El jardín de la historia social
Mirta Zaida Lobato*
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ace unos pocos días visité un parque madrileño que me fascinó porque tiene zonas más ordenadas y otras que se abren a la imaginación y a la naturaleza. En El Capricho de la Alameda de Osuna, en la ciudad de Madrid, hay mezcla de estilos, setos que bordan el paisaje, sectores con una naturaleza desbordante, lagos y cascadas, más algunas construcciones. La primera vez que lo vi fue en invierno y estaba todo cubierto de hojas secas que transmitían cierta melancolía pero, esta vez, lo descubrí al comienzo de la primavera cuando los diferentes tonos de verdes alternan con el color de algunas flores. Allí, observando el paisaje desde uno de sus puentes, pensé en la historia social como un gran jardín con sus áreas más antiguas, con sus bordes establecidos sobre los modos de hacer historia y con zonas que incitan a la conversación y a la reflexión, al mismo tiempo que estimulan nuestras sensibilidades.
En el gran jardín de la historia social se buscó en un primer momento superar el cierre epistemológico que se concentraba en escribir la historia de las figuras prominentes: reyes, gobernantes y militares para abrirse a su entorno y volcarse al exterior, a todo lo que quedaba por fuera de las murallas levantadas en la disciplina, en una imagen que evoca al primer programa de los Annales y a las reflexiones de Marc Bloch y Lucien Febvre. Para historiadores e historiadoras inglesas como Hobsbawn, Thompson (Edward y Dorothy), Samuel, Rudé, Hill, Rowbotham, Steedman entre otros, “los de abajo” (campesinos, artesanos, clases trabajadoras, mujeres) no sólo debían tener un lugar en la historia de la sociedad; tomarlos en cuenta era un ejercicio que prometía una visión distinta de todo el pasado. Aunque menciono a los historiadores ingleses podría nombrar también a Luisa Passerini, Alessandro Portelli, Natalie Zemon Davis y Michelle Perrot.
La historia social estaba comprometida con movimientos políticos radicales y practicaba una empatía no condescendiente con los sujetos sociales que buscaba rescatar para explicar la dinámica de la sociedad. Con el paso del tiempo, la cuadrícula del jardín se amplió y en algunas zonas los contornos se hicieron más suaves. Por eso se puede sugerir que aunque las fronteras de la historia social se tornan siempre imprecisas, cada cuadrícula permite interrogarse sobre un problema específico: el trabajo; las sociedades de resistencia sean ellas socialistas, anarquistas, sindicalistas, comunistas; las organizaciones sindicales, mutualistas feministas y de mujeres, y las asociaciones culturales y recreativas. También sobre las familias, las infancias, los pobres, los marginales.
Todos los jardines sufren transformaciones, las ideas y los recursos cambian. El Capricho que he tomado como fuente de inspiración pasó por muchas vicisitudes hasta que fue restaurado y abierto al público. La historia social también se enfrentó a varios combates y, con los años, la dimensión cultural ocupó un espacio más amplio de ese jardín y las mujeres se salieron del coro para ocupar el centro de la escena de la mano de los feminismos y los estudios de género. Los andamiajes jerárquicos de la historia social se dislocaron, pues de la centralidad del trabajo se pasó a una multiplicidad de cuestiones que fertilizaban, y lo siguen haciendo, con nuevas parcelas al jardín de la historia social.
Las diagonales atravesaron las cuadrículas que cada uno/una de nosotros/nosotras cuida de una determinada forma e identifica con un color particular. La historia de las mujeres, los estudios feministas y de género desestabilizaron metodológica y teóricamente la producción historiográfica en general y a la historia social en particular. Por cierto que el resto de las ciencias sociales y humanas no permanecieron inmunes a ese proceso. Como he destacado en otros textos, la historia de las mujeres, los estudios de género y las historias feministas utilizaron de manera consciente nociones y estrategias que des-naturalizaron y de-construyeron ideas homogeneizadoras y universales y se fue afianzando un movimiento historiográfico que discutió, se enfrentó, dialogó y dislocó algunos de los tópicos más caros de la historia social. Se puede sugerir que fueron revisitadas numerosas cuestiones desde una perspectiva descentralizadora: de la historia en masculino a la historia con mujeres, del centro a los márgenes, de la historia del poder y de los poderosos a la historia de los subalternos, de la centralidad geográfica a los múltiples espacios, de los centros urbanos a las áreas rurales y viceversa, de los adultos a las infancias. Todo era interrogado. Los libros y artículos de Sheila Rowbowtan, Dorothy Thompsom, Carolyn Steedman, Joan Scott, Michelle Perrot, Mary Nash, Temma Kaplan, Arlette Farge y tantas otras colegas mexicanas, brasileñas, chilenas, argentinas, costarricenses pusieron en debate las nociones de trabajo, justicia, derechos, ciudadanía, formas de organización, protestas, asociacionismo y formas, espacios, motivos, geografías y coreografías de las acciones colectivas.
La historia social de la mano de la historia de mujeres y de los estudios de género afianzó el proceso de descentramiento, dislocamiento y desplazamiento de sujetos, espacios, interpretaciones, teorías y metodologías y tuvo a las historiadoras en un lugar central impulsando los debates sobre las estructuras de poder en los gobiernos, en la educación y en la familia. Esa historia social con perspectiva de género no es solamente descriptiva sino que contiene críticas y cuestionamientos y mantiene los debates sobre los esencialismos y, sobre todas las cosas, es claramente relacional pues incluye a los hombres.
Las cuestiones vinculadas con raza y etnia fertilizaron también el terreno. Stuart Hall planteó el desafío de pensar la raza “como un significante flotante” que permite analizar “los sistemas de clasificación racial como operaciones discursivas de significado si queremos desentrañar su funcionamiento social, histórico y político”.[1] En el estanque de la raza los debates reconsideraron a la biología y a la cultura como claves explicativas de las diferencias, de las divisiones, de las clasificaciones y de la articulación entre poder, conocimiento y diferencia. La noción de etnia, de acuerdo con Hall, también es un “significante resbaladizo”, como la raza, y dio paso al juego de las múltiples identidades e identificaciones ancladas en lugares que se constituyen en geografías imaginarias o en paisajes étnicos.
La historia social explora diferentes momentos del desarrollo del capitalismo y de las formas de resistencia a la opresión. Hoy la historia social es historia cultural, con interés por las prácticas políticas, por las relaciones de género, por los dilemas raciales y étnicos, por los vínculos amorosos pero también por el desamor, por las representaciones textuales y visuales. Enfrenta además el desafío de escribir sobre las vidas pasadas con una prosa cuidada, imaginativa, con matices.
El jardín de la historia social es vasto y abarca geografías diversas, a los de “abajo”, a la “gente común” y al territorio de lo común; son saberes situados en contextos particulares aun cuando se reconoce que la circulación de ideas tiene un carácter más global. Claro que no hay que olvidar que ello importa desigualdades en la forma en la que circulan los textos, en el peso de las políticas editoriales y de traducción e incluso de las instituciones académicas. La circulación de ideas y de los estudios sobre un campo tan grande introdujo otros elementos al jardín. Numerosas revistas levantaron sus edificios que contribuyeron a la difusión de cuantiosas investigaciones y debates. Imposible dejar de nombrar a Past and Present (1952) en Inglaterra, sin duda una publicación pionera de la historia social y Journal of Social History (1967), pero me interesa destacar aquellas publicadas en Iberoamérica como Historia Social en España (1988), Entrepasados en Argentina (1991)[2], História Social (1994), Cadernos AEL (1999)[3] y Mundos do Trabalho en Brasil (2009), Nueva Historia (1981)[4] y Revista de Historia Social y de las Mentalidades en Chile (2000) y Trashumante en Colombia y México (2013). Un análisis exhaustivo de las publicaciones daría cuenta de las transformaciones de la historia social, de los temas que interesan y de algunos debates. El jardín tiene también los nombres propios de los historiadores, varones y mujeres, latinoamericanos. Levantar un mapa de esas voces constituiría un ejercicio crítico hacia el eurocentrismo historiográfico. En cada país podría realizarse un mapa que dé cuenta de la creatividad existente y del movimiento intergeneracional que resulta atractivo porque se cruzan numerosas voces con sus respectivas fronteras.
Mirando el bunker construido durante la Guerra Civil Española en el parque El Capricho pensé que la memoria, sus olvidos, sus tensiones también constituyen núcleos de una historia social renovada. No sólo eso, también pensé en la justicia de recordar algunos nombres de quienes hicieron y hacen de la historia social un jardín polifónico. Anoté de manera desordenada, en una libreta que me acompaña siempre, los nombres de Gabriel Salazar, Sergio Grez Toso, María Angélica Illanez, Julio Pinto, Jorge Rojas Flores y Ana María Stuven en Chile; a Michael Hall, Angela de Castro Gómez, Sidney Chalhoub, Leonardo Pereira, Fabiane Popinigis, Margareth Rago y Paulo Fontes en Brasil; en Argentina es imposible no mencionar a José Luis Romero y a todos los que se formaron con él y a Juan Suriano. Hay además una enorme cantidad de colegas que evito mencionarlas para no ser injusta, aunque de hecho lo soy por no hacerlo; evoco a Yamandú González Sierra, Silvia Rodríguez Villamil, Graciela Sapriza, José Pedro Barrán e Ivette Trochon en Uruguay, imposible no recordar a Luis González, Clara Lida y Carlos Illades en México y así podría continuar escribiendo otros nombres aunque no sea exhaustiva. Sin embargo, no es la enumeración lo que me lleva a evocarlos sino el deseo de plantear un recorrido también por la variedad de temas y enfoques que muestran a la historia social latinoamericana en un continuo movimiento que se bifurca por numerosos senderos con labradores, mujeres, obreros, infancias, rebeldías, esclavos, fiestas, carnavales, prostitutas, canciones, emociones, símbolos, asociaciones.
El jardín de la historia social tiene tantos rincones que resulta imposible detenerse en todos ellos. Mirando las tapas de publicaciones como Historia Social, Entrepasados y Trashumante advierto que todas ellas colocan imágenes como sugiriendo que la cultura visual también es una flor de la historia social. El historiador británico Asa Briggs abrió mis ojos a la posibilidad de explorar la vida de las personas a través del trabajo de los fotógrafos allá por 1989. Desde entonces otros estudios alimentaron mi interés, y seguramente el de muchos otros historiadores sociales, por el lugar de la imagen en la sociedad y, sobre todo, sobre los modos de mirar y representar. Claro que Raphael Samuel con su Teatros de la memoria también impulsó un mayor acercamiento a los saberes no oficiales, al estudio de los acervos locales, a las nociones de patrimonio, a la recuperación de canciones, de fotografías, de películas para pensar la cultura popular, de la mano del ya mítico History Workshop.[5]
Hace más de treinta años Peter Burke editó Formas de hacer Historia.[6] Señalaba allí que la historia social se había independizado de la historia económica para fragmentarse en historia del trabajo, historia urbana, rural, demografía histórica, etc., y que lo mismo sucedía con la historia económica y con la historia política. En realidad, la disciplina historia daba lugar a temas y problemas otrora impensados como la niñez, el cuerpo, la feminidad, la lectura, los gustos, el habla, la locura. Como un inglés que se formó con la mirada puesta hacia la historiografía francesa citaba a Philippe Ariès, Le Roy Ladurie, Corbin, Vigarello entre otros. Una nueva historia se estaba escribiendo y ella podía referirse a cualquier actividad humana. Tal vez, lo que nos estaba sugiriendo no era algo tan novedoso, sino distintas formas por las cuales, tal como sostuvo Lucien Febvre en su Combates por la historia, hace ya casi un siglo, la historia es por definición historia social.[7] Hoy la historia social es un gran jardín donde florecen numerosas plantas y donde cada generación añade nuevos espacios para responder sus interrogantes.
Bibliografía
Burke, Peter. Ed. Formas de hacer historia. Madrid: Alianza Editorial, 1993.
Febvre, Lucien. Combates por la historia. Barcelona: Ariel, 1970.
Hall, Stuart. El triángulo funesto. Raza, etnia, nación. Madrid: Traficantes de Sueños, 2019.
Samuel, Raphael. Theatres of Memory. Londres / Nueva York: Verso, 1994.
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Mirta Zaida Lobato es doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires y profesora consulta en esa institución. Fue fundadora y miembro del Consejo de Dirección de Entrepasados (Revista de Historia) y de Mora (Revista del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género). Ha recibido varios premios y reconocimientos, entre ellos la beca Guggenheim (2006). Ha sido profesora en universidades del país y en el extranjero. Ha publicado numerosos artículos en el país y en el extranjero. Es autora entre otros libros de Infancias Argentinas (Edhasa, 2019), La prensa obrera (Edhasa, 2009), Historia de las trabajadoras en la Argentina, 1869-1960 (Edhasa, 2007), La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso (1904-1970) (Prometeo, 2001 y 2004).
Doi: 10.17533/udea.trahs.n20a19
* Universidad de Buenos Aires. Agradezco los comentarios de Martín Albornoz y Cristiana Schettini, quienes tienen en sus manos la llama de la historia social.
[1] Stuart Hall, El triángulo funesto. Raza, etnia, nación (Madrid: Traficantes de Sueños, 2019) 69.
[2] Entrepasados fue una revista no institucional, dirigida por Juan Suriano, editó 39 números entre 1991 y 2012.
[3] Ambas publicadas por el Arquivo Edgard Leuenroth, UNICAMP, Brasil.
[4] Nueva Historia se editó en Londres por la Asociación de Historiadores Chilenos (U.K) que estaba integrada por algunos exiliados de la dictadura de Pinochet. La comisión editorial estaba integrada por Leonardo León, Luis Ortega y Gabriel Salazar.
[5] Raphael Samuel, Theatres of Memory (Londres / Nueva York: Verso, 1994).
[6] Peter Burke, ed., Formas de hacer historia (Madrid: Alianza Editorial, 1993).
[7] Lucien Febvre, Combates por la historia (Barcelona: Ariel, 1970).