Al final de la trama. Familias rurales en el ocaso del relato colonizador (Buenos Aires, 1970-1990)*

 

Resumen

A partir de las memorias de familias rurales que vivieron en colonias fundadas durante el peronismo en zonas periurbanas del gran Buenos Aires, se repone la trama disolutiva de la colonización agrícola como política pública. Un abordaje “espiralado” que, desde circunstancias generales a motivaciones personales, plantea las transformaciones actuales de los escenarios rurales, los vínculos con la esfera estatal, así como la repercusión de su retirada en el mundo interno familiar. Los resultados señalan una multicausalidad en la cual subyacen, más allá de las políticas (sus marchas y contramarchas), la vida social, los ciclos familiares y las subjetividades como articuladores / desarticuladores de los espacios rurales.

Palabras clave:

familias rurales, memorias, periurbano, política pública, Estado, colonización


Abstract

Starting from the memories of rural families that lived in colonies founded during Peronism in peri-urban areas of great Buenos Aires, the dissolutive plot of agricultural colonization is re-established as public policy. The article offers a “spiral” approach, from general circumstances to personal motivations, raising issues of the current transformations of the rural scenarios, the links with the state and the repercussion of withdrawal into the family’s internal world. The results point to a multi-causality, where, beyond the polices, social life, family cycles and subjectivities underlie as articulators / disarticulators of rural spaces.

Keywords:

rural families, memories, peri-urban, public politics, State, colonization

Resumo

A partir das memórias de famílias rurais que viveram em colônias fundadas durante o peronismo em áreas periurbanas da grande Buenos Aires, reconstrói-se a trama dissolutiva da colonização agrícola como política pública. Uma abordagem “espiralada” que, partindo das circunstâncias gerais até as motivações pessoais, examina as transformações atuais dos cenários rurais, os vínculos com a esfera estatal, bem como a repercussão de sua retirada no mundo interno da família. Os resultados apontam para múltiplas causalidades, onde, além das políticas (suas marchas e contra-marchas), estão a vida social, os ciclos familiares e as subjetividades como articuladores / desarticuladores dos espaços rurais.

Palavras-chave:

famílias rurais, memórias, periurbano, política pública, Estado, colonização


Introducción

¿Qué sucede con los sujetos cuando el Estado hace mutis? ¿De qué forma se vivencian esas transformaciones en la vida familiar? ¿Cómo se rememoran? Esas son las inquietudes generales que orientan el presente trabajo. El interés es explorar las dimensiones familiares y subjetivas de una política específica concerniente a familias rurales, la cual para la etapa en estudio cursaba su fase final: la colonización agrícola.

En Argentina, donde la construcción de un Estado social más preocupado por las demandas de la sociedad comenzó a erigirse en la poscrisis de 1930, la emergencia de la intervención pública en el siglo XX se caracterizó por avances y retrocesos que iban de la mano con los desafíos de la vida democrática del país. En los intersticios de las ondulantes actuaciones oficiales quedan comprendidas transformaciones locales, espaciales, demográficas o productivas que solo una mirada microscópica y diacrónica puede esclarecer.

Resulta válido preguntarse de qué forma las familias experimentaron (en su vida cotidiana, en sus dinámicas domésticas y relacionales) la retirada estatal y qué decisiones articularon al respecto. En esa línea interesan las familias rurales, un subgrupo que escasamente ha ocupado la atención oficial. Una excepción posiblemente sea la colonización agrícola, una política de larga data y desarrollo irregular que puede ser una interesante ventana para vislumbrar las relaciones entre las políticas y los sujetos en la desarticulación de estas.1

En Argentina la colonización agrícola forma parte de una colección de estrategias públicas orientadas a incorporar tierras a la producción, sojuzgar territorios y dominar población. La bibliografía académica da cuenta de su éxito entre mediados y finales del siglo XIX, pero en el siglo XX su cariz sería otro.2 Si el conservadurismo de la década de los treinta le dio un peculiar impulso, el peronismo también haría uso de la colonización, aunque no solo como bastión retórico.3 De hecho, dos ejemplos se analizan en este trabajo: las colonias La Capilla y Justo José de Urquiza, creadas en 1951 en el partido de Florencio Varela y de La Plata, respectivamente.

Algunas de las novedades que trajo consigo la colonización agrícola tardía fueron de la mano de un contexto internacional que estaba preocupado, sobre todo en el escenario de la Segunda Guerra Mundial y el posbélico, por el desabastecimiento alimenticio y el “excedente poblacional” de una Europa desgarrada. De este modo, los países periféricos con perfil agroexportador, como Argentina, fueron apreciados para desarrollar políticas de tierras que respondieran a estas preocupaciones y, al mismo tiempo, sosegar descontentos por la desigual distribución de la propiedad de la tierra en la región.

La colonización demostró ser una política multipropósito, ya que la creación de colonias cerca de las ciudades también funcionaba como dispositivo descompresor del rápido crecimiento urbano y la sucesiva carga sobre servicios sociales, a la vez que robustecía la provisión urbana de productos frescos; cuestiones que preocupaban a las dirigencias locales. Con el visto bueno de la cúpula internacional y el apoyo de organismos como la Organización de las Naciones Unidas por la Alimentación y la Agricultura, comenzaron a proponerse programas de colonización en diversos países de América del Sur, nutridos por familias rurales europeas. De hecho, en 1955 Argentina participó de una reunión del Comité Intergubernamental para las Migraciones Europeas (CIME) donde exponía los resultados obtenidos en dos colonias agrícolas de perfil intensivo en zonas periurbanas, que son precisamente las que aquí se analizan.4

No obstante, las ideas y prácticas colonizadoras fueron diluyéndose conforme avanzaba la segunda mitad del siglo XX. La auspiciosa política de los albores de la nación, luego resucitada a conveniencia local y extralocal, se encaminaba a su extinción. Podría considerarse que el desmantelamiento (después de varias idas y vueltas) en 1983 del Consejo Agrario Nacional (CAN), la institución más significativa en la materia a nivel nacional, resume una etapa.

Aunque el Estado iba retirando su mano, la marca de la colonización permanecía en las familias rurales productoras. Lentamente esas familias quedaron solas. Como si de un ciclo de vida se tratase, las colonias del peronismo presentaron nacimientos, desarrollos y también desenlaces. Por supuesto, mucho tuvo que ver cómo se desenvolvió una política ambiciosa que no pudo rebatir los prolegómenos del país. Pero el curso disolutivo que tomaron las colonias también se relacionó con causas de orden más microscópico que se fueron enhebrando.

En la actualidad, las zonas rurales donde funcionaban las colonias forman parte del cinturón verde del conurbano bonaerense al brindar productos frescos a las poblaciones urbanas circundantes. Pero, si bien se mantuvo un perfil intensivo iniciado antes y consolidado luego por las colonias, las composiciones demográficas actuales de estos espacios son muy diferentes. Este cambio suscita preguntas acerca de las razones y abre el camino para bosquejar respuestas que engarzan con las historias de los sujetos involucrados. Un juego de semejanzas y discrepancias entre los casos también habilita una comprensión más profunda sobre los alcances de la propuesta, su signo en las tierras, las familias y su final. Contribuye a comprender, en definitiva, qué sucede cuando el Estado se retira de la escena.

Se asume que allí donde el Estado colonizó espacios rurales periurbanos se desencadenaron una serie de push factors coincidentes y entrelazados que constriñeron la permanencia de las familias en las colonias. Se sostiene que la desarticulación de las colonias fue un proceso multicausal que no responde solo al trazado de la política que les dio origen, pues existe una relación paradójica entre presencia / ausencia estatal, éxito productivo, desgranamiento social y ciclo familiar.

El trabajo se fundamenta en una serie de cuarenta entrevistas semiestructuradas realizadas entre 2011 y 2018 a ex productores y productoras. Se parte de la historia oral como metodología hermenéutica que incorpora la narratividad e instituye un pacto referencial con lo histórico al tiempo que el relator imprime su deseo de representarse. Entran en juego la relación que se establece entre pasado y presente, al igual que el vínculo que se entreteje entre entrevistado y entrevistador, convertido este último en coautor del testimonio a través de la interpretación.5 Se destaca como virtud de este enfoque el restablecer las contradicciones y ambigüedades de situaciones históricas y los deseos de quienes participaron en los acontecimientos relatados.6 La selección se hizo con base en la figura de “informantes clave” procurando darles representatividad a todos los sujetos. Se recurrió al muestreo en cadena (“bola de nieve”) para acceder a una población dispersa y de difícil rastreo. Las entrevistas fueron individuales, de una o dos horas de duración, y se desarrollaron en las colonias o bien en las ciudades más cercanas donde residen los entrevistados, con base en un bosquejo común de preguntas cuyas respuestas fueron grabadas y transcritas. El análisis cualitativo de los hallazgos se conjugó con la observación, triangulación y contrastación con otras fuentes, en especial pertenecientes a las antiguas entidades colonizadoras.

Se plantea primero la actualidad de los escenarios analizados. Después, se propone avanzar sobre los factores de orden externo que expelieron a las familias, así como las repercusiones internas y las estrategias derivadas. Luego se presentan aspectos que configuraron problemáticas para los grupos familiares. Y, en ese orden, se integran determinados rasgos de la memoria que bosquejan posicionamientos ante el esquema planteado y en los cuales anida una dimensión familiar conflictiva. De este modo, se propone reponer la trama disolutiva de la colonización a partir de un abordaje “espiralado” que va desde circunstancias generales a motivaciones personales.

1. Viejos y nuevos escenarios de las zonas rurales periurbanas

Las colonias La Capilla y Urquiza fueron creadas en partidos al sur de la capital federal, en la provincia de Buenos Aires. La primera fue formada por el Instituto Autárquico de Colonización (IAC), de dependencia provincial, creado en 1936 mediante la ley 4418 y refundado en 1948 por la ley 5286. La segunda fue debatiéndose entre el CAN (fundado en 1940 por la ley 12636) y el Banco de la Nación Argentina, siempre en el ámbito nacional.

La política colonizadora, con sus variables según el ámbito de acción, ofrecía lotes en colonias oficiales con facilidades de pago (de 30 años en el caso provincial y 10 años en el nacional) a familias rurales de probada experticia, capacidad (importaba la cantidad de miembros, especialmente hijos varones) y moralidad. Los requisitos eran: no ser propietario de tierras, contar con ciertos conocimientos y elementos de trabajo, y sobre todo asumir el compromiso de radicarse en el lote para explotarlo por mano propia.

El Estado, además de brindar facilidades en el pago de la tierra, establecía la formación de consejos agrarios, la presencia de administradores que funcionarían como nexos entre las familias y los entes colonizadores, el acompañamiento en la formación de escuelas primarias, entre otras cuestiones. Además, en ciertos casos asumía compromisos adicionales. Por ejemplo, los italianos que ingresaban vía convenio bilateral eran beneficiados con el pago del traslado, instrumentos de labranza, capacitación y una casa construida.7 Pero el Estado era más que un interlocutor, oficiaba como contralor en la medida en que se requería que los colonos produjeran lo que disponía la institución; por lo que el acompañamiento se fijaba en términos de beneficios, pero también de exigencias.

Por lo tanto, el concepto operativo de colonia al que remitimos comprende no solo un espacio atravesado por una política, normado y regulado por el Estado, sino una veta social, familiar, comunitaria. Esto debido a que “el término colonia designa tanto la parcela donde se realiza el trabajo familiar como la región ocupada por inmigrantes y sus descendientes”;8 de modo que se asocia a la familia, a la tierra y al trabajo. Las partes y el todo apuntan a comprender que los aspectos mencionados son indisolubles.

Como se puede apreciar en la Figura 1, las locaciones elegidas para las colonias eran estratégicas, pues estaban cerca de las ciudades cabecera de los partidos; pero también de los principales mercados de consumo con los cuales conectaban por rutas provinciales. Los partidos de Florencio Varela y La Plata, engarzados en un entramado de espacios rurales periurbanos que se iban constituyendo de forma irregular y dinámica, abrevaron en procesos generales de corrimiento de las fronteras y reorientaciones, aunque de formas diferentes. Así, Florencio Varela se destacó por su desarrollo espontáneo; un crecimiento rural que avanzó a la par del urbano hasta finales de 1940, para luego invertir la dinámica. Al mismo tiempo, protagonizó una progresiva consolidación de la horticultura a las puertas de una ciudad cabecera que crecía enérgicamente y en cercanía con el mercado de la capital federal. La Plata, aunque fruto de una detallada planificación, reveló un despliegue productivo irregular. A pesar de que al principio la producción de verduras era sojuzgada por los cereales, fue una tendencia que se revirtió progresivamente, en especial, porque ostentaba condiciones propicias para su desarrollo y había interés por impulsarla en virtud del abastecimiento de la creciente urbanización.9

Figura 1

Colonias La Capilla y Urquiza

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Fuente: República Argentina, “Plano de ubicación”

En todo caso, en ambos partidos se revelaron escenarios favorables para la instalación de emprendimientos que fortalecieran la producción de hortalizas. Esto bosqueja la situación con la cual se encontró la dirigencia política (nacional y provincial) a inicios de la década de los cincuenta, cuando optó por estos partidos para fundar dos colonias. Las décadas posteriores marcarían un despliegue de la actividad en La Plata, mientras que Florencio Varela tendría un desarrollo mermado, circunstancia en la cual se inserta sin duda la descomposición de las colonias analizadas.

De este modo, es posible identificar que su elección iba a tono con las intenciones de consolidar las propuestas colonizadoras, radicar familias rurales e inmigrantes, fortalecer la vida en el campo, robustecer el mercado interno y revitalizar ámbitos rurales cercanos a las ciudades. Las zonas mostraban perfiles productivos intensivos en curso, reafirmados con las verduras y flores que comenzaron a obtenerse en los lotes de las colonias, los cuales variaban entre las cinco y diez hectáreas.

La mano de obra prevista era de tipo familiar. Dado que pasaban por una selección previa, en general las colonias fueron habitadas por núcleos familiares bastante extendidos, formados por matrimonios con varios hijos y con predominio de varones. Tendencia que se explica por el interés en beneficiar estas formaciones familiares, pues se piensa en los niños o jóvenes varones como continuidad de la labor paterna. Las familias que llegaron eran de origen inmigrante: japoneses, italianos, portugueses, ucranianos, alemanes, españoles, entre otros. Algunos se habían informado de las colonias por sus contactos o familiares, mediante la difusión oficial y unos menos habían llegado a través de convenios internacionales. En cualquier caso, la facilidad del pago de los lotes en cuotas beneficiaba el ingreso familiar.

Aunque las colonias fueron contemporáneas (1951), sus formaciones sociales fueron diferentes por motivos relacionados con el accionar de las instituciones, el origen de los colonos que llegaron primero y los años de ingreso. En La Capilla un buen grupo de familias llegó simultáneamente y la consolidación social fue más rápida. En Urquiza un puñado de italianos inauguró las tierras y una década después los japoneses llegaron en cantidad; se plantearon vínculos con menor densidad en la trama comunitaria y más en la interétnica.10

Las familias se dedicaron a la horticultura o floricultura con variable éxito, pero con constancia. Algunas tuvieron un despliegue notable y llegaron a comprar más de un lote, con lo que expandieron la producción e integraron otras fases como la comercialización directa de sus productos. En suma, ambas colonias llegaron a funcionar como polos productivos y, en diferente grado, consolidaron una vida interna que las hacía ser conjuntos socioproductivos. Las décadas de los cincuenta hasta la de los setenta fueron las más pródigas. A partir de 1980, en cambio, puede percibirse la desaparición de rasgos originales, nuevas pautas de ocupación y el ingreso de un nuevo sujeto social, el productor boliviano, coincidente con la profundización del perfil productivo iniciado por las colonias.

El ingreso de bolivianos al ámbito rural productivo argentino, específicamente en el periurbano bonaerense, fue ampliamente analizado.11 Las investigaciones señalan que su ingreso comenzó en 1970, consolidado hacia 1980. Al principio se radicaron en la zona norte del gran Buenos Aires, movilizados por la capitulación económica y productiva de los ciclos zafreros del noroeste argentino. El periurbano del gran Buenos Aires no pasó desapercibido, y su inserción se dio en las vacancias que otros productores también inmigrantes de origen europeo y oriental comenzaban a dejar.12 En efecto, las colonias analizadas constituyen ejemplos de este proceso, que Roberto Benencia analizó y categorizó como “escalera gringa” y “escalera boliviana”.13

La ligazón entre procesos productivos y étnicos se hace evidente, lo que convierte al periurbano rural del Gran Buenos Aires -cuya vitalidad no ha dejado de asentarse en las últimas décadas- en un laboratorio de movimientos poblacionales y migratorios. A inicios de la década de 2000 se ratificó una transición en aquellas explotaciones que aún estaban en manos de los propietarios “pioneros” (en carácter “defensivo”),14 en retirada por falta de recambio generacional. De modo simultáneo se percibía un sistema de ascenso social por parte de los bolivianos con base en una creciente capitalización.

De este movimiento centrífugo de los colonos “pioneros” da cuenta la transformación demográfica de ambas zonas rurales -que concentra actualmente población de países limítrofes desvinculada de las colonias- y la propia voz de los productores entrevistados. En este marco, ¿cómo entender el éxodo, cuando se evidencia la consolidación hortiflorícola? ¿El éxito productivo de las propuestas colonizadoras conminó al ocaso del arraigo familiar de los productores “pioneros”? Los estudios comprenden que hay una ruptura no productiva que propició que este productor, en general inmigrante trasatlántico, se alejara de la explotación directa en favor del boliviano. Prima la noción de un desinterés por parte de los hijos de los primeros por continuar. Otras miradas incorporan explicaciones referentes a los valores, logros y limitaciones de cada comunidad étnica, lo cual parece ser un buen indicio, aunque no es profundizado.

En ese sentido, en el marco de la retirada colonizadora ¿cuáles fueron las razones del mutis del productor inmigrante europeo y asiático del periurbano en el gran Buenos Aires? Donde, vale destacar, habían crecido, trabajado, estudiado, encontrado pareja y formado una familia, donde habían fundado instituciones propias y, además, criado a sus hijos. Allí, al final de cuentas, anclaron sus vidas afectivas en lo que llegaron a considerar su hogar durante dos o tres décadas, e incluso más. Pareciera que hay más razones que un corte intergeneracional en el legado productivo. En verdad, la historia que se iba inscribiendo en los lotes tenía un anverso donde se tejieron causas múltiples, y la veta social y familiar tuvo una incidencia importante.

2. Del arraigo a la diáspora. Los push factors de las familias colonas

2.1. Los rastros zigzagueantes del Estado

La capitulación forzada del peronismo en 1955 supuso un corte en los impulsos colonizadores, aunque, en rigor de verdad, tanto la segunda presidencia de Juan Domingo Perón como la gobernación de Buenos Aires en el mismo periodo ya los habían limitado. De manera que la continuidad de las colonias quedó atada a impulsos momentáneos y acotados, como el que tendría lugar durante el desarrollismo (con énfasis en la gobernación de Oscar Allende en Buenos Aires, entre 1958-1962) o bien las actuaciones puntuales por parte de las reparticiones públicas a cargo.

El mismo Estado que proveyó el marco legal, institucional y político, y que brindó inversión y acompañamiento, fue mostrando grietas en los vasos comunicantes y falta de respuesta a los problemas e idas y vueltas administrativas. Tal mutis del principal interlocutor de las familias profundizó la impresión de un evidente desinterés y abandono en los habitantes:

Hace mucho tiempo, cuando estaba el Ministerio de Asuntos Agrarios, sí, estaban muy encima de los colonos cuando había un problema. Y con las siembras también. Cualquier novedad de maquinaria, de mejoramiento inclusive. Como acá hay muchas casas, los ingenieros hacían experimentos y dormían ahí [para hacer trabajos sobre] mejoras de terreno, de vegetales.15

Hubo una época en la que el Estado recorrió las colonias a través de sus agentes (inspectores, ingenieros, delegados). Pero su evanescencia se hizo evidente. El CAN, el IAC y el Ministerio de Asuntos Agrarios (MAA) de la provincia se volvieron imperceptibles en la ausencia de un criterio rector, un laissez faire cuyo resultado fue la discontinuidad de los vínculos que mantenían con las colonias bajo su cobertura. Aunque, es verdad, hubo diferencias acordes a la esfera estatal.

En La Capilla el desacompañamiento fue más pronto y notorio. Si bien el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria suplió algunas funciones a través de sus visitas de capacitación que, aunque esporádicas, funcionaban como un enlace para los colonos. Incluso, en las cercanías de La Capilla se instaló una agencia de extensión de este organismo. En Urquiza el CAN tuvo desde los inicios una presencia más organizada y constante, que al final hizo una retirada más discreta, aunque no menos inexorable.

Ante este panorama, las relaciones con los municipios se convirtieron en una alternativa, con resultados divergentes. En La Capilla primaron tensas relaciones que fueron empeorando. Desde el inicio los colonos tuvieron críticas hacia la falta de presencia municipal en los confines rurales del partido. Pero hacia la década de los ochenta la expropiación de terrenos que habían pertenecido a la sede social de su cooperativa (iniciativa que les quitó un espacio propio cargado de valor simbólico y afectivo) fue un parteaguas. Con el correr de los años, algunos productores gestionaron “tractorazos” (movilizaciones hasta la sede municipal con sus vehículos de trabajo) para reclamar seguridad, asfaltado, servicios de salud y gestión de los residuos de una cárcel instalada en las cercanías. Aunque estas protestas generan apreciaciones conflictivas (no faltan quienes remarcan que subyacían pugnas políticas que involucraban voceros rurales ajenos a la comunidad original), se evidencia la transformación social del espacio. En años posteriores los vecinos de la antigua colonia también reclamaron por la instalación de un depósito de chatarra frente a la comisaría de la zona que comprometía las condiciones ambientales en virtud del derramamiento de tóxicos en suelos productivos. La temprana vinculación con el municipio derivó en la tensión.

En Urquiza el vínculo con el municipio sirvió para abonar logros y vehiculizar reclamos, en lo que incidió la Asociación Japonesa de La Plata (AJLP) de la colonia agrícola, cuyos miembros reconocidos funcionaron como interlocutores. De hecho, uno de los eventos más representativos de esta asociación (el Bon Odori) se realizó en la plaza Moreno de La Plata, donde se prepararon danzas y trajes típicos japoneses para el centenario de la fundación de la ciudad (1982). La recepción de miembros por el intendente a inicios de 1990, debido a las manifiestas preocupaciones sobre la inseguridad en la zona, también apunta a que existían relaciones más fluidas.16 Se vislumbra una mayor visibilidad pública de la asociación y, por decantación, de la zona rural desde la cual operaba y con la cual era identificada, así como también una mejor capacidad para interaccionar con base en demandas propias y nutrirse de vínculos con esta esfera local.

Una de las cuestiones que muestran diferencias en este aspecto es la inseguridad que, además, es uno de los “golpes de gracia” que conminaron al abandono de las tierras. Los diferentes modos de resolver el problema revelan las estrategias de las familias cuando la política colonizadora ya no tenía lugar, y su relación con la esfera municipal. Desde los comienzos en ambas colonias hubo noticias de robos e incluso asesinatos que conmocionaron la vida interna. Algunas mujeres murieron en contextos de robos violentos, pero también como consecuencia de la violencia doméstica. Aunque estas cuestiones causaban temor o rechazo colectivo, recibían una cuota de atención importante en el pico de tensión como desgracias aisladas o problemas privados. Sin embargo, hacia la década de los setenta se percibieron cambios. No solo las familias eran objeto de asaltos cada vez con más frecuencia, sino que se multiplicaron los robos en espacios comunes. En conjunto fueron razones expulsoras, pues el miedo se sumaba a la sensación de abandono y aislamiento, en lo que influía el mal estado de los caminos internos y la falta de luz eléctrica, que recién se hizo efectiva en la década de los setenta en ambas colonias. Las colonias se volvían espacios menos seguros para sus habitantes.

Si en La Capilla el tema se trató de forma permanente, las tiranteces con el municipio se plasmaron en quejas poco orgánicas. En Urquiza la colectividad japonesa fue activa y constante y a la larga su accionar fue más beneficioso. A través de registros de prensa, documentales y orales se ratifican varios intentos de solucionar el problema. Desde 1970 se documentan pedidos dirigidos a la municipalidad por una mayor presencia policial. En 1976 contrataron patrullaje que pagó el club nipón. Luego, un feminicidio en 1978 generó mucha preocupación, lo que activó extendidos reclamos en el tiempo.17

Incluso cuando se instaló la inseguridad como una preocupación en ambos espacios, en La Capilla funcionó como un factor de expulsión más evidente en el que los habitantes se sentían solos y vulnerados. En Urquiza se mancomunaron esfuerzos, lo que desvela el interés por permanecer en la zona.

Los vínculos municipales repercutieron en las colonias sobre todo a partir de 1980, cuando el ensombrecimiento de funciones de los entes colonizadores propició una mayor visibilidad del municipio como referente estatal en un sentido positivo o negativo, situación que influyó en cómo el grupo remanente (ya reducido) de colonos “pioneros” percibía su destino en esos lugares. Así, comienzan a perfilarse rasgos de un nuevo escenario que emerge por aspectos irresueltos desde el inicio, y que conduce del plano general de la política a las realidades locales y familiares en medio de las dinámicas que estaban tomando lugar. Sin embargo, el aliento por emigrar también ancló en un derrotero social y familiar particular.

2.2. Desarticulaciones (y rearticulaciones) de la vida conjunta

Como en otros espacios rurales, la vida social en estas zonas cercanas a las ciudades fue importante, pues vertebró las comunidades colonas que funcionaron a través de la creación de emprendimientos cooperativos, asociativos, étnicos y educativos orientados a mejorar la calidad de vida en aspectos materiales o simbólicos. Pero, así como dio sentido a la trama productiva, su desarticulación progresiva (o su transformación) también tuvo efectos que no son fáciles de precisar.

En La Capilla la simultaneidad de ingresos y la gran diversidad de nacionalidades representadas impulsó una sólida vida conjunta inicialmente. Sus logros más importantes fueron la Cooperativa Eva Perón (1952) (luego, en 1955, La Capilla) con su sede social: el Ateneo. Y también la Asociación Japonesa de La Capilla (AJLC), que reunía niños y adultos para eventos sociales en los cuales, además, funcionaba una escuela de idioma. Ambos emprendimientos funcionaron activamente entre 1950 y 1970, pero la sociabilidad en estos espacios comenzó a perder brillo. Y en ese proceso se integró un numeroso grupo de japoneses nuevos, a finales de los sesenta e inicios de la década siguiente, que desestabilizó los vínculos en el interior de esta comunidad.18 Por eso el desmantelamiento de la cooperativa a finales de los años setenta, en el que intervino un desfalco a los asociados, fue arduo de sobrellevar. Aun así, los entrevistados no identifican un momento clave de disolución, sino un proceso cargado de desmotivación personal y un progresivo individualismo: “[Hacia finales de la década de los setenta] las cosas no andaban bien. Pero no sólo para nosotros, ¿eh? Había muchos que también se iban, porque estaban cansados. Ya no había más unión, no había más cooperativa, no había administrador, se había terminado todo”.19 En ese sentido, otra ex-colona expone que: “Nadie cuidó eso, porque si uno vivía acá tenía que tratar de ver qué pasaba. Todos los colonos que vinieron de entrada, no quedó nadie. Vinieron porque no pagaban el viaje, [había] facilidad de trabajo y cuando se ‘armaron’ un poquito se fueron, y los que quedaron hicieron lo que pudieron”.20

De a poco la vida conjunta se fue despojando de interés. Hubo intentos de formalizar nuevos espacios (como la Sociedad de Fomento La Capilla en la década de los ochenta), pero estas iniciativas póstumas se dieron cuando ya casi no quedaban rastros de aquella primera comunidad. Las iniciativas (que partían de los hijos de las familias “pioneras” junto con otros vecinos, generalmente ajenos a la comunidad boliviana) tendieron a mejorar condiciones habitacionales (un permanente pendiente donde brillaba el abandono estatal), pero sin agrupar ni representar una identificación común. Los testimonios señalan que no se trató solo del desfalco que finiquitó la cooperativa, su mayor logro, sino una progresiva desunión fundada en el desinterés de los que permanecían al entrar en una etapa que presentaba nuevos desafíos, en un escenario con las faltas de siempre. Esa percepción de que algo se había quebrado puso en cuestión su identificación con el espacio al percibir que aquello que los contenía había dejado de existir.

En Urquiza la elaboración de una identificación común en los comienzos se vio truncada por la llegada de escasas familias italianas, seguidas una década después por los japoneses, que constituían un contingente articulado con instituciones internacionales que los acompañaban. Esta escisión temporal que complejizó la creación de un sentido de comunidad, también impidió que se gestara una crisis interna en tiempos más funestos. Cada familia intentó buscar respuestas, algunos enmarcados en su pertenencia étnica (japoneses), o bien como productores, pero no como una comunidad. Los japoneses se identificaron a sí mismos como “colonos” y en el éxito de su asociación (que aún pervive) quedó encolumnada la pervivencia de cierto sentido de colonia, étnica, aunque no involucrara a todos. Al mismo tiempo, los japoneses junto con otros colonos y habitantes de la zona aunaron esfuerzos para integrar una cooperativa creada en una localidad rural próxima (Cooperativa Telefónica y otros servicios públicos y de consumo de Abasto Ltda.) en 1966.21 Aunque la iniciativa no fue propia, benefició a los habitantes. Por estos motivos, en las entrevistas de Urquiza no pueden identificarse las trazas de disolución de algo que no se terminó de gestar: la amalgama social de todos los sujetos involucrados. Más allá de lo anterior, el éxito social de las colonias se correspondió con las posibilidades de las comunidades asiáticas en articularse a sí mismas.

2.3. La familia y la ciudad, entre los desafíos y las estrategias

Las razones de salida también pueden rastrearse en la dimensión familiar a través de varias circunstancias. Una de ellas fue la de las tierras. Las familias que llegaron a inicios de la década de los cincuenta con sus hijos pequeños o jóvenes vieron entre 1960 y 1970 cómo estos se casaban en el escenario de las colonias, sobre todo en La Capilla donde la población inicial era más abundante. Esto activó la búsqueda de una nueva localidad por parte de las jóvenes parejas para constituir su propio hogar y espacio de producción. La intención de dar con nuevas tierras signó esta etapa, iniciativa apoyada por muchos progenitores, pues advertían una ampliación del patrimonio familiar y una forma de evitar fragmentar la herencia.

Esta situación debería haber sido prevista por las instituciones colonizadoras debido a la composición de las familias y la edad de sus hijos. Ambos rasgos eran condiciones para que las familias postularan, por lo que no es llamativo que la presencia infanto-juvenil en estos espacios fuera importante.22 Pero los problemas que podían suscitarse no fueron tenidos en cuenta y desnudaron conflictos en las décadas siguientes. Para ese entonces la ocupación de tierras en La Capilla era casi total, en tanto que en Urquiza el cupo sería rápidamente completado por los japoneses.

Sin embargo, la colonización que había sido incorporada al ciclo familiar por los progenitores no podía ser instrumentada del mismo modo por sus hijos, o al menos no por todos. Se recurrió a alternativas como solicitar (con insistencia y variable éxito) lotes adicionales, radicarse temporalmente en tierras parentales y circular entre diferentes lotes de parientes. Los menos afectados eran algunos primogénitos como herederos naturales entre algunos italianos, pero sobre todo japoneses, aunque esta situación no estaba tan extendida. De hecho, al abandonar los campos algunos padres decidían vender, lo que dejaba a cada hijo que se arreglara a su suerte. No siempre la voluntad paterna se orientaba a la pervivencia del legado productivo.

En virtud de su éxito, potencial crecimiento y una buena cuota de suerte o sentido de la oportunidad, algunas familias pudieron adquirir lotes adicionales resolviendo en parte la situación, pero muchas otras no. Si bien algunos nuevos matrimonios (en muchas ocasiones compuestos por el hijo varón, primogénito o no, de la familia propietaria) se hacían cargo del lote familiar (o bien del propio, si habían tenido éxito al solicitarlo), muchos otros se vieron impulsados a arrendar tierras en zonas rurales cercanas o a cambiar de estilo de vida y emigrar a la ciudad: “En 1977 nos vinimos a alquilar cerca del cementerio. Las otras tierras [en la colonia] eran de mi suegro, y bueno, las vendió. Le alquilamos unas tierras a mi cuñado”.23 Otra mujer explica que: “Cuando nosotros nos casamos pusimos una casita prefabricada en el lote de mi suegro. Luego nos mudamos al lote de mis padres porque ellos se fueron a Estados Unidos. Una de mis hermanas se fue a Estados Unidos, la otra se casó y se fue a capital federal y esos 10 años que mis papás se fueron nosotros estuvimos trabajando sus tierras”.24

Sin embargo, la falta de tierras no fue el único factor. Las carencias habitacionales de los comienzos se extendieron por largos años junto con la falta de respuestas por parte del Estado, como ejemplo de la relación de aprovechamiento y abandono de las zonas rurales de los partidos del conurbano. Las familias sentían la insuficiencia de prestaciones en servicios de salud, seguridad, o en prestaciones como luz y gas. De hecho, en Urquiza la cooperativa antes mencionada gestionó el servicio telefónico desde la década de los ochenta y concretó las conexiones de gas natural desde 2006.

Las faltas que con estoicismo fueron toleradas en los primeros años, al ver que no eran solucionadas en el largo plazo, desmoralizaron a muchos habitantes. Esta fue la situación de La Capilla, sumida en la desidia y escasa de mejoras con arreglos parciales por acción de los habitantes o intervenciones esporádicas del municipio. En Urquiza las carencias más graves fueron solucionadas progresivamente por intermedio de una cooperativa muy activa en la zona a la que los habitantes remanentes supieron sumarse.

Como en otros espacios rurales, cuando los colonos “pioneros” se fueron haciendo mayores cuidar su salud fue un desafío que solo tenía solución con el acceso a clínicas y sanatorios urbanos: “los viejos ya eran grandes y trataban de irse a la ciudad para estar cerca de los médicos”.25 Su salida escindió a las familias, ya que sus hijos quedaron por algunos años a cargo de las tierras, si es que los padres no habían decidido antes venderlas para comprar su casa en la ciudad. Los referentes del espacio habían comenzado a desaparecer y un nuevo escenario estaba en ciernes.

A lo anterior hay que sumar que las actividades que se afrontaban en los lotes hacia finales de la década de los setenta e inicios de los ochenta no siempre alcanzaban. En épocas de inestabilidad económica la diversificación fue una estrategia puesta por muchos en marcha. Se introducían en el lote prácticas productivas más sencillas y redituables. Pero mientras algunos se dedicaban a mantener el lote durante la crisis, otros salían a conseguir empleos urbanos para compensar la economía familiar. De este modo, a causa de las decisiones internas o por circunstancias externas las familias entre 1970 y 1980 comenzaron a dividirse. Para muchos la alternativa circunstancial (recurrir a la ciudad como suplemento económico) los alejó de las tierras rurales donde habían crecido. La nueva localidad matrimonial junto con el acceso a empleos urbanos coexistió y ambas se vieron, más aún, potenciadas.

La urbanización del estilo de vida no solo ingresaba al hogar del colono por las crisis o la falta de tierras; aspectos menos problemáticos también desembocaban en ella. Por ejemplo, el acceso al nivel secundario en escuelas comerciales o industriales para los varones o el magisterio para las mujeres,26 ya que algunas familias esperaban que sus hijos pudieran seguir sus estudios, en el caso de Urquiza, incluso universitarios.

En La Capilla el seguir estudios permitió que los jóvenes tomaran contacto con el mundo urbano, que en términos de capital social individual y familiar significó una apertura. Aquellos jóvenes casados que buscaban una nueva locación o aquellos solteros que deseaban (o eran impulsados a) continuar con su educación fueron compelidos a buscar alternativas. Ambas situaciones, en definitiva, se transformaron en un estímulo a la vida urbana.

En Urquiza la situación difería. Los italianos tenían desafíos similares a los señalados, pero los japoneses marcaban una diferencia en un espacio con circunstancias más alentadoras. Entre estos últimos los logros escolares y académicos fueron especialmente valorados, además, la vigencia de la primogenitura patentizó el interés parental por buscar alternativas para los otros hijos (o segundones).27 Así, la profesionalización a través del acceso a carreras universitarias en la vecina ciudad de La Plata fue el camino más apreciado por la segunda generación.

En suma, en ambas colonias y sin distinción de origen, la juventud fue un elemento “urbanizador” de la vida familiar por el acceso a la oferta educativa urbana, por sus prácticas de sociabilidad o su insistencia en incorporar en lo cotidiano la televisión y por las visitas a la ciudad. La identificación con estas prácticas se labró en un entorno de obvios rasgos rurales, lo que abría perspectivas que no siempre se aferraban a la vida de sus padres.

En este sentido no se puede dejar de mencionar el dekasegi,28 proceso que involucró a los descendientes de japoneses, e implicó la búsqueda de oportunidades en la tierra de sus padres o abuelos. Se trató de un movimiento migratorio que excedió la realidad de las colonias, aunque las involucró con sus particularidades. En ambos casos fue importante en términos numéricos, pues muchos decidieron emigrar hacia un país con el que habían estrechado lazos por medio de sus asociaciones en las cuales se enseñaban sus costumbres e idioma. Pero no dejaba de ser una salida a un entorno foráneo. Este movimiento, que se profundizó en la década de 2000, fue significativo simbólicamente porque la segunda generación abría una etapa de búsqueda similar a la que había impulsado a sus padres a asentarse en tierras rioplatenses, aunque en un sentido inverso. Si bien el retorno fue importante, pues las experiencias de adaptación no siempre fueron positivas, tuvo impacto debido a que significó un ciclo de búsqueda por fuera de las colonias; lo que marcó el agotamiento de intentos y desencantos. Esta situación se dio en ambos casos, pero sobre todo en La Capilla, donde se había experimentado un desgaste progresivo. Quienes retornaron, finalmente, se incorporaron a trabajos en la zona urbana y, aunque algunos continuaron con sus campos, delegaron las actividades.

En adición, si los hijos de los colonos no habían podido (o querido) continuar con sus estudios y si los padres no se habían desprendido del lote, en muchos casos estos continuaron a cargo. Esto es visible desde finales de la década de los setenta hasta mediados de los ochenta, sobre todo en La Capilla. No obstante, se fue haciendo usual la tercerización o designación de responsabilidades productivas, lo que coincidió con el ingreso de medieros o arrendatarios bolivianos. De este modo, los hijos de los colonos podían honrar el legado de sus padres y continuar a cargo a través de inspecciones periódicas sin involucrar sus familias en las tareas. Porque la tercera generación, los nietos de los colonos “pioneros”, presentó un estilo de vida urbano y mayoritariamente no se involucraron en tareas rurales. Incluso, si vivían en las colonias, no trabajaban allí y evidenciaban nutridos vínculos con la urbe. En aquellos casos en los que continúan con actividades rurales no siempre están vinculadas con el lote familiar, sino que forman parte de emprendimientos cooperativos, comercialización de productos e importación de tecnología aplicada al área. Podría decirse que, aunque se implementaron estrategias para no deshacerse de la propiedad, la cercanía con la ciudad más que facilitar el arraigo funcionó como un “polo de atracción”.

Entonces, ¿fue la capitalización de estas familias un elemento que, en la próxima generación, contribuyó a desestimular la vida rural?29 A luz de los aspectos señalados, pareciera que sí, y se potenció porque hubo un desacompañamiento estructural que desveló problemas que trascendían la agencia y la capacidad de las comunidades, de modo que la oferta citadina se convirtió en una atracción irresistible.

La posesión de tierras para algunas familias fue una especie de inversión o ahorro, pero no pudo radicarlas permanentemente. El atraso y desfase de estas zonas respecto de la ciudad fue una razón para muchas familias decidir la salida, aunque no todas. ¿En qué casos se encontraron más resistentes a ceder a las propuestas urbanas? Se identifica en las que anclan sus trayectorias generacionales en la vida rural. Si la cultura familiar fue un factor que favoreció la adaptación al campo en los inicios, e incluso prolongó la permanencia cuando las circunstancias eran críticas, también fue influyente en la renuencia a desprenderse del patrimonio en décadas posteriores. Esa “cultura rural” familiar fue aprendida por los hijos de los colonos que nacieron o crecieron en las colonias. Sin embargo, resultó mayormente intransferible a la tercera generación que no compartió tales experiencias, pues tenía un contacto más esporádico con el lote familiar, empapados de la vida urbana que se hacía cada vez más accesible. Lo anterior en un contexto de avance urbano sobre espacios que en la época de los abuelos resguardaban rasgos más claramente rurales. Pero estas razones, múltiples y coincidentes, se transfiguraron en dimensiones subjetivas con anclaje en la memoria personal.

3. La nostalgia y el conflicto, las dos caras de la memoria familiar

Las razones familiares que se nutrían de factores contextuales fueron influyentes en la desarticulación y transformación analizadas al dejar huellas en un plano afectivo. En palabras de los entrevistados, la vida en el campo aparece en términos bucólicos y positivos: “nos encantaba”, “era divertido”, “era todo sano”, “trabajábamos siempre juntos, había mucha unidad”. Un colono japonés expresa que considera que tuvo una vida tranquila, placentera, que le gustaba.30 Estas valoraciones, que se multiplican sin distinción de origen, aparecen en un nivel capilar de la conversación como lugares de acuerdo con las representaciones sociales más tradicionales sobre la vida rural. Sin embargo, cuando se establece cierto rapport y se profundizan temas aparecen matices, y algunos confiesan que, incluso antes de llegar a las colonias, cuando vivían en espacios rurales (en otras provincias o zonas del conurbano bonaerense), estas no estaban tan mal conectadas o alejadas de la ciudad como las colonias, las cuales carecían, además, de los servicios más básicos.

En línea con lo anterior los hijos de los colonos pioneros comienzan a estructurar reclamos hacia los padres por la decisión de mudarse, lo que implicó el abandono de seres queridos, amigos y entornos conocidos en un nuevo espacio que se vivenciaba con soledad y aislamiento.31 El trabajo cansino, que no era mayormente opcional para el elenco filial, también suma quejas. Emergen lamentos por un esfuerzo físico sin contemplaciones que derivó en enfermedades crónicas, con lo cual se desnuda uno de los nodos más pesarosos de las memorias. También aparecen críticas sobre el autoritarismo paterno (o de hermanos mayores) que exigían anteponer lo “familiar” a lo individual.32 Incluso se apunta a las falencias de ciertos miembros (por vicios o enfermedades) que hacían que los demás se vieran recargados. La imposición de una mecánica de trabajo que no contempló individualidades es un rasgo que aparece oculto al principio, pero que no tarda en desvelarse en los resquicios de los relatos.

El funcionamiento de las familias como cuerpos productivos primó y se utilizó la dimensión personal como combustible. Algunas mujeres quisieron ser modistas y no pudieron dedicarse a esa actividad. Una de ellas cuenta que con esfuerzo había amasado un pequeño ahorro para abrir un local en la ciudad, pero al casarse debió dedicarse a las tareas rurales y domésticas.33 El campo quitaba tiempo, pero también avanzaba sobre sus habilidades: las manos endurecidas y atrofiadas por las tareas y el frío dejaron de ser útiles para las delicadas destrezas que requería el corte y la confección. Entre los hombres testimonian los que quisieron estudiar (en institutos secundarios técnicos o en la universidad) y no lo consiguieron, o aquellos que pudieron ser jóvenes promesas del fútbol y tuvieron que ser “realistas”, por una mezcla de epifanía e imposición familiar.34

El funcionamiento de las familias como cuerpos productivos tenía la acción mancomunada y el reparto de tareas como pilares. Sin embargo, ante este esquema aparentemente firme y fecundo surgen disrupciones que muestran las familias como campos en los que se disputaban decisiones y emergía el conflicto.35 En virtud de este doble carácter se dan expresiones como: “Pero le digo, a mí no me gustaba [la colonia], ¡no me gustaba! No había luz, no había caminos, perseverar era un triunfo”.36 El testimonio de Vicenta Girardi, quien llegó a La Capilla a los 12 años desde Foggia (Italia) no es excepcional. Son reiteradas las expresiones que apuntan al estoicismo colectivo en torno de las ideas de “perseverar” o “aguantar”. El reconocimiento del trabajo grupal en términos de “sacrificio” permea muchas entrevistas y bifurca los finales: algunos consideran que valió la pena, pero otros dejan entrever que malgastaron su fuerza y juventud en una actividad con magros efectos. Desde las propias dinámicas internas familiares que atravesaban diferentes crisis se impedía la multiplicación de un legado.

Las colonias fueron acumulando conflictos también en su nivel microscópico. Las relaciones intersubjetivas en un marco cerrado y de control social también fueron elementos de tensión. El paso del tiempo no pudo opacar otro de los puntos revisitados: los noviazgos frustrados por voluntad familiar (muchos de ellos, protagonizados por miembros de las comunidades japonesas) que se rememoran con pena ajena, pues nunca son los protagonistas los que hablan. Otros avanzaron a pesar de las oposiciones, aunque supuso un costo intrafamiliar.37

En ese sentido, pareciera que la tensión de los vínculos dentro de este tipo de espacios también pudo funcionar como una razón para desligarse emocionalmente de la tierra. Esta situación alcanzó a todas las familias, sin embargo, las comunidades japonesas en ambas colonias concentran ciertas críticas más veladas que expresas, las cuales tienen que ver con la rigidez de sus normas. Algunos casos pueden resultar ilustrativos. Una mujer expresa que desconoce cuál fue su error, pues dejaron de convocarla a participar de actividades sociales de la comunidad japonesa de La Capilla de la cual ella y su familia formaron parte toda su vida. Esa misma cerrazón se advierte en el caso de Urquiza sobre personas que han sido marginadas por su comportamiento “errático” o por ciertos fracasos económicos y decisiones personales que no fueron aprobadas. La severidad que pudo ser sobrellevada con más éxito en la que el grupo pudo afianzarse mejor en términos sociales y que ofrecía, entonces, acompañamiento al tiempo que exigencias. Pero donde no fue así (La Capilla) la desarticulación de la comunidad fue inexorable e hizo crepitar las motivaciones para permanecer, física y emocionalmente, ligados a la colonia, cuidando lo que sus padres habían intentado forjar.

Cuando las entrevistas fluyen desde la memoria familiar hacia el abordaje de experiencias propias surgen las críticas y las desavenencias que completan el cuadro de abandono que dio lugar a la extinción de las colonias (La Capilla) o a su transformación (Urquiza). Este tipo de valoraciones ex post arraigan en los recorridos de cada entrevistado y le otorgan sentido a sus historias personales.

Lo que hay que marcar alrededor del conflicto y las tensiones intrafamiliares es que, aunque existieron reclamos, las asperezas no desarticularon el trabajo familiar en los primeros tiempos, pues los grupos funcionaban sobre todo con base en el rol paterno. Sin embargo, ante el fallecimiento de los progenitores en el momento de traspaso generacional las tensiones hicieron estallar la organización familiar que sólidamente había funcionado a pesar de sus grietas. Lo anterior puso en vilo una “identificación” común que, cuando empezó a resquebrajarse por múltiples causas, hizo que las demandas personales cobraran mayor entidad y se dispersara el sentido de trabajo mancomunado, lo que desafió el antiguo orden familiar. Al fin de cuentas, esta dinámica se multiplica en diferentes espacios, urbanos y rurales, y se vincula con los ciclos vitales y familiares. Este tipo de referencias resultaron de más fácil hallazgo en La Capilla, y requirieron más exploración en Urquiza, donde las dinámicas de las familias japonesas, más recientes y menos permeadas por el ámbito local que las de La Capilla, eran más sólidas en el nicho familiar.

La memoria familiar en las colonias muestra su función de transmisión, revelando problemáticas subyacentes y dimensiones de difícil procesamiento a nivel personal, aspecto que quedó en tensión con la autoevaluación en sus recuperaciones críticas acerca de lo vivenciado y que respondió a las tensiones que se iban experimentando en los hogares.38 Lo anterior al paso de una colonización que, como política, iba haciéndose cada vez más etérea.

A modo de cierre

La pregunta inicial apuntó a comprender qué sucedió con los conjuntos familiares de las colonias agrícolas cercanas a las ciudades ante el desbaratamiento progresivo de estos espacios. El análisis se fundamentó en las memorias y experiencias de miembros de familias rurales de dos colonias agrícolas creadas durante el peronismo en Florencio Varela y La Plata, partidos del gran Buenos Aires. Las reflexiones apuntan a comprender las causas de una transformación espacial (que abarca también otras escenas del periurbano bonaerense), que incluye aquellas áreas en donde la presencia estatal dejó su firma (y ausencia) mediante la política pública. Esta transformación involucra la salida de familias colonas de origen europeo y asiático y el ingreso de un productor inmigrante de origen boliviano. De manera inversa al modo en que las familias colonas instrumentaron esta política en sus ciclos vitales entre 1950 y 1960 para constituirse un patrimonio, una ocupación y un hogar, se analizó aquí el abandono de estos espacios y sus motivos.

La política colonizadora nacional y provincial hizo su silente salida, ya evidente hacia 1980. Sin embargo, los factores que condujeron a la desarticulación de las colonias responden también a circunstancias locales como las carencias habitacionales que signaron la vida familiar desde los inicios y los diferentes vínculos con la esfera municipal. Las colonias se afianzaron tanto en sus despliegues productivos como en sus vidas sociales, aspectos que discurrieron en sentidos diversos. El éxito de las producciones se mantuvo en el tiempo, mientras que la sociabilidad se fue debilitando (La Capilla) o trasformando en otra cosa diferente a la colonia (Urquiza). La vida en comunidad (general o étnica) dio sentido a la vida familiar ante las irregularidades de la presencia oficial. En La Capilla las dinámicas de orden social contribuyeron a arraigar y luego a modelar la etapa final hacia 1980. En Urquiza la apropiación asiática del espacio otrora colonizado lo revistió de una nueva significación, ya que operó como una “refundación” del sentido de “colonia” que contribuyó al arraigo y al mejoramiento habitacional.

En todo caso, el análisis revela la inexorabilidad de la desaparición del mundo de las colonias, aunque en sentidos distintos. Incluso cuando el perfil productivo subsiste en la zona de La Capilla, no hay trazas de aquel espacio social y productivo que se gestó bajo la égida del IAC. La identificación como “colonos” (autopercibida, pero también reconocida en otros) tampoco pervive. El no poder transmitir sus propios espacios y logros sociales, prácticas comunes y una “memoria” común arraigada a aquel espacio cortó los vínculos de los descendientes con la tierra de sus antepasados. La colonia es un lugar ido que solo pervive en el recuerdo de quienes vivieron allí. Es recordada por la generación que tuvo un pie en el campo y el otro en la ciudad, y que asumió el desafío de continuar con un legado. Por esa razón muchos testimonios denotan idealización y nostalgia de lo que es intransmisible e inasible, dado que no perviven vestigios de aquella vida. Incluso los edificios emblemáticos han sido abandonados o bien les fueron expropiados, despojados de sus “lugares de la memoria”.

Aunque en Urquiza no hubo una trama comunitaria inicial interétnica sólida, parece haber tenido un final más “exitoso”. Más allá de su adecuación productiva al mercado local (incluso internacionales en el rubro de la floricultura), pudo sostenerse en virtud de que los japoneses de ingreso tardío le dieron una estructura fornida al apropiarse identitariamente del espacio. Aún sin abrirse a relaciones interétnicas sustantivas, supieron tender vínculos duraderos (entre sí, con vecinos y con el municipio) que trascendieron crisis y conflictos al centrarse en el mejoramiento del espacio. Por decantación la colonia tuvo un curso a través del cual se transformó según los intereses y posibilidades de un colectivo particular. Allí, la identificación como “colonos” fue una etiqueta que cobró diferentes significados: como precursores, para los italianos y otros inmigrantes fue la memoria del esfuerzo, sacrificio y aislamiento de los primeros tiempos; para los japoneses fue perfilarse como colectividad en un medio rural donde construyeron proyectos, además de saber exportar esa identificación como propia.

Pero más allá de los desafíos que planteaba el abandono del Estado o los que atravesaron las familias de acuerdo con las diferentes épocas, el modo distinto en que se configuraron las colonias incidió en sus destinos. En estos procesos de disolución o transformación, quedaron implicadas las familias con sus ciclos, trayectorias y conflictos. Las mismas memorias que bosquejan un escenario cargado de valores positivos también muestran grietas. Los cuerpos familiares que pusieron en marcha los espacios como polos productivos encontraron dificultades externas (falta de tierras, desacompañamiento institucional, desidia en las condiciones habitaciones, conflictos con el municipio) y también internas, lo que revelaba reclamos y críticas en el reverso de aquel estilo de vida que aún ponderan en sus relatos. Pero las colonias también dejaron rastros amargos (proyectos personales truncos, escisiones o conflictos familiares) que evidencian la descomposición interna de las colonias.

Las transformaciones familiares, propias de los ciclos que iban atravesando, planteaban complejidades que fueron resueltas de diferentes maneras. De modo tal que el abandono de los espacios no solo responde al desinterés de las generaciones más recientes, sino a un cúmulo de circunstancias donde la identificación con el espacio, una memoria compartida, la significación del propio sacrificio y la transmisión de un legado se vieron interrumpidas. Estos rasgos que caracterizaron la situación de las colonias dan cuenta también de procesos que involucraron la historia del periurbano rural del gran Buenos Aires.

Referencia

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Ceccini, María, entrevista realizada por Celeste De Marco. Florencio Varela, 3 de marzo de 2014.

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D’Aloisio, Mafalda, entrevista realizada por Celeste De Marco. La Capilla, 22 de febrero de 2015.

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Giallonardo, Martín, entrevista realizada por Celeste De Marco. Florencio Varela, 02 de octubre de 2014.

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Girardi, Vicenta, entrevista realizada por Celeste De Marco. Florencio Varela, 27 de enero de 2015.

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Guagnano, Enza, entrevista realizada por Celeste De Marco. Florencio Varela, 16 de mayo de 2015.

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Maidana, Elena, entrevista realizada por Celeste De Marco. Florencio Varela, 3 de marzo de 2014.

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Matsuhara, Shinichi, entrevista realizada por Celeste De Marco e Irene Cafiero. Melchor Romero, 7 de marzo de 2015.

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Nakasone, Carlos, entrevista realizada por Celeste De Marco. Florencio Varela, 25 de febrero de 2015.

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Rivas, Margarita, entrevista realizada por Celeste De Marco. Ranelagh, 16 de mayo de 2015.

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Rzyk, María, entrevista realizada por Celeste De Marco. Florencio Varela, 16 de mayo de 2015.

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Stanicia, Ángel, entrevista realizada por Celeste De Marco. Florencio Varela, 3 de marzo de 2014.

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Stanicia, Antonia, entrevista realizada por Celeste De Marco. Florencio Varela, 3 de marzo de 2014.

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Tsuru, Ana, entrevista realizada por Celeste De Marco. Florencio Varela, 19 de marzo de 2015.

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Yasuhara, Hiroshi, entrevista realizada por Celeste De Marco e Irene Cafiero. Melchor Romero, 7 de marzo de 2015.

Yasuhara, Hiroshi, entrevista realizada por Celeste De Marco e Irene Cafiero. Melchor Romero, 7 de marzo de 2015.

[1]María Bjerg, Historias de la inmigración en Argentina (Buenos Aires: Edhasa, 2009); Kristi Anne Stølen, La decencia de la desigualdad. Género y poder en el campo argentino (Buenos Aires: Antropofagia, 2004).

[2]Osvaldo Barsky y Juan Gelman, Historia del agro argentino. Desde la Conquista hasta fines del siglo XX (Buenos Aires: Grijalbo Mondadori, 2001); Mónica Blanco, Reforma en el agro pampeano: arrendamiento, propiedad y legislación agraria en la provincia de Buenos Aires 1940-1960 (Bernal: Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2007).

[3]Mario Lattuada, La política agraria peronista (1943-1983), t. 1 (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1986).

[4]República Argentina, Planes concretos de colonización e inmigración rurales, fascículo 2047 (Florencia: Istituto Agronomico per l’Oltramare, Centro di Documentazione Inedita, 1955).

[5]Alessandro Portelli, “El uso de la entrevista en la historia oral”, Anuario Escuela de Historia UNR 20 (2004): 43-44.

[6]Ronald Fraser, “La historia oral como historia desde abajo”, Ayer 12 (1993): 79-92.

[7]Celeste De Marco, “Colonización agrícola en el periurbano bonaerense. Políticas, familias y memorias (1950-1980)” (Tesis doctoral en Ciencias Sociales y Humanas, Universidad Nacional de Quilmes, 2018).

[8]Ellen F. Woortman, Herdeiros, parentes e compadres: colonos do Sul e sitiantes do Nordeste (São Paulo: Hucitec, 1995) 16.

[9]De Marco 126-155.

[10]De Marco 166-181.

[11]Véase Horacio Bozzano, “Los procesos de estructuración de espacios periurbanos. Hacia una definición del borde metropolitano de Buenos Aires”, Revista de la SIAP 23.89 (1989): 264-284; Andrés Barsky, “La agricultura de ‘cercanías’ a la ciudad y los ciclos del territorio periurbano. Reflexiones sobre el caso de la Región Metropolitana de Buenos Aires”, Globalización y agricultura periurbana en Argentina. Escenarios, recorridos y problemas, coord. Ada Svetlitza de Nemirovsky (Buenos Aires: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, 2007): 15-30; María Carolina Feito, comp., Migrantes bolivianos en el periurbano bonaerense. Memorias, producciones, trabajo y organizaciones (Buenos Aires / La Paz: Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria INTA / Fundación Xavier Albó, 2013). Sobre el caso platense, véase Roberto Ringuelet, “La complejidad de un campo social periurbano centrado en las zonas rurales de La Plata”, Mundo Agrario 9.17 (2008). https://www.mundoagrario.unlp.edu.ar/article/view/v09n17a07/911 (17/07/2018); Roberto Benencia y Germán Quaranta, “Familias bolivianas en la actividad hortícola: transformaciones en sus procesos de movilidad”, Cinturón Hortícola de la Provincia de Buenos Aires. Cambios sociales y productivos, coords. Roberto Benencia y otros (Buenos Aires: Centro de Integración, Comunicación, Cultura y Sociedad, 2009) 111-126; Adriana Archenti, “Producciones identitarias y relaciones interculturales en el periurbano platense”, Mundo Agrario 9.17 (2008). https://www.mundoagrario.unlp.edu.ar/article/view/v09n17a08/913 (17/07/2018); Matías García y Soledad Lemmi, “Territorios pensados, territorios migrados. Una historia de la formación del territorio hortícola platense” (Ponencia, VIII Jornadas Patagónicas de Geografía, Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, 2011). Además pueden consultarse los trabajos de Juan José Garat, Alejandra Waisman, Juan Pablo del Río, entre otros.

[12]Ringuelet 4-10.

[13]Roberto Benencia, “El concepto de movilidad social en los estudios rurales”, Estudios Rurales. Teorías, problemas y estrategias metodológicas, coord. Norma Giarranca (Buenos Aires: Editorial La Colmena, 1999) 77-95.

[14]Roberto Benencia, “Producción, trabajo y migraciones transnacionales: configuraciones territoriales de la horticultura en Buenos Aires (Argentina)” (Ponencia, Seminario-Taller Migración Intrafronteriza en América Central, Perspectivas Regionales, San José Costa Rica, 2005) 6.

[15]Entrevista de Celeste De Marco a Mafalda D’Aloisio, La Capilla, 22 de febrero de 2015.

[16]Asociación Japonesa de La Plata, Libro Aniversario 50 años (La Plata: [s.e.], 2013) 15.

[17]Asociación Japonesa de La Plata.

[18]De Marco 251-269.

[19]Entrevista de Celeste De Marco a María Ceccini, Florencio Varela, 3 de marzo de 2014.

[20]Entrevista de Celeste De Marco a Enza Guagnano, Florencio Varela, 16 de mayo de 2015.

[21]Talía Gutiérrez y Celeste De Marco, “El desarrollo rural y la prestación de servicios en clave cooperativa. Análisis de dos casos (Saladillo y Abasto, 1970-2010)”, Entre la economía social y el mercado. Reflexiones para un debate abierto en el agro latinoamericano, comps. José Martín Bagneta y otros (Buenos Aires: Centro de Estudios de la Argentina Rural / InterCoop Editora Cooperativa Limitada, 2016) 179-204.

[22]De Marco 167-187.

[23]Entrevista de Celeste De Marco a Elena Maidana, Florencio Varela, 3 de marzo de 2014.

[24]Entrevista a María Ceccini.

[25]Entrevista a María Ceccini.

[26]Entrevista de Celeste De Marco a Carlos Nakasone, Florencio Varela, 25 de febrero de 2015; Entrevista de Celeste De Marco a Margarita Rivas, Ranelagh, 16 de mayo de 2015.

[27]Entrevista de Celeste De Marco e Irene Cafiero a Hiroshi Yasuhara, Melchor Romero, 7 de marzo de 2015.

[28]El término en japonés refiere a los emigrantes que se mudan de país para buscar nuevas ofertas de trabajo. En este caso refiere especialmente a la emigración de descendientes de nipones a la tierra de sus ancestros.

[29]El “desvanecimiento” del estilo de vida chacarero se vincula con el “aburguesamiento” en nuevas formas de sociabilidad, consumo y la tercerización de sus actividades laborales. Véase Juan J. Balsa, El desvanecimiento del mundo chacarero. Transformaciones sociales en la agricultura bonaerense, 1937-1988 (Bernal: Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2008).

[30]Entrevista de Celeste De Marco e Irene Cafiero a Shinichi Matsuhara, Melchor Romero, 7 de marzo de 2015.

[31]Entrevista de Celeste De Marco a Ángel Stanicia, Florencio Varela, 3 de marzo de 2014; Entrevista de Celeste De Marco a María Rzyk, Florencio Varela, 16 de mayo de 2015.

[32]Entrevista de Celeste De Marco a Mafalda D’Aloisio, La Capilla, 22 de febrero de 2015; Entrevista de Celeste De Marco a Antonia Stanicia, Florencio Varela, 3 de marzo de 2014.

[33]Entrevista a Enza Guagnano.

[34]Entrevista de Celeste De Marco a Martín Giallonardo, Florencio Varela, 2 de octubre de 2014.

[35]Pierre Bourdieu, Raisons pratiques. Sur la théorie de l’action (París: Editions du Seuil, 1994) 135-145.

[36]Entrevista de Celeste De Marco a Vicenta Girardi, Florencio Varela, 27 de enero de 2015.

[37]Entrevista de Celeste De Marco a Ana Tsuru, Florencio Varela, 19 de marzo de 2015.

[38]Anne Muxel, Individu et mémoire familiale (París: Nathan, 1996).

[39]Cómo citar este artículo: Celeste De Marco, “Al final de la trama. Familias rurales en el ocaso del relato colonizador (Buenos Aires, 1970-1990)”, Trashumante. Revista Americana de Historia Social 15 (2020): 126-149. DOI: 10.17533/udea.trahs.n15a06