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Mi camino hacia las letras

 

Resumen:

La importancia de la poesía en la formación de filólogos y filólogas.


Las letras se convirtieron en mi refugio conflictivo el día que fui consciente de cómo se agrupaban en las palabras para decir. El conflicto lo viví en el preescolar al escuchar a la profesora Magdalena. «Muy pronto aprenderán», dijo al terminar de leer las carteleras. Yo estaba fascinada con los sonidos que se correspondían con las letras; reconocía algunas, pero era incapaz de relacionarlas con los sonidos y el sentido. Experimenté la frustración y el deseo de saber. Pensaba que nunca sería capaz de asociar tantas cosas. «El sonido de las letras que se juntan», algo así le dije a mi madre al llegar a casa. Ella me puso en mi lugar: «En la escuela aprende».

Ahí comenzó mi obsesión por las letras. Empecé a preguntarle a mi madre cómo sonaban combinadas y en poco tiempo aprendí a leer. «¿Quién le enseñó?», me dijo la profesora cuando la llamé frente a las carteleras. «Yo sola». Era mi primera conquista en mi camino hacia las letras. Mi madre, al percatarse de que leía, me miró con una especie de terror, quizás porque sentía que yo desbordaba los linderos de la casa y de la escuela sin necesidad. Intuyo que tampoco le dio especial trascendencia al suceso, pero a mí me marcó. Desde ese momento, escribí y leí todo lo que pude como ejercicio de constatación de mi triunfo. Visitaba bibliotecas para buscar libros y los trascribía. Entré en una fascinación por las letras. Escribía todo lo que veía y llegaba a mi cabeza para luego enseñarle a alguien lo que aprendía. Mi infancia y mi primera adolescencia estuvieron marcadas por la enseñanza, en parte por la formación pedagógica que tuve en la Normal Superior de Marinilla.

Mi pasión por las letras se materializó literariamente en la poesía. Devoraba con avidez la combinación de letras, palabras, silencios que se unían en los versos. Bajo el designio de la universidad pública, en la que nos habíamos visionado como familia de clase media baja, busqué una carrera en literatura y al vaivén de las letras llegué a los números. Sin presiones ni pretensiones, me vi de pronto estudiando física; supongo que intuía su cercanía con la poesía -o por lo menos eso quiero creer desde esta orilla-. De los gratos recuerdos que me quedan de la física es un grupo de compañeros apasionados por la literatura. Con ellos compartí espacios por fuera de los salones en compañía de profesores que vibraban con las letras. Al punto que cursé, por ejemplo, una electiva de física y poesía a la que vuelvo cada vez que leo a Ernesto Cardenal.

Cuando me enteré por el año 2004 que la universidad abriría una nueva carrera, Letras: Filología Hispánica, decidí que abandonaría la física, y me vi frente a las carteleras del preescolar. Por un asunto de cálculo me gradué de física para ganarme modestamente la vida de profesora de cátedra. Me la pasé a las carreras entre las clases que dictaba de física y las que recibía de filología. Fue un salto a otro mundo, pero sentía que estaba preparada desde siempre para estudiar letras y la física fue mi mejor escuela. Me visualicé por fin plena en el disfrute de la literatura y en el goce absoluto de la poesía.

Pero filología no era en ningún sentido lo que esperaba. Lógicamente mi interés en la carrera era la literatura. La mayoría de mis compañeros deseaban ser escritores y yo estaba en la misma línea utópica. Le di una mirada rápida al pénsum sin dimensionar la juntura de lingüística y literatura a la que me enfrentaría desde el primer semestre. Poca literatura y nada de poesía; mi nueva vida de estudiante de letras. Tenía que aprender que el estudio de la filología no consistía en leer ni escribir literatura, sino en leer y escribir sobre literatura y cultura, además de interiorizar que la lingüística era parte importante de la formación del filólogo; por cierto, muy provechosa para el estudio de la poesía en la que quería especializarme. Entender que las clases son solo el inicio de los procesos reales de conocimiento e investigación, que se hacen en su gran mayoría por fuera de ellas, fue un aprendizaje que me costó.

Cuando me matriculé en filología, me imaginaba devorando poemas, pero acercándome a ellos desde herramientas teóricas que aprendería en las clases y de la mano de especialistas. Fueron muy pocos los cursos dedicados a la poesía, pero los recuerdo con especial cariño. Ese primer encuentro teórico me hizo ver la necesidad de una formación más amplia y profunda. En esa búsqueda me acerqué al GELCIL (Grupo de Estudios de Literatura y Cultura Intelectual Latinoamericana) y de la mano de Selnich Vivas Hurtado me encaminé en el entendimiento del poema por fuera de las márgenes del texto.

Finalizada la carrera, y ya agotada de mi modesto sueldo de profesora de cátedra, compensado con un exceso de trabajo insoportable, decidí irme para cualquier lado donde me becaran. Haciendo cuentas solo sería posible vivir dignamente de las cátedras con un doctorado, así que me juré que regresaría con el título. Empecé a buscar becas que me permitieran dedicarme únicamente a estudiar. Envíe un par de solicitudes y de pronto estaba instalada en México, donde cursé el ciclo completo de mi formación de posgrado. Pero un día, dejé mi vida académica mexicana un poco a la deriva, cuando descubrí que incorporarme a la vida laboral de México era tan complejo. Ante esta situación, necesitaba vincularme de nuevo a la labor docente abandonada hacía diez años en Colombia.

Mi experiencia personal como filóloga ha estado marcada por las becas. Entré becada a la carrera, obtuve matrículas de honor, fui la mejor estudiante avanzada, la mejor graduada del programa, conseguí becas de maestría, doctorado y posdoctorado. Todo esto para decirles que, aunque las notas no deberían ser lo esencial, y los procesos a largo plazo resultan más importantes, sí son determinantes en este tipo de selecciones. Para ganarse las becas no solo hay que llegar con proyectos sobresalientes, sino con buenas notas, las mejores posibles, sin que se conviertan nuestras clases en una carrera absurda por obtenerlas. Y bueno, un poco de suerte no debe faltar, así como algún tipo de respaldo económico. Lo otro importante de mencionar es que las becas que obtuve en mis estudios de posgrado fueron conseguidas por convocatoria pública. Me presenté, concursé y pasé sin conocer ni tener influencias de nada ni de nadie. Esto demuestra que es posible acceder a becas en el exterior si asumes con disciplina los procesos de las convocatorias, desde la escritura del proyecto hasta la reunión de la extensa papelería que usualmente solicitan.

En el 2023, regresé a la Universidad de Antioquia para retomar mi actividad académica en el GELCIL, al que nunca dejé de pertenecer, pero del que me había alejado. Retomé las investigaciones que teníamos en curso y empecé mi trabajo como profesora de cátedra, impartiendo dos cursos muy afines con mi formación (poesía y ensayo) para la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana de la Facultad de Educación. Debo decir que ha sido una experiencia estupenda volver a las aulas de clase. Definitivamente, tengo una decidida vocación docente alentada por mi espíritu normalista, lo que me hace sentir comprometida con la formación personalizada de mis estudiantes: profesores en formación a los que siempre trato de transmitirles la pasión por una enseñanza de calidad académica y humana.

En estos encuentros académicos y vitales en las aulas de clase he tenido, además, la fortuna de contar con estudiantes de filología. Con ellos he entablado un diálogo abierto acerca de las ventajas y desventajas de la segunda versión del programa de filología. De diez semestres pasaron a ocho, una ventaja, en términos muy generales, a la luz de la necesaria especialización que exigen los nuevos tiempos y considerando que el pregrado es solo el inicio de un camino largo que cada uno debe perfilar desde sus intereses personales y la construcción de su propio destino profesional. Otro de los aciertos es la implementación de las prácticas, que le permiten al estudiante ejercitarse en diferentes campos de la filología. Finalmente, el más significativo de los aciertos, para mí incuestionable, es la posibilidad que ahora tienen de graduarse con un artículo académico, una monografía, un ensayo, una obra literaria, entre otras opciones según convenga a sus afinidades.

Estos aciertos que se han ido implementando en la carrera, sumados a la doble titulación a la que pueden acceder para graduarse de licenciados en español y literatura, les permite incursionar en la enseñanza básica y secundaria, además de la universitaria, que requiere, en la mayoría de los casos, una formación en posgrados más apremiante para incursionar en el ámbito laboral. Los filólogos, además de trabajar en la investigación y la enseñanza universitarias, se han abierto a la escuela, a la gestión cultural e incluso a la industria editorial, desde la corrección de textos hasta la dirección de editoriales. La versatilidad de su campo de acción es vasta: análisis e interpretación de textos y discursos, asesoría literaria y lingüística, gestión y planeación lingüísticas y literarias, creación literaria, mediación lingüística e intercultural, administraciones públicas, marketing digital, servicios jurídicos, entre otros campos de acción propios de las tecnologías de los nuevos tiempos.

Con las habilidades en la escritura, lectura y comunicación que provee la filología, la diversificación del perfil del filólogo sobrepasa por mucho la idea romántica del estudioso de textos escritos mediante los que investiga la lengua y su desarrollo histórico y literario. Por eso, el filólogo está entrenado en el uso de la palabra oral y escrita, en el estudio de las potencialidades y artificios de la palabra, es hábil en el acercamiento crítico a todo tipo de textos (que cuestiona por principio) y sus productos están sustentados en el conocimiento al que accede desde su tradición como ávido lector, escritor e investigador, pero, asimismo, crea (recrea) desde la sensibilidad, la intuición y el poder de la palabra en la que nos ha formado la poesía.

Y es en este punto donde la segunda versión del programa de filología tiene una falencia inexcusable: la eliminación de los cursos obligatorios de poesía en la formación de los filólogos. Esta ausencia es señalada principalmente por los estudiantes interesados en la escritura, apropiación y entendimiento del texto poético, que se sienten huérfanos a la hora de enfrentarse a ese tipo de producción literaria porque no tienen las herramientas mínimas para hacerlo. Si hay un género en el que la literatura y la lingüística (principales disciplinas de la filología) dialogan con mayor intensidad es la poesía. En el estudio del poema ponemos a prueba nuestra capacidad de concebir el texto, desde sus particularidades gramaticales, sintácticas, léxicas, morfológicas, semánticas, pragmáticas, estilísticas, retóricas, métricas, entre otras herramientas que nos ayudan a dimensionar el poema en toda la magnitud intelectual de su propuesta creativa. Siempre bajo el entendido de la relación del poema con el mundo, que hizo posible su aparición desde la concepción, escritura y publicación del texto hasta las condiciones particulares de su creador y las tradiciones de las que bebe.

El ejercicio de leer, memorizar y estudiar poemas nos adiestra en el entendimiento del lenguaje que estimula el cerebro en la constante utilización de recursos para descifrar la utilización de palabras, dar sentido a las secuencias empleadas y aproximarnos a una posible interpretación de un poema, una obra poética y un poeta. La poesía cultiva la imaginación, la memoria y la capacidad interpretativa de los textos y del uso del lenguaje poético y cotidiano, además de potenciar la expresión de emociones y sentimientos individuales, pero también contribuye con la construcción de la memoria e historia colectivas.

Siempre que me enfrento a un poema veo el terror de la niña de cinco años mirando la cartelera, veo el símbolo de mi encuentro con la poesía. Después, repaso su proceso de asociación para dar sentido a esa secuencia de eventos desconocidos. Todo empezó en el aula de clase, pero el marco de entendimiento estaba (y estará) por fuera del aula, muy cerca de los símbolos de la poesía. Un buen poema abre el diálogo con una manera particular de concebir el mundo, pues los poemas son una forma de acercarnos a ese entendimiento. En ese camino decidí inscribirme como filóloga. Desde hace poco tiempo, estoy coordinando el GELCIL y estaré a la cabeza del semillero que se reactivará el próximo semestre. Espero que también sea un espacio para discutir la poesía, los poemas, las poéticas y los poetas con la ayuda de las herramientas que nos provee la historia intelectual.