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E ditorial
1923, un año venturoso para las letras colombianas
Ha pasado un siglo desde aquella época tan esplendorosa para Colombia tanto en el
campo económico como en la literatura; 1923 dejaría una gran cosecha para el país. Ese
año fue fundado el Banco de la República, un proyecto aplazado desde los tiempos de
la Independencia y que al fin se logró hace cien años gracias a los cinco millones de
dólares que Estados Unidos le había entregado a nuestro país en 1922 como parte de
la indemnización por la secesión de Panamá —parte de ese dinero, pagado mediante el
tratado Thomson-Urrutia, fue usado para fundar el banco— (Morales de Gómez, 2017)
y a la Misión Kemmerer, que había llegado al país liderada por el economista estadou-
nidense Edwin Walter Kemmerer, contratada por el presidente Pedro Nel Ospina
para que reorientara la maltrecha economía colombiana. En síntesis, el objetivo era
“reformar el sistema financiero y fiscal colombiano, para ubicar al país en una mejor
situación en el entorno latinoamericano, especialmente en cuanto a su sistema de
comunicaciones, expansión de las exportaciones y el auge en los empréstitos nor-
teamericanos” (Rojas Jiménez, 2007, p. 80). En esa dirección, uno de los principales
logros de la Misión fue la fundación del banco que tendría la tarea de garantizar la
estabilidad del sistema financiero en el país; dicha misión fue clave también para los
millonarios empréstitos que obtuvo el país en Wall Street durante aquella década, lo
que generó el auge que se conocería como la “danza de los millones”.
Así pues, 1923 fue un año productivo y muy relevante para el sistema financiero y,
en general, para la economía del país. Pero aquel fue asimismo un año muy fructífero
para el devenir de nuestra literatura. Tanto que si parodiamos la mencionada expresión,
también podemos afirmar que aquel fue un año bonanza de las letras, por lo que signi-
ficaría para el desarrollo de la literatura colombiana a lo largo del siglo xx. En síntesis,
podemos decir que 1923 fue un año bisagra, pues por un lado significó el adiós a uno de
los poetas más prestigiosos de aquella época, y por otra parte fue el año del natalicio de
un grupo de escritores que alcanzarían roles protagónicos en nuestro panorama literario.
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El adiós a Julio Flórez, poeta nacional
Reconocido por la crítica como un representante del Romanticismo tardío, Julio Flórez,
quien había nacido en 1867 en Chiquinquirá, alcanzó gran prestigio y reconocimiento
tanto en Colombia como en otros países hispanoamericanos. En su obra se destaca “una
poética que concilia la perfección formal clásica con la expresión nostálgica-sentimental
romántica, y con la simbología y excesos del modernismo” (Rincón Moreno, 2009, p. 88).
Una obra que, en todo caso, encontró gran acogida en el público.
El 14 de enero de 1923, cuando ya estaba muy enfermo, por orden del presidente
Pedro Nel Ospina fue coronado como poeta nacional. El Tiempo registró así la ceremonia,
que tuvo lugar en Usiacurí, Atlántico, donde vivió el poeta sus últimos años: “Bajado
el Gobernador de la tribuna, transcurrieron algunos minutos, durante los cuales reinó
un emocionado silencio. Después, tomando el General González la corona, se acercó
al poeta y la colocó sobre sus sienes. La banda entonó el Himno Nacional y la concu-
rrencia estalló de júbilo” (El Tiempo, 1923, p. 4).
La escena ilustra lo significativa que era aquella ceremonia, en una época en que
la poesía se convertía incluso en un asunto de Estado. Julio Flórez fallecería un mes
después, el 17 de febrero.
Pedro Gómez Valderrama y el compromiso del escritor
El 13 de febrero de 1923 en Bucaramanga nació el cuentista, novelista, ensayista y poeta,
político y diplomático Pedro Gómez Valderrama, uno de los intelectuales más sobresa-
lientes del grupo Mito, y uno de los escritores más destacados en la segunda mitad del
siglo xx en Colombia. Un tema trascendental en su obra híbrida es su afirmación sobre
el compromiso que debe mostrar el escritor frente a la sociedad, como lo expresó en esta
conferencia presentada en la Universidad Javeriana en 1982, diez años antes de su muerte:
La posición del escritor en la sociedad requiere la expresión de su pensamiento ante los valores funda-
mentales de esta. No hablo de la fenecida literatura de cartel; pero lo que sí pienso, es que la posición
del escritor ante los valores fundamentales de la sociedad debe ser expresada. Y se expresa creando,
escribiendo. […] El escritor ni debe ni puede permanecer indiferente al mundo que le rodea, so pena
de que el mundo permanezca indiferente ante él. Escribir, crear literariamente, es una manera de
participación. Esa es la misión del escritor, distinta de la militancia (Gómez Valderrama, 1982, p. 20).
Entre sus obras se destacan, entre otras, su novela La otra raya del tigre (1977) y sus libros
de cuentos La procesión de los ardientes (1973) e Invenciones y artificios (1975). En su escritura,
Gómez Valderrama muestra una vocación por la historia; sus relatos se convierten en
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un ejercicio híbrido en el que se resalta de manera insistente la reflexión sobre nuestro
pasado. Para él, en la narrativa resultaba imposible separar la ficción de la realidad.
Manuel Mejía Vallejo, jugar con las palabras
Como si fuera un vaticinio sobre el oficio que tendría en su vida, Manuel Mejía Vallejo
nació el 23 de abril, justamente en el aniversario del sepelio de Miguel de Cervantes, el
responsable de que la onu haya establecido esa fecha para la celebración del Día del
Idioma español a partir de 2010. Aquí cabe aclarar que en Colombia, esta fecha se había
establecido como Día del Idioma desde 1938, durante el primer mandato del presidente
Alfonso López Pumarejo, cuando mediante el decreto 707 del 23 de abril se estableció:
“Señálase el 23 de abril de cada año para celebrar el Día del Idioma, como homenaje al
insigne don Miguel de Cervantes Saavedra” (men, 1938).
Cuentista, novelista, poeta y periodista, y fabricante de juguetes en su tiempo de ocio,
este escritor antioqueño dejó una obra prolífica en la que se destacan sus cuentos y novelas
sobre la violencia. Uno de los aspectos más notorios —que logra hacer una gran lectura
sobre la sociedad de su época tanto en el ámbito rural como en el espacio urbano— es
su capacidad de jugar con las palabras, como lo destaca el crítico Escobar Mesa (1997):
[…] Manuel no ha transigido ni un instante en liberar las palabras de la caja de Pandora. […] Ha jugado
con ellas a las mil y una posibilidades y lo seguirá haciendo hasta que el último soplo de olvido abra el
cerrojo y deje entrar la que ha sido su más próxima vecina, y ahora su seductora amiga, la muerte (p. 14).
El escritor, nacido en Jericó, ganó importantes premios literarios internacionales, como
el Nadal, en 1963, y el Rómulo Gallegos, en 1988. Falleció en 1998.
Álvaro Mutis, creador de Maqrol el Gaviero
El 25 de agosto nació también el que sería uno de los escritores colombianos que ha
alcanzado mayor reconocimiento en el ámbito internacional: el periodista, novelista y
poeta Álvaro Mutis, quien murió en 2013, a sus 90 años, y a quien agradecemos, a nombre
del Premio Nobel de Literatura que llegó para Colombia hace 40 años, la ayuda que le
ofreció a Gabriel García Márquez cuando buscaba abrirse camino en el ámbito literario,
recién llegado a Ciudad de México. El mismo autor nacido en Aracataca expresó su
gratitud por el apoyo que le brindó Mutis, y alguna vez también reconoció que fue este
quien le entregó un ejemplar de Pedro Páramo, la obra de Juan Rulfo que resultaría tan
reveladora para él, según su propio testimonio:
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Mutis tiró sobre la cama un libro, y gritó: “¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!”. Era Pedro
Páramo. Después de eso, [García] Márquez escribiría: “El escrutinio a fondo de la obra de Juan Rulfo
me dio por fin el camino que buscaba para continuar mis libros. Y, al contrario de lo que ocurre con los
grandes clásicos, es un escritor que se lee mucho pero del cual se habla muy poco” (Díaz, 2017, párr. 4).
Aunque se exilió muy joven en México —donde viviría el resto de su vida — para escapar
de una denuncia por “malgastar” en proyectos culturales los fondos que manejaba como
jefe de relaciones públicas de la empresa para la que trabajaba —en México lo alcanzó
esa acusación y allá estuvo preso durante unos quince meses —, Álvaro Mutis persiguió
a ser animador del escenario cultural colombiano y miembro del grupo Mito. Posterior-
mente, encontró en Maqrol el Gaviero el gran hito de su creación; un personaje que “no
se mueve empujado por las cambiantes circunstancias que le rodean, sino que lo hace
con total conciencia de lo que busca o pretende y de lo que deja, lo cual lo angustia y
lo hace libre simultáneamente” (Paniagua Gutiérrez, 2022, p. 90). Maqrol aparece por
primera vez en su colección de poemas Los elementos del desastre (1953), e irá ganando
mayor dimensión al convertirse en el protagonista de otros de sus libros de poemas y en
su saga narrativa compuesta por las novelas La nieve del Almirante (1986), Ilona llega con
la lluvia (1987, llevada al cine en 1996, bajo la dirección de Sergio Cabrera), Un bel morir
(1988), La última escala del Tramp Steamer (1988), Amirbar (1990), Abdul Bashur, soñador de
navíos (1991) y Tríptico de mar y tierra (1993).
Otra de las obras destacadas de Mutis es el relato “La mansión de Araucaima” (1973),
que también fue llevada al cine en 1988, por el director Carlos Mayolo. Gracias a sus
creaciones, Mutis se convirtió en uno de los escritores colombianos más galardonados
en el escenario internacional al recibir, entre otros, el Premio Príncipe de Asturias de
las Letras (1997), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1997), el Premio
Cervantes (2001) y el Premio Internacional Neustadt de Literatura (2002).
El papelípola Ángel Sierra Basto
El poeta Ángel Sierra Basto, seudónimo de Víctor Manuel Cortés Vargas, nació el 16 de
abril de 1923 en Pitalito, Huila, y falleció en 1992. Fue cofundador del grupo literario
Los Papelípolas, creado a finales de la década de 1950 en ese departamento, donde se
le considera uno de los poetas más importantes de la región, aunque su obra ha sido
tan ignorada, a pesar del esfuerzo de algunos de sus allegados y seguidores que se han
empeñado en el rescate y divulgación de su poesía a comienzos del siglo xxi.
En cuanto a ese grupo literario, Oliver Lis Cortés (2007) afirma:
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‘Los Papelípolas’, el más importante grupo, como único movimiento literario del Huila surgió en
1957, casi a la par del Nadaísmo en Antioquia. Su nombre, porque “apenas tenían papel” decla-
ró uno de sus integrantes, Darío Silva, o porque usaban este “mientras bebían pola, para mitigar
el sopor espiritual de la provincia”. Dado que algunos tendieron hacia un lado y otros hacia otro
sin haber una unidad estilística en su poesía, ni en sus vidas, así como no concibieron más adeptos
que admiradores, hay quienes afirman que Los Papelípolas no deberían considerarse un movimien-
to literario. Otros como el poeta Esmir Garcés afirman que sí, puesto que figuran en antologías y
según el historiador Delimiro Moreno, “porque además hicieron público su manifiesto”, “un dis-
curso totalmente válido frente a las circunstancias de su época”; y que si bien no se hallaban total-
mente unidos estilísticamente, sí lo estaban como grupo, con unos ideales culturales homogéneos,
no siendo la suya una cuestión simplemente de diversión o escándalo —sin desdeñarlos, claro,
como se demostró fue el Nadaísmo— sino de lucha por transformar la cultura de su época (p. 28).
Por su parte Jorge Elías Guebelly Ortega (2018), uno de los conocedores de la obra de
Sierra Basto, escribió:
Su poesía está sustentada sobre pilares de angustia; en él, el tránsito por el mundo es un fardo que destila
amargura. Su poesía se presenta como búsqueda desesperada de nuevos horizontes, empleando un len-
guaje culto, a veces científico, filosófico o religioso. Finalmente, el poeta sucumbe ante la imposibilidad
de una nueva visión del mundo y solo queda su poesía llena de soledad y deseos insatisfechos (p. 17).
Cerremos la breve evocación del poeta huilense, al que se le han reconocido afinidades
con ese grupo de escritores estadounidenses de los años cincuenta identificado como la
generación beat, con estos versos tomados del poema “Solo la muerte”, que nos recuerdan
que los Papelípolas fueron considerados “poetas malditos”. Aquí vemos cómo Sierra
Basto se aparta del imaginario cristiano y reconoce, desde una visión liberal, que los
ideales de cielo e infierno son apenas ilusiones terrenales que no tienen eco en ningún
“más allá”. Así, cuando sabe que va llegando el final de la jornada, se apresta a entrar a
“la noche” eterna, consciente de que tampoco habrá paraíso:
Ya me voy para siempre. Se acabó la jornada.
Y el ocaso me anuncia que la noche me espera:
Sé que allende la muerte solo existe la nada,
que el infierno y el cielo son piadosa quimera (Sierra Basto, 2018, p. 26).
Así como Guebelly y otros escasos estudiosos que se han empeñado en visibilizarlo,
creo que Ángel Sierra Bastos merece que su obra sea estudiada y divulgada para que se
le rescate del ostracismo en que ha permanecido y se le dé el lugar que amerita en el
panorama de la poesía colombiana.
Andrés Vergara Aguirre
(Universidad de Antioquia)
Director-editor
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existencialismo en Maqroll. Ciencia y Sociedad 47 (2), pp. 78-91.
Rincón Moreno, J. A. (2009). La crítica finisecular colombiana: Desarrollo y adecuación para un poeta
ecléctico [trabajo de grado en Estudios Literarios]. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.
Rojas Jiménez, H. H. (2007). Made in the world is better: las misiones económicas en Colombia y nuestro
descreimiento ancestral. Revista Facultad de Ciencias Económicas: Investigación y Reflexión XV (1), pp. 77-90.
Sierra Basto, Á. [Víctor Manuel Cortés Vargas]. (2018). Xenias & Apophoretas de Menein Laos. Popayán: Samava.
El Tiempo. (16 de enero, 1923). La coronación de Julio Flórez. El Tiempo, p. 4.
El número 52
Comenzamos esta edición con la lectura de los ejercicios de autotraducción y de tra-
ducción intersemiótica de un poeta que nos proponen Efrén Giraldo, Juan José Cadavid
y Juanita Vélez Olivera en “Amílcar Osorio y Vana Stanza. Autotraducción y traduc-
ción intersemiótica en la poesía colombiana”; “en La historia de Je: una evidencia de
etnoficción en Los abuelos de cara blanca (1991), de Manuel Mejía Vallejo”, Juan Carlos
Orrego presenta una lectura sobre la reescritura de un mito embera en la obra de este
escritor antioqueño, justamente en la conmemoración del centenario de su natalicio.
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Éder García Dussán nos propone una interpretación de la obra emblemática del
Nobel colombiano a partir de múltiples lecturas analizadas de la novela en “Los enigmas
de la lectura literaria. Sobre las interpretaciones de la novela Cien años de soledad, de
García Márquez”. Por su parte Álvaro Antonio Bernal plantea una reflexión sobre
las representaciones de personajes transgénero de la reciente narrativa colombiana,
en “Marginación y fantasía transgénero en ‘Esta es tu noche’ de Mario Mendoza”.
En “La maraca embrujada por jibaná, de Manuel Zapata Olivella: pre-textos y rees-
critura”, Silvia Valero parte del concepto de “geografía de la imaginación” para rastrear
algunos antecedentes y transformaciones en la obra del escritor nacido en Lorica, para
mostrar cómo se imbrican saber tradicional y conocimiento científico en sus páginas. Y
en “Las metamorfosis discursivas de Maqroll el Gaviero”, Mario Barrero Fajardo estudia
la evolución de la voz poética y narrativa del personaje más emblemático de Mutis, con
quien también celebramos el centenario de su natalicio.
En “Un lugar para la ciencia en la literatura infantil y juvenil colombiana: un corpus
mínimo para su estudio”, Jorge Manuel Escobar indaga por la ausencia de la ciencia en
los estudios sobre literatura para niños y jóvenes. Finalmente, Diana Carolina Toro hace
un análisis iconográfico de una publicación periódica que se convierte en un referente
importante para la historia de la literatura antioqueña, en “Musas para El Montañés.
Acercamiento a la portada de la revista”.
Esta es, caros lectores, la oferta que les presentamos en el número 52. Y con esta
edición, una vez más va nuestro mensaje de gratitud a ustedes por su confianza, a la
Facultad de Comunicaciones y Filología, a los miembros del comité editorial y del co-
mité científico, a los colaboradores, a los pares evaluadores, a los lectores, y al equipo
editorial. Gracias, porque con su apoyo avanzamos con cada entrega en el propósito
que tiene la revista de hacerle un aporte a los estudios literarios y a la historia de la
literatura colombiana.
El director-editor