organizativas como redes horizontales, flexibles, no jerárquicas, con una división del trabajo voluntaria y una fuerte relación entre los sujetos y su entorno territorial o identitario. Asimismo, se puede mencionar el criterio de autogestión y agencia en el que las comunidades no esperan soluciones institucionales, sino que construyen sus propios mecanismos de acceso, producción y distribución de alimentos, rompiendo con la lógica pasiva o asistencial (Gravante, 2023). En conjunto, estas contribuciones configuran un marco epistemológico ampliado más allá de una estrategia política que desafía la lógica instrumental del desarrollo y los enfoques convencionales de las PPAYN como la seguridad alimentaria y nutricional (Mancilla, Álvarez y Pérez, 2016).
4. Expresiones históricas de enfoques de políticas prefigurativas en el campo alimentario y nutricional en América Latina y características del sujeto popular
Las expresiones históricas prefigurativas en alimentación tienen amplia trayectoria y surgen, principalmente, como respuestas territoriales a procesos de violencia estructural, colapso institucional o abandono estatal, vinculado a disputas entre clases sociales o discrepancias frente al sistema alimentario —control de la producción, abastecimiento o consumo de alimentos—. Tommaso Gravante (2020) afirma que en el ámbito global una de las más antiguas es la «protesta del estómago» de Italia en 1898, desatada por el aumento a los impuestos en los alimentos. A diferencia de las políticas públicas convencionales, estas acciones no se diseñan desde arriba ni se insertan en planes gubernamentales, sino que emergen desde los márgenes como formas de vida en resistencia que ensayan, en lo cotidiano, alternativas al sistema agroalimentario dominante.
Algunos autores identifican que la «batalla» de Seattle de 19996 es un hito para la consolidación de los marcos orientadores para las políticas prefigurativas alimentarias y nutricionales más recientes en América Latina. En este suceso se agruparon diversos sujetos populares como sindicatos, ecologistas, activistas, trabajadores, intelectuales, redes feministas, entre otros, para impedir la realización de la cumbre de la Organización Mundial de Comercio, cuyos pronunciamientos opositores a esta organización alcanzaron alta repercusión mediática, señalándola como la gran insignia del capitalismo global que favorecía directrices en detrimento de los derechos sociales y el aumento de la desigualdad y la pobreza mundial (Fernández, 2007; Rodrigo, 2009, diciembre 18).
A partir de esta coyuntura se desprendieron tres corrientes de movilización contrahegemónica y de reivindicación. Una de ellas estuvo liderada por la Association pour la taxation des transactions financières et pour l'action citoyenne (ATTAC), movimiento de oposición a la mundialización liberal conformado para hacer presión política en vía del desarme de los mercados financieros, la socialización del sector bancario, cierre de los paraísos fiscales, entre otros, hacia el logro de un nuevo modo de desarrollo social, ecológico, solidario y democrático. Otra corriente fue el de los movimientos indígenas reformistas surgidos a principios de 1990 en Chiapas, México,7 que en disputa con el Estado rechazaron tajantemente el modelo neoliberal. La tercera corriente fue la izquierda revolucionaria, la cual surgió como un movimiento de base territorial o «desde abajo» en desacuerdo con el Estado y el orden prevalente de la sociedad moderna (Rodrigo, 2009, diciembre 18).
Estas corrientes hicieron parte del «Movimiento de Movimientos», más adelante transformado en el Movimiento por la Justicia Global, también conocido como Movimiento Alterglobalización o Altermundialista, cuya lucha fuerte desde sus inicios fue en contra de las políticas de estabilización y ajuste estructural.8 Estas políticas, formuladas por organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, han tenido graves consecuencias en América Latina, pues crearon las condiciones básicas para poner en marcha otra modalidad de desarrollo sin ahondar en los costos sociales. En su implementación desencadenaron la apertura de los mercados, privatizaciones, desregulación del sistema financiero, de los mercados de bienes y del régimen laboral, y contribuyeron a una desestabilización macroeconómica que se tradujo en la desmejora de la situación socioeconómica de la población, especialmente aquella con mayores desventajas, lo cual, en conjunto, tuvo impactos en los sistemas alimentarios y en la situación alimentaria y nutricional (Calcagno, 2001; Fernández, 2007).
A este movimiento de Alterglobalización, como se identifica en la revisión, se sumó La Vía Campesina, organización conformada por una diversidad de sujetos populares como pobladores rurales, campesinos, pequeños y medianos productores, jóvenes, indígenas, trabajadores agrícolas emigrantes, jornaleros sin acceso a la tierra, entre otros. Esta organización ha alcanzado un alto reconocimiento en el ámbito global y es de donde emana uno de los enfoques de mayor expresión en las políticas prefigurativas en alimentación y nutrición, como lo es la soberanía alimentaria que, como retoma Ana María Rivero (2017), es un concepto que se expone por primera vez en 1996 en el Foro Mundial por la seguridad alimentaria y se entiende como:
El derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo. Esto pone a aquellos que producen, distribuyen y consumen alimentos en el corazón de los sistemas y políticas alimentarias, por encima de las exigencias de los mercados y de las empresas. Defiende los intereses de, e incluye a, las futuras generaciones. La soberanía alimentaria da prioridad a las economías locales y a los mercados locales y nacionales, y otorga el poder a los campesinos y a la agricultura familiar, la pesca artesanal y el pastoreo tradicional, y coloca la producción alimentaria, la distribución y el consumo sobre la base de la sostenibilidad medioambiental, social y económica. La soberanía alimentaria supone nuevas relaciones sociales libres de opresión y desigualdades entre los hombres y mujeres, pueblos, grupos raciales, clases sociales y generaciones (Nyéléni, 2007).
Es así como la soberanía alimentaria se posiciona como enfoque que marca una clara distancia frente a marcos convencionales e institucionales de las PPAYN, como el caso de la seguridad alimentaria y nutricional, la cual surge en 1974 en un contexto de posguerra en el marco de la Conferencia Mundial sobre la Alimentación de la FAO, el cual ha sido ampliamente debatido,9 pues ha sido funcional al modelo neoliberal, dando elevada atención al aumento de la disponibilidad de alimentos en el mercado como eje de resolución para los problemas alimentarios y nutricionales, y las demás dimensiones de la seguridad alimentaria y nutricional. Asimismo, se encuentra que este marcado énfasis en el aumento de la disponibilidad alimentaria ha sido favorecedor de la denominada revolución verde, la cual ha tenido repercusiones en la equidad en el sistema alimentario y en el uso insostenible de los recursos naturales que a su vez puede desencadenar conflictos socioambientales (Correa y Millán, 2015; Gómez, 2016).
Se debe mencionar que bajo este enfoque de soberanía alimentaria el sujeto popular es colectivo, múltiple y profundamente situado. A diferencia de las figuras ciudadanas abstractas o los consumidores pasivos que presuponen las políticas neoliberales, en la literatura se evidencia que los sujetos populares abanderados de soberanía alimentaria son comunidades, colectivos territoriales, mujeres organizadas, grupos de jóvenes, pueblos indígenas y campesinos que actúan desde su experiencia, sus vínculos afectivos y su saber territorializado. Se trata de un sujeto construido a partir de la acción concreta que combina saberes ancestrales y tácticas contemporáneas, y que produce formas propias de conocimiento, economía y política (Gravante, 2020; López y Gravante, 2020; Rivero, 2017).
Como retoman Hernán Darío Correa y Juliana Millán (2015), en la construcción de políticas prefigurativas en relación con lo alimentario y nutricional en América Latina se han sumado otros enfoques orientadores para estas políticas. Entre ellas se encuentra la autonomía alimentaria, cuya propuesta proviene de los grupos indígenas y las comunidades afrocolombianas. Desde su repertorio se asume lo alimentario y nutricional como un componente estructural del reconocimiento colectivo diferente al significado dado por los grupos dominantes de la estructura social actual. En la praxis, la autonomía alimentaria ha sido entendida en diferentes procesos sociales por sujetos populares como «el control integral de los factores principales del ciclo alimentario» (p. 13), lo cual abarca diversos elementos del sistema alimentario, que van desde el ciclo del agua considerada como bien común y derecho fundamental, pero también incluye como más relevantes la producción de alimentos, la disposición y reproducción de las semillas, la tenencia de tierras con vocación de cultivo y control del territorio —ordenamiento, regulación, organización, entre otros—.
Otro enfoque para la política prefigurativa presente en América Latina es el Buen Vivir, también referenciado como sumak kawsay o sumac qamaña, también situado en contraposición a los modelos economicistas del desarrollo (Deneulin, Clausen y Valencia, 2018). Roger Merino (2016) explica que el buen vivir es un marco teórico y político que cuestiona la praxis del desarrollo y las premisas occidentales, liberales y antropocéntricas, el cual no sólo se reduce a cuestiones filosóficas, sino que ha tenido implicaciones en la elaboración de políticas, especialmente en relación con lo alimentario y nutricional. No obstante, señala que dicho proceso de plasmar el Buen Vivir en las políticas ha provocado en la práctica tensiones y ambigüedad.
Esta apuesta del Buen Vivir se ha dado con más fuerza en Bolivia, Ecuador y Perú, que si bien son países que comparten un legado colonial de dependencia y sometimiento en la explotación de los recursos naturales, con economías frágiles frente al mercado internacional y políticas de extracción de recursos similares, presentan ciertas diferencias en el desarrollo y formulación de esta apuesta prefigurativa (Merino, 2016).
Desde la literatura se mencionan tres variantes en la expresión del Buen Vivir, las cuales demarcan un asunto para la reflexión crítica porque indican que, aunque existan enfoques prefigurativos en las políticas que logren eco en el Estado, en la implementación puede que no se evidencie puramente la voluntad de los sujetos populares. Una de las variantes que más refleja lo anterior, como bien abordan Séverine Deneulin, Jhonatan Clausen y Arelí Valencia (2028), se inspira en el neomarxismo, según la cual se ha visto que las narrativas del Buen Vivir son escuchadas y asumidas por el Estado, sin embargo, simultáneamente puede admitir y aprobar prácticas como el extractivismo, considerándolo como medio para el Buen Vivir, configurando una lógica de persistencia del modelo neoliberal que, por demás, considera innecesario esencializar a los movimientos indígenas.
La segunda variante del Buen Vivir deviene del posdesarrollo, en el cual se incorporan ideas posmodernas del feminismo, socialismo y otros pensamientos en contraste, haciendo énfasis en medidas que expresen el respeto por la naturaleza y el fortalecimiento de los lazos comunitarios como formas de Buen Vivir. La tercera variación se arraiga en el pensamiento indígena y, vale mencionar que, a partir de lo que evidencian los autores, quizá es la que más se asemeja a una postura prefigurativa, pues constituye una lucha por reconstruir y reapropiar la idea del Buen Vivir de estos pueblos, interconectado con sus demandas históricas de territorialidad y autodeterminación (Deneulin, Clausen y Valencia, 2018).
En Ecuador, por ejemplo, el Buen Vivir se situó como un marco para los derechos de la sociedad civil, incluyendo el derecho humano a la alimentación, pero también derechos de la Madre Tierra, planteando simultáneamente una guía para su implementación. En la Constitución Política de 2008 se reconoce el derecho universal a la alimentación y a la soberanía alimentaria como constituyentes del Buen Vivir, lo cual marca un hito para la región, pues es un derecho y un objetivo estratégico, pero a la vez un marco político que prefigura un nuevo estado de orden en la estructura alimentaria y nutricional del país, reflejando la voluntad de sujetos populares.
Esta visibilidad se da gracias a la lucha que desde finales de la década de 1990 iniciaron federaciones afiliadas al movimiento internacional de La Vía Campesina, tales como Confederación Nacional de Afiliados al Seguro Social Campesino (Confeunassc), Federación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras (Fenocin), Federación Nacional de Trabajadores Agroindustriales, Campesinos e Indígenas Libres del Ecuador (Fenacle) y Coordinadora Nacional Campesina Eloy Alfaro (CNC–EA), junto con la mayor organización indígena del país, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), que más adelante conformaron una Mesa Agraria Nacional que interpeló las políticas del Consenso de Washington e inició fuertes discusiones en torno a varias cuestiones como los tratados de libre comercio, la economía solidaria, la agricultura sostenible, pudiendo encarar hacia 2007–2008 el proceso de la nueva constituyente (Cordero–Ahiman, 2022; Giunta, 2018). Así, entre las políticas prefigurativas incluyen asuntos como la «transición alimentaria a través de la redistribución de los recursos, así como el apoyo a circuitos cortos, la conservación del patrimonio natural y de las diferentes identidades alimentarias» (Giunta, 2018, p. 114).
Bajo este marco, en Ecuador se formuló una Estrategia Nacional de Largo Plazo (ENLP), para la cual el objetivo de cambio en el sistema productivo se dará en una transición de cuatro etapas sucesivas, partiendo de una economía nacional basada en la producción de bienes primarios para exportación hacia una sociedad del bioconocimiento. Sin embargo, sobre este punto se genera gran incertidumbre, dado que dentro de la ENLP se resalta la intención de potenciar unas industrias estratégicas e incluyen la minería y el petróleo, las cuales, en su forma extractivista, riñen con la soberanía alimentaria (Manosalvas, 2014).
En este punto conviene diferenciar que, en su dimensión sustantiva, el Buen Vivir plantea una crítica a la linealidad histórica del progreso, a la racionalidad instrumental occidental y a la cosificación de la naturaleza, abriendo paso a una visión relacional, holística e intercultural de la vida buena (Giunta, 2018). En este horizonte, las prácticas prefigurativas alimentarias pueden ser comprendidas como expresiones concretas de transición civilizatoria, es decir, como formas embrionarias de un nuevo orden ecológico, económico. y plural que pone en el centro la regeneración de la vida, la reciprocidad, el cuidado y la justicia socioambiental.
No obstante, en la implementación del Buen Vivir en Ecuador se logra evidenciar cierta ambigüedad que estas apuestas prefigurativas tienen en la práctica al mantener una postura extractivista desde el Estado, el cual, pese a la inclusión del derecho a la soberanía alimentaria o el enfoque del Buen Vivir, admite, en defensa del interés nacional, procesos como la explotación de territorios indígenas, impactando directamente la soberanía de los pueblos, la disponibilidad de recursos naturales y, consecuentemente, sus sistemas alimentarios ancestrales (Manosalvas, 2014).
En el caso colombiano se identifican dos experiencias prefigurativas en alimentación y nutrición significativas para la región. Por un lado está la formulación de la política popular hacia la soberanía, la seguridad y la autonomía alimentarias, la cual se gesta como una apuesta colectiva popular que recopila un acumulado histórico de luchas de alrededor de 157 sujetos populares como organizaciones campesinas, de mujeres, indígenas, afrocolombianas, urbanas, ambientalistas y no gubernamentales de Colombia y de América Latina (GRAIN, 2008). Esta política definió la cuestión alimentaria y nutricional como una forma de emancipación, de paz, que incluye prácticas sociales de producción y reproducción social plasmadas en un proceso de formulación, gestión social e institucional para el debate político alrededor de estos horizontes colectivos (Correa y Millán, 2015).
En segundo lugar, se encuentra el enfoque del Vivir Sabroso, que ha cobrado creciente reconocimiento político, especialmente desde el inicio del gobierno de Gustavo Petro 2022–2026. Se trata de un repertorio de vida que en Colombia emerge del sentipensar de las comunidades del río Atrato y se inscribe en tradiciones históricas de vida cuya dialéctica se entrelaza con la filosofía africana del ubuntu y el muntu. El ubuntu, como señalan Ángela Mena y Yeison Meneses (2019), es una noción del bienestar colectivo construido desde principios de hermanamiento con las demás personas, mientras que el muntu alude a una cosmovisión integral del mundo en la que conviven los seres humanos, naturales, astrales y divinos, vinculados con una relación del tiempo pasado, presente y futuro.
Esta visión del Vivir Sabroso no se inscribe en los cánones occidentales, por el contrario, recupera el acervo lingüístico de las comunidades del Pacífico colombiano, en particular del departamento del Chocó, el cual encarna en su gente «los antagonismos e imaginarios sociales y la experiencia de ser negro en Colombia» (Silva–Liévano, 2023, p. 7). Es importante anotar que en este territorio se configura una trayectoria histórica particular, marcada por lo que se ha denominada la necropolítica,10 la cual «ha generado el ecogenoetnocidio más grande en Latinoamérica a través de la militarización de los territorios» (Mena y Meneses, 2019).
Si bien algunos autores admiten que el Vivir Sabroso en el contexto nacional «no es una contestación al conflicto armado colombiano y a la desarticulación que genera la violencia sistémica del Estado» (Mena y Meneses, 2019, p. 51), a la luz de esta reflexión puede considerarse una apuesta prefigurativa, en tanto traza un horizonte deseado a partir de la evocación de memorias históricas y ancestrales en contraposición al orden hegemónico actual.
En Colombia, esta evocación se da especialmente desde los pueblos afrocolombianos que habitaban sus tierras en medio de la conversa sabrosa, pasarla sabroso, estar sabroso, sentirse sabroso, entre otros, antes de que el conflicto irrumpiera en el territorio. En la actualidad, en las comunidades afrocolombianas esta visión es la «fuerza de una lucha cotidiana contra el destierro que viven estas comunidades, el cual no implica solo el arrebatar los territorios, sino interrumpir las tradiciones de pensamiento, el sentipensar de las selvas, la tierra, el mar y los ríos» (Mena y Meneses, 2019, p. 51). Desde el campo alimentario y nutricional, es relevante su reconocimiento, pues en la prefiguración de un Vivir Sabroso se contempla «el derecho de existir orientado por una manera de pensar, sentir y actuar muy particular» (Silva–Liévano, 2023, p. 8), es decir, la satisfacción de todas las necesidades para habitar el territorio, lo cual incluye, dentro de lo primordial, lo ambiental, la salud y la alimentación.
Es así como, más que una consigna, el Vivir Sabroso es una forma de existencia anclada en la armonía con el entorno, la libertad sin miedo, la dignidad territorial y la alegría como forma de resistencia. Este horizonte ético–político se articula con las acciones prefigurativas, en tanto propone habitar el presente desde la dignidad, el gozo colectivo y la autonomía frente a los dispositivos de muerte del neoliberalismo.
Conclusiones
Tanto la política prefigurativa como la política pública son herramientas teórico–prácticas que pueden colaborar en la incidencia y transformación de la realidad contemporánea; no obstante, el desarrollo teórico y práctico de las políticas pregurativas se ha reinterpretado en el tiempo por varias disciplinas y su aplicación al campo alimentario y nutricional es aún escaso.
Por lo anterior, es necesario seguir profundizando sobre las políticas prefigurativas y su aplicación en el campo alimentario y nutricional, pues constituyen una forma alternativa de reconocer los problemas vigentes y formular sus alternativas de solución. En la actualidad se pueden identificar en este campo varios enfoques que han servido para la formulación de apuestas prefigurativas, siendo la soberanía alimentaria el más consolidado, los cuales han provenido desde los sujetos populares en contraposición a la forma predominante de desarrollo que han moldeado los sistemas alimentarios desfavoreciendo los resultados en la situación alimentaria y nutricional de las poblaciones, e incluso el deterioro de los recursos naturales.
Ahora bien, dadas las dificultades que han enfrentado algunas experiencias en la región, se debe reconocer que las políticas prefigurativas en sí mismas no son suficientes para las transformaciones que se requieren pues, pese a sus marcos y enfoques emancipatorios y alternativos, deben superar desafíos como el reconocimiento de su legitimidad por parte del Estado, la articulación intersectorial, la movilización de recursos, entre otros, los cuales son retos que surgen también en el proceso de las políticas públicas convencionales.
Finalmente, frente a las múltiples crisis contemporáneas de tipo económico, democrático, climático, cultural y a la sindemia global, las apuestas prefigurativas alimentarias y nutricionales no sólo funcionan como espacios de contención y reproducción de la vida, sino que pueden pensarse como núcleos generativos de una nueva institucionalidad democrática que se construye desde abajo, desde lo común y más allá del Estado.
En palabras de Ouviña (2014), se trata de disputar la hegemonía desde prácticas que ya encarnan elementos de la sociedad futura y que, por tanto, tienen una potencia transformadora que excede su escala local. De tal forma, estas políticas prefigurativas interpelan los fundamentos mismos del modelo civilizatorio dominante. Lejos de ser meras prácticas de sobrevivencia, constituyen laboratorios políticos del presente, donde se ensayan, con contradicciones, pero con convicción, otros mundos posibles.
Notas
1 Construir desde ya la nueva institucionalidad poscapitalista mediante unos sectores subalternos con autonomía integral (Ouviña, 2014).
2 Las instituciones estatales del capitalismo son contradictorias porque en su configuración interna acarrean una lucha de clases, por lo que se requieren in situ políticas antagónicas democráticas que revolucionen y reviertan este comportamiento burocrático (Ouviña, 2014).
3 Sobre este punto de clases y actores populares, Múnera (1993) argumenta la conexión existente entre la posición ocupada por los sectores populares en un sistema de relaciones sociales, sumado a la acción que conlleva al movimiento popular.
4 Paradigma de la economía política del capital, inspirado en el neoclasicismo de Friedman– Hayek cuyas premisas para robustecer el capital era avanzar mediante políticas de ajuste, reestructuración, flexibilización, represión y liberalización. En Colombia se instaura fuertemente después de la firma del Consenso de Washington en 1989. En la región de América Latina, en general, entra en crisis a finales de los noventa, por la afrenta de movimientos populares (Mancilla, Álvarez y Pérez, 2016).
5 Es una nueva economía política del capital en el que se devuelve un rol al Estado como promotor de los intereses del capital en una dinámica global, pero que mantiene las alianzas con el modelo de negocios agroindustrial. Se instala al declive del neoliberalismo, especialmente en Brasil, Argentina y Uruguay, como una forma de canalizar el descontento y conflictividad social, pero que se instala sobre las tendencias estructurales construidas a través del neoliberalismo (Katz, 2015).
6 Algunos autores señalan que existe un hecho previo que convocó a diversas miradas alternativas, el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y Contra el Neoliberalismo de 1996, el cual estuvo organizado por iniciativa del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, México (Fernández, 2007).
7 Un estado mexicano caracterizado por gran marginación, pobreza y desigualdad.
8 En su evolución, este movimiento ha manifestado fuerte oposición a otros actores mundiales como el Fondo Monetario Internacional o el G–8.
9 Es respuesta a la tensión generada por el enfoque de soberanía alimentaria, en 2020 el alto panel de expertos en seguridad alimentaria y nutricional redefinió el concepto de seguridad alimentaria incorporando nuevas dimensiones como el arbitrio o agencia de las personas y la sostenibilidad para alcanzar el derecho humano a la alimentación (HLPE, 2020).
10 Concepto acuñado por Achille Mbembe en sus análisis sobre las comunidades marginadas de África y el estudio de las guerras en la época de globalización, con el que identifica una política de la muerte que legitima desde el Estado el derecho soberano de matar. Bajo esta necropolítica Michel Foucault introduce el concepto de biopoder, es decir, la manifestación de la soberanía mediante la capacidad del dominio de la vida sobre el cual el poder ha tomado el control, pero en este caso se da en un sentido en el que las figuras de soberanía —cuyo proyecto central no es la lucha por la autonomía— instrumentalizan de forma generalizada la existencia humana y su destrucción corpórea donde las poblaciones son convertidas en sí mismas en campos de exterminio (Mbembé y Meintjes, 2003).
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