El fragmento que se reproduce a continuación forma parte de una carta que Natalia le envió a su hijo Antonio a fines de octubre de 1950. Al igual que su hermano José, que entonces tenía tres años, Antonio había sido admitido en el Instituto Mercedes de Lasala y Riglos en julio de 1948 por pedido de su madre, y luego fue trasladado al Hogar Martín Rodríguez, ambos bajo la órbita de la Sociedad de Beneficencia.2 En ese entonces, su madre vivía en Villa Ballester, no tenía un empleo u oficio, era soltera y tenía a cargo a sus cuatro hijos “naturales”, de los que Antonio, con seis años, era el mayor. Aunque en su legajo no constan los motivos del pedido de su madre, es posible pensar que le resultaba difícil conseguir un empleo con cuatro niños a quienes cuidar y que, sin una entrada regular de dinero, su capacidad para sostenerlos económicamente se veía fuertemente limitada.
Bueno Antonito yo te escribí dos carta y te mande un peso toda las veces y no me contestaste ninguna por favor me escribi las letra no nada mas que yo no puedo ir pero prontito te ire a ver aí te mando un peso 1$ y dada las bece que me escribi te mandare y pórtate bien que te estoy ahorrando para la bicicleta cariño de tu hermanito Pedrito y Amadeo bueno mucho cariño y beso de tu mamita que verte decea.3
Hacia fines de la década de 1940, cada año cientos de mujeres como Natalia internaban a sus hijos en hogares para niños porque carecían de los medios económicos necesarios para mantenerlos. Como han mostrado distintas investigaciones, la internación de un niño no siempre suponía la pérdida de contacto con sus familias, sino que muchas veces sus parientes esperaban poder retirarlos antes o después para que volvieran a vivir con ellos.4 La circulación de niños y su educación fuera de la familia nuclear era común entre las clases populares desde la época colonial, sin embargo, a finales del siglo XIX, filántropos y autoridades estatales contribuyeron al desarrollo de un proceso que Marcela Nari ha identificado como la “maternalización de las mujeres”, que celebró el amor materno como parte de un instinto natural y prescribió las formas que ese “instinto” debía asumir. En ese marco, la colocación laboral e institucional de los niños fue una práctica intensamente criticada.5
Ahora bien, mientras que hasta la década de 1930 la jurisprudencia tendía a sostener que colocar a un niño en una institución caritativa significaba la pérdida de la autoridad paterna, durante la década de 1940 algunos magistrados comenzaron a ver esa doctrina como “excesiva” y a admitir que ciertas circunstancias, como la pobreza extrema, podían justificar tal decisión.6 Esto fue parte de una tendencia más amplia. De la década de 1930 en adelante, y especialmente a partir de los años cuarenta, la psicología adquirió una nueva prominencia dentro de la pediatría argentina, lo que llevó a un mayor énfasis en el vínculo emocional entre madres e hijos, y su relevancia en la salud física y psicológica de los niños.7 A partir de mediados de los cuarenta, de la mano del peronismo, también se extendió una actitud de mayor comprensión y empatía hacia quienes se apartaban del modelo familiar hegemónico.8 En este sentido, aunque durante décadas las mujeres que administraban distintas instituciones benéficas y las autoridades estatales en el sistema de minoridad habían cuestionado la legitimidad de las solicitudes hechas por padres y madres para recuperar a los niños que ellos mismos habían internado anteriormente, en los años cuarenta y cincuenta, su presencia en la vida de los niños durante su internación no solo era promovida por las autoridades institucionales, sino que era atentamente vigilada.9
La carta de Natalia estaba enmarcada en esas exigencias. Cinco días antes de escribirla, el director del hogar en el que estaba Antonio le había enviado una comunicación instándola a visitar al niño. En la carta se mencionan distintos objetos. Era habitual que las madres enviaran o prometieran distintas cosas a sus hijos, muchas veces una pequeña suma de dinero, dulces, fotografías o juguetes. En un tiempo marcado tanto por la idea de que algunos objetos podían traer felicidad a los niños, como por el aumento en la capacidad de consumo de los trabajadores que supuso el peronismo, esos objetos eran una manifestación concreta del amor de las madres hacia sus hijos, reforzada por el uso de palabras afectuosas, como “cariño” y “beso”, por el uso de diminutivos y por la manifestación del deseo de estar juntos. Pero ¿qué era el amor maternal y cómo lo vivían estas mujeres? ¿Por qué enviaban estos objetos y no otros? ¿Qué significaban para ellas? ¿Qué esperaban que generaran en sus hijos?
Desde la publicación de El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen de Philippe Ariès, el amor hacia los hijos ha sido el foco de intensas controversias historiográficas. La historia de las emociones y el giro afectivo en las ciencias sociales han reabierto el debate al proponer nuevas claves analíticas para abordar las diferentes concepciones de la maternidad y la paternidad, los cambios en los estándares emocionales que regularon las relaciones con los hijos en distintos espacios y tiempos y las experiencias del amor maternal. En efecto, la historia de las emociones ha mostrado que, a pesar de que una emoción se nombre del mismo modo en distintos momentos, la palabra utilizada para identificarla puede designar experiencias emocionales distintas.10
Aunque son numerosos los estudios que han contribuido a abordar la maternidad desde una perspectiva histórica, aún son escasos los trabajos centrados en las experiencias de las mujeres de clase trabajadora, en parte por la dificultad de encontrar fuentes que permitan problematizarlas.11 A partir de la lectura de las cartas conservadas en los legajos confeccionados por diferentes instituciones de menores entre fines de la década de 1940 y mediados de la de 1950 en la ciudad y la provincia de Buenos Aires, en este artículo se analizan las experiencias del amor maternal de mujeres que, por sus condiciones materiales de vida, decidieron internar a sus hijos en hogares de niños.12 A diferencia de otros registros que han sido revisados para construir la historia de los modelos y prácticas de maternidad y de familia, los legajos permiten acceder a distintas voces y miradas, que incluyen las de las propias madres y, en algunos casos, las de los niños y las niñas. Es más, estos documentos pueden ser utilizados para problematizar las experiencias de maternidad no solo en el momento de la internación o el egreso de los niños, que han recibido mayor atención por parte de la historiografía, sino durante el tiempo que los niños permanecían en los hogares, separados de sus familias.
En particular, el presente trabajo se enfoca en los objetos que les enviaban y su valor emocional. Es posible pensar que para las mujeres esos objetos eran “medios cruciales para articular sus emociones, creando un intrincado vocabulario simbólico de sentimientos maternales”.13 Las fotos, cartas, tarjetas, regalos eran “importantes en buena medida por su tangibilidad”.14 Aunque no es posible saber qué sentido tenían esos objetos para los niños que los recibían, para esta investigación es de interés abordar lo que sus madres esperaban hacerles sentir para pensar las nociones de maternidad e infancia, así como los estándares emocionales que inspiraban y regulaban esas emociones. Para ello, se propone pensar en dos sentidos distintos del amor hacia los hijos: el amor como responsabilidad material sobre el bienestar y la felicidad de los niños, y el amor como copresencia. Aunque en ocasiones es posible observar simultáneamente referencias a ambos sentidos, se plantea distinguirlos para aprehender la complejidad del amor maternal y la heterogeneidad de las experiencias emocionales que nombraba. La mirada centrada en los objetos busca problematizar la relevancia de las condiciones de vida y la cultura material en los modos en que se configuran experiencias emocionales situadas.
A mediados del siglo XX, el envío de dinero para la libreta de ahorros era una práctica habitual entre los familiares de los niños internados. Como en otros casos de familiares que por distintas circunstancias no podían vivir juntos, el envío de dinero era una prueba de la vigencia del vínculo familiar, en una práctica que aunaba lo material y lo afectivo.15 Las familias no solo enviaban dinero, sino también distintos tipos de objetos, entre los que destacaban ropa y calzado, además de útiles escolares y personales. La lectura de las cartas de las madres permite ver que el envío de algunos bienes resultaba clave para que la institucionalización no diluyera completamente su posición como responsables de los niños. De ese modo, ellas se hacían presentes y se mostraban atentas a detalles que podrían escapar a los ojos de las autoridades, ofrecían su colaboración para sustentar las necesidades de los niños y demandaban para ellos un trato adecuado.
Quería que me diga alla si tiene zapato como para enviarte por enconmienda desile el director que sino llega los zapato allá te mando…16
El domingo 3/4 u.s. dia que vine a visitar a Jorge para llevarlos a pasear, note que caminaba con dificultad porque los zapatos que tan gentilmente le habían arreglados le andaban apretados. Si no fuera molestia, y perdona el atrevimiento podrían cambiarlos por un N° mas grande. Caso contrario, a la mia próxima visita lo arreglaremo.17
Los zapatos de los niños eran un elemento que las cartas referían con frecuencia. Se trataba de objetos que tenían un lugar particular en la cultura material de los trabajadores. A diferencia de la ropa, que muchas mujeres sabían confeccionar o adaptar a partir de géneros nuevos o prendas ya usadas, los zapatos no podían producirse en el mundo doméstico, puesto que su fabricación requería de saberes específicos, materiales y herramientas de difícil acceso. Además, eran costosos: a principios de los años cuarenta, los zapatos para los niños eran uno de los rubros más abultados en el presupuesto que se destinaba al vestuario de una familia compuesta por un matrimonio y dos hijos.18 Diez años más tarde, en 1952, el precio de los zapatos prácticamente duplicaba al de las camperas, otro de los bienes relativamente caros para el presupuesto familiar.19 También se podía acceder a ellos en circuitos de segunda mano, en intercambios que podían o no involucrar dinero. Ahora bien, a diferencia de otras prendas, los zapatos guardan una huella más tangible de los usos previos: el peso, la forma del pie y la manera de caminar generan un desgaste que hace que su vida útil sea más limitada que la de otros bienes y más difícil su transmisión de un usuario a otro. Quizás por esta razón eran una marca que permitía identificar fácilmente la posición social de quien los calzara.20
Las políticas implementadas durante el peronismo impulsaron un incremento sustantivo en el poder adquisitivo de los trabajadores y en sus condiciones de vida.21 En efecto, entre 1946 y 1955 aumentó significativamente el consumo interno de calzado y el Estado ocupó un lugar importante como comprador de zapatos.22 Sin embargo, los que proveía el Estado -por medio de la Fundación Eva Perón o los propios hogares de niños- podían no ser renovados con la frecuencia que las madres consideraban necesaria, o incluso no se consideraban adecuados. En una carta fechada el 4 de diciembre de 1950, por ejemplo, Hortensia le pedía a su hijo Bernardo que, cuando fuera a buscarlo el domingo próximo, se pusiera sus “zapato los que yo te compre y la ropa yo la voy a llevar también”.23 Había comprado los zapatos en cuestión unos meses antes y quería que su hijo los llevara puestos cuando ella lo fuera a buscar para pasar unas semanas de vacaciones juntos. Ese no era el único par de zapatos de Bernardo, porque de lo contrario no hubiera sido necesario que ella le recordase que los usara. Los zapatos abrigan, protegen del frío y aíslan del suelo si no están rotos o no son de tela, como eran todavía muchos de los que calzaban los pobres en la Buenos Aires de mediados de siglo. Tener otros zapatos, distintos de los reglamentarios, y uniformes de escuelas y hogares era, además, un signo de distinción.
Hortensia había nacido en Córdoba en 1915, había enviudado en 1940 y había migrado a la capital desde Goya, provincia de Corrientes, en octubre de 1948. Bernardo era el segundo de sus cuatro hijos. Fue admitido en un hogar de niños poco tiempo después de que la familia llegara a la capital, en abril de 1949. Aunque su madre había logrado ubicar a sus otros tres hijos con distintos familiares, su trabajo en un hotel24 le impedía “controlar al niño” que tenía “serios trastornos de conducta”.25 Unos meses después de enviar la carta citada arriba, la situación económica de Hortensia era sustancialmente distinta al del momento en el que había decidido internar a su hijo y estaba pensando en retirarlo del hogar: en agosto de 1951 tenía un empleo como trabajadora doméstica, donde ganaba 400 pesos mensuales, y vivía con su pareja, que tenía un ingreso de 1 200 pesos.26 Si los zapatos probaban su responsabilidad como madre, también remitían a otros sentidos del amor maternal, como la intención de gratificar a su hijo o el ideal de copresencia, que se analizará en los próximos apartados. En un informe de 1951, la maestra de Bernardo señalaba que sus compañeros lo hacían llorar con facilidad.27 Es posible que su madre supiera del llanto frecuente y que los zapatos puedan pensarse, en este sentido, como una suerte de consuelo para el niño ante esas situaciones, como un recordatorio del cariño de su madre que la hacía presente aun cuando no estuviera allí físicamente.
Al año siguiente, sin embargo, Hortensia vivía sola y había sido cesanteada de su trabajo como encargada de la limpieza de una escuela normal. Desde hacía meses que pensaba que su hijo necesitaba una mejor formación para el trabajo. En una carta fechada el 31 de marzo de 1952, le decía a Bernardo ese sería el último año que lo tendría interno porque pensaba sacarlo para que “aprenda algo de trabajo para su porvenir”.28 La noticia que recibió en noviembre sobre las bajas calificaciones que el niño había obtenido ese año, que posiblemente lo obligarían a repetir el curso, terminaron de decidirla. El 20 de noviembre, Hortensia solicitó el egreso de Bernardo. La responsabilidad material que entendía que tenía como madre era, ante todo, la de proveerlo de las herramientas para labrarse un futuro. Si en algún momento su preocupación central había sido que aprendiera a escribir y a leer, y por eso había decidido enviarlo a un hogar, ahora creía que lo que su hijo necesitaba era un trabajo que le permitiera formarse en un oficio.
La responsabilidad material sobre el bienestar de los niños podía entenderse en un sentido distinto asociado a la gratificación. En una carta fechada el 12 de mayo de 1949, por ejemplo, Esther le prometía a su hijo Esteban que pronto les enviaría a él y a su hermano “muchas cosas ricas manzanas chocolatines caramelos un tarro de dulce de leche y uvas tambien nueses asi que quédate contento”.29 El mismo día, Esther envió otra carta a su hijo menor, Diego, en la que le indicaba que además de “manzanas bananas huva chocolatines y caramelos y si se puede jugar a la pelota una pelota estas contento”.30 Poco antes de escribir estas cartas, Esther había conseguido un empleo en Grafa, una conocida firma que producía indumentaria de trabajo, gracias al que podía comprar -o imaginaba que podría- todos los costosos objetos que prometía a sus hijos.
Esther había solicitado la admisión de Esteban y Diego a inicios de ese año. Había quedado viuda nueve meses antes, y estaba a cargo de sus cinco hijos y de su madre ciega. En aquel entonces, no tenía empleo y aún no había logrado cobrar la pensión por su marido, que había sido agente de policía. De acuerdo con el informe de la visitadora, al momento de solicitar la internación de sus hijos, “los más de los días pasan hambre”.31 La enumeración de los alimentos que pensaba enviar a los niños da idea de una abundancia que contrasta con la situación de necesidad descrita por la visitadora. En ambas cartas, Esther vincula esos elementos a la posibilidad de que los niños estén contentos.
Como ha mostrado Ludmila Scheinkman, en las décadas de 1930 y 1940, se esperaba que madres y padres proveyeran a sus hijos de objetos, como juguetes y golosinas, asociados en el imaginario a la felicidad de los niños.32 Esto se vincula a una noción específica de la infancia como una etapa de la vida lúdica y feliz que, siguiendo a Peter Stearns, comenzó a ganar fuerza en los años 1920 en los Estados Unidos, y luego se extendió a otras latitudes de la mano del crecimiento del consumo infantil.33 De acuerdo con Stearns, no es que antes los niños no fueran felices, sino que la novedad radicaba en la identificación de la felicidad infantil como un deber parental. En la Argentina, a partir de los años treinta, la representación de la infancia como una etapa que requería divertimentos, cuidados y consumos específicos se proyectó hacia todos los niños, independientemente de las diferencias de clase.34 Durante el peronismo, ese discurso se intensificó, de la mano de políticas como el reparto de juguetes, que, como sostiene Daniela Pelegrinelli, “instauró el derecho al esparcimiento y al juego”.35
En el caso de los niños internados en los hogares, era habitual que recibieran de sus familiares pequeñas sumas de dinero que, según se indicaba en las cartas, eran para ir al cine o comprar caramelos. Como en el caso de Esteban y Diego, en ocasiones también les llegaban encomiendas con dulces, frutas o juguetes. Estos objetos eran “atenciones” hacia los niños, vías por las que se buscaba alegrarlos, que evidencian otra dimensión del amor hacia los hijos, asociada a su gratificación. El consumo de estos bienes había crecido notablemente en los años anteriores, en los que se volvieron relativamente accesibles para los sectores de menores recursos económicos. A inicios de los años cuarenta, la expansión de la industria del juguete fue de la mano de un crecimiento del mercado de este tipo de productos, que permitió que los bienes que antes aparecían como privativos de las elites estuvieran en el horizonte de compra de sectores mucho más amplios.36 En el caso de los dulces, Scheinkman observó que, para inicios de esa década, el consumo de chocolate había cuadriplicado los niveles observados a fines del siglo XIX.37
Ahora bien, incluso si eran más accesibles, se trataba de objetos costosos, especialmente para las familias de los niños internados, que contaban con medios económicos limitados. En diciembre de 1948, Elba G. de Yasqui solicitó la admisión de su hijo César, de 10 años, a un hogar de niños.38 Elba tenía 32 años, en ese momento trabajaba en el servicio doméstico y se había separado de su marido cuatro años antes. Tenía otro hijo, de cinco años, quien vivía con sus familiares en Tandil.39 César fue admitido en el hogar y, durante 1949 y 1950, su madre lo visitaba domingo por medio. Aquellos domingos en los que no podía verlo, le enviaba cartas y solía acompañarlas con pequeños regalos.40 En una ocasión, le envió una pelota de fútbol. Unos días después, la pelota desapareció y Elba escribió una carta al director del hogar reclamando su devolución: “Señor Director le escribo estas lineas para molestarlo y que el Domingo cuando fui a verlo a mi hijo César Yasqui me dijo que durante el estubo en enfermeria le falto la pelota de fuvol del pavellon San Jose […] la pelota es N° 2 de fuvol. asia poco que se la lleve”.41
Aunque no era del todo infrecuente que los familiares escribieran a las autoridades del hogar, el reclamo de Elba sí lo era. Quizás en este gesto puedan verse las dificultades que había tenido que superar para poder comprar esa pelota. El envío de juguetes aparece vinculado a acontecimientos especiales en la vida de los niños, como los cumpleaños o la primera comunión. En ocasiones, la promesa de su envío se reiteraba durante meses y eran otros familiares los que finalmente aportaban el dinero necesario para poder concretarlo. Para las familias de los niños, comprarlos era sin dudas difícil, lo que subraya aún más la importancia que tenía para ellas el amor hacia los hijos definido a partir de la responsabilidad sobre su felicidad.
Los juguetes no solo remiten a una noción lúdica de la infancia, sino que vehiculizan distintas representaciones sociales, expectativas, promesas y mandatos de los adultos hacia los niños.42 Como ha mostrado Cecilia Rustoyburu, en la Argentina los juguetes fueron concebidos como “un material pedagógico programado” desde inicios del siglo XX.43 En las cartas, los juguetes aparecen habitualmente nombrados de un modo indiferenciado, que no permite identificar los sentidos específicos que pudieron tener en la formación de los niños. Sin embargo, resulta interesante observar que, aquellos a los que se nombra de manera particular son en su mayoría pelotas, destinadas siempre a varones.
“Jugar a la pelota”, como decía Esther en su carta, era una práctica que remitía a una cultura física y a una sociabilidad distintas de aquellas predominantes en la escuela. De acuerdo con Eduardo Archetti, en las primeras décadas del siglo XX, el modelo de la gimnasia y el del deporte compitieron en la construcción de la masculinidad moderna, asociada al esfuerzo físico y el cuidado corporal: si el primero tuvo “como lugares de expresión la escuela y las barracas militares”, el segundo se asoció a la “creación de espacios públicos regulados (parques, plazas) o no (baldíos, potreros) y a la aparición de instalaciones deportivas de los clubes o las municipalidades”.44 Es posible que el envío de una pelota buscara construir una suerte de continuidad con las prácticas de esparcimiento que los niños tenían antes de ser internados en los hogares, para crear con sus compañeros vínculos similares a los que habían establecido antes con otras amistades.
Ser el dueño de la pelota, por otra parte, podía servir para labrarse un estatus dentro del grupo de pares. Durante los gobiernos peronistas, el reparto de juguetes por parte del Estado fue una práctica frecuente, organizada fundamentalmente por la Fundación Eva Perón. Daniela Pelegrinelli ha mostrado que, en ese período, el Estado distribuyó millones de juguetes a través del correo, las escuelas, sindicatos, hospitales y hogares.45 Aunque no conste en los legajos analizados, es probable que los niños cuyas historias se trabajan en este artículo hayan recibido también juguetes de parte del Estado. Sin embargo, como se observó anteriormente en relación con los zapatos, la posibilidad de tener otros juguetes, provistos por la familia, podía ser una marca de distinción entre los niños. Su envío era tratado como una suerte de “premio”. “Robertito pórtate bien se buenito que cuando yo vaya ha verte te llevare muchos juguetes y caramelos”.46
Como puede verse en el fragmento reproducido arriba, las promesas asociadas a los juguetes y los dulces aparecían condicionadas a la buena conducta de los niños. Su envío muestra la intención de las madres de incidir sobre la conducta de los hijos en la distancia. En este sentido, el envío de objetos también puede pensarse como una forma de presencia en la ausencia.
Distintos objetos cumplían la finalidad de crear un sentido de copresencia entre los niños y sus familiares. En su mayoría, servían como abrigo, alimento o elemento de juego. Sin embargo, los familiares también mandaban a los niños cartas, tarjetas, fotografías y otros objetos que no tenían otro valor de uso evidente más que el de indicar la proximidad, y que permiten pensar de manera más específica en el amor como “estar juntos”. Su intercambio formaba parte de lo que Micaela Di Leonardo ha conceptualizado como trabajo de parentesco, que consiste en “la concepción, el mantenimiento y la celebración ritual de lazos de parentesco entre hogares”, y que incluye visitas, llamadas telefónicas, el envío de regalos, cartas y tarjetas, así como la organización de reuniones, festejos y otros rituales.47 Ahora bien, el tipo de copresencia que las madres y los niños podían compartir entonces era radicalmente distinto al que las tecnologías de la comunicación permiten hoy en día, ya que implicaba un encuentro asincrónico en un espacio y un tiempo proyectados en un futuro imaginario: aquel en que la otra persona leyera la carta que se estaba escribiendo o viera la fotografía que se estaba tomando. Aquel en el que volverían a estar juntos.
En el caso de los niños internados, el trabajo de parentesco era evaluado a partir de criterios bastante explícitos, como la frecuencia de las visitas y la correspondencia y, aunque mayoritariamente era sostenido por mujeres, algunos varones también lo realizaban. Carlos Gutiérrez, padre de dos niños internados en el Hogar Martín Rodríguez, por ejemplo, no solo escribía cartas a sus hijos con frecuencia, sino que también tenía un papel activo en el desarrollo de estrategias para gestionar el vínculo con las autoridades del hogar. En una carta fechada el 20 de octubre de 1955, Carlos solicitaba al director del hogar que lo ayudara a conseguir pasajes para llevar a Gerónimo y Gastón, sus dos hijos mayores, a Córdoba para pasar las vacaciones. Allí vivía con su esposa, Daniela, y sus dos hijos más pequeños. En la misma carta, le pedía que intercediese ante la Dirección de Menores para solicitar una vacante en el hogar para uno de los niños que todavía vivía con ellos, ya que contaban con muy escasos recursos debido a que él no podía trabajar porque estaba enfermo.48 Ese mismo día, había escrito una carta a sus hijos, en la que les agradecía la tarjeta que habían enviado a Daniela para el día de la madre, quien “lloraba de contenta” al recibirla, y les indica que él también esperaba una “para cuando sea el dia del padre”.49
El caso de Carlos no era del todo excepcional. Otros padres también escribían a sus hijos. En la mayoría de los casos, se trataba de hombres que habían enviudado o que habían sido abandonados por sus esposas. En el período que cubren los legajos de Gerónimo y Gastón, sus padres atravesaron distintas separaciones, en un vínculo marcado por la violencia. En febrero de 1952, Daniela no solo dejó a Carlos, sino que además realizó una denuncia en la comisaría de Villa Martelli por malos tratos y falta de alimentos, pero las autoridades de la comisaría no dieron crédito a lo expuesto.50 Unos meses después, volvieron a vivir juntos. En 1954, se mudaron a Córdoba porque el clima era favorable para la salud de Carlos. Al año siguiente, sin embargo, habían vuelto a separarse y no mantenían contacto. Daniela trabajaba como empleada doméstica en Buenos Aires, Carlos seguía viviendo en Córdoba y pedía a sus hijos información sobre su madre; les preguntaba si les escribía, si los visitaba, si sabían algo de ella. En sus cartas, Carlos se esforzaba por presentarse como un buen padre, presente, afectuoso, responsable del bienestar de sus hijos:
Mi hijo yo estoy muy bien y tratando de ganar plata para pagarme mi pensión y pronto mandarte algún regalito; decime si te ase falta algo o si queres que te mande un giro con dinero asi vos te compras lo que mas te guste y decime la cantida que tengo que mandarte.51
…cuando vengan se van a llevar una gran sorpresa y mucha alegría al ver lo que estoy asiendo por ustedes, y para ustedes, van a decir papito cuanto que trabajastes para ganar todo esto, entonces si vamos a estar bien y juntos para siempre.52
Más allá de que no pudiera cumplir con el papel de proveedor que se esperaba de él y de que estuviese separado de la madre de los niños, las cartas de Carlos permiten observar el ideal familiar al que aspiraba: ser admirado por lo que había logrado hacer con su trabajo para poder “estar bien y juntos para siempre”. Las cartas pueden leerse también en un sentido más estratégico. Es probable que Carlos supiera que la imagen de sí mismo que lograra construir ante las autoridades de la Dirección de Menores y de los Hogares en donde estaban sus hijos no solo impactaría en el futuro de los niños dentro de esas instituciones, sino también en las decisiones de Daniela.
Como ha señalado Isabella Cosse, hacia fines de la década de 1940, la responsabilidad de los padres respecto de sus hijos ganó relevancia en la discusión pública en el marco del debate sobre los derechos de los hijos concebidos fuera de relaciones matrimoniales. Se esperaba que los padres pudieran sostener económicamente a la familia, pero también que brindaran “cuidados, protección y amparo durante la infancia”.53 Las obligaciones de las madres, por su parte, estaban firmemente establecidas, y “la mayor falta que podía cometer una mujer era abandonar a su hijo”.54 Daniela seguramente lo sabía, como sabía que, incluso si la maltrataba y le negaba alimentos, mientras Carlos lograse presentarse como un buen padre ante las autoridades -del hogar o la comisaría-, ella solo podía asumir el papel reprobable de la madre que abandonó el hogar, o el de la que, redimida, había retornado junto a su marido e hijos. Hasta 1955, esa parece haber sido la disyuntiva en la que se movía la vida de Daniela. En 1956, después de dejar a su esposo, y con claras limitaciones materiales para escribir o visitar a sus hijos, buscaba la forma de mantener el contacto con sus hijos y mostrarse como una madre presente:
No pude hir a verte el cumpleaños tuyo y [no legible] la fecha vos sos grande y comprendera que tu mamita esta sola para luchar y ustedes son 4 para verlos y estan separado y el mas chiquito Robertito tuvo enfermito asi fue no crea que tu mamita se olvido de tu no tengo dinero con la enfermeda de tu hermanito pero pronto voy hijito pórtate bien ya que tu mamita llora dia y noche porque tuve mala suerte y luchar sin tener donde hir trabaho de mucha [no legible] pero los patrones me dejan salir después de las 2 y no puedo pero pronto voy no te pongas triste se bueno y obediente.55
Robertito esta enfermito le isieron tranfucion de sangre por eso no puedo hir porque tengo muchos gasto y pronto si dios quiere vas a venir a estar conmigo y la ropa que te lleve hequivocada guardala que es de Robertito y Jorgito.56
Tanto la descripción de las dificultades que atravesaba y que le impedían escribir o visitar más frecuentemente a los niños, como las promesas de próximas visitas y la expresión del deseo de estar juntos eran elementos clave en el sostenimiento del vínculo familiar. Como ha señalado Loretta Baldassar, encontrar el tiempo y el dinero para escribir era un factor importante. Del mismo modo, las emociones de extrañarse y añorar un reencuentro eran parte integral del trabajo de parentesco.57 Las cartas permitían sostener la idea de una copresencia virtual mientras se escribían y mientras se leían, especialmente porque la referencia a estas emociones evocaba un deseo que se asumía como compartido.
Las cartas también eran objetos que podían guardarse, aunque no es posible saber si los niños tenían permitido conservarlas. Las autoridades del hogar eran quienes las abrían y leían en primer lugar. Muchas cartas están marcadas, subrayadas, anotadas en los márgenes por el personal de los hogares, que remarcaba quién era el destinatario y las razones que explicaban la ausencia de sus familiares a las visitas establecidas. Quienes las enviaban sabían que no solo serían leídas por los niños: en algunos casos, incluso destinaban unas líneas al director del hogar o a la maestra. No hay registro de cómo se distribuían, si los niños las leían solos, si ellos podían guardarlas o si eran archivadas en sus legajos. Algunos indicios permiten pensar que eran ellos mismos quienes las leían -no hay cartas en los legajos de niños menores a la edad en la que se esperaba que aprendiesen la lectoescritura- y que, al menos en algunos casos, luego eran archivadas, puesto que de otro modo no hubiesen quedado en los legajos. No obstante, es posible que hubiese otras que los niños hayan llevado consigo al egresar de las instituciones. En efecto, en los documentos muchas veces hay referencias a cartas que no están en los archivos.
Para los niños, escribir también era una forma de crear copresencia con sus familiares. Por las respuestas que obtenían, es posible saber que pedían que los visitaran, que los llevaran de vacaciones, que les enviaran distintas cosas. Aunque la mayor parte de las cartas escritas por los niños no se han conservado, es posible encontrar algunas en los legajos que revelan que no solo les permitían mantener el vínculo con ellos, sino también con otros parientes y personas cercanas a la familia. En una misiva dirigida a su madre, fechada en junio de 1952, Laura Gorski, que tenía entonces ocho años, enviaba saludos al “Señor Celso y a tía” y “muchos saludos a Amelita”, e incluso señalaba que “primero a Amelita”.58 En otra, escrita al año siguiente, le preguntaba a su madre por Celso, a quien extrañaba mucho, y por Doña Filomena, a quien “quiero muchísimo”.59 Las noticias sobre otros parientes y allegados y el envío de saludos y palabras afectuosas también era frecuente en las cartas que niñas y niños recibían, con cuyo intercambio sostenían un sentido de pertenencia a redes familiares amplias.
Asimismo, los familiares a menudo enviaban fotografías. Su intercambio también incluía a otros parientes y se concentraba en momentos específicos de la vida de los niños, como su primera comunión. Como han señalado Mirta Lobato y Daniel James, las fotografías son “artefactos materiales” que permiten sostener la identidad en cuanto que “ofrecen la ilusión de lo natural, la identificación inmediata con los símbolos e imágenes presentes” en ellas.60 Recientes estudios etnográficos han destacado la relevancia de las fotografías como objetos materiales, y apuntan que “algunas fotografías son fotografías familiares porque son compartidas, y la familia es constituida, entre otras cosas, por el compartirlas”.61 El envío de fotografías de parientes con los que no podía tenerse un contacto cotidiano reponía su presencia. Su valor se vinculaba a la posibilidad de representar con fidelidad la imagen de la persona querida, pero también con lo difícil que resultaba hacerse de ellas, aun en tiempos en los que la práctica fotográfica se estaba volviendo masiva.
En una carta de abril de 1949, por ejemplo, Martina le avisaba a su hijo Rogelio que la próxima vez que fuera a visitarlos llevaría “la maquinita para sacarles fotos”.62 Lo más probable es que Martina estuviera hablando de una cámara prestada y que no haya podido conseguirla porque al mes siguiente, en otra carta, retomaba el tema de las fotos: “esta vez cuando vaya a verlos, voy a llevar la maquina para sacarles fotos”.63 En la Argentina, la práctica fotográfica trascendió los usos elitistas entre los años treinta y sesenta del siglo XX, a medida en que se abarataron las cámaras y se simplificaron los procesos técnicos requeridos para utilizarlas.64 Sin embargo, es posible que para personas como Martina comprar uno de estos artefactos fuera aún inaccesible y que, para tomar las ansiadas fotografías, dependiera de la buena voluntad de quien pudiera prestarle alguno. Un tiempo después, ella volvía a hablar de las fotos en sus cartas. Le pedía a su hijo que conversara con el cura que dirigía el hogar porque quería fotografiar a sus dos hijos juntos “para que me salgan con más economía”, pedido que se reiteraría en varias de las cartas que envió en los meses siguientes.65
Ahora bien, ¿por qué Martina insistió tanto para poder tener fotografías de sus hijos? ¿Qué lugar tenían las fotografías en la experiencia de la maternidad de mujeres como ella? Como ha mostrado Olena Fedyuk, “en un mundo de niños, en el que las transformaciones físicas y visibles son parte de la vida cotidiana, las imágenes visuales proveen una cercanía” única.66 Tener sus fotografías podía ser no solo una forma de tenerlos más cerca, sino de no perder registro de la infancia de sus hijos. En este sentido, Andrea Torricella ha observado que desde fines de los años treinta distintos discursos incentivaban a madres y padres a retratar a sus hijos para tener “recuerdos perdurables” de sus vidas, para poder verlos “tal como fueron antes”, en una clave que revelaba la importancia que había ganado la infancia como momento en el que se forma la personalidad adulta.67 Las fotografías “materializan la intención de compartir memorias con otros en el futuro”.68 Para mujeres como Martina, poder tomar fotografías de sus hijos no solo respondía a un imperativo social respecto de cómo valorar la infancia, sino que profesaba la expectativa de una futura reunificación, en la que la separación que habían atravesado fuese solo un recuerdo.69
¿Qué es el amor maternal? La respuesta a esta pregunta solo tiene sentido si se sitúa en relación con las experiencias de actores históricos específicos. A lo largo de este texto se propuso abordar dos sentidos vinculados a esta emoción en las experiencias de mujeres que tenían a sus hijos internados en hogares para niños en la ciudad y la provincia de Buenos Aires a mediados de siglo XX: el amor como responsabilidad material, y el amor como copresencia. Aunque distinguibles, estos sentidos aparecen muchas veces superpuestos, lo que muestra la complejidad de las experiencias emocionales que se nombran a partir de una misma expresión.
En los casos aquí analizados, ambos sentidos eran tensionados, además, por el propio hecho de la institucionalización. La copresencia que se buscaba a través de las cartas, fotografías y otros objetos intentaba mantener el vínculo afectivo a pesar de la separación física. Del mismo modo, el envío de distintos elementos con los que se procuraban el bienestar y la felicidad de los niños subrayaba la responsabilidad material de quienes habían recurrido al socorro institucional por no poder sostener económicamente a sus hijos.
¿Qué relevancia tienen las condiciones materiales de vida en el amor maternal? Las experiencias emocionales vinculadas a la maternidad de las mujeres de clase trabajadora han recibido una atención menor por parte de la historiografía, quizás por la dificultad para hallar fuentes históricas que permitan abordarlas en relación con las disponibles para pensar las de los sectores medios y las elites.70 Las cartas conservadas en los legajos de los niños son, en este sentido, un registro de enorme riqueza para problematizar las nociones de maternidad e infancia de mujeres trabajadoras, sus negociaciones respecto de los parámetros a partir de los que los agentes institucionales las evaluaban y de los modelos de maternidad construidos por médicos, psicólogos y especialistas varios que para ellas podían resultar no siempre alcanzables, y no siempre deseables. Ahora bien, si las mujeres se esforzaban para que sus cartas se adaptaran a lo esperado por los agentes institucionales, las referencias a los objetos remiten a un registro más directo de la relación con sus hijos: cuando hablan de los objetos, en general, les hablaban a ellos.
Las madres de los niños internados en los hogares contaban con limitados recursos económicos. En la mayoría de los casos, su participación en el mercado de trabajo era fluctuante, abarcaba ocupaciones diversas, más o menos formalizadas, y estaba marcada por su situación familiar. Los objetos enviados a los niños institucionalizados forman parte de un lenguaje de vínculos afectivos, codificado en el marco de una cultura material y de condiciones de vida particulares. Grandes encomiendas de dulces y frutas, así como pequeñas sumas de dinero para comprar caramelos o ir al cine, zapatos, pelotas, bicicletas o fotografías, conjuraron la ilusión de acompañar, proteger, gratificar a los hijos que no podían tener consigo. Más allá de lo que hayan hecho sentir a los niños, fueron el soporte material de los sentimientos de sus madres, y de la agencia que labraron para estar cerca suyo.
Allemandi, Cecilia. Sirvientes, criados y nodrizas. Una historia del servicio doméstico en la ciudad de Buenos Aires (fines del siglo XIX y principios del XX). Buenos Aires: Teseo-San Andrés, 2017.
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Castillo-Gallardo, Patricia. “Historia de la infancia observada desde los ejes del juego, juguete y desigualdad”. Revista Educação em Foco (en español) 20.3 (2015-2016): 289-322.
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Dalla-Corte Caballero, Gabriela. El Archivo de Señales del Hogar del Huérfano de Rosario: niñez, identidad y migración 1879-1914. Rosario: Prohistoria, 2013.
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Davidson, Hilary. “Holding the Sole: Shoes, Emotions and the Supernatural”. Feeling Things: Objects and Emotions Through History. Eds. Stephanie Downes, Sally Holloway y Sarah Randles. Oxford: Oxford University Press, 2018.
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Holloway, Sally. “Materializing Maternal Emotions: Birth, Celebration and Renunciation in England, c. 1688-1830”. Feeling Things: Objects and Emotions Through History . Eds. Stephanie Downes, Sally Holloway y Sarah Randles. Oxford: Oxford University Press , 2018.
Sally Holloway Materializing Maternal Emotions: Birth, Celebration and Renunciation in England, c. 1688-1830Feeling Things: Objects and Emotions Through History Stephanie Downes Sally Holloway Sarah Randles OxfordOxford University Press2018
James, Daniel y Mirta Z. Lobato. “Fotos familiares, narraciones orales y formación de identidades: los ucranianos de Berisso”. Entrepasados 24.25 (2003): 151-175.
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Milanesio, Natalia. Cuando los trabajadores salieron de compras: nuevos consumidores, publicidad y cambio cultural durante el primer peronismo. Buenos Aires: Siglo XXI , 2014.
Natalia Milanesio Cuando los trabajadores salieron de compras: nuevos consumidores, publicidad y cambio cultural durante el primer peronismoBuenos AiresSiglo XXI2014
Pita, Valeria. “Auxilios, costuras y limosnas. Una aproximación a las estrategias de sobrevivencia de trabajadoras pobres en la ciudad de Buenos Aires.1852-1870”. Estudios del ISHiR 20 (2018): 135-151.
Valeria Pita Auxilios, costuras y limosnas. Una aproximación a las estrategias de sobrevivencia de trabajadoras pobres en la ciudad de Buenos Aires.1852-1870Estudios del ISHiR202018135151
Rustoyburu, Cecilia. “Jugando a la mamá en los tiempos de la revolución sexual. Los consejos psi sobre juegos y juguetes infantiles en los años sesenta”. Las infancias en la Historia Argentina. Intersecciones entre prácticas, discursos e instituciones. Comps. Lucía Lionetti y Daniela Míguez. Rosario: Prohistoria , 2010.
Cecilia Rustoyburu Jugando a la mamá en los tiempos de la revolución sexual. Los consejos psi sobre juegos y juguetes infantiles en los años sesentaLas infancias en la Historia Argentina. Intersecciones entre prácticas, discursos e instituciones Lucía Lionetti Daniela Míguez RosarioProhistoria2010
Scheinkman, Ludmila. “Publicidades de golosinas, consumo y felicidad infantil (Argentina, 1930-1943)”. Anuario del Instituto de Historia Argentina 18.1 (2018): 1-26.
Ludmila Scheinkman Publicidades de golosinas, consumo y felicidad infantil (Argentina, 1930-1943)Anuario del Instituto de Historia Argentina1812018126
Stawsky, Martín. “Asistencia social y buenos negocios: política de la Fundación Eva Perón (1948-1955)”. Tesis de maestría en Ciencias Sociales, Universidad Nacional de General Sarmiento, 2008.
Martín Stawsky Asistencia social y buenos negocios: política de la Fundación Eva Perón (1948-1955)Tesis de maestríaUniversidad Nacional de General Sarmiento2008
Torricella, Andrea. “Género, prácticas de re-presentación familiares/personales y fotografías. Usos y sentidos de la propia imagen y su devenir doméstico. Argentina, 1930 a fines de 1960”. Tesis de doctorado en Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes, 2012.
Andrea Torricella Género, prácticas de re-presentación familiares/personales y fotografías. Usos y sentidos de la propia imagen y su devenir doméstico. Argentina, 1930 a fines de 1960Tesis de doctoradoUniversidad Nacional de Quilmes2012
[1]Se usa esta noción para caracterizar a las mujeres en las que se centra esta investigación porque es la que ellas utilizan para hablar de sí mismas, aunque podría considerarse que forman parte de la clase trabajadora. Para una discusión sobre las potencialidades de articular los campos historiográficos de la pobreza y el trabajo, véase Valeria Pita, “Auxilios, costuras y limosnas. Una aproximación a las estrategias de sobrevivencia de trabajadoras pobres en la ciudad de Buenos Aires.1852-1870”, Estudios del ISHiR 20 (2018): 135-151.
[2]La Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires, creada en 1823 por Bernardino Rivadavia, desempeñó un papel importante en la administración de diferentes organizaciones benéficas durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. En 1946 fue intervenida por el gobierno peronista y finalmente disuelta en 1948. Las instituciones que dependían de ella fueron absorbidas por el Consejo Nacional de Menores. Este cambio institucional marca un límite a las fuentes que se encuentran disponibles para la consulta: el Archivo General de la Nación solo dispone de los legajos de menores que fueron iniciados en una fecha anterior a 1948, la mayoría de los cuales fueron completados con posterioridad a esa fecha por las instituciones que luego ocuparon su lugar. Valeria Pita, La casa de las locas. Una historia social del Hospital de Mujeres Dementes. Buenos Aires, 1852-1890 (Rosario: Prohistoria, 2012); Donna Guy, Las mujeres y la construcción del Estado de Bienestar. Caridad y creación de derechos en Argentina (Buenos Aires: Prometeo, 2011); Carla Villalta, Entregas y secuestros. El rol del Estado en la apropiación de niños (Buenos Aires: Ediciones del Puerto, 2012).
[3]Carta dirigida a Antonio, firmada por su madre, 25 de octubre de 1950. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.902, s.f. En todos los casos, se respetó la ortografía y la puntuación de los documentos citados y se cambiaron los nombres de las personas involucradas para respetar su anonimato.
[4]Para Argentina, véase Ricardo Cicerchia, “Las vueltas del torno: claves de un malthusianismo popular”, Mujeres y cultura en la Argentina del siglo XIX, ed. Lea Fletcher (Buenos Aires: Feminaria, 1994) 196-206; Gabriela Dalla-Corte Caballero, El Archivo de Señales del Hogar del Huérfano de Rosario: niñez, identidad y migración 1879-1914 (Rosario: Prohistoria, 2013).
[5]Marcela Nari, Políticas de maternidad y maternalismo político, Buenos Aires, 1890-1940 (Buenos Aires: Biblos, 2004); Villalta; Cecilia Allemandi, Sirvientes, criados y nodrizas. Una historia del servicio doméstico en la ciudad de Buenos Aires (fines del siglo XIX y principios del XX) (Buenos Aires: Teseo-San Andrés, 2017); María Marta Aversa, “Un mundo de gente menuda. El trabajo infantil tutelado. Ciudad de Buenos Aires, 1870-1920” (Tesis de doctorado en Historia, Universidad de Buenos Aires, 2014).
[7]Cecilia Rustoyburu, La medicalización de la infancia. Florencio Escardó y la Nueva Pediatría en Buenos Aires (Buenos Aires: Biblos, 2019).
[8]Isabella Cosse, Estigmas de nacimiento. Peronismo y orden familiar, 1946-1955 (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2006) 56.
[10]Peter Stearns y Carol Stearns, “Emotionology: Clarifying the History of Emotions and Emotional Standards”, American Historical Review 90.4 (1985): 813-816; Barbara Rosenwein, “Worrying about Emotions in History”, American Historical Review 107.3 (2002): 821-845; Emma Griffin, “The Emotions of Motherhood: Love, Culture and Poverty in Victorian Britain”, American Historical Review 123.1 (2018): 60-85.
[11]Cosse; Carolina Biernat y Karina Ramacciotti, Crecer y multiplicarse: la política sanitaria materno-infantil. Argentina, 1900-1960 (Buenos Aires: Biblos, 2013); Isabella Cosse, Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta: una revolución discreta en Buenos Aires (Buenos Aires: Siglo XXI, 2010); Rustoyburu.
[12]A partir de la revisión de más de 200 legajos de niños conservados en el Fondo Documental de la Sociedad de Beneficencia del Archivo General de la Nación, iniciados entre 1947 y 1949, fueron seleccionados 84 casos que se analizaron de manera más detallada. En este texto, se trabaja exclusivamente con 20 legajos que incluyen cartas que hacen referencia a objetos enviados a los niños. Si bien los legajos fueron iniciados a fines de los años cuarenta, cubren un periodo de tiempo variable que depende de la duración de la institucionalización de los niños. En muchos casos, los legajos contienen información que permite seguir la trayectoria de los niños y sus familias por varios años. Estos legajos incluyen distintos tipos de documentos: desde la solicitud de admisión, hasta registros de visitas, cartas, informes ambientales, reportes médicos, entre otros.
[13]Sally Holloway, “Materializing Maternal Emotions: Birth, Celebration and Renunciation in England, c. 1688-1830”, Feeling Things: Objects and Emotions Through History, eds. Stephanie Downes, Sally Holloway y Sarah Randles (Oxford: Oxford University Press, 2018) 4788. Todas las traducciones realizadas a lo largo del artículo han sido realizadas por la autora. Sobre los objetos emocionales, véase María Bjerg, “El cuaderno azul, el perro de peluche y la flor de trencadís. Una reflexión sobre la cultura material, las emociones y la migración”, Pasado Abierto 9 (2019): 40-157.
[14]Loretta Baldassar, “Missing Kin and Longing to be Together: Emotions and the Construction of Co-presence in Transnational Relationships”, Journal of Intercultural Studies 29.3 (2008): 257.
[15]María Bjerg, Lazos rotos. La inmigración, el matrimonio y las emociones en la Argentina entre los siglos XIX y XX (Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes Editorial, 2019) 26.
[16]“Carta fechada el 14 de septiembre de 1950”. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.887, s.f.
[17]“Carta fechada el 9 de abril de 1949”. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.983, s.f.
[18]Rubén E. Correa y Marta Elizabeth Pérez, “El arte de hacer: ‘pliegos de peticiones’, ‘manifiestos’ y prácticas culturales de los trabajadores en los orígenes del primer peronismo” (Ponencia, XVI Jornadas Interescuelas / Departamentos de Historia, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2017).
[19]Como muestra Martín Stawsky, en 1952 la Fundación Eva Perón usó una cantidad similar de dinero para comprar 19 mil camperas (625 mil pesos) y 10 mil pares de zapatos (610 mil pesos). Martín Stawsky, “Asistencia social y buenos negocios: política de la Fundación Eva Perón (1948-1955)” (Tesis de maestría en Ciencias Sociales, Universidad Nacional de General Sarmiento, 2008) 45.
[20]Hilary Davidson, “Holding the Sole: Shoes, Emotions and the Supernatural”, Feeling Things: Objects and Emotions Through History, eds. Stephanie Downes, Sally Holloway y Sarah Randles (Oxford: Oxford University Press, 2018).
[21]Natalia Milanesio, Cuando los trabajadores salieron de compras: nuevos consumidores, publicidad y cambio cultural durante el primer peronismo (Buenos Aires: Siglo XXI, 2014) 39.
[22]Marina Kabat, “La industria del calzado argentina bajo los dos primeros gobiernos peronistas”, Revista de Economía del Caribe 11 (2013): 119.
[23]“Carta fechada el 4 de diciembre de 1950”. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.986, s.f.
[24]En un primer documento, Hortensia declaró no tener trabajo, pero en el informe siguiente sostuvo que trabajaba en un hotel y que su labor le impedía controlar al niño.
[25]“Informe del gabinete psicológico”. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.986.
[26]“Informe ambiental”, 2 de agosto de 1951. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.986. En este documento hay datos sobre los hijos de Hortensia que no coinciden con los expuestos previamente. Aquí Hortensia declaró que, además de Bernardo, tenía un hijo de nueve años que se encontraba al cuidado de una tía paterna en la provincia de Santiago del Estero, y otro hijo que había muerto a los dos años de edad.
[27]“Informe”, [sin fecha, pero al que, por su posición en el legajo, podemos situar en 1951]. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.986.
[28]AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.986.
[29]“Carta dirigida a Esteban de parte de su madre”, 12 de mayo de 1949. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.913, s.f.
[30]“Carta dirigida a Diego de parte de su madre”, 12 de mayo de 1949. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.914, s.f.
[31]“Informe”, 14 de febrero de 1949. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.914.
[32]Ludmila Scheinkman, “Publicidades de golosinas, consumo y felicidad infantil (Argentina, 1930-1943)”, Anuario del Instituto de Historia Argentina 18.1 (2018): 1-26.
[35]Daniela Pelegrinelli, “La República de los Niños. La función de los juguetes en las políticas del peronismo (1946-1955)”, IICE 17 (2010): 39.
[38]AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.886, s.f.
[39]AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.886, s.f.
[40]“Carta fechada el 1 de septiembre de 1950”. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.886, s.f.
[41]“Carta fechada el 29 de julio de 1951”. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.886, s.f.
[42]Esta idea ha sido ampliamente discutida por autores como Walter Benjamin, Philippe Ariès y Pierre-Noel Denieul. Una síntesis de sus posiciones puede encontrarse en Patricia Castillo-Gallardo, “Historia de la infancia observada desde los ejes del juego, juguete y desigualdad”, Revista Educação em Foco (en español) 20.3 (2015-2016): 322.
[43]Cecilia Rustoyburu, “Jugando a la mamá en los tiempos de la revolución sexual. Los consejos psi sobre juegos y juguetes infantiles en los años sesenta”, Las infancias en la Historia Argentina. Intersecciones entre prácticas, discursos e instituciones, comps. Lucía Lionetti y Daniela Míguez (Rosario: Prohistoria, 2010) 215-236.
[46]“Carta dirigida a Roberto de parte de su madre”, 29 de marzo de 1949. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.903, s.f.
[47]Micaela Di Leonardo, “The Female World of Cards and Holidays: Women, Families and the Work of Kinship”, Signs 12.3 (1987): 443.
[48]“Carta dirigida a Carlos Rey”, 20 de octubre de 1955. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.984, s.f.
[49]“Carta dirigida a Gerónimo”, 20 de octubre de 1955. ANG, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.984, s.f.
[50]“Solicitud de admisión”, 29 de febrero de 1952. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.984, s.f.
[51]“Carta dirigida a Gerónimo”, 9 de septiembre de 1956. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.984, s.f.
[52]“Carta dirigida a Gastón”, 10 de diciembre de 1956. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.985.
[55]“Carta dirigida a Gregorio”, septiembre [sin indicación de día y año. Por lo que describe y su ubicación en el legajo, es probable que haya sido escrita en 1956]. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.984, s.f.
[56]“Carta dirigida a Gregorio”, 1956 [sin indicación del mes]. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.984, s.f.
[58]“Carta dirigida a la madre”, 4 de junio de 1952. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.814.
[59]“Carta dirigida a la madre”, 8 de 1953 [sin indicación del mes]. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.814, s.f.
[60]Daniel James y Mirta Z. Lobato, “Fotos familiares, narraciones orales y formación de identidades: los ucranianos de Berisso”, Entrepasados 24.25 (2003): 165.
[61]Adam Drazin y David Frohlich, “Good Intentions: Rebembering through Framing Photographs in English Homes”, Ethnos 72.1 (2007): 52.
[62]“Carta dirigida a Rogelio”, 19 de abril de 1949. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.818, s.f.
[63]“Carta dirigida a Rogelio”, 5 de mayo de 1949. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, legajo 59.818, s.f.
[64]Andrea Torricella, “Género, prácticas de re-presentación familiares/personales y fotografías. Usos y sentidos de la propia imagen y su devenir doméstico. Argentina, 1930 a fines de 1960” (Tesis de doctorado en Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes, 2012).
[65]“Carta dirigida a Rogelio”, 11 de julio de 1949; “Carta dirigida a Rogelio”, 24 de julio de 1949; “Carta dirigida a Rogelio”, 14 de agosto de 1949. AGN, Buenos Aires, Archivo Intermedio, Fondo Secretaría de Niñez, Infancia y Familia, leg. 59.818, s.f.
[66]Olena Fedyuk, “Images of Transnational Motherhood: The Role of Photographs in Measuring Time and Maintaining Connections between Ukraine and Italy”, Journal of Ethnic and Migration Studies 38.2 (2012): 290.
[71]Cómo citar este artículo: Inés Pérez, “Objetos emocionales y sentidos del amor maternal: experiencias de mujeres pobres en Buenos Aires, 1940-1950”, Trashumante. Revista Americana de Historia Social 20 (2022): 102-121. https://doi.org/10.17533/udea.trahs.n20a06