Una crítica a la Crítica: pensar lo nuevo, «sin barandillas» (Hannah Arendt)1

Adriana María Ruiz Gutiérrez2

Resumen

La actualidad de la crítica se impone por la fuerza de las “situaciones límite” (derivadas de la condición inevitable de ruptura en la vida: la muerte, la pérdida, el duelo, la culpa, el sufrimiento, el éxodo, la guerra), que nos obligan, más allá de desprestigiar a las antiguas definiciones, que están en bancarrota respecto a las experiencias límite del presente, a explorar sentidos y significados renovados para entender las variadas formas de violencia y de desposesión de la existencia humana, que ya no encuentran respuesta precisa en la tradición. Esto nos demanda superar lo obvio, introducir lo nuevo y dar cuenta de nuestros conceptos (índices y factores de comprensión de nuestra época) para entender nuevas realidades sociales y jurídico-políticas. En la actualidad, sin embargo, hemos perdido nuestra necesidad de comprensión, reduciendo lo inusual a lo familiar, y subsumiendo, automática y acríticamente, los hechos, extraordinarios y concretos, en comprensiones preliminares y teorías apolilladas, sin ninguna realidad subyacente, que propagan prejuicios y generalizaciones, a despecho de las complejas causas histórico-políticas, económicas y psicológicas de los conflictos del presente. Por esta razón, hoy, más que nunca, cobra vigencia el pensamiento crítico de Hannah Arendt, quien, a la manera socrática, nos exhorta a buscar nuevas herramientas de comprensión y de juicio para romper la repetición cansadora de los acontecimientos límite de desposesión, configurando otras expectativas, renovadas y promisorias, respecto al porvenir. 

Palabras clave: ejercicios de pensamiento; futuro; pasado; pensamiento en conceptos; tradición; Walter Benjamin.

A critique of Criticism: thinking the new, "without guardrails" (Hannah Arendt)

Summary

The relevance of criticism is imposed by the force of “limit situations” (derived from the inevitable condition of rupture in life: death, loss, grief, guilt, suffering, exodus, war), that force us, beyond discrediting the old definitions, which are bankrupt with respect to the limit experiences of the present, to explore renewed senses and meanings to understand the varied forms of violence and dispossession of human existence, which are no longer found precise answer in tradition. This requires us to overcome the obvious, introduce the new and account for our concepts (indices and understanding factors of our time) to understand new social and legal-political realities. Today, however, we have lost our need for understanding, reducing the unusual to the familiar, and automatically and critically subsuming extraordinary and concrete facts to preliminary understandings and moth-eaten theories, without any underlying reality, that propagate prejudices and generalizations, to study the complex historical-political, economic and psychological causes of present-day conflicts. For this reason, today, more than ever, the critical thinking of Hannah Arendt is valid, who, in the Socratic way, exhorts us to seek new tools of understanding and judgment to break the tiring repetition of the extreme events of dispossession, configuring other expectations, renewed and promising, regarding the future.

Keywords: thinking exercises; future; past; thinking in concepts; tradition; Walter Benjamin.

1.    Introducción

“[…] yo examino mis presupuestos, que, en cualquier caso, pienso «críticamente» —y odio usar la palabra debido a la escuela de Frankfurt— y que no me permito evadirme repitiendo los clichés de lo que lleva. Diría que cualquier sociedad que haya perdido el respeto por esto, no está en muy buen estado” (Arendt, 1995, pp. 145-146).

El pensamiento (en general, y, más particularmente, el arendtiano) contiene, desde mediados del siglo XX, las herramientas conceptuales y metodológicas (quizás más útiles) para pensar nuestro propio presente en conceptos, lo que caracteriza a la ciencia social crítica, especialmente a la jurídica, cuyos ejercicios pretenden comprender las variadas formas de violencia y de desposesión de la vida humana. Ante la quiebra de nuestra tradición que resulta ya incapaz de nombrar ciertas experiencias límite de descualificación, la crítica (como forma particular de cognición) nos exige, hoy, dar cuenta de nuestras categorías de pensamiento (entendidas como fuerzas inmateriales con vocación de traducción eficaz de la realidad) respecto a los problemas límite de la actualidad, para crear nuevos sentidos y significados (no como “esencias” o “abstracciones” derivadas de los prejuicios, las meras deducciones lógicas, los enunciados apodícticos y fatalistas, sino como “existencias concretas”, siempre variables, confusas y conflictivas).

Ahora, pensar y hacer crítica nos exige, ahora, algo más que la mera intervención política sobre el presente, ya que nos hemos quedado sin categorías para entender la realidad debido a la opinión sofocante, la deflación conceptual y el “lenguaje sin significado”, sin contenido real (Attali, 1995, p. 41). Porque la actividad del pensamiento, a diferencia de la mera opinión, que nos domina y nos empuja a batirnos, la mayoría de veces, con violencia, sin conocer ni comprender aquello contra lo que luchamos, implica la búsqueda de nuevos sentidos respecto a lo que somos, hacemos y padecemos. Porque, “las palabras usadas para combatir pierden su cualidad de discurso; se convierten en cliché” (Arendt, 1995, p. 30), que no cimentan ni introducen nada distinto respecto a la repetición cansadora del uso de medios violentos para resolver nuestras diferencias. Y esto constituye un factor de inercia para el espíritu crítico, ahora habituado a lo obvio (frases hechas y de repeticiones emotivas, sin ninguna constatación empírica), incluso, en nuestros días, en los más altos debates académicos.

El costo de esta simplificación por la mera subsunción de lo nuevo y lo concreto en teorías apolilladas conduce a la deflación conceptual (“lenguaje sin significado”) y, en consecuencia, a la desorientación práctica de los esfuerzos por realizar las esperanzas del pasado, que permanecen ocultas o distorsionadas. Sin lugar a duda, la pérdida de nuestras herramientas conceptuales y, al mismo tiempo, de nuestra necesidad de comprensión y de juicio correctos sobre el presente, nos empuja a subsumir hechos nuevos en principios explicativos tradicionales, deduciendo sus causas y sus efectos, incluso, en abierta contradicción con lo real. Esta práctica impide, por supuesto, superar los prejuicios y los dogmatismos sobre ciertas paradojas del presente, cuya novedad resiste cualquier silogismo lógico. A propósito del intelectual general, nos enseña Blanchot (2003) y Foucault (1999), quien se ha acomodado a la aprobación, rápida y segura, de la opinión pública (Insausti, 2017), el crítico (también llamado, el intelectual específico) apuesta, en cambio, por “perforar”, además de la información común y la teoría científica, el orden mismo que contradice los anhelos del pasado y las esperanzas del futuro.

Aquí reside el objeto de esta contribución, que hace suya la cuestión central de la crítica (puntualmente de Hannah Arendt, considerada, junto con Simone Weil, la mayor pensadora del siglo XX, Esposito, 1999) que, a diferencia de la información correcta y el conocimiento científico tradicional, que se limita tan solo a constatar las regularidades del contexto (describe y explica lo que es a la manera de una máquina registradora, dice Max Horkheimer), nos llama a decir “no” a lo sentido objetivamente y a transformar la realidad, introduciendo nuevos y promisorios comienzos (conceptos y acciones). La actividad crítica (“sin fin, siempre diversa y mutable”), que nunca produce resultados definitivos, envuelve la comprensión misma del vivir humano, desde el nacimiento hasta la muerte, ya que cada ser humano debe aceptar el mundo en el que ha nacido y permanecer como extraño debido a su unicidad (Arendt, 1995, p. 29).

Esta reconciliación con lo que hacemos y padecemos nos obliga a mirar hacia el pasado, recuperando los fragmentos biográficos de aquellas vidas frustradas, para configurar las expectativas del presente y el porvenir (conceptos y acciones). En este punto, radica, concretamente, el quehacer de la crítica como cognición3: 1) superar lo obvio respecto a la ausencia de significado (prejuicios, dogmatismos, adoctrinamientos ideológicos, explotación de los sesgos cognitivos), cuyo efecto radica en la pérdida de la realidad; 2) introducir lo nuevo (sentidos de orientación y de acción), a través de la mirada retrospectiva del pasado irrealizado y, a su vez, configuradora de las nuevas expectativas del futuro; 3) dar cuenta de los conceptos, que, en tanto traducciones del tiempo cronológico y biográfico, nos permite ofrecer sentidos y posibilidades renovadas en relación con los enigmas del presente.

Esta composición, que tiene como premisa fundamental la idea según la cual la crítica se impone debido a la fuerza de las situaciones actuales de desposesión de la vida humana, que no encuentran solución en la tradición debido a la actual subsunción acrítica de los hechos en viejas nociones y explicaciones, la deflación conceptual, la transmisión de meras opiniones, sin comprobación empírica, y el uso de teorías apolilladas, se divide en cuatro partes, además de esta introducción. En la primera, se alude a la necesidad de superar lo obvio para comprender las terribles verdades del presente, para proponer otras interpretaciones distintas a las creencias uniformes o los meros clichés; en la segunda, se propone introducir lo nuevo, a partir del reconocimiento de los anhelos insatisfechos del pasado, los cuales empujan las comprensiones y las acciones políticas sobre el porvenir; finalmente, en la tercera, se exhorta a dar cuenta de las categorías para entender las situaciones límite del presente. Esta composición concluye afirmando que la crítica, como cognición, depende estrictamente de la traducción auténtica y promisoria de la realidad. De ahí su actualidad.

2. Superar lo obvio

“¿Qué tipo de poder puede ser el que produzca el pensamiento [crítico] que resulte capaz de contraponerse, incluso capaz de evitar un fenómeno como el totalitario?” (Campillo, 2013, p. 18). Precisamente, esta forma de cognición (distinta de otras tantas), constituye, a su vez, una forma de actuación en el mundo (opuesta a la mera contemplación del curso gradual o apocalíptico de la historia), que implica aceptar lo que ha sucedido y reconciliarse con lo que existe inevitablemente (Arendt, 1995, p. 44). Desde luego, esto no significa justificar nada ni exculpar a nadie, sino comprender “cómo lo imposible ha sido posible” (Campillo, 2013, p. 59). La crítica, es, en efecto, una actividad cognoscitiva (diferente a la mera información y al conocimiento científico), infinita, siempre múltiple y variada, que se ocupa de entender las terribles verdades, para instaurar y reproducir antídotos contra la violencia y las demás formas de desposesión de la existencia humana. Este es el topos de la crítica (particularmente, arendtiana): las situaciones límite de la vida (Insuasti, 2016, p. 11).

De ahí el efecto reflexivo y, además, liberador de la crítica, ya que amplía nuestra mentalidad sobre el mundo, transfigurando lo sabido en algo desconocido, exigiéndonos, así, juicios imparciales (contrarios a meras especulaciones, afirmaciones repetidas, teorías apolilladas y enunciados apodícticos, sin ninguna constatación). Esta “mentalidad ampliada” reclama, precisamente, la superación de las comprensiones preliminares, que, aunque constituyen la base de todo conocimiento, subsumen, acríticamente, hechos, inéditos y particulares, en viejas teorías, sin realidad. Esta “hermenéutica profunda” (Villalobos, 2010), que define el pensamiento crítico de Arendt (y también de Nietzsche, Freud, Benjamin, Adorno, Foucault, Agamben, Ricoeur, Weil, Butler, entre otros), implica un ejercicio cognoscitivo, más allá de cualquier componente ético-normativo (extracognoscitivo), que resiste toda actitud ideológica y dogmática.

Aquí radica, también, y más especialmente, el efecto novedoso de la crítica, ya que instaura otras interpretaciones y decisiones sobre el presente, sin capitular ante la realidad tal cual se nos presenta (radical y profundamente humana). Esta “auténtica comprensión” (Arendt, 1995), que exige perforar nuestras certezas (como tarea primera, permanente y última), aceptando la crisis de nuestras categorías sobre la representación del mundo, produce y reproduce nuevos sentidos respecto a lo que hacemos y padecemos. De ahí el rasgo distintivo del pensamiento crítico, que se ocupa de variadas situaciones límite (la guerra y el éxodo, el secuestro, la desaparición y la muerte violenta, el reclutamiento forzado, el uso esclavo de amplias poblaciones vulnerables, entre otros fenómenos saturados de desposesión) que han pulverizado viejos conceptos y criterios de juicio moral y político, exigiéndonos la renovación de los conceptos (índices y factores de una época) distintos a los habituales.

La actividad crítica implica, por lo tanto, comprender nuestro presente de desposesión, superando toda interpretación acrítica, ideológica y dogmática, para encontrar nuevos sentidos de orientación y de actuación en nuestro mundo compartido, distintos a los homogéneos marcos de representación, en ocasiones, acríticos y estereotipados.

Por esta razón, el ejercicio crítico es contrario al adoctrinamiento (imposición de ideas y de creencias uniformes), que se sirve de palabras vacías (y, también, de los “malos libros”, que pueden ser “buenas armas”) (Arendt, 1995, p. 30). Los enunciados formularios y apodícticos, sin ningún significado concreto, se convierten, exactamente, en meros clichés para dominar, incluso para educar. De esta manera, se sustituye el sólido ámbito de los hechos y de las aplicaciones empíricas por los discursos intuitivos, emotivos y manipulativos, frustrando el esfuerzo de la auténtica interpretación y, a su vez, de la discusión precisa sobre el presente. En concreto “el alcance que los clichés han adquirido en nuestro lenguaje y en nuestros debates cotidianos puede muy bien indicar hasta qué punto no sólo hemos perdido nuestra facultad de discurso, sino también hasta qué punto estamos dispuestos a usar medios violentos” (Arendt,1995, p. 32). Claramente, esta “perversión” de la comprensión resulta tan vigente como peligrosa, ya que aplasta la pluralidad, en nombre de la violencia estatal o popular (Arendt, 1995).

Basta observar, actualmente, la credulidad (por ignorancia, error y comodidad) de la información que nos confunde y nos obliga a actuar rápidamente, pues “es más fácil aceptar las ideas falsas, […] como si fuera algo indiscutible” (Innerarity, 2022, p. 10). La ausencia de significado, tan propio de la lucha totalitaria como del populismo democrático contra los acontecimientos y los datos empíricos concretos, resulta de la distorsión de los hechos (prejuicios, supersticiones, dogmatismos, fanatismos) y de la manipulación de los afectos (frustración, indignación, rabia, sufrimiento), que disminuye nuestra autonomía frente a situaciones emergentes, dinámicas irregulares, cambios discontinuos, reales y ficticios, ocultos y deformados (Innerarity, 2022; Londoño, 2022). Hoy, la explotación de nuestros fallos y sesgos cognitivos (“demagogia cognitiva”), favorece, así, el ascenso inevitable de pastores y educadores, demagogos y dictadores, influencers y líderes de opinión, que explican y resuelven los sentimientos de sus seguros creyentes, sin ninguna vacilación.

En oposición al caótico mercado del conocimiento, que produce y multiplica nuevos y variados escenarios de ignorancia (Innerarity, 2022), la actividad cognoscitiva de la crítica envuelve un arduo ejercicio de comprensión, provocando un sentido inacabado y, en consecuencia, metódico del conocimiento. La comprensión anticipa y extiende el conocimiento, porque la misma vuelve continuamente sobre los prejuicios que han orientado el saber común y la indagación científica (Arendt, 1995, p. 32). Esto significa que, a diferencia del “populismo cognitivo” (Innerarity, 2022)4, incluyendo, a menudo, los discursos de más alto nivel académico, que usufructúa los estereotipos, los automatismos mentales y los espíritus encolerizados, la auténtica interpretación rehúsan las meras especulaciones y las descripciones corrientes y sofocadas, disolviendo lo habitual en conceptos y actuaciones completamente nuevas.

De ahí el carácter novedoso del pensamiento crítico, que infiltra el lenguaje común y el vocabulario científico de categorías y de orientaciones hasta entonces desconocidas. La crítica supera, así, las explicaciones populares, ideológicas y dogmáticas, relevando los hechos y las cifras, que evitan la búsqueda de otros sentidos sobre lo real, y, a su vez, aprovechan el uso de la fuerza para resolver nuestras diferencias. Porque, “si nos limitamos a conocer, pero sin comprender aquello contra lo que nos batimos, conocemos y comprendemos todavía menos para qué nos estamos batiendo” (Arendt, 1995, p. 32). De ahí que avanzar más allá de lo obvio (tanto de las costumbres como de las ciencias) constituya la condición sine qua non de la actividad crítica y, en consecuencia, de una acción política responsable (Campillo, 2013, p. 66). La crítica (distinta a la interpretación preliminar, el conocimiento social y el activismo político, que se sirven de frases repetidas), evita todo atajo y arbitrariedad en el proceso de la auténtica comprensión.

El resultado de la comprensión crítica (que descubre y sustituye constantemente los sesgos, los prejuicios, los estereotipos, la agitación compulsiva que determina, a menudo, el conocimiento preliminar y científico) es el sentido de nuestra existencia singular y colectiva (vivida, la mayor parte, de un modo ingenuo), que solo finaliza con la muerte. Por eso, “la comprensión no tiene fin; es el modo específicamente humano de vivir, ya que cada persona necesita reconciliarse con el mundo en que ha nacido como extranjero y en cuyo seno permanece siempre extraño a causa de su irreducible unicidad” (Arendt, 1995, p. 30). Esto explica el carácter inconcluso, variado y permanente del ejercicio crítico sobre los problemas de la experiencia presente, que, a diferencia del adoctrinamiento totalitario (que se sirve, particularmente, de la propaganda y de la educación), presentes también en nuestras sociedades democráticas, lucha, actualmente, contra la pérdida del sentido común y el uso de la violencia para resolver nuestras diferencias.

En palabras de Arendt, “no podemos demorar nuestra lucha contra el totalitarismo hasta que lo hayamos «comprendido», puesto que no lo comprenderemos, y no podemos esperar comprenderlo, hasta que haya sido definitivamente derrotado” (Arendt, 1995, p. 31). La política totalitaria del nazismo y el estalinismo (más de allá de una catástrofe histórica y política fechable) constituye una ruptura intelectual y espiritual de colosales consecuencias para nuestra tradición, que ya no ofrece herramientas claras para orientarnos en el mundo (Forti, 2008). A decir verdad, la “sabiduría del pasado” desaparece cuando tratamos de aplicarla a los problemas políticos de nuestra época (1995, p. 31). Por lo tanto, admitir la bancarrota de nuestra formación y la pérdida del sentido común nos obligan a superar los prejuicios y las teorías conocidas para iluminar nuestro presente de desposesión. De ahí la complejidad de la tarea crítica, cuya “búsqueda de sentido es al mismo tiempo estimulada y frustrada por nuestra incapacidad para generar sentido” (Arendt, 1995, pp. 35-36).

La crítica nos reclama disolver lo conocido en categorías y acciones políticas renovadas, que descubran las terribles “originalidades” de los acontecimientos de nuestro tiempo. La novedad de la experiencia presente radica, justamente, en que rompe con todas nuestras tradiciones, cuyos conceptos y juicios políticos y morales han sido seriamente desafiados y desintegrados (Arendt, 1995, p. 32). No obstante, la crisis conceptual y política, y los resultados siempre inacabados y provisionales de los ejercicios críticos, debemos esforzarnos por buscar nuevos sentidos y definiciones sobre el presente saturado de violencia y demás formas de descualificación de la vida humana. En efecto, más allá de las ideas comunes y de las teorías repetidas, la crítica desafía la terminología convencional, el razonamiento lógico y las fórmulas apocalípticas sobre los hechos, introduciendo una nueva palabra, un fragmento auténtico del pasado, una salida inusitada, que sirven para reconocer que algo extraordinario ha ocurrido entre nosotros.

En síntesis, el ejercicio crítico siempre busca un nuevo sentido o herramienta de comprensión para nombrar y representar un hecho extraordinario de desposesión, introduciendo, al mismo tiempo, fuerzas concretas y recientes (no violentas) que sirven de antídoto contra la pérdida y la extrañeza de nuestro mundo común.

3.  Introducir lo nuevo

Revelar lo nuevo (a la manera de un secreto) constituye el propósito cardinal de la actividad crítica (en particular, arendtiana), que se toma en serio los problemas del tiempo presente (la violencia y las demás formas de desposesión de la vida humana). Acaso, nos advierte Arendt: “¿Cuál es el objeto de nuestro pensar? ¡La experiencia! ¡Nada más! Y si perdemos el suelo de la experiencia entonces nos encontraremos con todo tipo de teorías” (Arendt, 1995, p. 145). Empero la indudable correspondencia entre los hechos y la reflexión (especialmente crítica), “la realidad se ha vuelto opaca para el pensamiento y el pensamiento, ya falto de esa relación con el incidente, que siempre conserva el círculo con su centro, puede convertirse en algo sin significado alguno o repetir las viejas verdades” (Arendt, 1996, p. 12). Claramente, cualquier pensamiento desvalido de experiencia carece de novedad y de significatividad concretas respecto al presente.

La tarea de la crítica consiste, pues, en entender lo ocurrido, para plantear las preguntas y las salidas, específicas y novedosas, respecto a lo que pasó y lo que no existe todavía (Arendt, 1996, p. 15). Ahora, este umbral entre el ayer y el porvenir (espacio sin tiempo que recorre la actividad del pensamiento), que oculta todo lo múltiple y lo dramático de la vida concreta, puede alumbrar nuevos comienzos (ideas y acciones), otorgando forma (aunque inacabada) al tiempo futuro. De ahí el vínculo inconmovible entre reflexión y experiencia, toda vez que “el pensamiento se da en el tiempo, pero en un instante-presente, que es una brecha entre el pasado y el futuro (un instante que es autorredentor)” (Campillo, 2013, pp. 167-168). Inversamente, la desconexión entre una y otra provoca y reproduce la inalterable repetición de los hechos, disminuyendo nuestra la capacidad para la acción política (condición sine qua non de la tiranía) y la necesidad de comprensión (condición sine qua non de la “estupidez generalizada”) (Arendt, 1995, p. 37)

Claramente, la separación entre pensamiento y realidad no genera nada nuevo, tan solo conceptos abstractos y meras reproducciones, sin contenido real (Arendt, 1996, p. 12). En contraste con la mera especulación, que prescinde, imperturbablemente, de la realidad subyacente, el pensamiento crítico procede de la ruptura del tiempo lineal (“como una especie de golpe de Estado”, haciendo irrumpir lo nuevo) (Campillo, 2013, p. 167). Análogamente al “mar cuadrado” (“olas cruzadas”), que transcurre en la profundidad del océano cuando dos corrientes marinas colisionan furiosamente, el ejercicio crítico se produce en el encuentro entre dos fuerzas temporales, el pasado (ya-no) y el futuro (todavía-no), salvando un fragmento de vida destinada a la destrucción (Cavarero, 2022). Por esta razón, el pensamiento es la parte “más vital y vigorosa” de la realidad, ya que ocurre en el ahora-presente, revelando otras salidas frente a la violencia y las demás formas de desposesión del ayer y el porvenir (aunque, sin llegar jamás a la solución definitiva) (Campillo, 2013, p. 184).

En concreto, la crítica lucha contra el peligro de la “repetición cansadora” (la fuerza de lo ocurrido, que empuja las “olas del futuro”), suscitando variadas metamorfosis en nuestra conciencia del tiempo histórico y biográfico, a través de juicios retrospectivos y experimentos de renovación teórica y política (Kristeva, 2013, p. 52). En todo caso, dice Arendt, “[el] pasado, que remite siempre al origen, no lleva hacia atrás, sino que impulsa hacia delante y, en contra de lo que se podría esperar, es el futuro el que nos lleva hacia el pasado” (1996, p. 16). Esta comprensión arendtiana sobre el esquema circular del tiempo, que proviene de una parábola de Franz Kafka5, suspende la sucesión rectilínea de los acontecimientos dramáticos, introduciendo el inicio de algo o de alguien (obras y nuevos nacimientos), signados por la unicidad (Cavarero, 2022). En efecto, la batalla contra las fuerzas del pasado y el porvenir, ambos infinitos, que concreta el ejercicio crítico (ahora-presente, pura inmanencia), incrusta un comienzo creativo contra la reincidencia de la destrucción cansadora (la muerte y la catástrofe).

Definitivamente, la reflexión es “el comienzo de un comienzo”, que rompe la sucesión temporal de los acontecimientos, renovando la experiencia futura (Arendt, 1996, p. 16). Ahora, la actividad del pensamiento crítico (que surge en “ese pequeño espacio intemporal, ahora-presente, dentro del corazón mismo del tiempo”), no se hereda ni se transmite por tradición: “Cada nueva generación, cada nuevo ser humano, sin duda, en la medida en que se inserte entre el pasado infinito y un futuro infinito, debe descubrirlo de nuevo y pavimentarlo con laboriosidad” (Arendt, 1996, p. 19). Entre tanto, en palabras de Arendt, el verdadero problema radica en que no estamos provistos ni dispuestos para movernos en la brecha entre el pasado y el futuro (esto es, para pensar), que oculta, propiamente, los momentos de verdad respecto lo que hacemos y padecemos. De ahí la urgencia de la actividad crítica, ya que necesitamos encontrar nuestro lugar en el tiempo humano, y asumir la tarea de abrir y renovar su contenido.

Recapitulando: “El propio pensamiento surge de los incidentes de la experiencia viva y debe seguir unido a ellos a modo de letrero indicador exclusivo que determina el rumbo” (Arendt, 1996, p. 20). Esto significa que la crítica solo puede definirse y experimentarse sobre los fenómenos de la realidad, que tienen tras de sí las fuerzas del pasado y el porvenir, sirviéndole de guía y de sustento concretos. Solo así encontraremos nuevos caminos de comprensión y de actuación en el mundo.

La actividad crítica, que se ocupa de comprender la memoria del pasado, más allá de cualquier prescripción teórica o normativa, querella contra los hechos de desposesión histórica (negatividad), transformando la conciencia de la actualidad (inmanencia). Puesto que “el horizonte de expectativas no está solo en el futuro sino en el pasado” (Campillo, 2013, p. 180). De esta manera, la crítica introduce lo nuevo en el presente (esfuerzos y pensamientos), a partir de las promesas incumplidas del pasado. Esta irrupción, que rompe el continuum de la historia rectilínea, actualiza, a cada instante, las esperanzas no consumadas. Esto explica la mirada retrospectiva del pensamiento crítico, el cual lucha contra el viento huracanado que nos empuja irresistiblemente hacia el porvenir. En este sentido, el Angelus Novus, del pintor suizo expresionista Paul Klee, encierra, según Benjamin, la imagen específica de la crítica: el ángel detenido, que, en pleno vuelo hacia enfrente, observa horrorizado hacia atrás, advirtiendo los destrozos que produce su marcha imparable (Mate, 2009, p. 156; Benjamin, 2010, p. 24).

La mirada retrospectiva (y, también, impotente) del ángel de la historia reposa sobre las ruinas apiladas de cadáveres y de escombros del pasado. Sus ojos (idénticos a los de la crítica) revelan aquello que permanece escondido en las ruinas y las calaveras: el triste final de una historia, de un proyecto de vida no consumado (Mate, 2009). Sin embargo, “aunque esa historia personal aparezca ahora, tras la derrota y el olvido, como una historia petrificada, la mirada alegórica entiende que ahí hay vida, aunque sea vida fallida” (Mate, 2009, p. 159). Esta observación cruda y, en consecuencia, nueva de los restos de la historia, tan singular como exigente en Benjamin y Arendt (además de otros pensadores críticos), contradice la mera apariencia de las ideas, los discursos y los enunciados apodícticos (por lo general, derrotistas y fatalistas), advirtiendo allí la existencia de un quién, y no la destrucción de un qué, aunque frustrada (Reyes, 2009, Arendt, 2005). En cualquier caso, los restos de la catástrofe siempre encubren una historia personal y no natural, que reclama ser redimida (Reyes, 2009, p. 159).

La cruda y renovada contemplación, lo que ve, alegóricamente, la crítica (en Benjamin y Arendt, el recorrido de la humanidad hacia la ruina del nazismo y del estalinismo) incluye, además, un llamado solidario respecto a los deseos insatisfechos. Detrás de una vida arruinada, el alegorista (el pensador crítico) no advierte conformismo o desesperanza, sino un llamado a la acción reparadora: “Ese rostro vuelto hacia atrás es una fuente de vida porque divisa en la vida frustrada un proyecto de futuro” (Reyes, 2009, p. 159). Por esta razón, el ángel benjaminiano desearía detener su marcha y despertar a los muertos, para recomponer los fragmentos del pasado: “Él ha captado la vida que yace bajo los escombros, ha oído respirar lo que parecía inerte, hasta ha escuchado un leve susurro que emerge de ese pasado abandonado y habla de su derecho a la felicidad” (Reyes, 2009, p. 159). La emergencia de lo que permanece debajo del presente (a la manera de un yacimiento de esperanza) incrustará, así, un momento de novedad, impidiendo, en todo caso, el retorno abrumador del pasado.

Estrictamente, lo inédito (y, por lo tanto, oculto) del pensamiento (ahora-presente) depende de nuestra relación auténtica con el pasado y el porvenir, que incluye los deseos no realizados. El instante es, pues, salvífico y solidario respecto a los sueños aplazados del ayer y el futuro. Aquí, residen, puntualmente, las posibilidades de la crítica: la introducción de la novedad (en el ahora que redime, salva, el trozo de una vida frustrada, pero pendiente para nosotros), suspendiendo la vuelta a lo catastrófico (que a diferencia de la ruina de un proyecto que se desarrolla continuamente, no concluye, eternizando irreversiblemente lo que hacemos y padecemos) (Reyes, 2009, p. 163). La mirada crítica (fundamentalmente portadora de un novum de esperanza, que descubre, en cada momento, una respuesta a la altura de nuestra época) rompe, así, la repetición rectilínea del tiempo trágico, de lo angustioso, sin colofón. Porque, “en eso, en la reproducción del daño, la historia es el cuento de nunca acabar” (Reyes, 2009, p. 164).

De este modo, la revelación de lo fragmentario (en particular, una vida fallida que yace debajo de una pila de escombros del pasado) constituye el leitmotiv del diálogo crítico de Benjamin y de Arendt (por supuesto, sin desconocer sus diferencias). Esta “forma crítica” se distancia de las maneras teóricas y sistemáticas de pensar, buscando en la “autenticidad” del fragmento (que, arendtianamente, instituye los “ejercicios de pensamiento”), el modo de hacer filosofía crítica. Sobre esto, nos dice Arendt: “En esta forma de «fragmentos de pensamiento», las citas tienen la doble tarea de interrumpir el flujo de la presentación con la «fuerza trascendente» y, al mismo tiempo, de concentrar dentro de ella lo que se presenta” (2008, p. 201). Justamente, en el paisaje del pensamiento benjaminiano, que surge de la pérdida irreparable de la tradición y de la autoridad, sus trazos adquirieron plena relevancia para la mirada crítica (retrospectiva) de Arendt (Campillo, 2013, pp. 184-185).

En conclusión, la manera de tratar con el pasado (tan original como vigoroso para el pensamiento crítico), nos exhorta a encontrar, en nuestro ahora-presente, los fragmentos (singulares y auténticos) de nuestro histórico contexto de desposesión, ofreciendo nuevas y promisorias disposiciones para el futuro.

4. Dar cuenta

“Dar cuenta de las propias categorías de comprensión y los criterios de juicio es la tarea filosófica ineludible y que tiene un significado político radical” (Campillo, 2013, p. 67). La necesidad de comprender y de descubrir sentidos renovados sobre nuestros acontecimientos de desposesión constituye, así, la tarea ineludible del pensamiento crítico (que batalla contra los conformismos mentales y la exasperación de los ánimos, impidiendo la mera repetición ideológica y dogmática del pasado en referencia al futuro). La auténtica comprensión (entendida como examen o juicio con rigor sobre los acontecimientos del presente, a partir de la mirada retrospectiva y anticipadora del tiempo), que excede el mero prejuicio y el conocimiento científico, busca y define los conceptos conforme a las situaciones históricas concretas (“si no quiere perderse en las nubes de la mera especulación, un peligro que siempre está presente”) (Arendt, 1995, p. 34). Sin duda, determinadas experiencias saturadas de violencia desafían, hoy, nuestras categorías y juicios, que resultan ya incapaces de ofrecer preguntas y respuestas plausibles.

De modo que la crítica (actividad cognoscitiva) y la acción política (inclusión de lo nuevo) emergen, en principio, cuando debemos dar cuenta de nuestros conceptos para definir fenómenos extraordinarios de violencia y demás formas de descualificación de la existencia humana. En este punto, se evidencia la ruptura de nuestras categorías y sus definiciones, las cuales resultan ya incapaces de definir experiencias inéditas, así como la necesidad por comprender (cuyo proceso, siempre múltiple y prolongado implica, más allá del conocimiento científico, la aceptación de nuestra realidad) (Campillo, 2013, p. 60). Esta necesidad de “sentirnos en armonía con el mundo” (Arendt, 1995, p. 29), tan característica del pensamiento crítico arendtiano, delimita la comprensión como una manera, concretamente humana, de entender aquello que somos y padecemos. No se trata, pues, de conocer, sino de vivir, sin ingenuidad. En Heidegger (y Arendt, también), “el comprender no es un modo de conocer, sino la determinación fundamental del existir” (Campillo, 2013, p. 63).

Sin embargo, hemos perdido los útiles conceptuales y las herramientas de comprensión para dar cuenta de nuestro vocabulario. Los fenómenos saturados de desposesión han pulverizado nuestras categorías políticas y ahuecado nuestros juicios morales (además de empobrecer nuestra búsqueda de sentidos y de significados concretos). Aquí no hay contraargumento válido. En la actualidad, ciertas categorías constituyen apenas “conchas vacías con las que hay que hacer cuadrar todas las cuentas”, ya que carecen de toda realidad subyacente (Arendt, 1996, p. 21). De ahí las explicaciones estereotipadas (uso de sinónimos y de repeticiones acríticas), que producen y multiplican las comprensiones preliminares, que obvian la novedad de los acontecimientos. En oposición a la emergencia de un concepto radicalmente inédito, que revela realidades sociales desconocidas para nosotros, “el uso sucesivo, la identificación del fenómeno nuevo y específico con algo general o familiar, indica [nuestra] falta de voluntad para admitir que algo fuera de lo ordinario ha ocurrido” (Arendt, 1996, p. 34).

En consecuencia, la actividad crítica nos demanda, en este momento, algo más que la mera intervención política, sin condición, ya que hemos perdido nuestras categorías para entender los acontecimientos límite debido a la inflación de los prejuicios y la deflación de los conceptos, al “lenguaje sin significado”, las categorías sin contenido concreto (Attali, 1995, p.  41). Lo nuevo y lo particular ha sido reducido a lo conocido y lo universal, negando, así, la bancarrota de nuestra tradición, y la búsqueda forzosa de nuevos sentidos y significados sobre el presente. En cambio, dice Arendt, en lugar de sondear una palabra nueva para definir un fenómeno desconocido y determinante para nuestra existencia política, es como si “nos arrepintiéramos de nuestra osadía y nos consoláramos pensando que no puede ocurrir nada insólito o, peor aún, que lo ya connatural a la culpabilidad del género humano” (Arendt, 1995, p. 34).

Resumidamente: el apremio de este quehacer de la crítica (dar cuenta de nuevos nombres para representar nuevas realidades sociales) es directamente proporcional a la complejidad de los problemas del presente, que han destruido nuestras categorías de pensamiento y criterios de juicio. Así que, pregunta Arendt, “¿la tarea de la comprensión ha devenido, entonces, algo sin esperanza?” (Arendt, 1995, p. 35).

La necesidad de trascender la comprensión preliminar (que subsume lo ignorado en lo habitual) y el conocimiento científico (que, en ocasiones, prolonga los prejuicios, deduciendo, metódicamente, causas del pasado respecto a hechos inéditos y existentes, empero la evidente oposición con lo real) (Arendt, 1995, p. 34) constituye la terea actual de nuestros ejercicios críticos. En otros términos: entender nuestro propio tiempo implica, por lo tanto, dar cuenta de nuevos conceptos (tanto en la interpretación como en la acción política), distinto a la mera subsunción lógica y las predicciones apocalípticas. Por supuesto, este quehacer crítico demanda enormes esfuerzos colectivos, pues las experiencias límite del presente han sorprendido, desmentido y arruinado nuestros conceptos y criterios de juicio tradicionales, evidenciando un “tipo de insolvencia de la imaginación y bancarrota de la comprensión” (Arendt, 1995, p. 37).  Por esta razón, hoy, debemos pensar y juzgar como si nunca nadie lo hubiera hecho jamás, sin conceptos previos, ni reglas consuetudinarias de moralidad.

Particularmente, el ejercicio crítico constituye una forma singular y diferente de cognición, porque se orienta a la comprensión de lo que ha sucedido, irrevocablemente, y lo que existe ahora, inevitablemente, para introducir el comienzo de algo o de alguien inesperado. Esta ruptura de la continuidad temporal, que incluye la quiebra de nuestra tradición (y que define la experiencia del pensamiento y la acción política en referencia con el futuro) nos impulsa, pues, a “recuperar, pescar, las perlas que podamos encontrar en la transformación” (Campillo, 2013, p. 186). La crítica siempre busca en las profundidades del pasado, sin nostalgia por su decadencia, ni aspiración por su renacimiento, atrapando aquellos elementos que han sobrevivido a la ruina del tiempo. Porque “el proceso de decadencia es al mismo tiempo un proceso de cristalización”, que preserva algunos “fragmentos de pensamiento”, inmunes a la destrucción, “como si esperaran al pescador de perlas que un día vendrá y los llevará al mundo de los vivos” (Arendt, 2008, p. 213).

Ahora, esta “nueva forma de contemplar la función del pasado” resulta fundamental para crear y dar cuenta de nuestras categorías de pensamiento sobre las experiencias del presente (Arendt, 2008, p. 200).  Esto significa que la tradición, aunque ya resulta incapaz de formular preguntas y establecer respuestas frente a determinados hechos, que carecen de cualquier precedente histórico, contiene fragmentos auténticos y cristalizados (como fenómenos originarios de un tiempo concluido, que aún hoy se preservan), que orientan la búsqueda de nuevos sentidos y significados: “Se trata de descubrir en el coral y las perlas lo rico y lo extraño” (Arendt, 2008, p. 212; Campillo, 2013, p. 196). Este esfuerzo de la actividad crítica, cuyo movimiento pendula entre el ayer y el porvenir, salva viejos trozos de pensamiento capaces de modelar nuevos nombres para comprender nuevas realidades. En este punto, Arendt (influida, entre otros tantos, por Benjamin), utiliza los fragmentos del pasado (a pesar de su quiebra respecto a las realidades límites actuales) como una guía metodológica para sus ejercicios críticos (deconstrucción y reconstrucción de conceptos fundamentales de la tradición).

No hay duda de que los sucesos actuales demandan nuevas categorías de comprensión. He aquí la actualidad del pensamiento crítico arendtiano: recordar y transferir los acontecimientos de violencia y demás formas límite de desposesión, impensables y sin causas previas, a partir de nuevos sentidos y significados. Esto implica, ciertamente, una ruptura de la cadena narrativa sobre la historia personal y colectiva, dando cuenta de las esperanzas fallidas de los muertos, cuyos fragmentos biográficos (auténticos y cristalizados) constituyen, hoy, nuestro pendientes intelectuales y políticos. Efectivamente, salvar una pieza de cientos de vidas perdidas para incrustarla en el puzzle del presente, nos permitirá aceptar quiénes somos y qué hacemos y padecemos (auto comprensión y comprensión de la realidad), insertando, al mismo tiempo, lo nuevo y lo promisorio respecto al futuro. Dar cuenta de nuestras categorías de pensamiento sobre cuestiones existenciales implica, en definitiva, recuperar el pasado para comprender y configurar el presente y el porvenir.

En palabras de Arendt, “sólo cuando ha ocurrido algo irrevocable podemos intentar trazar su historia retrospectivamente. El acontecimiento ilumina su propio pasado y jamás puede ser deducido de él” (Arendt, 1995, p. 41). El reencuentro con el pasado fragmentado es condición sine qua non de nuestra actividad crítica por encontrar nuevas palabras y definiciones sobre lo concreto, aunque sin agotarla definitivamente. A diferencia del científico natural que se ocupa de la recurrencia de ciertos eventos, el historiador (y, también, el crítico social) procura comprender los hechos que suceden solo una vez. Esto explica, además de la mirada retrospectiva de la crítica, su carácter narrativo, que le empuja a bucear, atrapar y asomar al mundo de los vivos aquellos fragmentos ocultos y extraordinarios del pasado, que tienen un comienzo y un final. De ahí que la historia emerja como un relato que puede ser contado y juzgado (Arendt, 1995, p. 41).

Empero, su carácter iluminador, que sirve de guía para orientarnos en nuestros propios tiempos de oscuridad, el pasado solo nos ofrece ejemplos. Naturalmente, los arquetipos auténticos (y no las ideas ni las teorías) encubren la verdad original de un acontecimiento del pasado, que debemos descubrir y representar conceptualmente, en el ahora-presente, para configurar las expectativas del porvenir. De este modo, “el crítico como alquimista que practica el oscuro arte de transmutar los elementos fútiles de lo real en el oro brillante y duradero de la verdad, o bien observando e interpretando el proceso histórico que logra esa mágica transfiguración” (Arendt, 2008, p. 165). De esta manera, el pensamiento crítico (ahora-presente) comprende la novedad de la experiencia, a partir de la recuperación de los fragmentos del pasado, ocultos y cristalizados, que todavía se preservan, aunque transfigurados por el transcurso del tiempo histórico y biográfico, otorgando una forma distinta a la experiencia del futuro.

En síntesis, dar cuenta de nuestra propia época en conceptos significa “pensar sin barandillas” (Denken ohne Gelánder, firmes líneas de guía), sin teorías apolilladas, ni ideologías, ni dogmatismos, ni discursos fatalistas, sino en el afuera, en la intemperie de la tradición. Con esta metáfora, Arendt nos advierte: “Mientras usted sube y baja las escaleras siempre se apoya en la barandilla para no caer. Pero hemos perdido esta barandilla” (1995, pp. 169-170).

5. Conclusión

En la actualidad, hemos suplantado la crítica (entendida como examen y juicio con rigor de la realidad) por la lógica implacable que reduce lo desconocido y lo concreto en lo conocido y lo habitual, rompiendo, así, los lazos con la realidad. Claramente, toda reflexión independiente del mundo y de la experiencia, sin ninguna relación con lo «dado», “es incapaz de comprender nada y, abandonada a sí misma, es totalmente estéril” (Arendt). De ahí el llamado arendtiano por comprender lo nuevo y específico, sin barandillas, sin atajos, a partir de sentidos y de significados renovados que trasciendan los prejuicios y, al mismo tiempo, las interpretaciones naturalizadas, que destruyen la actividad de la comprensión (infinita, siempre múltiple y variada), al tiempo que introducen la confusión y la violencia en el espacio público. A decir verdad, en la esfera de los conceptos aislados de lo real y de la representación normalizada de los hechos de desposesión, “no hay nada bajo el sol” (Arendt, 1995), porque en el ámbito de los estereotipos, los dogmatismos, las ideologías, los discursos populistas, las puras teorías, alejados de los hechos históricos y político-jurídicos concretos, desaparece la comprensión auténtica de lo real y la acción política correcta sobre el presente y el porvenir.

En este punto, no resulta extraño el vínculo entre el psicoanálisis de Sigmund Freud y la actividad de la crítica, que entienden el pensamiento como una terapia, una cura o una práctica que permite liberarnos de nuestros automatismos mentales y esquemas acríticos de representación del mundo, y, por supuesto, de nosotros mismos. Por esta razón, la actividad crítica es un conocimiento concreto y aplicado, que cumple una función social específica sobre el presente y el porvenir, a partir de la mirada retrospectiva del pasado, y, también, sobre cada uno: la liberación de los propios prejuicios, la ignorancia y el dogmatismo derivados de la mera repetición, sin comprensión de lo real y lo concreto, derivados de nuestra falsa conciencia y autoconciencia. En este sentido, el ejercicio de la crítica nos libera (o, mejor todavía, nos cura a la manera socrática) de la flagrante (aunque, en ocasiones, inconsciente, confusa y distorsionada) contradicción entre nuestras interpretaciones (la mayor de las veces, derivadas de las comprensiones preliminares) y nuestras actuaciones (frecuentemente, más emotivas y simbólicas que reales y específicas).

A propósito, no podemos olvidar las últimas reflexiones de Sócrates en el Fedón, que sintetiza como ningún otro pensador crítico, la función del pensamiento crítico: “Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides” (Platón, Fedón 118a) A diferencia de Nietzsche, que advirtió en el filósofo moribundo un desprecio por la vida (Dumèzil, 1989), Foucault (y Arendt, también) entiende el último decir socrático como un llamado a no desatendernos, ni perdernos de vista, sino a cuidarnos de las opiniones falsas (decires de todos y de nadie) mediante el propio escrutinio y la puesta a prueba de nuestros más seguros esquemas de representación y modelos de actuación.  Sin embargo, y, a pesar de la exhortación ética de la crítica, y, a la vez, de nuestros propios “tiempos sombríos” (en el doble sentido arendtiano de desposesión de la vida y, además, de desorientación debido a la pérdida de nuestros mapas conceptuales) hemos perdido nuestra necesidad de comprensión y de autocomprensión.

De ahí la doble tarea de los críticos sociales (sobre el mundo y sobre ellos mismos) para que asuman su responsabilidad por el mundo, que incluye el pensamiento y la acción correctas sobre el presente, sin invenciones ni intereses dogmáticos ni ideológicos. Porque la crítica depende, estrictamente, de la traducción auténtica y promisoria de la realidad, nada más.

Referencias bibliográficas

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Notas al pie:

1Artículo de reflexión derivado de investigación. Resultado de la fundamentación teórica del "Programa de investigación: vulnerabilidad, institución y derechos", liderado por el Grupo de investigación sobre Estudios Críticos, el Grupo de investigación Epimeleia y la Biblioteca Central, adscritos a la Universidad Pontificia Bolivariana, en asocio con la Universidad Autónoma Latinoamericana, la Universidad Católica de Oriente y la Universidad de Murcia.

2Doctora en Filosofía (Universidad Pontificia Bolivariana), Doctora en Derecho (Universidad Santo Tomás, Bogotá) y Magíster en Filosofía (Universidad de Antioquia, Medellín). Especialista en Derecho Administrativo (Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín). Abogada (Universidad de Antioquia) y Filósofa (Universidad Pontificia Bolivariana). Profesora adscrita a la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Pontifica Bolivariana, Medellín, Colombia. Directora del Grupo de Investigación sobre Estudios Críticos de la misma Universidad. adriana.ruiz@upb.edu.co

3La crítica como “actividad cognoscitiva” alude al proceso de creación y de reproducción de conocimiento sobre la experiencia de lo real, a partir del análisis y la constatación de los conceptos en relación con los hechos. Sin embargo, este ejercicio de pensamiento no se limita a la mera descripción de la realidad, sino, más bien, a la sustitución de las propias opiniones y los prejuicios por respuestas más sólidas y novedosas sobre los enigmas del presente.

4En términos de  Daniel Innerarity, el populismo cognitivo permite simplificar el conocimiento y la complejidad  sobre lo real en meras representaciones simples y repetidas, que evitan los debates rigurosos y las constataciones empíricas, que se sustituyen por discursos emotivos y manipulativos.

5“[Él] Tiene dos enemigos: el primero le amenaza por detrás, desde los orígenes. El segundo le cierra el camino hacia adelante. Lucha con ambos. En realidad, el primero le apoya en su lucha contra el segundo, quiere impulsarle hacia adelante, y de la misma manera el segundo le apoya en su lucha contra el primero, le empuja hacia atrás. Pero esto es solamente teórico. Porque aparte de los adversarios, también existe él, ¿y quién conoce sus intenciones? Siempre sueña que, en un momento de descuido, para ello hace falta una noche inimaginablemente oscura pueda escabullirse del frente de batalla y ser elevado, por su experiencia de lucha, por encima de los combatientes, como árbitro” (Kafka citado en Arendt, 1996, p. 13).