123Estudios dE LitEratura CoLombiana 52, enero-junio 2023, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.350947
* Artículo derivado del proyecto “Desarrollo
de la heteronimia poética latinoamericana”
del Grupo de investigación: Poéticas: dra-
maturgos, poetas y filósofos reflexionan
sobre las artes.
Cómo citar este artículo: Barrero Fajar-
do, M. (2023). Las metamorfosis discur-
sivas de Maqroll el Gaviero. Estudios de
Literatura Colombiana 52, pp. 123-140.
DOI:
1
mbarrero@uniandes.edu.co
Universidad de los Andes, Colombia.
Editores: Andrés Vergara Aguirre,
Christian Benavides Martínez
Recibido: 14.08.2022
Aprobado: 24.11.2022
Publicado: 31.01.2023
Copyright: ©2023 Estudios de Literatura Colombiana.
Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los
términos de la Licencia Creative Commons Atribución –
No comercial – Compartir igual 4.0 Internacional
https://doi.org/10.17533/udea.
elc.350947
Las metamorfosis discursivas de
maqroLL eL G aviero
The Discursive Metamorphoses of
Maqroll el Gaviero (the Lookout)
Mario Barrero Fajardo
Resumen: El artículo propone una relectura de parte del
universo literario de Álvaro Mutis para estudiar las diferen-
tes metamorfosis discursivas que en él experimentó Maqroll
el Gaviero, su voz poética y narrativa más representativa. Los
principales filtros de lectura que se empelarán en el recorrido
propuesto serán el modelo de heteronimia poética de Fernan-
do Pessoa, la alternativa de los complementarios discursivos de
Antonio Machado y la llamada “escritura oblicua” propuesta
por Eugenio Montejo. Esta nueva aproximación a la obra muti-
siana también se plantea como una invitación a revisitarla con
motivo del centenario del nacimiento de su autor.
Palabras clave: Álvaro Mutis, Maqroll el Gaviero, heteronimia
poética, literatura colombiana.
Abstract: This article offers a rereading of a segment of the
literary universe of Álvaro Mutis to study the various discursive
metamorphoses experienced by Maqroll el Gaviero (the Look-
out), his most representative poetic and narrative voice. The
main reading filters that will be used in the proposed itinerary
will be Fernando Pessoa’s poetic heteronomy model, Antonio
Machado’s complementary discursive alternative, and the so-
called “oblique writing” proposed by Eugenio Montejo. This
new approach to the Mutisian work is also presented as an in-
vitation to revisit it on the centenary of the author’s birth.
Keywords: Álvaro Mutis, Maqroll el Gaviero (the Lookout),
poetic heteronomy, Colombian literature.
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El Gaviero […] era una necesidad para mí. En el momento en que escribí esos poemas había una
visión del mundo, despojada ya de toda ilusión humana que, atribuida a un hombre joven, resultaba
extraña. Maqroll me fue de una inmensa utilidad, por eso él aparece desde el tercer poema que yo
escribo, y que publico […], sirviéndome para respaldar esa visión del mundo.
José Balza y José Ramón Medina, 1993.
(“Maqroll y las batallas perdidas”)
La necesidad de otra voz
La respuesta citada en el epígrafe, que Álvaro Mutis (1923-2013) brindó en 1992 a sus
colegas venezolanos José Balza y José Ramón Medina (1993) respecto al sobre el origen
de Maqroll el Gaviero, la voz poética y posteriormente narrativa sobre la cual articuló a
lo largo de más de medio siglo su universo literario, permite establecer cómo su inicial
quehacer escritural se inscribió en la búsqueda de un espacio de enunciación que, aunque
en principio implicara un distanciamiento frente a su yo autobiográfico, transmitiera de
manera verosímil su precoz visión desesperanzada de la condición humana. Ante esa
apuesta poética dos fueron las aproximaciones más comunes que los lectores-críticos
del universo mutisiano establecieron para valorarla. Por una parte, estuvo aquella que
insistió en escuchar el inicial canto del Gaviero y leer los posteriores escritos de Maqroll
como un mero ejercicio de seudonimia literaria (Lejeune, 1994, p. 62), susceptible por
ende de ser interpretado la mayoría de las veces en una clave autobiográfica, tal cual lo
ejemplifica el estudio que Alberto Zalamea (1988) dedicó a la publicación de La Nieve del
Almirante. En él se reivindica el filtro interpretativo de un inseparable dúo Maqroll-Mu-
tis (pp. 28-29). Por otra parte, críticos como Hernández (1995) tomaron distancia ante
este enfoque interpretativo y, sin soslayar la inevitable carga autobiográfica presente
en toda creación literaria, apostaron por inscribir al conjunto de la obra mutisiana
en el amplio y heterogéneo espectro de la heteronimia poética: “Porque Maqroll no
es un epíteto de Álvaro Mutis, es una puerta batiente que aparece como un alto a la
personalidad del autor que se disemina en otros para rebasar su finitud” (p. 72). Esa
posibilidad de concebir que Gaviero sea “una voz otra”, con significativos niveles de
autonomía discursiva, es la que se explorará en la presente relectura de la Summa de
Maqroll el Gaviero y las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero. En un primer momento
se establecerá el origen de la voz poética inicial asociada al agotado y desesperanzado
marinero que empezará a deambular por los poemas que Mutis publicará a mediados
del siglo xx. Luego se apreciará su consolidación como una particular voz heterónima
en las siguientes décadas. Su posterior silencio y reaparición en la primera parte de los
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Las metamorfosis discursivas de Maqroll el Gaviero
años 80 será la tercera etapa del recorrido. Y, por último, se evidenciará su tránsito
hacia los dominios de la novela o relato poético desde 1986 hasta 1995. Una sumatoria
de metamorfosis discursivas que le permitieron a Maqroll el Gaviero convertirse en
una de las voces más originales y significativas de la literatura en lengua española de la
segunda mitad del siglo xx.
La irrupción del Gaviero
Aunque intuida su presencia en varios de los poemas publicados por Mutis a mediados
del siglo xx, ya sea como observador y escucha de anónimas e inquietantes voces rura-
les (“La creciente” y “El miedo”) y urbanas (“«204»”) o asumiendo peculiares trabajos
como el de celador de trasatlánticos (“Hastío de los peces”) o conductor de trenes
(“El viaje”), será el poema titulado “Oración de Maqroll” el que constituya la irrupción
oficial del Gaviero en el escenario de la poesía hispanoamericana. La primera versión de
la “Oración” la incluyó Mutis en La balanza (1948), poemario que presentó seis poemas
suyos, seis de Carlos Patiño Roselli, y uno escrito “a la limón” por los dos poetas. Los
aludidos poemas de Mutis fueron retomados, junto a otros inéditos, en Los elementos
del desastre (1953), primer poemario en solitario que publicó el escritor colombiano. En
el caso de la “Oración”, esta presentó una ligera variación entre su primera y segunda
versión: la omisión de una estrofa de la versión inicial, que, en sentido estricto, no
afectaba el desarrollo del poema.
El poema se divide en dos apartados claramente diferenciados: una significativa
nota introductoria en prosa y la oración de Maqroll. En esta última se pronuncia una
voz poética que, de manera acorde con el modelo tradicional de una plegaria dirigida a
un ser superior, suplica por una dádiva por parte del receptor del mensaje:
¡Oh Señor! Recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el
polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas
del firmamento.
Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro.
Amén (Mutis, 2008, p. 44).
A partir de esta súplica, además de la condición de creyente en una deidad superior, es
posible distinguir unas iniciales señas de identidad de la voz poética en cuestión: su índole
de merodeador de los feudos de la muerte, de un otrora viajero que se encuentra de regreso
de todo, de allí su capacidad para juzgar y cuestionar la obra del ahora invocado Señor,
como ocurre en los primeros versículos de la oración (Mutis, 2008, pp. 43-44). También
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es significativo su reconocerse uno más de la “manada”, integrante de un colectivo, pero
al mismo tiempo reivindicar su peculiaridad de ser un “avizor”, una voz vigilante del
devenir propio y ajeno.
Estos rasgos identitarios serán complementados y matizados en la aludida nota
introductoria del poema: “No está aquí completa la oración de Maqroll el Gaviero. /
Hemos reunido solo algunas de sus partes más sobresalientes, cuyo uso cotidiano re-
comendamos a nuestros amigos como antídoto eficaz contra la incredulidad y la dicha
inmotivada” (Mutis, 2008, p. 43). El primer aspecto para destacar es la irrupción en la
nota de una voz poética diferente a la de Maqroll, que se presenta como plural (“no-
sotros”), pero sobre todo como mediadora entre el discurso del Gaviero y los nuevos
oyentes o lectores de la plegaria. Esta voz introductora no solo funge de editora del
discurso maqrolliano (lo selecciona, lo clasifica y lo pone ahora al servicio de su pe-
culiar intención comunicativa), sino que reconoce también el carácter de incompleto
de cada uno de los discursos en juego (el propio del nosotros y el de Maqroll), pero al
mismo tiempo deja entrever su carácter complementario. A lo anterior se suma que es
justamente a esta voz plural a quien corresponde bautizar y referir un oficio a la voz
poética en ciernes: “Maqroll el Gaviero”.
El particular nombre de la voz poética en cuestión correspondió al intento de
su autor de lograr borrar de él cualquier referencia geográfico-cultural intrínseca, de
manera que alcanzara un estatus de extraterritorialidad que le permitiera emprender el
viaje más allá de los atavismos locales propios de las literaturas nacionales o regionales.
Aunque pasado el tiempo el propio creador reconoció que esta fue una empresa fallida
dado que, desde los primeros recorridos literarios de la nueva voz poética, sus lectores
lo han relacionado con disímiles paisajes culturales que van desde el mundo árabe al
escocés (García Aguilar, 1993, pp. 16-17), pasando por un amplio espectro mediterráneo
(Lefort, 1996, pp. 149-150), o emparentándolo con determinados linajes literarios como
el de Maldoror de Lautréamont (Guarducci, 2005, p. 158) o el de Marlow de Conrad
(Zalamea, 1988, p. 32). En uno u otro caso, el logro alcanzado con el nombre en cues-
tión fue dotar a la naciente voz poética de una condición de meteco impenitente que
le permitirá emprender el viaje cuantas veces lo considere necesario sin el pesado lastre
de dejar atrás un supuesto espacio originario.
Asociado a lo anterior aparece el oficio que se atribuye a la voz poética: gaviero.
La otrora labor que en los barcos de vela cumplía el joven marino destinado a ocupar
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Las metamorfosis discursivas de Maqroll el Gaviero
la gavia o canastilla ubicada en el extremo superior del palo mayor de la embarcación y
desde la cual debía otear el horizonte para avisarle a los otros integrantes de la tripu-
lación las posibles vicisitudes del recorrido a seguir. Además del origen literario que el
propio Mutis reconoció al asociar el oficio de su voz poética al de personajes que en
su día cautivaron su atención lectora, como lo fueron los jóvenes gavieros presentes
en las obras de Melville y Conrad (Sheridan, 1981, p. 644), también es susceptible de
relacionar al gaviero mutisiano con otros dos referentes literarios, paradigmas de la
función del poeta moderno.
En primer lugar está el albatros baudelairiano, ese “señor de las nubes / que ríe
del arquero y habita en la tormenta” (Baudelaire, 1993, pp. 90-91). Recuérdese cómo
en el poema del escritor francés se recrea la tensión existente entre el poeta moderno,
encarnado en la majestuosa ave, y la sociedad que habita, representada en la tripulación
del barco que observa con envidia la añorada capacidad del ave de elevarse por encima
del nivel del mar y otear el horizonte, convirtiéndose en un privilegiado ojo avizor. Una
tensión que derivó en el lema de “épater le bourgeois” por parte del poeta moderno y
cuya réplica de la denunciada sociedad fue el “épater le poète”. Justo el tipo de relación
que desde su plegaria deja entrever el Gaviero al reivindicar su posición privilegiada de
cara a la “manada” de la cual también se sabe parte.
En segundo lugar está el fantasma nerudiano del buque de carga, aquel que “Mira
el mar […] con su rostro sin ojos: / […] y desciende de nuevo a la vida del buque / ca-
yendo sobre el tiempo muerto y la madera / resbalando en las negras cocinas y cabinas”
(Neruda, 1986, p. 67). La fantasmal conciencia crítica de las miserias cotidianas de la
cual también hará gala Maqroll, tanto cuando evoque su juventud vivida al vértigo de la
gavia o su madurez de “marinero en tierra” durante la que se hará evidente el anacronis-
mo del oficio que se convirtió, para bien y para mal, en su principal seña de identidad.
Teniendo en cuenta las diferentes características en juego en la génesis de Maqroll
el Gaviero, es posible asociar esta irrupción literaria a la tradición de la llamada he-
teronimia poética. Para su principal cultor, el escritor portugués Fernando Pessoa, la
heteronimia responde a un intento de distanciamiento respecto a la voz poética origi-
nal, siempre signada por una elevada carga autobiográfica. Para el pleno desarrollo del
modelo heteronímico es necesario superar dos etapas. Una primera que consiste en la
creación de una voz ortónima, que conservará el mismo tono de enunciación de la voz
original pero que se distanciará de esta en lo que respecta a la visión de mundo que
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proyectará mediante su discurso. La segunda etapa implicará un mayor distanciamiento
frente a la voz original, la voz propiamente heterónima se diferenciará de esta tanto en
la forma como en el contenido de su discurso, al punto que podrá reclamar una plena
autonomía frente a la primera (Pessoa, 1987, pp. 65-66). En el caso de la inicial puesta en
escena maqrolliana se entrevé la posibilidad de asumir a la voz de la nota introductora
de la oración como una posible voz ortónima y a la del Gaviero como una heterónima
frente a esa otra voz, la que según el modelo pessoano sería la original, que luego de
una fugaz esperanza en los posibles del quehacer poético (“Programa para una poesía”)
muy rápidamente se inclinaría por una radical concepción de dicho quehacer como “un
trabajo perdido” en las siguientes artes poéticas incluidas en Los elementos del desastre
(“Una palabra” y “Los trabajos perdidos”). En esta valoración inicial se debe tener en
cuenta lo señalado por Vázquez Medel (1988) sobre la heteronimia poética: antes que
valorarla en función de un resultado concreto, se debe apreciar como una práctica escri-
tural susceptible de ir modificándose a medida que avanza en su ejercicio exploratorio
respecto a nuevos y variados espacios de enunciación (p. 27).
Consolidación y variantes del proyecto heteronímico mutisiano
La publicación en 1959 de la Reseña de los Hospitales de Ultramar puso en evidencia la
consolidación de la práctica heteronímica iniciada por Mutis años atrás. La breve nota
introductoria a la “Oración de Maqroll” dio paso a un corto pero significativo prólogo
en el que la llamada voz introductora, refugiada ahora en la tercera persona gramatical
del singular, daba cuenta no solo del origen del conjunto de textos del nuevo poemario,
sino que también asumía la potestad de reseñarlos de cara al lector:
Los siguientes fragmentos pertenecen a un ciclo de relatos y alusiones tejidos por Maqroll el Gaviero
en la vejez de sus años, cuando el tema de la enfermedad y de la muerte rondaba sus días y ocupaba
buena parte de sus noches, largas de insomnio y visitadas de recuerdos.
Con el nombre de Hospitales de Ultramar cubría el Gaviero una amplia teoría de males, angustias, días
en blanco en espera de nada, vergüenzas de la carne, faltas de amistad, deudas nunca pagadas, semanas
de hospital en tierras desconocidas cuando los efectos de largas navegaciones por aguas emponzoñadas
y climas malignos, fiebres de la infancia, en fin, todos esos pasos que da el hombre usándose para la
muerte, gastando sus fuerzas y bienes para llegar a la tumba y terminar encogido en la ojera de su propio
desperdicio. Ésos eran para él sus Hospitales de Ultramar (Mutis, 2008, p. 115).
Como puede apreciarse, la inicial función editora de la voz introductora cada vez se
amplía y complejiza más. De la inaugural transcripción de un fragmento de una plegaria
escuchada se pasa ahora a una valoración que no solo brinda una precisa contextuali-
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Las metamorfosis discursivas de Maqroll el Gaviero
zación del lugar de enunciación del discurso maqrolliano, sino también una detallada
y descarnada síntesis de la materia prima tratada en él. De hecho, al avanzar en la lec-
tura de los aludidos “fragmentos” se hace evidente el mundo compartido por las dos
voces, lo que le permitirá a la introductora adelantar ejercicios de écfrasis respecto a
documentos compartidos por el Gaviero (“El mapa”), cederle de manera directa el es-
pacio de la página en blanco para que entone nuevas diatribas afines con el tono de la
inicial “Oración” (“Pregón de los hospitales”) y narre con el ritmo propio de la poesía
en prosa ciertos periodos de las temporadas pasadas en los precarios centros de salud
mencionados (“El hospital de la bahía”). Pero además, como consecuencia de esos
espacios vitales compartidos entre las dos voces, la voz introductora asumirá el reto
de narrar determinadas peripecias de Maqroll (“En el río”, “La cascada” o “El coche
de segunda”, entre otras), haciendo evidente en estos casos una variante significativa
de la práctica heteronímica: la de las voces complementarias que desarrolló en su día
Antonio Machado.
A diferencia del modelo pessoano que en su punto extremo de desarrollo abogaba por
una plena autonomía de la voz heterónima frente a las voces original y ortónima, el modelo
de los complementarios o poetas apócrifos propuesto por el poeta andaluz planteaba la
necesidad de evidenciar en el espacio del poema el vínculo existente entre las diferentes
voces en juego, como bien lo refiere Lourenço (1997) en su estudio comparado de las dos
variantes heteronímicas en cuestión: “los apócrifos [machadianos] no llegan […] a romper
el cordón umbilical que los liga al autor empírico, al contrario de lo que harán (ficticiamente)
los heterónimos [pessoanos]” (p. 32). Esta dependencia o complementariedad también fue
visible entre las voces apócrifas de Machado (2003), tal cual lo ejemplifica la significativa
sujeción de Juan de Mairena hacia su maestro Abel Martín: “Si me preguntáis, decía mi
maestro […]” (p. 224), “Mi maestro tenía fama […]” (p. 225), “El gran pecado decía mi
maestro Abel Martín […]” (p. 229), “Sostenía mi maestro […]” (p. 237) o “Es evidente,
decía mi maestro Mairena endosaba siempre a su maestro la responsabilidad de toda
evidencia que […]” (p. 245). Un dispositivo de enunciación que, sin el matiz jerárquico
discípulo-maestro, también se evidencia en la Reseña de los Hospitales de Ultramar entre
la voz introductora y Maqroll: “Derivaba el Gaviero un cierto consuelo de […]”, “‘Mis
Plagas’, llamaba el Gaviero a las enfermedades […]”, “Solía referirse el Gaviero a su Mapa
de los Hospitales de Ultramar” (Mutis, 2008, p. 122, 137, 139), entre otros ejemplos.
Este paralelo permite postular un nuevo filtro de lectura del proyecto concebido por
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Mutis hasta entonces: el de una “heteronimia complementaria”. De manera acorde con
el Drama en gente de Pessoa, es posible vislumbrar en él un diálogo entre voces ortóni-
mas y heterónimas susceptible de ser clasificado en: una voz original, afín al universo
vital del poeta; una voz heterónima, identificable con la de Maqroll el Gaviero, y una
voz intermedia entre las dos señaladas, que cumple con la función de introducir, editar
y contextualizar la del anacrónico marino. Pero, por otra parte, a pesar de la cercanía
de la propuesta mutisiana con el modelo pessoano, las tres aludidas voces poéticas no
alcanzaban una autonomía discursiva plena. De una u otra manera siempre dependen
en mayor o menor grado de la mediación de las otras, de forma afín con el modelo de
los complementarios de Machado.
Esta peculiar apuesta poética asumida por Mutis durante más de dos décadas
alcanzó su plena madurez con la publicación de Summa de Maqroll el Gaviero en 1973.
En ella se reunió los poemarios publicados hasta la fecha Los elementos del desas-
tre, Reseña de los Hospitales de Ultramar y Los trabajos perdidos y se agregó un nuevo
apartado compuesto por tres poemas agrupados bajo el extenso título de “Se hace
un recuento de ciertas versiones memorables de Maqroll el Gaviero, de algunas de
sus experiencias en varios de sus viajes y se catalogan algunos de sus objetos más
familiares y antiguos” (Mutis, 2008, p. 147). Un apartado cuya autoría es susceptible
de ser atribuida a la llamada voz introductora, según el análisis propuesto hasta el
momento. Pero tal cual lo señaló en su momento Sucre (1985), más allá de valorarse
como una mera compilación de textos, el libro en sí constituye la concreción de un
proyecto que desde su título ponía en evidencia la relevancia de la voz y la visión
de mundo del Gaviero sobre el conjunto del universo poético concebido por Mutis:
[Maqroll] es la suma de todos los otros: solo desde su perspectiva adquieren aquellos coherencia e
intensidad. Es […] la conciencia que les da sentido; la conciencia, por supuesto, del propio poeta, […]
—lo que no excluye que sea un verdadero personaje y no una alegoría—. […] su presencia invisible
—o su visible ausencia— tiene el signo de un poder apocalíptico: no tanto porque anuncie el fin o el
comienzo de nada, sino porque lo que dice es siempre una revelación: es un gaviero, es decir, un avizor
de horizontes (p. 324).
Ese ojo avizor enunciado desde la inicial “Oración”, con su posición privilegiada en
ciertos momentos de gaviero frente al resto de la tripulación o manada , también
es consciente de la necesidad que tiene de contar con esa red de mediaciones dis-
cursivas encarnada en las otras voces en juego para que sus plegarias y visiones
trasciendan el reducido ámbito de su anacrónica gavia. Un recorrido poético que,
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Las metamorfosis discursivas de Maqroll el Gaviero
aunque el propio autor indicó que ya estaba concluido luego de la publicación de la
Summa (Sheridan, 1981, pp. 648-649), depararía en la siguiente década nuevas variantes
al peculiar dispositivo de enunciación heterónima concebido en los poemarios previos.
El retorno de Maqroll y la voz introductora
De los cuatro poemarios que Mutis publicó durante la década de los ochenta, en dos
de ellos se puede seguir el rastro del retorno de Maqroll y su fiel voz introductora al
escenario poético: Caravansary (1981) y Los emisarios (1984).
En principio los ocho poemas que componen Caravansary se pueden juzgar como
una repetición de un material poético conocido y, en teoría, ya agotado. De hecho, el
propio autor presentó al nuevo poemario como una prolongación de la Reseña de los
Hospitales de Ultramar (Pacheco, 1988, p. 242). Pero a pesar de lo anterior, algunos de los
nuevos poemas ofrecen significativas variaciones respecto a la práctica heteronímica
desarrollada en la Summa.
La primera de dichas variaciones tiene como protagonista a la voz introductora en
una nueva faceta de enunciación. En el último pasaje del extenso poema homónimo
al título del poemario se presenta como amanuense de las variopintas voces que han
estado a cargo de los apartados previos. Mientras que estas hacen uso de la prosa para
transmitir su mensaje, la voz introductora acude al verso para manifestar su incertidum-
bre respecto a la identidad de aquellas y a la razón de su nueva mediación discursiva:
“No sé, en verdad, quiénes son, / ni por qué acudieron a mí / para participar en el
breve instante / de la página en blanco” (Mutis, 2008, p. 163). Tal puesta en escena
permite relacionar de nuevo el proyecto poético de Mutis con el de Pessoa, en esta
ocasión en lo que respecta a la condición de “médium” del poeta. Un médium al que
los “espíritus” se le imponen y lo someten a sus designios, en lugar de ser invocados
por aquel (Pessoa, 1997, pp. 157-158). Pero a diferencia del médium pessoano, que no se
molesta con dicha alteración del orden discursivo, la voz introductora mutisiana duda
de la veracidad del discurso de las otras voces “Vanas gentes estas, / dadas, además,
a la mentira” (Mutis, 2008, p. 163) y además implora por su desaparición, de manera
semejante a la de Maqroll en su ya lejana “Oración”: “Que los acoja, Señor, el olvido.
/ Que en él encuentren la paz, / el deshacerse de su breve materia, / el sosiego a sus
almas impuras, / la quietud de sus cuitas impertinentes” (pp. 162-163). Por primera
vez el lector de la hasta entonces publicada obra poética mutisiana asiste a un gesto
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de rebelión por parte de la voz introductora, posible presagio de un agotamiento de
su tradicional función enunciativa o el anhelo de alcanzar una plena autonomía frente
a la de Maqroll.
Una primera señal del giro en la relación entre el tradicional dúo de voces se hace
evidente el poema en prosa “La Nieve del Almirante”. En él, la voz introductora, ahora
desde los posibles discursivos de un narrador en primera persona del plural, da cuenta
de la temporada que Maqroll pasó en una vetusta tienda de carretera en lo alto de una
anónima cordillera. En esta ocasión no transcribe un recuerdo de Maqroll, sino que
funge como testigo directo del día a día del otrora gaviero:
Al tendero se le conocía como el Gaviero y se ignoraban por completo su origen y su pasado. La barba
hirsuta y entrecana le cubría buena parte del rostro. Caminaba apoyado en una muleta improvisada
con tallos de recio bambú. En la pierna derecha le supuraba continuamente una llaga fétida e irisada,
de la que nunca hacía caso. […] Era de pocas palabras, el hombre (Mutis, 2008, p. 167).
Esta descripción del Gaviero es llamativa porque, contrario a lo esperado, brilla por la
ausencia de la familiaridad que el lector de la época suponía existía entre las dos voces.
Ahora, la voz introductora se transforma en un narrador distante: de ser el oyente
privilegiado de los testimonios del otro, pasa a describir con cierto tono neutral el de-
terioro físico de este. Y aunque conserva la potestad de transmitir al lector del poema
ciertas reflexiones del ahora tendero, también reconoce que la inicial función editorial
ha pasado a “manos anónimas”:
En los costrosos muros del pasillo [que conducía al patio trasero de la Nieve del Almirante] se
hallaban escritas frases, observaciones y sentencias. Muchas de ellas eran recordadas y citadas en la
región, sin que nadie descifrara, a ciencia cierta, su propósito ni su significado. Las había escrito el
Gaviero y muchas de ellas estaban borradas por el paso de los clientes hacia el inesperado mingitorio.
Algunas de las que persistieron con mayor terquedad en la memoria de la gente, son las que aquí se
transcriben (Mutis, 2008, p. 168).
Más de treinta años después de la publicación de la “Oración”, por primera vez se hace
mención directa de un “escrito” de Maqroll. Un giro que además dejaba entrever un
posible reclamo de autonomía discursiva por parte de este, al que se sumaba también
una cada vez mayor inclinación de su discurso por el tomo narrativo, dejando atrás el
otrora carácter provocador de sus plegarias y diatribas.
Ese nuevo deseo de narrar por parte de Maqroll se hizo evidente en “Cocora”. En
él, a diferencia de anteriores relatos en los que había sido el emisor directo, no recrea
un periodo pasado de su existencia, sino su presente como guardián de una mina aban-
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Las metamorfosis discursivas de Maqroll el Gaviero
donada. A ello suma dos rasgos inéditos en su tradicional ejercicio discursivo: dejar
testimonio de cara al futuro de la vivencia en cuestión (Mutis, 2008, p. 174) y vislumbrar
un mañana que le permita superar el trauma de los días de encierro en la mina (p. 177).
Paradójicamente los nuevos escenarios de enunciación de la voz introductora y Maqroll
contemplados en los poemas previos se desdibujarán en el texto con el que finalizará
Caravansary. “En los esteros”, un narrador omnisciente dará cuenta de manera precisa
del final de los días de Maqroll el Gaviero, en compañía de una mujer anónima, cuando
intentaba retornar nuevamente a su siempre añorado refugio marítimo a bordo de un
vetusto planchón: “El Gaviero yacía encogido al pie del timón, el cuerpo enjuto, reseco
como un montón de raíces castigadas por el sol. Sus ojos, muy abiertos, quedaron fijos
en esa nada, inmediata y anónima, en donde hallan los muertos el sosiego que les fuera
negado durante su enrancia cuando vivos” (p. 187).
Esta versión de la muerte de Maqroll fue incluida años después, junto a otras de
menor credibilidad para el narrador, en la novela Un bel morir (1989); la noticia de un
fallecimiento que en ningún momento significó la desaparición del Gaviero como una de
las principales voces poética y luego narrativa sobre la cual Mutis siguió construyendo
su universo literario.
Tan solo tres años después de la publicación de Caravansary, Maqroll reapareció
en Los emisarios, poemario que constituyó “una sorprendente vuelta de tuerca” en el
universo poético mutisiano, dada una significativa variación de la relación entre el
creador y sus criaturas poéticas (Sheridan, 1988, p. 107). Tres fueron los poemas en que
se evidenció dicho cambio: “El cañón de Aracuriare”, “La visita del Gaviero” y “Una
calle de Córdoba”.
Aunque el primero de ellos replicó una vez más el mecanismo de enunciación en el que
la voz introductora revela al lector una vivencia de Maqroll, en esta oportunidad sí se hizo
alusión a un claro soporte documental para hacerlo: “algunas notas halladas en el armario
del cuarto de un hotel de miseria, en donde [el Gaviero] pasó los últimos días antes de
viajar a los esteros y perecer allí como ya se dijo en otra ocasión” (Mutis, 2008, p. 230). Este
nuevo escenario de enunciación implicó un cambio significativo de la función ejercida hasta
entonces por la propia voz introductora: su anterior campo de acción de prologar y editar
las palabras del Gaviero se amplió al ser ahora la encargada de recrear la metamorfosis
de Maqroll en el Cañón de Aracuriare, asumiendo el inevitable riesgo de la mayor o
menor fidelidad de su relato frente a las fuentes que nutrían su escritura. En cuanto a
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la metamorfosis del Gaviero, esta consistió en un doble desdoblamiento. En un primer
momento, fiel a sus largas temporadas de introspección, Maqroll se desdobló en el juez
de las diversas y, por lo general, traumáticas experiencias pasadas del Gaviero (p. 228).
Pero en esta ocasión el balance existencial adquirió un carácter catártico al suscitarse un
segundo desdoblamiento en el que el tercer Maqroll en cuestión logró tomar distancia
tanto del otrora gaviero como del sempiterno juez de este:
Tuvo la certeza de que ese, que nunca había tomado parte en ninguno de los episodios de su vida, era
el que de cierto conocía toda la verdad, todos los senderos, todos los motivos que tejían su destino
ahora presente con su desnuda evidencia que, por lo demás, en ese mismo instante supo entender inútil
y digna de ser desechada de inmediato (p. 229).
La aparición de este tercer Maqroll constituyó el punto de partida de una nueva existencia
para el hasta entonces heterónimo poético mutisiano. Este ya no estaba condicionado
por la común dualidad de ser “juez y parte”, sino por la mera condición de “ser”, sin
adjetivos ni oficios previamente endilgados. Por esto, aunque en futuras publicaciones
de Mutis y de los estudiosos de su obra se siguió aludiendo a la voz poética en tránsito
de convertirse en personaje narrativo como “Maqroll el Gaviero”, se puede afirmar
que, durante el ejercicio de introspección referido murió el Gaviero, aquel ojo avizor
que alertaba al resto de la manada o de la tripulación sobre los obstáculos a enfrentar,
y regresó al río liberador un Maqroll a secas, sin oficio alguno preestablecido, ávido de
ser fiel a la tranquilidad alcanzada en su epifánica tarea introspectiva.
Este nuevo heterónimo se hará evidente en “La visita del Gaviero”, pese a la insisten-
cia del título del poema en seguir asociándolo a su oficio pretérito. El nuevo encuentro
entre Maqroll y la voz introductora tendrá lugar en medio de un paisaje típico de la
denominada “tierra caliente” de la zona cafetera colombiana. A diferencia del distancia-
miento evidenciado entre los dos interlocutores en “La Nieve del Almirante”, en esta
ocasión se percibe una familiaridad afín al pasado compartido entre ellos, que justa-
mente le permitirá al anfitrión tomar nota de la significativa metamorfosis de Maqroll.
Una metamorfosis que, más allá de ser solo física a consecuencia del inexorable paso
del tiempo, se aprecia sobre todo en el tono de su discurso y en su nuevo horizonte de
expectativas (Mutis, 2008, p. 204). Porque a pesar de evocar momentos desconocidos y
significativos de su pasado, que también dejará consignados en varias cuartillas que dará
como legado a su interlocutor, dicha interpelación a los senderos ya recorridos tendrá
una clara intención catártica, dado que, como sujeto cada vez con menos ataduras, busca
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Las metamorfosis discursivas de Maqroll el Gaviero
que su destino esté regido por aquello que consignó en una de sus “sabias sentencias
de almanaque”: “Vivir sin recordar sería, tal vez, el secreto de los dioses” (p. 208). El
otrora marino no solo había descendido de la gavia, sino que además se había liberado
de la pesada labor de memorialista de sus avatares. Esta labor le correspondió cumplirla
en un futuro cercano a la voz introductora cuando fue la encargada de, precisamente,
“editar” las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero.
Pero previo a asumir esa descomunal carga, la voz introductora, cada vez más
próxima a la voz autobiográfica de Mutis, también experimentó una significativa epifanía
en “Una calle de Córdoba” cuando, realizado un balance de sus filias literarias y una
sentida reseña de sus amistades y de su entorno familiar más íntimo, tuvo la certeza de
“que en esta calle […] estaba el lugar, el único e insustituible lugar en donde todo se
cumpliría para mí con esta plenitud vencedora de la muerte y sus astucias, del olvido
y del turbio comercio de los hombres” (Mutis, 2008, p. 215). Será el hallazgo de “un
lugar sobre la tierra” el que le permitirá continuar su función de complementario de
Maqroll, pero con un mayor margen de libertad en su labor escritural, al igual que los
ya referidos apócrifos machadianos.
Además de constituir una significativa “vuelta de tuerca” de la poética heteronímica
mutisiana, Los emisarios se erige como un complejo laboratorio de la denominada prác-
tica de la “escritura oblicua” que ejemplificó en sus “colígrafos” y que teorizó el poeta
venezolano Eugenio Montejo (1974), otro de los relevantes cofrades de la heteronimia
trasatlántica. Según este, el punto de partida para dicha práctica escritural se encuentra
en la contraposición de dos espejos que tendrían la virtud de desplazarse tanto vertical
como horizontalmente, siguiendo el modelo de cambio de perspectivas propuesto por el
cubismo, lo que permitiría a la voz que se ubicara en medio de ellos un registro oblicuo
de su discurso, susceptible de ser percibido por los oyentes-lectores desde múltiples y
variables perspectivas (pp. 130-131). Una práctica discusiva experimental que no se agotó
en los poemarios de Mutis, sino que se mantuvo vigente en las novelas y los relatos que
publicó entre 1986 y 1995, y que les permitió a las metamorfoseadas voces introductora
y de Maqroll resignificar su relación de heterónimos complementarios.
Las metamorfosis narrativas
Bajo el título de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, en 1997 se recogieron
en un solo volumen las siguientes novelas y colecciones de relatos: La Nieve del Al-
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mirante (1986), Ilona llega con la lluvia (1987), Un bel morir (1989), La última escala del
Tramp Steamer (1989), Amirbar (1990), Abdul Bashur, soñador de navíos (1991) y Tríptico
de mar y tierra (1993). A pesar de sus diferencias respecto a la enunciación de los
discursos en juego, que a continuación se matizarán, todos estuvieron signados en
mayor o menor escala por los principios que Ricardo Gullón (1984) estableció para
la denominada novela lírica:
La cordillera central del sistema […] va ligada al predominio de la sensación, la constituyen los momen-
tos de visión, de intensificación del ser en que este trasciende sus fronteras, sus habituales limitaciones,
y es capaz de sentir más y de sentir de otra manera. Momentos, visión, percepción y sensación, son los
puntos elevados de la cordillera y, transpuestos a la palabra, declaran su complementariedad (p. 44).
Esta posibilidad de una intrincada conjunción entre la forma y el contenido casó de
manera idónea con la práctica heteronímica desarrollada por Mutis previamente, lo
que permitió una transición natural entre las posibilidades discursivas de Maqroll y la
voz introductora, inicialmente asumidas como voces poéticas, y convertidas ahora en
narradoras y personajes del nuevo conjunto de publicaciones.
En La Nieve del Almirante, Ilona llega con la lluvia y Un bel morir pueden apreciarse
puestas en escena discursivas ya utilizadas en los poemarios previos, pero ahora con
nuevos matices que las enriquecen. En el caso de La Nieve del Almirante encontramos
a la voz introductora una vez más como editora de un manuscrito de Maqroll, pero
cuyo hallazgo en el interior de un libro de historia comprado en una librería de viejo
ubicada en el Barrio Gótico de Barcelona revela al lector sus filias y fobias históricas,
que por momentos coincidirán con las del Gaviero (Mutis, 2019, pp. 13-14). Si antes se
había especializado como prologuista de ciertos discursos maqrollianos, ahora agregará
significativos epílogos que iniciarán un enriquecedor ejercicio de intratextualidad al
agrupar en el cierre de la novela significativos poemas en prosa publicados previamente,
agrupados bajo el título general de “Otras noticias sobre Maqroll el Gaviero” (pp. 77-92).
En Ilona llega con la lluvia, antes de cederle la palabra a Maqroll, acudirá a la manida nota
al lector en la que, más allá de dar cuenta una vez más de su privilegiada condición de
oyente de los relatos del Gaviero, incluirá al destinatario de esta en el selecto grupo de
amigos del anacrónico marino (pp. 101-102). La nueva condición de epiloguista también
reaparecerá en Un bel morir, pero sin limitarse a compilar una serie de textos ya conoci-
dos, sino a valorar la veracidad de las distintas versiones del fallecimiento del Gaviero,
ya en circulación desde los años de la Summa (Mutis, 2008, pp. 272-275). En cuanto a las
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Las metamorfosis discursivas de Maqroll el Gaviero
nuevas alternativas discursivas de Maqroll, la más significativa será la toma de conciencia
respecto a su quehacer escritural que plasmará en el diario de su viaje por el mirífico río
Xurandó, el ya mencionado manuscrito hallado por la voz introductora, y que consti-
tuirá el principal cuerpo textual de La Nieve del Almirante. Sus motivos para acudir al
registro escrito oscilarán entre la posibilidad de evocar viejos conocidos como Abdul
Bashur (Mutis, 2019, p. 60) o Flor Estévez, la fallida destinataria de una carta incluida
en el diario (pp. 42, 56, 67-69) o asumir la escritura como un escenario catártico frente
a los retos de su nuevo desplazamiento río arriba (p. 63); en uno u otro caso, con la
sensación de que a través de su escritura puede experimentar nuevamente los epifánicos
desdoblamientos vividos en “El cañón de Aracuriare” (pp. 45-46).
Al igual que Los emisarios representó una significativa “vuelta de tuerca” en el
caso de la producción poética de Mutis, La última escala del Tramp Steamer constituyó
otro giro en el marco de su segundo ciclo narrativo. En esta novela corta, en la que
Maqroll es mencionado de manera fugaz, todo el protagonismo discursivo recae en
la voz introductora. Por una parte, como había ocurrido en “En una calle de Córdo-
ba” y otros poemas, se corrobora su proximidad a la voz autobiográfica de Mutis. El
relato recrea diferentes viajes de la voz introductora como empleada de una compa-
ñía petrolera, susceptibles de equiparse a los realizados por el autor en sus años de
empleado de la Esso (Mutis, 2019, pp. 283-284). Por otra parte, constituye también
un “arte narrativa” que revela la capacidad de la voz introductora de transformar el
relato oral de un tercero en un recuento escrito, como ha hecho en múltiples ocasiones
con los del Gaviero (p. 283). A la que además añade una inédita conciencia respecto
al anacronismo de sus relatos una vez son publicados al no ajustarse a los gustos y
criterios de la crítica literaria imperante en la época (p. 283).
Como consecuencia de esta “vuelta de tuerca” narrativa y de la conciencia na-
rrativa adquirida por Maqroll y la voz introductora, el contrapunto de espejos de la
escritura oblicua montejiana se exacerbará en los otros tres volúmenes de las Empresas
y tribulaciones. Más allá de las historias recreadas en cada uno de ellos, se convertirá
en norma del proyecto narrativo, tal cual se hizo evidente en “La visita del Gaviero”,
la posibilidad de ver coincidir en diversos espacios de enunciación a las dos voces en
cuestión. Algunos de los encuentros más significativos quedarán consignados en la
novela Amirbar y el relato “Jamil”, incluido en El tríptico de mar y tierra. El primero será
cuando Maqroll se recupere de una fallida explotación de minas en la cordillera andina
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en la casa del hermano del narrador, en Los Ángeles (Mutis, 2019, p. 343); y el segundo
cuando coincida con este y su esposa en Pollensa para compartirles el cambio que tuvo
su vida al hacerse cargo durante una temporada del pequeño hijo de su entrañable amigo
Abdul Bashur (pp. 596 y ss.). En los dos casos, los nuevos contertulios responderán
a las identidades del hermano y la esposa del escritor de carne y hueso. También será
llamativa la relación entre Maqroll y el pintor Alejandro Obregón que se evidenciará
desde la publicación de Amirbar, al punto de que en “Razón verídica de los encuentros
y complicidades de Maqroll el Gaviero con el pintor Alejandro Obregón” (Tríptico de
mar y tierra), el segundo brindará una nueva versión de la muerte del primero, ahora
acaecida en la Ciénaga de Cartagena, que será “corroborada” en el pacto ficcional del
relato por un cronista llamado Gabriel García Márquez (pp. 584-585).
Los giros hasta aquí referidos del inicial proyecto heteronímico, ahora inscritos en
las opciones discursivas de la novela lírica o poética, evidencian la inevitable metamor-
fosis que el héroe del relato tradicional sufre al adentrarse en estos nuevos espacios de
enunciación. Siguiendo a Todorov (1987), el énfasis ya no estará en una verosímil repro-
ducción de los acontecimientos recreados, sino en la variopinta amalgama de sensaciones,
visiones y sentimientos que estos susciten en los ahora narradores (p. 125). Valoración
que se ajusta de manera diáfana a las Empresas y tribulaciones, que como se probó pre-
viamente, aunque utilizan como pretexto narrativo los acontecimientos cobijados en la
primera parte del título (“empresas”), su énfasis está en el complejo universo sugerido
en su segunda parte (“tribulaciones”).
Porque más allá de tener a Maqroll remontando un río amazónico en busca de
unos misteriosos aserraderos, regentando un burdel en Panamá, transportando un car-
gamento ilegal de armas a la cima de una cordillera, intentando vencer los misterios
de los socavones de una hechizada mina, reviviendo los inusuales periplos vividos con
Abdul Bashur o Ilona Grabowska (otros enigmáticos desdoblamientos de su ser), o
siendo consciente de la imposibilidad de recuperar su infancia perdida de la mano del
pequeño Jamil, lo que prevalecerá en la memoria de sus lectores será su desesperanzado
balance de la condición humana, su incertidumbre acerca de los límites de la palabra
poética y narrativa para dar cuenta de esta, su infatigable búsqueda de esos contados
semejantes que lo aceptarán tal cual es, sin emitir juicio alguno sobre sus actos, y su
peculiar e irrepetible relación con ese otro que lo fabuló para que su temprana visión
del mundo fuera creíble.
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Las metamorfosis discursivas de Maqroll el Gaviero
Hasta aquí este nuevo recorrido por las distintas variaciones de parte de algunos de
los lugares de enunciación más significativos del universo literario mutisiano. Pero, para
tener una visión más completa y matizada de este, falta revisitar otras de sus vertientes
más representativas, como lo son su insistente y provocador diálogo con periodos y
personajes polémicos del devenir histórico de la cultura occidental; la resignificación del
imaginario del paisaje cultural asociado a la denominada “tierra caliente” colombiana;
el constante ejercicio de intertextualidad con un variopinto espectro de la literatura
europea, estadounidense y latinoamericana, principalmente de los siglos xix y xx; el
modelo de la llamada desesperanza, que plantea como filtro de lectura del mundo, con
significativos vasos comunicantes con las propuestas de escritores como Rilke, Drieu
la Rochelle, Malraux y Pessoa, entre otros; y los ejercicios de experimentación formal
visibles en su primer ciclo narrativo que van desde el relato autobiográfico hasta el
uso de técnicas propias de la nueva narrativa histórica, entre otras. Sea esta, además
del artículo antes desarrollado, una invitación al reencuentro con esta amplia y diversa
obra literaria en el año en que se cumple el centenario del nacimiento de su creador.
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