Estamos ante varios hechos notables con esta edición. Primero, la obra misma de James Sanders , original en inglés de 2004, que contiene una reconstrucción de los conflictos políticos y sociales durante el siglo XIX y, más claramente, en la segunda mitad de ese siglo en lo que fue la región del Gran Cauca. El profesor de Historia de la Utah State University hace una reconstrucción audaz que sugiere conocer cómo los llamados sectores subalternos pudieron adaptarse e incluso aprovechar las posibilidades de participación política en las coordenadas del sistema republicano. Segundo, la traducción al español del historiador Isidro Vanegas. Este es su otro gran aporte a la difusión de obras escritas originalmente en inglés, el primero lo hizo con el ya lejano libro de David Sowell sobre los artesanos, el cual tardó una veintena de años en tener versión en español.1 Vanegas parece haberse empeñado en ayudarle a nuestra comunidad historiográfica, todavía reacia a leer obras en las lenguas de origen, a tener contacto con algunos libros fundamentales.
Inevitable dedicarle algún comentario a la traducción que, como todas, tiene retos semánticos. El más evidente era resolver cuál era el equivalente en lengua española del adjetivo contentious. El traductor podría haberse decidido por el camino literal de traducirlo como “contenciosos” o “conflictivos”; sin embargo, ambas posibilidades dejan un campo de interpretación muy limitado para entender las acciones y, sobre todo, las actitudes colectivas de sectores sociales que al parecer fueron difíciles de contener, controlar o someter a reglas y, por tanto, según la decisión del traductor, fueron grupos sociales “indóciles”. La decisión merecerá discusiones, porque aparecen en cualquier diccionario opciones más inmediatas y familiares como “rebeldes”, “insumisos” o “desobedientes”. En fin, el libro de Sanders pone, de entrada, una discusión semántica que deja ver la dificultad y, sobre todo, la ambivalencia de aquellos comportamientos colectivos que ha intentado caracterizar; no obstante, Vanegas presenta una solución que puede ser controvertible. Pero, advirtamos, el libro no queda ensombrecido con dudas o discusiones de esta naturaleza; una y otra versión (en inglés y en español) son legibles y los argumentos fundamentales están intactos.
Republicanos indóciles es una tentativa muy laboriosa de un historiador norteamericano por reconstituir la participación política popular en el esquema del orden republicano, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX en la región caucana. El autor intenta dar cuenta de la presencia muy activa de grupos subalternos, y eso incluye su capacidad de negociación con las élites de los partidos políticos que habían logrado, hacia mediados de ese siglo, una relativa consolidación asociativa nacional. En siete capítulos, Sanders logra demostrar que hubo un intenso intercambio entre individuos de muy diversa procedencia étnica y social que hacían parte de una comunidad política determinada, en este caso la del Gran Cauca.
El libro de Sanders propone una explicación de la vida pública de una región durante el siglo XIX, que tiene en cuenta los vínculos conflictivos entre lo étnico y lo social. El historiador norteamericano ha dado cuenta del nudo de alianzas entre élites locales y grupos sociales “subalternos” (adjetivo que no es de mi simpatía, prefiero inclinarme por el de “populares”); esas alianzas estuvieron teñidas de tensiones y enfrentamientos, sin olvidar que todo eso sucedió en el marco genérico del sistema político republicano.
En su explicación, Sanders habla del hallazgo de lo que él considera un “republicanismo popular” que, en buena medida, fue el resultado del juego de adaptaciones y resistencias de esos sectores que él llama subalternos, y a veces populares, a las exigencias competitivas de la democracia representativa. Ese republicanismo popular fue, en todo caso, y como hemos podido comprenderlo, una construcción incesante de formas de participación política en medio de una continua disputa hegemónica muy propia de un siglo que obligó a todos los agentes sociales a intervenir en la actividad política, según sus posibilidades de acción. Por eso, como el mismo Sanders lo dice, el republicanismo popular fue la resultante de una “historia de negociación continua” (p. 23).
Un aporte aún más sugestivo de este libro es la cartografía política regional que constituye, a mi modo de ver, una acertada caracterización de los matices y tendencias políticas de los diversos agentes sociales, especialmente los populares, según factores sociales y étnicos que tuvieron (y siguen teniendo) tanto peso en las identidades o filiaciones políticas de esta región del país. El autor se tomó el trabajo de acudir a variantes étnico-sociales, geográficas e históricas para elaborar un mapa, circunscrito a lo que fue el Gran Cauca, en el que identificó tres formas de republicanismo popular: la del pequeño propietario blanco y pobre; la del conservador indígena, y la del liberalismo popular al que se adscribieron, mayoritariamente, los afrocolombianos y los mestizos pobres de la región. Es posible que estemos ante algún tipo de determinismo, casi al estilo clásico de Montesquieu, al establecer una conexión entre la composición socio-étnica, los lugares de asentamiento y las filiaciones políticas. Sin embargo, hay que admitir que ciertos factores históricos hicieron posible que, por ejemplo, los afrodescendientes tuviesen afinidad con el partido liberal que impulsó la abolición de la esclavitud y propició la participación de esos grupos socio-raciales en los briosos clubes políticos, especialmente en la coyuntura asociativa de mitad de siglo.
Este aporte, cuya originalidad es categórica, deriva en algo muy interesante, aunque problemático, al adjudicarle a esas formas de republicanismo popular la producción de discursos; es decir, aquellos grupos populares o subalternos fueron agentes discursivos. Aquí nos tropezamos con un obstáculo empírico y ontológico muy frecuente en los estudios de las culturas populares: ¿cómo reconstituir las voces de esos agentes sociales? ¿Cómo adjudicarles genuinamente una voz? y ¿cómo atribuirles un discurso que les haya sido propio? En este punto el libro no nos convence plenamente, aunque se trata de una obra que contó con una documentación prolija, no podemos llegar a conclusiones tajantes que nos permitan afirmar que las gentes del pueblo hablaron. Si lo hicieron, fue mediante el filtro de intermediarios culturales, de agentes ubicados cultural y políticamente en situaciones liminares, cerca de los sectores populares y cerca, también, de las élites de la política. Como suele suceder, los sectores populares o subalternos pudieron hablar, primordialmente, mediante sus propias acciones.
Ahora bien, ese obstáculo no le impidió al autor mostrar que esos sectores populares o subalternos fueron construyendo un repertorio de acciones que le dieron fundamento a una cultura política (no solamente subalterna). Según Sanders, “los republicanos populares ayudaron a crear la nación colombiana” (p. 287) y contribuyeron a ampliar la noción de ciudadanía. Dicho de otro modo, en medio de las restricciones, temores e intimidaciones de una élite política que quiso imponer un ideal excluyente de nación, las iniciativas políticas populares moldearon las pretensiones de esa élite y la obligaron a hacer alianzas que, en últimas, admitían la necesidad de acudir a grupos sociales que despreciaban. Sanders advierte que “no se están exagerando las contribuciones de los subalternos a la construcción nacional” (p. 287). Nosotros compartimos, en parte, esa afirmación. Lo que conocemos como vida republicana es una despiadada competencia por imponerse en el espacio público en que todos los agentes que intervinieron ganaban o perdían algo, con episódicos triunfos de unos sobre otros.
Otro punto de discusión que alimenta esta obra es la noción de subalternidad. Los subalternos son, en este estudio, una categoría plural y heterogénea, cuyo principal rasgo común era su resistencia a los proyectos hegemónicos de las élites. Sus acciones y capacidades de negociación parecían depender del marco general de posibilidades y limitaciones del mundo republicano. La república, con todas sus imperfecciones y perversiones, parece ser un orden político que permite discusiones, disensos, equilibrios y conflictos momentáneos. En definitiva, los subalternos eran agentes políticos relativos; su subalternidad estaba hecha según el nudo de relaciones que los colocaba en ese lugar. Ahora bien, el repertorio de acciones de los subalternos no fue una adquisición genuinamente republicana. El motín, la rebelión, el enfrentamiento contra las autoridades, el boicot, entre otros, fueron prácticas que, como algunos investigadores lo han demostrado, existieron en el siglo XVIII. Es muy probable que existiese, más bien, una memoria colectiva de la protesta popular que permite pensar en una cultura popular muy activa y mucho más antigua. Quizás las grandes novedades republicanas hayan sido la participación en el sistema electoral, los acuerdos para desempeñar empleos locales, la presencia en formas asociativas de alguna vocación igualitaria.
Si algo le ha faltado a esta obra es incluir en alguna parte una perspectiva comparada con otras regiones del país, eso le hubiese ayudado a caracterizar mejor el liberalismo popular y las adhesiones conservadoras dentro de una cartografía histórico-política de mayor envergadura; así hubiésemos tenido una más clara comprensión de por qué en la región caucana hubo un liberalismo moderado afiliado al general Tomás Cipriano de Mosquera y, luego, a Julián Trujillo. Aun así, el libro es una contribución a los estudios políticos regionales y a la historia social de la política.
Este estudio de Sanders está sustentado en la consulta pródiga del Archivo Central del Cauca, de periódicos y testimonios provenientes, en su gran mayoría, del personal político caucano del siglo XIX. Esa documentación le permitió examinar in profundis la intensa vida pública de la región quizás más influyente por lo extensa, conflictiva y pluriétnica del siglo XIX colombiano. El Archivo Central del Cauca es uno de los archivos más ricos y útiles para emprender estudios de la historia política de aquellos tiempos de construcción, muy traumática, del Estado nación. Suele ser un archivo desordenado y abandonado, sin criterios ni recursos para conservar adecuadamente la documentación que guarda, mucha de ella en condiciones deplorables. Los investigadores extranjeros han aprovechado mejor que los colombianos la riqueza e incuria que han distinguido ese archivo. La desidia nuestra contrasta con la laboriosidad de investigadores extranjeros; por eso, mucha documentación que debía estar originalmente en los archivos colombianos reposa en los centros de documentación de bibliotecas universitarias norteamericanas.
James Sanders ha legado un estudio estupendo que será paradigma en los estudios de historia social y política regional. Aunque el título de su libro sugiera una perspectiva nacional de su estudio, lo cierto es que su investigación está circunscrita a lo que fue al Gran Cauca y, en particular, a los conflictos de la segunda mitad del siglo XIX.