201Estudios dE LitEratura CoLombiana 52, enero-junio 2023, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.352381
Editores: Andrés Vergara Aguirre,
Christian Benavides Martínez
Recibido: 05.01.2023
Aprobado: 19.01.2023
Publicado: 31.01.2023
Copyright: ©2023 Estudios de Literatura Colombiana.
Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los
términos de la Licencia Creative Commons Atribución –
No comercial – Compartir igual 4.0 Internacional
* Esta entrevista es resultado del proyecto
de investigación “Literaturas en diálogos e
intelectuales en redes”, inscrito en el Sis-
tema Universitario de Investigación de la
Universidad de Antioquia, y contó con el
apoyo del programa de Estrategia de Sos-
tenibilidad 2020-2021 del grupo de in-
vestigación Estudios Literarios —gel—,
otorgado por la Vicerrectoría de Inves-
tigación de la Universidad de Antioquia,
Medellín - Colombia.
Cómo citar esta entrevista: Vergara
Aguirre, A. (2023). Luis Fayad: la sencillez
de las palabras. Estudios de Literatura Co-
lombiana 52, pp. 201-218.
DOI:
1
andres.vergaraa@udea.edu.co
Universidad de Antioquia, Colombia
Luis F ayad: La senciLLez de Las
paLabras
Luis Fayad: Simplicity of Words
Andrés Vergara Aguirre
Antes de entrar en diálogo con Luis Fayad, uno podría
formarse una idea equívoca respecto a ese hombre
de modales siempre delicados, sobrios, que antes
de la sonrisa ofrece una figura tocada por un aire
de tristeza o de nostalgia, pensaría uno, un poco
circunspecto quizá, con una estampa que podría ha-
cernos pensar en un cuervo a la hora del ocaso. Pero
una vez iniciada la conversación con el maestro, esa
imagen sufre un cambio rotundo, pues entonces se
descubre a un hombre lleno de cortesía y calidez
en el trato, y si todavía lo asociamos al cuervo es
solo en la certeza de que, para algunas culturas, esta
ave ha sido emblema de la reflexión y la memoria.
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elc.352381
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Luis Fayad por la calle San Fernando, frente a la
Universidad de Sevilla
Foto: Andrés Vergara
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Andrés Vergara Aguirre
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Hablar con él es descubrir a una persona sencilla y afable que rompe con cualquier
estereotipo que se pueda tener frente a un escritor de su trayectoria.
El escritor, poeta, crítico, periodista y traductor Luis Fayad nació en Bogotá en 1945;
cursó varios semestres de sociología en la Universidad Nacional de Colombia; cuando
tenía unos treinta años se marchó a París y ya nunca regresó a vivir en su país. A la ciu-
dad natal vuelve de visita con cierta frecuencia, al menos una vez por año, pero hoy su
casa está en Berlín, donde vive con María Rosario, más conocida por sus cercanos como
Charo, con quien formó hogar desde hace ya unos 45 años, y con el hijo menor, Diego.
Con Charo y Darío, el hijo mayor, llegaron a Berlín a mediados de los ochenta
cuando Fayad fue invitado por el gobierno alemán a una estancia de un año a través de
una beca de intercambio cultural, y allí se quedaron, en una urbe a la que él describe
como una ciudad “muy grande, morrocotuda, casi como una muñeca, pero muy agra-
dable […]. Me gusta mucho la movilidad de Berlín, me parece bastante dulce. A veces
me parece como una niña indefensa a la que dan ganas de acariciarla, de llevarla de la
mano” (Perfiles de Berlín, 2018).
Luis Fayad y Charo, cómplices desde hace ya unos 45 años
Foto: Andrés Vergara
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Luis Fayad: la sencillez de las palabras
Reconocido por sus cualidades como novelista desde que apareció Los parientes de Ester
en 1978, prestigio que seguiría cultivando con Compañeros de viaje (1991), La caída de
los puntos cardinales (2000), Testamento de un hombre de negocios (2004) y Regresos (2014),
Luis Fayad también tiene una amplia trayectoria como cuentista; de hecho lo primero
que publicó fueron dos cuentos, uno en Lecturas Dominicales de El Tiempo y otro en la
revista Letras Nacionales, en 1966; ha publicado los libros de cuentos Los sonidos del fuego
(1968), Olor de lluvia (1974), Una lección de vida (1984) y Un espejo después (1995); también
ha incursionado en ese género que todavía no tiene traducción precisa al español, puesto
que no encaja propiamente en el cuento ni en la novela, y que seguimos reconociendo
bajo el término francés de nouvelle, con las obras La carta del futuro y El regreso de los ecos
(1993); también tiene una amplia producción periodística, pues el periodismo es otro de
sus amores. El escritor y crítico Fabio Rodríguez Amaya (2012) ha dicho, a propósito de
sus cuentos: “Ante todo considero un deber constatar que Fayad nace como cuentista.
Pero no como un cuentista más, sino como un maestro del género de lo que da muestra
incontrovertible con su libro de exordio Los sonidos del fuego (1968) que tanto nos animó
e interrogó en su momento” (párr. 3).
En un estudio sobre las percepciones de Bogotá en sus cuentos, Cristo Rafael
Figueroa (2009) concluye:
Después de recorrer la cuentística de Luis Fayad entre 1968 y 1995 es claro el cruce de dos procesos
mutuamente conectados en su interior, el de escritura con sus correspondientes dinámicas expresivas
y el de la captación problemática de un espacio urbano, Bogotá entre los años sesenta y ochenta, me-
tamorfoseada luego en cualquier urbe contemporánea. El primero incluye transgresión de modelos
narrativos, cuestionamiento de estructuras canónicas y diversidad de formulaciones textuales; el segundo
vierte y revierte las asimetrías existentes entre modernización económica y modernismo cultural, las
cuales relativizan y fragmentan el proyecto moderno de la capital colombiana, que al transformarse
de aldea grande en metrópoli, ocasiona conflictos sociales, crecimientos heterogéneos, hibridaciones
o surgimiento de subculturas (p. 305).
En cuanto a sus novelas, Los parientes de Ester presenta el drama de un hombre de clase
media, luchando por la supervivencia, y lidiando con sus conflictos familiares, en medio
de su recién adquirida viudez. Juan Gustavo Cobo Borda (2010) la definió como
[…] una de las novelas más reveladoras de la nueva narrativa urbana, ambientada en Bogotá: Los
parientes de Esther. Novela de diálogo y pequeñas existencias empeñadas en sobrevivir, entre los tor-
tuosos escalafones de la burocracia y la lucha tenaz, día a día, para alcanzar las tres comidas diarias
en esos hogares de clase media, sostenidos por una estropeada dignidad, y la llegada inexorable de la
jubilación y la vejez (p. 150).
Una novela que causó impacto no solo por la perspectiva realista con la que logra re-
tratar la Bogotá de finales de los sesenta, sino, sobre todo, porque en 1978, año de su
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primera edición, lograba abrirse campo en un ámbito editorial español que en aquella
época seguía obnubilado por el hoy famoso boom latinoamericano comandado por au-
tores como el Gabriel García Márquez de Cien años de soledad o el Mario Vargas Llosa
de La ciudad y los perros.
Así evocó Ricardo Bada (2019) la llegada de Los parientes de Ester a las librerías
españolas:
Aún recuerdo el revuelo que se armó en 1978 cuando un escritor bogotano de nombre Luis Fayad, a
la edad de Cristo, con 33 años, publicó en Madrid una novela titulada Los parientes de Ester. ¡Por fin
adiós al realismo mágico, por fin alguien que recogía la antorcha de Juan Carlos Onetti y nos metía
de lleno en el realismo urbano, en la auténtica y cenicienta realidad de las megalópolis de América
Latina! (párr. 1).
A partir de lo que enuncia Bada, podemos afirmar que el escritor bogotano es más bien
lo que podríamos llamar un escritor antiboom: “Luis Fayad es todo lo contrario del autor
de diseño que quieren las editoriales al uso. Él escribe a su ritmo, y termina sus libros
con independencia de compromisos temporales urgidos por el pago de un anticipo…,
que así le luce el pelo a la literatura en lengua española de nuestros días” (párr. 3).
En cuanto a la vigencia que ha mantenido esta novela después de más de cuatro
décadas de su publicación, Clara Riveros (2018) concluye:
[…] es una novela que marcó un punto de inflexión respecto a la etiqueta de exotismo instaurada por
el “realismo mágico” y el casi encasillamiento de la literatura colombiana. […] Lo que hizo Fayad
con Los parientes de Ester fue romper con los estereotipos, es decir con esa imagen e idea aceptada
y extendida respecto al carácter inmutable de la literatura y de los escritores colombianos, impreg-
nando su obra con un estilo realista y teniendo como epicentro de los acontecimientos la ciudad en
su cotidianidad. […] El autor ubica al lector en un tiempo y espacio determinados, Bogotá a finales
de la década de 1960, lo que otorga una fuerte dosis de realismo a la historia y a sus protagonistas que
ilustran y describen con mordacidad la realidad que les rodea (pp. 16-17).
En Compañeros de viaje (1991), su segunda novela, cuenta la historia de las luchas estudian-
tiles de los años sesenta protagonizadas por un grupo de muchachos de la Universidad
Nacional de Colombia, en una evocación de la época universitaria en la que fue estu-
diante de sociología, y donde presenta “someramente las inquietudes políticas de esta
generación colombiana” (Rodríguez-Vergara, 1991, p. 43). Una obra en la que uno de
los méritos del autor es “no convertir una época en un panfleto político y de despertar
nostalgia de años muy significativos en la historia universitaria” (p. 43).
En La caída de los puntos cardinales (2000), su tercera novela, Fayad reconstruye las
vidas de seis jóvenes libaneses que emigraron a Colombia a finales del siglo xix, en
unas historias que van formando una trama que lo llevan a uno a pensar en los abuelos
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Luis Fayad: la sencillez de las palabras
libaneses de Fayad, que también llegaron a Colombia por esa misma época, según
lo ha contado el escritor: “Mis abuelos paternos se instalaron primero en Honda,
por el provecho del río Magdalena, y después en Bogotá, mis abuelos maternos se
instalaron primero en Honda, después en Facatativá y después en Bogotá” (citado
en Riveros, 2018, p. 24).
Testamento de un hombre de negocios (2004), la preferida del autor, según nos lo confiesa,
gira en torno a una familia inmersa en el oscuro mundo del narcotráfico. Una novela
que “supone un intento verdaderamente original y renovador dentro de la narrativa del
narcotráfico”, a juicio de José Manuel Camacho (2018, p. 636), quien la califica como
una obra “de gran virtuosismo técnico” (p. 637).
Si se le pregunta por los escritores que considera han tenido mayor influencia en
su trayectoria, Fayad afirma:
Por lo general, no hablo de influencias sino de enseñanzas. Yo he aprendido de todos los escritores
que he leído y amado desde que era niño; de los más antiguos y de los más nuevos, son mis amigos, no
dejo de volver a sus libros y a sus enseñanzas.
Cuando me siento incomunicado con la capacidad de escribir los invoco y les rezo para que me salven,
porque a los únicos que yo les rezo es a los escritores. Pero ellos siempre me contestan que no confíe
en su bendición, que no crea en el Espíritu Santo ni en la inspiración, solo en el trabajo, y que, si no
soy capaz de enfrentarme a la página en blanco, entonces deje de escribir, que no sufra en vano, que
no sea majadero (Bautista, 2018, párr. 24).
Un aspecto que resalta en la
personalidad de Luis Fayad es
su sobriedad y su sencillez, tan-
to en sus gestos como en sus
palabras, una sobriedad y una
mesura que también ha logrado
imprimirle a su obra, escrita sin
afanes, con la paciencia con la
que se destilan y se añejan los
licores más exquisitos. Con esa
misma calma nos cuenta que es-
cribir La caída de los puntos car-
dinales le tomó cerca de nueve años. Uno puede concluir que él para escribir mantiene
el mismo sigilo que cuando habla: con pausa, como sopesando cada palabra antes de
Luis Fayad, maestro de la sencillez.
Foto Andrés Vergara
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acomodarla, siempre con la cautela y delicadeza del orfebre cuando elabora las filigranas
más complejas. Pero no hay complejidad ni artificios en la palabra de Fayad: tanto en
su conversación como en su escritura predomina la sobriedad. Como lo afirma Riveros
(2018), “tiene un estilo definido, un lenguaje prolijo y cuidado, sencillo y sin redundan-
cias que otorga credibilidad y solidez a sus historias y a los protagonistas y personajes
que las dotan de sentido” (p. 13).
A propósito de su estilo, en la nota de contraportada del libro La carta del futuro y
El regreso de los ecos, el poeta y ensayista José Manuel Arango escribió:
Luis Fayad es autor de una escritura que se empeña en no ser ruidosa, que se mantiene alejada de todo
exhibicionismo técnico, que muestra y sugiere más que dice […]. Ahora lo confirman estos relatos
sobrios e intensos, que cuentan de situaciones duras (la servidumbre, el desarraigo) y cuyos personajes
son tratados y retratados con amoroso respeto, como prójimos y semejantes. Artefactos también, desde
luego, estas historias se adivinan escritas y reescritas, siempre con contenida emoción, por alguien [sic]
trabaja el lenguaje con empeño de poeta (Fayad, 1993).
Por su parte el escritor José Luis Díaz-Granados (2012), amigo desde los tiempos en que
coincidieron como estudiantes de bachillerato en el Gimnasio Boyacá, afirma:
Desde muy joven, Luis Fayad entendió que el oficio de escribir es como un sacerdocio; es decir, que
requiere, además de lectura, escritura y observación del comportamiento humano, de una entrega total.
Y así lo hizo. En marzo de 1966, cuando no había cumplido aún los veinte años, publicó su primer
cuento, “Justo Montes” en la revista Letras Nacionales, que dirigía Manuel Zapata Olivella (párr. 4).
Cuando retomamos su historia con Charo Ginto, una española nacida en Pamplona, Luis
cuenta que se conocieron en una de sus idas a Barcelona, cuando ya él vivía en París.
“Fue en un restaurante. Yo me senté en una de esas mesas compartidas y ahí al frente
estaba Charo con una amiga, y empezamos a hablar, fuimos a beber algo y nos vimos al
otro día. Yo volví a París, y después, en otra ida a Barcelona, la llamé. Cada que iba a
Barcelona nos encontrábamos. Así comenzamos”. Y así se formó esa pareja que tiene
tres hijos, Darío, Delia y Diego, en ese orden, como en un juego silábico; Darío nació
en La Palma, islas Canarias; Delia y Diego nacieron cuando ya la familia estaba radicada
en Berlín; todos han permanecido en la capital alemana.
Luis y Charo hoy llevan una relación que refleja la sincronía que solo puede alcanzar-
se con la sabiduría y la experiencia de tantos años de complicidad, como pudimos verlo
durante el pasado verano, en el Tercer Coloquio Internacional del Grupo de Estudios
Literarios —de la Universidad de Antioquia— realizado en la Universidad de Sevilla, en
España. Allí estuvo el maestro Fayad como invitado a la conferencia inaugural, y allá lo
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Luis Fayad: la sencillez de las palabras
vimos durante todo el evento, siempre acompañado de Charo, con la alegría y el entu-
siasmo que mostraría un aspirante a escritor, pero también con la sencillez y la humildad
que solo puede mostrar un verdadero maestro. En un bar al frente de la antigua fábrica de
tabaco que hoy funciona como campus, en la calle San Fernando, conversamos al calor de
un buen café, y con el ambiente impregnado por el infaltable Pielroja sin filtro que lo ha
acompañado desde los tiempos de la adolescencia cuando cursaba su bachillerato en el
Gimnasio Boyacá, donde fumaba a escondidas; una época en la que ya hacía sus primeros
intentos de novela: “Antes de Los parientes de Ester había ensayado en dos ocasiones escribir
una novela, una llegó a tener cuarenta páginas, pero no las sentí como un trabajo literario,
romper las páginas escritas fue una liberación” (Bautista, 2018, párr. 6).
Y sus Pielroja sin filtro lo siguieron acompañando cuando emprendió su viaje a
París en 1975, con un equipaje ligero en el que iban el borrador de Los parientes de Ester
y su máquina de escribir Olivetti Lettera 22, la cual ha conservado desde entonces. En-
tre el tinto y el Pielroja, y con Charo como su ángel guardián, avanza la conversación
con este escritor que también nos cuenta que entre sus grandes maestros están Dante,
Shakespeare y Cervantes, y que expresa su amor por Baudelaire; más allá de Las flores
del mal, él se confiesa un enamorado de la prosa del precursor del simbolismo, y nos
cuenta que dos de sus obras preferidas son El spleen de París y El pintor de la vida moderna,
obras que visita con cierta frecuencia.
Maestro Fayad, sus obras han sido muy espaciadas en el tiempo. ¿A qué se debe eso?
Voy escribiendo lo que se debe escribir. Tengo que esperar a veces a que venga la
convicción de que lo que voy a escribir corresponde a un deseo y que la visión de lo que
va a resultar está bien. Uno puede, como en todo, improvisar, pero hay que prepararse ya
en el momento de escribir. También me dedico al cuento, y el cuento hay que esperarlo
a que salga: uno al año, a veces dos en cinco años. Cuando uno tiene una novela, tiene
un trabajo diario; uno le puede organizar el horario, el tiempo en el que trabaja. Uno
podría decir que anticipar el tiempo en el que va a terminar el cuento es difícil. A veces
me ha pasado que tengo el cuento armado, lo voy armando en la memoria, las frases, qué
fragmento sigue, uno después del otro... Son tres meses o más. Ya cuando tengo el cuento,
digo: “Bueno, lo redacto en tres días”, y resulta que los tres días se me convierten en tres
meses. Ahora estoy preparando otros dos libros de cuentos. Uno de ellos ya está listo, el
título es Cuentos de amigos, este será mi próximo libro. Pero es por eso por lo que hasta
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ahora tengo publicadas cinco novelas, estoy escribiendo la sexta, ya bastante avanzada,
un libro de ensayos y unos artículos periodísticos que van a corresponder a un título que
puede ser “Gotas literarias”. Son trabajos cortos que uno cree que se hacen rápido, pero
que toman tiempo en concebirse. Es por eso que mis libros han sido tan espaciados.
¿Va tomando apuntes, o arma toda la historia en su cabeza antes de empezar a escribir?
Soy dado a tomar apuntes. Me doy cuenta después, cuando reviso los apuntes, que
lo que debía salir en lo que estoy escribiendo ya está incluido, y lo que no debía quedar,
aunque está anotado, no se incluye. A veces no me sirven en realidad los apuntes, pero
los llevo. Quizá también ocurre esto: en el momento en que uno escribe se le queda
más fácil todo en la memoria, entonces ya lo tengo, no tengo que consultarlo, pero sí
lo he anotado de alguna manera.
¿Cómo definiría usted la escritura, el arte de escribir?
Claro, en los deseos de cada uno hay muchas maneras de decidir por qué escribe uno.
Yo no tengo más que el deseo de encontrar un lenguaje literario, según lo que yo creo que
es la literatura: hay un sentido en todo. Lo que yo escribo, lo busco. Yo no le pierdo la idea
de lo que importa. Para mí, importa mucho el sentido, pero la dificultad es darle un sonido
a todo ese sentido: es decir, la forma y el fondo. Si no tengo el fondo, me da dificultad, no
puedo empezar a escribir nada; pero después, ¿por qué escribo?: por encontrar la forma,
para quedar satisfecho debo encontrar cómo escribir lo que quiero decir.
En su conferencia de esta semana —en el Tercer Coloquio Internacional del Grupo
de Estudios Literarios, realizado en la Universidad de Sevilla—, usted habló de la
técnica y del estilo. Quisiera que sintetizáramos sus planteamientos al respecto.
Se habla de la técnica en los libros. ¿Qué deja eso? La técnica se la atribuyo yo más al
escritor: cosas pequeñas suyas: de qué manera maneja el medio en que está escribiendo,
a qué hora escribe. Esta es mi técnica. Y el estilo, se habla mucho de que un escritor
tiene estilo. Para mí, el estilo lo tiene lo que se está escribiendo. La novela, ella misma
requiere un estilo, no el escritor. Un cuento crea su estilo cuando se está escribiendo.
Él mismo pide y crea un estilo; el poema crea su propio estilo. Cuando se le dice a un
escritor “Me gusta su estilo”, se entiende lo que se le está diciendo al escritor, pero un
escritor no tiene un estilo único. En el momento en que un escritor dice “Encontré mi
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Luis Fayad: la sencillez de las palabras
estilo”, o cuando alguien le dice, por ejemplo un editor, “Escriba en su estilo”, eso es
acabarse, es tener que estar sujeto a unas leyes que se le imponen al escritor. Yo creo que
un escritor que cree que encontró su estilo se acaba. Cada obra necesita su propio estilo.
Pero hay unas formas reconocibles en el escritor.
Mucho, mucho. Hay formas reconocibles.
¿Y qué son esas formas?
Son elementos con los que escribe fácil el escritor. El escritor tiene ciertas palabras
que se le pueden repetir. A uno no le importa eso cuando escribe. Yo en un cuento o
en una novela repito ciertas palabras porque son las mías. Uno se apropia de ciertos
términos, son sus palabras. Y otra cosa, aparte del escribir bien, es la sintaxis. Hay una
manera de poner las palabras que un escritor nota que son las suyas, que le suenan mejor
para pasar a otra frase. Eso, más que estilo, es utilizar sus propios recursos: el recurso
literario que tiene el escritor, pero no es un estilo que se pueda reconocer. A muchos
se les reconoce por eso, pero más que reconocerle a un escritor un estilo, es el recurso
literario, el recurso narrativo, el recurso poético, que ahí sí es del escritor, pero precisa-
mente como tiene muchos recursos, aparecen sin que el escritor deba someterse a esos
recursos. Van saliendo porque son de su propiedad. Las palabras son de su propiedad,
la sintaxis es de su propiedad. Terminar un fragmento como una parte independiente de
todo el libro, independiente de la página; eso le pertenece al escritor, pero no porque
tenga un estilo, sino porque tiene recursos literarios.
A propósito de la escritura: uno en distintas etapas de la vida va teniendo sueños,
aspiraciones. ¿En este momento cuál es su aspiración? ¿Qué siente que le falta hacer?
Mejor no tener sueños, propósitos sí. Seguir escribiendo me gustaría, que nunca
se me quitaran las ganas, aunque uno a veces dice: “Yo quisiera dejar de escribir”. Yo
lo he oído en muchos escritores que durante todo el tiempo lo único que hacen es
escribir, pero han pensado en dejar de escribir. Yo sí deseo, por más que la escritura
sea tan difícil, tener al enemigo todos los días en la casa, que yo le siga sacando el
gusto de cualquier manera a escribir, porque siempre tengo algo que hacer, que es
como leer también. Ojalá que nunca se me quite lo que más deseo en mi vida que es
seguir leyendo.
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¿Tener el enemigo en casa?
Luchar todos los días con lo que uno está escribiendo, porque todos los escritores
lo dicen: no es fácil. Se atormentan, dicen mucho en contra del mismo momento de
escribir. Por eso es la lucha diaria.
Hablemos un poquito de la lectura, ¿qué está leyendo por estos días?
Desde que empecé a leer, cuando era un muchacho, casi niño, voy de un lado a otro.
No tengo plan para leer siquiera, sigo mi deseo. Cuando estoy escribiendo algo, pues
consulto libros. Por ejemplo, había leído novelas de Robert Walser, el escritor suizo: me
gusta mucho. Me faltaba una, y la acabo de leer. Estoy releyendo una novela de Tolstoi
que había leído muy joven, Resurrección. La estoy releyendo después de cuarenta o más
años. Siempre había pensado en releer esta novela. Estoy leyendo una selección de cuen-
tos colombianos que se hizo en Colombia, y voy de uno a otro porque hay autores que
no he leído y cuentos que no he leído, y sigo leyendo literatura colombiana, lo mismo
que la selección de poesía colombiana. Cada vez que sale una nueva, la busco, porque
conozco a los autores, pero hay poemas que me dan la oportunidad de volverlos a leer.
De Colombia siempre estoy pendiente, le saco mucho gusto.
¿Cómo ve la literatura colombiana contemporánea?
Yo veo que cada vez hay más disciplina y más interés de formarse como escritor,
que fue lo que tuvo la generación o promoción mía desde que éramos jóvenes, hablá-
bamos de eso. Ya existe el propósito de escribir como escritor, no la novela casual que
sale de un político al que le dio por escribir: era como una obligación escribir, pero no
había ni el propósito de ser escritor, de dedicarse a la literatura, ni había un propósito
grande de que el libro que estaba escribiendo significara algo. Uno lo piensa, ¿qué va
a significar? Bueno, los resultados no se pueden prever nunca. Ya empezamos a verlo
mejor desde la generación mía, porque teníamos más conciencia de que cuando uno
va a escribir algo tiene que tener una visión de lo que va a escribir. Sí, un tema, pero
también el propósito literario.
Usted salió de Colombia hace ya bastantes años, ¿en qué año salió?
En el año 1975.
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Luis Fayad: la sencillez de las palabras
¿Qué lo trajo a Europa?
El deseo que tenía de salir un rato de Colombia. Yo quería salir de Colombia y
quería ir a París. No hubo más, ningún otro propósito ni deseo.
¿Y qué se fue a hacer a París en ese año?
A vivir. Yo tenía un buen puesto de redactor técnico en el dane, y salí joven, pero
no era un muchacho. Cuando llegué a París me convertí en un muchacho para poder vivir,
renuncié a todo para hacer oficios que hacen los jóvenes en París, y al mismo tiempo
estudiar. Me matriculé, aunque no tenía intención de hacer alguna carrera, pero sí de
compartir. En ese tiempo conocí y asistí a todas las clases de los filósofos.
¿A dónde? ¿En la Sorbona?
En la Sorbona y en el Collège de France, a donde iban a dar sus clases y sus confe-
rencias Althusser, Foucault, Derrida, Pécaut, un gran colombianista que había en ese
tiempo, y otros de esa época. Yo iba a verlos y a escucharlos.
¿Alguna de esas cátedras que lo haya marcado?
¡Claro! Sobre todo, asistía a los seminarios, que eran ya pequeños, de Daniel Pécaut,
porque él estaba dedicado a Latinoamérica. Yo oía los análisis que él hacía de Colombia,
bastante buenos, de la política en general. Una historia de Colombia, historia política,
historia económica, cómo fueron los gobiernos. Me interesaba, me aclaraba mucho, me
gustaba mucho escucharlo.
Volvamos a la escritura. ¿En qué momento se da cuenta de que quiere ser escritor?
Empecé a escribir con mucho interés literario, digamos, a los 17 o 18 años. Fue una
novela. Yo sabía que no estaba bien, me deshice de ella. Pero los cuentos… Siempre
me ha gustado esa representación literaria. Cuando tenía unos cuentos publiqué uno
en Lecturas Dominicales de El Tiempo y esa misma semana salió otro en la revista Letras
Nacionales de Manuel Zapata Olivella. Después, un día iba caminando para la casa, y
reflexioné: “Bueno, yo publiqué los cuentos. Tengo que tener un propósito. Si me voy
a dedicar en verdad a la literatura, tengo que resolverlo de una vez. Sí me gusta escribir;
¿pero para dedicar mi vida a la literatura?”, me dije. Además, pensé: “Publiqué, ¿pero
es en serio que yo quería publicar?, ¿o le estoy quitando el sitio a otro joven que sí
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quiere de verdad publicar?”. Entonces lo sentí en ese momento. “Sí, me voy a dedicar
a la literatura”.
¿Recuerda cuáles fueron los primeros cuentos que publicó?
Publiqué uno que nunca rescaté en El Tiempo. Ese nunca lo rescaté, desapareció.
¿Recuerda el título?
Sí, sí. El de Letras Nacionales se llama “Justo Montes”. Ese cuento lo incluí en un
libro, está en mi libro de cuentos Los sonidos del fuego. Cuando hice ya una selección
para volver a publicar el libro, lo excluí; pero me han dicho: “¿Por qué sacó ese cuen-
to? A nosotros nos gusta”. Justo ahora me lo decía el organizador del evento aquí en
la Universidad de Sevilla, José Manuel Camacho; él quiere dedicarle un artículo a los
cuentos, un ensayo inclusive, según me dijo. Me insistió tanto que, sobre todo por darle
gusto, lo volví a leer, y entonces lo corregí sin quitarle nada esencial, correcciones de
redacción y algunos detalles sin quitarle ni agregarle nada, porque entonces sería cam-
biarlo. Hice corrección y ahora va a volver a salir. El otro, el de El Tiempo, es “La noche
de San Anselmo”. Ese sí desapareció del todo y no se va a incluir. Después han salido
otros ahí mismo en Lecturas Dominicales, y en otras páginas. Esos sí los estoy recogiendo.
¿Usted recuerda sus primeras lecturas?
¡Claro! Yo vuelvo a la poesía porque leíamos mucha poesía entre los amigos, pero
entre las primeras lecturas estuvo la literatura del siglo xix, la literatura rusa, los cuen-
tos y las novelas. Lo mismo la literatura francesa, la literatura inglesa. Literatura del
siglo xix fue lo que más leí al principio. Y la literatura de Estados Unidos del siglo xx
nos gustaba mucho, y puedo hablar en plural. Y otra cosa que hice cuando decidí ser
escritor fue leer la literatura que dice de dónde venimos, sobre todo de tres autores. Si
se hacen cuentas, bueno, desde hace miles de años, venimos desde Homero. Pero me
refiero a los escritores que dicen cómo ven la literatura, cuál es su posición dentro de
la literatura, cómo cambia el escritor y cómo empieza una literatura ya más reconocida,
como la literatura de nuestro continente y de nuestra cultura. Eran Dante, Cervantes
y Shakespeare. Yo dije: “Bueno, si esos son los comienzos, yo los voy a leer”. Y yo leí
las obras completas de los tres, ese fue un trabajo mío, como mi tesis. Como los que
hacen tesis universitaria, para mí fue leer estos tres autores. Dije: “Tengo que leerlos,
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si mi propósito es la literatura, y si de ahí vengo, quiero saber lo que es eso, ellos me
van a enseñar qué es lo que voy a hacer”.
¿Hay algunos de esos autores del siglo xix, ingleses o españoles o franceses que lo
hayan marcado?
¡Claro! Muchos de los franceses, pero conservo uno desde muy joven para mí:
Baudelaire. Se habla mucho de su poesía y de Las flores del mal, yo también lo he leído.
Pero su prosa la leo con mucha frecuencia. Para mí, El spleen de París o El pintor de la vida
moderna, todo lo que sea prosa de Baudelaire. Recurro más a su prosa que a su poesía.
¿Por qué es importante para usted la prosa de Baudelaire?
A mí me llegó desde joven. Me parecía esencial su sensibilidad, como él mismo dice:
“Ser poeta inclusive cuando uno escribe en prosa”. Él me aclaró muchas cosas. Escribir
la poesía no es escribir solamente poemas, sino que la narrativa pertenece a una poética,
hay un orden poético dentro de la narrativa, y eso lo alcanza él en su prosa. Y algunas
definiciones que me parecían importantes. Todo lo que él decía, su comportamiento
tanto literario como humano, un hombre inteligente. Yo no sé si para ser un gran escritor
hay que ser inteligente, pero eran dos cualidades que yo veía en Baudelaire, y quedó
para mí como un gran escritor, no solamente admirado sino también amado.
Ahorita hablábamos de su llegada a Europa, a París. Me imagino que llegó con la idea
de retornar a Colombia.
¡Claro!
Y se fue quedando.
Y me fui quedando. Me acostumbré a vivir París. Uno a veces no sabe de qué vive
en París… de estos trabajos que hacen los estudiantes, haciendo de todo, pero me fui
quedando. Viví casi un año en Estocolmo. Fui a parar allá por trabajo, como muchos de
los que vivíamos en París en esa época: me llegó la voz de que había que ir a Estocol-
mo porque allá pagaban bien. Volví, y entonces me entraron ganas de vivir en España,
porque desde que salí de Colombia, aunque yo quería ir a París, siempre llevaba la idea
de conocer España. Nunca tuve interés de conocer ningún otro país, ni de Europa ni
de ningún lado, pero sí quería conocer España. Fui a España, volví, fui a España otra
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vez y viví en Barcelona, y así fue como de a poquitos fui conociendo España. Y allá en
Barcelona conocí a la que es hoy mi mujer; ella se llama María Rosario, pero todos le
decimos Charo, su verdadero nombre. Con ella estamos desde entonces.
¿En qué año se conocieron?
Fue en una de mis idas de París, como en el 76 o 77. Nos conocimos, pero yo volví
a París. Cuando volví otra vez a España la llamé, porque tenía el teléfono […].
Volviendo al tema de Colombia, ¿cómo ha visto la evolución o el proceso del país en
todos estos años?
A veces baja un poco lo que estaba bien, y vuelve y sube. Está mejor, pero hay
cambios. Hay una cosa muy peligrosa para alguien que sale, y es volver y seguir hablan-
do del país como si fuera el mismo que dejó. Si uno sale un mes, dos meses, un año,
quizá pueda hacerlo. Pero cuando uno pasa bastantes años afuera, tiende a ver el país
igual a como lo dejó, y eso no es cierto, no es cierto. Yo me he dado cuenta de que
sí cambia, cambia la mentalidad de la gente. Hay una sociedad que, por poquito que
sea, sí se va desarrollando para bien. Sus conceptos de progreso son otros, los deseos
de vivir en comunidad crecen, una lucha contra algo que puede estar perjudicando al
país, por ejemplo la corrupción. Sí hay una oposición, un deseo de luchar por mejores
gobiernos. La gente deja de pertenecer a ciertos partidos para unirse a otros en sus
protestas, llamémoslo manifestaciones, en sus paros nacionales. No importa de dónde
sale. Sencillamente queremos más justicia social y que haya una mejora en el gobierno.
Yo sí creo que el país ha cambiado, y lo veo, aunque hay gente que dice: “¡Qué va! Esto
es lo mismo”. No es lo mismo nunca, nunca.
¿Estar afuera le ha facilitado escribir sobre Colombia?
Puede ser que uno cambie la visión del país, pero también hay algo más que lo hace
cambiar a uno, y es saber cómo ven los demás desde afuera al país de uno, cómo nos
estaban viendo cuando llegué a París, a Francia. Sí, cómo veo yo el país de otra manera
cuando vivo en Berlín, donde viva, pero cómo nos ven ellos también, lo que opinan.
Aquí me di cuenta de que los europeos esperaban mucho de Latinoamérica, y en estos
últimos años, a través de los amigos que tengo en diferentes países, me doy cuenta de
que en Europa ha habido una decepción. Esto hay que decirlo de una vez. No nos en-
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gañemos en eso de lo que vamos a hacer y de que estamos haciendo mucho. No. Europa
esperaba más de nosotros, que tuviéramos una organización social mejor que la que
tenemos ahora en cada país latinoamericano y en Latinoamérica en general. Esperaban
que hubiera unos movimientos de avanzada que influyeran más en Latinoamérica. Me
ha servido entender cómo la veo yo, pero también cómo la ven los demás.
Ya que hablamos de esa esperanza que había en nosotros, ¿cómo ve el cambio político
que hay ahora en el país con el nuevo presidente?
Sí, ya lo que haga el nuevo presidente, lo hará él. Los que más saben, más pueden
predecir, pero es que los que más saben, a veces ocultan lo que saben, y a veces lo dis-
torsionan y a veces llevan por otro lado la información. Pero ya hay un cambio, ¿no? Ya
de todas maneras hay un cambio. El nuevo presidente viene de otra corriente. Se luchó
algo. Hubo un momento político en que se trató de imponer una vieja manera de hacer
política. Era como si el país no pudiera cambiar en algo, avanzar. El paso liberal no se
trata de hacer, como se dice, los cambios radicales. No es que sea imposible hacerlo, es
que no hay necesidad. Lo que hay que hacer es dar al menos un paso adelante cada día.
En general se había intentado en algunas corrientes, pero creo que ya hay un cambio
en el hecho de que las elecciones se hayan hecho entre dos candidatos tan distintos,
que no representaban a los partidos tradicionales.
Volviendo al tema de la escritura y de sus creaciones, si yo le preguntara cuál de sus
obras es más significativa, si tuviera que elegir una, ¿con cuál se quedaría?
De mis novelas la que más me gusta es Testamento de un hombre de negocios. Que no
se ofendan las otras, a todas las quiero, claro, por el trabajo que me dieron; a veces me
hicieron sentir un repudio frente a la escritura, pero después de terminarlos, cada libro
es un hijo que se ha portado bien conmigo y lo quiero.
Claro, pero digamos que Los parientes de Ester es una de las que más ayudó a su reco-
nocimiento como escritor.
Sí, y a mí me enseñó desde el principio mucho el haber escrito esa novela, porque
cuando la escribí, la corregí bastante, y mientras la corregía no solo le hacía correccio-
nes a la novela, sino que yo me daba cuenta de cómo quería escribir. ¡Ahí veo el estilo!,
¡yo no tenía el estilo! ¡Yo no tengo ese estilo! El libro me impuso mi estilo, él mismo se
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impuso su estilo. No repita frases, quítele frases que signifiquen lo mismo, mire cómo
coloca las palabras, si es esta palabra que va primero que la otra, no solamente por el
sentido sino por la musicalidad, ¿por qué yo cuando leo siento que me tranco?, ¿por
qué se me daña la respiración aquí?, es que una frase se pone detrás de otra. El libro
fue creando su estilo. Además, esta novela iba a tener muchas más páginas. Cuando ya
empecé a corregirla, dije: “De capítulo en capítulo le voy a poner unos capítulos en los
que cada uno hable del personaje”. Cuando yo empecé a escribirlo todo concordaba,
pero después dije: “Esto es inútil, el personaje está dado en la novela por lo que él habla
y por lo que le sucede. Ese personaje se explicó él mismo, ¿para qué añadir más?”. Le
fui quitando páginas que acababa de escribir. Las fui sacando.
¿Y por qué su preferencia por Testamento de un hombre negocios?
Bueno, cuando creé su representación literaria, pensé: “¿Yo de dónde sé todo lo
que cuento?”. Como es una novela hecha en diálogos, cada vez que un personaje habla
se convierte en narrador. En todos los capítulos aparece un personaje con el principal,
que es Jacinto. En el momento en que el otro personaje habla, se va convirtiendo en el
narrador de la novela. No soy yo, porque después es Jacinto el que me cuenta a mí la
novela. Por eso me gustó, porque yo tenía una fuente. ¿De dónde sabe usted esto? Me
lo contó Jacinto. ¿Y Jacinto de dónde lo sabe? Se lo contaron todos los demás.
Nuestra revista Estudios de Literatura Colombiana llega a muchos colombianos en el
exterior también, a todos los colombianistas en Estados Unidos y en Europa. ¿Qué
mensaje les dejaría a esos lectores?
Yo conozco la revista porque a mí me llega por medio de amigos o de una reseña
de alguien: “En la revista Estudios de Literatura Colombiana salió esto otro”. Digamos que
yo a través de esta revista voy a tener una comunicación con los lectores, pues para mí
es ampliar todo lo que yo hago. ¿Para qué lo hago? Para esto, por ejemplo. Para tener
esta oportunidad de hablar con ellos, hablar yo en este caso, pero son ellos los que me
han dado la oportunidad de hablar. Entonces un gran saludo, es un honor. Aprovecho
también para contarles a esos lectores que todas mis novelas van a ser reeditadas por la
editorial colombiana Himpar Editores, comenzando con La caída de los puntos cardinales,
que sale en abril de este año. Después vendrán mis otras novelas: Los parientes de Ester,
Compañeros de viaje, Testamento de un hombre de negocios y Regresos.
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¿Alguna vez añoró volver a vivir en Colombia?
No, yo no añoro Colombia; también me han preguntado que si añoro Berlín. No,
porque estoy en ambos sitios. Yo no tengo nostalgias, ni del tiempo que ha pasado ni del
espacio en el que viví, porque siempre vuelvo. Yo estoy ahí caminando todos los días. A
mí, a veces, sí me preguntan: “¿Usted salió de Colombia?”. Respondo: “Mire, yo tengo
la impresión de que yo no he salido de Colombia”. Yo vivo metido en el país todos los
días, no solamente a través de mi literatura, sino de contactos con llamadas, hablo de lo
mismo con los amigos, los tengo siempre presentes, algunos de pronto vienen a Berlín
y nos vemos. Lo mismo, desaparece el exterior y existe el amigo ahí.
¿Y a veces va a Colombia?
Sí, mucho, mucho. Es una costumbre. Todos los años. Una vez… dos veces. Hubo
un año en el que fui tres veces a Colombia. Había amigos míos que creían que yo ya
había vuelto a vivir en Colombia. Yo les digo: “Sí, es que yo vivo en Colombia de todas
maneras”.
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