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Editorial

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 ¿Para qué educar?

 José Joaquín García García 1

1 Doctor en Didáctica de las Ciencias experimentales. Director y editor de la Revista UNIPLURIVERSIDAD

La respuesta a la pregunta “¿para que educar?”, en el mundo de hoy, ha tenido matices variados entre los que están: “obtener habilidades y capacidades que te hagan competente laboralmente”, “para mejorar tu estatus económico y social”, “para que obtengas un empleo bien pagado y asegurar un futuro económico”. Aunque estos objetivos son válidos, no están centrados en los deseos e intereses de las personas y son, más bien, objetivos externos, a los que les interesa responder a las demandas de bienes y de consumo impuestas por la sociedad contemporánea. Por otra parte, los sistemas educativos han tratado de cumplir con este objetivo, llenando de contenidos a los estudiantes, al proporcionarles una gran cantidad de teorías, leyes y explicaciones sobre el mundo. Este enfoque no tiene en cuenta que para alcanzar este objetivo, los estudiantes deben tener la oportunidad de usar inteligentemente dichas teorías para resolver problemas y crear soluciones, al igual que para criticar de forma adecuada los mundos que dichas teorías han ayudado a construir, para reflexionar inteligentemente sobre ellos con el objetivo de mejorarlos.

 

En contraste con estos objetivos, que podrimos adjudicar a la sociedad capitalista, hay otros que deberían de ser introducidos en el sistema educativo. El primero de ellos debería ser el de enseñar a sentir, para que los sujetos puedan realmente experimentar la maravilla y gratuidad de estar vivos a través del uso de su cuerpo sensible, de sus sentidos y de la construcción de una estética que les permita observar la belleza en todas las cosas. Este objetivo ha sido opacado en occidente por afirmaciones como “pienso luego existo”, “lo importante es educar la mente, porque el cuerpo es solo su instrumento”, “todo es pensamiento”, y muchas otras más, que han generado un tipo de educación para seres insensibles e incapaces de disfrutar el placer de existir.  Así, nuestros hombres y mujeres han perdido la capacidad de asombro ante los diez millones de colores que pueden ver sus ojos, ante la innumerable cantidad de sonidos que nuestro oído, hecho para la música, está en capacidad de escuchar; ante los miles de aromas y sabores que se pueden olfatear y probar, ante los cientos de texturas que se pueden descubrir. Igualmente, los seres humanos han perdido el asombro ante la mágica presencia del otro, ante la sonrisa y la mirada de esos otros, ante el atardecer y el cielo estrellado. En síntesis, los humanos ya no se apasionan ni se emocionan con la vida y sus infinitas maravillas.

Otro de los objetivos de la educación que ha sido olvidado, es aquel de tratar de educar a los sujetos para vivir en sociedad. Este objetivo tendría que incluir el enseñar a los sujetos a comunicarse eficientemente, a participar activamente en la solución de los problemas de sus comunidades, a ser solidarios con las dificultades de sus congéneres y a empoderarse para ser líderes: hombres y mujeres que construyan, con su acciones y pensamientos, una mejor sociedad. Este objetivo ha sido hecho a un lado, privilegiando la competencia y el individualismo, al lucro económico y los intereses personales sobre el bien común y el interés público. Así, los procesos educativos dejan de ser interacciones comunitarias y sociales, dejan de generar aprendizajes situados y en comunidad, para pasar a ser aprendizajes individuales, que sólo tienen como objetivo aprobar el curso y certificar la capacidad para competir y dominar sobre otros o sobre un aspecto del mundo. En ningún momento pretenden cambiar, en lo íntimo de su esencia, al ser que aprende. 

Un tercer objetivo general, que no está contemplado en los sistemas educativos, es el de enseñar para alcanzar la felicidad. Muchos estudios han comprobado que la felicidad, una vez a superado los mínimos vitales para la subsistencia (en términos de servicios públicos domiciliarios, alimentación, techo, salud y empleo), refleja una realidad imperante: lo que hace felices a las personas es mantener relaciones y vínculos sociales activos, tener metas y sueños por los cuales luchar y vivir. Este objetivo tendría que ver con enseñar los sujetos a crear vínculos reales, mantenerlos, cultivarlos, cuidarlos y conservarlos en el tiempo. Igualmente, este objetivo implicaría que los estudiantes realizaran una mirada interior hacia sí mismos, hacia sus sueños más íntimos, para poder establecer cuáles son esas fantasías y así poder encaminar su vida hacia su cumplimiento y, de esta manera, convertirse en verdaderas personas, dejando de ser sólo personajes al servicio de la vida de otros, como diría María Zambrano, para ser y estar, para vivir una vida dedicada a ello, una vida feliz.