184Editores:
Ji Son Jang
Selnich Vivas Hurtado
Juan Esteban Ibarra Atehortúa
LINGÜÍSTICA Y LITERATURA
ISSN 0120-5587
E-ISSN 2422 3174TESTIMONIOSNO TODOS LOS QUE VAGAMOS
ESTAMOS PERDIDOS
Álvaro Hernán Cruz Mejía
Universidad de Antioquia (Colombia)
alvaro.cruz@udea.edu.co
Ser filólogo fue un feliz accidente para mí. Llegué a la filología por error, pero no en
el sentido de una falta que se comete, sino en el sentido de algo a lo que llegó «errando»,
vagando sin rumbo fijo. El plan original era ser periodista y en ese empeño emplear las
habilidades orales que los adultos alrededor del Álvaro adolescente reconocían para
informar o buscar alguna verdad perdida. Me presenté a la Universidad de Antioquia
y no logré un cupo ni en mi primera ni mi segunda opción. Tras esto vino un tiempo
de ansiedad e incertidumbre en el que la literatura fue un refugio. J.R.R. Tolkien fue
uno de los autores que me cautivaron, refugiaron e interesaron en un uso consciente
—o por lo menos no utilitario— de la lengua. Por azar leí por primera vez la palabra
filólogo en la contraportada de uno de sus libros que contaba algunas generalidades
biográficas. Pensé que era una errata y una rápida búsqueda en internet reveló que no
era así, y una parte de mí, sin saberlo todavía, había quedado prendada. Mi feliz desliz
—y quiero abusar una vez más de la asociación etimológica y recordar la relación entre
las palabras desliz y deslizar— me acercó a un camino de una relación hasta ahora
incesante con el lenguajear y con las lenguas que no ha parado hasta hoy. Todo esto
confirmó que, como dice Tolkien en su poema The Riddle of Strider: «not all those who
wander are lost», no todos los que vagan/erran están perdidos.
Recibida: 15/09/2023 — Aprobada: 20/11/2023 — Publicada: 07/02/2024
DOI: 10.17533/udea.lyl.n85a12
185LINGÜÍSTICA Y LITERATURA, ISSN 0120-5587 E-ISSN 2422 3174No todos los que vagamos estamos perdidosQuisiera centrarme hoy en los aspectos positivos de haberme formado como filólogo
de la Facultad de Comunicaciones y Filología de la Universidad de Antioquia, sin
abandonar, eso sí, la certeza de que hay mucho por mejorar y que el porvenir traerá
necesidades que obviamente se nos escapan a todos y muy a pesar de tener algunas de
ellas frente a las narices.
Estudiar filología ha sido enriquecedor por la inmensa cantidad de fenómenos que
entran en su campo. Haber participado de una formación que vincula la crítica literaria,
la teoría literaria, la historia de la literatura, la lectura como fenómeno íntimo y como
institución social, la historia intelectual, la estética y hasta la filosofía de la literatura
en los mismos pasillos en comunidad fue enriquecedor para mí. Haber tenido a mi
disposición cursos de lingüística y su vastedad metodológica y su rigurosidad científica
solo fortaleció este proceso. Si bien no soy un especialista ni pude haberlo sido con
mi mera participación en los cursos, sí me sentí partícipe y espectador de muchas
tradiciones, debates, críticas y hasta utopías que expandieron mis horizontes y me
pusieron a mí como individuo, a mí como parte de una comunidad en crisis. Tener
espacios de encuentro y desencuentro en torno a tradiciones, ideas, instituciones,
obras, propuestas metodológicas, sistemas filosóficos y debates estéticos me permitió
experimentar una sensación de glocalidad.
Uno de los ejemplos más relevantes en mi experiencia vino de la mano de la relación
entre la filología colombiana del siglo xix y el conservadurismo. Explorar personalmente
y conversar con colegas y docentes ese tema dio un giro de tuerca fundamental a mi
experiencia estudiantil: estaba participando, así fuera mínimamente, de un continuum
histórico con innumerables causas y desenlaces en nuestra vida común nacional y
comunitaria, gracias a las relaciones especiales que en distintos contextos temporales
y geográficos hemos tenido con el lenguaje. Muchos otros tantos colegas y yo que
estábamos fuera de las élites económicas y culturales de nuestro país que estábamos
participando de la vida simbólica, intelectual y política.
Lo anterior me lleva a delinear otro de los grandes aciertos que encuentro en
mi experiencia de haber estudiado filología: los estudiantes de filología. Para mí fue
común encontrar compañeras y compañeros ávidos de debate argumentado, de
inquietud estética, de afán de capital cultural y hasta con impresionantes empresas
creativas e investigativas. En mi experiencia, en la comunidad de estudiantes de
filología es frecuente encontrar abundantes inquietudes y un afán por participar de las
instituciones literarias, intelectuales y académicas que, más allá de si las compartimos
o no, nos ubican en coordenadas de colaboración y de competencia que muchas veces
vi convertirse en fertilidad colectiva.
Cambiando ligeramente de tema, uno de mis campos de acción profesional como
filólogo ha sido el de la docencia. Estas características propias del discurrir formativo de
los estudiantes de filología me han brindado sensibilidades y ejemplos que han impactado
positivamente mi ejercicio docente. La conciencia lingüística y cierta responsabilidad
crítica frente a los discursos me han permitido conectar de una manera significativa
con distintos grupos de estudiantes y me han permitido conducir un programa de curso
de una manera significativa para mí y muchos de mis estudiantes, al enriquecerlo con
lecturas complementarias amplias y a veces novedosas. Creo que la sensibilidad ante
186LINGÜÍSTICA Y LITERATURA, ISSN 0120-5587 E-ISSN 2422 3174N° 85, Enero - Julio 2024los discursos, las formas de la lengua, la manipulación constante de muchos tipos de
textos y contextos de enunciación y lectura juegan un rol determinante en esto.
En la traducción, otra de mis ocupaciones profesionales y pasiones personales,
lo anterior también ha sido importante. De ninguna manera podría defender que
las traducciones que puede lograr un filólogo son mejores —ni peores— que las de
un traductor formado como tal. Lo que sí defiendo es que en muchos contextos —
el literario, por ejemplo— las y los filólogos contamos con una formación histórica,
lingüística, estética y discursiva que nos permite enfrentar la traducción de un texto
desde múltiples intereses y enfoques que la lectora del texto traducido puede agradecer.
En estos dos casos, la docencia y la traducción, hay una prevalencia de la manipulación
consciente y crítica con el lenguaje. Esto me lleva a delinear otro ámbito en el que los
filólogos tenemos una gran competencia en los sentidos de «tener las habilidades» y que
nos «competa», nos incumba: el análisis crítico del discurso. No desdeño del inmenso y
valioso aparato teórico con el mismo nombre, pero con este me refiero a que contamos
con las habilidades para movilizar críticas y cuestionamientos propios y colectivos
sobre la inmensa marea de discursos que hoy nos ahogan y que nuestras comunidades
tanto necesitan. En mi caso, ser estudiante de filología llevó a mi hogar nuevas ideas,
libros y compañeras y compañeros que enriquecieron el horizonte de ideas de mi familia
y sé que este caso puede expandirse a cientos de hogares y comunidades más.
Hoy en día la filología ya no se corresponde con la figura del solitario y noctámbulo
hombre decimonónico con barbas y una inmensa biblioteca tras de él. Afortunadamente,
la filología hoy está repleta de diversidad tanto en quienes la practican como en los
ámbitos en los que se aplica y las herramientas en que se apoyan. La lingüística
computacional, la programación de herramientas informáticas que procesan lenguaje
natural, la configuración de chatbots, los diseños experimentales de seguimiento de retina
en procesos de lectura, la neurolingüística aplicada y teórica, así como las herramientas
generadoras de texto en interfaz máquina-lenguaje natural-ser humano son algunos
ejemplos de las fronteras conquistadas es las últimas décadas. Seguramente, faltan
muchas más novedades por venir. Sin embargo, creo que hay un mérito importante
en algunas de esas prácticas algo más conservadoras del acervo enciclopédico de los
filólogos. La historia de las lenguas, de las literaturas, de los discursos, hasta del lenguaje
mismo y la gramática, nos permiten mantener encendida una llama que encuentro
cada vez más valiosa. Me refiero a que encuentro de un inmenso valor que como parte
de la comunidad de saberes que es la filología de la Universidad de Antioquia haya una
preocupación por continuar compartiendo saberes, movilizando ideas, leyendo obras y
problematizando conceptos que no resultan útiles al mercado laboral o de los «servicios
profesionales»: que aún no entran en la «cadena de valor» de alguna multinacional. Me
llena de esperanza ver a egresadas y egresados perseguir sus sueños creativos —como
escritoras y escritores, cantantes—, ser investigadores institucionales e independientes
—en historia intelectual, por ejemplo— y de continuar haciendo transformación social
por medio de bibliotecas comunitarias y, en un par de casos conocidos, por fuera de
las demandas del mercado y al margen de la financiación institucional la mayor parte
del año.
187LINGÜÍSTICA Y LITERATURA, ISSN 0120-5587 E-ISSN 2422 3174No todos los que vagamos estamos perdidosLa filología de nuestra alma mater es una intersección entre muchos intereses y
tradiciones que no creo que pueda sintetizarse desde una sola perspectiva, por lo que
encuentro eso inmensamente valioso y esperanzador. Somos filólogos «hispanistas»,
pero muchos decidimos dialogar con otras tradiciones, otras estéticas, otras lenguas
y visiones de mundo y formas de vida diferentes. Tradiciones lingüísticas y de saberes
como lo son las lenguas indígenas, el inglés de Irlanda, el alemán, el francés, las lenguas
de señas y otras más habitan nuestros pasillos, nuestras memorias escritas y refulgen
en los ojos y las lenguas de muchísimos egresados y estudiantes.
Hoy nos es difícil imaginar la cotidianidad, el trabajo, el amor, la amistad, la
academia y hasta la lectura por fuera de las lógicas instituidas por esos potentes y
pequeños computadores que llamamos celulares. La lengua sigue siendo la interfaz
por excelencia a través de la cual interactuamos con estas máquinas y entre nosotros.
Más de la mitad de la humanidad globalizada se encuentra interconectada por uno
de estos aparatos. Con todo esto solo puedo pensar en el inmenso potencial que esto
tiene para recibir y difundir ideas, para rescatar y leer obras literarias y para tomar
muestras representativas que nos permitan agrandar nuestros corpus de investigación
lingüística y seguir explorando nuestro lenguaje y nuestras lenguas.
No sé cómo vaya a ser la filología de la segunda mitad del siglo xxi, pero sé que la
que tenemos hoy en la Facultad de Comunicaciones y Filología está enriquecida por
muchas experiencias y miradas. Sin desconocer el inmenso valor de muchos docentes
inspiradores y ejemplares, así como de un equipo administrativo comprometido y en
una inmensa cantidad de casos preocupados por la educación como derecho y goce, lo
que encuentro más valioso de filología lo he recibido de compañeras y compañeroscon
una valiosísima experiencia comunitaria de debate, intercambio de saberes, afiliaciones,
distancias, diferencias, amistades y hermandades.
No tengo conclusiones definitivas sobre lo que la filología sea o pueda ser para
nuestra región, pero trabajos como los adelantados por Luis Fernando Quiroz son muy
pertinentes a este respecto. Sé que a mí me ha brindado herramientas suficientes para
enfrentar un mundo profesional incierto en un contexto económico desfavorecedor
—hiperinflación y pospandemia, por ejemplo—, lo cual que me ha enriquecido con
conocimientos humanistas para hacer más llevadera la existencia propia y así
enriquecer con algunas conversaciones y algunas lecturas las de mis seres amados, mi
comunidad y mis estudiantes.
Siento que la filología es un lugar amplio que lo podemos habitar desde muchas
latitudes y con distintos intereses. Si bien en algunos breves momentos de frustración
o incertidumbre renegué de haber decidido caminar en los tantos caminos y veredas
que componen nuestra filología, hoy me alegro enormemente no solo de haberlo hecho,
sino de seguir transitándolos de otras con algunos sentidos, pero sin rumbo fijo, con la
esperanza de que falten aún muchos caminos por recorrer y muchas más formas del
caminar.