Hace unos años escribí un texto sobre la historia social (HS de ahora en adelante) vista desde América Latina,1 en el que proponía una acepción acotada de ella centrada en los actores y movimientos sociales, lo que comúnmente se llama historia desde abajo. Así la diferenciaba de la versión estrictamente económica o de la relacionada con la vida cotidiana -las otras dos acepciones convencionales sobre HS- así como del gran programa que encerraba la propuesta de Eric Hobsbawm de apostarle a una historia de la sociedad.2 La mía es una definición acotada de HS, pero abierta a la totalidad; al fin y al cabo, la historia desde abajo siempre mira hacia arriba -como se dice en inglés: from the bottom up.
Según decía en el texto mencionado,3 prefiero entender lo social como relaciones históricamente construidas entre grupos humanos en torno a la desigual distribución de bienes y al desequilibrio en el acceso al poder. Esas relaciones sociales encierran conflictos entre los desposeídos y los poseedores, entre los débiles y los poderosos. En el capitalismo el antagonismo social se expresa en clases según el acceso a los bienes de producción, pero también en movimientos que se oponen a formas de dominación no reductibles a la explotación económica, como el patriarcalismo o el racismo, por ejemplo. Por eso hemos postulado la categoría de movimientos sociales, por ser la expresión más amplia de esa conflictividad; ellos incluyen a las clases, pero las trascienden.4 En este punto es necesario hacer dos precisiones adicionales: de una parte, para sociedades previas al capitalismo, las relaciones sociales se expresarán en formas propias de su modo productivo y su particular temporalidad, conformando lo que E. P. Thompson llamó “campos de fuerza” societales, que van mutando según sus contextos conflictivos.5 Por otra parte, el conflicto del que hablamos no es siempre abierto y público, no implica permanente confrontación y menos la aniquilación del antagonista. Según nos ha enseñado James Scott,6 inspirado en la noción de hegemonía de Antonio Gramsci, el conflicto comprende fases violentas y de aparente estabilidad, de aceptación y de rebeldía, abarca la revolución y el orden.
Este entendimiento acotado de la HS, pero abierto a la totalidad, produjo una indudable apertura de la representación de la historia, con la inclusión de más actores, la incorporación de teorías y conceptos, así como de nuevos métodos y fuentes. Pero también la HS, desde la aparición de la escuela de los Annales, anunciaba un diálogo interdisciplinar con las otras ciencias sociales a las que se acercó diferenciadamente, tomando prestadas teorías y métodos. De estos diálogos y sobre todo de los cambiantes contextos societales, surgieron variantes como la historia cultural, con la que hay profundas continuidades,7 o la microhistoria.8 Pero en algunos casos se produjeron desplazamientos y hasta verdaderas rupturas, sobre todo con el llamado giro lingüístico, el feminismo o la historia subalternista. Como un árbol generoso la HS alimentó nuevas ramas del saber histórico con disímiles frutos.
La historia social también entrañaba una crítica al orden establecido y muchos nos afiliamos a ella porque, como dice Geoff Eley,9 queríamos cambiar el mundo. En sus orígenes, arrastró un compromiso ético y político con el presente no solo desde los historiadores marxistas, sino desde la misma escuela de los Annales. La muerte de Marc Bloch así lo atestigua. La crisis de la HS a finales del corto siglo XX, ligada al arrinconamiento del pensamiento crítico, ha producido un riesgoso desarme teórico de la disciplina. Por eso hoy, cuando las estructuras de poder siguen vigentes y los vencidos continúan siendo derrotados -según diría Walter Benjamín-,10 algunos hablan del retorno y aún de la “venganza” de lo social.11 Con ello se busca repolitizar el oficio del historiador, introduciendo de nuevo en las interpretaciones del pasado -cuando sea pertinente- preguntas sobre hegemonía, bloque de poder, resistencia, dominación, interseccionalidad y subalternidad, para solo mencionar las categorías más prominentes. Como lo proponemos, se trata de volver a estudiar el pasado a partir del conflicto social, ya no exclusivo de dos clases, sino de los diversos poderes en disputa.
Lo anterior es aún más válido para América Latina, un continente que según Eric Hobsbawm era mágico porque rompía la linealidad de los procesos eurocéntricos, mientras impulsaba incesantemente un cambio revolucionario que no siempre cuajaba.12 Leslie Bethell, su amigo y compilador de sus textos sobre América Latina, reconoce que para Hobsbawm este continente era su segundo hogar y el área de estudio más conocida, después de Europa.13 El caso colombiano fue al que le prestó más atención.14 En 1986 nuestro historiador reflexionaba sobre el país así: “Lo que debió haber sido una revolución social terminó en Violencia, porque, quizás, por última vez, el sistema oligárquico logró contener y controlar la insurrección social, convirtiéndola en lucha partidista. Pero la batalla se salió de control y se transformó en una avalancha de sangre”.15 Era una profética percepción de la realidad colombiana justo al inicio de la segunda oleada de violencia del siglo XX. Hobsbawm se refería no solo al accionar estatal y guerrillero, sino a la aparición de grupos paramilitares de derecha que aniquilaron a partidos de izquierda como la Unión Patriótica y A Luchar, y con ellos a muchos dirigentes sociales desde los años 80, marcando una fase más cruenta, si eso es posible, que la Violencia de mediados de siglo. Si para la primera fase (1948-1958) la cifra de asesinatos estaría por encima de 190,000, para la segunda, desde 1958 hasta 2013, se calculan unos 220,000.16 Es un sino trágico del que aún no hemos logrado escapar a pesar de las ilusiones que en 2016 despertó la firma del acuerdo de paz con la mayor y más persistente guerrilla del continente, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).17
A pesar de este formidable obstáculo, hay fuerzas sociales que se agitan pugnando por un futuro distinto, especialmente entre los jóvenes de las barriadas populares. Así lo expresan las recientes movilizaciones, en particular el estallido social de abril de 2021. Aunque fue duramente reprimido, marcó un hito en cuanto a amplia cobertura espacial y social, larga duración y gran radicalidad, en parte derivada de la brutal respuesta policial.18
He ahí las dificultades y los retos para hacer HS desde un continente mágico y fascinante pero inequitativo y violento, especialmente desde un país que expresa esos rasgos en forma magnificada como Colombia. Así es difícil luchar por un mundo más justo, pero, por fortuna, parece que las cosas están cambiando. Esto hace revivir la esperanza en que podemos ayudar a cambiar el mundo. No con bombas o armas, sino con una apuesta por el conocimiento verdadero del pasado desde abajo, desde la periferia y desde el Sur.19 A propósito Carlo Ginzburg dijo lo siguiente en reciente entrevista: “Debemos insistir en que la sociedad no puede ignorar la verdad o las verdades históricas. Obviamente, es una verdad humana, en otras palabras, es potencialmente refutable, pero tenemos que buscarla. Yo diría incluso que tenemos que luchar por ella”.20 Son reflexiones muy sensibles para una sociedad como la nuestra, sedienta de verdad sobre lo ocurrido en el largo conflicto armado, para ver si vamos dejando atrás nuestro trágico destino y dejamos de ser la Colombia “asesina” de la que hablaba Hobsbawm en 1986. Los historiadores sociales tenemos mucho que decir aquí y ahora.
Archila, Mauricio. “¿Es aún posible la búsqueda de la verdad? Notas sobre la (nueva) Historia Cultural”. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. 26 (1999): 251-285.
Mauricio Archila ¿Es aún posible la búsqueda de la verdad? Notas sobre la (nueva) Historia CulturalAnuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura261999251285
Indepaz. “Balance en cifras de la violencia en territorios” noviembre de 2021. https://indepaz.org.co/5-anos-del-acuerdo-de-paz-balance-en-cifras-de-la-violencia-en-los-territorios/.
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[1]Mauricio Archila, “Ser historiador social hoy en América Latina” Historia Social 83 (2015): 157-169.
[4]Mauricio Archila, Idas y venidas, vueltas y revueltas; protestas sociales en Colombia, 1958-1990 (Bogotá: Cinep / Icanh, 2003) 74.
[7]Así lo reconocen no solo los defensores de la historia cultural como Peter Burke, What Is Cultural History? (Cambridge: Polity Press, 2004), sino sus críticos como Miguel Ángel Cabrera, al hablar de la historia socio-cultural como una sola corriente, Historia, lenguaje y teoría de la sociedad (Valencia: Frónesis, 2001).
[8]Carlo Ginzburg, El hilo y las huellas (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2010) capítulo 13.
[10]La dialéctica del suspenso: fragmentos sobre la historia (Santiago de Chile: Arcis / LOM, 1995) 51.
[11]Véase respectivamente a William Sewell, Logics of History (Chicago: Chicago University, 2005) y al ya citado Peter Burke.
[13]Leslie Bethell, “Introduction: Eric and Latin America”, Viva la Revolución, Eric Hobsbawm (Londres: Little, Brown, 2016) 1.
[14]Bethell 15. Así lo ratificó él mismo en 1984: “…cada vez que vengo a Colombia redescubro mi inquietud por este país, uno de los más interesantes no solo para quienes investigan en Colombia sino también para los que estudian la problemática de las grandes transformaciones sociales y políticas de este siglo”. Rocío Londoño y Medófilo Medina, “Entrevista con Eric Hobsbawm”, Estudios Marxistas 27 (1984): 69.
[15]Eric Hobsbawm, “Colombia asesina”, Revista Universidad Nacional 2.10 (1986-1987): 57. Original de New York Review of Book, noviembre de 1986, traducido por Magdalena Holguín.
[17]Según la ONG de derechos humanos Indepaz, desde la firma de los acuerdos de paz en noviembre de 2016 hasta noviembre de 2021 se reportó el asesinato de 1,270 líderes sociales y de 299 desmovilizados. “Balance en cifras de la violencia en territorios” noviembre de 2021. https://indepaz.org.co/5-anos-del-acuerdo-de-paz-balance-en-cifras-de-la-violencia-en-los-territorios/.
[18]Según el informe de Indepaz y Temblores hubo los siguientes actos de violencia en el marco del paro nacional (entre el 28 de abril y el 28 de junio de 2021): 75 asesinatos —44 de presunta autoría de la fuerza pública—; 1,468 casos de violencia física; 83 de violencia ocular; 1,832 detenciones arbitrarias; 28 víctimas de violencia sexual para un total de 3,486 agresiones. Temblores e Indepaz, Cifras de la violencia en el marco del paro nacional 2021 (Bogotá: Temblores / Indepaz, 2021) 4.
[19]Tal como lo propone Alfonso Torres, Hacer Historia desde Abajo y desde el Sur (Bogotá: Desde Abajo, 2014) 7.
[20]Steven Navarrete y Andrea Lorena Hincapié, “Una entrevista con Carlo Ginzburg”, Revista Cultura y Representaciones Sociales 16.31 (2021): 8. En su momento me pronuncié por la misma apuesta. Véase Mauricio Archila, “¿Es aún posible la búsqueda de la verdad? Notas sobre la (nueva) Historia Cultural”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 26 (1999): 251-285.
[21]Mauricio Archila Neira es profesor Titular, pensionado del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia e investigador asociado del Cinep. Licenciado en historia con maestría en economía por la Universidad Javeriana y Ph.D. en Historia por la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook (Estados Unidos). Especialista en la historia social contemporánea de Colombia y América Latina. Dentro de sus publicaciones se destacan: Cultura e identidad obrera: Colombia 1910-1945 (1991), Idas y venidas, vueltas y revueltas. Protestas sociales en Colombia, 1958-1990 (2003), que fue Premio Nacional en Ciencias Sociales en 2004.