211Estudios dE LitEratura CoLombiana 53, julio-diciembre 2023, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.352642
Editores: Andrés Vergara-Aguirre,
Christian Benavides Martínez
Recibido: 13.02.2023
Aprobado: 01.06.2023
Publicado: 13.07.2023
Copyright: ©2023 Estudios de Literatura Colombiana.
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* Cómo citar esta reseña: Hernández
Ramos, M. J. (2023). Reseña del libro
Detective Santré, el caso Carranza de
Julián Nalber. Estudios de Literatura
Colombiana 53, pp. 211-214.
DOI:
1
maurojhr@gmail.com
Universidad Antonio Nariño, Colombia
https://doi.org/10.17533/udea.
elc.352642
*
1
Detective S antré, el caSo
carranza de J ulián nalber
La Mirada Malva, Granada, España
2022, 252 p.
Mauro Javier Hernández Ramos
El ciclo de novelas del autor referidas a la vida de
un investigador privado radicado en Bogotá empezó
hace pocos años con su opera prima, que presentaba
el primer caso del detective Santré. En su momen-
to, comenté algunos aportes importantes dentro de
este tipo de literatura de entretención referidos a la
obra de Nalber, y a la vez algunos matices y posibles
equívocos que con el paso del tiempo y de la práctica
podría llegar a superar el autor. La primera novela
Detective Santré, el caso Chang logró dos ediciones, la
primera en Colombia y una más en España. Ese primer
texto mostró algunos elementos interesantes, parti-
cularmente en dos aspectos. Uno, la temática, que,
sin ser innovadora, recurría al contexto bogotano,
su cultura e idiosincrasia. Y dos, el desarrollo de la
aventura que se perfilaba con la intensidad de los
tebeos de las décadas de los setenta y ochenta. En
ambos aspectos, aunque sin alcanzar un alto vuelo
literario, el texto lograba captar la atención del lector,
lo que en este género se antoja fundamental. No sobra
mencionar que en la novela negra y policiaca el lector
no debe esperar o hacer interrupciones para avanzar
en la lectura. Como norma, este tendría que devorar
la propuesta del escritor, pues el móvil del crimen y
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la identificación del victimario deberían ser también sus objetivos. La fascinación por
el contexto delictivo, el ímpetu de la aventura o la búsqueda de una salida dentro de la
trama laberíntica no permiten mayores pausas o digresiones. Los enigmas de la crimi-
nalidad y el hampa invitan a leer este tipo de novelas sin mayor respiro. Y a este reto
se enfrenta Nalber ante la aparición de su segunda novela de la saga del inspector. Si
en la primera el obstáculo se logró superar sin mayores dificultades, pero tampoco sin
emotivos pronunciamientos del medio literario, esta segunda novela publicada en España
tendrá el desafío de seguirse abriendo camino e ir tallando su nombre en el género.
En principio esta segunda aventura del inspector Santré se muestra más madura en
su estructura y su desarrollo. Existe un avance notorio en el armazón de la trama que
ya no parece tan predecible como en la anterior. O quizá una narrativa mucho menos
explícita en comparación con su primer intento. La novela avanza y la configuración de
varias capas textuales la hacen atractiva. En esta oportunidad se arriesga más por medio
de diferentes caminos que hacen que el lector logre un interés no solo en la desaparición
de un joven de clase baja, temática primordial del escrito, sino que también se sienta
atraído por temas tan actuales como la inmigración venezolana, el drama de los falsos
positivos y la incorporación de personajes de la comunidad lgbt. Y en este último punto
se percibe un elemento valioso en lo que tiene que ver en la democratización de nuestra
sociedad, al menos en el aspecto literario. Esta participación de personajes transgénero,
todos ellos secundarios, en el caso de esta novela, le imprime una pluralidad al relato
y a la vez crea vínculos concretos con el mundo en el que vivimos. Además, dentro de
la literatura colombiana no son muchos los ejemplos de personajes transgénero, valga
mencionar algunos en novelas y cuentos de Mario Mendoza o aquel del conocido re-
lato “Besacalles” de Andrés Caicedo. En ese sentido, el texto de Nalber escudriña los
vericuetos del barrio Santa Fe y saca a la luz algunas voces veladas que tienen que ver
con el contexto de la prostitución transgénero en Bogotá. Así el autor entrelaza varios
hilos narrativos, y aunque hay uno central, no disminuye el impulso de los otros. La
historia entonces se ubica a finales de la primera década e inicios de la segunda del
presente siglo. Épocas turbulentas del país, como lo han sido casi todas, en las que la
inmigración venezolana comienza a crecer convirtiéndose en un problema de orden
social y económico, y, por otro lado, el surgimiento del escándalo de los llamados falsos
positivos. Nalber compagina bien todos estos hechos, y aunque alguien podría mencionar
que puede existir una ligera alteración temporal entre dichos acontecimientos, hay que
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recordar que lo que hace el autor es mera ficción basada en acontecimientos reales. Es
por ello también que el lector se siente identificado, en especial si es colombiano, pues
el relato es un cristal que enseña la realidad diaria de nuestra Colombia. Ahora, si dicho
lector es ajeno a lo que sucede en estas tierras, sin duda se mostrará intrigado por la
narración y seguramente la novela lo llevará a que ahonde en nuestra historia reciente.
Al hablar de las voces y los narradores que componen el texto, es imprescindible
observar que, contrario a la primera novela, el escritor brinda diferentes perspectivas
narratológicas. Existe un juego de perspectivas entre un narrador en primera persona
que cuenta la historia desde su mirada particular, asumiendo el papel principal, que no
es más que el narrador de su propia historia de vida. Pero, a la vez, en algunos episodios
observamos un narrador en tercera persona que actúa como un testigo no identificable
que desde su ángulo nos cuenta lo que sucede. Este juego de representaciones logra que
cohabiten diferentes miradas, ofreciendo una visión más amplia de la novela; es decir,
existe un panorama más complejo y esto ayuda a forjar mayor tensión y suspenso en el
escrito, cualidades infaltables en este género.
La desaparición de un joven, su posible vínculo con el homicidio sistemático de
civiles realizado por las fuerzas militares, la pista que surge de una trabajadora sexual
transgénero, el notorio aumento de inmigrantes venezolanos en Bogotá, muchas de ellas
mujeres que terminan en la maraña de la prostitución local, el torbellino de la noche
bogotana, todos ellos son enrevesados universos que Nalber usa de forma hábil para
darle veracidad a la vida de un profesor universitario que un buen día decidió conjugar
su labor docente con los desafíos que ofrece el compromiso de convertirse en detecti-
ve. Todo lo anterior dentro de una ciudad que es pintada como una selva en la que el
delito, la diversión y la muerte campean y conviven sin prejuicio.
Hay que pensar que el trabajo para un escritor nuevo es largo y extenuante. Y en
esta aventura, los personajes secundarios tienen que seguirse cultivando y fortaleciendo
para que no sean solamente testigos o extras. A su vez, los diálogos que poco se ven
podrían introducirse de forma más contundente para establecer escenas específicas
con mayor dramatismo y vivacidad. Lo anterior, de hacerse correctamente, también le
imprimiría al texto dinamismo y mayor personalidad. Detective Santré, el caso Carranza
cuenta con momentos lúcidos que logran cautivar. Menciono, por ejemplo, el escrutinio
y la indagación del protagonista en algunos bares de meretrices transgénero en el barrio
Santa Fe (p. 123). En ellos, gracias al oficio del escritor, el lector logra observar y vivir la
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escenografía, la atmósfera y todo el entramado oscuro y ácido de la escena. Quizá este
episodio es uno de los mejores fragmentos en toda la novela. Pero la idea es, desde luego,
que todo el texto tuviese tal determinación, nervio y visualización para los lectores.
Si la idea de Nalber es hacer de su protagonista un “héroe” totalmente imperfecto,
colmado de vicios, que lucha solitario no solo contra los criminales de turno, sino contra
el sistema en el que vive, que curiosamente es también asesino y corrupto, pensaría que
el proyecto narrativo desde un principio está bien pensado. Y su desarrollo en el papel
se sospecha como una apuesta válida desde el personaje como tal y desde la ambienta-
ción urbana, lúgubre y sórdida en donde nace cada aventura. Al igual que en la primera
novela, esta segunda posee la misma característica que hace rememorar las historietas
de viñetas de aquellas épocas ya mencionadas.
En la literatura colombiana se suele decir que no hay novelas de detectives sino de
criminales, pues el protagonismo de la maldad está entronizado en los verdugos que han
sido para muchos los grandes intérpretes y ejecutantes de nuestra historiografía. Por eso
al sicario, al político corrupto o a los grandes patrones de la droga se les ha mitificado
y sus vidas se han vuelto literatura y leyenda. Son ellos los que han sido venerados y
reconocidos más allá de nuestras fronteras. En algún congreso en España sobre el tema,
Laura Restrepo afirmaba que “en Colombia no se puede escribir sobre detectives, sería
gracioso. No se investiga porque todo el mundo sabe quién mata”.1 Pues bien, esta sen-
tencia parece ya revertirse al ver que en nuestras letras emergen relatos policiales cuyos
protagonistas investigan los casos de siempre, a pesar de saber bien de dónde proviene
la bala o la puñalada que asesina y que está vestida de anonimato e impunidad. Estos
nuevos personajes van rompiendo aquel paradigma y van gestando una nueva literatura
negra que compagina más con sus orígenes y peculiaridades.
1 Laura Restrepo en “¿Novela negra en Colombia?”. El Espectador, febrero 20 de 2015.