Ana Natalucci2
DOI: 10.17533/udea.esde.v75n166a02
1 Artículo de investigación. Este artículo presenta resultados de la investigación “The end of the left turn in Latin America? New actors and discourses shaping the political arena of the post-transition”, que busca a partir de la comparación entre el primer mandato de Dilma Rousseff (Brasil) y el segundo de Cristina Fernández de Kirchner entender la crisis del proceso conocido como giro a la izquierda. Iniciada en julio de 2016, la investigación fue financiada por la Universidad de Bath, Reino Unido, y dirigida por el Dr. Juan Pablo Ferrero y coordinada por las Dras. Luciana Tatagiba Ferreyra y Ana Natalucci.
2 Investigadora Adjunta CONICET, con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires. Argentina. Doctora en Ciencias Sociales. Licenciada en Comunicación Social. Directora del Grupo de Estudios sobre Participación y Movilización Política. Correo electrónico: anatalucci@gmail.com ORCID: 0000-0001-5362-2098
El ciclo de movilización activado luego de 2012 configuró nuevas experiencias organizativas y redefinió las gramáticas movimentista y liberal de acción política, trajendo como corolario la polarización del campo político. El objetivo de este artículo es reconstruir ese ciclo prestando atención a ambas gramáticas, y en especial a la liberal respecto de cómo operaron las ideas de corrupción para la constitución y consolidación de una nueva expresión político-electoral. El argumento principal es que la disputa política se expresó en términos de Democratización y República; donde las denuncias de casos de corrupción jugaron un rol central en la configuración del polo anti- Kirchnerista y en la revitalización de la gramática liberal. El artículo muestra resultados de la investigación “The end of the eft turn in Latin America? New actors and discourses shaping the political arena of the post-transition”, en la cual se realizó un exhaustivo trabajo de campo. En términos metodológicos, sigue una estrategia genealógica por la que se intenta identificar los principales los protagonistas de la disputa política y las narrativas que se construyeron durante el ciclo de movilización.
Palabras claves: gramáticas de acción política; sujetos políticos; ciclos de movilización; corrupción.
The cycle of mobilization activated after 2012 configured new organizational experiences and redefined the movimentista and liberal grammars of political action, leading to a polarization of the political arena. This paper aims to reconstruct this cycle focusing on both grammars, with special attention on how the ideas of corruption claimed by liberals contributed to the establishment and consolidation of a new centre-right political party. The main argument is that within the political dispute, expressed in terms of democratization versus Republic, the reports of corruption cases played a key role in the configuration of the anti-Kirchnerist pole. This paper shows the results of the research study “The end of the left turn in Latin America? New actors and discourses shaping the political arena of the post-transition”, in which exhaustive fieldwork was carried out. Methodologically, it follows a genealogical strategy in an attempt to identify the main actors in the political dispute and the narratives shaped during the mobilization cycle.
Keywords: grammars of political action; political subjects; mobilization cycle; corruption.
O ciclo de mobilização ativado após 2012 criou novas experiências organizativas e redefiniu as gramáticas movimentista e liberal de ação política, trazendo como corolário a polarização do campo político. O objetivo deste artigo é reconstruir esse ciclo prestando atenção a ambas as gramáticas, e especialmente, à liberal em relação a como operaram as ideias de corrupção para a constituição e consolidação de uma nova expressão político-eleitoral. O argumento principal é que a disputa política foi expressa em termos de Democratização e República; onde as denúncias de casos de corrupção desempenharam um papel central na configuração do polo anti-Kirchnerista e na revitalização da gramática liberal. Este artigo mostra resultados da pesquisa "The end of the left turn in Latin America? New actors and discourses shaping the political arena of the post-transition", na qual se realizou um minucioso trabalho de campo. Em termos metodológicos, segue uma estratégia genealógica a partir da qual tentou-se identificar os principais protagonistas da disputa política e as narrativas que se construíram durante o ciclo de mobilização.
Palavras-chave: gramáticas de ação política; sujeitos políticos; ciclos de mobilização; corrupção.
En el tiempo transcurrido del siglo XXI, se produjeron en Argentina tres acontecimientos en la política nacional, aunque con diferentes niveles de magnitud y de efectos sobre el sistema político. Se tratan de la crisis de diciembre de 2001, de la crisis del campo entre el gobierno y el sector agropecuario en 2008 y de la crisis del giro a la izquierda iniciada en 2012 y que se manifestó en el proceso electoral de octubre y noviembre de 2015. Siguiendo a Koselleck (2001), en un acontecimiento se condensan experiencias pasadas, procesos de largo y de corto alcance como expectativas de los sujetos involucrados. Los acontecimientos tienen como potencialidad conectar con otros y, al mismo
Coincidentemente, a los acontecimientos mencionados se los refiere como crisis, o bien la crisis de 2001, o la crisis del campo o la crisis del giro a la izquierda. De acuerdo con Koselleck, el concepto de crisis deriva del griego, de “krino, separar, elegir, decidir; juzgar; en voz mediam medirse, discutir, luchar” (2012, p. 132). Algo de la noción de crisis remite al orden de una resolución definitiva, irrevocable. La crisis de 2001 primero refería al problema respecto de la representación política y su relación con las formas de acción colectiva en el marco de una sociedad reconfigurada por las reformas neoliberales. La crisis de 2008 reorganizó el campo político entre kirchnerismo y anti-kirchnerismo, mientras el primer polo recuperaba la premisa tradicional peronista de pueblo- anti-pueblo, el segundo aludía a una memoria más reciente, la de la “gente” contra los “políticos”. La crisis del giro a la izquierda anudaba varios acontecimientos que cuestionaban la incapacidad del gobierno para resolver las demandas que habían emergido durante su propio proceso y por la crisis internacional de 2008-2009 que había hecho evidente los problemas estructurales de la economía doméstica; pero también una disputa mayor sobre el Estado en un contexto posneoliberal. En este marco, la corrupción aparecía como un síntoma de esa incapacidad. A su manera, cada crisis suponía cuestionamientos a la elite politica, tanto a su desempeño como al régimen de dominación política. Siguiendo a Boltanski (2014), este último es entendido genéricamente como una forma de orientar un determinado poder al servicio de una política; en pos de su legitimación social y frente a acusaciones de arbitraria, se vuelve necesaria la elaboración de justificaciones de modo de ampliar su grado de generalidad.
En el devenir de estas crisis, y como consecuencia del cuestionamiento a las élites, se generaron procesos de polarización que reordenaban el campo político y propiciaban la emergencia de nuevas experiencias que intentaban redefinir el régimen de dominación. Esas experiencias fueron el kirchnerismo y Propuesta Republicana (PRO); ambas se constituyeron en 2003 a propósito de contiendas electorales, el kirchnerismo para la elección nacional de abril y Compromiso para el Cambio para la elección de agosto en la que se disputaba la Jefatura de la Ciudad de Buenos Aires. Dirigentes de ambas fuerzas políticas han reconocido a la crisis de 2001 como la condición de posibilidad para su emergencia. Es decir, esa crisis cerraba un ciclo mientras abría otro con novedades para tener en cuenta. Una de ellas fue la reactivación de dos gramáticas, de larga tradición en la historia nacional, que habían mutado durante las reformas de mercado neoliberales y fueron recreadas en el transcurso de esas crisis. Se trata de las gramáticas movimentista y liberal; cada una fue construyendo una narrativa a partir de determinadas palabras: justicia social, democratización, inclusión social y república, libertad, corrupción respectivamente. Estas palabras se convirtieron en denominaciones con las que cada sector se identificaba y organizaba su actuación política.
A partir de esta breve contextualización, el objetivo de este artículo es reconstruir esa crisis iniciada en 2012 como acontecimiento prestando atención a ambas gramáticas, y en especial a la liberal respecto de cómo operaron las denuncias de corrupción para su consolidación y expresión electoral. El argumento que organiza el texto es que la disputa se organizó entre la democratización y la República como principales denominaciones, pero que aparejaban otras como inclusión social, justicia social, pueblo frente a las corporaciones, o bien libertades individuales, división de poderes y corrupción3. Durante el ciclo, las denuncias de casos de corrupción jugaron un rol central en la configuración del polo anti- Kirchnerista y en la revitalización de la gramática liberal. Siguiendo a Pereyra, el estudio de la corrupción y su vínculo con la política puede abordarse desde tres registros diferentes “a) la constitución de un movimiento anti-corrupción; b) la multiplicación de escándalos en la prensa; y c) la incorporación de la corrupción como tema de campaña y de producción de politica pública por parte del campo político” (2013, p. 15).
De estas posibilidades, en este artículo nos vamos a concentrar en el úlitmo registro, específicamente en el ciclo de movilización ocurrido entre 2012 y 2013. Durante este ciclo se activó la presencia callejera de los sujetos políticos, la gramática liberal tuvo una revitalización y demandas vinculadas al gobierno y contra la corrupción contribuyeron a la polarización del campo político. En términos metodológicos y desarrollo del argumento, se sigue una estrategia genealógica que permita identificar a los protagonistas y desentrañar las disputas politicas que entablaron entre sí como las narrativas que construyeron para tal fin4.
La noción de gramática remite, sin dudas, a la obra de Ludwin Wittgenstein. Hannah Pitkin (1984) ha sostenido que pese a que el reconocido filósofo no realizó una contribución concreta a la “teorización de la política contemporánea” en tanto no escribió sobre “la historia, la revolución o la alienación” (1984, p. 455), lo hizo al postular que el mundo se estructura mediante el lenguaje y que este no es un simple vehículo de pensamientos. Para Pitkin, el aporte concreto de “pensar en un modo de wittgesteiniano de teorizar sobre lo político” (Pitkin, 1984, p. 469) consiste en que esta perspectiva configuró las “bases de una concepción pragmática de la política [como una] “red de significados en acción, como juego de lenguaje” (1984, p. 469). Concretamente, definir el lenguaje como juego donde su uso es relativo a determinado contexto implica que su sentido/significado no puede sólo vincularse a la práctica lingüística, sino también a los agentes que se apropian de ellos y los actualizan en su uso.
La noción de “juego de lenguaje” está relacionada con la de “gramática”, que sintetiza el carácter recursivo de la acción estructurándola. Por esta razón, se trata de una acción situada que reconoce las capacidades de los agentes para hacer uso de ella. Una gramática son las reglas no escritas que gobiernan nuestro lenguaje y regulan los juegos de lenguaje. Siguiendo la lectura que Pitkin hace del segundo Wittgenstein, una “gramática nos dice cómo hay que llamar a algo en un caso concreto, por ejemplo, lo que en un caso concreto llamaríamos `llegar a saber´” (1984, p. 177. Cursivas y comillas en el original). Su carácter convencional reside en “las regularidades de nuestra gramática que enlazan diversos fenómenos en un solo concepto” (1984, p. 197). En este sentido, “las convenciones están “fijadas” no por costumbre o por acuerdo, sino más bien “por la naturaleza de la vida humana misma” (1984, p. 199). No se trata de una lógica contractual sino de su relación con las formas de vida en tanto pautas, regularidades y configuraciones que aluden al “tejido de la existencia y actividad humana” (1984, p. 199). Esas convenciones hablan de aquello que se comparte en el mundo empírico, con lo cual tienen una base experiencial; se trata en definitiva de la relación entre el mundo y las palabras.
Siguiendo a Lemieux (2017), este giro pragmático en ciencias sociales y específicamente el giro gramatical realizaron un aporte sustancial al estudio de la acción colectiva y sus vínculos con el sistema político. Como indica Lemieux no se trata de esperar de este enfoque una “utopía refundadora [sino más bien] ciertas mejoras en la comprensión que ya tenemos” (2017, p 17. Cursivas en el original). En este marco, vamos a definir a la gramática política como el juego de reglas no escritas que delimita, por un lado, las pautas de interacción de los sujetos; y por otro, las combinaciones de acciones para coordinar, articular e impulsar intervenciones públicas, acciones orientadas a cuestionar y transformar o ratificar el orden social. Constituyen un sistema de reglas de acción que liga el tiempo y espacio de la experiencia de los sujetos, definiendo formas válidas de resolver problemas de los recursos de asignación y de autoridad (Giddens, 2011). Los primeros refieren a “los recursos materiales empleados en la generación de poder [que] derivan del dominio humano sobre la naturaleza” (2011, p. 398); los de autoridad aluden a aquellos que “derivan de la posibilidad de aprovechar las actividades de seres humanos […] nacen del dominio de unos actores sobre otros” (Giddens, 2011, p. 398). En definitiva, una gramática delinea la manera en que un agente colectivo interviene en el espacio público, encuentra motivos de justificación y razones para actuar, establece estrategias de coordinación y articulación política y propone un modo de ordenamiento social.
A fines metodológicos, cada gramática expresa un modo diferente de actuar respecto de cinco criterios para continuar el planteo de Wittgenstein: 1) el sujeto de transformación; 2) la forma de construcción política y el lugar que se le otorga a la movilización, 3) la concepción sobre el Estado, 4) las tradiciones políticas, y 5) la relación entre lo sectorial y particular con lo universal o entre lo corporativo y lo propiamente político.5 En este articulo, nos vamos a concentrar en el criterio de las tradiciones políticas. Entendidas como dispositivos intergeneracionales, las tradiciones dan cuenta de los modos en que las organizaciones entienden el mundo, comparten preceptos ideológicos y cosmovisiones. Desde una perspectiva hermenéutica, en las tradiciones se condensan las experiencias ofrecidas, aquellas que no son vividas directamente por los sujetos pero que les son transmitidas. De esta manera, las tradiciones abren un campo de acción al habilitar la fundación de una experiencia originaria por la cual los sujetos políticos pueden coordinar acciones, establecer lazos de articulación y constituir frentes electorales. Desde el campo de la accion colectiva se ha realizado un aporte significativo para entender como se redefinen esas experiencias ofrecidas y se actúa sobre el presente. Siguiendo a Cefaï (2011), en una movilización no rige una única racionalidad, por lo que la tarea consiste en identificar sus diferentes regímenes de compromiso y justificación.
A su vez, si acordamos con esa idea de Pitkin respecto que una gramática nos dice cómo llamar a a algo en un caso concreto, que palabras utilizar, en qué tradiciones incluirlo, entonces la elaboración de demandas y su inscripción en un problema público nos dicen algo acerca de cómo los sujetos construyen horizontes e imaginarios para orientar su acción al futuro. En esta clave cobran relevancia los vocabularios que los sujetos políticos usan para referirse al mundo en el que actúan y el que disputan con otros. Ya Giddens (2011) justificó la necesidad de informarse de las perspectivas hermenéuticas y pragmáticas; para el estudio de la acción colectiva es necesario incorporar aportes específicos que nos permitan su indagación desde una perspectiva multidimensional. En esta clave antes de avanzar con el análisis empírico es pertinente hacer dos aclaraciones respecto de los sujetos políticos, los procesos de movilización y sus efectos políticos. Vamos a entender por sujeto político aquel colectivo con capacidad de construir un relato propio y renovar tradiciones. Un sujeto capaz de producir un espacio de tensión entre lo sedimentado y lo reactivo, entre su posibilidad de impugnar y de instituir nuevas formas sociales y ethos subjetivos. De acuerdo con Rancière los sujetos políticos reactualizan el desacuerdo democrático, es decir ponen en tensión las formas instituidas en que se distribuye y organiza lo privado y lo público, lo particular y lo universal asi como los dispositivos que asumen en determinado momento histórico (Pérez & Natalucci, 2008).
Por otro lado, tanto la movilización como la acción colectiva implican el compromiso de participación de los sujetos, la definición de una situación como problemática para lo cual usan “un nombre, pronombres personales ─nosotros, ustedes, ellos─, adjetivos posesivos ─nuestra historia, nuestros derechos─, en todo caso deicticos que le dan un lugar gramatical en las frases y que les otorgan un lugar en los juegos de interacciones” (Cefaï, 2011, p. 141). De esta manera, no se trata de identificar intereses preconstituidos que pueden agregarse, sino que en el mismo proceso de movilización los agentes redefinen sus experiencias, elaboran demandas y construyen una narrativa que justifica sus acciones en pos de su legitimitidad social. Como ya se mencionó, estas demandas son susceptibles de ser inscriptas en un problema público de acuerdo a los imaginarios y vocabularios que se ofrecen como horizontes para esa acción.
Desde su asunción en mayo de 2003, el kirchnerismo construyó una frontera respecto del neoberalismo y del gobierno de Carlos Menem (1989-1999). En esta construcción había dos ejes centrales: el regreso del Estado y el imaginario de movilidad social ascendente posibilitado por el crecimiento eocnómico y la recuperación del mundo del trabajo. En la narrativa kirchnerista, el regreso del Estado era usado para legitimar la intervención de la elite política en cuestiones sociales y económicas y al mismo tiempo promover la reconstrucción del vínculo político con los diferentes sectores sociales luego de la crisis de 2001. Esto último, fundamento de la alianza estratégica y programática que el kirchnerismo entabló con organizaciones de base territorial y sindicales, fue decisivo para la construcción del movimiento político. El kirchnerismo hablaba de inclusión, justicia social, intervención en la economía, derechos y con el tiempo de democratización. Entre sus consignas estaban “un modelo de crecimiento económico con inclusión social” y un “proyecto Nacional, Popular y Democrático”. Siguiendo a Sidicaro (2011), el kirchnerismo fue al mismo tiempo un ciclo de gobierno con tres mandatos6 y un movimiento político. En tanto gobierno comprendió tres mandatos: Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-2011 y 2011- 2015). Como movimiento político estuvo integrado por tres afluentes: organizaciones de base territorial, sindicales y político-partidarias, todas inscriptas en la tradición nacional y popular. Estas interpretaron al kirchnerismo en la clave de una posibilidad identificatoria que les permitía recuperar al peronismo como tradición y práctica política y, a la vez, como una oportunidad política para recobrar protagonismo y participación en el Estado. En este doble rasgo constitutivo se recreó la gramática movimentista de acción políticabajo el liderazgo de Néstor Kirchner.7 Entre los objetivos estaban consolidar la base electoral, compensar el peso del PJ en la estructura gubernamental así como aprovechar la capacidad de movilización, el capital territorial8 y el pasado de lucha anti-neoliberal de las organizaciones de base territorial.
Con una alta capacidad de innovación política, el kirchnerismo logró en poco tiempo consolidar su base de apoyo y ganar las elecciones legislativas de 2005 y las presidenciales de 2007. Pese a la crisis con el campo y la crisis internacional de 2009 y la derrota electoral en 2009, el kirchnerismo logró ganar las elecciones de 2011 con un amplio porcentaje electoral, 54,11% de los votos frente al 16,81% obtenido por Hermes Binner perteneciente al Partido Socialista y candidato de la coalición Frente Amplio Progresista.
El otro sujeto político de este ciclo ha sido el PRO, constituido a propósito de las elecciones en la Ciudad de Buenos Aires en agosto de 2003 donde asumió el nombre de Alianza Frente Compromiso para el Cambio, adoptando definitivamente el del PRO en 2008. En las elecciones de 2003, en la primera vuelta electoral, Mauricio Macri obtuvo el 37,55% de los votos contra el 33,54% de la Alianza Fuerza Porteña que encabezaba Aníbal Ibarra, aliado del kirchnerismo. Aunque Ibarra logró revertir este resultado y obtener la jefatura de la ciudad, este acontecimiento fue decisivo para la construcción partidaria de este polo de centro-derecha. Debido a la densa trama multiorganizacional que caracteriza a Argentina, suele destacarse su alto nivel de movilización y de organización de colectivos militantes; pasando desapercibido el amplio mundo de las ONG y Fundaciones. Ambas se conformaron a fines de los 80 y durante los 90, se construyeron a distancia de los partidos políticos y de las organizaciones para remarcar su carácter apartidario y un rasgo más profesional respectivamente (Pereyra, 2013). En ambas, sus integrantes asumían su participación “como una renuncia a un bienestar privado en pos de donar tiempo a la sociedad y lo comunicaban través de una “narrativa del don” (Vommaro & Armesto, 2015, p. 113). Con una lógica de think tanks en términos de productoras de ideas, Fundaciones como Pensar, Creer y Crecer, Sophia proveyeron de cuadros técnicos y de especialistas en determinadas políticas públicas. Este proceso se había generado a fines de 2001 y 2002 -antes del bautismo electoral de Macri en 2003-, no obstante cuando el PRO logró triunfar en las elecciones y obtener la Jefatura de la Ciudada en 2007 fue reforzado al facilitar el ingreso de estos técnicos a la administración pública (Vommaro & Morresi, 2014).
Los técnicos formados en ONG, Fundaciones e integrantes del voluntariado católico, no fueron los únicos afluentes del PRO. Otro ha sido el de los partidos políticos, cuyos partidarios han tenido una familiaridad mayor con el juego y reglas de la política. Muchos provenían de partidos de la derecha tradicional (como el Partido Demócrata de la provincia de Buenos Aires y la UCEDE) y otros de fracciones de la derecha peronista o de la Unión Cívica Radical (UCR) que se habían alejado de sus partidos de origen por la asunción de Kirchner o por la crisis partidaria luego de 2001 respectivamente. Estos dos últimos, tenían arraigos de base que le permitieron al PRO su expansión territorial, desplegándose desde el norte de la ciudad hacia el sur, de caracteristicas más populares, consolidando su proyección electoral. De esta manera, en el PRO han convivido dirigentes con diferentes trayectorias de vida y política, donde se han priorizado dos mundos sociales de los cuales reclutar partidarios: el de las ONG y el empresarial.
Hasta 2007, la construcción del PRO estaba localizada en la ciudad de Buenos Aires. El conflicto entre el gobierno y el sector agropecuario fue significativo para la proyección nacional del PRO. Vale recordar que un sector de la UCR se había aliado con el kirchnerismo en las elecciones presidenciales de 2007 por el cual uno de sus máximos dirigentes, Julio Cobos, había accedido a la vicepresidencia de la Nación. Durante el conflicto, dirigentes del PRO participaron de las manifestaciones públicas en apoyo al sector agropecuario. Este proceso tuvo un declive en 2011 cuando Macri decidió no presentarse como candidato a presidente, cediendo el lugar de oposición a Binner. No obstante, generó la creación de redes entre el PRO y Fundaciones o Ateneos que dependían de las asociaciones agropecuarias como el Ateneo de la Sociedad Rural Argentina, o los grupos de jóvenes de la Federación Agraria Argentina.9 El ciclo de movilización de 2012-2013 volvería a generar condiciones de posibilidad para su proyección nacional y construcción de una coalición competitiva para la contienda electoral.
A diferencia del kirchnerismo, el PRO hablaba en otros términos. Fundamentado en un “vocabulario de motivos liberal-republicano” (Gold, 2017, p. 2) proponía reducir la intervención del Estado, de liberar el mercado, de la República y la lucha contra el populismo, de empoderamiento individual y la meritocracia como base para la movilidad social ascendente.
Para finalizar con esta caracterización, queda mencionar que a medida que el PRO fue construyendo un perfil opositor al kirchnerismo fue captando la atención de aquel sector que Torre denominó “los huérfanos de la política de partidos” en referencia a “la masa de electores que quedaron a la intemperie con la diáspora de los simpatizantes de la UCR y la desaparición del FREPASO y de la Acción por la República” (2017, p. 242). Estos electores permanecieron en esa condición de orfandad política hasta la constitución de la Coalición Cambiemos, integrada por el PRO, la UCR y la Coalición Cívica en 2015 (Torre, 2017). Esto no implica que hasta ese 2015, estos electores no participaban de las contiendas electorales, sino que fueron optando por diferentes opciones del polo anti-kirchnerista. Esta situación tuvo un punto de inflexión cuando el candidato que supuestamente era opositor al gobierno votaba leyes que el gobierno enviaba al congreso como la Ley de Servicios Audiovisuales o el Matrimonio Igualitario. Esta cuestión se erigió como una fuerte motivación para la incipiente emergencia de espacios digitales que promovían las constitución de una oferta electoral atractiva para enfrentar al kirchnerismo.
Pese a sus diferencias, hay una coincidencia entre el kirchnerismo y el PRO que es para destacar, se trata de la idea de puente como lógica de construcción política. Para las organizaciones kirchneristas esa idea les ha permitido pensarse como una mediación entre el Estado y los sectores populares; es decir, desde su concepción la representación política se construye en un doble sentido: del Estado hacia los sectores populares y de estos hacia el Estado. Como supuesto, el Estado es concebido como un espacio clave para transformar el orden social en tanto aquel posibilita la instauración de derechos. Debido a estas concepciones, para estas organizaciones la relación con el gobierno no sólo implicaba el “otorgamiento de reivindicaciones de inclusión económica, sino fundamentalmente la constitución como sujeto político” (Natalucci, 2014, p. 158). Para los dirigentes del PRO su “entrada en política es vista como un “salto”, producto de la construcción de “puentes” que el PRO tendió entre el mundo político y el de los negocios” (Vommaro, 2017, p. 13).
Esta coincidencia fue decisiva para que cada uno construyera al otro como antagonista. Desde la perspectiva del kirchnerismo, el PRO era el espacio de centro-derecha con el cual polarizar y reforzar esa frontera respecto de los 90; en este marco definió a específicamente a Mauricio Macri como adversario y decidió liberar la Ciudad de Buenos Aires al polo opositor, dejando de tener una activa política para el distrito. Para el PRO esa identificación del kirchnerismo como antagonista fue central para la construcción de la campaña electoral de 2015 y sobre todo para ganar la instancia del balotaje.
En 2011 Beatriz Sarlo publicó el libro “La audacia y el cálculo. Kirchner, 2003-2010”, poco después del fallecimiento de Néstor Kirchner en octubre de 2010 y meses antes de las elecciones en las cuales Fernández de Kirchner fue reelecta. En ese libro, Sarlo sostuvo que el kirchnerismo había ganado la batalla cultural y así estableció el debate en torno a la hegemonía kirchnerista. Marcando los claroscursos del ciclo, Sarlo señaló las mejoras en materia económica o en políticas sociales, pero también habló de la corrupción K y la falta de institucionalidad republicana. Esto cuestionaba directamente a la consigna de campaña de 2007 donde Fernández de Kirchner había propuesto la “sintonía fina”; en sus palabras, esto implicaba la institucionalización de los cambios producidos durante el gobierno de Kirchner y fundamentalmente el mejoramiento de la calidad democrática. El triunfo contundente debido a la obtención del 54% de los votos en la primera vuelta electoral parecía haber suturado esa discusión en torno a la hegemonía, afirmando su existencia.
Sin embargo, a principios de 2012 la situación política cambió en varios sentidos. Mientras aún se sentían los efectos de la crisis internacional de 200910 y la disputa con los sindicatos se mantenía, en febrero ocurrió un acontecimiento que instaló plenamente el debate en torno a la corrupción. Se trata del accidente ferroviario llamado “Tragedia de Once”, cuando un tren de pasajeros se estrelló en la Estación en el barrio de Once en plena ciudad de Buenos Aires, provocando la muerte de 51 personas. Aunque luego los peritajes judiciales comprobaron que había sido un error del maquinista, la primera hipótesis es que se trataba de un caso de corrupción entre el gobierno y grupos empresariales beneficiados por generosos subsidios estatales. De esta manera, la corrupción empezaba a construirse como un punto débil del gobierno no sólo en términos de responsabilidades personales sino de cuestionamiento a la política económica respecto de los subsidios estatales y contra la estrategia intervencionista del gobierno. Asimismo, indudablemente debilitó el discurso Kirchnerista organizado en torno a la democratización y los derechos, cuestionando las implicancias del regreso del Estado.
En paralelo a este proceso ocurrieron dos acontecimientos más. El primero fue la radicalización del discurso de kirchnerista que podía observarse en frases de dirigentes Kirchneristas como “Cristina Eterna” en alusión a su posible reelección o a las declaraciones presidenciales de “Vamos por Todo”. En términos de su recepción, esta radicalidad discursiva era interpretada de dos modos diferentes. Por un lado, para los sectores anti-Kirchneristas significaba la posibilidad de que Fernández de Kirchner buscara perpetuarse en el poder rompiendo las reglas republicanas de la alternancia política, vía proyectos de reforma constitucional que habilitaran una nueva reelección en 2015.
Por otro lado, para los sectores Kirchneristas esa radicalización discursiva no tenía correlato con la materialización de cambios estructurales, donde por ejemplo frente a la crisis de 2009 el gobierno había decidido gestionar los efectos de la crisis antes que introducir reformas de fondo sobre la distribución de la riqueza producida del proceso de crecimiento económico. Esto tuvo consecuencias para el kirchnerismo en tanto movimiento ya que empezaron a formularse críticas internas que derivaron o bien en la conformación de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) para señalar el problema del sector excluido de la sociedad que rondaba el 30% o bien la ruptura de la CGT en dos, Azopardo y Alsina. Aunque en la superficie esas tensiones se plasmaban en términos de disputa por la representación de ese 54% electoral o cuantos escaños había logrado cada organización; lo cierto es que de fondo había un planteo respecto de la política económica y la concepción acerca de las mediaciones políticas. La respuesta de la elite Kirchnerista fue desarticular progresivamente la gramática movimentista, que se evidenció en las siguientes decisiones: el fortalecimiento de La Cámpora como parte de la élite política, la ruptura con el nucleamiento sindical que lideraba Hugo Moyano y el creciente corrimiento de organizaciones territoriales y sindicales de los lugares de decisión política. Esta suerte de verticalización del kirchnerismo tuvo como consecuencia la reducción de su base de alianzas donde algunas organizaciones formaron o centrales sindicales alternativas o un nuevo frente electoral llamado Frente Renovador. A estos los llamaremos Ex- Kirchneristas. Estas rupturas afectaron la eficacia de la gramática movimentista, sobre todo en términos de la capacidad de movilización, dejando al gobierno en una situación de debilidad, que se acrecentó cuando se configuró el ciclo anti- Kirchnerista.
El segundo acontecimiento implicó a los sectores anti-Kirchneristas. Desde principios de 2012 habían aparecido en las redes sociales, páginas de Facebook entre ellas “El Cipayo”,11 “El Anti-K”, “Somos el 46%”, “Argentinos en el exterior”, “No más K”, “Todos somos Argentina”, “Ciudadanía Activa” y “Como me puede la Celeste y Blanca”. Inicialmente, su objetivo era reivindicar su existencia frente a un kirchnerismo que se percibía hegemónico. Sin embargo, los rumores sobre la reforma de la Constitución y la incipiente elaboración de la corrupción como problema público aceleraron su proceso de reunión. De esta manera, se fue constituyendo una red de administradores, a los que llamaremos ciberactivistas, que empezó a viralizar las protestas que se realizaran contra el gobierno. Esta suerte de activación del espacio digital se complementó con percepciones de ciertos sectores sociales, que caracterizaban al kirchnerismo como una suerte de “jacobinismo estatalista kirchnerista” (Vommaro, 2017, p. 31). En este proceso, los ciberactivistas promovieron vía redes sociales una primera marcha en el barrio de Palermo para el 31 de mayo. Esa fecha coincidía con una marcha de productores agropecuarios a la Legislatura debido a la suba de un impuesto rural que había implementado en la provincia de Buenos Aires. Ese grupo organizó cuatro cacerolazos: el 13 de septiembre y 8 de noviembre de 2012, el 18 de abril y 8 de agosto de 2013. Su horizonte no era reactivar un imaginario anti-político, sino más bien impulsar el reagrupamiento de la oposición política y disputar con un kirchnerismo que en lo electoral parecía imbatible.
Para resumir, desde 2012 se abrió un ciclo de movilización que llamamos “crisis” en el que participaron tres grandes grupos, no necesariamente homogéneos: 1) Ex- Kirchneristas, vinculados al Partido Justicialista, el Frente Renovador y el sindicalismo moyanista, 2) anti- Kirchnerista que siempre había optado por opciones no peronistas y 3) un grupo no identificado ni a favor ni en contra del kirchnerismo, cuyas demandas eran sumamente diversas (incluían desde el funcionamiento de los servicios públicos hasta la violencia de género), pero que de alguna forma responsabilizaban al gobierno. En relación con el objetivo del artículo, en el próximo apartado nos concentraremos en el segundo grupo.
El grupo que caracterizamos como anti- kirchnerista compartía la reivindicación de una tradición liberal, no peronista y un vocabulario de motivos liberal-republicano. Sin embargo, las motivaciones o los agravios nunca son suficientes para impulsar procesos de movilización. Entonces ¿cuál fue el proceso de significación y elaboración de demadas y problemas públicos que le permitió a aquel grupo unificar esfuerzos y constituir un nosotros que les permitiera movilizarse?
Respecto del frame que funcionó como activador de los cacerolazos anti-kirchneristas y habilitó la constitución de un nosotros, lo primero que se observa es una tensión entre la democracia y la democratización. Esta última idea era utilizada de modo recurrente por dirigentes kirchneristas para aludir a la creciente intervención del Estado en diferentes áreas: educativa, política social, regulación de los medios de comunicación y de la renovación en las relaciones sociales, sobre todo en aquellas vinculadas con las identidades de género y la diversidad sexual. Esto era leído por estos sectores como una intromisión innecesaria del Estado en asuntos del ámbito privado. En relación con esto y lo que se mencionaba sobre el “jacobinismo estatalista”, Vommaro ha remarcado que un rasgo común al interior de este colectivo era “el temor a la chavinización de la Argentina” (2017, p. 16). Este temor, que funcionaba como una especie de pánico moral fue decisivo para la movilización callejera de sectores que no suelen hacerlo comúnmente, se agudizó luego del triunfo electoral 54%. De acuerdo a los entrevistados, había una creencia que iba generalizándose al interior de este sector por la cual se había abierto un proceso no necesariamente “dictatorial” debido a la legitimidad electoral, pero si de visos “no-democráticos”.12 La justificación a su temor radicaba en los rumores alusivos a la reforma constitucional, los escándalos de corrupción o el proyecto de reforma del Poder Judicial en 2013. Todos estos acontecimientos que eran interpretados como un intento del kirchnerismo para perpetuarse en el poder, vulnerando principios republicanos, se articularon en una narrativa liberal que facilitó el paso de la queja individual a la protesta colectiva.
En este marco, esa disyuntiva kirchnerista /
anti-kirchnerista cobró nombres: Democratización y República. Desde su
perspectiva, el kirchnerismo intentaba hegemonizar por medio de la acción
estatal a la sociedad y sus instituciones -como el caso de Venezuela- al
Estado; y desde esta tradición el retraimiento que el Estado había hecho
durante las reformas neoliberales no podía revertirse sin caer en un
populismo, que hiciera peligrar la República. Frente a esta situación, en
su narrativa reivindicaban la competencia y el libre mercado.
Resumiendo, la articulación de demandas particulares en torno a la
República permitió que esos sectores que habían estado disgregados hasta
entonces, sin encontrar una alternativa política de representación, se
lanzaran a la calle. La condición de posibilidad para la emergencia de ese
polo estaba daba por un acuerdo general en torno a la libertad. Desde esta
posición y sabiéndose parte del 46% recrearon un sentido de afinidad y
posición en el campo político. Ser anti- Kirchnerista era la puerta de
entrada en el sentido de la decisión de construir un sentimiento de
pertenencia frente al otro polo, cuyos lazos y vínculos se veían sólidos y
densos.
En este marco la corrupción fue un detonante. Desde estos sectores se venían realizando denuncias dispersas. El accidente de trenes de febrero de 2012 cambió esta situación. En parte al descubrirse una trama de intercambios entre altos funcionarios y empresarios bajo la forma de subsidios y, por otra, al tener un acontecimiento que permitiera cuestionar eso que el kirchnerismo llamaba Democratización como disputa contra las corporaciones y, fundamentalmente, marcar los riesgos de incrementar la acción estatal sobre la economía.13
El primer cacerolazo tuvo lugar el 13 de septiembre, cuando una multitud se hizo presente en la Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno y en la Residencia Presidencial en Olivos. Este primer cacerolazo fue convocado vía redes sociales, con la viralización por parte de los ciberactivistas de flyer. La consigna de la convocatoria era expresarse, cada manifestante podía llevar un cartel con su reclamo mientras no tuviera símbolos partidarios, sólo banderas argentinas. En este primer cacerolazo no participaron dirigentes de partidos políticos de la oposión. Esto no debe atribuirse tanto a la posición de los ciberactivistas como a la de los dirigentes que no sólo no tenían redes de confianza con aquellos, sino por su percepción de cierto clima destituyente como en el 2001. Sin embargo, la multitud en la calle fue decisiva para el acercamiento entre ambos que incluyeron una serie de reuniones secretas, en el sentido que no se daban a conocer, hasta el siguiente cacerolazo. Este ocurrió el 8 de noviembre. En este ya participaron algunos dirigentes políticos. En ese cacerolazo, la cantidad de participantes fue mayor que en el anterior. Además de la Ciudad de Buenos Aires se organizaron protestas en los centros urbanos del interior del país y frente a las embajadas en otros países, de esta manera lograban pasar las barreras nacionales y fortalecer alianzas con fundaciones extranjeras ya que ese pánico a la chavinización no era sólo exclusivo en Argentina, sino también de otros países de la región. Aunque la consigna era no usar insignas partidarias, lo cierto es que usaban un lenguaje virulento y misógino con críticas al kirchnerismo, a sus principales funcionarios y especialmente a la Presidenta.
Esta situación cambió en 2013 debido a dos factores. Por un lado, en agosto se abrió el proceso electoral, que constituía una oportunidad para canalizar políticamente la movilización. Por otro lado, el gobierno había enviado al Congreso una ley de reforma del Poder Judicial que llamaba “proyecto de democratización de la justicia”. Esto fue decisivo no sólo para la participación de dirigentes políticos en el cacerolazo del 18 de Abril, sino también para la incorporación de miembros y agentes del Poder Judicial. Un último cacerolazo se convocó el 8 de Agosto. Algunos de los ciberactivistas y, sobre todo, los dirigentes políticos creían que un cacerolazo a pocos días de las elecciones podía ser contraproducente y propiciar un triunfo del oficialismo. De acuerdo con Gold (2017), la poca concurrencia a este evento junto con la posterior desactivación de los cacerolazos aceleró una dinámica coalicional de unificación en contra del oficialismo.
Lo cierto es que entre el colectivo de ciberactivistas y los dirigentes políticos había algunos puntos en común. En principio, aquellos no renegaban de la representación política, de hecho en palabras de los entrevistados uno de sus objetivos era “ayudar a unir a la oposición”. Su propósito no era “que se vayan todos”, ni siquiera Fernández de Kirchner, sino más bien desgastar su gestión y poder construir una alternativa para las elecciones presidenciales de 2015. Aunque los dirigentes políticos compartieran esta idea, su preocupación era que en la efervescencia de la movilización el cuestionamiento al kirchnerismo se expandiera a toda la clase política. En este punto, los ciberactivistas se consagraron como una mediación entre la “gente” y los “políticos”. Por ello, su narrativa se construyó a partir de los comentarios que los propios usuarios de las redes sociales posteaban en las diferentes páginas Facebook. De alguna manera, fue una estrategia eficiente para generar cierta representación con la gente. A su vez, esta representación requirió de otra estrategia: la elección del cacerolazo como repertorio de acción. Este formato, por un lado, reactivaba una memoria de mediano alcance sobre la crisis de 2001 y, por otro, mostraba una suerte de horizontalidad donde cada uno llevaba su pancarta o demanda. Como contracara, rechazaban cualquier tipo de ritual que asemejara el evento a un formato clásico, como la marcha o utilización de un escenario para la lectura de un documento previamente acordado.
Ahora bien, estos cacerolazos no hubieran tenido una alta eficacia política sino hubiera sido por la respuesta del gobierno, que terminó consolidando los temores de los sectores movilizados. En sus declaraciones mediáticas, cuestionaban la legitimidad de las demandas y proponían que los sectores disconformes formaran un partido político, en sus palabras: “Si quieren tomar decisiones de gobierno, formen un partido y ganen las elecciones”. Este posicionamiento de descrédito a los sectores movilizados no generaba ningún canal donde canalizar las demandas. Aunque el tipo de demandas (contra el desempeño de los funcionarios, rechazo a la corrupción, a la reforma constitucional, al proyecto de democratización de la justicia) era dificilmente encauzable por el kirchnerismo; este transmitía una posición poco dialoguista que reafirmaba esa percepción de un gobierno con visos pocos democráticos. En otras palabras, eran demandas contra el régimen político en el sentido que cuestionaban las formas en que el kirchnerismo ejercía la dominación política.
Esta particularidad de las demandas explican que este ciclo podía tener al kirchnerismo como antagonista, pero su interlocutor eran los partidos políticos de la oposición. De acuerdo a la gramática liberal esto es coherente en el sentido de no ampliar los espacios de participación, como es el caso de la gramática movimentista, sino de diferenciar entre los campos de actuación social o privada y el político. Parte de esta idea va a ser tomada por la Coalición Cambiemos en su narrativa cuando insista en reservar el gobierno a los que saben para que los ciudadanos comunes puedan dedicarse a su vida privada. En este sentido, el saldo organizativo de los cacerolazos no se cristalizó en la conformación de una organización, sino que confluyó en la coalición Cambiemos. La incorporación de los ciberactivistas no se produjo de modo orgánico o colectivo; más bien su participación ha estado mediada por esos políticos con los que entablaron relaciones durante el ciclo de movilización.
A lo largo del texto mencionamos que la corrupción jugó un rol central para la revitalización de la gramática liberal y la configuración de ese polo anti-kirchnerista. Haciendo un breve repaso, este efecto respondía a un entramado ya existente y a la permeabilidad de ese sector social frente a la corrupción como problema público en el marco de su vocabulario republicano. En este marco, y como resultado del proceso de movilización, este sector se asoció con una elite política de derecha, posibilitada por los ciberactivistas que funcionaron como mediadores. Estos tres colectivos, que confluyeron en Cambiemos, encontraron en los cacerolazos un espacio de socialización política.
Según datos proporcionados por Pereyra (2013), en 2001 la percepción sobre la corrupción ascendía el 94%. Si bien, ese porcentaje constituía una cifra alta, lo cierto es que sólo representaba el 10% en relación a otros problemas identificados, entre ellos la desocupación o la economía. Alrededor de este punto, Pereryra hace un señalamiento importante y es que las percepciones de los ciudadanos sobre la corrupción no siempre coinciden con sus prácticas. Por ello, sostiene que esas percepciones se asocian “a una pérdida de confianza de los ciudadanos en las instituciones políticas a lo largo del tiempo” (2013, p 20). Así, la incorporación de la corrupción como tema en la movilización argentina fue paulatina mientras que en general no se constituyeron grupos o colectivos que repudiaran o impugnaran esos episodios. Pese a que no hay un saldo organizativo, siguiendo a Pereyra la incorporación del tema de la corrupción aparejó un plus de violencia e ira que ha permitido reforzar la indignación de los manifestantes (Pereyra, 2013).
Este proceso de renovación de vocabularios y modalidades de la protesta ha tenido un correlato en el establecimiento de una frontera moral con los otros que identifican como antagonistas. Esa moralidad no sólo refuerza la impugnación a la actividad política, sino que sirve para rejerarquizar a la sociedad. En otras palabras, frente a los procesos de democratización y de propuestas igualitarias presentes en lo que se llamó el “relato K”, la reivindicación de aquella moralidad implicaba un reposicionamiento en el espacio social. Así funcionó como un criterio de distinción social. Esa superioridad moral fue decisiva para legitimar sus intervenciones públicas, disposiciones para la acción y tomas de posición. Como ya se mencionó, las acciones colectivas no están regidas por una única racionalidad; y en este sentido la moral podría ser una de ellas. En este proceso se construyó un nuevo “nosotros”.
En el caso específico del kirchnerismo esa demanda traía otro plus ya que permitía poner en cuestión la idea de democratización y de su lucha contra las corporaciones. Dicho rápidamente: si el kirchnerismo era una corporación política, pero corporación al fin, entonces su intento por democratizar constituía una intervención excesiva e innecesaria sobre la sociedad civil, incluyendo en ella a los grupos económicos. En este punto en la narrativa liberal se articularon la denuncia de la corrupcion, el libre mercado y la democracia. De esta manera, el kirchnerismo no era lo que decía ser, un proyecto “Nacional, Popular y Democrático”, sino la vieja política con sus prácticas ya conocidas. Esta caracterización fue tomada por Cambiemos cuando proponía restablecer un viejo acuerdo neoliberal: acotar la intervención del Estado y de las elites sobre la sociedad y la economía.
El objetivo de este artículo fue analizar en un contexto de polarización política un ciclo de movilización donde se redefinieron las gramáticas políticas movimentista y liberal, atendiendo a las formas en que las denuncias de casos de corrupción y ciertos acontecimientos activaron la movilización de sectores anti-kirchneristas. Al respecto dos comentarios finales.
El primero tiene relación con la revitalización de la gramática liberal. Si recordamos la definición que ofrecimos respecto que una gramática delinea la manera en que un colectivo interviene en el espacio público, encuentra motivos de justificación y razones para actuar, establece estrategias de coordinación y articulación política y propone un modo de ordenamiento social se produjo aquella revitalización en un doble eje. Por un lado, la reactivación del imaginario construido durante los 80 a partir del proceso de transición democrática donde habían cobrado relevancia formas políticas asociadas a un vocabulario liberal-republicano, que propiciaban la movilización callejera pero encauzándola hacia la actuación institucional. Esa gramática liberal tiene como sujeto de transformación a la “gente” identificando como principal antagonista a la clase política. La movilización es pensada como un recurso de expresión del malestar, con un carácter fuertemente impugnador sin perder de vista que el objetivo de fondo es la formulación de una oferta política que viabilice su representación política. El segundo eje tiene relación con el anterior en el sentido que fueron no sólo las denuncias de casos de corrupción, sino un acontecimiento como la Tragedia de Once lo que hizo visible ese entramado turbio entre funcionarios y empresarios. Algo del orden de la realidad social venía a reafirmar esas percepciones.
El segundo comentario tiene relación con la actitud del kirchnerismo frente a este ciclo de movilización. Como se mencionó, ya desde 2011 y 2012 el gobierno -y en coincidencia con la desarticulación de la gramática movimentista como expresión de la ruptura en su base de alianzas- había radicalizado su discurso sin llevar adelante todas las transformaciones estructurales prometidas a sus aliados ni el mejoramiento en la calidad democrática que podía servir para contrarestar los argumentos de sus adversarios. A su vez, la creciente difusión de escándolos por corrupción y hechos concretos que parecían ratificarlos, cuestionó no sólo las prácticas y políticas del gobierno sino también ese imaginario en torno a la democratización que pretendía instalar. Esto facilitó la instalación de demandas como la corrupción, que con visos fuertemente morales, erosionaban la legitimidad del gobierno.
Esta acumulación de procesos, algunos de los cuales fueron descriptos brevemente en este artículo, fue decisiva para generar la sensación de la crisis del giro a la izquierda, poniendo en cuestión un consenso del contexto posneoliberal respecto del regreso del Estado. El Estado había vuelto y eso había permitido el mejoramiento en las condiciones de vida, pero también implicaba el regreso de prácticas que habían sido cuestionadas durante los 90 y el 2001 y que habían contribuido a formular la consigna que se vayan todos. Desde 2015 a propósito de la asunción de Mauricio Macri como presidente de la Nación, los escándalos de corrupción se han incrementado afectando tanto a la oposición como al oficialismo. Antes que un tratamiento serio de la corrupción como problema público, parece una puesta en escena de los medios de comunicación según como se posicionen en el campo político. En ese cruce de denuncias, lo que se deteriora es la democracia y fundamentalmente la confianza de los ciudadanos en ella.
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3 Se utilizará el recurso de cursiva para señalar las palabras o frases utilizadas por los actores sociales y políticos, llamadas nativas o “categorías de la práctica”.
4 Para la elaboración de este artículo se utilizaron datos construidos a partir del trabajo de campo realizado en el marco de la investigación mencionada en la nota 1. El campo se llevó adelante en el segundo semestre de 2016 en el área metropolitana de Argentina que comprende la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Conurbano de la Provincia de Buenos Aires. Comprendió la realización de 24 entrevistas en profundidad a dirigentes de organizaciones sociales, sindicales, civiles y políticas, el tratamiento de fuentes documentales y de fuentes períodisticas con las cuales se elaboró una base cuantitativa de protestas sociales ocurridas entre el 10 de diciembre de 2011 y el 9 de diciembre de 2015. Por cuestiones éticas y de compromisos de reservar el anonimato de los entrevistados via consentimiento informado se omitirán las iniciales de sus nombres o cualquier referencia que pueda faciliar su identificación.
5 En investigaciones previas (Natalucci, 2015) se estableció la siguiente tipología para el estudio del espacio piquetero: autonomista, clasista y movimentista.
6 Como parte de su desempeño, se incorporó a lo que se denominó el giro a la izquierda en América Latina. Siguiendo a Stefanoni (2016) adhirió a tres pactos: de consumo (para propiciar el mercado interno), de inclusión social (políticas sociales) y de soberanía (autonomía frente a Estados Unidos y estableciendo nuevos alineamientos). Desde otras perspectivas, se ha pensado que este giro a la izquierda se plasmó en la capacidad de innovación, de articulación y de incorporación (Ferrero, Natalucci & Tatagiba, 2019).
7 Para profundizar sobre esta gramática, véase Natalucci, 2016.
8 La noción de capital territorial alude a que las organizaciones no tenían un electorado propio para acceder al gobierno y desconocían las reglas del juego político institucional, sin embargo, tenían capacidad de movilizar a sus bases y de tramitar y crear demandas a partir de reclamos concretos. En esto residía su potencial. Véase Ortiz de Rozas (2011).
9 Entrevista a un ciberactivista anti-kirchnerista, CABA, 2 de noviembre de 2016.
10 Uno de sus mayores efectos fue la ruptura de la situación de “win-win” que había predominado hasta entonces, donde todos los sectores mejoraban sus posiciones en la estructura social. Esta ruptura tuvo un impacto significativo en la base de alianzas económicas y políticas del gobierno. Siguiendo a Wainer (2016), la contradicción entre el capital y el trabajo se desplazó del eje externo al interno.
11 El cipayo es una forma coloquial de denominar a aquellos que están al servicio de intereses extranjeros por sobre los nacionales.
12 Estas ideas son recurrentes en los dirigentes del PRO y los ciberactivistas entrevistados.
13 Una de esas acciones fue la implementación del llamado “cepo cambiario” como intento de control cambiario. Esto generó fuertes críticas de sectores que veían en esta medida otra intervención innecesaria del Estado sobre la economía. Para profundizar véase Santarcángelo & Perrone (2016).