Los jóvenes estudiantes y la política: crisis universitaria en el Cusco, Perú (1924-1927)

Resumen: Este artículo se propone abordar los orígenes de la crisis universitaria en el Cusco. Para tal fin, se analizarán el funcionamiento y el deterioro de su universidad, el surgimiento del grupo radical Ande a partir de espacios alternativos como la universidad popular y la revista Kosko y el desarrollo de la huelga universitaria de 1927 y sus consecuencias. En relación con ello, se evidencia que la crisis de la institución obedeció al abandono económico del Estado, el cual agravó sus múltiples problemas, aquellos que fueron denunciados por la nueva generación de jóvenes estudiantes, y conllevó al receso y la reorganización institucional.

Palabras clave: universidad, Cusco, crisis, política, estudiantes.

 

Young Students and Politics: University Crisis in Cusco, Peru (1924-1927)

Abstract: This article aims to address the origins of the university crisis in Cusco. The analysis consists of the University’s operation and deterioration, the emergence of Ande, a radical group, from alternative spaces such as the public University and the magazine Kosko. Also, the development of the university strike of 1927 and its consequences. The crisis of this institution was due to the economic abandonment of the State that aggravated its several problems, denounced by the new generation of young students, which led to recess and institutional reorganization.

Keywords: university, Cusco, crisis, politics, students.

 

Os jovens estudantes e a política: crise universitária em Cusco, Peru (1924-1927)

Resumo: Este artigo visa abordar as origens da crise universitária em Cusco. Para tal finalidade, analisa-se o funcionamento e a deterioração da universidade, o surgimento do grupo radical Ande a partir de espaços alternativos como a universidade popular e a revista Kosko e o desenvolvimento da greve universitária de 1927 e suas consequências.  Mostra-se que a crise da instituição se deveu ao abandono econômico do Estado que agravou seus múltiplos problemas, denunciados pela nova geração de jovens estudantes, levando ao recesso e à reorganização institucional.

Palavras-chave: universidade, Cusco, crise, política, estudantes.

 

Cómo citar este artículo: Alcides Daniel Sánchez de la Cruz y Luis Daniel Morán Ramos, “Los jóvenes estudiantes y la política: crisis universitaria en el Cusco, Perú (1924-1927)”, Trashumante. Revista Americana de Historia Social 20 (2022): 170-192.

DOI: 10.17533/udea.trahs.n20a09

 

Fecha de recepción: 27 de octubre de 2021

Fecha de aceptación: 25 de febrero de 2022  

 

Alcides Daniel Sánchez de la Cruz: Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Perú.

Correo electrónico: historiadaniel@gmail.com

 

Luis Daniel Morán Ramos: Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Actualmente, es docente investigador Renacyt de la Universidad San Ignacio de Loyola, Perú.

Correo electrónico: lmoran@usil.edu.pe

 

Los jóvenes estudiantes y la política: crisis universitaria en el Cusco, Perú (1924-1927)

Alcides Daniel Sánchez de la Cruz y Luis Daniel Morán Ramos*

Introducción

Pocas veces la historiografía se ha detenido a estudiar la crisis en las denominadas universidades menores[1] (periféricas) durante la primera mitad del siglo XX. Por lo general, se toma como caso principal y aislado a la Universidad de San Marcos, con lo que se pierden de vista la intensa migración de estudiantes hacia la capital y las redes de revistas que existían, lo cual adquirió mayor dinamismo con las persecuciones emprendidas por el régimen de Augusto Leguía. Ello hizo que muchos jóvenes en el ínterin fueran encontrando compañeros de viaje y establecieran nexos en oposición a un adversario común. En síntesis, las investigaciones sobre la instrucción superior y la reforma universitaria han reproducido el centralismo de nuestro país.

Un primer acercamiento a la reforma de la Universidad del Cusco está en el libro de Oscar Paredes, quien reparó en los primeros atisbos de huelga universitaria en la ciudad imperial, para después, incidir en el estallido de 1909.[2] Asimismo, Manuel Aparicio analizó los orígenes de la Asociación Universitaria, las protestas de 1909, la obra del rectorado de Giesecke y el aporte de la Generación de La Sierra.[3] También Mario Morales investigó como parte de su tesis el desarrollo académico alcanzado por la Universidad del Cusco entre 1910 y 1923.[4] Sumado a ello, otros autores que tomaron la dinámica universitaria cusqueña como parte de sus análisis fueron José Luis Rénique[5] y Mercedes Giesecke.[6] El primero remarcó el tránsito de la universidad del regionalismo hacia el radicalismo que daría origen a los primeros comunistas cusqueños. La segunda examinó la labor de la misión norteamericana de Henry Bard y su influencia en la política educativa del Perú.

La mayoría de los estudios se agotaron en 1923, cuando Giesecke abandonó el rectorado e inmediatamente después hacen referencia al receso universitario de 1927.[7] Es por eso que el presente trabajo pretende aportar al debate historiográfico mediante el análisis de los orígenes de la crisis universitaria en el Cusco durante el régimen de la Patria Nueva, teniendo en cuenta el afán centralizador y de represión contra los opositores al gobierno que predominó a partir de 1923. Así, primero se dará cuenta del funcionamiento de la Universidad y su deterioro por la falta de presupuesto y el abandono de los ideales de 1909. Luego, se analizará el surgimiento del grupo Ande a partir de espacios alternativos como la universidad popular y la revista Kosko en la coyuntura electoral de 1924, que desató persecuciones y exilios en todo el país. Finalmente, se examinará el desarrollo de la huelga universitaria de 1927 y sus consecuencias.

Cabe tener en cuenta que las pugnas de los jóvenes en el escenario universitario contra el Estado o las autoridades no explican por sí solas el surgimiento de estos movimientos estudiantiles y su radicalidad en la década de 1920. El accionar de los estudiantes en las universidades también tuvo su inspiración en el movimiento latinoamericano que inició en Argentina (1918) y recorrió Chile, Venezuela, Uruguay, Colombia, Cuba, México y Centroamérica.[8] Era el nacimiento de un discurso radical que trasladaba el modelo de la vetusta Universidad de Córdoba a todas las universidades de Argentina y América Latina para achacarles su carácter “tradicional”, aunque en realidad muchas de ellas ya habían iniciado hacía tiempo un paulatino proceso de modernización entendido por el Estado como la centralización de la educación superior.[9]

En este sentido, uno de los primeros estudios que analizó el movimiento reformista a escala latinoamericana fue el de Juan Carlos Portantiero, donde abordó a los estudiantes como sujetos sociales que se convierten en un sector que le disputa hegemonía a las élites, pero que al final termina dividido entre el comunismo y el populismo.[10] Al mismo tiempo, desde hace algunos años, investigaciones como las de Biagini rescataron la importancia del ciclo menor de 1908-1912 como precursor de los planteamientos reformistas y la conformación de una comunidad estudiantil de dimensiones continentales.[11] Sumado a ello, se ha empezado a revalorar a las revistas culturales y políticas como fuentes para el estudio de los movimientos estudiantiles. Al respecto, destaca la tesis de Natalia Bustelo, que examina las publicaciones estudiantiles como una forma de sociabilidad y organización para poder entrever el paso del momento gremial al político con la conformación de un sector radical en la Universidad de Buenos Aires.[12] Para el caso del Cusco, cabe mencionar que las revistas se convirtieron en centros de elaboración regionalista y de crítica al poder, dado que los periódicos estaban controlados por el gobierno.

Por otro lado, los movimientos estudiantiles estuvieron ligados a la emergencia de la clase media en América Latina, surgida particularmente en el Perú en el proceso de modernización emprendido por el Estado y la influencia del capital extranjero en una economía con incipiente desarrollo industrial y eminentemente agraria. Así, emergió este sector heterogéneo perteneciente a una cultura familiar tradicional, cuyos miembros no siempre terminaron ocupando los salones de la oligarquía, por lo que vieron frustradas sus expectativas, lo cual llevó a que un porcentaje de ellos se constituyeran en grupo pensante y radical que con el tiempo disputaría la hegemonía política. Asimismo, otro sector terminó en los claustros y su radicalidad estuvo relacionada con el crecimiento que experimentaron, la modernización emprendida por el Estado y la irrupción del capital extranjero que los dejó de lado.

A inicios de 1923, un gran sector de estudiantes de la Universidad de San Antonio Abad eran procedentes de los grupos latifundistas, hijos de hacendados, pequeños terratenientes provincianos y de profesionales de la burocracia liberal.[13] No obstante, iban en aumento los hijos de las clases medias empobrecidas. Según Nicolás Lynch, el grupo que participó en la universidad popular y los que se congregaron alrededor de Kosko pertenecían a la pequeña burguesía provinciana marcada por los cambios estructurales de su región. En su mayoría tenían íntima relación con el medio rural, procedían de algunos pueblos de la zona, familias campesinas, pequeños comerciantes o propietarios arruinados. De ahí que señalaron al gamonalismo como el responsable del atraso y la explotación.[14]

1.  Estructura y funcionamiento de la Universidad del Cusco

La Universidad de San Antonio Abad es una institución de origen colonial que resistió a inicios del siglo XX el embate contra los claustros menores y gozó de cierto remozamiento con la reforma emprendida durante el rectorado Albert Giesecke (1910-1923). Cabe tener en cuenta que su población universitaria era muy reducida, ya que para 1920 solamente había dos escuelas de educación secundaria en el Cusco.[15] En realidad, en todo el país la primaria tuvo mucha más cobertura por su gratuidad y obligatoriedad, mientras que la secundaria tenía un costo y era más escasa. Es decir, la instrucción se iba elitizando conforme se ascendía en sus niveles. Así, solo el 0.6% de quienes habían asistido a la escuela primaria accedían a la educación universitaria.[16] Particularmente, la Universidad del Cusco pasó de tener 70 estudiantes en 1902 a 148 en 1911.[17] Tres años después, José Gabriel Cosio daría cuenta de que “el número de alumnos [pasaba] de 170, distribuidos promedialmente a los últimos años así: Jurisprudencia, 70; Letras, 62; Ciencias Naturales, 30; Ciencias Políticas, 8”.[18]

La obra de Giesecke dejó profundas huellas y era revalorada de la siguiente manera: “El Cuzco i su juventud no podrán olvidar fácilmente a quien por tan largo lapso de tiempo imprimió rumbo i orientaciones a la Universidad de esta capital”.[19] Sin embargo, hacia 1924 la Universidad del Cusco había dejado de ser el motor de desarrollo y centro científico con el que había soñado este rector de origen norteamericano. Los problemas económicos eran asfixiantes, lo cual redundaba en la precariedad de su infraestructura y, dentro de ella, en el magro equipamiento de su biblioteca. Al respecto, un estudiante de la época comentaba que:

La bibliografía que [indicaban] los señores catedráticos [era] desconcertante; y vaya usted a la biblioteca a disipar alguna duda: pida un libro de Spengler, de Bergson, de Von Uexhull, algún tomo de La evolución de la humanidad que [iba] publicando la Biblioteca de Síntesis histórica, alguna publicación de las que [dirigía] Ortega y Gasset… y no hará más que obtener la respuesta tan desoladora: no hay.[20]

El 1 de junio de 1923, Giesecke presentó su renuncia irrevocable al cargo de rector, aprovechando que el gobierno lo nombró director general de Instrucción Pública. Inmediatamente, la Asamblea de Catedráticos designó para su reemplazo al doctor Eufracio Álvarez, quien era catedrático de Derecho Marítimo. Mientras tanto, la Universidad de San Antonio Abad no disponía de rentas propias, a diferencia de los demás claustros de la República, que contaban con arbitrios especiales que les daban mayor autonomía económica. Sus únicos ingresos eran los “provenientes de los derechos de matrícula, de exámenes y grados, que por su propia naturaleza [eran] contingentes, y las subvenciones fiscales [pagadas] en letra contra el tesoro público; pero que, por su difícil cobranza, [eran] vendidas con fuertes descuentos”.[21] Encima, para 1924, el fisco le adeudaba a San Antonio Abad más de 2 500 libras peruanas y la municipalidad no cumplía con abonarle la subvención destinada a la conservación de monumentos arqueológicos.[22]

En consecuencia, la Universidad de San Antonio Abad había quedado a la deriva con rentas que no alcanzaban para dar un pago justo a los catedráticos ni para garantizar el funcionamiento normal de sus facultades. En 1926, las de Derecho y Ciencias Políticas y Administrativas fueron cerradas temporalmente. Letras y Ciencias Biológicas tuvieron que ser fusionadas por falta de recursos, lo cual llevó a que “varios profesores [migraran] a Lima con los mejores alumnos”.[23] Además, la mayoría de los libros se adquirían mediante canje con la revista de la Universidad o donaciones, como la que realizó la Comisión Protectora de Bibliotecas de la República de Argentina en 1926.[24]

La falta de recursos repercutía en varios aspectos de la vida universitaria. Por ejemplo, los catedráticos tenían que granjearse otros ingresos realizando diversas actividades, lo cual hacía que su estancia en la universidad se redujera solamente al tiempo de clases. Un alumno de la época mencionaba que “a más de las horas de clases, benditos si hay motivos para estar con ellos [los catedráticos]; si tienen múltiples campos de acción fuera de la universidad, en esta nosotros tenemos tiempo apenas para escuchar lección”.[25] En realidad, muchos docentes ejercían la abogacía, el periodismo o algún cargo público, aunque cabe resaltar el esfuerzo de Uriel García y Luis E. Valcárcel por siempre mantenerse a la vanguardia del conocimiento, así como, los denodados esfuerzos de este último por la ampliación del Museo Arqueológico y la organización del Archivo Histórico.[26]

La ley había establecido diferentes categorías de profesores, pero no preveía la forma en cómo se costearían sus sueldos, que en promedio bordeaban las doce libras mensuales por seis horas semanales de clases.[27] En palabras del rector Eufracio Álvarez, “no habiendo renta para retribuir al profesorado auxiliar ni para el extraordinario; el libre, ese ‘almácigo de maestros’ (…) donde las capacidades sobresalientes se revelan por la virtualidad de su vocación, carece de incentivo”[28]. Encima, los catedráticos dictaban un promedio de seis o siete cursos, lo cual impedía la especialización y neutralizaba el amplio dominio del curso.[29] Por consiguiente, la carencia de recursos hacía traslucir una labor docente rutinaria, la falta de dominio de la cátedra y la ausencia de adecuados métodos para una asimilación del conocimiento.[30]

Aparte de ello, no existía un proyecto de universidad, dado que —como se mencionaba en la revista Kosko— “una reunión de profesores que solo [tenía] con la universidad el contacto que [suponía] el desempeño de la clase y una masa de estudiantes dispersa por una población que solo [acudía] a las aulas con la esperanza de obtener un diploma o un título, no [formaba] universidad”.[31] En el sentir de Uriel García, “la universidad se había apartado por completo de los ideales de 1909”.[32] Así, la comunidad de principios que sostenía el “espíritu universitario”[33] cedía el paso a pugnas como las que provocaron el distanciamiento entre Uriel García y Luis E. Valcárcel por el rectorado. Mientras tanto, desde la perspectiva estudiantil, los concursos para el desempeño de las cátedras eran empañados por el juego de influencias y los intereses personales.[34]

La Universidad había perdido el afán por resolver los problemas regionales y dar soluciones al atraso de los pueblos, convirtiéndose —según la revista Kosko— en una “escuela de mecanización” que solamente preparaba profesionales orientados al lucro.[35] En realidad, en San Antonio Abad seguían primando las profesiones liberales, cuyo tipo social característico —según Uriel García— era el abogado que combinaba el compadreo colonial, la intriga jesuítica y la sutileza del político criollo.[36] Por ejemplo, en 1926 se confirieron 40 grados de bachiller, de los cuales, 31 correspondían a la Facultad de Jurisprudencia, ocho a la de Letras y uno a la de Ciencias Políticas y Económicas.[37] Por tanto, la mayoría eran graduados en Derecho que se incorporaban rápidamente a las filas de la burocracia o a los estudios jurídicos del Cusco, y que muchas veces defendían los intereses de los gamonales.

Si se considera todo lo mencionado, era muy patente la sensación de crisis universitaria entre el alumnado, el cual se lamentaba con las siguientes palabras: “No sé con qué clase de honor hay necesidad de estar para no sobrecogerse ya de acerba tristeza, ya de horror, dentro del estado actual de nuestra universidad”.[38] Con el transcurrir del tiempo, las autoridades —como el rector Eufracio Álvarez— también aceptaron que la Universidad estaba viviendo una crisis y señalaron que esta:

Obedecía a múltiples y complejos factores entre los cuales se [destacaban]: lo incipiente de la cultura general, la falta de más acertada organización de la enseñanza, sobre todo en los grados inferiores sin base de experiencia y de adaptación a la realidad social; el deficiente apoyo que presta a la universidad el Estado, y la indiferencia de la opinión pública respecto a su desarrollo.[39]

Sobre ello, es posible decir que los jóvenes que ingresaron a la Universidad del Cusco después de la salida de Giesecke encontraron una institución que paulatinamente se iba perdiendo en la ruina financiera, mientras se alejaba del espíritu democrático y activo de 1909. Lo cierto era que, este académico norteamericano había llegado al rectorado gozando del respaldo del primer gobierno de Leguía (1908-1912) para adaptar el modelo del college estadounidense a la realidad cusqueña. Aunque con el tiempo la tendencia del presupuesto público era invertir más en la educación técnica que en las universidades, gracias a las relaciones personales y políticas que tuvo Giesecke durante su gestión, San Antonio Abad pudo subsistir económicamente.[40] Al mismo tiempo, su prestigio, carisma y liderazgo lograron canalizar la inquietud estudiantil hacia la investigación de los problemas regionales. Sin embargo, este orden de cosas no resistió a su ausencia.

En otras palabras, entre los años de 1923 y 1926, la crisis fue ganando espacio en la Universidad, en tanto que la situación económica empeoraba y la labor de los alumnos y los maestros se veía interrumpida por diversos factores. Más aún, los canales directos de expresión intrauniversitaria de los estudiantes se fueron cerrando con la coyuntura electoral de 1924, a la vez que el miedo al cierre de los claustros se acrecentaba. Ante esto, insurgieron jóvenes pertenecientes a las clases medias que buscaron nuevos espacios dónde moverse, medios alternativos de difusión y fuentes de aprendizaje. Todo esto, en un contexto politizado previo a la reelección de Leguía, donde las provincias del sur jugaron un papel muy importante como oposición, levantando las banderas del regionalismo.

2.  Espacios alternativos y el surgimiento del grupo Ande

Eran tiempos donde el movimiento reformista latinoamericano se veía influenciado por el sentido social de las revoluciones rusa y mexicana, así como el fin de la Primera Guerra Mundial, que, ante la destrucción europea, vio emerger la figura de la juventud americana como la esperanza para el cambio cultural y político.[41] Lo anterior, en momentos en los que se daba una transformación cualitativa en la dinámica de las comunicaciones del planeta, la cual dotó de mayor alcance a los acontecimientos. En este marco, las potencias imperiales hegemónicas llegaban a todas las partes del globo, lo que generaba la idea de una suerte de “primera globalización”.[42] Ello sometió a los jóvenes latinoamericanos a una serie de estímulos, frente a los cuales respondieron con diversas acciones y discursos radicales. Específicamente, en el Perú se impulsó como un imperativo moral la responsabilidad de los intelectuales con el cambio social, la lucha por las clases populares y el mejoramiento de sus condiciones de vida.[43]

Así, concluida la agitación de 1919, los estudiantes se vieron frente a la necesidad de fundamentar teóricamente la reforma universitaria[44] y coordinar el movimiento a nivel nacional. Entonces, fue que Víctor Raúl Haya de la Torre como presidente de la Federación de Estudiantes del Perú (FEP) impulsó el Congreso Nacional de Estudiantes del Cusco (1920). En este, los representantes estudiantiles de las cuatro universidades “ se reunieron para discutir el papel de la educación en el desarrollo nacional”.[45] El evento fue subsidiado por el gobierno, se ofreció transporte a todos los asistentes y el rector Albert Giesecke de la Universidad San Antonio Abad fue el anfitrión.

En este congreso se discutieron y aprobaron multitud de cuestiones relativas a la organización y la orientación de la enseñanza. Entre ellas, la que tuvo mayor trascendencia fue la ponencia sostenida por el estudiante Abraham Gómez sobre las universidades populares, la cual fue defendida por Luis F. Bustamante y Víctor Raúl Haya de la Torre. En las catorce conclusiones relativas a esta institución se planteaba que dependería de la FEP y no de la universidad, como se veía en el antiguo concepto de extensión universitaria. Además, se insistió en sus objetivos netamente culturales. Sin embargo, se remarcaba que esta intervendría en todos los conflictos obreros, inspirándose en los postulados de la justicia social. Ello provocó una tensión entre una orientación puramente cultural y otra más política durante su corta vida,[46] lo cual no fue exclusivo de su desarrollo en el Perú, ya que fue algo común en Latinoamérica.[47]

La primera universidad popular se estableció en el local de la FEP el 21 de enero de 1921. Al mes siguiente se anunció la inauguración de la segunda sede en el barrio obrero de Vitarte. Luego, en 1922, se estableció en Arequipa, y pronto se extendieron por Trujillo, Huaraz, Ica, Chiclayo, Puno, Jauja, Salaverry y Callao. Esta última fue disuelta violentamente en julio de 1923 por disposición del prefecto. No obstante, la del Cusco se fundó en 1924, bajo el liderazgo de Casiano Rado, en un ambiente signado por la represión estatal y el repliegue de los movimientos reformistas. A pesar de ello, este fue un espacio que congregó a muchos jóvenes universitarios y permitió que tuvieran un contacto inicial con obreros, lo cual los llevó a descubrir nuevas realidades que estarían dispuestos a transformar.[48] Esto también fue incentivado por el discurso radical de Luis E. Valcárcel, quien en Tempestad en los Andes aseveró que “para que insurjan las masas indígenas solo [faltaba] un Lenin”.[49]

Muchas de las ideas de Valcárcel, así como las de Haya de la Torre, Mariátegui y Lenin, fueron difundidas entre 1924 y 1925 por la revista Kosko, que llegó a tener 63 números. Esta publicación se debía principalmente al esfuerzo de Roberto Latorre Medina, quien provenía de una familia relativamente pobre propietaria de una imprenta y que, agobiada por las deudas, finalmente la perdió.[50] Él había estudiado en el Colegio Nacional de Ciencias e ingresado a la Facultad de Letras de San Antonio Abad, pero no llegó a concluir sus estudios debido a las carencias y su fiebre de periodista. A costa de denodados esfuerzos, alquiló una imprenta y con apoyo de otros jóvenes intelectuales, como Luis Yábar Palacio y Luis Felipe Paredes, saldrían los primeros números de su revista.[51]

Aunque, Kosko no pertenecía exclusivamente a los jóvenes universitarios, les daba un canal para difundir su censura contra los claustros y las élites mediante la publicación de artículos. Criticaban la labor de los catedráticos, la falta de una biblioteca equipada, el espíritu intelectualista y la ausencia de un proyecto de desarrollo universitario.[52] Con todo ello, buscaban que la Universidad asimilara las corrientes modernas y también “la conformación de una comunidad de ideales entre maestros y discípulos que acortara la distancia espiritual que los separaba”.[53] Asimismo, la existencia de Kosko los aglutinó en torno a un núcleo de experiencia que sostenía cierta sociabilidad intelectual extrauniversitaria e incentivó una vida cultural e intelectual que no se encerrara en los claustros, lo cual, posteriormente, derivó en posiciones antiacadémicas como las que mostraron los miembros del grupo radical Ande.[54]

Eran tiempos donde, ante el control de los periódicos por parte del gobierno y el manejo oligárquico de las instituciones, apareció una vorágine de revistas en las ciudades—como una forma de hacer frente a los grupos de poder— que fueron canales de expresión de las clases medias. Específicamente en el momento en que se inauguró Kosko (1924), a nivel nacional existían 291 revistas y periódicos que al año siguiente se convirtieron en 347, lo cual contrastaba con 1918, cuando solo eran 167 publicaciones.[55] Según Flores Galindo, el crecimiento del número de publicaciones estuvo amparado en el aumento de la cantidad de lectores, lo cual fue consecuencia del crecimiento de las capas medias y la expansión de la educación primaria.[56] En ese contexto, apareció Kosko —junto con otras revistas del Cusco, como El Artesano— que se volcó en un espacio de elaboración regionalista. Al respeto, Rénique plantea que en estas revistas “se produjo esa gradual transición de la crítica artística a la crítica del poder, de la elaboración de emblemas culturales protestatarios a la difusión más definidamente política; de la exaltación de la raza a la definición del sujeto de la transformación revolucionaria”.[57]

Por otra parte, los tiempos electorales de 1924 fueron verdaderamente agitados con el camino a la reelección de Leguía. En varias zonas de país y la capital se organizaron los opositores. En el Cusco, el 15 de junio, durante una gran asamblea de la Asociación Universitaria, los líderes estudiantiles —después de un acalorado debate— aprobaron un manifiesto titulado La juventud Universitaria del Cusco a los pueblos del Perú y a las democracias libres de América.[58] Dicho documento, que empezó a circular en la ciudad, expresaba el ideal federalista como única forma de reorganizar el país, condenaba la reelección presidencial y convocaba a la población a que se abstuviera de votar. La respuesta del régimen de la Patria Nueva no se hizo esperar y tres jóvenes dirigentes universitarios fueron conducidos a la Isla San Lorenzo, mientras la versión oficial del gobierno sostenía que esto había sido parte de un plan de sedición con proyecciones a Lima, Callao y Arequipa.[59]

A causa de la represión, en la segunda semana de agosto, la universidad popular del Cusco fue clausurada, en Lima renunció el rector de San Marcos, Manuel Vicente Villarán, y se desataron efusivas manifestaciones estudiantiles. Paralelamente, los alumnos de San Antonio Abad abandonaron los claustros y su labor cultural para refugiarse en zonas recónditas desde donde escribían cartas a sus camaradas de Lima donde manifestaban que el destino que les aguardaba a todos los hombres que no querían pensar como el gobierno era “sentirse extranjeros dentro de su propio territorio”.[60] Esta situación era retratada así por un crítico de la época:

La Universidad agoniza (…) por falta de alumnos. Los claustros están solos y los estudiantes, arrojados por la violencia de su hogar espiritual, refugiándose, como alimañas acosadas, en pueblos y aldehuelas vecinas. No se les permite retornar a la casa de estudios. Entre esta última y ellos la violencia ha levantado una muralla (…) La Universidad del Cusco está, pues, prácticamente disuelta.[61]

En este ambiente de miedo, violencia y radicalidad política se fueron formando jóvenes como Aquiles Chacón, Jacinto Paiva, Sergio Caller, Julio Gutiérrez, César González Willis, Carlos Valer, Adolfo Delgado, Román Saavedra, Alfonso González Gamarra y Mariano Fuentes Lira. Ellos fueron el arquetipo de las nuevas juventudes que se estaban configurando con cierto desdén por la vida erudita e intelectualista. Se iban ligando a espacios y movimientos extrauniversitarios, donde bullían la cultura, el arte y la bohemia, y en los cuales se hacían más patentes problemas sociales frente a los que era imperativo fijar una posición. Por tal motivo, era necesario articularse de forma más orgánica y construir plataformas para poder condensar un pensamiento propio. Ese momento llegó en 1925, cuando formaron el grupo Ande.[62] Para ello, fueron vitales el apoyo y la orientación del editor de Kosko, Roberto Latorre, a quien las autoridades apresaron a finales de ese año.

Los nuevos jóvenes universitarios del grupo Ande pertenecían a una clase media empobrecida y encolerizada con el poder terrateniente y el capital extranjero. Eran parte del cambio en el espectro estudiantil de la Universidad de San Antonio Abad, donde —según José Luis Rénique— había cada vez más alumnos de las provincias y de extracción popular, como Juan Catacora, quien provenía de Puno. Asimismo, Sergio Caller era hijo de un maestro de escuela que al final terminó como obrero ferroviario. Al mismo tiempo, Julio Gutiérrez no gozaba de una buena economía, por lo cual tuvo que trabajar en labores agrícolas al terminar la escuela secundaria. Posiblemente, esto llevo al prefecto departamental a señalar que: “las revistas Kosko y El Artesano estaban a cargo de jóvenes universitarios hijos de padres obreros”.[63]

Las actividades extrauniversitarias de los jóvenes y la situación de zozobra que se vivía en los claustros y en la sociedad llevaron a que se perfilara un nuevo tipo de estudiante, el cual, a diferencia de sus antecesores, veía la disciplina y la erudición con desdén.[64] Un ejemplo de ello es que, de 195 alumnos matriculados en 1925, solo asistieron a clases en promedio 93, se presentaron al examen 95 y solo 51 lo aprobaron. Esto no escapó a los ojos de las autoridades universitarias, quienes señalaron que tal situación se debía a la supresión de las listas, “producto de un concepto exagerado de la libertad del estudiante y de un juicio inexacto acerca del nivel cultural de la universidad”.[65] Por tal motivo, plantearon que para remediar esta conducta de indisciplina estudiantil se optaría por la rendición de exámenes parciales mensualmente y no al final de cada bimestre.

En realidad, las medidas tomadas por las autoridades universitarias no tuvieron los efectos esperados y los jóvenes continuaron entregados a sus actividades culturales, que con el tiempo fueron volcándose a lo político. De esta manera, entre sus reuniones se aprobó la iniciativa del estudiante Román Saavedra para editar una revista mecanografiada llamada Pututo, la cual “era leída en sesión especial a la que concurría el grupo en pleno y luego quedaba a disposición de los miembros y colaboradores”.[66] Pronto esto redundó en las divisiones de tipo político que aparecieron en la Universidad.[67] Fue entonces que irrumpieron, dirigidos por Julio Luna Pacheco, los llamados socialistas peruanos o reformistas, quienes al poco tiempo devinieron en apristas. En contraposición, surgieron los llamados comunistas o radicales dirigidos por el grupo Ande y Casiano Rado, quien había retornado de Lima para realizar proselitismo político entre los estudiantes.[68] Sin embargo, en el Cusco, los radicales y reformistas asimilaron muchas ideas del marxismo, lo cual hizo que tuvieran puntos en común.

Esto se patentizó, según Sergio Caller, cuando en octubre de 1926 los grupos del Cusco confluyeron en la célula aprista.[69] Ahí se encontraban los miembros de la fenecida universidad popular, los animadores de Kosko, el grupo Ande y los socialistas peruanos de Julio Luna Pacheco. Esta suerte de alianza posiblemente se dio por la influencia de los estudiantes cusqueños en París, como Jacinto Paiva, que pertenecían a la Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos (AGELA), en cuyo seno se había organizado una célula del aprismo en 1925. Otro caso también eran Rafael y Alfredo González Willis, hermanos de César, quien fue miembro activo del grupo Ande y después organizador de la célula comunista. Muchos de estos actores que “descubrieron América en Europa”[70] se movían en distintos espacios y tenían intensa comunicación con sus lugares de origen. Cabe resaltar que al final de los días de la AGELA, sus impulsores tuvieron que optar por el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) o la ANERC (Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos).[71]

3. La huelga universitaria de 1927

A fines de 1926 se fue creando en la Universidad de San Antonio Abad un ambiente caldeado de rebeldía y el discurso reformista encontró eco entre los jóvenes universitarios. La mayoría de ellos habían tomado una posición declaradamente antiuniversitaria, ya que —desde su perspectiva— la universidad conservadora estaba desahuciada. Según el alumno Román Saavedra, la vida universitaria se traducía en “vida sanchopancesca, vida de tullidos y capones. De las aulas jesuíticas solo [zafaban] y continúan todavía, señoretes que en sus sórdidos estudios rumian su impotencia y [echaban] testuz peludo de asno”.[72] No cabe duda de que, con el tiempo, la crítica se había hecho cada vez más cruda y panfletaria.

Así, se anunciaron nuevas elecciones para el rectorado en mayo de 1927 y el rector Eufracio Álvarez se despidió en marzo, aceptando que la Universidad de San Antonio Abad atravesaba una crisis que era agravada por la situación política del país.[73] Sin embargo, a las pocas semanas, Álvarez se postuló nuevamente al cargo. Ante esto, los estudiantes se apresuraron a promover como su candidato al doctor Uriel García, quien, de innata vocación humanista —desde su óptica— era “la luz de futuro para la lucha sin tregua de los pueblos subyugados”.[74] Al respecto, el alumno Julio Gutiérrez mencionaba que “despojado de su innata adustez y hermetismo que lo hacían poco comunicativo, era uno de los nuestros”.[75]

El 23 de mayo —en vísperas de la elección— la Asociación Universitaria convocó a una asamblea general, donde se nombró una comisión de alumnos encargada de entrevistarse con algunos catedráticos jóvenes para solicitarles su voto a favor del candidato de la juventud. A pesar de ello, el día siguiente Eufracio Álvarez ganó la elección 9 a 3 votos 69.[76] Solo habían votado por Uriel García los catedráticos David Chaparro, Federico Ponce de León y Leandro Pareja. Incluso el tan ovacionado doctor Luis E. Valcárcel apoyó al reelegido rector, lo cual derivó en su distanciamiento con el doctor García y su posterior estigmatización por parte de los jóvenes radicales.

Al ver que su candidato había sido desestimado, los jóvenes se declararon en asamblea permanente mientras una veintena de oradores fustigaban a los catedráticos. Desde su perspectiva, estos maestros se encontraban desfasados con respecto a la situación política nacional y eran una rémora para el desarrollo de la Universidad, la cual habían tomado como si fuera su feudo. Seguidamente, se declaró la huelga universitaria y el doctor Uriel García fue declarado “Maestro de la juventud”. Luego se cerraron las puertas de San Antonio Abad y se nombraron comisiones de alumnos encargadas de hacer cumplir el paro de labores. En la noche se lanzó un manifiesto a la población, en el que se buscaba su adhesión y se aprobó un voto de censura al doctor José Gabriel Cosio por pedir la intervención de los cuerpos de seguridad y acusar a los estudiantes de saquear el archivo de la secretaría.[77]

Cuatro días después, los jóvenes atrincherados en los claustros emitieron un manifiesto firmado por el Comité de Huelga, donde explicaban los motivos que tenía el estudiantado para tomar esta medida de fuerza. Mientras tanto, la policía mantenía asediado el local universitario y se promovía un aluvión de denuncias contra los promotores de la huelga, entre los que figuraban los miembros del grupo Ande y todos los que pertenecían a la célula aprista. Posteriormente, el 2 de junio, la asamblea de estudiantes aprobó un voto de censura y expulsión contra el catedrático Víctor Guevara, quien había puesto como condición para la retirada de las fuerzas del orden que los alumnos firmaran un documento en el que deponían sus actitudes y pretensiones.[78]

En realidad, en términos legales los jóvenes universitarios no tenían la atribución de discutir la elección del rector, pero la huelga se convertía en un mecanismo para disputar la legitimidad de dicho acto, que omitía el sentir del estudiantado. Era una tensión entre lo instituido y lo instituyente, es decir, una forma de presionar buscando redefinir las reglas del juego. Por tanto, esto marcaba una pauta distintiva con nuevas ideas y perspectivas que se oponían a lo establecido, lo cual captaba el interés de la mayoría de los jóvenes universitarios y brindaba validez a la medida de fuerza. Sumado a ello, el conflicto universitario establecía y remarcaba la dicotomía de lucha entre estudiantes renovadores y catedráticos conservadores: los primeros, como símbolo del cambio universitario y social, y los segundos, como ejemplo del orden establecido excluyente en los claustros y la sociedad.

Al ser insostenible el estado de los claustros, el gobierno central, mediante el decreto supremo N.º 1761 del 27 de julio —que consideraba la “situación anormal”— declaró en receso a la Universidad de San Antonio Abad y nombró una comisión para elaborar un anteproyecto de reorganización.[79] Esta comisión trabajó en dicha tarea por seis meses y fue presidida por el doctor Fortunato Herrera e integrada por los doctores Luis. E. Valcárcel, Uriel García, José Gabriel Cosio, Leandro Pareja, José Segundo Rodríguez y el ingeniero Alberto Aranibar. También contó con el apoyo de los alumnos Carlos A. Lira y Aurelio Pérez.[80]

Tras el receso de la Universidad, los jóvenes del grupo Ande —apoyados por los miembros de la célula aprista— se dedicaron a editar la revista Kuntur, que, por su extrema beligerancia, solo tuvo dos números. Esta publicación formó parte del indigenismo radical militante o de izquierda. Sus colaboradores atacaron duramente al gamonalismo, al indigenismo oficial de Leguía y a los indigenistas menos radicales. Entre estos últimos, fueron señalados Luis E. Valcárcel y los integrantes de la revista La Sierra II.[81] La polémica se inauguró con la presentación de Kuntur por el estudiante Román Saavedra, con las siguientes palabras:

Una revista de combate […] redactada por un grupo de espíritus libres y que fue derechamente a fustigar canallas de todo pelaje. No se trataba de una labor de detectives, sino aplicar el cauterio al rojo a tantos ídolos purulentos como hay por allá. Es […] voz de una generación testiculada que desolló a todos los chiflados del pergamino; regó bastante kreso espiritual en el osario libresco de los grafómanos y no espolvoreó con alabanzas a los figurones de la política lugareña.[82]

En esta revista de ideas, arte y polémica, lo último se traducía en un tono panfletario de denuncia, cuyo espíritu estaba ligado al estilo iconoclasta de su director, Román Saavedra.[83] Asimismo, el comité de redacción se hallaba constituido por Sergio Caller, Aquiles Chacón, César González Willis, Rosa Rivero, Julio Moreno, Julio Enrique Torres, Oscar Rozas, Corina Latorre, Concepción Rivero, entre otros. Además, recibían colaboraciones de simpatizantes como Uriel García, Julio Luna, Antero Peralta y Roberto Latorre.[84]

Este grupo de jóvenes estudiantes no tenía un proyecto netamente universitario, ya que este solo se daba en la medida en que sirviera para el cambio social. Entonces, la universidad debía expandir la cultura, dado que —según su criterio— jamás fue su finalidad efectiva elevar culturalmente al pueblo. De acuerdo con el estudiante Carlos Valer, estos centros de enseñanza, junto con las escuelas, eran “hechura de los amos, de los intereses creados; solo [servían] para enseñar todo aquello que [guardaba] el patrimonio de los de arriba”.[85] Al mismo tiempo, según Uriel García, los claustros debían de poner en contacto a la juventud que estudiaba con los trabajadores, para oponerse a la esclavitud moderna.[86]

Según el ideario de Kuntur, los claustros debían de tomar posición ante los abusos contra las clases desheredadas y liderar la lucha por su liberación desde todas las dimensiones. En otras palabras, los fines de la universidad debían de ir más allá de lo académico para involucrarse en los problemas sociales. Por tal motivo, se reclamaba “menos sabiduría de aula, de mera erudición, de simple conocimiento técnico. En cambio, se pedía más eficacia educativa y de valor social —pues la simple idea no educaba—; es decir, actitud renovadora (…) de lo que permanece inmutable”.[87] En consecuencia, la universidad debía de convertirse en el foco de la revolución social y hacerle frente al coloniaje, al gamonalismo y al imperialismo capitalista.

Todo esto era parte de los objetivos de renovación educativa, de solidaridad con las masas y federación con los pueblos propuestos por el grupo Ande y Kuntur,[88] según los cuales, para que surgiera la nueva universidad, tenía que destruirse la “universidad feudal”, donde prevalecían los “doctores con alma de marqueses”,[89] aquellos que se repartían y heredaban las cátedras —así como los cargos—, excluyendo a los jóvenes. Por tal motivo, estos los pusieron en evidencia, al mencionar que “Félix Cosio hermano de José Gabriel, se [había] hecho cargo de la secretaría de la universidad… esta [era] una finquita de usufructo familiar; el caso [era] idéntico al de los Lorena, al padre sucédele Antonio Lorena [hijo]”.[90]

Entre los estudiantes más críticos, Román Saavedra mencionaba que la universidad no alentaba ningún ideal y lo único que producía era un “cáfila desvergonzada de abogados y apoderados”.[91] Es más, no se había originado en los claustros ni un hombre o ideario radical, solo “la estupidez enmedallada, la canallocracia triunfante; ni una convicción ni el bisturí que disecciona la gangrena nacional”.[92] En esa misma línea, el estudiante Julio Luna sostenía que San Antonio Abad no había desempeñado ningún rol apreciable en el acervo social de la región, ni mucho menos una conciencia social de arraigo popular. En ese sentido, argüía que “la universidad nunca [había] tenido derecho a consagración alguna, porque no [había] latido en su seno una verdadera vida espiritual (…) Siempre [había] sido el más seguro y fructífero albergue de lo añejo, de lo conservador, del rutinarismo, del odio furibundo a todo síntoma renovador”.[93]

En consecuencia, la universidad estaba por hacerse, lo cual equivalía a destruir los engañosos valores e ídolos de la cultura universitaria anterior.[94] Eran momentos en los que —de acuerdo con los jóvenes radicales— se había derrumbado “la hipocresía frailuna de los catedráticos y la juventud [alzaba] el pendón de la rebeldía sobre la ceniza de los ídolos”.[95] Y como parte de ello, había que denunciar a los falsos maestros, quienes solo destacaban por su discurso y no por su acción. Por ejemplo, se criticó a Luis E. Valcárcel por no apoyar al candidato de la juventud en las elecciones al rectorado y se le exhortaba de la siguiente manera: “Ud. (…) tiene más talento que todos los viejos grafómanos de última hora (…) No se apoltrone en el profesorado, no mendigue puestos como cualquier pelafustán. Vaya Ud. a los breñales y conozca más de cerca a los nuevos indios. Esos no necesitan loas, requieren brazos, fusiles. Ayuda de hombres corajudos que lancen sus verdades llameantes. Nada más”.[96]

Los jóvenes sentenciaban que no había existido “madera de maestros en el Cusco. Los únicos —Uriel García y Luis E. Valcárcel— apenas si eran esbozos de tales”.[97] De ahí que una universidad reformada implicaba docentes nuevos, es decir, ideas nuevas. De no ser posible esto, decían con cierta sorna que era mejor clausurar la universidad y colgar un cartel en la puerta con las siguientes palabras: “cerrada por falta de maestros. [Pues,] los estudiantes libres (…) que [querían] lanzar sus verdades no [requerían] ninguna marca académica, ni necesitan ser doctores. Para ser oídos [bastaba] la sinceridad y la fortaleza del hombre honrado”.[98]

Por otro lado, los únicos autorizados para realizar el cambio eran los jóvenes de la nueva generación, que se diferenciaban de la “seudo juventud almibarada” por haber acogido la propaganda frontal contra la tiranía.[99] En otras palabras, la juventud mantenía su vocación renovadora y el ser depositaria de las fuerzas de cambio. Sin embargo, no bastaba simplemente con ser joven, sino que había que tomar una posición frente a los problemas. Eran tiempos de definirse: se era renovador del lado de Kuntur o se terminaba siendo visto como reaccionario. Por ello, entraron en polémica con la revista indigenista La Sierra II de Lima, de la cual rápidamente se distinguieron con las siguientes palabras:

La verdadera juventud es la que vive y lucha en estas quiebras, no es la que lacayunamente se va arrastrando por la cloaca ni la que erige pedestal, por cierto de barro, para un catedrático expulsado y repudiado por la juventud [refiriéndose a Víctor Guevara, hermano del director de La Sierra II](…) Deben saber los serraniegos de Lima que una juventud idólatra y castrada nunca debe llamarse renovadora, ni menos andina por más que huela a llama.[100]

Cabe tener en cuenta que las etiquetas raciales —como “cholo serrano” o “indio”— eran parte central de la construcción cultural peruana de razas y colorearon las taxonomías científicas alternativas.[101] Muchas veces fue la migración a las principales ciudades la que propició este contraste y evidenció las diferencias marcando los elementos de exclusión. No obstante, el indigenismo de las primeras décadas del siglo XX se apropió de estas categorías y atribuyó características de virilidad y pureza en lo indígena, generando así una identidad. No obstante, dentro de esta identidad había tensiones y los indigenismos —al ser elaboraciones urbanas— pugnaron por ser los legítimos intérpretes de la masa indígena.

En estas pugnas la intransigencia y la radicalidad de la revista Kuntur hizo que muchos de sus líderes fueran perseguidos y terminaran en la clandestinidad. Por ejemplo, Román Saavedra migró a Puno para ponerse a buen recaudo. Mientras tanto, la Universidad se reabriría hasta 1929, bajo los lineamientos del Estatuto de 1928, que no tomó en cuenta el anteproyecto de la comisión de reforma. Por tal motivo, hacia fines de 1927 e inicios de 1928, los jóvenes universitarios escogieron diversos caminos. Un sector continuó su actividad proselitista a través de células de barrio que serían las bases del posterior núcleo comunista del Cusco. Entre ellos, Julio Gutiérrez, Sergio Caller, Casiano Rado, etcétera. Otros optaron por volver a sus lugares de origen, como algunos puneños y apurimeños lo hicieron.[102] Un tercer grupo escogió continuar sus estudios trasladando sus matrículas a las universidades de Arequipa y Lima.[103]

Conclusión

La onda expansiva del estallido de Córdoba y sus planteamientos produjo diversos conflictos en los claustros de Latinoamérica, lo que, en algunos casos, conllevó a una crisis universitaria. En el Cusco, con la salida de Giesecke eclosionaron los problemas que ya se veían de algunos años atrás. Si bien la falta de apoyo presupuestario fue un factor fundamental, ya que se venía reduciendo desde hace algún tiempo, durante el rectorado de Giesecke, esto no se sintió, debido a las relaciones personales y políticas que tenía. Al mismo tiempo, tuvo mucha cercanía con los estudiantes gracias a su carisma y prestigio, lo cual facilitó el consenso en las medidas que implementaba. No obstante, en su ausencia, se pudo sentir la falta de autonomía económica de San Antonio Abad, dado que solo dependía de los derechos universitarios que pagaban los alumnos y algunas subvenciones fiscales. Esto, en medio de la “danza de los millones” que vivía el Oncenio y las fastuosas celebraciones por el Centenario de la Batalla de Ayacucho. Lo cierto era que, con el tiempo, el gobierno dejó a las universidades al margen de la bonanza económica y solo se interesó en estas desde una óptica policíaca.

La falta de recursos económicos se expresó de múltiples maneras en la Universidad. Por ejemplo, en la falta de equipos, libros y refacciones al local. Asimismo, hacía imposible una justa remuneración a los docentes, lo cual redundaba en el poco tiempo que pasaban estos en los claustros y la falta de manejo de la cátedra, por la cantidad de cursos que dictaban. Sumado a ello, se carecía de una filosofía educacional, al haberse alejado de los ideales de 1909. Ello se evidenciaba en las contradicciones dentro de la comunidad universitaria entre alumnos y docentes. En suma, la Universidad del Cusco había dejado de ser aquel motor de desarrollo que buscaba resolver los problemas de la sociedad, para enclaustrarse y perderse en sus propias complejidades.

Ante este panorama desolador, los jóvenes estudiantes que pertenecían principalmente a las clases medias empobrecidas vieron a la Universidad como una institución anquilosada que representaba el orden establecido en la sociedad. Frente a ello, buscaron espacios alternativos como la universidad popular y la revista Kosko. Al mismo tiempo, en el contexto electoral de 1924, la institución universitaria sintió los embates del régimen de Leguía, el cual buscó eliminar toda oposición a su reelección. Así, en este ambiente de violencia, miedo y radicalidad, surgió el grupo Ande, que al poco tiempo editó la revista mecanografiada Pututo. Este núcleo estuvo integrado por un conjunto de jóvenes que veían con cierto desdén la vida erudita e intelectualista, mientras que se iban ligando a espacios extrauniversitarios donde bullían la cultura, el arte y la bohemia. Ellos, en compañía de quienes conformaron la célula aprista, fueron los que protagonizaron la huelga universitaria de 1927.

Así, la crisis universitaria que ya se avizoraba en el Cusco después de la salida de Giesecke eclosionó en mayo de 1927 tras la reelección de Eufracio Álvarez como rector. En esta oportunidad, los jóvenes cuestionaron los resultados, dado que su candidato había sido desestimado. Ellos eran producto del cambio en el espectro socioeconómico del estudiantado, de la precariedad económica universitaria, la pérdida de los ideales de 1909 y de la labor rutinaria de los claustros, que los empujó a buscar nuevas fuentes de aprendizaje y espacios alternativos. En 1927 se sintieron en la capacidad de hacer sentir su voz a través de su accionar en la huelga universitaria y de la edición de Kuntur. No obstante, la universidad a la que aspiraban era incompatible con los intereses del gobierno, por lo cual San Antonio Abad fue recesada el 27 de julio de 1927. Asimismo, representaron las diversidades y tensiones dentro del indigenismo radical, que ya se hacía notar con la polémica entre José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez en los medios escritos. Es más, con el tiempo ello se agudizaría con las disputas entre comunistas y apristas.

Fuentes

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* Autor corresponsal.

[1]   El título de “universidad mayor” para San Marcos apareció en el reglamento dictado por Ramón Castilla el 28 de agosto de 1861, con prerrogativas y privilegios propios de su condición. Mientras, las universidades en las provincias eran denominadas “menores”. Véase Luis Alberto Sánchez, La universidad no es una isla: un estudio, un plan y tres discursos (Lima: Ediciones Perú, 1961).

[2]   Oscar Paredes, Antes de Córdoba, el Cusco: 1907-1909. Primera reforma universitaria, estudiantes y gobierno (Cusco: Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco, 2011) 120. Véase una versión resumida de este estudio en Oscar Paredes, “La universidad en los tiempos. Cusco y el primer movimiento de reforma: 1907-1909”, El Antoniano 122 (2013): 57-74.

[3]   Manuel Aparicio, Centenario de la generación de La Sierra (Lima: Asamblea Nacional de Rectores, 2012).

[4]   Mario Morales, “Albert A. Giesecke. Rector de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco” (Tesis de licenciatura en Historia, Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco, 2014).

[5]   José L. Rénique, Los sueños de la sierra: Cusco en el siglo XX (Cusco: CEPES, 1991).

[6]   Mercedes Giesecke, “Política educativa y ruralidad en el Perú: 1900 a 1930” (Tesis de doctorado en Ciencias Sociales, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2015).

[7]   Aparicio 113-118.

[8]   Juan Portantiero, Estudiantes y política en América Latina. El proceso de reforma universitaria (1918-1938) (México: Siglo Veintiuno, 1978) 58.

[9]   Marcos Garfias, La formación de la universidad moderna en el Perú. San Marcos 1850-1919 (Lima: Asamblea Nacional de Rectores, 2010) 153.

[10]  Portantiero.

[11]  Hugo Biagini, La reforma universitaria y nuestra América. A cien años de la revuelta estudiantil que sacudió al continente (Buenos Aires: Editorial Octubre, 2018).

[12]  Natalia Bustelo, “La reforma universitaria desde sus grupos y revistas. Una reconstrucción de los proyectos y disputas del movimiento estudiantil porteño de las primeras décadas del siglo XX (1914-1918)” (Tesis de doctorado en Historia, Universidad Nacional de La Plata, 2014).

[13]  Julio Gutiérrez, Así nació el Cuzco rojo (Lima: [s.e.], 1986) 23.

[14]  Nicolás Lynch, “La polémica indigenista y los orígenes del comunismo cuzqueño”, Crítica Andina 3 (1979): 15-16.

[15]  Esta situación en el Cusco continuó hasta aproximadamente 1953, cuando se registraron 11 colegios. Véase Carlos Contreras, El aprendizaje del capitalismo. Estudios de la historia económica y social del Perú republicano (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2004) 268.

[16]  José Deustua y José L. Rénique, Intelectuales, indigenismo y descentralismo en el Perú (1897-1931) (Cusco: Centro de Estudios Rurales Andinos Bartolomé de las Casas, 1984) 33.

[17]  Harry Bard, Cuestiones sobre las universidades y la instrucción universitaria (Lima: La Opinión Nacional, 1912) 110.

[18]  José G. Cosio, “La Universidad del Cuzco”, Revista Universitaria. Órgano de la Universidad del Cusco 13.44-45 (1924): 110.

[19]  José G. Cosio “El nuevo rector de la Universidad”, Revista Universitaria. Órgano de la Universidad del Cusco 12.41-42 (1923): 76.

[20]  Sumeru, “La biblioteca de nuestra universidad”, Kosko 2.57 (1925): 5.

[21]  Cosme Pacheco, “Memoria correspondiente al año 1924”, Revista Universitaria. Órgano de la Universidad del Cusco 14.46 (1925): 41-42.

[22]  Eufracio Álvarez, “Memoria de la marcha de la Universidad del Cuzco durante el año académico de 1923”, Revista Universitaria. Órgano de la Universidad del Cusco 13.43 (1924): 58-59.

[23]  Rénique 113.

[24]  Eufracio Álvarez, “Memoria correspondiente al año 1926”, Revista Universitaria. Órgano de la Universidad del Cusco 16.55 (1927): 12-13.

[25]  Sumeru, “¿Universidad o escuela de mecanización?”, Kosko 2.59 (1925): 7.

[26]  Álvarez, “Memoria correspondiente al año 1926” 10-11.

[27]  Cosio, “La Universidad” 110.

[28]  Álvarez, “Memoria correspondiente al año 1926” 6.

[29]  Álvarez, “Memoria de la marcha” 55-56.

[30]  José U. García, “El movimiento de la reforma en la Universidad del Cuzco”, Universidad. UNMSM 1.3 (1931): 3; Francisco Umeres, “¿Revolucionará nuestra universidad?”, Kosko 2.61 (1925): 11.

[31]  Sumeru, “¿Universidad?” 7.

[32]  Rénique 113.

[33]  Félix Cosio, “El espíritu universitario”, Revista Universitaria. Órgano de la Universidad del Cusco 12.41-42 (1923): 84-88.

[34]  Umeres, “¿Revolucionará?” 11.

[35]  Sumeru, “¿Universidad?” 7.

[36]  García 3.

[37]  Álvarez, “Memoria correspondiente al año 1926” 17.

[38]  Sumeru, “¿Universidad?” 7.

[39]  Álvarez, “Memoria correspondiente al año 1926” 2.

[40]  Garfias 153.

[41]  Pablo M. Requena, “La Reforma Universitaria en dos tiempos. Deodoro Roca, la noción de generación y los imaginarios reformistas (1918-1936)”, Revista Cuadernos de Historia 11 (2009): 109-130.

[42]  Martín Bergel, “Latinoamérica desde abajo. Las redes trasnacionales de la Reforma Universitaria”, La Reforma Universitaria. Desafíos y perspectivas noventa años después, eds. Emir Sadder, Hugo Aboites y Pablo Gentili (Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2008) 148-149.

[43]  Rénique 100.

[44]  Jeffrey Klaiber, “Las universidades populares y los orígenes del aprismo, 1921-1924”, The Hispanic American Historical Review 55 (1975): 698.

[45]  Margarita Giesecke, La insurrección de Trujillo (Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2010) 32.

[46]  Klaiber 697-699.

[47]  Ricardo Melgar, “Las Universidades Populares en América Latina 1910-1925”, Estudios 11-12 (1999): 51.

[48]  Alcides Daniel Sánchez de la Cruz, “La universidad popular y los jóvenes cusqueños en la década de 1920”, UKUPACHA 21 (2020): 95.

[49]  Luis E. Valcárcel, Memorias (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1981) 251.

[50]  Sánchez de la Cruz, “La universidad popular” 91-102.

[51]  Sergio Caller, Rostros y rastros. Un caminante cusqueño en el siglo XX (Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2006) 183-191.

[52]  Sánchez de la Cruz, “La universidad popular” 94.

[53]  Sumeru, “¿Universidad?” 7.

[54]  Alcides Daniel Sánchez de la Cruz, “La rebelión de los provincianos en la Universidad de San Marcos: los orígenes del segundo movimiento estudiantil reformista (1924-1930)” (Tesis de licenciatura en Historia, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2021) 49-50.

[55]  Alberto Flores Galindo, “Los intelectuales y el problema nacional”, 7 ensayos. 50 años en la historia, eds. Emilio Romero y otros (Lima: Biblioteca Amauta, 1979) 143.

[56]  Flores Galindo 141-142.

[57]  Rénique 104.

[58]  Gutiérrez 17.

[59]  Jorge Basadre, Historia de la República del Perú, t. 11 (Lima: Ediciones La República, 1999) 2925.

[60]  T. M., “La Universidad del Cusco en agonía”, Kosko 1.14-15 (1924): 9. Este artículo inicialmente fue publicado en el periódico El Tiempo de Lima y de su autor solo se sabe que escribía bajo el pseudónimo de T.M.

[61]  T. M. 9.

[62]  Sánchez de la Cruz, “La rebelión de los provincianos” 55-64.

[63]  Rénique 113.

[64]  Rénique 114.

[65]  Eufracio Álvarez, “Memoria correspondiente al año 1925”, Revista Universitaria. Órgano de la Universidad del Cusco 14-15.49-50 (1925-1926): 7-8.

[66]  Gutiérrez 24.

[67]  Sánchez de la Cruz, “La rebelión de los provincianos” 64-65.

[68]  Valcárcel 251.

[69]  Caller 168-169.

[70]  Arturo Taracena, “Descubrir América en Europa: la asociación general de estudiantes latinoamericanos de París (1925-1933)”, Des Indes occidentales à l’Amérique Latine, t. 2, eds. Thomas Calvo y Alain Musset (México: Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 2006) 576-578.

[71]  Michael Goebel, “Una sucursal francesa de la Reforma Universitaria: jóvenes latinoamericanos y antiimperialismo en la París de entreguerras”, Los viajes latinoamericanos de la Reforma Universitaria, ed. Martín Bergel (Rosario: Hya ediciones, 2018) 193-194.

[72]  Román Saavedra, “Huelga”, Kuntur 1.1 (1927): 37.

[73]  Álvarez, “Memoria correspondiente al año 1926” 2.

[74]  Caller 78.

[75]  Gutiérrez 33.

[76]  Gutiérrez 32-34.

[77]  Gutiérrez 37.

[78]  Saavedra, “Huelga” 37.

[79]  Augusto B. Leguía y Pedro Oliveira, “En la Universidad del Cusco. Decreto supremo número 1761”, El Tiempo (Lima) 28 de junio de 1927: 4.

[80]  Aparicio 114.

[81]  David Wise, “Indigenismo de izquierda y de derecha: dos planteamientos de los años 1920”, Revista Iberoamericana 49.122 (1983): 150-169.

[82]  Gutiérrez 44.

[83]  José Tamayo, Historia del indigenismo cuzqueño. Siglos XVI-XX (Lima: Instituto Nacional de Cultura, 1980) 236-237.

[84]  Gutiérrez 25-27.

[85]  Carlos Valer, “De las escuelas a la humanidad”, Kuntur 1.2 (1928): 25-26.

[86]  García 3.

[87]  García 3.

[88]  Luis R. Casanova, “Kuntur y la juventud de avanzada”, Kuntur 1.2 (1928): 29-30.

[89]  García 3.

[90]  Román Saavedra, “Glosas universitarias”, Kuntur 1.2 (1928): 16.

[91]  Saavedra, “Glosas” 16.

[92]  Saavedra, “Glosas” 16.

[93]  Julio Luna, “Al margen de la huelga”, Kuntur 1.1 (1927): 3.

[94]  Saavedra, “Huelga” 37.

[95]  Luna 3.

[96]  Eustaquio K’allata, “Índice bibliográfico: bestias y libros”, Kuntur 1.1 (1927): 37.

[97]  Saavedra, “Huelga” 37.

[98]  Saavedra, “Glosas” 16.

[99]  Casanova 29-30; Justo Huanca y Eustaquio K’allata, “Índice bibliográfico: bestias y libros”, Kuntur 1.2 (1928): 31-34.

[100] K’allata 37.

[101] Marisol de la Cadena, “De la raza a la clase: la insurgencia intelectual provinciana en el Perú (1910-1970)”, Los senderos insólitos del Perú, ed. Steve Stern (Lima: IEP-UNSCH, 1999) 44.

[102] Gutiérrez 36.

[103] Sánchez de la Cruz, “La rebelión de los provincianos” 74-75.