185Estudios dE LitEratura CoLombiana 53, julio-diciembre 2023, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.354212
Editores: Andrés Vergara-Aguirre,
Christian Benavides Martínez
Recibido: 27.06.2023
Aprobado: 01.07.2023
Publicado: 31.07.2023
Copyright: ©2023 Estudios de Literatura Colombiana.
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* Cómo citar esta entrevista: Vergara-
Aguirre, A. (2023). Laura Restrepo: Letras
para soñar un mejor mundo. Estudios de
Literatura Colombiana 53, pp. 185-204.
DOI:
1
andres.vergaraa@udea.edu.co
Universidad de Antioquia, Colombia
https://doi.org/10.17533/udea.
elc.354212
*
1
Laura restrepo: L etras para
soñar un mejor mundo
Laura Restrepo: Dreaming a Better
World
Andrés Vergara-Aguirre
Hija de Helena, una madre amante de las letras y
de las artes, y de Fernando, un papá empresario al
que califica de viajero empedernido, que además no
creía en la educación convencional, Laura Restrepo
Casabianca afirma que tuvo una infancia libre y feliz,
y que heredó lo “pateperro” del papá, pues ha sido
muy nómada desde la infancia, cuando siempre es-
taban de un lado para otro por los negocios de don
Fernando. Desde allá, de esos años de la infancia,
viene su gusto por la lectura y por los libros, gra-
cias al estímulo de los padres; recuerda que el papá
soñaba con que ella fuera escritora, y por eso a los
doce años le regaló una máquina de escribir ibm que
a ella le pareció “grande como un barco”. Otro fac-
tor decisivo fue que en casa tenían la biblioteca de
su abuelo don Enrique Restrepo, “un hombre muy
culto”, dice ella, un autodidacta que dominaba seis
lenguas, entre ellas el alemán, el francés y el griego.
Desde esa época descubrió también la fascinación
por la escritura.
Hoy, a sus 72 años, Laura Restrepo, o “la seño-
ra de los perros”, como la llaman sus vecinos en el
monte de los Pirineos en Cataluña, donde vive con
su hijo y con su compañero, y con los perros, por
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supuesto, en una vieja casona, o más bien una masía antigua, está entre los escritores
colombianos más premiados y más reconocidos en el mundo, y de ello dan cuenta las
traducciones de sus obras, que en la actualidad suman más de treinta idiomas. Entre
los premios más destacados que le han sido otorgados podemos mencionar el Sor Juana
Inés de la Cruz en 1997, en México, por Dulce Compañía, con la cual obtuvo también el
Prix France Culture en 1998; el Premio Alfaguara de Novela en 2004 por Delirio, una
de sus obras más reconocidas, con la cual recibió también el Premio Grinzane Cavour
en Italia, en 2006; y en 2007 por votación del público recibió el Premio Nacional de
Literatura en Colombia.
Hoy “la señora de los perros” disfruta de su tranquilidad en aquel apartado lugar
de los Pirineos, lejos del ruido, consagrada a la lectura y la escritura. Cuando no está
viajando por compromisos académicos o editoriales, o en algún viaje familiar, la podrán
encontrar allá, dedicada a las letras o paseando con sus perros. Por eso mismo, porque
le gusta disfrutar de la privacidad y del anonimato, no tiene redes sociales: “Siempre
he sido muy cuidadosa con mi privacidad. [] Yo creo en el silencio, yo creo en la pri-
vacidad, para poder escribir” (García, 2022, 28:50-29:15).
Laura llegó a la literatura a través del periodismo; trabajó en las revistas colombia-
nas Cromos y Semana; también ha sido columnista en el diario La Jornada y en la revista
Proceso, de México. Y aunque nunca ha dejado el periodismo, pues se apoya en su oficio
Foto: Andrés Vergara
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de reportera para la producción de su obra literaria, sí reconoce que con la literatura
se siente más libre: “La literatura yo creo que ofrece un espacio de libertad que no te
lo da ni el periodismo ni la política, porque te permite convertir lo que pueden ser
consignas en ideas puestas sobre un papel para que los personajes se enfrenten ante
estas situaciones y puedan resolverlo a su manera” (Crónica, 2022, p. 12).
A su vez, al periodismo había llegado a través de la política. Estudió Filosofía y
Letras en la Universidad de los Andes, y después hizo un posgrado en Ciencias Políticas,
y se convirtió en profesora de Literatura en la Universidad Nacional de Colombia y en
la Universidad del Rosario. Pero se encarretó con el tema de la revolución, y decidió
entrar de lleno en la política: “primero en Colombia, luego durante un par de años
en el Partido Socialista de los Trabajadores en España, y luego en Argentina donde
durante cuatro años pertenecí a la resistencia clandestina contra la dictadura militar”
(Manrique, 2002). Además de su labor como cronista, en el periodismo se convirtió
en especialista en temas de política nacional e internacional. Fue gracias a su labor
periodística que se conoció con Gabriel García Márquez, quien se convertiría en un
mentor para ella.
El primer libro de Laura Restrepo fue Historia de una traición (1986), reeditado
después con el título de Historia de un entusiasmo, donde se mezclan periodismo y
política, pues se trata de un reportaje sobre la experiencia de la fallida negociación
(1984-1985) entre el gobierno de Belisario Betancur y el movimiento guerrillero M-19,
proceso en el que ella, una exmilitante, fue mediadora.
Después de aquel reportaje, Laura publicó La isla de la pasión (1989), su primera
novela, inspirada en una historia real de exilio y supervivencia de un grupo de solda-
dos en la isla Clipperton, a 1085 kilómetros de Michoacán; hoy su obra literaria ya es
prolífica, con once novelas, un libro de cuentos y otro de poesía para niños.
Su segunda novela es Leopardo al sol (1993), inspirada en una historia real de la lucha
entre clanes del narcotráfico en Colombia, resultado de una larga pesquisa periodística.
Françoise Bouvet (2014) afirma que con esta novela, “La autora parece recordarnos
que duerme en cada uno de nosotros un monstruo cuyo despertar favorece la socie-
dad, y particularmente la del narcotráfico colombiano de los años 80, confrontada a
una pérdida de valores y a la aparición de nuevas veneraciones que pueden conducir a
derivas monstruosas” (párr. 35). Una obra en la que se ofrece también “una reflexión
sociocultural sobre el fenómeno de la violencia y más exactamente del narcotráfico en
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Colombia, durante la época de la transición de bonanza marimbera a la cocaína, finales
de la década de 1970 y principios de la década de 1990” (Ramírez Vásquez, 2007, p. 94).
En 1995 aparece Dulce compañía, en la cual la protagonista, una especie de alter
ego de la autora, es una periodista a la cual envían a reportear la supuesta aparición de
un ángel en un humilde barrio bogotano. En esta obra se destaca el periodismo como
método de investigación y como tema novelado, una novela en la que “Se construye
con mucha claridad el destino de abandono y orfandad de las mujeres y los niños en
esta sociedad no solo patriarcal, sino impune” (Navia Velasco, 2005, p. 9).
La siguiente novela es La novia oscura (1999), en la cual encontramos otra vez a la
narradora periodista que nos presenta una historia protagonizada por Sayonara, una
muchacha que se desenvuelve en un ambiente de prostitución y violencia en un pueblo
petrolero de Colombia. María Clemencia Ardila (2015) observa que tanto en esta obra
como en Hot sur (2012) en la cual aparece como protagonista una migrante colombiana
en Estados Unidos, la estrategia narrativa de Laura Restrepo
[…] consiste en configurar una voz narradora que se auto representa [sic] como reportera e investiga-
dora y que encarna una ambivalencia referencial particular. De una parte, se omite toda información
que permita identificarla más allá de su oficio o su nacionalidad: es una periodista colombiana de la
cual no se sabe su nombre ni se conocen datos acerca de su vida (pp. 229-230).
Después vendrían La multitud errante (2001), en el que se aborda el desplazamiento, otro
de los temas dramáticos en la historia colombiana, seguida por Olor a rosas invisibles (2002),
una historia de amor y de adulterio, y después llegaría Delirio (2004), otra novela en la
que se adivina a la periodista detrás de la novelista, por la manera como retrata al país
en el que la sociedad ha sido permeada por el narcotráfico en todas sus esferas sociales,
con ese telón de fondo de la violencia constante, donde al final, más allá de Agustina, la
protagonista, todos los personajes parecen sumidos en esa especie de delirio: es toda la
sociedad la que ha perdido la cordura. En esto coincido con Alejandro Sánchez Lopera
(2014) cuando señala: “quizás el que está loco, o poseído, no es el cuerpo de Agustina.
Es el cuerpo social” (p. 66).
En Demasiados héroes (2009), la autora presentará, a través de su protagonista, Lorenza,
que llega a Buenos Aires con su hijo Mateo, en busca del padre al que no conoce, es
decir en busca de sus orígenes, una evocación de su propia militancia en un movimiento
político clandestino de Argentina que luchaba contra la dictadura. Una obra en la que
la autora hace una apuesta por los diálogos, que ocupan un 95 % de sus páginas, y de la
cual sale bien librada.
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En 2018, a través de Los Divinos (2018), Laura Restrepo, la escritora, se dejaría hablar
otra vez al oído por la periodista que nunca ha dejado de ejercer su oficio, para pre-
sentar una historia inspirada en el feminicidio que conmovió a Colombia en 2016, por
el crimen contra Yuliana Samboní, una niña indígena de siete años raptada, violada y
asesinada por un arquitecto miembro de una acaudalada familia de Bogotá. Una historia
que la conmovió también a ella: “Decidí entonces hacerla no en términos periodísticos,
porque reportajes se habían hecho muchos, sino tratar de extraer elementos a través de
la ficción, plantearlo en términos más simbólicos y al mismo tiempo más íntimos, yo
no quería el recuento de los hechos, quería la mentalidad de los victimarios, su medio
social, sus hitos culturales. Cuál es el caldo de cultivo donde se producen este tipo de
hechos” (Pérez Salazar, 2019).
En Canción de antiguos amantes (2022), su novela más reciente, mantiene su protago-
nismo la periodista, pues en este caso el relato sobre el joven escritor Bos Mutas y su
obsesiva búsqueda de la reina de Saba en gran parte se inspira en las experiencias que la
escritora tuvo como reportera con Médicos Sin Fronteras, precisamente en esa región
de África donde transcurre la historia. Una historia en la que las mujeres vuelven a ser
protagonistas, desde un mundo marginal; a propósito de esto, ella tiene la convicción
de que el futuro del mundo no está en los vigentes centros de poder, sino en la periferia.
Empecemos por el principio, Laura. ¿Cómo se inicia en la literatura?
Yo creo que de muy chiquita siempre me fascinó. Mis padres me daban cuerda, entonces
les escribía historias, unas historias con dibujos que mi mamá conservó, por ahí están en
los álbumes. Y en casa estaba la biblioteca de mi abuelo, Enrique Restrepo, un hombre
muy culto. Y mis padres siempre fueron muy lectores, entonces desde pequeña sentí
fascinación por la posibilidad de escribir.
En alguna parte leí que su padre había vaticinado que usted seria escritora,
¿es cierto?
A él le llamaba mucho la atención, pero yo al principio me metí por otros lados. A los
17 años daba clase en la escuela pública. Esos muchachos fueron como muy decisivos
para mí porque me mostraron una Colombia muy distinta a la que yo vivía, digamos,
a la que era mi medio social. Me empujaron mucho a conocer esa otra Colombia y a
tratar de comprenderla, y a comprometerme con ella. Después di clases de literatura
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en la Universidad del Rosario y en la Universidad Nacional, y después me metí muy
duro en la política.
Antes de pasar al tema de la política, le quería preguntar si hubo algún hecho
relevante que la encaminara a dedicarse decididamente a la literatura.
Yo creo que la vida, Andrés, porque bueno, como militante de izquierda siempre es-
cribía: en los periódicos, en los folletines, en los pasquines que sacábamos. Pero claro,
de todas maneras yo era graduada en eso, había sido profesora, eso me encantaba.
Cuando tuve que optar muy jovencita, como a los 18 años, por una de las corrientes de
la izquierda, a mí me gustaron los trotskistas porque la persona que me inició andaba
con un libro de Proust debajo del brazo. Luego, después de unos años de militancia
en la clandestinidad en la Argentina, cuando llegué a Colombia acababan de fundar la
revista Semana. Entonces me llamaron y me incorporaron al equipo de redacción, y ahí
empecé con la sesión de política nacional como para ir vinculando en lo que venía de
la política. Y ahí saqué mi primer libro. Lo hice con toda la documentación que recogí
como comisionada de paz en los ochenta en las negociaciones de paz de Belisario Be-
tancur con el M-19. Estas negociaciones al principio fueron muy populares, ¿cierto? Uno
veía las cámaras de todos los noticieros, pero cuando eso se volvió un baño de sangre
y se cerraron las puertas de la negociación, ahí me volé a publicar lo que yo escribía, y
además me tocó salir al exilio porque a los comisionados nos perseguían tanto como a
los propios guerrilleros. Ahí nació el primer libro, un reportaje, que primero se llamó
Historia de una traición y después Historia de un entusiasmo.
¿Hubo algunos escritores u obras que hayan sido influyentes en su obra y en su
formación como escritora?
Tú mencionaste el empeño de mi padre en que yo escribiera. Cuando yo tenía 12 años
él me regaló una máquina de escribir ibm, grande como un barco. Él me acompañaba
todas las tardes a clases de mecanotaquigrafía, como en su sueño de que yo escribiera.
Yo solo empecé a escribir cuando él se murió, a sus 52 años, creo que como una forma
de evocarlo o sentirlo cerca. En ese momento empecé a releer todos los autores que
habían sido muy gratos para él, como tratando de pensar qué era lo que le gustaba a él,
qué era lo que tenía en mente que le hubiera gustado que yo escribiera. No necesaria-
mente cogí por ahí, pero sí eran mis libros de cabecera en ese momento. Él también
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era autodidacta porque estuvo en el colegio apenas hasta los 13 años. A él le tocó toda
la cultura norteamericana tan potente de los cuarenta, de los cincuenta; leyó a Hemin-
gway, a Steinbeck…
Y supongo que a Faulkner
Desde luego, a Faulkner. Eso era como lo que a él más le llamaba la atención. Entonces
por ahí empezaron mis lecturas. Digamos que de las lecturas de mi padre, lo que más me
sirvió a mí para vincular reportaje con literatura fue lo de Truman Capote, un maestro
en ese campo. Él en cierto modo se atrevía a romper las leyes del periodismo en aras
de la literatura. Acuérdate de que cuando él escribe A sangre fría hace una maniobra,
inclusive cuestionable desde el punto de vista ético y es que, según dicen, espera a
que condenen a muerte a los dos personajes que venía entrevistando para que el libro
tuviera una resonancia más grande, ¿cierto? Poderle dar un final. Yo creo que él se va
metiendo mucho en el campo de un periodismo tocado por la literatura o, podemos
decirlo, de una literatura que se apoya en el periodismo. Él abrió esa puerta, digamos,
que hoy en día es como el mecanismo habitual de escritores contemporáneos como
Emmanuel Carrère, por ejemplo.
Pasemos a otro de sus primeros libros, La isla de la pasión. ¿Cómo llegó a ese
tema que tiene de fondo una historia real?
Ese libro lo escribí en el exilio en México. Yo llegué allá cuando empezó como el gran
exilio colombiano a México a partir del 86. México era un país con una tradición muy
grande de acoger exiliados desde los tiempos de Lázaro Cárdenas, y ha mantenido esa
tradición. Llegamos muchos colombianos a raíz de todo lo que vino después del quiebre
de estos primeros acuerdos de paz. Yo tenía una investigación muy adelantada en Colom-
bia que había hecho desde Semana de lo que después fue un libro que se llamó Leopardo
al sol, pero ya en México no pude seguir adelante con la investigación. Yo seguía muy
amarrada a la idea de publicar reportajes, de escribir reportajes. Entonces me encontré
con esta historia que me pareció fantástica. Supe de esa isla en el Pacífico, en realidad
una isla bastante maldita por las complicaciones enormes que había para llegar allá, y
me enteré de una colonia de 60 mexicanos que se habían quedado allá como náufragos,
y me pareció apasionante la historia. Eso me sirvió para recorrer a México, de pueblo
en pueblo, tratando de ubicar a los descendientes de quienes habían protagonizado esa
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historia que había sucedido a principios del siglo xx… De ahí nació ese libro, con el cual
entendí que era necesario el periodismo de inmersión, porque yo quería una historia
que tuviera que ver con la vida íntima de los personajes, y a partir de una de esas cartas
de amor que me entregó uno de los descendientes, empecé a construir también la vida
sentimental de los personajes.
Uno ve que en obras como Leopardo al sol, La novia oscura, Delirio, aparecen
unos temas que son recurrentes en sus obras, como el protagonismo de las
mujeres, los dramas de la violencia física, pero también los dramas psicológicos
de los personajes. Hablemos un poquito de ese protagonismo de las mujeres.
Bueno, por un lado, como mujer siempre me ha apasionado explorar ese terreno que
en muy buena medida ha sido muy desconocido, aunque ahora no tanto. Era como un
universo que surgía muy interesante, ya presente en Leopardo al sol. Sin embargo, a mí
la tesis de mujeres buenas contra hombres malos, mujeres de paz contra hombres de
guerra no me sonaba, porque no correspondía a lo que yo veía. Dependía de cada quién.
Me interesaba mucho el protagonismo de las mujeres, pero en toda su complejidad.
Desde el principio me resultó falso y contraproducente desde el punto de vista literario
encajonar a las mujeres en buenas contra otros que eran malos.
Demasiados héroes, un libro que usted califica como autobiográfico —creo que
es el único autobiográfico hasta ahora—, donde a través de Mateo usted re-
toma la historia de su militancia en el Partido Socialista de los Trabajadores,
en Argentina. Y, bueno, cuenta un poquito la historia de su hijo. Hablemos de
Mariana. Su nombre de la militancia, ¿cierto?
Mariana, así es.
¿Quién es Mariana? ¿Qué buscaba Mariana en ese entonces?
Yo había militado en el trotskismo, ya llevaba unos años y allá nosotros creíamos que la
revolución no era internacional. No lo era. Entonces nos mandaban a distintas partes a
militar. Después de que me mandaron a otros lados me vine para España, estaba recién
caído Franco y era una época fantástica aquí en España porque estaban en plena apertura
democrática, una revolución política, sindical, sexual. Eran épocas de verdad fantás-
ticas acá. Y yo me metí a trabajar en una oficina de solidaridad con los desaparecidos
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argentinos, y en algún momento los que trabajamos ahí soñábamos con trabajar desde
adentro. Entonces me metí. En Argentina me mandaron con unos microfilms dentro
de unos tubos de dentífrico y un poco de dólares para llevarle allá a la resistencia. Era
mi mismo partido, pero en Argentina, y además el origen de esa ala del trotskismo era
argentino. Era un partido armado, aunque por principio estábamos contra la lucha arma-
da y sabíamos que la situación había sido muy catastrófica en el Cono Sur, pero era un
partido proscrito, como eran todos los partidos disidentes en ese momento. Entonces
empezaron ahí, cuatro años en la clandestinidad. Eso es como un mundo aparte, tiene
unas leyes propias muy fuertes, exige como un esfuerzo mental enorme acomodarse a
eso, casi un ajedrez. Es decir, eso tiene unas normas tan estrictas, que si tú te atienes a
eso tienes posibilidades de sobrevivir, pero si las violas, te agarran. Era interesante. Sin
embargo, el libro es de mucho tiempo después, cuando mi hijo llegó a la adolescencia
y surgió la necesidad de aclarar cosas que estaban pendientes. Él había nacido en ese
tiempo de militancia y el padre también era un militante del mismo partido, pero yo
no lo volví a ver. Entonces emprendimos con mi hijo un viaje para buscar al padre, que
estaba fugitivo desde hacía mucho tiempo.
Al hacer un paneo, un recorrido por su obra, uno podría decir que lo mismo que
la periodista que subyace detrás de esa obra de manera permanente también está
un poquito esa joven soñadora, esa joven Mariana que, de algún modo, busca
hacer justicia para muchos seres que han padecido esas injusticias.
Sí, claro, esto desde siempre. Como te digo, mi padre era un hombre muy libertario. No
se podía decir que él fuera de izquierda, pero por ejemplo cuando Fidel y sus guerrillas
se toman Cuba, mi papá nos llevó allá, él quería ver cómo era eso. Cuando Allende gana
e instaura la Unidad Popular en Chile, mi papá nos llevó a Chile también. Él era un
hombre como muy fascinado con el devenir de la historia y con todos los cambios que
marcaron su época, y al mismo tiempo un tipo muy libre en el sentido de que nunca
perteneció a un club social, nunca perteneció a una religión. No iba al médico, también
por eso se murió tan temprano. Era un personaje como muy encantador que me enseñó
también a vivir de una forma muy libertaria. En fin, es difícil ser colombiano y no vivir
pensando en un mundo mejor. Yo creo que esa es una impronta que tenemos la gran
mayoría. Hoy se ve en Colombia que sí somos mayoría los que estamos buscando un
mundo distinto.
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Laura, ¿su experiencia como periodista ha sido importante para su formación
y su profesión en literatura?
Sí, claro, lo sigue siendo. Yo me sigo apoyando mucho en entrevistas. Casi que no podría
arrancar a escribir si no fuera primero preguntando. Me fascinan las historias de la gente,
me parecen complejas. Me fascina la fidelidad que la gente tiene a sus propios dolores; por
ejemplo, por qué se reinciden una y otra vez en los dolores, en los mismos dramas. Me en-
canta descubrir como cuál es su sentido de la felicidad, qué los hace felices. Su sentido de la
dignidad, dónde lo ponen; la balanza de sus valores éticos. Esas son cosas que no descubres
bien si no hablas a profundidad con la gente. Entonces, en ese sentido, el periodismo o ese
contacto directo con la gente sigue siendo la fuente. Y también la lectura, otros autores.
¿Cómo ve el panorama hoy?
¡Caramba! Lo que pasa es que hoy el panorama mundial es absolutamente incierto.
¡Están pasando tantas cosas! Lo primero que yo te diría de cambios apabullantes es
que yo tengo la sensación de que estamos viviendo la era en que el Gran Imperio está
cayendo, que es el norteamericano, y siento que está intentando arrastrarnos a todos
a su debacle, ¿cierto? Todos amarrados de patas y manos para no caer en ese último
pataleo del capitalismo salvaje en el que vivimos. Entonces yo creo que lo primero es
mirar las cosas siendo conscientes de que no estamos solos en el mundo, somos una
pieza más. Inclusive una pieza fundamental hoy en día, cosa que por mucho tiempo
no se nos reconocía. Hoy en día Colombia, junto con otros países de América Latina,
estamos buscando salidas distintas, estamos buscando unas políticas más sociales, con
más coherencia. Estamos enfrentando los problemas de la educación, del hambre, unas
cosas que parecen olvidadas en el resto del mundo. Se ha vuelto a hablar de pobreza.
La palabra pobres había sido borrada del planeta por el imperialismo.
A propósito del narcotráfico, un tema que usted ha tratado, uno pensaría que
es momento de que se haga una propuesta seria de legalización de la coca, ¿no?
Claro. Fíjate que cuando voy a Estados Unidos y los periodistas me preguntan por eso,
yo siempre digo que deben tener en cuenta que van a terminar legalizando esto. De
alguna manera ya lo tienen legal, porque allá tú consigues coca o lo que se te dé la gana
en cualquier esquina. En algún momento lo van a legalizar como legalizaron el alcohol,
y en ese momento se van a acordar de naciones como Colombia y como México a las
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que reventaron con esa era de la prohibición. La legalización plantea problemas; desde
luego, no queremos una juventud que se desboque por ese lado, pero es un problema
que se debe ir solucionando ya en un terreno que no sea el de la absoluta hipocresía
que ha tenido esta era de la prohibición y la criminalización.
Hay una obra en la que la periodista vuelve a meter la cucharada y es Los divinos,
que hace tratamiento literario de un drama que estremeció al país: el caso de
Yuliana Samboní. ¿Por qué decidió retomar ese hecho en su novela?
Yo creo que eso se impuso. Yo ya había empezado a trabajar en lo que después vino
siendo la Canción de antiguos amantes. Pero cuando ocurrió ese crimen yo no pude volver
a pensar en nada más, yo creo que a todos los colombianos nos sucedió. Había como una
impronta simbólica en ese crimen, seguramente por la absoluta indefensión de la víctima
y la absoluta violencia del victimario. Eran como los dos polos de nuestra contradicción
que se tocaban de una manera brutal con el resultado que era de esperarse, y eso nos hizo
pensar, no solamente en el crimen mismo. Yo no quise hacer algo periodístico, tampoco
estaba allá. De pronto uno está acostumbrado a unos niveles de violencia, de silencio,
de desigualdad donde empiezas a verlo todo gris, y un hecho como ese es una grieta
que te permite mirar hasta el fondo. Más que el crimen mismo, al que en realidad no se
le dedican muchas páginas en la novela, me pareció interesante sobre todo preguntar
quiénes somos el resto de los colombianos, empezando por esos muchachitos bien y
siguiendo por sus madres, sus novias, sus secretarias, las prostitutas que contratan, las
amigas, qué clase de sociedad somos para que una cosa así pase y no trascienda como
hecho excepcional. Lo excepcional es que este se hizo público.
En Canción de antiguos amantes, de la cual tuve el privilegio de asistir a su pre-
sentación allá en Sevilla, usted hace un homenaje a las mujeres migrantes a
propósito del tema de la reina de Saba. Otra vez se cruza aquí la periodista que
escribe desde la experiencia viajando con Médicos sin Fronteras. ¿Cómo surgió
esta novela? ¿De dónde surge la idea?
Yo creo que esto ocurre no solamente en esa novela, sino en todas las que he escrito.
Yo creo en la urgencia de ampliar los márgenes y el campo de acción en la novela. Yo
creo que no nos podemos quedar en contar novelas del tipo tradicional con una buena
trama, unos buenos personajes, una acción coherente que captura al lector de principio a
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fin. Yo creo que eso es importante, pero debemos ir más allá. Hay que reventar la fuerza
que muchas veces le imponen criterios comerciales de las editoriales. No, no hay que
menospreciar a los lectores ni echarles la culpa. A la novela hay que reventarle la camisa
de fuerza y llevarla hacia otros lados. Si el ensayo se ha acercado tanto a la literatura, por
qué no puede salir la literatura al encuentro, y que se crucen en un punto donde logren
combinarse. Y en el caso de Canción de antiguos amantes, se mezcló con una serie de viajes
que venía haciendo a lo largo de los años con Médicos sin Fronteras, pero también con
la conciencia de que desde hace más o menos una década el centro del mundo ya no está
en el centro, sino que está en la periferia. Yo creo que donde se define el destino de la
humanidad es en la periferia: no en los mundos viejos, no en los imperios decadentes,
sino en lo que podamos hacer desde la periferia. En esas mujeres migrantes, en esa región
de Somalia y Etiopía de alguna manera uno vive el fin del mundo. Y al mismo tiempo
está la mujer migrante, con su capacidad de echarse encima a sus hijos, sus enfermos,
sus ancianos, ese valor enorme de echar por esos caminos del desierto viendo, buscando
ese lugar imposible donde la vida sea posible. Si hay algún futuro, es ese. Yo creo que la
humanidad va a sobrevivir en el camino. La raza humana volverá a ser una raza migrante.
En Canción de antiguos amantes están las mujeres migrantes de esa zona en la que es-
tuve, y las entrevisté, y traté de entenderlas y de interpretarlas, pero también las de todas
partes, las mujeres que recorren Centroamérica hacia el muro de la infamia de Trump,
y ahora de Biden, las que cruzan el mediterráneo sin que haya un puerto que las reciba,
las sirias que conocí en los campamentos de refugiados en la isla de Lesbos, en Grecia.
Yo tengo la sensación, de que es un gran río de mujeres y que, de alguna manera, en las
manos de ellas está el futuro. De alguna manera, ellas van abriendo la brecha. A esto ya
le he dedicado varias novelas: empecé con La multitud errante, sobre el desplazamiento
interno en Colombia; luego vino Hot Sur, que es sobre tres latinas indocumentadas, no
ya bregando a entrar a los Estados Unidos, sino bregando a salirse de Estados Unidos
cuando se colapsa el sueño americano; y pues ahora esta novela de ese éxodo del norte
desde el cuerno de África, por el desierto de Yemen, y de Etiopía, y de Somalia.
Otro de los temas recurrentes en algunas de sus obras es la religiosidad. ¿Hubo
algún protagonismo del tema religioso en su formación?
No, ninguno, Andrés; y lo religioso en realidad me interesa muy poco. Lo que me
interesa son los mitos en los cuales hemos crecido. Yo le doy una relevancia enorme
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a los mitos. Me parece que es una forma que encuentran los humanos de contarse a sí
mismos, explicarse a sí mismos su propia naturaleza. Entonces, donde los encuentro, los
exploro. En esa región en particular, que esas mujeres se asumieran como descendientes
de la reina de Saba, me abrió la puerta hacia un mito vivo. Mito que, de alguna manera,
servía para reforzar una dignidad o una sensación de cultura milenaria, arrasada por
otras culturas más recientes y, sin embargo, con conciencia de su propia historia y de
su propio peso en cuanto a cultura milenaria; pero también, digamos, el cristianismo,
pues es una serie de mitos que tienen que ver profundamente con nuestra manera de
ser. Eso de creer en un dios o de rezarle o de pedirle o de reunirse en iglesias para el
rito no me tocó, no tuve una formación religiosa, ni la conocí mucho.
Yo nunca sentí la religión como imposición. Ahora estoy leyendo un libro intere-
santísimo en ese sentido, de un filósofo contemporáneo, yo creo que de los más impor-
tantes, Peter Sloterdijk: Hacer hablar al cielo; y es una teoría que él se inventa, la teopoesía.
Él dice que Dios es un invento de los poetas; y arranca con los dioses más primitivos,
a través de la tragedia griega, de Platón, y luego en el mundo contemporáneo, pasando
por el medioevo, con san Agustín, santo Tomás, todos los grandes, Pablo de Tarso, los
grandes a los que él llama “poetas de la religión”, y es interesantísimo: es un análisis
literario de la evolución de Dios con todas sus contradicciones a lo largo de los siglos.
Es decir, trata a Dios como materia literaria, y eso es apasionante.
Volvamos a Colombia y al tema de las desigualdades, que es otro tema más o
menos recurrente en algunas de sus narraciones: ¿cómo percibe ese tema de las
clases sociales en nuestro país?
¡Brutal! Son mundos aparte. En esa medida, el triunfo de Petro me parece un paso
adelante para romper esas diferencias abismales que, además, están marcadas por un
odio muy criminal. En todos lados existen las clases sociales. Actualmente, en el mundo
hay una tendencia a que se aparten, quizá como nunca antes. Porque hay un enrique-
cimiento de los más poderosos, como no se había visto antes. En el día de hoy, un tipo
como Elon Musk parece nacido como en otro planeta, ¿cierto? ¿Qué tiene que ver una
persona de clase media con un multimillonario como esos? Son otra especie. Y en
Colombia tenemos ese problema, yo creo que desde la Conquista, desde la Colonia,
hay una especie de predominio de los blancos y una especie de esquema de mejor a
peor, que va de los blancos, los morenos, los indígenas, los negros. No hemos logrado
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zafarnos de ese esquema. Por eso me parece maravilloso que hoy haya indígenas en el
gobierno, que la presidenta sea negra, que se les reconozca poder a esas razas que son
lo que de verdad tenemos. Entonces, son importantes los pasos que se están dando hoy
en día para reventar ese esquema tan criminal y tan suicida, porque eso es un esquema
contra lo que somos. Me parece fundamental desde todo punto de vista que Colombia
empiece a avanzar. Es muy importante que un tipo que viene de la guerrilla, que ha
contraído el compromiso de dejar las armas, y lo ha cumplido, con un desempeño tan
valiente como fue su participación legal en la vida parlamentaria, que un tipo así haya
llegado a la presidencia me parece tan importante como que un indígena haya llegado
a la presidencia de Bolivia. Yo creo que eso marca el derrotero de América Latina. Van
a hacer lo posible por desviarnos de ese camino a como dé lugar, pero por ahí es por
donde hay que seguir para asumir nuestra verdadera identidad y para acabar con esos
falsos esquemas y esas falsas jerarquías que nos han impuesto, y de las que no hemos
podido salir.
Casualmente esta era la siguiente pregunta: ¿cómo cree que será el devenir de
Colombia en los próximos años con el gobierno de Petro?
Primero, te diré que me da recelo de nosotros los colombianos, que nos miramos mucho
el ombligo, ¿cierto? Nuestro futuro depende del futuro de lo que pase en el resto del
planeta, y ahora está muy cuestionado todo. Entonces en primer lugar debemos mirar
qué papel jugamos en el escenario internacional. Hoy en día los ojos están puestos
en Colombia, por lo que sucedió en las elecciones. Todo mundo está pendiente: ¿los
van a dejar, no los van a dejar? ¿Qué tipo de oposición va a poner el poder tradicional,
extranjero y colombiano para reventar ese intento que hay en Colombia de revertir los
esquemas y de avanzar hacia una economía menos cruel? E internamente la confronta-
ción es enorme. Como escritora, a la distancia y con independencia, sigo con enorme
expectativa, simpatía, al gobierno de Petro. Los problemas van a ser infinitos. Creo
que es un hombre enormemente inteligente, eso lo puedo decir sin temor. Es una de
las personas más inteligentes que he conocido. Me parece que tiene el apoyo en su
vicepresidenta Francia, y representa todo lo que ha ganado la movilización popular,
indígenas, negros, mujeres, jóvenes, durante estos últimos años en Colombia. Tiene
también todo el apoyo de lo que es la trayectoria democrática desde los procesos de
paz, la Asamblea constituyente, la conmoción de los paros cívicos. Entonces, tiene
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una gran fuerza detrás, ojalá la movilice. Los presidentes, por lo general, tienen pánico
de mover al pueblo. Esperemos que Petro nunca se olvide de que tiene al pueblo para
responderle y también para apoyarse en él.
Bueno, entonces podemos concluir que estamos de acuerdo en que este cua-
trienio abre una gran esperanza para el país.
Yo creo que sí, en el ámbito nacional, para ponernos al día también no solamente con
nuestras grandes diferencias sociales y nuestra tremenda inequidad con las víctimas
y con los pobres, sino también para ponernos al día en una nueva forma de vivir en
términos de sostenimiento del propio planeta y de respeto hacia una naturaleza que
estamos a punto de perder; y en esa medida nos conectamos también en el escenario
internacional, como te decía yo, de una manera clave: Colombia tiene el Amazonas más
intacto; yo te podré decir con todas las letras que el mayor tesoro de la humanidad en
este momento lo tenemos nosotros, los colombianos, con la Amazonía.
Y es muy importante la política que va a plantear el gobierno en estos años
también, respecto al tema del cuidado del medio ambiente.
¡Fundamental! El gobierno parece bien orientado en ese sentido. Podríamos imple-
mentar una nueva forma de vida, ¿cierto? Donde no sea el ego, el consumo, el tener, el
comprar lo que predomine; José Saramago decía que lo contrario de neoliberalismo es
conciencia. Esta es una máxima a seguir.
A propósito de Saramago, y volviendo al asunto editorial y del libro, usted ha
obtenido premios importantes para su obra. Saramago fue jurado de uno de los
premios más destacados que le han concedido. ¿Usted cree que esos premios
han sido importantes para su carrera? ¿Cree que son trascendentes los premios
literarios para un escritor?
Mira, sí y no. Si bien le dan un impulso a tu obra, y a veces también significan ingresos,
que en esta carrera es tan difícil obtenerlos; pero, por otro lado, quien haga la carrera
pensando en los premios, yo creo que igual muere, ¿sabes? Yo creo que los premios, si
vienen, está muy bien, pero también he creído que con los premios siempre pasa como
con las reinas de belleza, que te ponen el cetro y la corona, y al año siguiente te lo quitan
y, de pronto, el teléfono ya no suena, y ya no te llaman los periodistas, se acabó el reinado.
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Entonces yo creo mucho más en la construcción sistemática, paciente de una carrera
literaria, como cuidarse de no caer en tentaciones de hacer cosas comerciales, porque
si bien venden más, y de pronto te facilitan más la parte de sobrevivir de tu trabajo, al
mismo tiempo son más perecederas. Entonces, sí, los premios son, como decía Andy
Warhol, esos quince minutos de notoriedad y, sí, un buen premio te da visibilidad, te
da más contacto con el público, pero también es pasajero. Me choca la idea de ver la
literatura como una carrera de caballos y catalogar el primero, el segundo, el tercero
y los demás, que es como una masa indeterminada, me parece injusto, me parece que
normalmente los mejores quedan en la masa indeterminada, los no reconocidos. Creo
que en la historia del arte, la mayor parte de las veces ha sucedido así, que los mejores
no son los más conocidos. Entonces yo me iría con pies de plomo en ese terreno de
los premios.
De acuerdo. ¿Cómo ha sido su relación con los editores?
Primero, tengo la suerte de tener un agente maravilloso, yo creo que hay que tener
un agente, necesariamente. Para poder sobrevivir en este mundo, tienes que tener un
agente que sea una persona seria, que te provea tratos decentes con los editores, que
te busque buenas traducciones, que te busque la manera de aparecer en otras lenguas
también, para que tu obra tenga más alcance. Un agente que sea una persona respetuosa,
porque no es fácil. Segundo, tengo también la suerte de que llevo muchos años con la
editorial que me publica, y tengo una maravillosa relación con sus equipos.
¿Recibe la crítica que se produce en torno a su obra?
Sí, eso como que tiene dos niveles también. Por un lado, sí, es interesantísimo, y más
bien, lo que uno lamenta es que no haya más crítica en nuestro medio, que es muy
difícil que se publiquen cosas sobre… no solo mis libros, sobre los libros en general,
prácticamente no hay crítica. Por otro lado, tengo mucho cuidado también. Yo no estoy
en las redes sociales, porque tampoco creo que sea bueno moverse un poco al ritmo de
si gustó o no gustó, creo que eso crea ansiedad y no te permite seguir con serenidad
tu propio camino. Tampoco creo que sea bueno estar diciendo vainas ahí todos los
días un poco a la lata. Entonces, las dos cosas: la crítica seria me interesa mucho y me
interesan mucho los comentarios de los lectores. Con las redes sociales sí mantengo
mucha distancia. De hecho, no estoy en ninguna, nunca he estado en ninguna red social.
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A propósito de esto, recuerdo que en una entrevista usted mencionó a un poeta
escocés que le decía que un escritor tiene que escribir sobre la esquinita del
mundo que conoce.
Ah, sí, ese es Alastair Reid, de quien tuve el privilegio de ser muy amiga. Ya murió hace
pocos años. Es un poeta y siempre me dijo que había una esquina del mundo que uno
conocía mejor que nadie, eso es incuestionable. En esa esquina, nadie sabe mejor que tú,
cada uno tiene una esquina donde es el absoluto experto y hay que escribir sobre eso, hay
que aprovechar, escribir sobre eso, porque ahí nadie te puede cuestionar o aducir que tiene
mejor conocimiento que tú, puede ser lo que sea, puede ser la vida de tu abuela, puede
ser la tragedia de tu pueblo, puede ser la memoria de cosas pasadas, puede ser tu propio
mundo fantástico. Hay una esquina, cada quien tiene que determinar cuál es, ahí eres el rey.
Laura, ¿nos quiere contar un poquito de su rutina, de su día a día como lectora
y como escritora?
Mira, yo creo que aquí mi hijo y mi compañero te dirían dos cosas: que soy obsesiva,
horriblemente obsesiva, y, que además duermo muy poco. Entonces yo creo que esos
son como los dos parámetros. Primero, estoy a todas horas dándole… un libro y otro
libro y por dónde va este capítulo, cómo le voy a hacer, y este personaje, sueño con
eso; cuando estoy haciendo algo o conversando con alguien siempre pienso en lo que
estoy escribiendo, y como duermo poco, leo mucho. La lectura es una fuente de ali-
mentación para tu propia escritura. Por otro lado la vida de campo aquí es exigente, hay
que dedicarle tiempo también a eso, una casa vieja requiere muchísimo cuidado, eso lo
hacemos aquí con mi hijo con mucho gusto; hay trabajo al aire libre, están los perros,
está la posibilidad de caminar… Hacemos todos los trabajos de la casa. Pero, aparte de
eso, estoy todo el día dándole a la escritura, desde muy temprano por la mañana hasta
que ya como que me derrota el cansancio. Pero sí, yo creo que uno para escribir se
vuelve infinito en las horas de trabajo, me dirás tú si no es así.
Claro, se le juntan a uno el día y la noche, como a don Quijote con la lectura.
Tal cual.
¿Y qué piensa usted del llamado lenguaje inclusivo? Pasamos de los y las a
expresiones como “todes” o “miembres”?
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A ver, desde luego que cualquier avance hacia la igualdad de los sexos me parece fun-
damental hacia la existencia no binaria, hacia quitarle peso a esa definición rotunda
a partir de tu sexualidad, eso me parece clave, me parece uno de los logros contem-
poráneos: la libertad de que cada quien haga con su sexualidad como quiera, sin que
eso sea un secreto, ni un problema, ni un motivo de castigo o de aislamiento. Ahora,
cuando esa lucha se distancia de la lucha social, a mí me parece que empieza a ir en
contravía; ese exceso de celo con el lenguaje lo veo como parte de esa expresión: de
una lucha que se distancia, que se vuelve sectaria, que aparta al resto de la gente, como
imponerle a la gente una secta. Yo no le doy esa importancia a la transformación en
el lenguaje, yo me inclino mucho más a las transformaciones en términos de igualdad
en el trabajo, de respeto en el trato, de la crianza igualitaria de niños y niñas que a ese
problema lingüístico.
De acuerdo. Por otro lado, su obra más reciente es Canción de antiguos amantes.
¿Alguna pista para los lectores de lo que podemos esperar en la próxima obra?
¡Uy! Mira, estoy en ese momento delicioso en que uno puede escoger, en que ya después
te montas en una y exige un periodo de monogamia absoluto para no desviarse de su
tema, y poder terminarla algún día; entonces, ahora tengo como cinco cosas: un día le
doy a una, otro día le doy a otra. Pero son unos meses muy sabrosos en que puede ser
uno diletante y darse el gusto de probar con una y con otra hasta que hay alguna que va
cogiendo más ritmo y sale adelante: ahorita tengo como cinco proyectos, y voy dando
tumbos para un lado y para el otro.
Bueno, estaremos atentos. ¿Tiene algún superhéroe?
Fíjate que aquí en Europa se le requinta a uno mucho la fascinación por Bolívar. Bueno,
la fascinación por Bolívar siempre la he tenido, pero aquí casi que quiere uno llevarlo
en la camiseta siempre.
¿Y algún antihéroe?
¡Uy, sí! Me chocan horriblemente todos los dirigentes de las potencias, no me los resis-
to, no me resistí a Trump; ahora resulta que Biden me parece igual, me choca la forma
como la Unión Europea se está plegando ante los Estados Unidos.
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Me imagino que a Obama le fue mejor.
Pues le fue mejor por ser negro, pero en sus políticas yo veo a un demócrata como
cualquier otro. Más simpático y con más estilo, sí; y pues el hecho fantástico de que
un negro fuera presidente de Estados Unidos, que eso desde luego no se olvida y es un
hito; pero si uno se pone a mirar cuáles fueron sus políticas, pues tampoco es que fuera
así el salvador de la patria, no, y del mundo, menos.
Bueno, para terminar, quisiera preguntarle: ¿con qué sueña Laura Restrepo?
A ver, con qué sueño… ay, digamos como sueño personal o…
A lo que se quiera referir, puede ser personal o comunitario...
Bueno, un sueño comunitario es la supervivencia de la especie. Te juro que hoy en día
sueño eso; que no les dé por estallar la bomba atómica, que ya como que empieza uno a
sentir que le está pisando los talones, están jugando con eso como quien juega al fútbol.
Entonces, sobrevivir, lograr inventarnos una forma de convivencia, de cambio hacia una
economía humana y respetuosa con la naturaleza. Ese es como el gran sueño, ¿cierto?
Sería increíble que algo tan elemental fuera a la vez tan vital, pero en esas estamos en
este momento.
Y como un sueño personal, a ver, me acaba de nacer el primer sobrino-nieto; somos
solo mi hermana y yo, y nació el primer hijo de una sobrina. Entonces me da una ilusión
enorme el nacimiento de ese pequeñito, y me gusta soñar un mundo posible para él;
y en cuanto a libros, me la paso soñando con una cosa loca, que es hacer algún día la
historia de Vivaldi como profesor de música y de coro en ese orfanato para niñas de
Venecia, ese me encantaría. Lo veo lejano porque tendría uno que tener mucho dinero
para un proyecto así, pero me encantaría que la vida me diera para a hacerlo.
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