ISSN (impreso) 0121–5167 / ISSN (en línea) 2462–8433

SECCIÓN TEMÁTICA

 

Redes sociales, procesos de significación y neoliberalismo. Conjeturas a partir de Charles Sanders Peirce*

 

Social Networks, Significance Process and Neoliberalism. Conjectures from Charles Sanders Peirce

 

 

Daniel Guillermo Saur1 (Argentina)

 

1 Licenciado en Comunicación Social. Magíster en Sociosemiótica. Doctor en Ciencias en la Especialidad de Investigaciones Educativas. Profesor de la Facultad de Comunicación Social e Investigador Regular del Centro de Investigaciones «María Saleme de Burnichón», Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Correo electrónico: daniel.saur@unc.edu.ar – Orcid 0000–0002–2265–3892

 

Fecha de recepción: enero de 2025

Fecha de aprobación: septiembre de 2025

 

Cómo citar este ensayo: Saur, Daniel Guillermo. (2025). Redes sociales, procesos de significación y neoliberalismo. Conjeturas a partir de Charles Sanders Peirce. Estudios Políticos (Universidad de Antioquia), 74. https://doi.org/10.17533/udea.espo.n74a11

 


Resumen

En este ensayo se realiza un ejercicio en el que se recupera y se pone en relación la semiótica peirceana, el análisis político de discurso y el psicoanálisis para elaborar una reflexión sobre las implicancias subjetivas y políticas de lo que se denomina «lógica de redes» y su vinculación con el neoliberalismo. A partir de un trabajo hermenéutico, bajo una indagación de carácter semiótico y a partir del reconocimiento de la multiplicidad de funcionamientos posibles de la mediatización tecnológica, se identifica una lógica de funcionamiento dominante y de interés crítico por sus efectos en el ámbito subjetivo. Se muestra de manera conjetural cómo las redes sociales funcionan con una modalidad significante precaria, en términos estructurantes, generando una relación lábil con el usuario en el orden simbólico, y cómo el tipo de vínculo que se establece entre interfaz y usuario es, eminentemente, de carácter constatativo o fático. En un segundo momento se muestra cómo esta lógica de funcionamiento y de consumo de redes, identificada con la categoría lacaniana de «plus de goce», tiene fuertes paralelismos con la lógica de acumulación capitalista, siendo un ámbito particularmente expresivo de esta, respondiendo a un tipo de goce similar, caracterizado por la velocidad, la circularidad y un exceso difícil de detener. Frente a esta dinámica, siempre queda abierta la pregunta sobre lo inapropiable de la subjetividad en el capitalismo, así como la existencia y posible profundización de puntos de fuga.

Palabras clave: Semiótica; Análisis Político de Discurso; Psicoanálisis; Redes Sociales; Procesos de Significación; Neoliberalismo.


Abstract

In this essay we recover conceptual resources from Peircean Semiotics, Political Discourse Analysis and Psychoanalysis to make a reflection on the subjective and political implications of what we have called “network logic” and its connection with Neoliberalism. Starting from a hermeneutic work, under a semiotic investigation and from recognizing the multiplicity of possible functionings of technological mediatization, we will try to identify a dominant operating logic of critical interest due to its effects at a subjective level. We try to show, at first, how social networks function with a precarious signifying modality, in structuring terms, generating a labile relationship with the user at a symbolic level; and, how the type of link established between interface and user is, eminently, of a constative natura, or phatic. In a second moment, we try to show how this logic of functioning and consumption of networks, which we identify with Lacanian category of “surplus enjoyment”, has strong parallels with the logic of capitalist accumulation, being a particularly expressive area of itself, responding to a similar type of jouissance, characterized by speed, circularity and an excess difficult to stop. Faced with this dynamic, the question always remains open about what is inappropriability of subjectivity in capitalism, as well as the existence and possible deepening of vanishing points.

Keywords: Semiotics; Political Discourse Analysis; Psychoanalysis; Social Networks; Processes of Signification; Neoliberalism.


 

 

Introducción. La semiosis según Peirce

El destacado filósofo estadounidense, Charles Sanders Peirce, fundador del pragmatismo (Peirce, 1987; Magariños de Morentín, 1983), plantea que la significación social, lo que denomina semiosis, está organizada por la operatoria combinada de tres tipos de signos cuyas fronteras no son excluyentes, se intersecan y se implican recíprocamente. En algún aspecto dominante, cada uno de estos signos se impone, pero contiene a los otras dos.1 Peirce los denominó signo icónico, indicial y simbólico. El signo icónico establece su significación por semejanza o analogía, un ejemplo habitual es la pintura figurativa o la fotografía; el signo indicial, afirma Peirce, establece su significación por contigüidad, por alguna conexión o reenvío de orden físico o «existencial», un ejemplo habitual muestra que, si se observa una huella en la playa, esta remite a un ser humano o a un animal que pasó por allí, la huella remite a quien la produjo sin necesidad que este se encuentre presente; por último, pero el más importante en esta etapa de la humanidad, el signo simbólico, el cual remite al patrimonio colectivo con el que se ejerce esa convención que los lingüistas han denominado lenguaje y que nos diferencia del resto de los animales.

Con el avance y consolidación del neoliberalismo asistimos a una mutación en los procesos de significación que plantea una transformación social, cultural y política de tal profundidad que pone en cuestión aspectos básicos del proceso modernizador iniciado hace cinco siglos y que, con marchas, contradicciones, pausas y contramarchas, hunde sus raíces en los dos mil quinientos años de la historia canónica de Occidente. La conjetura aquí planteada es que la mutación antropológica (Foucault, 2004; 2021) que transitamos con una velocidad inusitada y que es condición de posibilidad del presente histórico que habitamos está relacionada al paulatino desplazamiento del lugar privilegiado ocupado por la significación de orden simbólico —palabra— en el proceso de semiosis.

Me refiero a un proceso progresivo de sustitución en su relevancia, centralidad y capacidad estructurante de la vida social, por una significación crecientemente organizada por registros de carácter icónico e indicial. Dicho de un modo más accesible y puesto en términos de interrogación, creo que vale la pena reanimar una vieja pregunta, frecuente en la década de 1980 y los primeros años de la década de 1990, en momentos en que se vio un avance inusitado de los medios electrónicos, antes de la emergencia y generalización de Internet. Me refiero a una pregunta que parece haber quedado relegada u olvidada: ¿cuáles son las implicancias sociales, culturales, históricas y políticas de la sustitución de un orden significante que desplaza de modo vertiginoso a la palabra, para imponer la imagen y el contacto como modalidad crecientemente central en los procesos de significación social? Y de manera concomitante, una pregunta básica, pero que considero fundamental: la corrosión creciente del registro simbólico y su impacto en el ámbito subjetivo: ¿facilitaría el avance del neoliberalismo en esta nueva etapa del capitalismo, con consecuencias políticas en la esfera del individualismo, del deterioro del lazo social y del sentido de comunidad?

La conjetura que querría presentar en este ensayo, en clave semiótica, en tiempos de redes sociales y de inteligencia artificial, apunta a señalar que —y para ir de prisa— si el lenguaje hace trama, la corrosión del registro simbólico tiene fuertes efectos en la constitución subjetiva: en los modos de autorrepresentación y construcción biográfica; de representación del contexto y el mundo, tal como lo hemos conocido durante el despliegue de la Modernidad; en el vínculo con los otros y en el lugar que ocupamos en esa constelación de vínculos.2

A partir de lo anterior y realizando un trabajo hermenéutico, por medio de una indagación de carácter semiótico, procuraré identificar algunos funcionamientos dominantes en relación con el vínculo entre redes sociales y subjetividad. La intención es realizar una indagación crítica a partir de identificar regímenes de producción significante y de conjeturar su campo de efectos en el ámbito de la recepción–consumo.3

En tiempos neoliberales de cuestionamiento y reformulación del Estado, de flujos informativos y financieros, de creciente colonización de zonas de la vida social por la lógica del mercado y la ganancia, de capitalismo de plataformas y de cambios en los procesos de valorización, me pregunto: ¿qué pasa estrictamente con el registro simbólico, a sabiendas de que en todas y cada una de las operaciones de significación lo simbólico sigue, aunque en retroceso y minimizado, aún presente?

A Peirce (1987) le gustaba pensar a partir de terceridades, de las relaciones que hacen jugar e implican a tres términos, y creo que la distinción peirciana entre el registro simbólico —palabra—, el icónico —imagen— y el indicial —contigüidad— nos puede ser de ayuda. Por cuestiones de espacio, voy a hacer una rápida caracterización a los fines gráficos, corriendo riesgos de esquematismo.

 

Del zapping al scroll, del video clip al reel

Desde hace algunas décadas vivimos un tiempo histórico que profundizó una conversión que ha sido ampliamente denunciada: la paulatina sustitución de la cultura del libro por la de la imagen. En este desplazamiento, la aparición y masificación de la televisión fue decisivo. El proceso ha sido largamente estudiado, así como el impacto que la creciente centralidad de la imagen ha tenido en numerosos órdenes de la vida social, con implicancias de todo tipo. Atentos a este proceso, son numerosos los autores que se han detenido a reflexionar sobre la influencia de la televisión en la subjetividad, la cultura y, por supuesto, la política. Tal vez el más influyente, desde la masificación del medio en la década de 1960, sea Marshall McLuhan, con sus libros El medio es el masaje (McLuhan y Fiore, 1988) y La Aldea Global (McLuhan y Powers, 2011). Entre otros aspectos, realiza una reflexión sobre cómo la televisión puede moldear la percepción de la realidad, los valores y el comportamiento, impactando con fuerza en la formación de la opinión pública. Por su parte, en nuestras latitudes, una referencia ineludible en este sentido es la del semiólogo Eliseo Verón, con textos como Construir el acontecimiento (1995) o El cuerpo de las imágenes (2001), entre otros.

En esta línea de reflexión, la conjetura que quiero profundizar aquí es que, en este deterioro del orden simbólico, tan importante como lo icónico es la trascendencia creciente del registro indicial, un aspecto habitualmente desdeñado, en el cual procuraré centrarme.

Al despuntar la década de 1980 se produjeron dos transformaciones muy relevantes en los ámbitos de la comunicación de masas y del espacio público que han pasado un poco inadvertidas. Transformaciones que relanzaron el dispositivo televisivo, principal medio masivo y el más influyente por aquel entonces, en una cultura con mediatización en aumento. Dos trasformaciones que, a mi criterio, se enlazan e inauguran una periodización, y se potencian en el presente. Una de ellas estuvo vinculada a una extensión del aparato. La aparición del control remoto posibilitó el ejercicio del zapping por parte del espectador. Bastaba sólo presionar un botón para recorrer, secuencialmente, uno a uno, toda una grilla de canales. La otra transformación, con antecedentes en la publicidad audiovisual, se produjo en el orden del encuadre, la edición del contenido y la compactación de la organización narrativa. Me refiero a la aparición del video clip como género original, eminentemente televisivo.

Han pasado más de cuarenta años y en plena era de las pantallas, de las redes y de una vida organizada crecientemente en torno a las interfaces digitales nos encontramos con otras tecnologías y otros formatos, pero que, a mi criterio, tienen significativos puntos de contacto y hacen serie con aquellas que despuntaron en la década de 1980. El scroll evoca al control remoto de manera más ágil, no se requiere presionar botón alguno, se necesita solo el contacto —palabra clave para el objetivo de este artículo— con la pantalla. La sustitución de imágenes se da por el arrastre de un dedo o la palma de la mano. Por su parte, los reels de Instagram, Tik Tok o Snapchat son microvideos homologables al gag o golpe de efecto. Poseen un formato corto, rápido, sorpresivo, evanescente y con una renovación sin solución de continuidad, estableciendo una secuencia interminable de contenido: doble operación convergente, interrupción y restitución visual. El scroll, operando sobre el reel, reactiva y potencia una secuencia fragmentaria evocando el ejercicio del zapping sobre un «video clip» relativamente autogestionado. Más allá de las especificidades, nos interesa la continuidad entre aquellos y estos dispositivos tecnológicos, en especial, el corte, el salto y la restitución. Lo que sobresale en este tipo de secuencia es la primacía del contacto, a costa del registro simbólico que encuentra obstáculo para estabilizar el vínculo, estructurarse y conformar una trama.

El registro indicial en Peirce (1987) evoca a la «función fática» descrita por el lingüista Roman Jakobson. El cometido de la «función fática» es iniciar, reanudar o concluir una interacción. Para ser ilustrativo, si en una llamada telefónica no escucho o tengo interferencia, suelo decir insistentemente «hola». «Hola», no para saludar —algo del orden simbólico—, sino que estoy acudiendo a la función fática para constatar la vigencia del vínculo o para reactivarlo —algo del orden del contacto—.

La primacía de las pantallas a partir de un vínculo crecientemente consolidado, hecho práctica por parte del usuario —introyectado—, y de la lógica impuesta en el orden del dispositivo —formato y contenido—, caracterizado por la brevedad, rapidez, intensidad, brillo, dispersión, interrupción, restitución, entre otros, impulsa la irritación perceptual y la renovación permanente del contacto; es decir, el predominio del orden indicial. Los especialistas en psicología cognitiva utilizan el término inglés pop out, para representar algo que salta a la vista, que estimula y se impone, lo que algunos psicólogos vinculan a las redes neuronales asociadas al «alerta», es decir, la «activación» que permite que el sistema cerebral esté disponible (Instituto Tomás Pascual Sanz, 7 de diciembre de 2016). Los especialistas sostienen que este sería el motivo por el cual, por ejemplo, al estar en un bar con televisores encendidos, perdemos con frecuencia el eje visual con nuestro interlocutor, porque no podemos dejar de ver la pantalla del televisor o del teléfono móvil, el cual nos convoca de manera intermitente pero constante.

El psicólogo cognitivo Pío Tudela (Instituto Tomás Pascual Sanz, 7 de diciembre de 2016) plantea algo interesante, luego de décadas dedicadas al estudio de la atención, en los últimos años se ha reparado con mayor detenimiento en lo que pasa con el cerebro cuando no se presta atención a nada o no se realiza tarea alguna. Ante el escáner, en estado de relajación, las áreas del cerebro que no ingresan al régimen atencional —del tipo de atención que fuera—, que se relajan al cesar una tarea, se activan. Esas áreas adormecidas cuando se desactiva o cesa la atención, cuando el cerebro entra en estado de relajación, se encienden —por defecto—. Ese encendido facilitaría procesos de introspección y de pensamiento en los demás. Esto ha dado impulso a la ciencia cognitiva social, la cual atañe a la autorreflexividad, al vínculo entre uno y los demás, o directamente a los otros. Por lo que se podría inferir que habría una relación inversa entre la primacía del pop out y el funcionamiento cognitivo social.

Para usar una comparación táctica, combinar en una interfaz el scroll con el reel plantea una relación lábil del usuario con el contenido, una relación de reactivación permanente, que privilegia la rapidez, un constante reiniciar el vínculo de «lectura» con estabilización precaria. No debemos olvidar que reanudar significa volver a anudar un lazo. El efecto significante de este cruce del scroll con el reel se podría caracterizar de manera gráfica como un «hola, mírame, hola, estoy aquí, ahora aquí, ahora aquí, mírame, hola...», de manera indefinida. No se sostiene la continuidad del vínculo en el ámbito simbólico, sino su recomenzar permanente. El dispositivo se ofrece como una invitación que se renueva todo el tiempo, de modo obstinado, como un prolongado reempezar, como una reinauguración que se habilita una y otra vez, expresión del carácter fático o constatativo en el ámbito de la significación. Como afirma Alexandra Kohan (2024, febrero 13) de manera un poco hiperbólica: «La vida es eso que transcurre mientras scrolleamos». Y continúa, afirmando que hay algo en el gesto del scrolleo que emula el descarte: el dedo envía, deslizando hacia abajo o hacia arriba, hacia la izquierda o hacia la derecha, lo que ya no quiere ver —el mismo gesto hecho con la mano entera es el gesto del desprecio, del descarte—: «Lo que ya no queremos ver, pero que en rigor tampoco vimos». En cierto momento de su reflexión retoma un concepto de Héctor Libertella: «Una red es puro agujero».

Reitero, no es que aquí no juegue el registro simbólico —ya lo dijo Peirce, los tres órdenes están imbricados en el proceso de semiosis—, lo que se evidencia es que el registro simbólico queda subordinado al indicial y limitado, en gran medida, al orden del contacto; es decir, a una reactivación que no permite extensión, a una intermitencia sin solución de continuidad o a una trama que se fisura permanentemente bajo constante intento de reconstitución. Vale aclarar que en este desplazamiento de lo simbólico a lo indicial se estaría produciendo una profunda modificación del orden comunicacional. Esto no implica, en términos técnicos, «falta de atención». Es un tipo de atención que los especialistas señalan como de activación o alerta que se renueva permanentemente imposibilitando pasar del contacto al registro sostenido, extensivo y consumiendo una enorme cantidad de energía atencional. Posiblemente este funcionamiento tenga relación con la percepción habitual compartida en los entornos de trabajo, donde se termina la jornada agotado, sintiendo que no se avanzó demasiado en ninguna tarea específica.

 

Incitación, velocidad, saturación

Infoentretenimiento, gaming, multitasking, hiperactividad, un flujo intermitente y persistente de contenido digital por velocidad y saturación, evitando el silencio y colmando los sentidos. Un flujo que favorece lo que en términos coloquiales se identifica como atenciones múltiples o dispersas, obturando el vacío necesario para el pensamiento, la imaginación y la creatividad. Un permanente reiniciar, una actualización tras otra, una suma y acumulación de datos generalmente sin contextualización. Un aguijoneo que no facilita sostener y prolongar el vínculo perceptual, sino que lo incita, lo estimula, lo excita, lo renueva, lo reconfigura de manera permanente. Me refiero a formas de percibir el mundo por saturación, promoviendo un ver que no permite tomarse un tiempo ni diferenciar. Efecto de encandilamiento por congestión, aceleración de los procesos, prisa y necesidad de gratificación inmediata: no se trata de placer escópico, se trataría de puro «plus de goce» (Lacan, 2018). De allí algunas posibles implicancias adictivas, lo que está siendo investigado por especialistas en el tema.

Este anudamiento en el ámbito del goce, dado por la incitación y velocidad, «permite comprender la persistencia y el apego (cuando no la dependencia) a determinadas prácticas», como la aludida en este ensayo que, «aun cuando produzcan efectos displacenteros, dolorosos o traumáticos, se nos presentan como inevitables» (Blanco y Sánchez, 2017, p. 186). Ya la sentencia popular sostiene que hay que «pararse a pensar», para pensar es necesario detener la velocidad, tomarse un tiempo, hacerse el tiempo.

Ayuda diferenciar el «plus de goce» del mero «placer». El «placer» tiene cierto carácter homeostático, está siempre regulado y limitado, se atenúa con la gratificación, su curva de intensidad tiende a neutralizarse al encontrarse con un satisfactor: el hambre con el alimento, el cansancio con el reposo o el sueño, el sexo con su consumación. Por el contrario, el «plus de goce», lo que está más allá del principio de placer (Freud, 2015), al menos como lo entendemos a partir de la tradición freudiana y su reformulación por Lacan, expresa el desequilibrio de las pulsiones. Se retroalimenta en su pura circularidad y persistencia, como la capacidad del sujeto de atentar contra sí mismo, es la lógica del consumidor consumido. El investimento radical que se realiza sobre el objeto, en este caso, la intermitencia del carrusel de imágenes, explica su fijación: «Estos investimentos del goce, para Lacan, no se formulan solo bajo el género del placer (asociado a la figura del fantasma) sino también bajo el género del displacer» (Blanco y Sánchez, 2017, p. 179).

De lo que estamos hablando es de una relación entre falta y exceso, donde se encuentra la falta constitutiva del sujeto y una disposición irrefrenable por colmarla, es la carencia la que lanza al sujeto al exceso. Este cruce, entre el insaciable deseo humano y el exceso de goce, se ajusta adecuadamente al dispositivo del rendimiento empresarial imperante (Laval y Dadot, 2013), instalando al sujeto en su carácter compulsivo, adictivo y, finalmente, a su reverso depresivo. El capitalismo, extremando la lógica de Lacan, sería una «economía política del goce» (Alemán, 2016; 2019; 2022). De modo que es legítima la pregunta sobre qué hacer con el vínculo entre consumo de redes digitales, manifestación del exceso y el estar a solas con pulsiones mortíferas. Pulsiones que no son erradicables ni cancelables históricamente, sino que, en gran medida, son promovidas por imperativos de goce extremo que, por su propia constitución, nunca son suficientemente realizados ni colmados: imperativo de éxito, de rendimiento, de riqueza, de felicidad, entre otros. En síntesis, imperativos de acumulación —de goce—.

Ver plantea un vínculo lábil, mientras que contemplar ayuda a diferenciar, distinguir, reconocer, discernir, contextualizar y establecer relaciones necesarias para el pensamiento, es decir, para la primacía de la palabra y el registro simbólico que son indispensables para el análisis, el razonamiento y la crítica. Bajo el espectro de esta lógica sería cada vez más difícil leer un libro. Se puede estar en una clase, una conferencia, un evento deportivo, mirar la pantalla o una película sin una atención sostenida, pero no se puede leer y comprender un libro sin sostener la atención.4 Este tipo de consumo digital favorece la sustitución de una actitud reflexiva por una reactiva, no hay que olvidar que la atención de alerta es la que se activa frente a lo súbito, lo imprevisto y el peligro, la que se pone en funcionamiento frente a una amenaza de la cual hay que defenderse o ante la cual se debe reaccionar. Entonces, ¿cuáles son las implicancias que tienen estas mutaciones para el pensamiento?, ¿es posible la construcción argumentativa, el emplazamiento en un contexto social, el reconocimiento del entorno, de los otros y de sí mismo?, ¿es factible la inscripción en una historia, un linaje o una tradición sin la primacía del registro simbólico?

Para decirlo en términos sintéticos, el encuentro del scroll con el reel fungiría como metáfora de la cultura digital de redes sociales, en una lógica que se replica en las cadenas informativas y de entretenimiento. Me refiero a una lógica que opera por acumulación, donde se impone una actualización —permanente— como novedad absoluta, emotiva, degradando no sólo la posibilidad de contextualización, sino el vínculo con el pasado y el carácter proyectivo.

Con complicidad personal y por la propia dinámica del dispositivo, el desplazamiento insistente de la bobina de imágenes, que plantea un efecto estroboscópico, atentaría contra la producción de tejido significante.5 Por un lado, se trata de un imperativo de inmediatez, de sumatoria de instantes, de actualidad permanente desarticulada del pasado y el futuro.

Se identifica aquí, fundamentalmente, un efecto de saturación por acumulación. No se trata sólo de la crisis de las grandes narrativas, las narrativas maestras o los metarrelatos que señala Jean Francois Lyotard (1987) como expresión de la crisis de la Modernidad. La afectación repercute también en los microrrelatos o narrativas en general (Han, 2023) como rasgo cultural de la contemporaneidad, como corrosión, en distintas escalas del orden simbólico. La narración, al tratarse de un tejido, organiza —trama y entrama— la forma de ver el mundo, de autopercibirse, permite y ordena las representaciones en el ámbito simbólico.

La desarticulación de la trama deteriora también la dimensión proyectiva y los imaginarios de futuro. Se trata de la dislocación de la temporalidad, de la secuencia pasado, presente, futuro, instalando un presente que se expresa como un instante reiterado y tendencialmente definitivo.

A su vez, y en sintonía con lo anterior, el deterioro del registro simbólico tiende también a instalar el proceso de semiosis en un lugar absoluto, desconectado, desterritorializado. Sin trama, no sólo se disuelve la temporalidad, también se afecta la espacialidad. Bajo esta lógica se disgrega el espacio y es difícil identificar el propio emplazamiento y el lugar de los otros. Se atenúa la posibilidad de posicionar, enlazar, ambientar, contextualizar y enmarcar. Sin trama pareciera no haber ubicación, sólo una renovación de puntos en el vacío. Este «efecto» de deslocalización tendencial, dado por el vínculo persistente con las interfaces, se inscribe y potencia al producirse en el contexto de una interconexión global, caracterizada por los flujos informativos, financieros, mercantiles, entre otros. La globalización actual se reconoce como sinónimo de interconexión y deslocalización.

El problema central de la sustitución de lo simbólico por lo indicial pareciera ser esta dificultad para establecer tejido, indispensable para la construcción de la historicidad, la memoria, la espacialidad, para establecer y profundizar conexiones, para sostener los vínculos, para la argumentación y el pensamiento, todo lo que se puede construir con la mediación del lenguaje. No debemos olvidar que, al menos desde la semiótica, lo traumático en la esfera social, de los imaginarios o de las representaciones colectivas —como en el psicoanálisis en el ámbito de la subjetividad—, puede ser pensado como un desgarro o hueco en la trama significante. Por ello, la pregunta sobre las implicancias que tiene la imposibilidad de constituir trama semiótica —o subjetiva— es una cuestión de primer orden.

Mientras que los microrrelatos presentes en las redes sociales parecieran ser sólo para consumo individual y solitario (Han, 2023), la trama simbólica es una suerte de manto que cobija en conjunto. Una cobertura que es habitada, que enlaza a los sujetos en su época y en su territorio, y no sólo en su tiempo histórico, sino de modo intergeneracional. Es decir, hace comunidad. Sin tramas se favorece el imperio de la dispersión y la disgregación, la destitución simbólica es la destitución del lazo social.

 

Neoliberalismo y cultura digital

La descripción desarrollada sobre algunos aspectos de lo que se puede denominar cultura digital o «lógica de redes» es concordante con la caracterización que realizan, aunque con matices y especificidades, algunos pensadores del neoliberalismo. Por caso, recuperando algunos textos de Jorge Alemán (2016; 2019; 2021), que se apoya en el discurso capitalista de Lacan y parafraseando sus reflexiones, se puede considerar el imaginario neoliberal bajo una dinámica extensiva, acéfala e hiperconectada. En primer lugar, se trataría de una abolición de los legados y de las memorias colectivas, con enormes consecuencias en el orden de la construcción de lo común. El neoliberalismo procura deshistorizar e incluso «desimbolizar» al sujeto, ya que a través de la mediación de la técnica «se intenta provocar el “olvido” de todo aquello que se puso en juego en el sujeto en su venida al mundo a partir del lenguaje» (2016, p. 56). De este modo se confirma que «tanto el capitalismo como la técnica, a partir de sus respectivas caracterizaciones, se presentan como engranajes instalados en una especie de presente absoluto, sin lugar para la historicidad, no dejando concebir un después o algo figurado que permita la desconexión» (2019, p. 184).

Alemán (2021, pp. 134–135) sostiene que el discurso capitalista, por definición, no tiene punto de capitón o de anclaje, se trataría de una suerte de metonimia permanente que se desplaza. Ahí reside su condición ilimitada, al prometer cerrar la falta siempre con algún nuevo objeto que inmediatamente relanza la insatisfacción. Es decir, se trata de un discurso que, como el mismo Lacan precisó, «no tiene un exterior ni un después». En esta recuperación de Lacan se pueden encontrar varias coincidencias con la «lógica de las redes» que se procuró describir más arriba: el carácter eminentemente indicial, expresado en un desplazamiento y relanzamiento constante, sin solución de continuidad. Se alude a su circularidad, su condición ilimitada, la corrosión simbólica, el desanclaje histórico y de los legados, entre otros.

Alemán (2016) focaliza con atención e insiste en las consecuencias sobre la subjetividad: «el Neoliberalismo como formación específica de la lógica del Capital es la primera formación histórica que intenta tocar ese núcleo ontológico, que intenta verdaderamente apuntar a lo que es la producción misma de subjetividad» (p. 64). En otro texto reafirma, «ha logrado, para su reproducción ilimitada y para su extensión planetaria, intervenir, modular y producir una nueva subjetividad» (2019, p. 161). Se ha escrito y hablado mucho sobre el modo en que esta subjetividad se configura según un paradigma empresarial, produciendo diversos efectos, tales como «las patologías de responsabilidad desmedida, el sentimiento irremediable de “estar en falta”, el “no dar la talla”, la asunción como “problema personal” de aquello que es un hecho estructural del sistema de dominación» (2016, p. 16). En este sentido, el neoliberalismo ejerce sometimiento y dominación, pero también «establece dependencias, marcos de conducta, encuadramientos mentales y corporales, donde la subjetividad queda inscripta en una nueva versión de distintos modos de servidumbre. Incluso en un apego apasionado a la misma [sic]» (2019, p. 27).

Por su parte y de manera convergente, Laval y Dardot (2013, p. 360) señalan que la racionalidad neoliberal promueve un sujeto en el que confluyen y se potencian rendimiento y goce, cuyo principio es el «exceso» y la «maximización ilimitada» de uno mismo. Bajo esta lógica, se requiere que el sujeto produzca cada vez más y goce cada vez más, conectándolo con un «plus–de–gozar» que se está convirtiendo en sistémico. En consonancia, se puede afirmar que el capitalismo apunta a lo más particular del goce de cada uno, a la par que logra, a través de distintos procedimientos, una homogenización de todas las particularidades y diferencias. Mientras se goza de un objeto técnico se trabaja invisiblemente para él y la renta que se obtiene con esa información se reinvertirá como beneficio, porque para que el neoliberalismo se mantenga debe contar con la complicidad del sujeto en su respuesta. Vale la pena resaltar que en Lacan el discurso capitalista marcha hacia su consunción, es decir, marcha hacia algo que va a producir su propia disolución violenta, porque consunción significa desarrollar internamente una energía que te destruye.

Lo que se trata de mostrar aquí, sabiendo que por limitaciones propias, un espacio disponible acotado y las dificultades del mismo proceso que se trata de caracterizar, es que existe, con complejas mediaciones, un paralelismo entre, por un lado, el consumo de las redes, lo que distintos autores denominan la captura o colonización subjetiva por vía del «plus de goce», con efectos del orden perceptual y cognitivo, en palabras de Miguel Benasayag (Radio Con Vos 89.9, 26 de abril de 2024), y por el otro, lo ilimitado de los procesos de acumulación y concentración de valor en el capitalismo, cuyo significante más representativo, a mi criterio, se expresa en la palabra «más».

El significante «más» expresa la unificación de una diversidad de operatorias sociales y subjetivas, estableciendo una homologación de lógicas al instalarse en el cruce entre velocidad y acumulación: más capital, más prestigio, más reconocimiento, más fama, más éxito, más felicidad, más diversión, más visualizaciones, más «me gusta», más belleza, más juventud, entre otros. Se trata de una circularidad que, con aceleración creciente, produce mayor acumulación de goce y de valor. Es en el imperativo por «más» que la velocidad y la acumulación concurren y se acrecientan en una circularidad que se refuerza mutuamente. En este sentido, sigue teniendo un valor primario el modo de realización de la mercancía analizado por Marx en el Tomo I de El Capital, bajo la dinámica dinero–mercancía–dinero (incrementado). Si esta trasmutación del dinero en mercancía y de ella nuevamente al dinero, pero ya incrementado, se da con mayor aceleración, es decir, aumentando la circulación en la realización de la mercancía, el proceso de acumulación se incrementa. En este punto considero que la glotonería capitalista, en el estadio neoliberal, ha ingresado en la constitución subjetiva de los individuos, en parte, a través de las interfaces digitales y su tendencia al goce ilimitado, produciendo sustanciales efectos políticos en el ámbito de la individuación, el aislamiento y la disipación del lazo social. Una lógica orientada tendencialmente por lo que se ha denominado «lógica de redes», las que se presentan como una vía regia para este funcionamiento y colonización. Por este motivo entiendo que entre el discurso capitalista y el funcionamiento de la técnica en la cultura digital se puede establecer cierta relación de reforzamiento mutuo, de paralelismo circular, convergente y de reafirmación recíproca.

 

A modo de cierre

Una de las grandes enseñanzas de Ferdinand de Saussure (Magariños de Morentín, 1983). ha sido mostrar que cada signo no tiene valor en sí mismo y que el lenguaje es un conjunto de relaciones. Que no hay una positividad intrínseca que otorga sentido a un signo per se, que la significación se juega en el modo en que se establecen vínculos, para lo que se requiere un efecto de estructuralidad que produce tejido significante. Esa estructuralidad, aunque siempre abierta, precaria y susceptible a la contingencia, emplaza a los términos, conformando un conjunto con cierta cohesión y sistematicidad. El exceso de fragmentación, interrupción o rasgado de la trama atenta contra la posibilidad de establecer lenguaje. Sin trama, el imperio sería la eventualidad, la dispersión. Por ejemplo, una revuelta que se manifiesta en la dimensión de la contingencia política puede activarse y sostenerse durante algún tiempo a partir de la dimensión imaginaria —simplificación resultado de la economía del lenguaje—. Pero un proyecto sostenido requiere del orden simbólico que lo estructure y organice, por lo cual: ¿qué relación se puede establecer entre la primacía del contacto en el ámbito de la significación, el circuito ilimitado de la mercancía y la financiarización, y la presencia de revueltas en distintos puntos del planeta —Francia, Chile, Nepal, entre otros— que encuentran rápidamente un límite para transformarse en proyectos sostenibles con efectividad social, política e institucional?, ¿se puede construir y sostener en la mediana duración una épica que se transforme en un proyecto político, sin inscripción en valores del pasado, en mitos y en proyectiva de futuro?

Lo que intento hacer de manera sintética aquí y a modo exploratorio, en tiempos neoliberales, a partir de las posibilidades intelectivas que nos ofrecen las distinciones planteadas por Charles Sanders Peirce, es acercar algunos recursos ante fenómenos que generan gran inquietud y desconcierto. Me refiero a cuestiones tales como la llamativa sobreposición de la actualidad frente al tiempo histórico, el debilitamiento de las inscripciones subjetivas en acervos y linajes de distinto tipo, el individualismo y la descomposición comunitaria, la personalización de los hechos sociales, en los que cada problema social se expresa y vive como una dificultad y responsabilidad estrictamente individual, la volatilidad electoral ante la caída de identificaciones fuertes de carácter partidario o ideológico, entre otros.

Frente a esta tendencia en los procesos de significación, con crecientes desacoples, aceleración y dispersión significante, relacionadas a lo que se ha denominado caída de los puntos de capitón o puntos de amarre, la lectura que hace Charles Sanders Peirce de la semiosis y sus elementos constitutivos puede acercar claves que sean de ayuda para inteligir procesos como los notables cambios en la subjetividad contemporánea, la fragilización de los lazos sociales y las implicancias políticas que estas mutaciones conllevan.

En línea con esta conjetura y yendo un poco más allá, se podría comenzar a vislumbrar que, si el lenguaje produce lo común y es en su totalidad inapropiable, siendo el producto social por excelencia, lo que constituye, amarra, sujeta y subjetiviza al individuo, la operación final del neoliberalismo como horizonte distópico, como instancia de su consumación, se estaría jugando entre, por un lado, la colonización y, por el otro, la corrosión del lenguaje. Me refiero a un movimiento que apuntaría a la destitución de la verdad ontológica del lenguaje como producción social de sentido y generadora de lo social.

Como sostiene Jorge Alemán (2019, p. 161), «ninguna transformación política es posible si no se pone en juego aquello que el circuito de la mercancía no puede capturar», resultando relevante desentrañar la siguiente pregunta: ¿qué parte de cada uno de nosotros no se puede integrar a la forma mercancía y a su fetiche? «El éxito del Neoliberalismo que Lacan anticipó como “discurso capitalista” es mostrar que hemos ingresado en una etapa histórica donde ya no hay oposición entre la civilización y la pulsión de muerte». El neoliberalismo pondría en diálogo firme los dos términos: «El arte de lo político sería el intento de construir un lugar que vuelva a separar los dos lugares» (2022, p. 85).

 

Notas

* Este ensayo se deriva de una investigación en curso dirigida por el autor y adscrito al Proyecto Grupal de Investigación Neoliberalismo y lazo social. Reflexiones sobre cambio epocal y formas específicas de des/recomposición socia (Cod: 33820230100139CB), radicado en la Secretaría de Ciencia y Tecnología, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

1 El esquema de organización es similar al «nudo borromeo» que Jacques Lacan utilizó para ilustrar el vínculo entre lo simbólico, lo imaginario y lo real. Los tres términos son indisociables y responden a una afectación recíproca.

2 Quiero resaltar que el trabajo conjetural responde al paradigma indicial, procedimiento interpretativo que se basa en la inferencia; es decir, alude a un trabajo que se realiza a partir de la identificación de indicios, signos menores o poco atendidos para la construcción de líneas de lectura que pudieran ser reveladoras. Alejada de pretensiones de generalización, este enfoque cualitativo se basa en datos marginales, periféricos o poco trabajados, cuya finalidad es otorgar visibilidad a vinculaciones novedosas, produciendo renovados modos de lectura.

3 La intención de este texto no es reducir la diversidad de operatorias y modos de apropiación de las redes sociales por parte de los usuarios, las cuales tienen multiplicidad de implicancias y productividades. La idea es realizar un análisis crítico de una lógica identificada como dominante, sin dejar de reconocer la existencia de un amplio espectro de funcionamientos en las que se puede inscribir el uso de redes.

4 Focalizo esta problemática, el vínculo entre crisis atencional y dislocación del dispositivo escolar, en el «Lógica de redes» y crisis atencional en tiempos neoliberales. Consideraciones sobre su impacto en la institución escolar, texto que integrará un libro de pronta aparición.

5 Lo estroboscópico alude a un efecto óptico de malestar producido por la generación de destellos breves o impulsos intensos de luz muy cortos y de manera intermitente, los que expuestos sobre la mirada producen un efecto de sobreexposición, generando perturbación o ceguera parcial por exceso de luminosidad.

 

Referencias bibliográficas

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