Carlos A. Jáuregui, David M. Solodkow y Karina Herazo Ardila. Comps. Emiliano Zapata: 100 años, 100 fotos. Bogotá: Ediciones Uniandes / Casasola México, 2022, 276 pp.

 

Emiliano Zapata es un personaje histórico cuya imagen ha trascendido el tiempo y las fronteras políticas. Prueba de ello es el catálogo de la exposición Emiliano Zapata: 100 años, 100 fotos, que destaca por mostrar la construcción visual, apropiación y reivindicación histórica de esta efigie revolucionaria al interior de un mundo caracterizado por el predominio de la injusticia. Y es precisamente por esta razón que el catálogo cobra aún más sentido: pareciera que la presencia de Zapata se ha fortalecido como ícono de las luchas y demandas provenientes tanto de sectores campesinos e indígenas como de toda persona y sociedad que aspire a la construcción de un mundo más justo.

El libro tiene una edición bien cuidada y las impresiones destacan por su calidad, misma que permite ver los detalles que enriquecen el análisis de las imágenes. El trabajo de los compiladores no sólo consistió en coordinar un amplio grupo de trabajo e instituciones, sino en procurar la entrega de una edición de notable calidad que implicó la consulta de acervos fundamentales como la Colección Gustavo Casasola y la Fototeca Nacional (INAH), todo ello en colaboración con la Universidad de los Andes y el apoyo de numerosos estudiosos del zapatismo a nivel internacional. El cuidado editorial en los libros de fotografía es fundamental, y en el caso de esta obra, el uso de papel fotográfico en tono mate evita los molestos reflejos de luz al contemplar las imágenes, aspecto que se agradece y nos habla del riguroso proceso editorial. Asimismo, se trata de un texto bilingüe (español e inglés), lo que amplía el alcance de esta obra y contribuye a difundir una serie de textos bien logrados.

Uno de los principales aportes del catálogo es la decisión de incluir las fotografías más representativas de Emiliano Zapata, así como de imágenes poco conocidas del Ejército Libertador del Sur y de aquellos que lo conformaron: campesinos, indígenas, intelectuales, mujeres, personas transgénero y niños. Lo anterior nos permite ver el alcance del zapatismo incluso fuera de sus circunstancias históricas adscritas a la Revolución mexicana: sin duda alguna, Zapata fue el líder de este movimiento e ícono de su lucha, y a través del catálogo es posible comprender el carácter diverso de un movimiento social de masas. Así, se puede considerar al zapatismo como algo colectivo que, en el caso particular de esta obra se manifiesta a través de la imagen -en su mayoría fotografías-, pero también de reinterpretaciones en otras técnicas (por ejemplo, en grabados realizados por estudiantes colombianos de arte). Asimismo, una decisión acertada de los autores es el desprendimiento del carácter cronológico que suele caracterizar a los trabajos biográficos. Lejos de caer en una historia tradicional, las fotografías se organizan a partir de temáticas bien pensadas que permiten al lector desdibujar las fronteras de la temporalidad, de tal suerte que se establece otro tipo de diálogo con las imágenes. De acuerdo con lo dicho, el catálogo plantea la posibilidad de reinsertar al zapatismo en la cultura visual contemporánea y, evidentemente, analizar el alcance y sentido de las fotografías en el presente. Recordemos que una fotografía es polisémica y su significado no es unívoco, depende de los contextos y, por esta razón, es posible comprender las herencias visuales y reivindicaciones históricas del zapatismo a un siglo del asesinato del también llamado Atila del sur.

La selección de imágenes en el catálogo aborda algunos temas que anteriormente habían sido enunciados por otros estudiosos del zapatismo, por ejemplo, la participación de las mujeres, pero uno de sus principales aportes reside en partir de fuentes fotográficas para comprender al zapatismo tanto en su circunstancia histórica como en el México contemporáneo. Por ejemplo, encontramos textos realizados por estudiosos de la fotografía mexicana como John Mraz y Samuel Villela, ambos precursores en el desarrollo de la llamada fotohistoria. A través de sus estudios, podemos analizar la construcción visual de uno de los movimientos revolucionarios de mayor trascendencia en la historia mexicana. Asimismo, el trabajo de Samuel Villela nos aporta elementos para pensar la participación de las mujeres en el Ejército Libertador del Sur y estudiar cómo el rol de aquellas fue también protagónico, ya fuera mediante el espionaje, la alimentación de los combatientes, como soldaderas o incluso a través de la práctica fotográfica. Asimismo, destaca el caso del coronel Amelio Robles, ejemplo notable de cambió de género durante la Revolución y cuyo registro visual nos aporta elementos para comprender la participación de grupos que históricamente han sido invisibilizados en las luchas sociales. En ese sentido, el trabajo de Villela marca una pauta para repensar al zapatismo como uno de los movimientos revolucionarios más complejos y diversos, lo cual revela la profunda necesidad de comprender a los sectores marginados en el pasado y sus demandas en el presente con base en fuentes como la fotografía.

Por su parte, el trabajo de Helga Baitenmann nos muestra cómo las mujeres zapatistas debieron hacer frente no sólo al desprecio generado en contra del movimiento campesino, discurso que provenía principalmente del ámbito urbano y de las clases acomodadas, sino también al sexismo propio de la época, aspecto que pone en evidencia la necesidad de realizar más estudios sobre el papel de las mujeres en la Revolución mexicana y la construcción visual de una disidencia femenina. De igual modo, sobresale el trabajo de Timothy Matovina, quien analiza la simbiosis visual entre el zapatismo y el culto guadalupano. En términos históricos, este último se encuentra intrínsecamente ligado a la historia mexicana, en particular a procesos claves como el movimiento de independencia, la Guerra de Reforma, la Guerra cristera e incluso a ciertos ámbitos políticos del siglo XXI. En consecuencia, es menester desentrañar el fervor religioso como forma de resistencia e identidad en la configuración de los movimientos sociales surgidos desde los sectores marginados. Lo anterior es significativo si comprendemos que tras el asesinato de Zapata surgió una forma de religiosidad en torno a su figura, en donde a través de expresiones como la pintura, la fotografía, los corridos y, desde luego, la tradición oral, se difundieron versiones sobre la supuesta aparición del revolucionario morelense cruzando los campos de cultivo sobre su caballo, aspecto que permite comprender el fervor en torno a Zapata como defensor de los indígenas y campesinos. Lo anterior es muestra de una presencia casi omnipresente en las protestas populares, en donde la efigie de Zapata se ha vuelto no sólo constante, sino también identitaria para determinados sectores de la sociedad, mismos que le han otorgado una suerte de sacralidad a la efigie del caudillo.

Por su parte, el texto de Karina Herazo destaca por plantear una problemática que cada vez se ha hecho más presente en los estudiosos de la fotografía: el trabajo con imágenes digitalizadas. Esto es relevante pues con frecuencia los historiadores tendemos a utilizar imágenes digitalizadas por diversos motivos: tal fue el caso de la exposición Emiliano Zapata: 100 años, 100 fotos. Karina Herazo nos expone cómo fue el trabajo con imágenes restauradas a través de tecnologías digitales. Ciertamente, esto implica un cambio en la manera de analizar las imágenes y deja ver que todo avance tecnológico tiene ventajas y desventajas. En primer lugar, es una realidad que los procesos de digitalización han facilitado el acceso a fotografías que debido a su deterioro físico son imposibles de consultar por otros medios, lo cual constituyó una ventaja para una muestra itinerante como la exposición mencionada. Sin embargo, la experiencia del investigador y estudioso de la fotografía es distinta al tener que lidiar con la inmaterialidad de sus fuentes, algo que, en efecto, puede alterar la interpretación o cuestionamientos que hacemos a las fotografías. Pese a ello, este texto tiene el gran acierto de acercarnos al proceso de digitalización, impresión y montaje de una exposición que principalmente surgió del trabajo con fuentes digitales y cuyo éxito hubiese sido logísticamente inviable al trabajar con las placas o negativos originales. En este sentido, este artículo es un puente entre los temas abordados por los autores y la realidad de un fenómeno del presente, el cual se caracteriza por la reproductibilidad digital de las imágenes.

Por su parte, la contribución de Mario Omar Fernández al catálogo nos explica las estrategias museográficas. Buscaron que la gente se hiciera partícipe de la exposición a través de la interacción con la muestra, es decir, de alguna manera buscaron que los asistentes se apropiaran de los objetos. Esto tiene un elemento profundamente simbólico para el caso de Emiliano Zapata, pues el movimiento que encabezó representaba a los sectores marginados de la sociedad mexicana y colocar sus imágenes dentro de los museos debe implicar una cercanía con los espectadores en lugar de un distanciamiento. Por este motivo, el trabajo de Fernández nos muestra las entrañas del proceso museográfico mismo que nos ayuda a comprender una forma de reactualizar tanto la imagen como el sentido del zapatismo, pensando en el público y la cercanía que éste puede establecer con el pasado.

Un tema fundamental para comprender al zapatismo es el presentado por Francisco de Parres Gómez. A través de fotografías del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) también conocidos como neozapatistas, quienes emergieron en la década de los noventa del siglo pasado, nos permite ver la expresión de un movimiento indígena que recuperó parte de los ideales del zapatismo revolucionario para reivindicar un proceso de lucha inacabado y vigente, mismo que es necesario atender y escuchar en tanto que evidencia la falta de justicia en el México de finales del siglo XX y principios del XXI. Este trabajo es fundamental, pues la abrupta aparición del EZLN en 1994 permitió comprender el alcance limitado de los postulados de la Revolución mexicana, exhibiendo con ello la deuda pendiente que se tiene con los pueblos originarios y su derecho a la autonomía.

El texto que cierra el catálogo es de Sandra Sánchez López, quien realizó una síntesis sobre la propuesta de John Mraz, uno de los artífices de la fotohistoria tanto en México como en América Latina y cuyos principales postulados exploran las posibilidades de escribir historia a través de fotografías, dejando de lado el uso meramente ilustrativo que predominó hasta el último cuarto del siglo XX. En ese sentido, es destacable el papel de Mraz como asesor tanto en el grupo de trabajo que montó la exposición, así como en el catálogo que viene a enriquecer la comprensión del zapatismo más allá de sus fronteras históricas y límites geográficos.

A mi juicio, este libro sobresale por motivos diversos: la calidad editorial, los buenos textos, la excelente selección de imágenes, factores que en conjunto revelan la importancia histórica de un ícono revolucionario como Emiliano Zapata. Este trabajo analiza al caudillo a través de la fotografía, pero también aborda su vida como imagen y las diversas apropiaciones que ha tenido a un siglo de su muerte. A su vez, se trata de un libro que era necesario, pues nos encontramos inmersos en un mundo hipervisual, en el cual gran parte de la información la recibimos a través de imágenes y ello incluye también las herencias visuales del pasado. Y es justo aquí, en el presente, donde debemos repensar históricamente la figura de Emiliano Zapata. Esta obra fue realizada por investigadores provenientes de distintas partes del mundo, lo cual muestra la necesidad de diálogo entre los estudiosos del zapatismo. En este sentido, el catálogo es un buen ejemplo de la calidad que se puede lograr con trabajos integrales, sobre todo pensando en el creciente interés en el estudio del movimiento zapatista. Más que nada, se necesitan miradas desde otros lugares para enunciar interrogantes distintas a un movimiento legítimo, complejo y revolucionario como lo fue el zapatismo. Sin duda, este trabajo me hace pensar en que mientras no seamos capaces de construir un mundo más justo para todos, la figura del caudillo morelense continuará erigiéndose como un ícono de resistencia frente a la imperante desigualdad social, ante la cual Zapata vive y la lucha sigue.