Una parte importante de los proyectos de publicación de literatura traducida a gran escala ha sido históricamente asumida en América Latina por las empresas editoriales. En su rol de patrocinadores o promotores de la actividad traductora, dichas empresas han influido, a partir del encargo de traducción, en los procesos de selección de aquellas materias, géneros y autores que han de formar parte de los sistemas literarios receptores. Según autores como Lefevere (1992), esta función de mecenazgo es intrínseca a aquellos poderes (personas o instituciones) que en nuestras sociedades pueden influir en la recepción, aceptación o rechazo de los textos literarios. Asimismo, las editoriales hacen parte de otros factores (como los críticos, los traductores o las poéticas dominantes) que pueden controlar la manera en que las traducciones funcionan dentro de sistemas culturales más amplios.
El propósito de este artículo es poner en relieve el papel que jugaron tres importantes empresas de factura española durante el segundo tercio del siglo XX en la historia editorial argentina y, desde Buenos Aires, en la historia editorial latinoamericana. El surgimiento de los sellos editoriales Losada, Sudamericana y Emecé, y la actividad en ellos desarrollada por un grupo de editores, directores de colecciones y traductores españoles, tuvieron un origen común: la Guerra Civil en la Península. Esta coyuntura permitió que el período comprendido entre 1936 y 1955 fuera una época de florecimiento de la industria editorial argentina. Desde el Cono Sur, y gracias a la contribución de los exiliados republicanos españoles, estas tres empresas abanderaron un proceso de actualización de prácticas editoriales y de renovación de repertorios bibliográficos en distintas áreas del conocimiento que aún hoy tiene resonancias en los países hispanohablantes.
A finales de la década de los años treinta del siglo pasado, y aproximadamente hasta mediados de los años cincuenta, la industria editorial argentina experimentó una época de inusitado crecimiento que se reflejó tanto en el surgimiento de nuevas empresas como en un aumento espectacular de la producción librera. Se trató del primer gran impulso editorial en América Latina; una iniciativa que, en décadas posteriores, estimuló también el desarrollo de otras importantes industrias nacionales en el continente.
En la historia editorial argentina, el comienzo de este apogeo suele fecharse entre los años de 1936 y 19382. Existe una diversidad de opiniones sobre la duración exacta de este período. Autores como De Diego (2006) consideran que la “época de oro” llegó hasta 1953, o tal vez hasta 1955. E. García (1965), por su parte, distingue entre dos momentos diferentes, 1936-1947 y 1948-1955, respectivamente, siendo el primero de ellos la década más fértil y, el segundo, un período de sostenimiento, con un declive que se acusa ya entre 1953 y 1955. Alargándose un poco más, Jorge B. Rivera (1981) opina que al menos hasta 1956 se puede hablar de “la época de mayor prosperidad relativa de la industria editorial argentina, y con toda certidumbre su momento de mayor relevancia como productor internacional de libros” (p. 557).
La coincidencia del comienzo del auge editorial argentino con la Guerra Civil española, al otro lado del Atlántico, no es casual. La industria española, que hasta entonces había sido la más importante en lengua castellana y la gran proveedora de libros para América Latina, suspendió prácticamente toda su producción durante el desarrollo del conflicto. Esta situación afectó gravemente el suministro de materias primas para la producción librera, y como consecuencia, los costos de producción devinieron insostenibles. Debido a las hostilidades propias del enfrentamiento, muchos de los trabajadores se vieron abocados al desplazamiento forzado o al exilio, y el régimen autoritario que se impuso a partir de 1939 se tradujo en medidas de censura, represión e intervencionismo de Estado. Por si esto fuera poco, el estallido de la Segunda Guerra Mundial en Europa también afectó el suministro normal de libros en América Latina. Al respecto, Sagastizábal comenta que
En la Argentina, el mundo de la edición experimentó un verdadero take off a partir de 1936. En ese año comenzó la Guerra Civil Española, que habría de tener consecuencias directas e indirectas en la actividad editorial argentina. Por un lado, muchos republicanos que se exiliaron aquí [Argentina] se dedicaron a editar libros y, por otro lado, los años de la Guerra significaron una virtual parálisis de la actividad editora en España (1995, p. 75).
El colapso de la actividad editorial española supuso, sin quererlo, un impulso decisivo y un estímulo para la expansión del sector en Argentina, el cual ya venía creciendo desde las primeras décadas del siglo XX y ahora estaba en capacidad de tomar el testigo de la producción librera y el abastecimiento para los mercados de América Latina. Eustasio García (1965) demuestra cómo en esa época Buenos Aires se fue convirtiendo, poco a poco, en el centro más importante proveedor de libros para todo el continente y, hasta mediados de los años cincuenta, incluso también para España. Esta eclosión estimuló el surgimiento de nuevas empresas editoriales, a la vez que propició un aumento en el número de talleres gráficos existentes, encuadernadores, distribuidores y libreros. Con ello, también hubo una creciente profesionalización en torno a todas las actividades relacionadas con el quehacer editorial, incluyendo la traducción.
Por todo esto, hacia 1939 se pueden evidenciar los primeros signos de concreción en la tendencia de los editores y empresarios del libro españoles de jugar un papel importante en el mercado latinoamericano. Se trataba, por una parte, de superar las limitaciones del angosto mercado peninsular, y por otro, de poder competir con las industrias francesa, alemana y norteamericana por el próspero negocio de las traducciones en español para Hispanoamérica. Esto supuso un desplazamiento geográfico de la producción editorial española hacia el nuevo continente, un “traspaso editorial” que se concretó, primero, mediante la apertura de varias filiales de casas españolas en Argentina (como Sopena, Labor o Espasa-Calpe) y posteriormente con la fundación de nuevas empresas de factura española en suelo argentino.
Fernando Larraz (2009) observa que estas editoriales, nacidas de la coyuntura favorable producida por el ocaso editorial de España,
asumieron la modernización de la industria argentina, que se objetivó en la creación de asociaciones gremiales, la celebración de ferias de libros, exposiciones internacionales y congresos, la internacionalización de los mercados y, principalmente, el impulso cualitativo y cuantitativo de los catálogos editoriales (p. 1).
En esta diversificación de los catálogos y aumento de la oferta de libros, la actividad de la traducción jugó un papel fundamental. Durante las primeras cuatro décadas del siglo XX se había producido en Argentina un importante acrecentamiento del público lector. Las traducciones habían circulado ampliamente como estrategia de captación de nuevos lectores a través de iniciativas de mediano y largo alcance, como las colecciones literarias de bajo costo patrocinadas por los grandes periódicos porteños, la Biblioteca Crítica o la Biblioteca La Nación, o también por las ediciones asequibles de editoriales como Tor o Claridad.
El comienzo de la bonanza editorial y la irrupción de nuevos postulados en la selección de autores y materias marcaron una diferencia en la actividad de la traducción respecto al modo en que se había desarrollado durante las décadas anteriores, o incluso respecto al modelo que había estado vigente en España hasta entonces. Ana María Cabanellas considera que
durante casi diez años los libros editados en Argentina y otros países de América tuvieron una calidad superior a los publicados en España, ya que tenían libertad absoluta para adquirir materias primas de buena calidad. Por otra parte, los grandes autores extranjeros contemporáneos preferían contratar con los editores hispanoamericanos las traducciones de sus libros para liberarlos de la censura previa española (Lago y Gómez, 2006, p. 93).
Estas condiciones favorecieron la implementación de nuevas estrategias de traducción por parte de las empresas emergentes, que contaron con una gran participación de españoles exiliados en casi todos los estadios del ciclo de producción de libros.
El fenómeno del éxodo forzado de miles de ciudadanos españoles que se vieron obligados a abandonar su país a raíz de la Guerra Civil, y de los acontecimientos que marcaron la inmediata posguerra en la Península, se conoce actualmente bajo el nombre de “exilio republicano español”. El término hace referencia, especialmente, a aquellos que, por motivos políticos o ideológicos, o por temor a las represalias por parte del nuevo régimen, tuvieron que huir hacia otros países. Entre los afectados no sólo hubo excombatientes, disidentes, políticos o funcionarios directamente comprometidos con la causa republicana, sino también cientos de intelectuales, profesionales cualificados y científicos con formación universitaria, docentes, artistas y figuras de la alta cultura que debieron emigrar ante la imposibilidad de ejercer en sus propios ámbitos de especialización. Se trató de una auténtica “fuga de cerebros”. España no sólo perdió un capital humano vital para su desarrollo cultural, científico, político e incluso económico, sino que al tiempo se vieron desperdiciados todos los esfuerzos realizados hasta el momento en materia de inversión en educación e infraestructuras.
Argentina fue uno de los principales destinos para la intelectualidad española exiliada, aunque no era un destino fácil. De una parte, el gobierno republicano español en el exilio no estuvo en capacidad de ofrecer subsidios para los desplazamientos, y de otra, el gobierno argentino tampoco implementó políticas migratorias que pudieran facilitar la incorporación de los exiliados españoles3. Bárbara Ortuño señala que
la elección de Argentina como destino estuvo determinada, en la mayoría de los casos, por varios motivos no excluyentes entre los cuales primaron: tener familia emigrada en el país, ser antiguo residente, en el caso de parejas, que alguno de los cónyuges tuviera la nacionalidad argentina o de algún país limítrofe, poseer contactos laborales e institucionales, y la imagen positiva que se tenía de Argentina (2010, p. 72).
Para el caso de quienes pudieron incorporarse a la floreciente industria editorial argentina, los contactos profesionales, laborales e institucionales fueron decisivos. De este modo, un número significativo de personas que podían dedicarse a las labores relacionadas con el mundo editorial pudieron desempeñarse como editores, escritores, directores de colecciones, asesores literarios, correctores y traductores.
En su conocido libro sobre el exilio republicano español en Argentina, la historiadora Dora Schwarzstein confirma que “la presencia hispánica fue decisiva en el terreno de la industria editorial”, y añade:
Entre 1938 y 1942 se fundaron en Buenos Aires Sudamericana, Losada, Emecé y otras editoriales más pequeñas, como Nova, Botella al Mar, Pleamar, Nuevo Romance, Poseidón, Bajel y la Vasca Ekin. En todas ellas tuvieron un papel destacado exiliados republicanos o españoles residentes en la Argentina. Estos sellos permitieron la edición de la literatura española del conjunto del exilio y de escritores que la censura impedía conocer en España. Los exiliados residentes en la Argentina pudieron publicar en ellas sus obras, y en algunos casos, dirigir colecciones, ilustrar obras o realizar de tanto en tanto una traducción (2001, p. 174).
La bonanza editorial argentina vino, en consecuencia, acompañada de un florecimiento de la actividad traductora, a su vez alentada por un selecto grupo de exiliados españoles, intelectuales, artistas y periodistas cuya integración en el medio editorial estuvo favorecida mayoritariamente por otros coterráneos que ya vivían en Argentina o que estaban vinculados a alguna de las empresas editoriales, muchas de las cuales eran, como se ha dicho, representaciones o distribuidoras de grupos españoles4. Jorge B. Rivera fue uno de los primeros críticos en resaltar la importancia de la traducción durante el auge editorial argentino. El autor comenta que “el extraordinario crecimiento de la industria del libro fomenta el desarrollo de una nueva especialidad profesional, que llegará a convertirse para algunos escritores en una actividad paralela y discretamente lucrativa. Nos referimos, obviamente, a la traducción” (Rivera, 1981, p. 581).
También Emilia de Zuleta (1983), en su estudio sobre las relaciones literarias entre España y Argentina, destaca la labor traductora de los exiliados españoles durante el auge argentino y declara haber identificado hasta cincuenta y siete de ellos, aunque lamentablemente no ofrece su relación. En la tesis de doctorado Los traductores del exilio republicano español en Argentina (Loedel, 2012b) se ofrece un recuento de hasta setenta y cuatro traductores, acompañado de un inventario de datos biográficos y bibliográficos que consignan la producción traductora de los emigrados españoles al Cono Sur.
El terreno para la incorporación de intelectuales españoles como traductores en el mundo editorial argentino ya había sido abonado durante los años precedentes. En las primeras décadas del siglo XX se había constituido, por ejemplo, la Institución Cultural Española de Buenos Aires (ICE), cuya finalidad era la de promover una serie de intercambios y colaboraciones académicas benéficas para ambos países. A través de esos primeros intercambios, llegaron a Argentina figuras como María de Maetzu, Julio Rey Pastor, Lorenzo Luzuriaga, Manuel García Morente o Francisco Ayala. Bajo los auspicios de la ICE se creó, por ejemplo, el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires en 1923, que tuvo como director a Amado Alonso a partir de 1927. Todos ellos establecieron sólidas relaciones con la intelectualidad argentina y a partir de 1939 pudieron colaborar como traductores para las empresas fundadas por españoles durante el auge editorial. Otras figuras de traductores que visitaron el Río de la Plata durante esa época fueron Ricardo Baeza, Lorenzo Varela e Irene Polo.
El perfil intelectual y académico de los traductores del exilio español era, en gran medida, resultado de las iniciativas que se habían emprendido en la Península durante las primeras décadas del siglo XX. Por un lado, el programa de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) había abanderado una renovación cultural, científica y educativa basada en los ideales del krausismo que tuvo una importante repercusión en la escena española; por otro, en el marco de la ILE, en 1907 fue creada la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), que tuvo, en palabras de Hurtado Díaz, dos objetivos fundamentales:
Favorecer, mediante la concesión de becas, los estudios superiores dentro y fuera de España; y establecer relaciones e intercambios internacionales con las mejores universidades extranjeras para importar adelantos científicos y técnicos y, en particular, para formar [...] un grupo de profesorado que favoreciese la renovación de la sociedad española a través de la enseñanza (2001, p. 136).
Muchos de los exiliados españoles que ejercieron la traducción en Argentina se habían beneficiado de las ayudas de la JAE antes de la Guerra Civil. Entre ellos, figuras como Rafael Alberti, Amado Alonso, Francisco Ayala, Manuel Balanzat, Clemente Hernando Balmori, Ángel Cabrera, Rafael Dieste, Justo Gárate, Manuel García Morente, los hermanos Felipe y Luis Jiménez de Asúa, Estanislao Lluesma, Lorenzo Luzuriaga, María Luisa Navarro, Jesús Prados Arrarte y Julio Rey Pastor. También existen registros de aquellos que, reuniendo todos los requisitos, solicitaron becas a la JAE, pero no las obtuvieron por diversas razones: Clara Campoamor, José Luis Martínez Anthonissen y Emili Mira i López. Estas becas permitieron a sus beneficiarios realizar estudios de especialización en diversas universidades europeas, entrar en contacto con las autoridades más sobresalientes en cada campo y con las obras más representativas, disfrutar la experiencia de una auténtica inmersión lingüística y especializarse en el dominio de lenguas extranjeras. Las becas de la JAE funcionaron como efectivas plataformas para la formación como traductores.
Incluso entre aquellos traductores que no fueron beneficiarios directos de las becas de la JAE se destaca el nivel de estudios alcanzados previamente en España. Alrededor del 65% de los traductores identificados estaba en posesión de un título universitario (Loedel, 2012b). Esto implica que una cuota nada despreciable de los encargos de traducción realizados por las editoriales fundadas en Argentina fue asumida por figuras de amplia formación literaria, vocación académica y sofisticado nivel intelectual, lo cual repercutió en la calidad de la producción y contribuyó a un cambio en la concepción de la labor de traducir. Adicionalmente, muchos de ellos (hasta un 35%) habían realizado y publicado traducciones en España antes de su llegada al continente americano, y el grueso de la actividad que realizaron en Argentina se concentró principalmente en las editoriales fundadas por españoles, como Losada, Sudamericana y Emecé.
Una de las casas editoriales españolas que más se resintió con el golpe de Estado de 1936 fue Espasa-Calpe, un proyecto que había surgido en la Península una década antes gracias a la iniciativa de los empresarios José Espasa Anguera (Espasa) y Nicolás María de Urgoiti (Calpe). Así, el 22 de abril de 1937 se inauguró la nueva sucursal en Argentina con un consejo editorial formado por Gonzalo Losada y Julián Urgoiti, y también otras figuras relevantes como Guillermo de Torre y Atilio Rossi5. En ese contexto nació la famosa Colección Austral, así llamada para identificarse como la primera iniciativa de la editorial emprendida en el Cono Sur. La colección surgió con una vocación eminentemente comercial, pues gran parte de sus títulos vinieron principalmente del antiguo catálogo de la empresa en Madrid.
En cuanto a las traducciones, casi todas fueron reediciones que ya se habían probado como éxitos de ventas en España. El catálogo de la Colección Austral de Espasa-Calpe Argentina de 1945 registra los datos de publicación de los primeros quinientos títulos, de los cuales cerca de un 35% fueron traducciones. Aunque el catálogo no menciona el nombre de los traductores, en Loedel (2012b) se detectó que entre los traductores españoles exiliados que trabajaron para esta colección se encuentran figuras como Manuel García Morente, Francesc Madrid, Ricardo Baeza o Ángel Cabrera. Espasa-Calpe Argentina también realizó encargos de traducción para otras colecciones a figuras del exilio español, como Manuel Balanzat de los Santos, matemático que trabajó como docente en la Universidad Nacional de Cuyo y que ejerció como vicepresidente de la Unión Matemática Argentina; Justo Gárate Arriola, médico y profesor de la misma universidad; Alberto Insúa, periodista; y Braulio Sánchez Sáez, que se convirtió en uno de los principales divulgadores en español de la literatura brasileña.
Espasa-Calpe logró consolidarse en Buenos Aires como una de las empresas pioneras del primer tramo del boom editorial, llegando a producir no sólo libros para Argentina, sino también para España y para los demás países latinoamericanos, incluyendo Brasil (Olarra, 2003). Se publicaron incluso algunos autores prohibidos en España, como García Lorca, Antonio Machado o Rafael Alberti, y también a algunos de los escritores de la Generación del 98, como Azorín, Baroja, Unamuno o Valle-Inclán. Al parecer, este tipo de apuestas por parte de los editores Losada y Urgoiti contrastaban con el carácter más conservador de los miembros del Consejo de Dirección de la editorial en España, quienes decidieron, en 1938, enviar a Buenos Aires a Manuel Olarra Gamendia. Se dio la instrucción de no publicar ningún libro sin permiso expreso de la casa matriz y se prohibió editar a autores argentinos. El malestar generado por estas medidas terminó produciendo dos separaciones cruciales en el núcleo original de Espasa-Calpe Argentina: por un lado, Gonzalo Losada decidió fundar su propia editorial, y por otro, Nicolás Urgoiti se fue a la editorial Sudamericana. Sería un acontecimiento decisivo para la consolidación de dos de las empresas más relevantes durante la época de esplendor editorial.
El 18 de agosto de 1938 Gonzalo Losada registró en Buenos Aires su propio sello editorial. La nueva empresa había surgido gracias al apoyo de otras relevantes figuras del exilio español ya presentes en Argentina, como Guillermo de Torre, Amado Alonso, Luis Jiménez de Asúa o Lorenzo Luzuriaga. A finales de agosto publicaron su primer libro (La metamorfosis de Kafka en la colección La Pajarita de Papel, con prólogo y traducción directa del alemán hecha, nada más y nada menos, que por Jorge Luis Borges); al mes siguiente ya tenían otros dieciocho títulos en circulación, y para diciembre de ese año el recuento subió a setenta. Al contrario que Espasa-Calpe, Losada publicó un gran número de obras originales de escritores españoles y argentinos, como Juan Ramón Jiménez, Roberto Arlt, Adolfo Bioy Casares, Oliverio Girondo y Ernesto Sábato.
Lo interesante de la Editorial Losada es que también se convirtió en un lugar de encuentro para muchos de los españoles exiliados. Dora Schwarzstein recuerda que la empresa era “una especie de tribuna del pensamiento republicano español en la Argentina” (2001, p. 149). Sus oficinas eran frecuentadas por ilustres figuras del exilio y Gonzalo Losada actuaba como un mecenas repartiendo entre ellos el trabajo en todos los frentes editoriales: autores, asesores literarios, directores de colecciones, articulistas, correctores y traductores. La empresa llegó a ser conocida como “la editorial de los exiliados”.
María Teresa Pochat resalta la importancia de la actividad traductora que muchos de ellos realizaban:
Especial mención requiere la labor de traducción llevada a cabo para la editorial en sus distintas colecciones por personajes de tanta valía como Amado Alonso, Raimundo Lida, Francisco Ayala, Juan Ramón Jiménez, Miguel Ángel Asturias, Felipe Jiménez de Asúa, María Martínez Sierra [pseudónimo literario de la riojana María de la O Lejárrega], Ricardo Baeza, Aurora Bernárdez, Guillermo de Torre o Vicente Salas Viú, entre otros. Todos ellos contribuyeron a ampliar el espíritu de notable universalidad que caracterizó a la Argentina de aquellos años (1991, p. 168).
Conforme a la visión moderna que tenía Losada sobre la manera de comercializar los libros, organizó rápidamente sus fondos editoriales en colecciones temáticas. En el catálogo de los años 1938-1968 se menciona hasta una veintena de ellas, y cada una incluye un elevado número de traducciones que contribuyeron a expandir los horizontes temáticos de los lectores, no sólo en Argentina, sino también en el resto de América Latina. La participación de exiliados españoles en calidad de traductores fue determinante en todas estas colecciones.
A continuación, se presenta una relación de las principales colecciones de Losada, haciendo una mención especial a los traductores españoles.
Se trató de un proyecto dirigido por Guillermo de Torre y fue concebida como equivalente y competencia de la Colección Austral6. En su primera ampliación pasó a llamarse Biblioteca Clásica y Contemporánea, con el espíritu de acoger “las grandes obras del pasado con una perspectiva tan firmemente contemporánea como sus muchos años de difundir autores vivos pueden permitirle” (Catálogo 1938-1968, p. 9). Llegó a tener casi unos 440 títulos, con un gran número de traducciones.
En esta colección se publicaron los trabajos de traducción de Francisco Ayala, Ricardo Baeza, Francesc Madrid, Guillermo de Torre, Alejandro Casona y Josep Rovira i Armengol. Son dignas de mención las traducciones de la obra del poeta bengalí Rabindranath Tagore firmadas por Zenobia Cambprubí y Juan Ramón Jiménez, a pesar de que no se hicieron en Argentina y la pareja no se exilió oficialmente en el país austral. Ya fuera del período del auge editorial, entre finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, también se destacan las traducciones de literatura rumana que hicieron Rafael Alberti y María Teresa León (vertida desde el francés y con la colaboración de Verónica Porumbacu).
Se trató de una colección dedicada por completo a las expresiones más modernas del género, procurando reunir tanto a los grandes nombres consagrados en la escena internacional (Faulkner, Moravia, Sartre, Kafka, Calvino, Sarraute) con las figuras emergentes en el ámbito hispanoamericano (Roa Bastos, Asturias, Borges, Bioy Casares, Cimorra, Chacel). En esta colección se publicaron traducciones realizadas por María Martínez Sierra (La foto del coronel de Ionesco), Francisco Ayala (Carlota en Weimar de Thomas Mann), Irene Polo (Los hombres de buena voluntad de J. Romains, v. I y II), Arturo Serrano Plaja (Esto se llama la aurora de E. Roblès) y Manuel Lamana (Los niños del siglo de Christiane Rochefort).
Fueron dos colecciones dirigidas por eminentes figuras intelectuales del exilio español, el filósofo Francisco Romero y el lingüista Amado Alonso, respectivamente. En la Biblioteca Filosófica no sólo se publicaron las obras originales de autores españoles contemporáneos, como Juan David García Bacca, Manuel García Morente, María Zambrano, José Gaos o José Ferrater Mora, sino que, además, bajo la consigna de dar una “vida renovada” a los textos capitales de la historia de la filosofía a través de la traducción, se publicaron las traducciones realizadas por Francisco Ayala (Beck, Gurvitch), Manuel Lamana (Sartre) y Felipe Jiménez de Asúa (Weininger). Mención aparte merece aquí Josep Rovira i Armengol, diplomático y docente que tradujo hasta trece de los ciento siete títulos de la colección (Groethuysen, Hartmann, Heidegger, Herder, Jaspers, Jodl, Kant, Marcel, Morris, Rusell, Weininger).
Por su parte, en la colección Filosofía y Teoría del Lenguaje, Amado Alonso, que llegó a ser Director del Instituto de Filología de Buenos Aires, vertió en lengua española tres obras fundamentales para el estudio de la disciplina de la lingüística: el Curso de lingüística general de Saussure (1945), El lenguaje y la vida de Charles Bally (1941), y Filosofía del lenguaje de Karl Vossler (1943), en colaboración con Raimundo Lida.
Esta colección estuvo dirigida por el célebre pedagogo Lorenzo Luzuriaga y fue una continuación del trabajo ya iniciado en España en las Publicaciones de la Revista de Pedagogía. Su intención principal fue la de dar a conocer al público hispanohablante esa “revolución copernicana” que, en palabras de John Dewey, se había producido en el ámbito de la educación a partir de la Primera Guerra Mundial. A través de una ingente actividad traductora que terminó por involucrar a toda la familia Luzuriaga en el exilio (su esposa María Luisa y los hijos Carlos, Isabel y Jorge), se tradujeron autores fundamentales en este nuevo enfoque, como Cousinet, Spranger, Piaget, Kilpatrick, Adler, Maontovani, Jesualdo, Decroly, Dilthey, Lipmann o Montessori.
Adicionalmente, Lorenzo Luzuriaga dirigió para Losada otras colecciones afines, como La Escuela Activa, Cuadernos de Trabajo, La Nueva Educación, Biblioteca del Maestro y Textos Pedagógicos. La enorme labor de traducción llevada a cabo por la familia Luzuriaga en Argentina tuvo repercusiones palpables en la configuración de los sistemas educativos de muchos países en América Latina, que por primera vez tuvieron acceso a los textos renovadores en lengua española7.
Las biografías de grandes figuras de la historia de la humanidad gozaron de mucha popularidad entre el público durante el auge editorial argentino. Con el ánimo de satisfacer la curiosidad de sus lectores, Losada ideó dos modalidades de presentación que suponían una novedad. En el caso de la Biblioteca del Pensamiento Vivo, se presentaba un verdadero método que suponía para el traductor mucho más que el trasvase textual de las biografías:
una antología representativa de la obra del autor estudiado; una información sobre su vida y obra; una introducción donde esa selección está presentada por el antólogo, que también es una personalidad relevante del pensamiento o la literatura y, de este modo, logra un fecundo intercambio de luces y perspectivas con la obra presentada (Catálogo Losada 1938-1968, p. 167).
Cada encargo involucraba al traductor en la selección de fragmentos, la redacción de un prólogo y un cuerpo de comentarios que debían “dialogar” con el lector. Se destacan los trabajos realizados por Josep Rovira i Armengol (Goethe), Francesc Madrid (Montaigne), María Martínez Sierra (Platón, Descartes), Felipe Jiménez de Asúa (Darwin, Mazzini) y Francisco Ayala (Pascal, Spinoza).
De igual modo, las Biografías Históricas y Novelescas exigían al traductor ubicar las vidas de los hombres y mujeres reseñados en un contexto histórico y a través de una narrativa próxima a la novela. En esta colección se publicaron biografías traducidas por Irene Polo (Napoleón, Wagner, Shelley), Francesc Madrid (Lucrecia Borgia), Pedro Lecuona (Nietzsche), Francisco Ayala (Beethoven) y Felipe Jiménez de Asúa (Einstein).
A pesar de que no fueron las colecciones más profusas de Losada, su novedad radicó en ofrecer un escaparate a las expresiones textuales del teatro, especialmente la dramaturgia contemporánea, donde se expresa “la crónica del hombre de este siglo que toma conciencia de sí mismo” (Catálogo 1938-1968, p. 131). Aquí se encuentran las traducciones de Guillermo de Torre (Anouilh, Camus), Miguel de Amilibia (Aymé, Rice, Saroyan) y Arturo Serrano-Plaja (Roblès).
De forma similar, las obras sueltas presentadas en los volúmenes de Teatro en el Teatro se describían como aquellas que estaban “en el teatro” o bien despertaban la atención del público en un momento dado antes de consagrarse como clásicos contemporáneos y reunirse definitivamente con otras obras del autor en Gran Teatro del Mundo. En esta colección destacan especialmente las firmas traductoras de María Martínez Sierra y de la profesora de filología románica Natividad Massanés.
El objetivo de la colección Ciencia y Vida fue “poner en conocimiento del profano inteligente las modernas adquisiciones de la ciencia”, asumiendo un tono de divulgación, “pero no de vulgarización” (Catálogo Losada 1938-1968, p. 253). Se publicaron veintisiete títulos, pero merece atención aquí para destacar la labor de uno de los más prolíficos traductores españoles durante el auge editorial argentino: el médico Felipe Jiménez de Asúa. El 78% de los títulos de esta colección lleva su firma traductora, y puso en conocimiento del público los trabajos de autores tan diversos como Fülop-Miller, Julian Huxley, H. S. Jennings, Jean L’Hermitte, Oparin, Max Planck, E. Pulay, R. Rivoire, E. Steinach, W. Wieser, Iago Galdston, W. Shepherd, S. Metalnikof, J. Morton Leonard o Fritz Kahn. Del mismo modo, de los ocho títulos de la Biblioteca de Psicología, Psicoanálisis y Psiquiatría, cinco son traducciones suyas: Contribución de Freud a la psiquiatría de A. A. Brill (1950), los dos volúmenes de La psicopatología de la mujer de Helene Deutsch (1947), El hombre contra sí mismo darl A. Menninger (1952) y Buscando la salud mental de Adrew Shirra Gibb (1951).
El catálogo conmemorativo de los 30 años de Losada enumera hasta 43 colecciones. Sin embargo, no todas surgieron durante el período del auge editorial y tampoco tuvieron igual número de títulos que las mencionadas hasta aquí. De todas maneras, se encuentran registros de actuaciones más moderadas de traductores españoles en colecciones como Poetas de Ayer y de Hoy (León y Alberti), Colección Cumbre (Amilibia, Luzuriaga y Mª Luisa Navarro), Panoramas (Felipe Jiménez de Asúa) o Cristal de Tiempo (Amilibia, Lamana, Lecuona, Ayala, Ossorio); y traducciones esporádicas en colecciones como La Pajarita de Papel, Historias o Los Inmortales. Cabe añadir el papel que tuvieron algunos traductores también como directores de colección. Es el caso de Francisco Ayala en la Biblioteca Sociológica, o de Guillermo de Torre en La Pajarita de Papel, Novelistas de España y América, Prosistas de España y América, Poetas de España y América (con selecciones a cargo de Alonso), Obras Completas de Federico García Lorca (recopiladas y prologadas por De Torre), Panoramas y Grandes Novelistas de Nuestra América.
A partir de 1939, algunos de los intelectuales argentinos que habían impulsado la fundación de la revista Sur (Victoria Ocampo, Oliverio Girondo y Carlos Mayer, entre otros) concibieron la idea de crear una nueva editorial. Al proyecto inicial se fueron sumando otros interesados que formaron un grupo heterogéneo, integrado por financieros, abogados y empresarios porteños y españoles. Surgió entonces la necesidad de incluir también a un editor con experiencia suficiente, capaz de gestionar el negocio y darle proyección. Uno de los miembros del directorio, Rafael Vehils, propuso el nombre de Antoni López Llausàs, un exiliado español que provenía de una reputada familia de editores en Cataluña8. El editor catalán llegó a Buenos Aires procedente de París en 1939, se hizo cargo de la gerencia general de la empresa y al poco tiempo se convirtió también en su principal accionista.
En el libro Sudamericana. Antonio López Llausàs, un editor con los pies en la tierra (2004), la nieta del editor, Gloria López Llovet, describe la dirección comercial que tomó la editorial a partir de ese momento y el doble objetivo que se planteó: “por un lado, dar a conocer a los autores latinoamericanos y consolidar de este modo un espacio para la literatura propia, y por el otro, traducir y divulgar la literatura extranjera contemporánea” (López Llovet, 2004, p. 5). De este modo, predominaron las obras traducidas en los catálogos de Sudamericana desde su primera etapa.
López Llausàs se integró rápidamente en la comunidad de españoles exiliados en Argentina y supo rodearse en su editorial de ilustres figuras intelectuales, como José Ferrater Mora, Salvador Madariaga, Francisco Ayala, Ramón Gómez de la Serna o Rafael Cansinos-Asséns, publicó muchas de sus obras y también les encargó traducciones. Igualmente, trabó relación profesional con los asesores de la Editorial Losada, Lorenzo Luzuriaga y Guillermo de Torre.
Sudamericana organizó igualmente sus fondos en colecciones temáticas, lo cual le permitió definir desde el principio un perfil propio, no sólo en terrenos como la literatura, la ciencia o la filosofía, sino también a través de la introducción de nuevas materias, como economía, política internacional, derecho, biografías o textos de teoría del arte. La divulgación de los nuevos temas y autores fue posible, nuevamente, gracias al decidido impulso que dio Sudamericana a la actividad de la traducción, y también en este caso hubo una gran participación de exiliados españoles. Paradójicamente, ni el catálogo general de 1944 ni los posteriores consignan el nombre de los traductores de las obras, a pesar de que dedican una página entera a cada título, con un comentario sobre la obra, los datos biográficos del autor, una imagen de la portada del libro y, en ocasiones, incluso una fotografía de los escritores. La ausencia del nombre de los traductores, en comparación con el catálogo de Losada, es significativa.
Se mencionan a continuación algunas de las colecciones en las que se ha podido identificar la huella traductora de personalidades del exilio español durante el período 1939 - 1955.
Fue la colección de Sudamericana consagrada al género de la novela, y seguramente la que reunió el mayor número de autores extranjeros (Thomas Mann, André Malraux, John Steinbeck, Hermann Hesse, Richard Wright, Richard Llewellyn, Aldous Huxley, François Mauriac, Sommerset Maugham, Lin Yuntang o John Dos Passos, entre otros). La intención de la editorial fue publicar, “con un criterio ecléctico y por primera vez en nuestra lengua, novelas de todas las tendencias espirituales y sentimentales” (Catálogo de 1945, p. 5).
En esta colección colaboraron figuras como el dramaturgo Alejandro Casona (La aventura de Budapest de Ferencz Koermendi), el sociólogo Francisco Ayala (Las cabezas trocadas de Thomas Mann), el prolífico Ricardo Baeza (El último puritano: memoria en forma de novela, de Santayana) y el escritor catalán Cèsar August Jordana (Vida de Miguel Ángel de John Addington Symonds), cuya actividad como traductor y corrector en Argentina se concentró casi exclusivamente en Sudamericana.
Una mención especial merece aquí Pedro Lecuona Ibarzábal, diplomático español que llegó a Argentina antes de la Guerra Civil como cónsul de la República Española en la ciudad de La Plata y cuyo exilio coincidió con los años del auge editorial. A través de Lecuona, la novela estadounidense logró abrirse un espacio en un género hasta entonces dominado por autores europeos. En la colección Horizonte se publicaron sus versiones de Sangre negra, de Richard Wright; La luna se ha puesto, de John Steinbeck; y Tener y no tener, de Ernest Hemingway. También tradujo a los británicos Mary Webb (Siete para un secreto y Ponzoña mortal); Margaret Kennedy (La ninfa constante y El tonto de la familia); y Richard Llewellyn (Cuán verde era mi valle); o la rusa Nina Fedorova, cuya novela La familia había sido un auténtico éxito de ventas en Estados Unidos.
Entre las secciones que Sudamericana reservó a la filosofía, esta colección destaca especialmente por la ingente labor traductora realizada por el abulense Demetrio Náñez González: Bergson; estudio sobre su doctrina (1942) de J. Benrubi; Selección de textos (1943) de Émile Boutroux; Historia de la filosofía (1942) de Émile Bréhier, en tres volúmenes; Filosofía, cultura y vida (1945) de Will Durant; Compte (1943) de René Hubert; Boutroux (1943) de A.P. Lafontaine; Historia de la filosofía (1943) y La filosofía de Oriente (1947) de Paul Masson-Oursel; Los caminos del conocimiento (1944) y Los caminos de las cosas (1948) de William Pepperell Montague; La idea de Cristo en los evangelios (1947) de George Santayana; y Filosofía bizantina (1952) de Basilio Tatakis.
En otras colecciones y secciones de los catálogos de Sudamericana se refleja, de una parte, la originalidad de la editorial al abordar temas de una sorprendente modernidad, y de otra, el rigor en su tratamiento, al realizar los encargos de traducción a figuras especializadas en cada materia. En la colección Ciencia y Cultura, por ejemplo, se publicaron las traducciones realizadas por Ángel Cabrera, quien fuera jefe del Departamento de Paleontología del Museo de La Plata y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Buenos Aires, y también las del médico Francesc Cortada i Pastells. Para la Biblioteca de Orientación Económica, por su parte, la editorial contó con las traducciones realizadas por el brillante economista Jesús Prados Arrarte. En secciones más breves dedicadas a la literatura, se hicieron encargos a figuras como la novelista y poetisa Rosa Chacel, el experimentado Ricardo Baeza o el dramaturgo Alejandro Casona. Para los Ensayos, la polivalencia y versatilidad del abogado y periodista Miguel de Amilibia se probó invaluable.
En otras labores de asesoramiento o crítica literaria, Emilia de Zuleta (1983) reivindica el papel de figuras como Alonso Zamora Vicente, Ricardo Gullón, José Luis Cano, José María Castellet y Alfonso Sastre. Sudamericana fue, asimismo, editora de la obra original de muchos autores españoles en su exilio americano, como Pedro Salinas, Xavier Benguerel, Jorge Guillén, María Zambrano, José Ferrater Mora, Rafael Dieste, Claudio Sánchez Albornoz, Gustavo Pittaluga o Niceto Alcalá-Zamora.
En 1940, un grupo de exiliados españoles favorables a la causa del autonomismo gallego decidió formar su propio sello editorial. Evocando sus primeras tertulias con la intelectualidad argentina y española que solía reunirse en emblemáticos cafés porteños, como el Tortoni o El Español, Francisco Ayala recuerda: “Conocí allí a varios de quienes vendrían a ser luego de mis mejores amigos [...] De aquellos días data, por ejemplo, mi amistad con Luis Seoane, con Rafael Dieste, con el desdichado Lorenzo Varela, todos tres de acendrado galleguismo” (1998, p. 261). En efecto, Luis Seoane y Arturo Cuadrado, militantes ambos de partidos galleguistas, iniciaron en ese año sus contactos con la famosa imprenta bonaerense López. En los inicios de la empresa figuran otros nombres, como Mariano Medina del Río y Carlos Braun Menéndez, quien aportaría la mayor parte del capital para su creación. El catálogo conmemorativo de los cincuenta años (1939 - 1959) sugiere que el nombre “Emecé” surgió de la combinación de iniciales de nombres y apellidos de sus fundadores. En poco tiempo, la nueva editorial se convirtió en una de las empresas emblemáticas de los españoles en Argentina.
Emecé se caracterizó, sobre todo, por sus colecciones monográficas, dirigidas y coordinadas por autores de gran prestigio en su campo. Seoane y Cuadrado dirigieron las primeras colecciones, Dorna y Hórreo, principalmente dedicadas a la poesía y prosa gallegas, aunque más tarde, a instancias de Carlos Braun, hubo un cambio de directores en 1942 y a la empresa se incorporó Bonifacio del Carril, un abogado argentino que se propuso ampliar el horizonte de las publicaciones de Emecé y, emulando a Losada y Sudamericana, encauzar la producción con una visión eminentemente comercial. Uno de sus principales éxitos fue la promoción del género de novela policíaca en la colección Séptimo Círculo, dirigida por los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Emecé se enfocó a partir de entonces en aquellos títulos y temas de mayor acogida. Ana María Cabanellas opina que “la traducción de best-sellers fue lo que le permitió [a la editorial] un crecimiento excepcional” (Lago y Gómez, 2006, p. 98). Entre sus éxitos de publicación se destacó El Principito de Saint-Exupéry (la primera versión que existía en español, publicada en 1951 y traducida por Bonifacio del Carril), que llegó a superar los dos millones y medio de ejemplares. Sin duda, la colección que más autores extranjeros reunió fue Grandes Novelistas, aunque el sello editorial también dedicó secciones más pequeñas a otras materias. A pesar de que los catálogos de Emecé tampoco consignan el nombre de sus traductores, el cotejo con bases de datos bibliográficas demuestra, nuevamente, una notoria participación de ilustres figuras del exilio español.
Esta colección fue creada en 1948 por Ricardo Baeza, que también dirigió otras colecciones para Emecé como la Biblioteca de Obras Universales y Teatro del Mundo. Además de las traducciones del mismo Baeza, entre las que destacan las obras completas de F. Dostoievski, los cuentos y narraciones de Oscar Wilde o las novelas de Joseph Conrad, la colección incluyó curiosidades como La cartuja de Parma, de Stendhal, en versión de Manuel García Morente; o Reunión de familia, de T.S. Eliot, en versión de Rosa Chacel.
Bajo la dirección de Eduardo Mallea surgieron otras colecciones, como Grandes Ensayistas, Grandes Novelistas, La Quimera (de grandes obras universales), Cuadernos de la Quimera (selección de cuentos magistrales) y Mar Dulce. También otras más misceláneas, como Los Libros Evocadores, dedicada al género biográfico; Maestros de la Ciencia, de divulgación científica; Clásicos Emecé; o Séptimo Círculo. En ellas hubo participaciones de otros exiliados españoles, como Eusebio de Gorbea Lemmi (marido de la escritora Elena Fortún), Rosa Chacel, Clara Campoamor Rodríguez, María Martínez Sierra, Elvira Martín de Púbul, Guillermo Díaz Doin y Demetrio Náñez.
La época de mayor prosperidad en el ámbito editorial argentino se caracterizó no sólo por el surgimiento de nuevas empresas, como Losada, Sudamericana y Emecé, sino también por el desarrollo de una ingente actividad traductora. En el período que va desde 1939 hasta 1955 se concentra hasta un 82% de la producción traductora realizada por españoles durante su exilio en Argentina (Loedel, 2012). Sobre esta producción, en el caso de “las tres grandes”, es posible detectar ciertas pautas sugerentes, que bien ameritan una reflexión desde la perspectiva propia de la traducción.
En primer lugar, es posible hablar sobre un cambio de estrategia por parte de las empresas editoriales respecto al lugar y la función que habían ocupado las traducciones en ese mismo sector durante el primer tercio del siglo XX. Entre 1900 y 1935 ya se había producido en Argentina un despertar editorial en el cual las traducciones habían circulado a través de iniciativas de mediano y largo alcance, como las colecciones de los grandes periódicos porteños, La Nación y Crítica, o a través de editoriales como Claridad (creada como cooperativa en 1922 por Antonio Zamora) y Tor (fundada en 1916 por el mallorquín Joan Torrendell Escalas). Durante ese período, la elección de los encargos de traducción estuvo basada en el fácil acceso a los originales y el bajo costo de producción. De igual manera, los canales de distribución se orientaron hacia una difusión masiva, destinada a acrecentar el público lector.
A partir de 1939, a raíz de la debacle de la industria editorial española provocada por la Guerra Civil en la Península, y también debido a la ausencia de ediciones europeas generada por la Segunda Guerra Mundial, se presentó una coyuntura favorable para la creación de nuevas empresas en Argentina. El hecho de que ya hubiese un público lector consolidado y de que nuevos sellos editoriales aparecieran en el mercado, significó que las empresas emergentes pudieron dedicarse a modernizar y diversificar sus catálogos, de modo que las apuestas en materia de traducción se orientaron en esa dirección. Los encargos de los editores se concentraron en la introducción de nuevos títulos, géneros y autores.
A continuación, se ofrece una panorámica -organizada en géneros- sobre algunos de los aportes más importantes de los traductores españoles que trabajaron para las tres editoriales mencionadas durante el período del auge editorial.
Como género de traducción9, la etiqueta “literatura” abarca todo un conjunto de expresiones que van desde la narrativa y la poesía hasta el ensayo, el teatro, la crónica, la epístola, el diario, el tratado, etc. En ese sentido, constituyó el segmento más publicado durante el apogeo editorial, y por consiguiente el que más traducciones realizadas por españoles exiliados acogió. En general, la publicación de los grandes novelistas europeos del siglo XIX siguió siendo una apuesta editorial segura, pero poco a poco se fueron incorporando los escritores de las vanguardias y de la llamada “generación perdida” estadounidense, muchos de los cuales estaban prohibidos en la España franquista. De este modo, se potenciaron nuevas formas literarias y corrientes estéticas hasta entonces desconocidas por los lectores latinoamericanos.
Entre los nuevos autores, se encontraban escritores contemporáneos como los franceses Albert Camus (traducido por Chacel y De Torre), Antoine de Saint-Exupéry (Dieste), Jean Giono (Martínez Sierra), Jules Romains (León, Polo) y André Gide (Madrid, Serrano Plaja); los estadounidenses Thornton Wilder (Baeza), o Steinbeck, Faulkner, Hemingway y Llewellyn (Lecuona); los ingleses Aldous Huxley (Jordana, Jiménez de Asúa, Cortada i Pastells), Hilaire Belloc (Jordana) o John Galsworthy y Graham Greene (Baeza); el alemán Thomas Mann (Ayala); el italiano Alberto Moravia (Ayala) y el irlandés George Bernard Shaw (Lecuona, Baeza). En cuanto a la poesía, despuntan auténticas novedades en español, como la traducción de la obra de Rabindranath Tagore (Camprubí) o las versiones de T. S. Eliot (Chacel).
Por su parte, el apartado literario dedicado a la dramaturgia también concentró una buena dosis de autores nuevos. Aunque la traducción de autores considerados “clásicos” (Virgilio, Eurípides, Molière, Shakespeare, Racine o Wilde) fue fundamental en los catálogos de las tres grandes editoriales, hubo novedades notables introducidas en el sistema literario latinoamericano por los traductores españoles, como Thomas Mann (Ayala), Gabriele D’Annunzio (Baeza), Bernard Shaw y J. M. Barrie (Lecuona), Henri-René Lenormand (Casona), Jean Cocteau y Christopher Fry (Chacel), Maeterlinck (Martínez Sierra), Franz Werfel (Martín de Púbul), Emmanuel Roblès (Serrano Plaja) y Jean Anouilh (De Torre).
La curiosidad del público lector por conocer de cerca las historias de vida de célebres personalidades tuvo una rápida respuesta por parte de las tres grandes empresas del auge. Losada, por ejemplo, dedicó dos colecciones enteras al género, la Biblioteca del Pensamiento Vivo y Biografías Históricas y Novelescas; Sudamericana creó igualmente la colección Biografías; y Emecé, Biografías: Viajes, Correspondencias, Memorias. Fue todo un fenómeno editorial; ya fuera traduciendo reseñas enteras hechas por autores extranjeros, o fungiendo como biógrafos y antólogos, una buena parte de los españoles exiliados recibió encargos en este rubro: Ayala, Baeza, Campoamor, Díaz Doin, Escarrá, Farías, Gárate, García Usón, Gorbea, Insúa, Jiménez de Asúa, Jordana, Kahn, Lecuona, Carlos Luzuriaga, Madrid, Martínez Anthonissen, Náñez, Ossorio y Florit, Pahissa i Jo, Polo, Rovira i Armengol, Santillán, Serrano Plaja y De Torre. Incluso hubo algunos, como Máximo José Kahn o Carlos Luzuriaga, que consagraron casi toda su producción a reseñar famosas vidas ajenas. El espectro de personalidades históricas cubierto por las casas editoriales del auge fue enorme: de Montaigne y Cervantes a Oscar Wilde; de Sócrates a Nietzsche; de Fidias y Miguel Ángel a Rodin; de César Augusto a Churchill; de Zenón a Einstein; de Mozart y Beethoven a Wagner.
La existencia de colecciones editoriales dedicadas a estas materias estuvo sin duda justificada por la alta demanda de un creciente público estudiantil en Latinoamérica. En Argentina, todas las universidades nacionales de la época ofrecían programas de estudio y especializaciones en estas áreas, y la situación era análoga en otros países de la región, que a partir de la década de los cincuenta multiplicarían el número de instituciones de educación superior10. El número de títulos y autores traducidos propició, al mismo tiempo, la diversificación general del área disciplinar, abriendo el campo para la edición de textos de derecho administrativo, penal, laboral, natural, civil, procesal, mercantil, jurisprudencia, filosofía del derecho y diccionarios jurídicos. Del mismo modo, la aparición de estos libros en el mercado contribuyó a crear un interés también entre el público no especializado.
Convenientemente, muchos de los exiliados españoles que ejercieron la traducción en Argentina llegaron con títulos universitarios en esta disciplina. Fueron importantes las contribuciones de Miguel de Amilibia, Guillermo Díaz Doin, Felipe Jiménez de Asúa, Ángel Ossorio y Gallardo, Diego Abad de Santillán y Manuel Serra i Moret, así como los textos de sociología traducidos por Francisco Ayala y los manuales de teoría político-económica traducidos por Jesús Prados Arrarte (Condliffe, Hacker, MacIver, Robbins)11.
También los textos clásicos y contemporáneos de filosofía fueron un reclamo constante durante este período, tanto en las universidades como por parte del público general. La “serie verde” de Austral había marcado la pauta, y cada una de las tres grandes editoriales dedicó entonces colecciones a los grandes pensadores: en Losada, la Biblioteca Filosófica y Filosofía y Teoría del Lenguaje; en Sudamericana, Filosofía; y en Emecé, los títulos publicados en la Colección Piragua.
Dichas colecciones no abordaron únicamente las obras más significativas de la filosofía universal, sino que también dedicaron esfuerzos a la divulgación de las corrientes más contemporáneas, e incluso marginales. Epifanio Madrid Díez, editor de Bajel, comenta que durante esta época se tradujo, “en esa nuestra lengua, rica en particularismos y matices, común a España y a Hispanoamérica”
todo lo que en esta esfera se produjo en el mundo desde la década de los veinte y la de los treinta: la fenomenología de Husserl; el neokantismo de Heidelberg y de Marburgo; el pensamiento de Dilthey y el de Simmel; el renacimiento kierkegardiano; la ontología fundamental de Heidegger; las corrientes positivistas y neopositivistas; el psicoanálisis, el marxismo, las varias corrientes del pensamiento económico, el pragmatismo, el intenso movimiento existencialista, cristiano o ateo, que florecía en la postguerra (Madrid, 1991, p. 181).
Ya se mencionaron las actuaciones traductoras de figuras como Amado Alonso, Manuel García Morente, Francisco Ayala, Felipe Jiménez de Asúa y Cèsar August Jordana. Pero, especialmente, se debe destacar el trabajo realizado por Demetrio Náñez para Sudamericana y Emecé, y la labor de Josep Rovira i Armengol, quien tradujo para Losada a muchos de los grandes nombres de la filosofía alemana e inglesa de los tres últimos siglos.
Como género de traducción, este fue un segmento abordado casi exclusivamente por Losada, y el logro de haber dado a conocer a los autores más relevantes en materia de teoría pedagógica moderna a los lectores hispanohablantes y a las escuelas de Latinoamérica se debió principalmente a la labor de Lorenzo Luzuriaga al frente de la Biblioteca Pedagógica. Los valores reformistas de la Institución Libre de Enseñanza y el ideario del movimiento “la escuela activa”, que habían impulsado en España la creación de la Revista de pedagogía (1922-1936), hallaron continuidad en Argentina -y desde allí en el resto de Hispanoamérica- a través de dicha colección.
Como resultado de la actividad traductora en compañía de su mujer, María Luisa Navarro, y de sus hijos Carlos, Isabel y Jorge, Lorenzo Luzuriaga supervisó la edición y publicación de hasta 104 títulos, divulgando así, en español, la obra de autores como Dewey, Montessori, Decroly, Bovesse, Kilpatrick, Cousinet, Spranger, Piaget o Freeman.
Las disciplinas cubiertas bajo este epígrafe son muy diversas y suelen entenderse como aquellas áreas en las cuales se aplica el conocimiento científico para resolver problemas prácticos. Siguiendo la pauta de los traductores españoles y las editoriales del auge, se pueden destacar dos ámbitos principales: las ciencias de la salud, con especial atención a la psicología y la psiquiatría, y la divulgación científica.
Respecto al primero, la Biblioteca de Psicología, Psicoanálisis y Psiquiatría de Losada supuso un verdadero acontecimiento. De una parte, Felipe Jiménez de Asúa vertió al español los trabajos de autores tan importantes como Jung, Freud, L’Hermitte, Brill, Deutsch, Menninger o Shirra Gibb. De otra, se deben mencionar las contribuciones del prestigioso doctor Emili Mira i López, gran divulgador y pionero en la introducción de los autores más destacados del pensamiento psiquiátrico alemán al público hispanohablante. Aunque la mayor parte de traducciones publicadas por Losada fueron realizadas antes del exilio, la labor de Mira i López fue completada en Argentina con la publicación de sus propios textos y múltiples conferencias en universidades. Respecto a otras obras en este segmento, lo más notorio es que se trató de versiones realizadas por “médicos-traductores”, como Francesc Cortada i Pastells, Estanislao Lluesma, José Luis Martínez Anthonissen y Justo Gárate.
En cuanto a la divulgación científica, las tres editoriales dedicaron espacios a la publicación de obras misceláneas (p.ej. Medicina y Técnica de Emecé; Ciencia y Cultura o Aviación, de Sudamericana). Sin duda, la colección Ciencia y Vida de Losada sobresale entre las demás debido a la veintena de traducciones realizadas por Felipe Jiménez de Asúa entre 1939 y 1946. El orden de las colecciones sirvió, asimismo, para diversificar y especializar las diferentes temáticas en las ciencias naturales: biología, botánica, entomología, ecología, química, genética, zoología, astronomía, etc. Uno de los autores más traducidos fue el biólogo británico Julian Huxley, cuyas obras de divulgación científica fueron versionadas, para distintas editoriales, por Ángel Cabrera, Francesc Cortada i Pastells o el mismo Jiménez de Asúa. Se deben sumar las aportaciones de Fernando Barranco Díaz y José Otero Espasandín, o las traducciones de temas matemáticos promovidas por Julio Rey Pastor y Manuel Balanzat.
Las colecciones de Losada, Sudamericana y Emecé aprovecharon el potencial traductor de sus colaboradores para introducir nuevos autores y temas, para difundir nuevos géneros o potenciar formas literarias y corrientes estéticas que hasta entonces no habían ocupado un lugar de preferencia entre los gustos lectores. Gracias a la amplia difusión de libros que caracterizó a la época de esplendor editorial en Argentina, se pudo formar una nueva generación de lectores, un público cosmopolita con una capacidad de lectura abierta a las más diversas influencias.
Eventualmente, la floreciente industria editorial argentina debía aspirar también a conquistar otros mercados. Durante el período 1939 - 1955, se consideraba que Buenos Aires estaba destinada a convertirse en el centro proveedor de libros más importante en América Latina, y durante esos años del auge editorial, el libro argentino se convirtió en un producto de exportación, produciendo divisas por primera vez en su historia (Rivera, 1981).
El porcentaje de la producción que se dedicó a la exportación puede variar según las fuentes consultadas. Autores como José Luis de Diego indican que
Durante la “época de oro” se exportaba más del 40 por ciento de la producción, lo que obligaba a proyectar catálogos más “universales” con buena parte de la producción de literatura traducida (recordemos las colecciones Austral y Contemporánea) […] Es menester recordar que Argentina abastecía el 80 por ciento de la importación de España (2006, p. 112).
Sagastizábal (1995), por su parte, calcula que durante el período 1936 - 1955 el porcentaje alcanzado pudo llegar al 60% o 70%, y otros, como Jorge B. Rivera, conectan la crisis editorial española, la exportación del libro argentino y el lugar de la traducción en este proceso:
La situación de vacancia de la industria española (especialmente sensible entre 1939 y 1950) provocará la existencia de una suerte de “mercado de dos cabezas”, promotor de una producción destinada netamente al mercado interno y una producción de tipo más universal (naturalmente traducida) pensada tanto para el mercado local como para los mercados de España y América Latina [...] Dentro de esta tesitura “bifrontal” se organizan los catálogos de la mayoría de las grandes editoriales de la década del cuarenta, basados en cierta forma en la gran ductibilidad del mercado interno, en el prestigio internacional de ciertos nombres y en la gama más amplia que permite explorar un marco potencial como el hispano-parlante (1981, p. 631-632).
La mayoría de los autores que reseñan este período, sin embargo, coinciden en subrayar la proyección internacional que se imprimió al libro hecho en Argentina. Los libros traducidos y editados por las empresas del apogeo argentino fueron llegando a los diversos mercados de Latinoamérica. No sólo se atendió a la importancia de disponer de una amplia oferta de textos traducidos en una nueva industria editorial de tipo exportador, sino que, al mismo tiempo, la presencia de profesionales españoles en el ámbito editorial influyó decisivamente en las prácticas y modos de producción, circulación y distribución de los textos traducidos.
Muchas otras casas editoriales entraron en la escena latinoamericana después del boom argentino. A mediados de los años cincuenta, la industria española iniciaría un tímido y cauto despertar, se fundaron nuevas filiales en otros países e incluso sucursales de las empresas que se habían creado en Argentina. Especialmente, México asumió a partir de ese momento un nuevo liderazgo en la región, pero también otros países en América Latina fomentaron la creación de empresas públicas y privadas. El caso argentino marcó, en todo caso, un hito en la historia editorial latinoamericana. Aún hoy es posible encontrar las ediciones de Losada, Sudamericana y Emecé en las librerías y bibliotecas de ciudades tan diversas como Bogotá, Santiago, Montevideo, Quito, Lima, San José, México D.F. o Caracas. Entre los coleccionistas y especialistas, son especialmente valoradas todas esas traducciones realizadas por un grupo de exiliados españoles que, con rigor, pasión y profesionalismo, se dedicaron hace más de medio siglo a la noble labor de dar a conocer lo mejor de la cultura universal en lengua española.
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[1]La visión que ofrece este artículo sobre actividad traductora realizada en los tres sellos editoriales más importantes del auge editorial argentino se desprende de la investigación de la tesis de doctorado —más amplia— titulada Los traductores del exilio republicano español en Argentina, publicada por el autor en 2012.
[2]Autores como E. García (1965) sugieren que el inicio de esta época se produjo en 1937; De Diego (2006), por su parte, propone 1938; Larraz (2010) dice 1937; y Rivera (1981) se remonta a 1936.
[3]Situación que contrasta con la de México, donde los organismos de ayuda como la JARE y el SERE fueron más efectivos y donde además se habían impulsado políticas favorables a la recepción de los inmigrantes españoles, especialmente durante del gobierno del presidente Lázaro Cárdenas (1934 - 1940).
[4]Entre ellos, el crítico literario Guillermo de Torre, los editores Joan Torrendell, Antonio Zamora, José Venegas, Sebastián Amorrortu, Nicolás de Urgoiti, Manuel Olarra, Joaquín de Oteyza, Pedro García o Gonzalo Losada, y también algunos empresarios como Rafael Vehils.
[5]Rafael Olarra Jiménez (2003, p. 31) menciona a otros destacados hombres de letras argentinos que se acercaron a la editorial, como Enrique Larreta, Eduardo Mallea, Lugones, Capdevila, Fernández Moreno, Manuel Gálvez, Roberto Levillier y Ricardo Levene.
[6]Puede verse un estudio comparativo entre ambas colecciones en el artículo “Política y cultura. Biblioteca Contemporánea y Colección Austral, dos modelos de difusión cultural”, de Fernando Larraz (2009).
[7]Puede verse un análisis más extenso sobre las traducciones realizadas por la familia Luzuriaga en la Biblioteca Pedagógica de Losada en Loedel (2012a).
[8]Antes de su exilio, había fundado Catalònia de Barcelona, dedicada a la edición y distribución de libros catalanes. También era conocido por su tarea al frente de la “Biblioteca Catalana” y otras colecciones más populares, como la “Biblioteca Universitaria” y los “Quaderns Blaus”.
[9]Se sigue aquí la clasificación de géneros de traducción que propone el conocido Index Translationum de la UNESCO: 0. General; 1. Filosofía; 2. Religión y teología; 3. Derecho y Ciencias sociales; 4. Filología; 5. Ciencias exactas y naturales; 6. Ciencias aplicadas; 7. Artes, juegos y deportes; 8. Literatura; 9. Historia, Geografía y Biografía.
[10]Leandro de Sagastizábal (1995, p. 134) consigna que en todo el continente se dio una verdadera “explosión de la matrícula”: si en 1950 había en América Latina setenta y cinco universidades, para 1975 ese número se había elevado a trescientas veintinueve.
[11]Debe destacarse aquí la enorme labor traductora realizada por el jurista Santiago Sentís Melendo, creador de la editorial EJEA (Ediciones Jurídicas Europa-América). Allí tradujo más de treinta títulos (cada uno con varios volúmenes).
[12]Cómo citar: Loedel Rois, G. (2018). Losada, Sudamericana y Emecé: el puente traductor hispanoargentino de las tres grandes (1936 - 1955). Mutatis Mutandis. Revista Latinoamericana De Traducción, 11(1), 101-125. Recuperado a partir de https://revistas.udea.edu.co/index.php/mutatismutandis/article/view/330796