212El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
El cacique en su laberinto: Ignacio Quispe Ninavilca y la guerra de independencia.
Huarochirí, Perú, 1820-1824
Resumen: Este artículo plantea que la organización militar del régimen patriótico produjo diversas reac-
ciones locales, que oscilaban entre el desacato y la protesta armada, lo que nos hace pensar que la base
política del naciente Estado peruano emanó con debilidades. A través del accionar del cacique guerrillero
Ignacio Quispe Ninavilca desentrañamos diversos escenarios de conflicto, acaecidos en Huarochirí durante
la guerra independentista.
Palabras clave: guerra independentista, guerrillas, ruralización de la política, Huarochirí, Ignacio Quispe
Ninavilca.
The Cacique in his Labyrinth: Ignacio Quispe Ninavilca and the War of Independence.
Huarochirí, Perú, 1820-1824
Abstract: This article propounds that the military organization of the patriotic regime produced diverse
local reactions, which ranged between contempt and armed protest, which makes us think that the political
base of the nascent Peruvian State emanated with weaknesses. Through the actions of the guerrilla chief
Ignacio Quispe Ninavilca we unraveled various conflict scenarios in Huarochirí during the Independence
War.
Keywords: independence war, guerrillas, ruralization of politics, Huarochirí, Ignacio Quispe Ninavilca.
O cacique em seu labirinto: Ignacio Quispe Ninavilca e a Guerra de Independência.
Huarochirí, Peru, 1820-1824
Resumo: Este artigo examina como a guerra de independência peruana se desenvolveu em espaços pro-
vinciais, como Huarochirí. Propõe-se que a organização militar do regime patriótico produziu diversas re-
ações locais, que oscilaram entre o desacato e o protesto armado, o que nos faz pensar que a base política
do nascente Estado peruano surgiu com fragilidades. Através da atuação do chefe guerrilheiro Ignacio
Quispe Ninavilca desvendamos diversos cenários de conflito ocorridos em Huarochirí durante a guerra de
independência.
Palavras-chave: guerra da independência, guerrilhas, ruralização da política, Huarochirí, Ignacio Quispe
Ninavilca.
Cómo citar este artículo: Víctor Felipe Espinal Enciso, “El cacique en su laberinto: Ignacio Quispe Ninavilca
y la guerra de independencia. Huarochirí, Perú, 1820-1824”,
Trashumante. Revista Americana de Historia
Social 23 (2024): 212-235.
DOI: 10.17533/udea.trahs.n23a10
Fecha de recepción: 27 de enero de 2023
Fecha de aprobación: 18 de julio de 2023
Víctor Felipe Espinal Enciso: Licenciado en Historia. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad
Nacional Mayor de San Marcos. Docente de Historia a nivel de secundaria.
Correo electrónico: victorfelipe.espinal@gmail.com
213Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
El cacique en su laberinto: Ignacio Quispe Ninavilca
y la guerra de independencia. Huarochirí, Perú,
1820-1824
Víctor Felipe Espinal Enciso
Introducción
Durante el siglo XIX, en el Perú coexistieron dos formas de hacer la guerra: la
guerra convencional y la guerra de guerrillas. Esto fue posible gracias a la pre-
servación de una “tradición militar dual” (Ejército y milicias) que venía gestándose
desde mediados del siglo XVIII con las reformas borbónicas, la cual había sido
repotenciada en medio del fragor separatista de la década de 1820. Ello trajo como
resultado una tensión casi irremediable entre las fuerzas militares profesionales y
las milicias, que alimentó una sostenida fragmentación del poder militar y dio paso
a intensos debates y conflictos respecto a quiénes debían ejercer, legítimamente, el
monopolio de la violencia estatal, problemática latente hasta las postrimerías del
siglo XIX. Fue una lucha de larga data, y solo en las primeras décadas del siglo XX
este sistema dual fue relegado de forma progresiva por un tipo de organización
militar gestionado solo por el Gobierno central.1
La clave para explorar este fenómeno y sus consecuencias se encuentra en el
análisis de la ciudadanía en armas, un referente que instaba a los ciudadanos a
defender, por medio de las armas, la reciente libertad conquistada frente a riesgos
internos y externos.2 Este derecho y este deber cívico no eran una novedad de las
guerras independentistas. Fue una tradición que se remontaba a la Antigüedad clá-
sica, la cual había sido adaptada y reformulada a la situación revolucionaria de los
Estados Unidos, Francia y, por último, Hispanoamérica.3 En ese orden, la organi-
1. David Velásquez Silva, “La reforma militar y el gobierno de Nicolás de Piérola. El Ejército mo-
derno y la construcción del Estado peruano” (Tesis de Maestría, Universidad Nacional Mayor de
San Marcos, 2013).
2. Francisco Núñez, “Ciudadano/vecino, 1750-1850”, Voces de la modernidad. Perú, 1750-1870: len-
guajes de la independencia y la república, comps. Cristóbal Aljovín y Marcel Velásquez (Lima: Fondo
Editorial del Congreso de la República, 2017) 71-73.
3. Geoffrey Parker, Historia de la guerra (Madrid: Akal, 2010) 195-221.
214El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
zación militar de las comunidades políticas emergentes estuvo en consonancia con
la afirmación de la milicia como la institución que ponía en relieve el fundamento
del ciudadano en armas defensor del pueblo soberano.4 Era un papel compren-
sivo tanto para las élites revolucionarias como los sectores plebeyos; los primeros
promovían la guerra y los segundos la sostenían bajo distintas motivaciones.5 Por
consiguiente, la guerra independentista posibilitó la apertura de una estructura de
oportunidades políticas a una serie de actores sociales que ejercitaban el principio
del ciudadano combatiente.
Producto de ello ocurrió una disrupción en el sistema militar dual. Durante la
década de 1820, la coexistencia conflictiva entre el Ejército y las milicias se hizo
aún más complicada por la incursión de las guerrillas. Sus líderes sostenían que
eran las guardianas del principio de la ciudadanía armada y reclamaban su derecho
a preservar la libertad frente al absolutismo hispano. Esto trajo consigo la colisión
entre los proyectos locales y “nacionales” que devino en una vigorización de las
demandas sociales de los pueblos. La negociación, el desacato y la violencia armada
se constituyeron como tribunas de lucha de las localidades que hicieron eco en la
cultura política de la época.
Ese tira y afloja entre lo local y lo “nacional” representó una enorme presión
social que fue internalizándose entre la sensibilidad política de la población. En los
espacios locales hubo una serie de reacciones contra lo foráneo, expresado como
una afrenta ante lo que provenía de la Península Ibérica, o incluso una reacción
frente a Lima y las urbes provinciales. Por lo tanto, la constitución de las guerrillas
expresó el cúmulo de intereses locales en medio de la guerra; representó un cam-
bio cualitativo de motivaciones y prácticas para hacer la guerra. Posibilitó que el
espacio de la contienda fuera circunscrito y localizado, ya que vinculó su accionar
en función de las decisiones de los líderes locales.
Frente a esta situación, proponemos que la guerra independentista peruana
remozó los poderes locales, mas no pudo compactar y consolidar en las locali-
dades la noción de lo “nacional”.6 Fue un orden político que nació agrietado,
cuyos intersticios se hacían más profundos en la medida en que la lucha política
se provincializó e incorporó a más sectores plebeyos de la sociedad. Con el des-
monte del orden virreinal, suscrito inicialmente en la Capitulación de Ayacucho
(1824), los mandos patriotas esperaban también desmovilizar política y militar-
mente a los pueblos que habían estado comprometidos con la gesta libertaria.
Pero en las siguientes décadas se multiplicaron los escenarios de conflictos y
se masificaron las maquinarias locales de guerra como las guerrillas. La lucha
independentista había legado la militarización y politización de las localidades
4. Hilda Sábato, Repúblicas del Nuevo Mundo: el experimento político latinoamericano del siglo XIX (Bue-
nos Aires: Taurus, 2021) 110.
5. El Sol del Perú (Lima) 4 de abril de 1822, 4.
6. Víctor Espinal, “Guerra y guerrillas en los Andes centrales. Perú, 1820-1824” (Tesis de Licencia-
tura en Historia, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2020) 24.
215Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
a estos nuevos señores locales de la guerra.7 El empleo de las guerrillas fue una
forma popular de lucha política vigente en el escenario peruano hasta las déca-
das finales del siglo XIX.8
A través del análisis del repertorio de prácticas políticas del cacique gue-
rrillero Ignacio Quispe Ninavilca en Huarochirí, centramos la discusión sobre
los legados de la guerra independentista en las sociedades locales y cómo estos
buscaron ser domesticados por el Gobierno en aras de la afirmación del ideal
“nacional”, materializada en este intento de suprimir la “tradición militar dual”.
Para responder esta pregunta, dividimos el debate en dos secciones. La primera
está dedicada al análisis de los factores que hicieron posible el incremento de
su capital político en Huarochirí y cómo lo sostuvo durante la guerra, lo que
nos permitirá explicar, en última instancia, acerca de las estrategias empleadas
por Ninavilca con el fin de adaptarse y reposicionarse en el orden republicano
durante el escenario bélico.
En particular, el análisis del capital político de Ignacio Quispe Ninavilca re-
sulta relevante para nuestra investigación, puesto que, en medio de la guerra in-
dependentista peruana, los actores de esta sociedad guerrera se han desplegado
en múltiples espacios de acción e influencia, lo que posibilitó la convergencia de
una serie de relaciones sociales mediadas por el conflicto.9 Es así que individuos
e instituciones batallaron por una posición ventajosa sobre los demás. Para ello
requerían desplegar estrategias con miras a la acumulación de una serie de ele-
mentos que los hicieran prestigiosos frente a las localidades. Por consiguiente, el
capital político de Ninavilca se ha definido en función de su reputación y noto-
riedad en la provincia de Huarochirí, gracias a sus cualidades específicas propias
que lo elevaron por encima de sus competidores. El objetivo está en rastrear las
continuidades y dislocaciones de ese capital político conforme al desarrollo de la
guerra independentista, aspectos que no han sido abordados profundamente por la
historiografía peruana contemporánea. Por consiguiente, nos interesa analizar si el
capital político de Ninavilca fue engullido por una entidad soberana suscriptora de
“lo nacional” (ejército regular) o si llegó a preservarse bajo distintos mecanismos
de legitimación que permitieron a nuestro personaje reposicionarse en el nuevo
mapa político del Perú.
7. Cristóbal Aljovín, Caudillos y constituciones: Perú, 1821-1845 (Lima: Instituto Riva Agüero/ Pon-
tificia Universidad Católica del Perú, México: Fondo de Cultura Económica, 2000) 203-206.
8. David Velásquez, “Una mirada de largo plazo: armas, política y guerras en el siglo XIX”, Tiempo
de guerra: Estado, nación y conflicto armado en el Perú, siglos XVII-XIX (Lima: Instituto de Estudios
Peruanos, 2018) 495-537.
9. El concepto de capital político es tomado de Pierre Bourdieu, Sociología y cultura (México D.F.:
Grijalbo, 1990) 135-141. Según este autor, el capital político resulta de la combinación de otros
tipos de capital, como el reputacional (credibilidad y confiabilidad de un político) y el represen-
tativo (influencia de un político en el establecimiento de políticas de Gobierno). Es una inver-
sión de recursos políticos que se devuelve al sistema de producción del capital político. En ese
sentido, el productor puede ganar en el intercambio de capitales políticos, como también puede
perder. Este juego está en función de la opinión, la política y el juicio político.
216El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
1. El clan Ninavilca
Durante tres siglos, los Quispe Ninavilca habían sido una de las pocas familias
de caciques que se mantuvieron como notables de Huarochirí. En las primeras
décadas del siglo XVI, bajo la administración incaica, Ninavilca ejerció funciones
como hatun curaca, lo que le valió un gran prestigio entre los naturales de la pro-
vincia.10 A nivel local, representaba a la comunidad y era el custodio de las normas
sociales que mediaban los contactos entre los miembros de la sociedad. Fungía
como árbitro en las luchas por la posesión de tierras entre los integrantes de su
grupo social, aseguraba el cumplimiento de las celebraciones locales e imperiales
y secundaba las demandas de los sectores menos favorecidos.11 Frente a las auto-
ridades imperiales, el curaca debía hacer efectiva la asignación de trabajadores en
las tierras del Estado, entregar bienes para los sacrificios a los dioses, entre otros.12
Como retribución, podía controlar los recursos de sus comunidades y disponer
de sus miembros para trabajar sus posesiones agrícolas, incluso más allá del núcleo
de su macro etnia.13 Sin embargo, el acceso a estos privilegios no se conseguía de
forma inmediata. Al igual que el inca, el curaca debía extender una red de favores
con sus subordinados, a manera de “ruegos”, para hacer efectiva la ayuda requerida.
Era una práctica que se remontaba desde los tiempos de la expansión incaica y que
fue incorporada al aparato administrativo imperial.
Cuando el poder español sustituyó al inca, la legislación imperante reconoció
la existencia de los caciques como “inmediatas autoridades para regir y gobernar a
los indios”.14 Debido a que comprendían a la perfección las dinámicas sociales de
sus naturales y gozaban de legitimidad sobre ellos, fueron colocados al mismo nivel
que la nobleza europea, otorgándoles un estatus comparable al hidalgo hispano.
No se encontraban sujetos a un régimen laboral ni a un préstamo tributario que
sí se les exigía a los indios del común. En ese sentido, la ley permitía a los caciques
realizar negocios y transacciones en la sociedad hispana, estaban facultados para
disponer un patrimonio y herencia personal, podían portar armas y montar a caba-
10. Frank Salomon, “Testimonios en triángulo: personajes de la Nueva Corónica de Guamán Poma
y del Manuscrito quechua de Huarochirí en el pleito sobre el cacicazgo principal de Mama (1588-
1590)”, Revista de Antropología Chilena 35(2003): 264.
11. El testimonio del cacique de la reducción de San Damián, Gerónimo Cancho Guamán, con-
firma las prerrogativas del clan Ninavilca. Desde su niñez, ca. 1530-1545: “sus padres le habían
mantenido al tanto de reuniones entre kurakas importantes y que su padre hasta lo llevó consigo
a asistir a encuentro entre la nobleza afiliada a los Ninavilca. Se acordó de haber escuchado a
los grandes en las panpas quando se juntaban los indios en ellas para tratar sus negocios y en sus
huelgas”. Salomon 264.
12. Karen Spalding, De indio a campesino: cambios en la estructura social del Perú colonial (Lima: Instituto
de Estudios Peruanos, 1974) 36.
13. María Rostworowski, “Redes económicas del Estado inca: el ‘ruego’ y la ‘dádiva’”, El Estado
está de vuelta: desigualdad, diversidad y democracia, coord. Víctor Vich (Lima: Instituto de Estudios
Peruanos, 2005) 24.
14. Juan Solórzano y Pereyra, Política indiana, vol. 2, (Madrid: Matheo Sacristán, 1736[1647]) 198.
217Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
llo.15 A cambio de la concesión de privilegios, al cacique le correspondía una serie
de obligaciones con el régimen virreinal: era el responsable de la centralización
de tributos en beneficio de la Corona y sus dependientes administrativos; además,
debía cumplir con asignar trabajadores para la mita en sus diferentes versiones
(minera, agraria, obrajera, de plaza, entre otros).16
Bajo el régimen colonial, el cacique gozó de una representatividad dual, evi-
denciada en una sola oportunidad política. Aparte de su quehacer como funcio-
nario virreinal, a nivel local administró los depósitos de sus naturales (llamados
cajas de comunidad), adquirió tierras en beneficio de sus connaturales y luchaba
en los tribunales judiciales para que haya una correcta demarcación de los linde-
ros comunitarios y así evitar usurpaciones de tierras por parte de los hacendados
españoles, los mestizos, la Iglesia o los pueblos vecinos. Su doble función adminis-
trativa lo ubicaba en una suerte de gobierno colonial indirecto. Para solucionar las
demandas de las autoridades coloniales, apelaba a su autoridad tradicional como
ente garante de la correspondencia de favores entre los aillus y el Estado colonial.17
Sin embargo, las exigencias coloniales no se manifestaban como reciprocidades de
antigua data. Las comunidades indígenas percibieron que se les exigía más de lo
que recibían. La obligación de dar y recibir se fue modificando con el paso de los
siglos. Progresivamente se fue erosionando la autoridad cacical.
El Ninavilca del tiempo de los incas fue bautizado por los españoles con el
nombre de Antonio. Su ascendiente le permitió contraer nupcias con una espa-
ñola. Esta práctica se replicó con la hija del cacique, quien fue desposada por un
español. De este modo, la celebración de un matrimonio mixto facultó a esta casta
cacical incrementar sus esferas de influencia en las localidades.18 Esto se evidencia
con la temprana designación de Antonio Ninavilca como regidor de indios de
Huarochirí, cargo que representaba una legitimidad alterna a la que gozaban los
caciques. Poco a poco, el acceso a las instituciones municipales fue mezclando las
tradiciones prehispánicas de los Ninavilca con otras prácticas procedentes de la
tradición comunitaria castellana.
El título de cacique, así como su reputación entre los indígenas y españoles
locales, le fue heredado a su hijo Sebastián, quien agregó el “Quispe” a su apellido.
Sebastián Quispe Ninavilca fue nombrado “Alcalde Mayor de indios de todos los
15. “Real Cédula que se considere a los descendientes de caciques como nobles en su raza”. Madrid,
26 de marzo de 1697. Documento disponible en: Richard Konetzke, Colección documentos para la
historia de la formación social de Hispanoamérica 1493-1810, T. I, vol. 3 (Madrid: Consejo Superior
de Investigaciones Científicas, 1962) 67.
16. Nathan Watchel, Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570) (Madrid:
Alianza Editorial, 1976) 196-201.
17. Spalding, De indio a campesino 50-55. Franklin Pease, Curacas, reciprocidad y riqueza (Lima: Pontifi-
cia Universidad Católica del Perú, 1992) 128-129, 149.
18. Karen Spalding, Huarochirí: An Andean Society under Inca and Spanish Rule (California: Stanford
University Press, 1984) 127.
218El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
caminos y tambos de Huarochirí, Yauyos y Jauja”.19 La sucesión del título cacical
y el mayorazgo impuesto a la nobleza indígena, además de una serie de alianzas
matrimoniales con vecinos notables y caciques menores del lugar, permitió a los
Quispe Ninavilca acumular terrenos en varios pueblos de la doctrina de Huaro-
chirí. Algunas funcionaban como pequeñas haciendas y otras como viviendas de
residencia estacional.20 Estas estrategias corresponden a un conjunto de mecanis-
mos adaptativos que coexistieron con los esquemas de reproducción social incai-
cos. La conquista modificó las pautas de referencia tradicional y añadió nuevos
criterios para fijar la posición social. En ese orden, los Ninavilca incorporaron a
sus tradicionales prácticas sociales las formas europeas de actividad económica y
los matrimonios mixtos, con el fin de reacomodar su prestigio en medio de estos
escenarios cambiantes.21
Salvo una breve excepción, la línea sucesoria cacical de los Ninavilca no se vio
alterada durante más de tres siglos de dominio colonial.22 Sin embargo, no pode-
mos decir lo mismo al momento de analizar su autoridad y legitimidad tradi-
cional durante el siglo XVIII e inicios del XIX. Con las reformas borbónicas,
las obligaciones tributarias de los caciques fueron transferidas a sectores foráneos.
Estas directivas contribuyeron al impulso de las autoridades indígenas por elección
frente a los que eran por filiación. Se fueron generando espacios de beneficio del
gobierno comunitario en favor de nuevos intermediarios que provenían de la
misma comunidad. La única oportunidad política que disponía el cacique, como
bisagra exclusiva entre el régimen colonial y sus connaturales, fue disputada con
otros actores administrativos, principalmente, el alcalde de indios.23 Esta tensión
se incrementó a raíz de las rebeliones indígenas que se suscitaron durante el siglo
XVIII.
El levantamiento de Túpac Amaru II y sus consecuencias a nivel social tuvieron
sus ecos en la Intendencia de Lima. En 1783 se produjo una intentona rebelde en
Huarochirí. Las peticiones de los familiares “deportados” de José Gabriel Condor-
canqui fueron secundadas por Felipe Velasco, Vicente Ninavilca, entre otros. Ellos
concibieron que la recomposición del pacto real con las comunidades rebeldes,
tras la insurrección de 1780, no se estaba ejecutando adecuadamente, por lo que
19. Waldemar Espinoza, “El alcalde mayor indígena en el virreinato del Perú”, Anuario de Estudios
Americanos 17(1960): 262-266.
20. Spalding, Huarochirí 125.
21. Bernard Lavallé, Amor y opresión en los Andes coloniales (Lima: Instituto de Estudios Peruanos /
Instituto Francés de Estudios Andinos/Universidad Ricardo Palma, 2001) 75.
22. En 1750, el cargo de cacique principal fue ocupado, momentáneamente, por Andrés de Borja
Puipuilibia, esposo de una de las hermanas del difunto cacique José Ninavilca. El heredero
titular aún no cumplía la mayoría de edad, por lo que Borja fue designado como cacique “re-
gente”. En ese mismo año, Borja fue sindicado como uno de los líderes de un motín antifiscal,
en Huarochirí. Scarlett O’Phelan, Un siglo de rebeliones anticoloniales: Perú y Bolivia, 1700-1783
(Cusco: Centro Bartolomé de las Casas, 1988) 79.
23. O’Phelan, Kurakas 17-28.
219Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
se hallaba en un punto muerto y había adquirido ribetes ilegales.24 Es de pensar
que, los intereses de Vicente Ninavilca se hayan sintonizado con los del clan Con-
dorcanqui, debido a los efectos negativos que trajeron consigo la implementación
de las reformas dieciochescas en los espacios indígenas, los cuales erosionaron el
dominio tradicional de los caciques.
Cabe precisar que, la movilización indígena no solo fue sensible a las políti-
cas y prácticas locales de la corona hispana, sino también el fruto de mudanzas
al interior de las comunidades indígenas que perduraron luego de la rebelión de
Túpac Amaru. Las medidas adoptadas por el régimen borbónico, para recapturar el
dominio sobre los cacicazgos rebeldes, debilitaron —en gran medida— los pilares
de la institución cacical. El nuevo contexto se tornó agobiante para los caciques.
José Antonio de Areche indicaba a José de Gálvez que: “no estoy ni estaré nunca
bien con que tengan estos caciques y todos los demás de su clase tanto ascen-
diente sobre los indios que gobiernan de por vida”. Por ello, “será útil mudar esta
práctica aboliendo tales cargos y lo que previenen las leyes de su título, dejando
el mando económico de los pueblos a los alcaldes y gobernadores de los naturales
que se eligen anualmente”.25 Bajo estas directrices, las élites coloniales subrayaban
la necesidad de crear una serie de mecanismos para suprimir los privilegios de los
caciques hasta anularlos políticamente. La conexión entre autoridades virreinales y
comunidades indígenas ya no era más una prerrogativa exclusiva de estos “señores
naturales”; ahora era disputada por españoles, castas e indígenas del común, quie-
nes veían en los cacicazgos vacantes una oportunidad para robustecer su capital
político.26 En ese sentido, la relación de reciprocidad del cacicazgo fue orientándo-
se paulatinamente hacia un contacto de patrón a cliente. Se produjo un nuevo ba-
lance de fuerzas al interior de las provincias, el cual fue royendo más la institución
cacical. Ante esta situación, las comunidades indígenas irán reconociendo en el
Cabildo Indígena como el portavoz de sus pedidos y pleitos. Muchos de los litigios
por tierras fueron secundados por los alcaldes de indios en lugar de llevarlos los
caciques.27 A pesar de la derrota del proyecto tupamarista, una parte significativa de
la población del virreinato permaneció luchando por cambios en su relación con
la corona; sin embargo, distanciados de sus representantes tradicionales.28
24. Citado en: Nuria Sala i Vila, Y se armó el tole tole: tributo indígena y movimientos sociales en el virreinato
del Perú, 1784-1814 (Ayacucho: Instituto de Estudios Regionales José María Arguedas, 1996) 23.
25. Espinoza 71.
26. Sala i Vila, Y se armó el tole tole 56, 66-69.
27. AGNP, Superior Gobierno 1, leg.46, cuad. 644, f.2v; AGNP, Campesinado, Derecho Indígena y
Encomiendas, leg.29, cuad. 545, f.10.
28. Si bien la caída del poder de los caciques se evidencia con mayor claridad en el sur andino, no
podemos afirmar lo mismo para Huarochirí. Al respecto, Claudia Guarisco señala que: “es muy
difícil corroborar esa tendencia en la Intendencia de Lima, por la limitada cantidad de fuentes
que hay sobre el particular”. Claudia Guarisco, La reconstitución del espacio político indígena: Lima y
el valle de México durante la crisis de la monarquía española (Castelló de la Plana: Publicacions de la
Universitat Jaume I, 2011) 49.
220El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
Para inicios del siglo XIX, la sociedad indígena se hallaba más polarizada que
identificada entre sí. La representación política de los sectores indígenas estaba
siendo dirigida por los cabildos de naturales que actuaban como nexos entre las
dinámicas internas y los vínculos con la sociedad “global”, ejercicios que eran
practicados tradicionalmente por el cacique. Esta práctica formó parte de un pro-
ceso de largo aliento que se había gestado en los dominios hispanos durante el
siglo XVIII. El liderazgo indígena por “derecho de sangre” estaba transitando hacia
una dirigencia nominada por “aclamación general”.29 El desentendimiento entre
los caciques y el “común” de la sociedad indígena se recrudeció, aún más, a partir
de la promulgación de la Constitución de 1812.
Los principios de una sociedad de Antiguo Régimen, basados en jerarquías
étnicas, se vieron seriamente cuestionados por la implementación de una política
de corte liberal. Basados en el lenguaje de la soberanía de la nación, la división
de poderes, la representación moderna y los derechos ciudadanos, la metrópoli
posicionó sobre una misma arena a diferentes actores políticos con distintas pro-
cedencias sociales. De este modo, la división legal entre república de españoles
y república de indios quedaba sin vigencia, anulando así las autoridades étnicas
diferenciadas, como los caciques.30 En su lugar, el 23 de mayo de 1812, las Cortes
de Cádiz aprobaron la conformación de los ayuntamientos constitucionales, or-
ganismos que reunieron bajo un gobierno local a la población del Virreinato, con
un sistema tributario uniformizado y administrado por los subdelegados o por los
alcaldes, según sea el caso.31 Las nuevas autoridades locales —alcaldes, regidores y
síndicos procuradores— debían ser elegidas a través de elecciones periódicas.32 De
este modo, se esperaba que todos los ciudadanos de las localidades se insertaran en
la nueva esfera de participación pública, mientras iban suprimiéndose los antiguos
órganos de representación política local, como las intendencias, las subdelegaciones
y los cabildos de españoles y de indios.33 “Aunque la legislación gaditana no había
puesto fin a los cacicazgos, la realidad entonces mostró que, una vez despojada de
sus tareas fiscales, la nobleza indígena no tenía ya razón de ser”.34 Después de tres
siglos, los caciques dejaban de ser piezas locales imprescindibles para el funciona-
29. O’Phelan, Kurakas 14.
30. O’Phelan, Kurakas 56.
31 “Constitución Política de la Monarquía Española promulgada en Cádiz el diecinueve de marzo
de 1812”, Constituciones de España, 1808-1878 (Madrid: Editorial Segura, 1988) 85. Al respecto,
Claudia Guarisco (2011) señala que las actividades de los subdelegados fueron vigentes en aque-
llos espacios donde aún no se había instalado un ayuntamiento constitucional.
32. Francisco Núñez, “La participación electoral indígena bajo la Constitución de Cádiz (1812-
1814)”, Historia de las elecciones en el Perú. Estudios sobre el gobierno representativo (Lima: Instituto de
Estudios Peruanos, 2005) 369-373.
33. Una mayor amplitud del debate puede verse en: Colección Documental de la Independencia del
Perú (CDIP), El Perú en las Cortes de Cádiz, t. IV, vol. 1 (Lima: Comisión Nacional del Sesqui-
centenario de la Independencia del Perú, 1974) 325-328.
34. Guarisco 171.
221Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
miento del sistema colonial; sus funciones de gobierno fueron transferidas a otros
agentes locales, como los alcaldes y los regidores constitucionales. Fue un punto
sin retorno que disolvió la mediación del cacique sobre las comunidades indígenas.
La restauración fernandina de 1814 complicó aún más el escenario político de
las comunidades indígenas del Perú. Se abortó el proyecto liberal hispano, con lo
que se restablecieron las bases sociales y económicas del Antiguo Régimen his-
pano. La Real Cédula del 1 de marzo de 1815 estipulaba que el ramo general de
tributos volviera a su estado anterior de 1808. Con ello, los caciques nuevamente
quedaban facultados para recaudar el tributo indígena. Sin embargo, la supresión
de la Constitución de 1812 generó una incertidumbre en las comunidades indí-
genas, “pues con la Constitución abolida estaban todos dispersos unos sin saber lo
que habían de hacer, y los otros con imaginaciones muy simples”.35 Este escenario
de indecisión se replicó el 27 de agosto de 1821, cuando José de San Martín, me-
diante un decreto supremo, declaró la abolición del cobro del tributo indígena, lo
que significó un nuevo golpe a los caciques.
Por lo tanto, el derrumbe del sistema cacical no fue una manifestación propia
de la guerra independentista.36 Este proceso se recrudece durante las reformas
borbónicas, el cual fue conducido más adelante por criollos, mestizos e indígenas
ajenos a los linajes cacicales que, por ciertos intereses coincidentes, prescindieron
de estos intermediarios y trasladaron gran parte de las funciones del cacique a sus
gestiones como funcionarios del naciente Estado peruano. Pese a las contramar-
chas de la institución curacal, los Ninavilca gozaron de una fortuna y prestigio
considerable hasta el final de la administración colonial. Su influencia en Huaro-
chirí continuó siendo vigente gracias a las nuevas oportunidades políticas que se
desplegaron durante la guerra independentista, lo cual puede verse reflejado en sus
últimos descendientes.
2. Entre la guerra de guerrillas y la popularización de la política
Ignacio Quispe Ninavilca Santisteban fue natural de Huarochirí, hijo de José de la
Cruz Quispe Ninavilca y Marcela Santisteban, de cuyo matrimonio también na-
cieron Juana y María Quispe Ninavilca.37 Su fecha de nacimiento es aún incierta,
pero se presume que fue en la década de 1780, esto debido al registro de su ingreso
al colegio para hijos de caciques en Lima, fechada en 1799, donde era común que
los estudiantes lo hicieran entre los 10 y 12 años de edad.38
En 1806 contrajo matrimonio con Josefa Rodríguez, indígena oriunda de Pa-
chacamac y perteneciente a una importante familia de ganaderos locales. Este
35. Sala i Vila, Y se armó el tole tole 253.
36. O’Phelan, Un siglo de rebeliones 223-287.
37. AGNP, Escribano Juan Pío de Mendoza. Lima, 16 de mayo de 1813, f. 885.
38. Mario Cárdenas, “El colegio de caciques y el sometimiento ideológico: residuos de la nobleza
aborigen”, Revista del Archivo General de la Nación, 4-5(1975-1976) 23.
222El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
enlace permitió ensanchar el patrimonio personal de Ninavilca, puesto que los
bienes de su esposa fueron dispuestos y representados por él. Sin embargo, este
vínculo fue disuelto alrededor de 1812. La consorte denunció ante los tribunales
judiciales que Ninavilca se había valido de su aparente afecto para timarla y así
apoderarse de sus bienes.39 No se sabe cuál fue el desenlace de la querella. Lo que
sí conocemos es que, poco después de contraer matrimonio, Ninavilca accedió
al cargo de cacique gobernador de Huarochirí, el cual heredó de su padre, José
Quispe Ninavilca quien falleció por esos años. Su nombramiento como cacique
principal le valió la disposición de gran parte del patrimonio de su familia. Su
caudal personal se hallaba robustecido.
Para 1820, muchas poblaciones del interior de la sierra y costa central habían
sido sensibilizadas por una serie de emisarios que anunciaban la llegada de la
Expedición Libertadora al Perú. En diferentes lugares, como Huarochirí y alre-
dedores, algunos líderes empezaron a disponer partidas de hombres “levantados
en armas” que tomaron el control de sus localidades en nombre de la patria: “de
modo que al poco tiempo Huarochirí era el valuarte de la Livertad por el común
empeño de sus moradores guiados por su caudillo Ninavilca y otros, entre los que
procuré señalarme”.40 En otros espacios, como San Bartolomé de Huacho, el Al-
calde Principal de Originarios, Baltasar La Rosa, lejos de prestar apoyo a las tropas
de San Martín, expresó al Comandante Militar Agustín Otermin que: “no me es
posible dejar de manifestarlos al saber que el suelo español de Pisco se halla profa-
nado por unos bastardos Execrables [..] ofreciéndome a servir en clase de auciliar
nombrado á las ordenes de V.S. con todos mis parientes, y amigos”.41 Ambos casos
expresan el cúmulo de intereses locales, dado que su subsistencia como comuni-
dades se encontraban en juego. No solo ofrecían a un dirigente nuevo para que
organizase las acciones bélicas, sino que elegían a quien ya lo estaba haciendo por
su cuenta y con autonomía del ejército regular. Los pobladores fueron juiciosos de
la importancia de su intervención en la guerra y de los logros que podían obtener
al pactar su obediencia. Exigían la dirección política de sus asuntos militares.
En medio de este ánimo, los líderes de las partidas patriotas mantuvieron una
permanente comunicación con Arenales, quien les envió no solamente armas, sino
también confirmó sus liderazgos que se habían instituido espontáneamente: “diri-
go la correspondiente providencia al Gobernador y Capitan Don Ignacio Nina-
vilca, ordenandolo lo que debe hacer con él […] pero que si dan lugar con seme-
jantes desobediencias a dicho comandante se tomarán serias providencias contra
los revoltosos, inquietos y arbitrarios”.42 Estas acciones reproducían una tolerancia
39. Christine Hunefeldt, Liberalism in the Bedroom: Quarreling Spouses in Nineteenth Century Lima
(University Park: The Pennsylvania State University Press, 2000) 297.
40. Colección Documental de la Independencia del Perú (CDIP), La acción patriótica del pueblo en la
emancipación. Guerrillas y montoneras, t. v, vol. 6 (Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario
de la Independencia del Perú, 1971-1975) 323.
41. CDIP, t. v, vol.1, 67.
42. CDIP, t. v, vol. 1, 318.
223Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
hacia la política local y los rangos sociales de cada lugar. Poco a poco, la Expedi-
ción Libertadora fue estructurando sus redes de cooperación con las localidades
de la costa y sierra central, las cuales se hicieron visibles cuando un pueblo decla-
raba abiertamente su separación con España y juraba por la causa independentista:
“y en su virtud lo firmaron conmigo, y el Señor Governador de la Provincia los
infrascriptos Alcaldes y Principales en nombre de todo el Pueblo”.43 Para las po-
blaciones de los Andes centrales, el Ejército se comportaba como un ente garante
del cuidado de sus necesidades inmediatas.44
Lo que continuaba era abastecer a los pueblos con lo que fuera necesario
para que enfrentaran la coyuntura insegura que se expresaba. San Martín buscaba
enfrentar al Ejército realista con el apoyo de la población. Lo más efectivo era el
despliegue de una guerra de recursos, “tanto mas ventajosa en un país donde se
tiene la opinión de sus habitantes, que sabiéndolos dirigir con actividad y juicio
es imposible que el ejercito mas numeroso y aguerrido pueda asistir a ella”.45 En
ese sentido, las localidades se organizaron siguiendo los patrones conocidos de su
tradición militar provincial.46
Los habitantes de Huarochirí desplegaron diferentes formas de lucha durante la
guerra independentista. No solo enfrentaban al enemigo con palos, hondas, lanzas
y galgas (piedras); también lo hicieron con armas de fuego cuando las tenían, y
emplearon una organización que reproducía las jerarquías militares hispanas ad-
quiridas a lo largo de los siglos.47 Ninavilca estaba familiarizado con estos hábitos
castrenses y las desplegó en medio del fragor separatista. Frente a sus localidades de
gobierno se comportaba como un líder exigente de favores que debían ser cum-
plidos a favor del régimen patriótico; con el Ejército se presentaba como uno de
ellos, presto a ejecutar las órdenes que se arreglaban para Huarochirí.48 Esto le per-
mitió reorientar su liderazgo tradicional y ubicarlo en un nuevo terreno de opor-
tunidades políticas, generadas a partir de su condición como ciudadano soldado.
Entre 1821 y 1822, Ninavilca fue ascendido por el Ejército patriota. Tras ofi-
cializarse el Protectorado en Lima, San Martín le indicó a Francisco de Paula
Otero que “las partidas de Ninabilca se ban á incorporar á v.s. pues acabo de dar
la orden al efecto”.49 Poco a poco se empezaban a afianzar los vínculos políticos
43. CDIP, t. v, vol. 6, 509-510.
44. CDIP, t. v, vol. 1, 322-323.
45. CDIP, t. v, vol. 1, 159.
46. De acuerdo con Fradkin (2009), la tradición militar presenta ideas, métodos y hábitos forjados en
torno a una organización castrense. Su estudio nos permite rastrear las costumbres que emergen
de los ámbitos coloniales y su contacto con las del Ejército peninsular. Así, las particularidades
militares regionales hispanoamericanas presentan una experiencia múltiple, con ilaciones hete-
rogéneas.
47. Karen Spalding, El diario histórico de Sebastián Franco de Melo: el levantamiento de Huarochirí de 1750
(Lima: Centro Peruano de Estudios Culturales, 2012) 86-87.
48. CDIP, t. v, vol. 1, 145, 203, 205, 323.
49. CDIP, t. v, vol. 1, 353-354.
224El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
y militares entre el cacique y los mandos patriotas. En mayo de 1822, a causa de
hallarse muy enfermo, el gobernador de Huarochirí, José María Rivera, indicó al
ministro de Guerra que “he dado todas mis facultades al Casique Comandante de
la 1ra. Partida Don Ignacio Ninavilca para que se haga cargo de todas ellas”.50 Esta
sugerencia fue confirmada por el régimen patriótico, lo que revistió al cacique de
un gran influjo sobre sus seguidores.51 En junio de 1822, Marcelino Carreño fue
designado como gobernador de Huarochirí. De manera inmediata expresó a sus
superiores que no podía ocuparse en arreglar el estado de las partidas de guerrillas
de su jurisdicción por tener muchas obligaciones en el gobierno político. En su
lugar, sugirió que el Ejército debía nombrar a Ninavilca como comandante en jefe
de las guerrillas de Huarochirí, pedido que prontamente se hizo efectivo.52 Poco
después, Ninavilca fue ascendido a sargento mayor de Infantería.53 De este modo,
el cacique estaba hallando en la burocracia militar un nuevo espacio para preservar
su estatus y prestigio de antiguo señor local. Esa sensación de estabilidad política
le permitió invertir gran parte de su patrimonio personal en el sostenimiento de
sus guerrillas. Fue un costo de oportunidad que, de manera tácita, le autorizaba a
intervenir legal y legítimamente en los asuntos públicos de su jurisdicción.
Desde que se extendió el teatro de guerra en Huarochirí, Ninavilca acomodó
sus bienes personales a disposición del Ejército patriota. Un caso que referimos
corresponde a las tierras denominadas Chacra Alta, en el pueblo de Santa Rosa de
Chontay (antigua doctrina de San José de Chorrillos). Dichas tierras parecen ha-
ber pertenecido a los Quispe Ninavilca desde la década de 1740, a raíz del matri-
monio entre José Quispe Ninavilca y María Dávila, hija del cacique de la guaranga
Chaucarima, establecido en Chontay. Estas tierras aparecieron más adelante como
parte del patrimonio de los Quispe Ninavilca, puesto que en 1809 serán arrenda-
das por Ignacio Quispe Ninavilca, para entonces cacique principal de Huarochirí
y administrador principal del patrimonio del linaje.54 El memorial presentado por
los alcaldes y principales de Huarochirí a Arenales confirma que el grueso del pa-
trimonio de los Ninavilca se hallaba concentrado en el valle medio del río Lurín,
lugar donde el cacique situó su base de operaciones guerrilleras: “este hombre
vivía relativamente en la doctrina de Chontay asomó aquí aora seis meses huyendo
de los realistas, y quando nosotros salíamos á rechasar á esos realistas de aquí se fué
corriendo a Yauli huyendo aun de nosotros mismos”.55
La presencia de Ninavilca fue muy constante en Huarochirí. En la documen-
tación revisada podemos registrar que gran parte de sus operaciones guerrilleras
se concentraban entre los ríos Santa Eulalia, Rímac y Lurín, espacios que desde
50. CDIP, t. v, vol. 2, 193.
51. CDIP, t. v, vol. 2, 254, 325.
52. CDIP, t. v, vol. 2, 249.
53. O’Phelan, Kurakas 61.
54. AGNP, Escribano Juan Pío de Mendoza, Lima, 16 de mayo de 1813, f. 885.
55. CDIP, t. v, vol. 1, 323.
225Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
el siglo XVI congregaron el patrimonio de su clan.56 Todo parece indicar que
mientras el cacique dirigía las armas contra el rey también lo hacía contra quie-
nes osaban quitarle sus pertenencias.57 Era una lucha por preservar sus posesiones
familiares. Pero el caso que estamos presentando no debe entenderse como un
típico estudio de adaptación en resistencia de las sociedades indígenas; es decir,
solo mantenerse luchando. Aprovechando la coyuntura bélica, Ninavilca consiguió
hasta cierto punto ensanchar su patrimonio personal. No se quedó sentado en su
bastión esperando que su situación mejorara. Debía contar con varios ases bajo
la manga que le permitiera posicionarse en múltiples escenarios; si uno de ellos
llegaba a derrumbarse, podía disponer de los restantes.
Por medio de una subasta convocada por el entonces prefecto de Lima, José de
la Riva Agüero, en octubre de 1821, Ninavilca accedió al estanco de la nieve, adju-
dicándose su explotación por un lapso de cinco años, contados a partir del primer
mes de haberse realizado el contrato. Para la cesión de dicho negocio, el cacique
tuvo que realizar una fuerte inversión. La renta establecida fue de 15,000 pesos
anuales, pago que se fue renegociando en el camino.58 Esto evidencia la considera-
ble fortuna que administraba Ninavilca en los primeros años de la guerra indepen-
dentista. Este patrimonio debió haberse mantenido saludable hasta por lo menos
1823, cuando eleva una petición al Congreso, en la que pide una autorización para
formar un regimiento denominado Legión Valientes de Huarochirí, al que añade
un cuadro de caballería, esto bajo su propio sostenimiento y sin gravamen del era-
rio estatal.59 Sin embargo, los años restantes de la guerra independentista no fueron
favorables para las finanzas del cacique de Huarochirí; el conflicto había acarreado
una crisis de subsistencias en las localidades de la costa y sierra central del Perú, y
Ninavilca no escapó a esa realidad.
El 17 de febrero de 1823, José de Laos, fiador de Ignacio Quispe Ninavilca,
presentó un recurso de apelación ante el Ministerio de Hacienda. Señaló que el
Estado le quiso cobrar por una supuesta cuota vencida del ramo de nieve, que ha-
bía sido adquirida por su patrocinado a través de una subasta pública, ocurrida en
noviembre de 1821. Laos sostiene que los 7,500 pesos, correspondientes a la pri-
mera cuota anual, ya se encontraba cancelada, por lo que no tendría sentido exigir
el adelanto del segundo pago. Además, señala que para hacer efectivo este comer-
cio: “no hay mulas, en que conducir la nieve á esta Capital, porque indistintamen-
te y por todas partes se han recojido para el serbicio del Estado”; el alegato fue
reforzado con el señalamiento de los perjuicios que dicho producto ha generado
sobre el caudal de su protegido, porque “uno y otro ha de ocasionar y obligar a mi
afianzado, si continua a desgastar sus vienes, y mas en un negocio que lo aruina”.60
56. CDIP, t. v, vol. 2, 403; CDIP, t. v, vol.3, 43, 449; CDIP, t. v, vol. 4, 353-354, CDIP, t. v, vol. 5, 73.
57. CDIP, t. v, vol. 2, 412; CDIP, t. v, vol. 3, 360; CDIP, t. v, vol. 5, 73.
58. AGNP, Ministerio de Hacienda, P. L. 2-95, f. 11v.
59. BNP, Manuscritos, 1823, D870, 2 f.
60. CDIP, t. v, vol. 4, 76.
226El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
Según estas palabras, prácticamente, el tráfico de nieve se hallaba en su “último
suspiro” y estaba arrastrando a la miseria a quienes se dedicaban a ello. Esto se co-
rrobora con las investigaciones que Susy Sánchez, Lizardo Seiner y Carlos Carcelén
han realizado sobre el medio ambiente limeño entre los siglos xviii y xix. Los in-
vestigadores concuerdan que, para 1820, el ramo de nieve ya se hallaba deteriorado:
“El Niño y su exceso de calor generó un alejamiento de las masas de hielo de la
cordillera, disminuyendo la cantidad del recurso y favoreciendo el incremento de su
precio”.61 Entre 1803 y 1809, el precio del asiento de nieve había oscilado entre los
7,500 y 17,800 pesos, respectivamente; esta situación recrudeció en los años venide-
ros.62 La lucha independentista alentó que “por parte del mismo Estado se han quita-
do frecuentemente los mozos y mulas destinadas a la conducción de la Nieve; y vo-
tando muchas veces las cargas en el camino han arreado con ellas para el Exercito”.63
En ese sentido,“la guerra se combinó con severas alteraciones climáticas”,64 las cuales
minaron en conjunto el comercio nevero con que Ninavilca se sostenía.
La renuncia de José de San Martín al protectorado del Perú alentó a un reorde-
namiento de las redes clientelares que se habían tejido desde 1820 en los entornos
rurales. A mediados de 1822 se instituyó una Junta de Gobierno, manejada por un
incipiente Congreso, que tuvo serias dificultades para dirigir la guerra contra las
tropas del rey, lo cual devino en un golpe de Estado realizado en marzo de 1823
por Andrés de Santa Cruz, quien designó a José de la Riva Agüero como presiden-
te del Perú. Sabía que Riva Agüero contaba con sólidos nexos entre la población,
puesto que: “monárquicos y republicanos, civiles y militares, aristócratas y plebe-
yos concluyeron que en esa delicada coyuntura le correspondía a Riva Agüero la
titularidad del poder, de un poder y una soberanía, es cierto, precaria y frágil, pero
necesaria de ser asumida”.65 Los guerrilleros estaban informados de estos reaco-
modos de dirigencias que habían ocurrido en Lima. Según ellos, un nuevo gobier-
no significaba un nuevo pacto político que debía negociarse y establecerse perso-
nalmente en el despacho presidencial: “Ya sabrá Usted la variacion de Gobierno
que ha havido en la capital. Ribagüero se halla de Presidente de la Republica […].
Haviseme Usted como le vá con el pajaro de Dabausa, pues entro de pocos días no
dudo lo hará bajar el Gobierno”.66 En ese sentido, los mandos patriotas perseguían
robustecer las alianzas políticas entre el Ejército y las localidades, a fin de coordinar
61. Carlos Carcelén, “La mita y el comercio de la nieve en Lima colonial: una aproximación a la
historia del medio ambiente”, Investigaciones Sociales 16(2012), 61-62.
62. Lisandro Seiner. Estudios de historia medioambiental. Perú, siglos XVI-XX (Lima: Fondo de Desarro-
llo Editorial de la Universidad de Lima, 2002) 56-64.
63. CDIP, t. v, vol. 4, 79.
64. Susy Sánchez, “Clima, hambre y enfermedad en Lima durante la guerra independentista (1817-
1826)”, La independencia del Perú: de los Borbones a Bolívar, comp. Scarlett O’Phelan (Lima: Fondo
Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2001) 243.
65. Gustavo Montoya, La independencia controlada. Guerra, gobierno y revolución en los Andes (Lima:
Sequilao Editores, 2019) 215.
66. CDIP, t. v, vol. 4, 162-163.
227Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
y dirigir legítimamente la guerra contra España. El entendimiento político con
los guerrilleros se lograba, siempre y cuando el Gobierno contara con los medios
necesarios para mantener movilizadas a las guerrillas.67 Para Riva Agüero (1824), el
Ejército constituía un poder supremo que no podía operar sin el consentimiento
de los pueblos.68 Era consciente de que el carisma, la actitud política y los gestos
hacia la plebe desempeñarían un rol clave para sintonizar las lealtades políticas lo-
cales con sus directivas de gobierno. Esta posición le valió muchos simpatizantes,
como los jefes guerrilleros Ignacio Ninavilca, José María Guzmán, Marcelino Ca-
rreño, entre otros, quienes lo apoyaron en un momento crucial de su vida política,
cuando a inicios de 1824 formó en Trujillo un gobierno alterno al del marqués
Torre Tagle, como una clara señal de protesta frente a la intromisión del Ejército
colombiano en los asuntos del Perú.69
El liderazgo de Riva Agüero estuvo posicionado entre dos proyectos de gober-
nabilidad que produjeron las luchas separatistas en Sudamérica. En las figuras de
San Martín y Bolívar se constituyeron dos grandes espacios ideológicos indepen-
dentistas procedentes de la periferia y que coincidieron en el centro de la contra-
rrevolución continental. En consecuencia, en el nudo del dominio hispano ocurrió
una síntesis y, a la vez, el desenlace de un intenso proceso de almacenamiento
ideológico y de posibilidades militares continentales, gestadas desde 1810.70 Y fue
en las entrañas de esas dos prominentes sombras que Riva Agüero operó política
y militarmente, buscando “peruanizar” la independencia del Perú.71 Su prestigio
se consolidaba sobre un fondo afectivo patriota y local que, incluso fue resaltado
por los generales realistas como García Camba, porque: “empezaba a tomar cuer-
po un partido peruano que quería mandar y no ser mandado por los criollos de
otros puntos”.72 En ese sentido, el patriotismo peruano se destilaba diferente pero
accesorio al patriotismo de los libertadores, de sus ejércitos y la cultura política
que traían consigo. Esto da cuenta que, la separación política del Perú discurrió
a través de derroteros heterogéneos, sincrónicos y graduales, independientes unos
de otros.73 Lejos de ser un proceso lineal y ascendente, la lucha separatista peruana
fue una arena donde convergieron una gran cantidad de movimientos paralelos
67. CDIP, t. v, vol. 4, 148-149.
68. José de la Riva Agüero, Exposición de don José de la Riva Agüero acerca de su conducta política en el
tiempo que ejerció la presidencia de la República del Perú (Londres: C. Wood, Poppin’s Court, Fleet
Street, 1824) 69.
69. Riva Agüero 201.
70. Montoya 213.
71. Elizabeth Hernández, José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete (1783-1858), primer presidente del
Perú (Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú/Instituto Riva- Agüero, 2019) 397-398.
72. Andrés García Camba, Memoria para la historia de las armas españolas en el Perú (Madrid: Sociedad
Tipográfica de Hortelano y Cía, 1846) 56.
73. Francisco Quiroz, “Las rebeliones ‘precursoras’ y la historiografía peruana”, Hacia el Bicentenario de
la Independencia (1821-2021).V Congreso. Cusco, Pumacahua, los hermanos Angulo y los patriotas perua-
nos del Sur (Lima: Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2015) 19.
228El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
que pudieron sintonizar en objetivos y métodos, pero difirieron unos de otros en
cuanto a sus composiciones sociales integrantes, a sus formas de organización, a su
extensión geográfica y temporal, así como sus resultados prácticos e influencia en
otros movimientos posteriores.
Durante la guerra de independencia emergieron dos conceptos de identidad
social: la americana y la “peruana”, que se fueron reformulando de manera cons-
tante.74 El Ejército de la patria contaba con batallones en los que se hallaban com-
batientes de distintos lugares de Sudamérica: Chile, Argentina y Colombia. Cada
unidad se posicionaba en una suerte de “comunidad guerrera” con valores particu-
lares, los cuales colisionaban amargamente con los “otros”, si se pretendía fusionar-
los en una sola unidad de combate. Pese a ello, el ideal de Simón Bolívar buscaba
forjar un ejército continental política y socialmente homogéneo, que permitiera
materializar, por la vía armada, su proyecto de unión americana, porque “desde él
vienen y hacia él vuelven los empeños principales de los revolucionarios de Co-
lombia, y a él se han ido reuniendo los huérfanos desertores que han ido saliendo
desde la invasión de San Martín en el territorio”.75 Esta propuesta de transferencia
del mando político y militar no fue acogida por los peruanos, quienes demanda-
ron que el Estado debía estar libre de extranjeros. Incluso los realistas definieron
a los militares colombianos como el fundamento de un nuevo dominio forastero:
“doña Lima y don Simón contraen matrimonio de agregación a Colombia”.76
Aquel clima de disenso político fue compartido por muchos guerrilleros patriotas,
a excepción de Francisco de Paula Otero e Isidoro Villar, quienes se alinearon con
las fuerzas colombianas.77
En medio de estos cambios de mando, Ninavilca había declarado públicamente
su animadversión al proyecto bolivariano. Esto le trajo una serie de inconvenientes,
sobre todo en su jurisdicción de gobierno. Tras encontrarse desprevenido en Can-
ta, Isidoro Villar consiguió apresar al cacique y remitirlo a las mazmorras del Real
Felipe.78 De este modo, los agentes de Bolívar procuraron silenciar por la fuerza a
aquellas personalidades influyentes que podrían provocar un gran levantamiento
armado en las localidades contiguas a Lima.79 Pero el 9 de noviembre de 1823
fugaron de su presidio: “el Teniente Coronel Don Ignacio Ninavilca, el Sargento
Mayor Don José Fernandez Prada, y Teniente Don José Ballejo”,80 quienes no
dudaron en ponerse de inmediato a disposición de Riva Agüero. En su trayecto de
retorno a Huarochirí, Ninavilca fue apoyado por la población de Canta. Se puso
a buen recaudo y evitó ser recapturado por los seguidores de Bolívar. Consiguió
74. Aljovín 238.
75. El Depositario del Cusco (Cusco) 21 de noviembre de 1824, 2-3.
76. El Depositario del Cusco (Yucay) 6 de mayo de 1823, 7.
77. Rivera 74-107.
78. Juan Mejía Baca, Historia del Perú, T.6 (Lima: Juan Mejía Baca, 1980) 330-331.
79. Riva Agüero 200.
80. CDIP, t. v, vol. 5, 235.
229Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
formar una partida de 150 hombres, la cual logró capturar, en la localidad de
Huaroquín, a Isidoro Villar, quien fue trasladado en seguida a Huaraz. Este último
señaló que “me propuso Ninavilca y sus zatelites, que en el momento seria libre,
y los mandaría a todos ellos, como igualmente la Sierra, siempre que me compro-
metiese al partido del Señor Riba-Agüero”.81 Sin embargo, esta negociación no se
llegó a concretar, pues Riva Agüero había decidido entrar en negociaciones con
los realistas. Al enterarse de estos sucesos, los guerrilleros decidieron desentenderse
de él y apostar, a regañadientes, por la causa de Bolívar.82
Es así que, a mediados de diciembre de 1823, Manuel Vallejos informa al minis-
tro de Guerra que “los Comandantes Ninavilca y Guzman se me habían presenta-
do voluntarios á prestar de nuevo sus servicios en defenza de la causa del país”. A
cambio de la concesión de una serie de garantías políticas,Vallejos nombró “á Ni-
navilca de Comandante Accidental de las partidas de la derecha desde Huari hasta
Llocllapampa, y á Guzman de la izquierda, desde la Oroya hasta Paucartambo”.83
La anarquía de 1823 generó una interrupción de los mecanismos de instrucción y
reclutamiento de guerrilleros al servicio de la patria. Por ello, era necesario la re-
organización de las guerrillas bajo la dirección de sus líderes tradicionales, quienes
ya sabían movilizarse en medio de la guerra. En ese orden, los mandos patriotas
aprobaron que Ninavilca pase a “la Provincia de Huarochirí a organizar sus Parti-
das, y mober aquellos Pueblos contra los enemigos”.84
Los informes de los espías enviados al valle del Mantaro indicaban que los rea-
listas estaban preparándose para caer sobre Lima en los primeros meses de 1824.85
Rápidamente, los mandos de la patria decidieron que Ninavilca se encargara de
hostilizar la retaguardia del combinado militar dirigido por Monet y García Cam-
ba, los cuales estaban prestos a encontrarse con las fuerzas de Rodil, que venían
desde Ica.86 Los patriotas poco o nada pudieron hacer ante la llegada inminente de
las tropas realistas a Lima. El presidente de ese entonces, José Bernardo de Tagle,
lejos de organizar una resistencia armada contra los realistas, decidió acogerse a su
causa. El motivo de su accionar se hallaba en su relevo de la dirección de la guerra;
Bolívar fue nombrado por el Congreso como dictador del Perú y líder indiscutible
del Ejército Libertador. Dicho de otro modo, Bernardo de Tagle se resistía a “ad-
mitir que la necesaria intervención militar llegada desde afuera habría de exigir un
grado de subordinación a proyectos que no fuesen los suyos”.87 Por ello, decidió
81. CDIP, t. v, vol. 5, 245.
82. CDIP, t. v, vol. 5, 313-314.
83. CDIP, t. v, vol. 5, 351.
84. CDIP, t. v, vol. 5, 418.
85. CDIP, t. v, vol. 5, 432-433.
86. CDIP, t. v, vol. 6, 173.
87. Paul Rizo Patrón, “Una aristocracia ambivalente: Torre Tagle y sus pares ante la independencia
del Perú”, En el nudo del imperio. Independencia y democracia en el Perú, eds. Carmen McEvoy,
Mauricio Novoa, Elías Palti (Lima: Instituto de Estudios Peruanos/Instituto Francés de Estudios
Andinos, 2012) 311.
230El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
negociar con los realistas: “Mi animo era que terminase la guerra; y lo era también
el del congreso […] uniéndose sinceramente españoles y peruanos”.88
Desde Huaraz, el general Sucre indicaba a Otero que “la traición de Torre Tagle
va á dislocar á muchos hombres que creeran las cosas todas perdidas […]. A Gus-
man, á Ninavilca, en fin, á todos los guerrilleros escríbales Usted mucho y muy
largamente. Si nos descuidamos nos trastornan esa gente”.89 Para alivio de muchos,
Torre Tagle no representaba un líder al que los guerrilleros obedecían ferviente-
mente. Al contrario, se negaron a aceptar las condiciones de paz propuestas por los
emisarios del rey. Ello se demuestra con la respuesta que ofreció Ninavilca, ante el
envío de una carta de García Camba, en la que este militar español, aprovechando
el pase de Torre Tagle a las filas realistas, intentaba acogerlo a su causa: “Hago saber
a todos los habitantes de Lima y de sus contornos que […] ofrezco por premio
de la cabeza de Monet, una gallina clueca; por la de Ramírez, un capón; por la de
Rodil, un perro; por la de García Camba, un pollo mojado; por la de Canterac, un
pavo; y por cada soldado español, un huevo de gallina”.90
A pesar de que el Libertador le concedió el grado de coronel de las guerrillas
de Huarochirí, durante la Campaña Final del Ejército patriota, las acciones de
Ninavilca se vieron cada vez más limitadas. En marzo de 1824, Francisco de Pau-
la Otero ordenó al sargento mayor Vallejos que aprovechara el gran ascendiente
del que gozaba el cacique a fin de “que permanezca cubriendo las Quebradas de
Huarochirí, y San Mateo, para concervár interceptada la comunicación de Lima
con Jauja”. Además, quedaba facultado para “levantar varias Partidas de Galgueros
que obren con provecho á beneficio del terreno escabroso, y al mismo tiempo,
cuiden de que nada les condusgan a Lima”.91 Entre marzo y diciembre de 1824,
las guerrillas de Ninavilca no formaron parte de la retaguardia del ejército regu-
lar. Permanecieron en sus localidades desempeñando funciones auxiliares como
espionaje y hostigamiento al enemigo y el suministro de recursos a las tropas
patriotas que permanecían acantonadas entre la sierra central y los extramuros del
Callao.92 Ninavilca no se hallaba autorizado para presentarse en el campo de bata-
lla. Meses antes, sus superiores desestimaron la posibilidad de ascenderlo como co-
mandante general de las Partidas del Centro. Su accionar político durante la guerra
le valió ser considerado como un “hombre bicioso y corrompido capas de entrar
en qualesquiera perfidia”.93 A pesar de que contaba con menor graduación que el
cacique, Otero prefirió colocar a Francisco Vidal como cabeza de las partidas del
88. Bernardo de Tagle y Portocarrero, Manifiesto del Marqués de Torre-Tagle sobre algunos sucesos notables
de su gobierno (Lima: s.p.i., 1824) XI-XII.
89. CDIP, t. v, vol. 6, 460.
90. Rubén Vargas Ugarte, Impresos peruanos, 1809-1825, t. III (Lima: Tipografía Peruana, 1957) 202.
91. CDIP, t. v, vol. 6, 173.
92. CDIP, t. v, vol. 6, 96-97, 105.
93. CDIP, t. v, vol. 6, 559.
231Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
Ejército patriota.94 Su estrategia política buscaba regular el poder de convocatoria
de un líder local que difícilmente hacía caso a las exigencias de sus jefes.95 De este
modo, Ninavilca no estuvo presente en los campos de batalla de Junín y Ayacucho.
No gozó del honor y el prestigio de quienes colocaron, con sus armas, el sello de
la independencia del Perú. Fue un vencedor al que el reconocimiento militar le
fue un tanto esquivo.
Reflexiones finales
La guerra independentista ha generado un espacio de vida en las provincias del
Perú. Los guerrilleros permitieron fundar, en sus lugares de acción, una matriz
cultural de la guerra basada en la confrontación al “oficialismo central”. Las gue-
rrillas no solo fueron fuerzas armadas que provenían de los pueblos, sino también
sinergias ideológicas y políticas proyectadas sobre sus integrantes y allegados. Con-
dicionaron en gran medida las redes político-partidarias y alimentaron las tramas
del poder comarcal. Ofrecía a sus directores el acceso a los recursos y una mo-
vilidad social ascendente si lograban concretar funciones específicas como evitar
insubordinaciones o atentados contra la dirigencia central, pero también local. Por
consiguiente, los guerrilleros establecieron una cultura del poder anclada sobre
valores y actitudes que se desplegaban cotidianamente como si estuvieran en un
campo de batalla.96
En ese sentido, la sociedad peruana se erigió como una “sociedad guerrera”
que debía condecorar a sus soldados protectores entregándoles las credenciales del
Gobierno. Fue un derecho otorgado de facto que facultó la implementación de
una aristocracia guerrera. Así se posibilitaba una transición política ordenada libre
de excesos y recaídas autoritarias, puesto que “el cuerpo de oficiales constituía lo
mejor de la sociedad porque sus miembros luchaban por la nación y no estaban
divididos por intereses particulares, como sí ocurría con los civiles y sus vidas pú-
blicas y privadas”.97
Sin embargo, la cuestión residió en definir a los sujetos que merecían el ac-
ceso a los cargos públicos en representación del pueblo soberano. El final de la
guerra independentista trajo consigo un vacío de actividades que podían ocupar
a los soldados de la independencia. La tarea de acabar con este quehacer militar
ciudadano no fue sencilla, puesto que la guerra reunió varias fuerzas dispares en
la arena política peruana. El enfrentamiento contra los realistas había multiplicado
los liderazgos locales, y con ello el espacio soberano hispano se diseminó por las
provincias, con múltiples cabezas que fungían como “las únicas representantes”
94. CDIP, t. v, vol. 6, 326-331.
95. CDIP, t. v, vol. 6, 106-108.
96. CDIP, t. v, vol. 1, 323.
97. Aljovín 301.
232El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
del pueblo. Los mecanismos que perpetuaban el gobierno local operaban bajo un
modelo descentralizado y estaban supeditadas a las decisiones de sus líderes.
Fuentes
Manuscritas
Archivo General de la Nación
Escribanías, Juan Pío de Mendoza, 1813.
Ministerio de Hacienda
Superior Gobierno
Derecho Indígena y Encomiendas
Biblioteca Nacional del Perú
Manuscritos
Impresas
Colección Documental de la Independencia del Perú. La acción patriótica del pueblo
en la emancipación. Guerrillas y montoneras. Tomo v, 6 volúmenes. Lima:
Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú,
1971-1975.
García Camba, Andrés. Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú.
Madrid: Sociedad Tipográfica de Hortelano y Cía., 1846.
Riva Agüero, José de la. Exposición de don José de la Riva Agüero acerca de su conducta
política en el tiempo que ejerció la presidencia de la República del Perú. Londres:
C. Wood, Poppin’s Court, Fleet Street. 1824.
Tagle y Portocarrero, Bernardo de. Manifiesto del Marqués de Torre-Tagle sobre algunos
sucesos notables de su gobierno. Lima: s. p. i., 1824.
Periódicos y revistas
El Depositario del Cusco (Cusco), 1824.
El Sol del Perú (Lima), 1822.
Bibliografía
Aljovín, Cristóbal. Caudillos y constituciones: Perú, 1821-1845. Lima: Instituto Ri-
va-Agüero/Pontificia Universidad Católica del Perú/Fondo de Cultura
Económica, 2000.
Basadre, Jorge. Historia de la República del Perú. Tomo 1. Lima: El Comercio, 2005.
Bourdieu, Pierre. Sociología y cultura. México D. F.: Grijalbo, 1990.
233Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
Chiaramonti, Gabriella. Ciudadanía y representación en el Perú (1808-1860). Los iti-
nerarios de la soberanía. Lima: Fondo Editorial de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, Oficina Nacional de Procesos Electorales, Secre-
taría Europea de Publicaciones Científicas, 2005.
Escanilla, Silvia. “El rol de los sectores indígenas en la independencia del Perú. Ba-
ses para una nueva interpretación”. Revista de Indias, LXXXI, 281(2021):
51-81.
Espinal,Víctor. “Guerra y guerrillas en los Andes centrales. Perú, 1820-1824”.Tesis
de Licenciatura en Historia. Universidad Nacional Mayor de San Mar-
cos, 2020.
Espinoza,Waldemar. “El alcalde mayor indígena en el virreinato del Perú”. Anuario
de Estudios Americanos, 17(1960): 183-300.
Fisher, John. El Perú Borbónico, 1750-1824. Lima: Instituto de Estudios Peruanos,
2000.
Fradkin, Raúl. “Tradiciones militares coloniales: el Río de la Plata antes de la Re-
volución”. Experiências nacionais, temas transversais: subsídios para uma his-
tória comparada da América Latina. Org. Flavio M. Heinz. São Leopoldo:
Editora Oikos Ltda., 2009.
Fonseca, Juan. “¿Bandoleros o patriotas?: las guerrillas y la dinámica popular en la
independencia del Perú”. Histórica, 34(2010): 105-128.
Gálvez, José. “El Perú como Estado: proyectos políticos independentistas”. La in-
dependencia en el Perú: de los Borbones a Bolívar. Comp. Scarlett O’Phelan.
Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2001.
Guarisco, Claudia. La reconstitución del espacio político indígena: Lima y el Valle de Mé-
xico durante la crisis de la monarquía española. Castelló de la Plana: Publica-
cions de la Universitat Jaume I, 2011.
Halperin, Tulio. Revolución y guerra: formación de una élite dirigente en la Argentina
criolla. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2014.
Hunefeldt, Christine, Liberalism in the Bedroom: Quarreling Spouses in Nineteenth
Century Lima (University Park: The Pennsylvania State University Press,
2000).
Montoya, Gustavo. La independencia controlada: guerra, gobierno y revolución en los An-
des. Lima: Sequilao, 2019.
Núñez, Francisco. “La participación electoral indígena bajo la Constitución de
Cádiz (1812-1814)”. Historia de las elecciones en el Perú. Estudios sobre el
gobierno representativo. eds. Cristóbal Aljovín de Losada y Sinesio López.
Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
Núñez, Francisco. “Ciudadano/vecino, 1750-1850”. Voces de la modernidad. Perú,
1750-1870: lenguajes de la independencia y la república. Comps. Cristóbal
Aljovín de Losada y Marcel Velázquez Castro. Lima: Fondo Editorial del
Congreso de la República, 2017.
O’Phelan, Scarlett. Un siglo de rebeliones anticoloniales: Perú y Bolivia, 1700-1783.
Cusco: Centro Bartolomé de las Casas, 1988.
234El cacique en su laberinto
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
O’Phelan, Scarlett. Kurakas sin sucesiones: del cacique al alcalde de indios. Perú y Bolivia,
1750-1835. Cusco: Centro Bartolomé de las Casas, 1997.
Parker, Geoffrey. Historia de la guerra. Madrid: Akal, 2010.
Pease, Franklin. Curacas, reciprocidad y riqueza. Lima: Pontificia Universidad Católica
del Perú, 1992.
Quiroz Chueca, Francisco. “Los curacas de Huarochirí y su presencia en las gue-
rrillas de la independencia y los primeros años de la República, 1750-
1830”. Huarochirí: ocho mil años de historia. T. II. Lima: Municipalidad de
Santa Eulalia de Acopaya, 1992.
Quiroz Chueca, Francisco. “Las rebeliones ‘precursoras’ y la historiografía perua-
na”. Hacia el Bicentenario de la Independencia (1821-2021). V Congreso.
Cusco, Pumacahua, los hermanos Angulo y los patriotas peruanos del sur. Lima:
Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2015.
Rivera, Raúl. Los guerrilleros del centro en la emancipación peruana. Lima:Talleres Grá-
ficos P. L.Villanueva, 1958.
Rosas, Emilio. La provincia de Huarochirí en la historia: coloniaje e independencia. Vida
y obra del prócer Ignacio Quispe Ninavilca y del sabio Julio César Tello. Lima:
s. p. i., 1995.
Rostworowski, María. “Redes económicas del Estado inca: el “ruego” y la “dádi-
va”“. El Estado está de vuelta: desigualdad, diversidad y democracia. Ed.Víctor
Vich. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2005.
Sábato, Hilda. Repúblicas del Nuevo Mundo: el experimento político latinoamericano del
siglo XIX. Buenos Aires: Taurus, 2001.
Sala i Vila, Nuria. “La Constitución de Cádiz y su impacto en el gobierno de las
comunidades indígenas en el virreinato del Perú”. Boletín Americanista,
42 (1992): 51-70.
Sala i Vila, Nuria. Y se armó el tole tole: tributo indígena y movimientos sociales en el vi-
rreinato del Perú, 1784-1814. Ayacucho: Instituto de Estudios Regionales
José María Arguedas, 1996.
Scott, James. Los dominados y el arte de la resistencia: discursos ocultos. México: Edicio-
nes Era, 2000.
Spalding, Karen. De indio a campesino: cambios en la estructura social del Perú colonial.
Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1974.
Spalding, Karen. Huarochirí: An Andean Society under Inca and Spanish Rule. Stanford:
Stanford University Press, 1984.
Thibaud, Clément. Repúblicas en armas: los ejércitos bolivarianos en la guerra de in-
dependencia en Colombia y Venezuela. Lima/Bogotá: Instituto Francés de
Estudios Andinos/Planeta, 2003.
Velásquez, David. “La reforma militar y el gobierno de Nicolás de Piérola: el ejér-
cito moderno y la construcción del Estado peruano”. Tesis de Maestría
en Historia, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2013.
Velásquez, David. “Una mirada de largo plazo: armas, política y guerras en el siglo
XIX”. Tiempo de guerra: Estado, nación y conflicto armado en el Perú, siglos
235Víctor Felipe Espinal Enciso
TRASHUMANTE | Revista Americana de Historia Social 23 (2024): 212-235. ISSN 2322-9675
XVII-XIX. eds., Carmen McEvoy y Alejandro Rabinovich. Lima: Insti-
tuto de Estudios Peruanos, 2018.
Vergara, Gustavo. Montoneras y guerrillas en la etapa de la emancipación del Perú, 1820-
1840. Lima: Imprenta y Librería Salesiana, 1973.
Vergara, Teresa. “Los curacas de Huarochirí y su presencia en las guerrillas de la
independencia y los primeros años de la República, 1750-1830”. Huaro-
chirí: ocho mil años de historia. T. II. Lima: Municipalidad de Santa Eulalia
de Acopaya, 1992.
Watchel, Nathan. Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española 1530-
1570. Madrid: Alianza Editorial, 1976.