Obituario. Juan Marchena Fernández (1954-2022): un americanista en Sevilla. In memoriam*


“Quien no sienta la alegría infinita de estar aquí en este mundo revuelto y cambiante, peligroso y bello, doloroso y sangriento como un parto, pero como él creador de nueva vida, está incapacitado para escribir historia”. Manuel Moreno Fraginals, La historia como arma.

La tranquilidad de la mañana del 10 de octubre de 2022 en Colombia fue interrumpida, de manera abrupta, por la circulación, entre amigos y colegas, de una triste noticia: al otro lado del Atlántico, en Sevilla, acababa de fallecer nuestro querido Juan Marchena Fernández. Juan fue maestro de varias generaciones de historiadores de América Latina y de España, a quienes de manera generosa acogió en los programas de Máster y Doctorado de la Universidad Pablo de Olavide, que él mismo dirigía, o simplemente a otros tantos que arribaron a Sevilla buscando conocer los laberintos del Archivo General de Indias y saciar así su necesidad de entender la historia del continente americano.

Desde tiempos de sus estudios de bachillerato, Juan fue un voraz lector. Solía recordar que en su adolescencia pasaba horas leyendo los libros de la biblioteca de su abuelo, los mismos que heredó y que le permitieron despertar su amor por la Historia y la Literatura. Se asombraba con los viejos libros de Geografía, con los mapas y láminas sobre lugares distantes, que con los años recorrería y estudiaría con detalle. Su abuelo, un marino mercante, fue su primer maestro; dirigió sus lecturas desde pequeño. Con él se fascinó por el conocimiento universal.

Físico de formación, Juan se interesó inicialmente por los algoritmos, los números, las cifras, el razonamiento matemático y el método científico; y debido a esa afición por la lectura, estudió también Historia (que en esa época se impartía como Filosofía y Letras en la Universidad). Así, en tiempos en los que la política franquista en España, y más en Sevilla, era una sombra que ocultaba e impedía las posibilidades de trabajo crítico y creativo, él se hizo historiador y especialista sobre América Latina en compañía de sus maestros Francisco Morales Padrón, Paulino Castañeda Delgado y Antonio Collantes de Terán Sánchez. Por aquellos años la ciudad hispalense era un foco importante para la difusión de la historia latinoamericana, en gran medida por ser la sede de instituciones como el Archivo General de Indias, la Escuela de Estudios Hispanoamericanos y la Universidad de Sevilla.

Juan representó un punto de inflexión en su generación y marcó a su vez el punto de partida para lo que serían sus futuras contribuciones a la historiografía latinoamericana, pues se interesó en estudiar la historia social del Nuevo Mundo. A pesar de que, con los años, se convirtió en un especialista en Latinoamérica, Colombia y el Caribe fueron objeto de sus primeras inquietudes investigativas. En 1979, participó como consultor e investigador en el Proyecto Latinoamericano de Rehabilitación de Recintos Históricos de la UNESCO en Cartagena de Indias, ciudad a la que nunca abandonaría, pues no solo le interesaba su pasado y su presente, sino que en ella mantuvo muchos amigos y colegas durante décadas. Frutos de este interés son sus libros La institución militar en Cartagena de Indias en el siglo XVIII (1982) y Oficiales y soldados en el ejército de América (1983), ambos publicados por la Escuela de Estudios Hispanoamericanos. Con el paso del tiempo, aunque abrió sus horizontes de reflexión a otros temas y regiones, siempre mantuvo el interés por el siglo de la Ilustración, hizo hincapié en sus luces y sombras y fue un crítico constante del reformismo borbónico.

Juan trabajó como profesor e investigador en la Universidad de Sevilla, en la Universidad Internacional de Andalucía, Sede Iberoamericana de La Rábida y en la Universidad Pablo de Olavide. En estas instituciones ocupó cargos académico-administrativos y sobre todo dejó una estela de discípulos, de uno y otro lado del Atlántico.

La presencia de Juan Marchena en nuestro país se expresó en tres niveles: el primero de ellos fue la formación de un nutrido grupo de investigadores de la historia en programas de máster y de doctorado en España, Ecuador y Colombia, desde 1995, primero en la Universidad Internacional de Andalucía, sede Iberoamericana de La Rábida; después en la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla; luego en el doctorado de la Red de Universidades del Doctorado de la Educación, Rudecolombia, y más adelante en el doctorado en Historia de la Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito.

Siempre destacó la formación de los estudiantes egresados de universidades colombianas y que pasaron por sus clases: “El sistema universitario público en Colombia -afirmó en algún momento- produce gente muy valiosa”. Esos investigadores se han vinculado a diversas universidades dispersas por la geografía nacional desde Pasto hasta Barranquilla y desde Bucaramanga hasta Cali, pasando por Medellín o Bogotá.

Un segundo nivel alude a su participación en programas de pregrado, maestría y doctorado, en los que ofreció clases y conferencias, y en los que sirvió de par académico en procesos de acreditación. Sus visitas a universidades colombianas como profesor, o como invitado a congresos sobre temas de historia de Colombia, enriquecieron ese diálogo entre Juan Marchena y la academia; este intercambio desembocó en una colaboración constante, reflejada en el fortalecimiento de las relaciones entre las universidades a las que estuvo vinculado en la península ibérica, sobre todo la Universidad Pablo de Olavide, y las universidades colombianas.

Un tercer nivel se relaciona con la propia investigación histórica. Su periplo lo llevó a explorar el pasado de Cartagena y el Caribe, al punto de que se consideraba un cartagenero más. Esa es la ciudad en la que habitan, como lo afirmaba, más que sus amigos, “los hermanos del alma, algunos ya ausentes, pero que siguen en lo más profundo del corazón, y esa es otra forma de estar”.

Conocía a esa ciudad y su historia como pocos, y todo aquello se reflejó en varios libros y multitud de artículos y conferencias sobre esta zona del país. Precisamente, el primero que escribió sobre Cartagena data de 1977, fue publicado en Ejército. Revista de las armas y servicios con el título de “La primera academia de ingenieros en América. Cartagena de Indias, 1714”. Esos fueron los inicios de una constante reflexión sobre el pasado de Colombia, inscrito y entendido en el ámbito latinoamericano, una verdadera lucha contra los provincialismos académicos que han caracterizado desde hace ya un buen tiempo a la historiografía nacional.

Sin embargo, Juan Marchena no solo se ocupó por conocer la Cartagena borbónica con sus altivos oficiales y díscolos soldados. Sus preocupaciones lo llevaron a ascender a los encumbrados Andes para indagar por la vida de los cronistas Juan de Castellanos o de Felipe Guamán Poma de Ayala y descender a lo más profundo del Amazonas para analizar las tensiones entre castellanos y portugueses. A él también le inquietaban los itinerarios individuales. Por décadas, se mostró interesado en estudiar al ilustrado Pablo de Olavide, a la generación trágica de los militares que en dos décadas crearon varias repúblicas en América y provocaron el colapso de la Monarquía ibérica; incluso, sus intereses lo llevaron a indagar la existencia del marxista peruano José Carlos Mariátegui. A Juan le interesaba y sabía de todo un poco. Desde los incas de los Andes, hasta los navíos de línea que surcaban las aguas del Caribe cargados con ciento veinte cañones y dispuestos a disparar sus balas a cualquier enemigo. También se interesó por lo que él llamaba las “historias mínimas”: las vidas de personas anónimas que, paradójicamente, son la mayoría de los sujetos del pasado.

Fueron más de cuatro décadas de vínculos académicos con Colombia. El impacto de esa presencia se notó entre otras cosas en los investigadores que formó. Contribuyó a la formación de estudiantes colombianos, además de las universidades de Ecuador y de España, en la red de universidades Rudecolombia, integrada por instituciones de Tunja, Pasto, Popayán, Pereira, Manizales, Cartagena, Barranquilla, Ibagué y Bogotá; la Universidad Nacional de Colombia; la Universidad de Antioquia y la Universidad Industrial de Santander.

Tenemos la fortuna de ser parte del grupo de estudiantes que se formó con Juan. Sus enseñanzas han sido infinitas. Destacamos, como ya se ha dicho, su compromiso con el oficio. Era un “hombre de archivos”, pues los conocía desde Buenos Aires hasta ciudad de México y se maravillaba con los “tesoros” documentales que se podían encontrar en Sucre, en Lima, en Quito, en Bogotá, en Caracas, en La Habana o en Guatemala. Y no se olvidaba de la riqueza apabullante de los archivos ibéricos de Sevilla, Madrid, Segovia, Viso del Marqués o Lisboa. Creía (como muchos de nosotros) que la historia es una ciencia y que el trabajo del historiador debe expresar rigurosidad, compromiso y pasión. También consideraba que buenas preguntas casi siempre son la garantía de investigaciones útiles.

Reivindicó, destacó y valoró siempre la producción historiográfica elaborada en América Latina. Por supuesto, no desconocía los trabajos de los americanistas norteamericanos o europeos, aunque siempre citó a sus maestros latinoamericanos y utilizó sus trabajos como bandera en sus clases de historia, como una muestra de reconocimiento a esos historiadores, integrantes de una brillante generación de investigadores del pasado de nuestro continente. Unos ya no están. Otros participan como profesores del programa de posgrado en la Universidad Pablo de Olavide. Con ellos tenía una amistad entrañable y sincera.

Figuras tan destacadas como Manuel Moreno Fraginals, Enriqueta Vila Vilar, Alberto Flores Galindo, Germán Colmenares, Carlos Sempat Assadourian, Luis Millones, Ana María Lorandi, Heraclio Bonilla, Juan Carlos Garavaglia, Alfredo Castillero Calvo o Enrique Florescano, para mencionar tan solo algunos, hacen parte de ese grupo de historiadores que reivindicaba constantemente en su trabajo. Sin embargo, Juan sabía reconocer la calidad de investigadores de otras latitudes. Durante años cultivó la amistad y el diálogo académico con americanistas como Tristán Platt, Georges Lovell, Bernard Lavallé, Jan de Vos, John Fisher, Allan Kuethe o Manuel Chust.

Creemos que el principal homenaje para Juan Marchena sería hacer eco de todas esas enseñanzas que nos ha legado en nuestro trabajo cotidiano, en las clases de historia y en las investigaciones. Tratar de hacer de este oficio algo útil y funcional para las sociedades del presente porque la historia sirve para algo: nos permite explicar y entender el mundo en el que vivimos, tal y como él lo trató de hacer siempre. Por eso a Juan le gustaba repetir las palabras de su maestro Manuel Moreno Fraginals que encabezan este obituario: para poder escribir Historia, es necesario vivir en este mundo “revuelto y cambiante, peligroso y bello, doloroso y sangriento como un parto”.

Juan Marchena Fernández, un latinoamericano nacido en Sevilla, nos enseñó durante todos estos años que un historiador debe descubrir constantemente nuevas formas de ver y entender el pasado, siempre en el marco de una pasión de compromiso con el mundo real en el que se vive. Así, como el mejor de los indianos, él peregrinó por América, pero regresó a su Sevilla natal para morir. Buen viaje, querido maestro Juan.

[1]Cómo citar: Lenis Ballesteros, C. A., & Montoya Guzmán, J. D. (2023). Juan Marchena Fernández (1954-2022): un americanista en Sevilla. In memoriam. Trashumante. Revista Americana De Historia Social, 21(21), 211-213. https://doi.org/10.17533/udea.trahs.n21a12 (Original work published 13 de enero de 2023)