Prostitutas, ladrones y hampa urbana en la Ciudad de
México a inicios del siglo XX: el caso de Aurora Coronado, alias la Piturris
Resumen: A partir del
análisis de dos expedientes criminales por robo en los cuales Aurora Coronado
figuró como instigadora y encubridora, así como de varias notas periodísticas
sobre la Piturris, el objetivo de este artículo es reconstruir las relaciones
entre una exprostituta y diversos sujetos marginales, tales como ladrones,
proxenetas y presidiarios, entre otros. La metodología utilizada mezcla la
microhistoria y el análisis de redes sociales para llegar a proponer que la
densidad de los vínculos entre prostitutas y ladrones habría caracterizado el
proceso de configuración del hampa urbana en la capital mexicana durante los
primeros años del siglo XX.
Palabras clave: hampa urbana,
marginalidad, redes sociales, expedientes criminales.
Prostitutes, Thieves, and urban Underworld in
Mexico City at the beginning of the 20th Century: the case of Aurora Coronado,
alias la Piturris
Abstract: This article aims to reconstruct the relationships
between a former prostitute and various marginal subjects, such as thieves, pimps,
and convicts. Based on the analysis of two criminal files for robbery in which
Aurora Coronado appeared as an instigator and cover-up, as well as several
newspaper articles about la Piturris. The methodology used mixes microhistory
and social network analysis to propose that the density of the links between
prostitutes and thieves would have characterized the configuration of the urban
underworld in the Mexican capital during the early 20th century.
Keywords: urban underworld, marginality,
social networks, criminal records.
Prostitutas, ladrões e submundo urbano na Cidade
do México no início do século XX: o caso de Aurora Coronado, codinome la
Piturris
Resumo: A partir da análise de dois processos criminais por
roubo nos quais Aurora Coronado apareceu como instigadora e por acobertamento,
bem como de diversas reportagens de jornal sobre “la Piturris”, o objetivo
deste artigo é reconstruir as relações entre uma ex-prostituta e diversos
sujeitos marginais, como ladrões, cafetões e presidiários, entre outros. A
metodologia utilizada mescla micro-história e análise de redes sociais para
propor que a densidade dos vínculos entre prostitutas e ladrões caracterizou o
processo de configuração do submundo urbano na capital mexicana durante os
primeiros anos do século XX.
Palavras-chave: submundo urbano, marginalidade,
redes sociais, registros criminais.
Cómo citar este artículo: Ignacio Ayala Cordero, “Prostitutas, ladrones y hampa
urbana en la Ciudad de México a inicios del siglo XX: el caso de Aurora
Coronado, alias la Piturris”, Trashumante. Revista Americana de Historia
Social 20 (2022):
34-57.
DOI:
10.17533/udea.trahs.n20a03
Fecha de recepción: 29 de octubre de 2021
Fecha de aceptación: 4 de febrero de 2022
Ignacio Ayala Cordero: Doctor en historia por El Colegio de México. Investigador independiente. Participante del Grupo de Estudios de
Historia y Justicia adscrito a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la
Universidad de Chile.
Correo
electrónico: ignacio.ayala.c@gmail.com
Prostitutas, ladrones y hampa urbana en la Ciudad de
México a inicios del siglo XX: el caso de Aurora Coronado, alias la Piturris
Ignacio Ayala Cordero
Introducción
La primera vez que el
autor de este trabajo encontró información sobre Aurora Coronado fue en la sala
de consultas del Archivo General de la Nación de México. Se le quedó grabado su
apodo: la Piturris. Se trataba de un voluminoso expediente iniciado el 14 de
febrero de 1909 contra Cosme Ojeda, Francisco Pineda, Soledad Villaverde, María
Luz Espíndola y Aurora, por robo.[1]
Meses más tarde se le halló de nuevo, procesada esta vez con
Antonio Somohano, Armando Bustínzar y Ramón Díaz por el mismo delito, en
febrero de 1908.[2]
En ambos expedientes, Aurora fue pesquisada como cómplice de ladrones.
Entre
las fojas de cada causa criminal figuran numerosas declaraciones de la
Piturris, en las cuales da cuenta de una multitud de contactos con amistades y
parejas, cuyas ocupaciones estuvieron vinculadas con los delitos contra la
propiedad, la prostitución y con la policía. A tales declaraciones se suman
cartas, fotografías, listas de antecedentes penales y alegatos judiciales
presentados verbalmente por ella, o bien por parte de sus abogados.
La
prensa de la primera década del siglo XX también contiene noticias sobre la
protagonista del presente artículo e informa respecto de las relaciones
sociales que estableció con diversos sujetos marginales de la sociedad
mexicana, tales como ladrones, proxenetas, policías, presidiarios y colegas en
el oficio de prostituta. El objetivo de este trabajo es reconstruir esos
vínculos, cuya densidad aborda sobradamente la documentación consultada, y a
partir de su estudio se analizarán las dinámicas relacionales de configuración
del hampa urbana de la Ciudad de México prerrevolucionaria.
A
lo largo de este artículo se recorrerán las calles, burdeles y cárceles de la
capital porfiriana. Se abordarán coches de alquiler, se observarán los
maniquíes detrás de los escaparates y se hará un viaje en tren hasta Nuevo
León. También se conocerá de amores y desamores, de regalos y puñaladas. No
obstante, antes de comenzar este periplo se hace necesario dialogar con
trabajos anteriores sobre ladrones, prostitutas y marginalidad urbana, y
describir algunos aspectos metodológicos de esta investigación.
Respecto
de la bibliografía sobre delitos contra la propiedad en América Latina, una
primera veta abundantemente explorada durante la década de 1980 correspondió a
los estudios sobre bandidaje, los cuales estuvieron marcados por la influencia
de Eric Hobsbawm y el debate sobre su modelo de “bandolero social”.[3]
Aunque hubo algunos trabajos previos sobre aproximaciones cuantitativas
al fenómeno criminal,[4]
fue durante la década de 1990 e inicios del 2000 cuando se produjo una
renovación historiográfica de alcance internacional signada por la aparición de
obras colectivas sobre el sistema penitenciario, diversas formas de
criminalidad y sobre la justicia desde las postrimerías de la época colonial,
con estudios de casos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica,
Jamaica, México, Perú, Puerto Rico y Venezuela.[5]
En el amplio horizonte de esta oleada de historiografía sociocultural de los
delitos, las justicias y las policías en las Américas, inaugurada hace ya tres
décadas, las investigaciones relacionadas con ladrones han sido abundantes y
relativas a diversos espacios geográficos.[6]
Por otra parte, respecto del oficio de la prostitución, ha sido fundamental la
aproximación desde la perspectiva de género y el cruce con otras categorías,
tales como el higienismo social.[7]
Más recientemente, diversos investigadores latinoamericanos han
abordado la legislación, la dimensión económica y los discursos de prohibición
y reglamentación del oficio, aunque con una atención proporcionalmente menor a
la vida cotidiana y las sociabilidades prostibularias.[8]
Aunque
plantear una discusión bibliográfica específica y pormenorizada respecto del
delito contra la propiedad y la prostitución excede el espacio y los objetivos
de este artículo, corresponde destacar aquellas investigaciones en las cuales
ambas esferas se entrelazan. En este sentido, algunas categorías que resultan
fundamentales para conceptualizar el proceso de configuración del mundo social
que relaciona a prostitutas y ladrones han sido las de “mala vida” y “bajos
fondos” y, más en general, la de marginalidad urbana.
En
cuanto a la categoría de marginalidad, el mundo de los ladrones y las
prostitutas en la Ciudad de México del 1900 revela la problemática de una
población urbana precariamente integrada a un mercado laboral inestable. Esta
definición de la marginalidad a partir de la díada trabajo/no trabajo
corresponde a los planteamientos del sociólogo Robert Castel, en cuyo libro Metamorfosis
de la cuestión social propone que el trabajo asalariado es el “soporte
privilegiado de inscripción en la estructura social”. Según su relación con el
mercado laboral, los individuos se ubicarían en una zona de integración, de
vulnerabilidad o de desafiliación.[9]
De este modo, en un contexto de inestabilidad del mercado laboral urbano con su
característica movilidad geográfica y ocupacional, el robo y la venta de sexo
habrían sido alternativas de subsistencia para una parte de la población.
Una
noción complementaria del nexo entre marginalidad y trabajo es la propuesta por
Zygmunt Bauman, a partir de su análisis de la construcción y la difusión de la
“ética del trabajo”, que se refiere a la necesidad de trabajar para conseguir
el sustento, a lo indecoroso de no hacerlo, a lo injusto de subvencionar a
aquellos que teniendo la capacidad de trabajar no lo hagan y, en definitiva, a
una ética que sancionaba positivamente solo el trabajo asalariado.[10]
Así, mientras Castel plantea la inestabilidad del mercado laboral como elemento
configurador de la marginalidad, Bauman se posiciona en un plano ideológico.
En
cuanto a la “mala vida”, se trató de un lugar común para ciertos intelectuales
durante los últimos años del siglo XIX, cuya difusión fue tal que, entre 1896 y
1912, se publicaron estudios correspondientes a la mala vida en Palermo, Roma,
Madrid, La Habana, Buenos Aires y Barcelona. Este tópico debe ubicarse en el
cruce entre la antropología y la sociología criminal, integrando posturas
respecto del delito que habían sido contrarias hasta entonces. Tales estudios
consistían en elaborar taxonomías de los grupos sociales considerados
potencialmente peligrosos por las autoridades, a saber: vagabundos, mendigos,
niños huérfanos, prostitutas, homosexuales y una detallada categorización de
delincuentes contra la propiedad. De esta manera, “la ‘mala vida’ se convirtió
en un discurso transnacional con paradigmas interpretativos y percepciones de
amenazas sociales comunes”.[11]
Una
de las definiciones sobre esta categoría fue propuesta en los siguientes
términos por José Ingenieros, en el prólogo de La mala vida en Buenos
Aires, de Eusebio Gómez: “Hay ‘mala acción’ y ‘mala vida’ toda vez que un
acto o una conducta son considerados antisociales por el criterio ético del
ambiente; hay ‘delito’ y ‘criminalidad’ cuando ellos tienen una calificación
especial en las leyes penales vigentes. En suma, la mala vida implica
inadaptación moral de la conducta y la criminalidad requiere su inadaptación
legal”.[12]
El
objetivo de los estudios sobre la “mala vida” era analizar y catalogar a una
población considerada peligrosa y patológica, así como prevenir su potencial de
peligrosidad para la sociedad. En este sentido, la otra cara de la moneda era
la definición del buen ciudadano y del buen obrero, donde siempre se
consideraba al trabajo como el soporte de inscripción en la normalidad social.
Ricardo Campos Marín plantea a este respecto que “el modelo se aplicaba también
para diferenciar al buen obrero, trabajador, sumiso y cumplidor de sus deberes,
de los desclasados que engrosaban el mundo de la delincuencia. La frontera
entre ambos mundos se trazaba principalmente en función de la actitud ante el
trabajo”.[13]
Otro
de los conceptos asociados a la configuración de sociabilidades entre ladrones
y prostitutas y su entorno social fue el de los llamados “bajos fondos”,
denominación derivada de un galicismo muy vinculado a la narrativa de autores
decimonónicos, tales como Víctor Hugo, Émile Zola y Honoré de Balzac. Uno de los
historiadores que trabajó con mayor énfasis esta temática en sus
investigaciones fue Dominique Kalifa, quien caracterizó a los bajos fondos
como:
Una representación, una construcción cultural nacida del
cruce de la literatura, de la filantropía, del deseo de reforma y de
moralización emprendida por las elites, pero también de una sed de evasión y de
exotismo social, ávido de explotar el potencial de emociones ‘sensacionales’,
[…] donde se mezclan los miedos, los deseos, las fantasías de todos aquellos que
se mostraron interesados.[14]
En
México, Sergio González Rodríguez ha sostenido que “los bajos fondos designan
una geografía simbólica y de la realidad creada por el crimen y las
sexualidades prohibidas, unida al mundo urbano, aunque en conflicto con éste”.
Al profundizar en esta caracterización, el mismo autor subraya que el compuesto
verbal:
Se
limita por uso común al mundo delincuencial, al hampa o crimen organizado en
sociedades que distinguen entre un mundo normal, respetable, y su contraparte:
el submundo que posee una jerga o argot, territorios y guaridas donde
transgresores de la ley planean y tejen complicidades, organizan ventas
ilícitas o establecen sobornos y protecciones contra la acción de la justicia.[15]
Más
recientemente, Odette Rojas Sosa planteó un acercamiento a los bajos fondos en
la Ciudad de México a partir de la campaña antialcohólica de los gobiernos
posrevolucionarios. Según la definición utilizada por Rojas, “con esta
expresión denomino a los barrios proletarios, pero, sobre todo, al imaginario
que se creó alrededor de ellos como lugares donde proliferaban las cantinas,
los cabarets, las pulquerías, los salones de baile y, por consiguiente, el
alcohol, la prostitución y el crimen, entre otros ‘males sociales’”.[16]
Para
desarrollar una aproximación al mundo social de los ladrones y las prostitutas
en la Ciudad de México se han aprovechado varios aspectos de la práctica
microhistórica. Primero, la propuesta de esta tendencia historiográfica para
reconstruir la vida de sujetos, generalmente subalternos, a partir de una
amplia variedad de documentos, sobre todo judiciales. Por otra parte, la
relación con el mundo del delito y la transgresión, que ha sido central desde
los inicios de este tipo de trabajos. Finalmente, sus fundamentos en cuanto
práctica de investigación y posicionamiento epistemológico, a saber: “la
reducción de escala de observación, el análisis microscópico y el estudio
intensivo del material documental”.[17]
También se ha recurrido a aquellas reflexiones sobre el problema de la
biografía y su relación dialéctica con la contextualización, desarrolladas por
los referentes de esta corriente.
Las
relaciones interpersonales de los ladrones y las prostitutas con una amplia
diversidad de sujetos marginales, así como las prácticas y los espacios de
sociabilidad, configuraron su mundo social cotidiano, cuya densidad conformó un
entramado, una red.[18]
En este trabajo, la referencia a las redes sociales no solo constituye una
metáfora, sino que también alude a una metodología de análisis estructural de
la realidad social, el cual ha demostrado tener un gran potencial para el
estudio histórico.[19]
En
términos de J. C. Mitchell, una red social es “un conjunto específico de
conexiones entre un conjunto definido de personas, con la propiedad adicional
de que las características de estas conexiones como un todo, pueden utilizarse
para interpretar el comportamiento social de las personas implicadas”.[20]
En cuanto herramienta de análisis, esta metodología consiste en “el estudio
formal de las relaciones entre actores y de las estructuras sociales que surgen
de la recurrencia de esas relaciones”.[21]
En la nomenclatura propia de esta perspectiva, las redes están compuestas por
un conjunto de “nodos” —individuales, colectivos o institucionales— que establecen
relaciones con otros por medio de vínculos diversos que pueden ser
representados gráficamente. Por lo tanto, su unidad básica es el dato
relacional o vínculo específico existente entre un número determinado de
actores, a través del cual circulan información, colaboración, afectos y otros
recursos materiales e inmateriales.
1.
Una aproximación a la trayectoria individual de Aurora Coronado
En términos cronológicos, la
presencia de Aurora Coronado en las fuentes consultadas empieza con una riña
entre dos hombres conocidos por la policía, en la cual se vio involucrada como
virtual trofeo en disputa por los púgiles. Una nota en El Popular
informaba que:
Gregorio
Palacio, ratero conocido de la policía, tuvo la tarde de ayer una riña por
cuestión de faldas con Ramón Ruiz, hombre de malos antecedentes, pues ambos se
disputaban las caricias de Aurora Coronado, ‘La Piturris’, en la Plazuela de
Montero”. Adicionalmente, consignaba que “tanto en esta plazuela, como en la
calle de la Cerca de San Lorenzo, en donde hay muchas casas de mala nota, son
muy frecuentes los escándalos que provocan las mujeres de mal vivir y sus
amantes.[22]
Dicha
noticia, que constituye el primer registro documental sobre la protagonista de
este trabajo, permite conocer ciertos rasgos de un mundo social marginal en la
capital mexicana, cuyos frecuentes escándalos fueron plasmados en las páginas
de la prensa y en el cual se relacionaban “mujeres de mal vivir y sus amantes”,
“rateros conocidos” y “hombres de malos antecedentes”. La reconstrucción
periodística del incidente entre Gregorio Palacio y Ramón Ruiz también habla de
algunos espacios en que dicho mundo social se desenvolvía: ciertas calles y
plazas, junto con las llamadas “casas de mala nota”.
Otra
aparición de Aurora en los diarios corresponde al incidente en el cual fue
herida por su antigua amiga Domitila González, en noviembre de 1909.[23]
Este incidente —tras el cual se diluye la presencia documental de la Piturris—
fue narrado por El Diario en los siguientes términos: “Aurora Coronado y
Domitila González riñeron en la segunda calle del Puente de la Mariscala,
resultando la primera con heridas en la cara y cuello, por lo que fue remitida
al Hospital Juárez y la heridora a la Cárcel General, en unión de Samuel
Alcalá, que fue quien facilitó el arma”.[24]
Nuevamente,
prácticas, espacios y sujetos confluyen en las referencias documentales, donde
se suministran algunos insumos para construir una geografía de los bajos fondos
en la capital mexicana de los primeros años del siglo XX. Asimismo, es posible
reconocer que la violencia expresada frecuentemente en riñas, en primer lugar,
no fue específica del sexo masculino. Por otra parte, habría sido una forma de
sociabilizar y de resolver conflictos interpersonales, además de un modo de
consolidar o disputar ciertas posiciones de privilegio con respecto a otros
individuos que coincidían en los mismos espacios.
En
los dos años y algunos meses que median entre una y otra aparición en los
periódicos del porfiriato, la Piturris estuvo involucrada en otros delitos,
aunque en tales ocasiones no se trató de hechos de sangre, sino de delitos
contra la propiedad. Otra diferencia respecto de las referencias presentadas en
los párrafos anteriores es que no apareció como espectadora ni víctima, sino
que fue procesada penalmente dos veces y estuvo presa por varios meses en cada
ocasión, como instigadora y encubridora de sujetos sindicados como
perpetradores de cuantiosos robos en establecimientos comerciales y oficinas
emplazadas en pleno centro de la ciudad.
El
primer juicio criminal que enfrentó Aurora Coronado fue incoado con motivo del
robo en la sastrería Au Bon Marché, ubicada en la calle de Zuleta número 9,
actual Venustiano Carranza. Su detención se produjo el 26 de febrero de 1908,
trece días después de cometido el ilícito. El otro expediente correspondió a
las averiguaciones por un robo en el despacho del ingeniero Salomón Schutz,
ubicado en avenida San Francisco número 35, actual Francisco I. Madero, al cual
se sumó un segundo atraco, esta vez en la tienda de artículos musicales de los
señores Wagner y Levien, cuyo domicilio comercial estaba en la calle del
Coliseo Viejo número 15, actual avenida 16 de septiembre.
A
pesar de que los supuestos ladrones inculpados son distintos en cada caso, en
ambos expedientes figuran los datos de filiación de Aurora Coronado Navarro,
alias la Piturris, natural de Jalisco, Guadalajara, nacida el año 1890 y cuyo
oficio declarado en la primera ocasión –con apenas 17 años, es decir, siendo
menor de edad– fue prostituta.[25]
En el siguiente juicio, declaró que, “aunque la deponente es prostituta, dejó
de ejercer esta prostitución para vivir con Cosme Ojeda y tenían su habitación
en la accesoria 12 de la calle de Salitreros. Ojeda le daba dinero para los
alimentos y pagaba la casa”.[26]
Cada
uno de los expedientes incluye una fotografía de frente y perfil de Aurora,
como puede observarse en las Figuras 1 y 2, cuya distancia temporal es de un
año. Si bien el lapso que separa ambas imágenes es relativamente breve, es
posible notar algunas diferencias en su fisonomía, entre las cuales destacan a
simple vista las cejas perfiladas, un peinado más elaborado y el uso de aretes,
a pesar de haber estado casi diez meses en prisión preventiva. En relación con
esta transformación, es posible sugerir que Aurora tenía un mayor acceso a
bienes de consumo y a dinero, posiblemente derivados de los beneficios
obtenidos por los delitos contra la propiedad cometidos por su pareja de turno.
De este modo, y a pesar de tratarse de fotografías con un formato preestablecido
y capturadas en una situación de coacción —al ingreso a la cárcel, tras haber
sido declarada “formalmente presa”—, es posible reconocer cierta capacidad de
Aurora Coronado para sostener su autorrepresentación, por medio de la pose, el
peinado, el maquillaje y el uso de joyas.[27]
En
el expediente de 1908, Aurora Coronado fue condenada en primera instancia por
el Segundo Juzgado de Instrucción a sufrir cinco años y seis meses de prisión
como instigadora y cómplice del robo de telas y faldas en la sastrería Au Bon
Marché, en la calle de Zuleta. La quinta Sala del Tribunal Superior de Justicia
del Distrito Federal confirmó la sentencia y después el licenciado Agustín
Arroyo de Anda interpuso un recurso de casación ante la instancia competente,
“cuyo Tribunal absolvió a la Coronado”.[28]
En
la segunda ocasión, Aurora comenzó el proceso penal acusada de haber actuado en
connivencia con Cosme Ojeda. Sin embargo, su abogado defensor, el licenciado
Manuel García Núñez, alegó que su clienta no era cómplice de los delitos a los
que se refería este proceso, “sino únicamente encubridora”, argumentando
adicionalmente que “como está probado en autos que tiene gratitud y estrecha
amistad con el autor de los delitos, esta circunstancia la exculpa de la
responsabilidad y, por lo tanto, pide que se le absuelva”.[29]
El razonamiento jurídico de García Núñez terminó por imponerse en el criterio
de los magistrados y Aurora fue absuelta.
Figuras 1 y 2
2.
Aurora Coronado y el robo en la sastrería Au Bon Marché
A plena luz del día del 13 de
febrero de 1908, mientras su propietario Julián Jauffret había salido a
almorzar, penetraron ladrones a la sastrería Au Bon Marché, ubicada en el
número 9 de la calle de Zuleta. Para llevar a cabo sus propósitos, los perpetradores forzaron con un barretón de
fierro el candado de la puerta que comunicaba al establecimiento con un patio
interior. El botín que se llevaron los delincuentes fue de varias piezas de
género, diez faldas de distintos tipos y un abrigo. La tasación judicial
fue de 680 pesos.
Después de varios días de averiguaciones, la Policía
Reservada dio con el paradero de Armando Bunstínzar, Antonio Somohano, Ramón Díaz y
Aurora Coronado. Fue Bustínzar quien forzó la puerta, ingresó a la sastrería y
sustrajo las especies, mientras que Antonio Somohano cumplió el papel de “echar
agua” en la banqueta frente a la tienda, recibió los objetos robados y acompañó
a Bustínzar a venderlos. Por su parte, Ramón
Díaz facilitó la barreta de fierro y siguió al propietario hasta el
lugar en que almorzaba. Aurora Coronado fue procesada como instigadora. En
aquella ocasión, Aurora fue catalogada por el periódico El País, como
una “mujerzuela que tenía gran dominio sobre los individuos que componían una
cuadrilla de rateros autores de muchos
robos, […] una especie de pitonisa entre esta gente de mal vivir, a los
que influenciaba de un modo perverso y criminal”.[30]
Según
la confesión de Antonio Somohano, la mañana del robo salió en compañía de Bustinzar y la Piturris desde una
habitación del hotel ubicado en Moctezuma 226, que habían compartido la
noche anterior. Los tres abordaron un coche en la calle del Reloj, para ir a
pasear por la ciudad, sin embargo, “al pasar por la calle de Zuleta vieron en
una sastrería unas faldas para señora, las cuales les llamaron la atención y
pararon el coche para examinarlas, pues se veían por el aparador”.[31]
El mismo Somohano refirió que, “cuando Aurora vio los géneros y demás cosas que
había en la sastrería, demostró vehementes deseos de poseer alguna de esas
prendas y, como Bustínzar le tiene un cariño excesivo, desde luego le dijo que
iba a robar dichos objetos para dárselos y cumplir su deseo”.[32]
La
interacción de la Piturris y sus compañeros con los aparadores del almacén Au
Bon Marché resultaba representativa de la nueva experiencia del paseante en la
ciudad de los escaparates. En la reconstrucción del robo que propuso Antonio
Somohano, la operación de detener la marcha de un coche en medio del tráfico de
las calles céntricas de la capital mexicana para examinar ciertos productos que
llamaron la atención de sus acompañantes, aparecía complementada por los
“vehementes deseos de poseer alguna de esas prendas” por parte de Aurora, lo que
convirtió el acto de transitar por una ciudad moderna en una instancia propicia
para incitar el deseo consumista. En efecto, los escaparates formaron parte
fundamental en la arquitectura de las tiendas comerciales que comenzaron a
multiplicarse en aquella época, y modificaron radicalmente el paisaje urbano.
Sus cristales eran una metáfora de la modernidad, “como mediadores entre el
mundo exterior de la calle y el mundo interior de la tienda, entre los
individuos transeúntes y los bienes de consumo”.[33]
La decoración de las vitrinas estaba orientada a impactar la subjetividad
de los transeúntes por medio de nuevas experiencias visuales, impulsándolos a
ingresar para examinar y probarse las nuevas telas y productos, “una vez
adentro, al desbordante colorido de las vitrinas y a la elegancia de los
maniquíes que anunciaban los últimos modelos y tendencias de vestir en Europa
se unían, la etiqueta sin falla, la cordialidad y la paciencia de los
vendedores”.[34]
Una
vez cometido el robo, Bustínzar y Somohano caminaron hasta la esquina de Zuleta
y Colegio de Niñas y allí entregaron todas las cosas a un cargador, quien las
llevó hasta la calle de las Ratas, hoy Bolívar. Después tomaron un coche hasta
la calle de Magnolia, donde ingresaron a una accesoria e hicieron cortes de las
piezas de tela para facilitar su venta, la cual llevaron a cabo en La Lagunilla
y en un empeño del Puente de Santa María. Con las faldas y el abrigo se
dirigieron a la casa de Aurora Coronado y le regalaron algunas cosas, ante lo
que la Piturris habría dicho “así me gusta, que sepan cumplir su palabra”.[35]
Luego fueron al hotel de Moctezuma y regalaron dos faldas a Natalia Ríos y
otras dos a Antonio Guzmán, quien a su vez las entregó a Esperanza Silva.[36]
Durante
la declaración preparatoria prestada durante el proceso por robo en la
sastrería, Aurora Coronado se explayó latamente sobre sus parejas sexuales y
amistades, entre las cuales aparecieron varios sujetos que se dedicaban al
delito contra la propiedad y otros que se
habrían beneficiado de su ejercicio de la prostitución. La primera
referencia aludía a José Guadalupe Pimentel, empleado de la tercera Demarcación
de Policía, “a quien teme mucho”, con quien tenía relaciones, “pero que esto no
era obstáculo para que la declarante ejerciera la prostitución con otros
hombres”.[37]
También declaró haber sido “querida durante tres años” de Ramón Díaz —el mismo
sujeto que estuvo involucrado en el robo—, “a quien vistió y dio de comer
durante todo ese tiempo, viviendo aquel a expensas de la que habla y hace como
ocho meses se separaron”.
Respecto
de Armando Bustínzar, la Piturris declaró haberlo conocido en enero de 1908 en
el Hotel de Moctezuma, “pues la declarante iba a buscar a su amiga Domitila
González —la misma que el año siguiente acabaría apuñalándola— y, como allí se
hospedaba aquel, la empezó a cortejar sin que la declarante diera oído a sus
palabras”. A pesar de que al principio lo ignoró, acabó por acceder a las
galanterías de Bustínzar, “viviendo juntos como seis días”. Al cabo de aquella
breve convivencia, Armando presentó a Aurora con Juventino Pérez, y concertaron
entonces un viaje a Lagos y León, el cual llevaron a cabo en compañía de
Somohano. Según Coronado, “todos los gastos del viaje y la estancia en esa
ciudad los hizo Juventino Pérez”.
En
cuanto a Juventino Pérez, se trataba de un exempleado de correos que consumó un
robo en casa de Gorgonio Hernández, “de donde extrajo unas maletas con $500
pesos y ropa”.[38]
De esta manera, Antonio Somohano, Armando Bustínzar y Aurora Coronado también
se vieron implicados en el ilícito cometido por Pérez, “pues éste, con el fruto
del robo fue a pasear a Lagos y León con sus amigos Pedro [sic] Somohano
y “La Piturris”, que era la instigadora”.[39]
A pesar de las referencias del periódico El País, el Ministerio Público
decidió no perseverar en esta línea de pesquisas, debido a lo cual no hay
mayores antecedentes sobre este delito en la documentación consultada.
De
regreso a la Ciudad de México, Aurora Coronado ya se había separado de
Bustínzar y “se fue a dormir con Juventino Pérez, quien no le pagó nada y, si
se fue con él, fue por simpatía”. Al día siguiente, mientras paseaba por la
Alameda, se encontró con el agente Pimentel, y se fue a “vivir de nueva cuenta”
con él. No obstante, a los tres días fue remitida al Hospital de Morelos
después de su rutinaria inspección médica, “en cuyo lugar permaneció ocho días,
habiendo recibido un papel que le mandaba Bustínzar, junto con $2
pesos para socorrerla”.[40]
Finalmente, días después de salir del hospital, Aurora Coronado se encontraba
en su casa cuando llegaron Bustínzar y Somohano, quienes le obsequiaron parte
del producto del robo.
Las
diversas relaciones de pareja de Aurora Coronado dan cuenta de dinámicas
diferentes, tales como el proxenetismo, el amasiato sostenido durante una
temporada más o menos breve y los encuentros circunstanciales “por simpatía”,
lo que revela la capacidad de algunas prostitutas para negociar permisos (de
viaje, por ejemplo) con quien administraba el lenocinio, y también del carácter
fluido de su circulación por los mundos de la prostitución, donde se mezclaban
temporadas como pupilas de casas de tolerancia y otras en las cuales ejercieron
su oficio de manera independiente o al alero de algún padrote.[41]
3. La Piturris, los robos de Cosme Ojeda y el prostíbulo
de San Camilito 7 ½
Durante la noche del 14 de febrero
de 1909 fue cometido un robo en el despacho de Salomón Schutz, ubicado en el
número 35 de la céntrica avenida San Francisco, cuyo monto ascendió a más de
mil pesos, entre objetos, ropa, dinero y acciones de la compañía minera Los
Ocotes. Días más tarde, desde una tienda de artículos musicales perteneciente a
los señores Wagner y Levien fueron sustraídos varios instrumentos. Las
pesquisas judiciales dieron por casualidad con Cosme Ojeda y Francisco Pineda,
el sábado 20 de febrero, cuando se dirigían a una casa de préstamos sobre
prendas para comercializar un cornetín robado. Según las declaraciones del
agente José Pujadas, de la Policía Reservada, “fueron aprehendidos Cosme Ojeda
y Francisco Pineda, porque el primero llevaba un cornetín de latón cuya
procedencia no justificó; que tanto Ojeda como Pineda son conocidos en las
oficinas de la Policía Reservada. […] La misma noche del sábado, otro ratero de
apodo ‘El Canteado’ avisó a la amasia de Ojeda de la detención de éste”.[42]
El
24 de febrero, en el contexto de un allanamiento en el domicilio de Ojeda
(calle de Berdeja número 13, interior 10) no fueron encontrados los instrumentos
de música buscados, pero sí se hallaron objetos reconocidos por Salomón Schutz
como de su propiedad. Adicionalmente, durante la diligencia judicial, el agente
José Pujadas recibió de Soledad Callejas (casa letra L de la cuarta calle de
Galeana) 17 títulos de acciones de la compañía minera Los Ocotes, a favor de S.
C. Schutz.
La
detención de Aurora Coronado se produjo el mismo día, en el domicilio de Fidela
Flores (callejón de San Camilito, número 7½). En compañía de Aurora fueron
detenidas Concepción Espíndola, su hermana Luz, Soledad Villaverde y la dueña
de casa, junto con otras mujeres no individualizadas, bajo sospecha de ser
encubridoras de robo, ya que los ladrones Ojeda y Pineda solían ir allí a
comer.
Dos
días después, Concepción Espíndola denunció ante el Juzgado Séptimo de
Instrucción que, mientras estaba detenida con Aurora Coronado, Fidela Flores,
Soledad Villaverde y su hermana Luz, oyó una plática en que Fidela le decía a
Aurora “que ella tenía la culpa de que estuvieran aprehendidas, por andar
acompañando a su amasio Cosme Ojeda en sus negocios”.[43]
Por
su parte, Coronado declaró conocer a Soledad Callejas “por haber estado las dos
en un prostíbulo”, en tanto que, sobre los objetos secuestrados, dijo haberlos
sacado de otra casa de Cosme Ojeda, ubicada en una accesoria de Salitreros
número 12, junto con Luz Espíndola, “porque Ojeda le dijo a la deponente,
cuando cayó a la comisaría, que recogiera esos papeles y el cornetín y los
escondiera”.[44]
Otra
circunstancia que hizo sospechosas a las mujeres detenidas fue que, según el
testimonio del agente Salvador Moreno, en la casa de Fidela Flores “viven
varias mujeres públicas, cuyos nombres no conoce”.[45]
Esta situación fue destacada en El Diario, publicación en la cual se
divulgó sobre Aurora Coronado, María Luz Espíndola, Fidela Flores y Soledad
Villaverde, que “estas cuatro mujeres no roban directamente, pero son
encubridoras de ladrones, a los cuales defienden con un celo y constancia
dignas de mejor causa, todas buscan la coartada al declarar”.[46]
En
definitiva, los fragmentos mencionados dan cuenta de que la casa ubicada en el
número 7½ del callejón de San Camilito era un lupanar, en donde, además de
ejercerse la prostitución, habría sido frecuente la presencia de individuos de
malos antecedentes. Respecto de la dinámica cotidiana de la vida en esta casa,
hay referencias explícitas a las funciones de cada una de las mujeres
detenidas. De este modo, Fidela Flores resultó ser la dueña del prostíbulo,
Soledad Villaverde —mujer sexagenaria— era la encargada de la cocina, mientras
que las hermanas María de la Luz y Concepción Espíndola se habrían dedicado al
comercio sexual en el establecimiento. Por su parte, Aurora Coronado y Soledad
Callejas habrían visitado con frecuencia a sus amigas y antiguas compañeras de
rubro, en circunstancias que seguían avecindadas en el mismo rumbo de la
ciudad, como puede verse en la Figura 4.
Las
alusiones al burdel del 7½ de San Camilito no se restringen al expediente
criminal por los robos de Cosme Ojeda, sino que aparecen también en otros dos
expedientes del mismo periodo. Uno de ellos corresponde a la investigación
contra Carlos Rubio por el robo de una máquina de escribir, en el contexto de
cuyas averiguaciones, declaró “que insiste en asegurar que no conoce a José Rivera
–procesado en calidad de cómplice– y que puede justificarlo con Carmen González
y la casera de la casa número 7½ del callejón de San Camilito”.[47]
El otro se trató de un sumario con motivo de la sustracción de dos básculas
desde una panadería, en cuya indagatoria fueron detenidos Luis González
Figueroa y Gregorio Estrada. Según la denuncia de la víctima:
A quien le recogió la báscula que
dejó en una tienda fue a un individuo que vive en el Callejón de San Camilito
[…]; que otro individuo llevaba la otra báscula de su propiedad y se introdujo
con ella al n°7½ del mencionado callejón […]; que después vio a dos mujeres que
sacaron la báscula del mencionado domicilio y, empujando una accesoria de la
acera de enfrente, la dejaron dentro.[48]
4.
Ladrones y prostitutas en la configuración del hampa urbana
En los apartados anteriores ha sido
presentada una serie de datos relacionales que vincularon a Aurora Coronado con
diversos sujetos marginales de la Ciudad de México de la primera década del
siglo pasado, los cuales son representados gráficamente en la Figura 3.
A
partir del esquema es posible reconocer sujetos y espacios urbanos en los
cuales se desarrolló una amplia gama de formas de sociabilidad que vincularon a
Aurora Coronado y su entorno social y, por extensión, a prostitutas y ladrones.
En otras palabras, la red social constituida por el entramado de relaciones
entre prostitutas y delincuentes contra la propiedad mencionadas en las fuentes
documentales analizadas incluye referencias a espacios y prácticas concretas.
En cuanto a los espacios, destacó fundamentalmente el burdel, además de las
habitaciones de un hotel y rumbos concretos de la Ciudad de México, tal como
aparece reflejado en la Figura
4.
Figura 4
Por
medio de la reconstrucción del itinerario urbano de Aurora Coronado y sus
coacusados, es posible reconocer una fracción de la geografía de los bajos
fondos de la capital mexicana hacia inicios del siglo XX. La cercanía entre los
domicilios de cada imputado y la ubicación del prostíbulo del callejón de San
Camilito, así como los espacios en que fueron vendidos los objetos robados en
la sastrería Au Bon Marché, a los cuales corresponde sumar las referencias
periodísticas a la Plazuela de Montero y calles aledañas, permitió establecer
que estos escenarios se ubicaban en la colonia Guerrero y el rumbo de la
Lagunilla, ambos con fama de barrios turbulentos.
Por
otra parte, las prácticas desplegadas por prostitutas y ladrones (y otros
sujetos marginales) incluyeron el amasiato, el proxenetismo, la amistad, la
violencia interpersonal y el compañerismo en el oficio. También es posible
reconocer que estas relaciones implicaron el flujo de información sobre las
pesquisas policiales y respecto de la situación judicial de los detenidos, pero
también de otros elementos más concretos, tales como objetos robados que
circularon en forma de regalos.
El
papel de Aurora Coronado, alias la Piturris, en el centro de este entramado
social resulta representativo de la importancia fundamental de las mujeres en
las redes delictivas. En efecto, aunque no hayan destacado estadísticamente
como perpetradoras —a pesar de lo cual también hubo mujeres que cometieron
tipos específicos de delitos, como las llamadas “cruzadoras” o ladronas de
tiendas comerciales—, desempeñaron roles de especial importancia en la venta y
el ocultamiento de objetos robados, así como en el encubrimiento de ladrones.[49]
Los
expedientes judiciales contra Aurora Coronado y sus compinches dan cuenta de
las redes sociales extendidas entre las prostitutas, los criminales contra la
propiedad y otros sujetos transgresores y marginales del México porfiriano. Por
medio del análisis de este tejido social es posible reconocer que, en el
período histórico investigado, estaba configurándose un hampa urbana
susceptible de ser estudiada desde una perspectiva relacional.
Conclusiones
En las páginas del periódico
mexicano La Patria se lee que “el hampa es aquí numerosa, como en todas
las grandes ciudades; y si bien no alcanza los grados de degeneración que la
caracterizan en los grandes centros europeos, no por eso deja de ser tan
degradada, tan vil, tan repugnante como en éstos”. Respecto a la composición
social del hampa mexicana, señala:
[…]
la forman los vagabundos, los ‘sin ganas de trabajo’, los parias que viven al
acaso, y al azar confían las cotidianas necesidades, desde el lagartijo que en
Plateros lanza miradas incendiarias al paso del tren lujoso, con el ánimo de
pescarse una buena dote, hasta el borrachín de barrio que en un rincón de la
pulquería asalta al amigo, ávido de que le pague una ‘medida’ y un ‘taco’.
La forman los rateros, rateros de levita y de blusa,
estafadores a la alta escuela, y ladroncillos de poca monta; las cortesanas,
con su largo y variadísimo cortejo de servidores, de adoradores y de
explotadores.[50]
La
criminóloga británica Mary McIntosh plantea que “el hampa no es solamente el
trasfondo social que apoya la labor criminal; es también el conjunto de papeles
e instituciones que son esenciales para completar la profesión criminal”. Por
lo tanto, involucra funciones específicas, entre las cuales destacan las
siguientes: “suministro de información sobre objetivos convenientes; contactos
con colegas para colaborar con ellos; medios para la venta de bienes robados; y
la mejor protección posible contra el arresto y el sometimiento a la justicia”.[51]
La relación entre Aurora Coronado y sus colegas de oficio radicadas en el
burdel de San Camilito número 7½ con un conjunto de ladrones urbanos en la
ciudad de México de la primera década del siglo XX da cuenta de la fluida
interacción entre ladrones y prostitutas, a través de cuyos vínculos circulaban
objetos robados e información judicial, entre otros elementos. Estas relaciones
adoptaron la forma de noviazgo, amistad, amasiato y, entre sus prácticas
concretas, se manifestaron la preparación de alimentos y la vida en común,
además del encubrimiento, el apoyo judicial y las visitas carcelarias.
Más
allá de las taxonomías y las nociones de peligrosidad representadas por la
prensa y la literatura, a lo largo de esta investigación se ha reconstruido un
fragmento de la vida de Aurora Coronado, a partir del cual se plantea la
complicidad entre una prostituta y varios ladrones. Asimismo, se reconstruyó la
centralidad de un espacio prostibulario en el entramado relacional del hampa
urbana mexicana en proceso de conformación. Este recorrido ha permitido
reconocer que la noción de hampa urbana —al igual que otras homologables, como
“bajos fondos”, “mala vida” o “clases peligrosas”—, a pesar de ser una
representación instalada en el imaginario colectivo por los periódicos y las
novelas (y, más tarde, por el cine), no fue del todo imaginaria. Al contrario,
estuvo firmemente anclada en el terreno de las prácticas. En efecto, el
análisis histórico de las sociabilidades entre ladrones y prostitutas y otros
sujetos marginales en la capital mexicana de inicios del siglo XX ha permitido
colocar en entredicho la perspectiva según la cual los estudios sobre la mala
vida, los bajos fondos y el peligro social reflejan simplemente imaginarios
construidos por la literatura y la prensa, para visibilizar las prácticas e
interacciones de sujetos de carne y hueso que construyeron un denso entramado
de individuos al margen de la ley, el cual también tuvo una dimensión
geográfica específica dentro de la ciudad.
Fuentes
Manuscritas
Archivo
General de la Nación, México (AGNM)
Fondo Tribunal
Superior de Justicia del Distrito Federal
Periódicos
y revistas
Boletín de Policía (México) 1909.
El Diario (México) 1909.
El Imparcial (México) 1909.
El País (México) 1908.
El Popular (México) 1907.
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[2] AGNM, México, Fondo Tribunal Superior de
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[3] Eric Hobsbawm, Rebeldes primitivos.
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[4] Lyman Johnson,
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[5] Ricardo
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México, 1902-1908”, Historia Mexicana 70.3 (2021): 1397-1436.
[7] Una de las impulsoras de la historia social
con perspectiva de género e interesada en el tema de la prostitución ha sido
Judith Walkowitz, Prostitution and Victorian Society. Women, Class, and the
State (Cambridge: Cambridge University Press, 1980). Otras obras
fundamentales sobre este tema son Mary Nash, Mujer, familia y trabajo en
España, 1875-1936 (Barcelona: Anthropos Editorial, 1983); Donna Guy, El
sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires, 1875-1955 (Buenos
Aires: Editorial Sudamericana, 1994); Katherine Bliss, Compromised
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and Gender Politics in Revolutionary Mexico City (Pennsylvania: The Pennsylvania State University Press, 2001).
[8] Fabiola Bailón, Prostitución y lenocinio en
México, siglos XIX y XX (México: CONACULTA, 2016); Cristiana Schettini, “Que
tenhas teu corpo”. Uma história
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[9] Robert Castel, La
metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado (Buenos
Aires: Paidós, 2006) 17.
[10] Zygmunt Bauman, Trabajo, consumismo y
nuevos pobres (Barcelona: Gedisa, 2000) 17-18. Sobre el tema de la “ética
de trabajo del capitalismo moderno”, destaca el clásico de Max Weber, La
ética protestante y el espíritu del capitalismo (México: Fondo de Cultura
Económica, 2011) Para una aproximación desde la historiografía, véase Daniel
Rodgers, The Work Ethic in Industrial America, 1850-1920 (Chicago:
University of Chicago Press, 1978).
[11] Richard
Cleminson y Teresa Fuentes Peris, “‘La Mala Vida’: Source and Focus of
Degeneration, Degeneracy and Decline”, Journal of Spanish Cultural Studies
10.4 (2009): 385. En estrecha relación con esta forma de aproximarse a
los grupos sociales considerados peligrosos en el imaginario colectivo, por
medio de la clasificación, el libro Hampones, pelados y pecatrices describe
algunos de los estereotipos, prácticas y miedos sociales relacionados con “las
exóticas, las vampiresas, los robachicos, los policías, los pistoleros, los
drogadictos y distribuidores, los proxenetas, los alcohólicos, los comunistas,
los pobres, los extranjeros, los tuberculosos, los estudiantes y los homosexuales,
entre muchos otros” en el entorno urbano mexicano de mediados del siglo XX,
dando cuenta de cómo la noción de peligro social puede extenderse a nuevos
sujetos en determinados contextos. Véase Susana Sosenski y Gabriela Pulido
Llano, coords., Hampones, pelados y pecatrices: sujetos peligrosos de la
Ciudad de México (1940-1960) (México: Fondo de Cultura Económica, 2020).
[12] Eusebio Gómez, La “mala vida” en Buenos
Aires (Buenos Aires: Juan Roldán, 1910) 10.
[13] Ricardo Campos Marín, “La clasificación de lo
difuso: el concepto de ‘mala vida’ en la literatura criminológica de cambio de
siglo”, Journal of Spanish Cultural Studies 10.4 (2009): 401.
[14] Dominique Kalifa, Los
bajos fondos. Historia de un imaginario (México: Instituto Mora, 2018) 15 y
17.
[15] Sergio González Rodríguez, Los bajos
fondos. El antro, la bohemia y el café (México: Cal y Arena, 1989) 15.
[16] Odette Rojas Sosa, La metrópoli
viciosa. Alcohol, crimen y bajos fondos. Ciudad de México,
1929-1946 (México: Universidad Autónoma Metropolitana, 2019)
23.
[17] Giovanni Levi, “Sobre microhistoria”, Formas
de hacer historia, ed. Peter Burke (Madrid: Alianza, 1993) 122. Una obra
pionera de esta tendencia historiográfica ha sido Carlo Ginzburg, El queso y
los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI (Barcelona:
Península, 2008).
[18] Respecto a esta conceptualización para el caso
de Santiago de Chile y Valparaíso, véase Ignacio Ayala Cordero, “Marginalidad
social como ‘red de redes’. Ladrones, prostitutas y tahúres en Santiago y
Valparaíso, 1900-1910”, Delincuentes, policías y justicia. América Latina,
siglos XIX y XX, ed. Daniel Palma Alvarado (Santiago de Chile: Universidad
Alberto Hurtado, 2015) 112-143.
[19] Charles
Wetherell, “Historical Social Network Analysis”, International Review of
Social History 43 (1998): 125. Algunos temas
analizados desde este enfoque han sido las relaciones de parentesco, las
estrategias matrimoniales y de compadrazgos, las rutas de comercio y las
relaciones entre negociantes y burócratas. Véase Julio Rodríguez Treviño, “Cómo utilizar el Análisis de Redes Sociales para temas de historia”, Signos Históricos 29 (2013): 102-141.
[20] James Clyde
Mitchell, “The Concept and Use of Social Networks”, Social Networks in Urban
Situations: Analyses of Personal Relationships in Central African Towns,
ed. James Clyde Mitchell (Manchester: Manchester University Press / University
of Zambia, 1969) 2.
[21] José Ignacio Porras, “‘Redes’. Fundamentos,
alcances y perspectivas de una iniciativa editorial”, Redes. Enfoques y
aplicaciones del Análisis de Redes Sociales (ARS), eds. José Ignacio Porras
y Vicente Espinoza (Santiago de Chile: Universidad Bolivariana, 2005) 5.
[22] “Riña y escándalo”, El Popular (México)
13 de julio de 1907: 2. Probablemente, el tal “Ramón Ruiz” no era otro que
“Ramón Díaz”, personaje involucrado como cómplice en uno de los robos
analizados más adelante y que fue pareja de Aurora Coronado durante tres años.
[23] Sobre la amistad entre Aurora Coronado y
Domitila González, véase infra.
[24] “Por tribunales y comisarías”, El Imparcial
(México) 30 de noviembre de 1909: 7. Según el Boletín de Policía, el
incidente se produjo en jurisdicción de la Tercera Comisaría, el 28 de
noviembre. Al respecto, véase “Notas de policía”, Boletín de Policía
(México) 5 de diciembre de 1909: 8.
[25] La temprana edad en que comenzó a
desenvolverse en el mundo de la prostitución, su origen tapatío, el uso de
apodos, el involucramiento en hechos de sangre y, especialmente, en riñas con
colegas de oficio, evidencian algunas de las numerosas similitudes entre Aurora
Coronado y María Villa, alias la Chiquita, prostituta jalisciense que alcanzó
fama pública tras haber asesinado a Esperanza Gutiérrez, la Malagueña, en 1897.
Tras este episodio, María fue condenada a 20 años de cárcel en Belem, donde fue
entrevistada por el criminólogo Carlos Roumagnac. A pesar de las notorias semejanzas,
las huellas documentales de Aurora Coronado no dan cuenta del papel de una
celestina en el proceso de incorporación a la vida prostibularia, ni tampoco
relatan su llegada de Guadalajara a la Ciudad de México. Al respecto, véase
Carlos Roumagnac, Los criminales en México. Ensayo de psicología criminal
(México: Tipografía El Fénix, 1904) 104-123; Rafael Sagredo, María Villa (a)
La Chiquita, no. 4002. Un parásito social del Porfiriato (México: Cal y
Arena, 1996).
[26] AGNM, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1909, caja 0914, exp. 160164, f. 73v.
[27] Respecto a las estrategias usadas por
fotógrafos y fotografiadas para construir la representación femenina en el
siglo XIX mexicano, véase Beatriz Bastarrica Mora, “En manos del fotógrafo: la
construcción de las representaciones de la mujer y de la fachada personal
femenina en la fotografía decimonónica mexicana”, Relaciones. Estudios de
Historia y Sociedad 140 (2014): 43-69.
[28] “Absuelta por el Tribunal de Casación”, El
País (México) 3 de diciembre de 1908: 3.
[29] AGNM, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1909, caja 0914, exp. 160164, ff. 79v-80v
del proceso acumulado.
[30] “La Pitonisa de una cuadrilla de rateros”, El
País (México) 6 de marzo de 1908: 2.
[31] AGNM, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1908, caja 0744, exp. 131294, f. 12v.
[32] AGNM, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1908, caja 0744, exp. 131294, ff. 24r-24v.
[33] Everardo Rocha
y otros. “Negócios e magias: Émile Zola, Au Bonheur des Dames e o
consumo moderno”, Comunicação, Mídia e Consumo 12.32 (2014): 67.
[34] Cristina Sánchez, “Novedad y tradición. Las
tiendas por departamentos en la ciudad de México y su influencia en el consumo,
1891-1915” (Tesis de doctorado en Historia, El Colegio de México, 2017) 73.
[35] AGNM, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1908, caja 0744, exp. 131294, f. 25.
[36] Para reconocer el itinerario de Armando
Bustínzar, Antonio Somohano, Ramón Díaz y la Piturris antes, durante y después
del robo a la sastrería, véase su reconstrucción en la Figura 4.
[37] AGNM, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1908, caja 0744, exp. 131294, ff. 27-29. Las
referencias que se citan en las líneas siguientes corresponden a la misma
declaración.
[38] “El robo a la sastrería de Zuleta”, El País
(México) 18 de marzo de 1908: 2.
[39] “Una cadena de robos”, El País (México)
3 de marzo de 1908: 2.
[40] El Hospital Morelos, anteriormente llamado San
Juan de Dios, fue la institución en la cual eran examinadas semanalmente las
prostitutas de la Ciudad de México inscritas en la Inspección de Sanidad. La permanencia
de Aurora Coronado en este establecimiento daba cuenta de que el seguimiento
médico en prevención y control del contagio de enfermedades venéreas era
claramente diferenciado entre prostitutas y clientes. En palabras de Fabiola
Bailón: “Fueron ellas las identificadas, controladas en un registro,
inspeccionadas semanalmente por médicos, jerarquizadas, obligadas a pagar un
impuesto, a ejercer en los lugares asignados, a evitar los espacios públicos, a
comportarse ‘con decencia’ y a permanecer encerradas en un hospital en caso de
resultar enfermas; mientras los clientes fueron visualizados como víctimas, se
aseguró su protección higiénica y también su anonimato, a través de medidas
como la de guardar el ‘secreto médico’”. Fabiola Bailón Vásquez, “Reglamentarismo
y prostitución en la ciudad de México, 1865-1940”, Historias. Revista del
Instituto Nacional de Antropología e Historia 93 (2016): 96.
[41] A pesar de la mirada marcadamente moralista de
su autor, la diversidad de las prácticas y espacios de la prostitución durante
los últimos años del Porfiriato aparece muy bien retratada en numerosos pasajes
de Federico Gamboa, Santa (Barcelona: Talleres Araluce, 1903).
[42] AGNM, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1909, caja 0914, exp. 160164, ff. 10r y 10v
del proceso acumulado.
[43] AGNM, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1909, caja 0914, exp. 160164, f. 19.
[44] AGNM, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1909, caja 0914, exp. 160164, f. 32.
[45] AGNM, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1909, caja 0914, exp. 160164, f. 12v del
proceso acumulado.
[46] “Fueron capturados por la policía los autores
de dos cuantiosos robos”, El Diario (México) 26 de febrero de 1909: 1.
[47] AGN, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1909, caja 0909, exp. 159269, f. 23v.
[48] AGN, México, Fondo Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, Año 1910, caja 0977, exp. 171845, f. 27v.
[49] Para el caso jalisciense, véase Sebastián
Herrera, “De víctimas, receptadoras y ladronas. La mujer en el mundo del robo y
la criminalidad en el Jalisco del siglo XIX”, Sémata. Ciencias Sociais e
Humanidades 31 (2019): 33-52.
[50] “Tipos del hampa. Los ‘souteneurs’”, La
Patria (México) 31 de mayo de 1908: 2.
[51]. Mary McIntosh, La organización del crimen
(Madrid: Siglo XXI, 1986) 24 y 31.