103Estudios dE LitEratura CoLombiana 52, enero-junio 2023, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.350796
* Este artículo es parte del proyecto de
investigación del semillero Literatura
y Sociedad, titulado “Entre Chambacú
y Changó: narrativas intermedias de
Manuel Zapata Olivella” y financiado por
la Universidad de Cartagena (Resolución:
20602/2019). El mismo contó con la
participación de las estudiantes del
programa de Lingüística y Literatura
Catalina Payares y Andrea Padilla.
Cómo citar este artículo: Valero, S.
(2023). La maraca embrujada por jibaná,
de Manuel Zapata Olivella: pre-textos
y reescritura. Estudios de Literatura
Colombiana 52, pp. 103-121.
DOI:
1
svalero@unicartagena.edu.co
Universidad de Cartagena, Colombia
https://doi.org/10.17533/udea.
elc.350796
Editores: Andrés Vergara Aguirre,
Christian Benavides Martínez
Recibido: 10.08.2022
Aprobado: 24.11.2022
Publicado: 31.01.2023
Copyright: ©2023 Estudios de Literatura Colombiana.
Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los
términos de la Licencia Creative Commons Atribución –
No comercial – Compartir igual 4.0 Internacional
L a maraca embrujada por jibaná,
de M anuel Z apata Olivella:
pre- textOs y reescritura
La maraCa Embrujada por jibaná,
by Manuel Zapata Olivella:
Pre-texts and Rewriting
Silvia Valero
Resumen: Este artículo analiza la presencia de pre-textos en la
novela inédita La maraca embrujada por jibaná, de Manuel Zapata
Olivella. A través del concepto de “geografía de la imaginación”
(Trouillot, 2011) se argumenta, por un lado, que las columnas
aparecidas en El fígaro y Cromos sedimentan la base ideológica
que se revela en la novela en términos de salud, exploraciones
científicas y visión del Pacífico colombiano; y por otro, que al-
gunos relatos de Pasión vagabunda (1947) fueron el punto de
partida para la construcción narrativa de La maraca pero desde
una perspectiva actualizada en función de los discursos sociales
de los años 60.
Palabras clave: Pacífico colombiano, medicina, salud,
modernidad, Manuel Zapata Olivella.
Abstract: This article analyzes the presence of pre-texts in
Manuel Zapata Olivella’s unpublished novel La maraca embru-
jada por jibaná. Through the concept of “geography of imagi-
nation” (Trouillot, 2011), it is argued that, while the columns
published in El Fígaro and Cromos grounded the novel’s ideo-
logical base regarding issues such as health, scientific explora-
tions, and visions of the Colombian Pacific region, other nar-
ratives like 1947’s Pasión vagabunda (Vagabond Passion) set up
the starting point for the narrative construction of La maraca
embrujada por jibaná, but from an updated perspective that paid
attention to the social discourses of the 1960s.
Keywords: Colombian Pacific region, health, modernity, medi-
cine, Manuel Zapata Olivella.
1
*
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Silvia Valero
Estudios dE LitEratura CoLombiana 52, enero-junio 2023, eISNN 2665-3273, https://doi.org/10.17533/udea.elc.350796
Introducción
Durante los veinte años que van desde la publicación de En Chimá nace un santo (1964)
a Changó, el gran putas (1983), Manuel Zapata Olivella (1920-2004) trabajó en otros ex-
perimentos narrativos cuyos resultados fueron El fusilamiento del diablo (1986), que en
su primera versión se llamó ¡Viva el putas!, y dos novelas inéditas, El cirujano de la selva y
La maraca embrujada por jibaná. A pesar de que la crítica ha hablado de la existencia de
estas dos últimas (Quintero, 1998; Garcés González, 2002; Díaz Granados, 2003), solo
ha referido que fueron trabajos experimentales sin dar muestras de conocimiento de los
textos. El mismo Zapata corroboró que ambos proyectos no pasaron de ser ensayos en
la búsqueda narrativa que desembocaría en Changó. En todo caso, el presente artículo
es el primer acercamiento a las novelas, más específicamente a La maraca embrujada. 1
El cirujano de la selva y La maraca embrujada por jibaná no constituyen dos
historias diferentes, sino que hacen parte de los varios intentos de Zapata por
construir una novela. La primera de ellas consta de un manuscrito inicial de más de
quinientas páginas, sin finalizar, y una segunda versión más breve pero todavía con
su historia inconclusa. La tercera versión, a la que Zapata además le ha cambiado
el título por La maraca embrujada por jibaná, es la que finalmente el autor logra
cerrar. Si bien no es posible adjudicarle con exactitud una fecha de creación en
tanto no fue publicada, los indicios que se derivan de las aproximaciones pre e
intertextuales, así como algunas referencias concernientes a estudios de las ciencias
sociales producidos en la época, nos permiten ubicarla entrada la década del 60.
La maraca embrujada, novela sobre la que se concentrará este artículo, relata
un episodio de la vida de Jueves Santo Doria, un médico recién graduado en
Bogotá, que asume una vacante en un hospital de Condoto a causa del suicidio
del médico antecesor, el Dr. Fonseca. Una vez que ese personaje llega a Condoto
se encuentra con tres problemas: 1) el puesto de salud prometido no existe; 2) los
pobladores nativos se niegan a seguir las indicaciones médicas pues confían más
en el conocimiento ancestral de dos curanderos, uno indígena y otro negro, que
1 Si bien este artículo tiene como soporte el manuscrito de la novela que reposa en la biblioteca de la Universidad
de Vanderbilt, La maraca embrujada se encuentra próxima a ser publicada como parte del proyecto “Tensiones
entre ciencia y empirismo en el proyecto narrativo de las novelas inéditas El cirujano de la selva y La maraca
embrujada por jibaná de Manuel Zapata Olivella: una lectura desde la crítica genética y literaria”, del grupo
Comunidades Imaginadas Lationoamericanas (cila), a través de sus líneas Narrativas afrohispanoamericanas
y Crítica textual y edición crítica de textos latinoamericanos. El proyecto está respaldado por la Universidad de
Cartagena (Res. 01385/2021).
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se sirven de elementos naturales y rituales mágicos para sus curaciones; 3) aparece
un cuaderno de notas del Dr. Fonseca que Jueves Santo logra recuperar pese a
los esfuerzos de su secretaria por hacerlo desaparecer obedeciendo a temores
supraterrenales. Estos dos últimos hallazgos son los disparadores del conflicto
novelesco: el primero porque provoca una confrontación con los nativos que
pone en evidencia una mirada de corte “civilizatorio” de Jueves Santo contra las
concepciones locales en términos de salud, y el segundo porque las anotaciones
del Dr. Fonseca, que funcionan a modo de testimonio de sus reflexiones en torno
a las exploraciones sobre la botánica y la fauna que permitieran producir una
medicina local, serán un catalizador para la desestabilización de la mirada del
progreso y de la ciencia en la que está formado Jueves Santo como única manera
posible de concebir la realidad.
Estos dos personajes médicos pueden interpretarse en tanto dispositivos
epistémicos dentro de la dialéctica propuesta en la novela: el discurso científi-
co dominante en el caso de Jueves Santo y la interrupción de ese discurso por
parte de la población nativa. Los escritos de Fonseca, no sin conflictos en sí
mismo este último también, actuarían como la síntesis de esa dialéctica con la
propuesta de una medicina nacional. Todo ello con el telón de fondo que es el
impacto brutal de la minera Chocó-Pacífico sobre la naturaleza y las condiciones
de vida de la comunidad.
Manuel Zapata Olivella conoció el Chocó, según él mismo relata (1999),
en 1940, mientras era un estudiante de Medicina en la Universidad Nacional
de Colombia. Luego recogerá su experiencia en Pasión vagabunda (1949), libro
compuesto por relatos que testimonian su peregrinar por Colombia y Amé-
rica Central. 2 Mi hipótesis de lectura es que La maraca, más que producto de
su propia experiencia en el Chocó, es la conversión en novela de tres relatos
contenidos en Pasión vagabunda a los que añade algunas vivencias en la región
de Lorica, según cuenta el autor en su autobiografía Levántate mulato. Enten-
diendo, entonces, que La maraca tiene como germen a “Tras las huellas del
2 Curiosamente, en lo que respecta a los viajes de su juventud, la crítica se ha focalizado más en su itinerario por
Centro y Norteamérica (ver, por ejemplo, Maddox, 2016; Aldana, 2020), y no se ha detenido tanto en el testi-
monio de Zapata sobre su experiencia en el Pacífico colombiano, a pesar de ser uno de los pocos manuscritos
conocidos hasta ahora concentrado en esa región.
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difunto”, “Oro y miseria” y “El cirujano de los negros”, me interesa explorar
las convergencias y divergencias con estos pre-textos publicados veinte años
antes que La maraca, y a partir de este acercamiento responder a las siguientes
preguntas: ¿por qué retornar en los años 60 a una experiencia vivida y ya rela-
tada en la década del 40? ¿Qué motiva a Zapata a ficcionalizar aquellas crónicas
concentrándose en la medicina, la salud y la higiene sobre los que ya había
reflexionado en Pasión vagabunda? Si los críticos y el mismo autor coinciden
en que fueron trabajos experimentales hasta llegar a concebir a Changó, el gran
putas, ¿por qué la novela se sitúa en el Pacífico colombiano, espacio que no
será retomado luego en Changó?
Para tratar de responder a estos interrogantes, y teniendo como soporte el
concepto de “geografía de la imaginación” de Michael Truillot, el artículo se
estructura en dos partes: una primera, que explora brevemente los sedimentos
ideológicos de algunas columnas periodísticas tempranas de Zapata, aun anteriores
a Pasión vagabunda, que perduran en La maraca embrujada. Esto es relevante en
la medida en que, si bien concibo la primera como el germen de La maraca, se
producen desplazamientos de sentido entre uno y otro texto e inclusiones de
problemáticas en la novela que son elocuentes de que ella también dialoga con
escrituras más tempranas. En la segunda parte, el artículo introduce el impacto
que algunas personalidades del campo de las ciencias médicas y sociales tuvieron
en la producción de los textos abordados aquí. Ello sirve para entender la dis-
cusión de Zapata con respecto a la función social de la medicina pero también
su diálogo con los estudios antropológicos de los años 60. Articulado con esto,
se revisa la configuración de la naturaleza y la gente del Chocó que despliega
el joven Zapata en Pasión vagabunda y, a través de Jueves Santo, en La maraca
embrujada por jibaná.
Sedimentos ideológicos de las escrituras tempranas de Zapata Olivella
Michel Trouillot (2011) propone la coexistencia de dos cartografías a través de las cuales
puede ser leído el capitalismo mundial desde sus orígenes: la geografía de la imaginación
y la geografía de la administración. Coexistentes en el proceso, esta última refiere a la
“elaboración e implementación de procedimientos e instituciones de control interior y
exterior” (p. 83), a las “características materiales y organizacionales con el fin de organizar
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el espacio con propósitos económicos y políticos” (p. 84). En este sentido, la geografía de
la administración, correspondiéndose con el proceso de modernización inherente al capi-
talismo, crea lugares “como una relación al interior de un espacio concreto” (p. 84). Por su
lado, la geografía de la imaginación se asocia con la de la administración en la recreación
constante de Occidente (p. 91). Vinculada con la modernidad, proyecta ese lugar que está
localizado sobre un espacio —no un lugar concreto— que es ilimitado. Para prefigurar este
espacio ilimitado, la geografía de la imaginación necesita referir una única temporalidad
en la cual se posiciona el sujeto localizado en ese lugar. Desde esta perspectiva, y como
parte de la geografía de la imaginación, la modernidad requiere de dos espacios comple-
mentarios inseparables: un Aquí y un Allá que implican un sujeto adentro y afuera de la
línea histórica por la cual corre la modernización capitalista, cuyo poder es condición de
posibilidad, además de la modernidad. Dice Trouillot (2011):
No todo el mundo puede estar en el mismo punto a lo largo de esa línea; algunos se vuelven más avan-
zados que otros. Desde el punto de vista de cualquiera en cualquier parte de esa línea los otros están
en otra parte, adelante o atrás. Estar atrás sugiere otro lugar que está adentro y afuera del espacio
definido por la modernidad: afuera en la medida en que estos otros aún no han llegado al lugar donde
ocurre el entendimiento; adentro en la medida en que el lugar que ocupan ahora puede ser percibido
desde ese otro lugar en la línea (p. 92).
Siguiendo esta línea de lectura, el punto de partida de mi acercamiento a La maraca,
más que explorar el mecanismo discursivo a través del cual Zapata Olivella posiciona el
mundo de su ficción en ese espacio denominado geografía de la imaginación, es revisar la
relocalización de esta última veinte años después de haber publicado Pasión vagabunda,
mediante los conceptos de higiene, progreso y civilización como única manera, en la
novela, de concebir las diferentes realidades nacionales, propia de los discursos médicos
de las primeras décadas del siglo xx.3
Si bien Pasión vagabunda es el pre-texto más importante en la construcción de La
maraca embrujada, al leer la novela inmediatamente se regresa a los artículos periodís-
ticos publicados tempranamente por el joven Zapata, pues sus sedimentos ideológicos
van a encontrarse en los escritos ficcionales y ensayísticos de las décadas del 60 y 70.
Tenerlos en cuenta es relevante porque entiendo que La maraca no tiene un principio
3 El hecho de no abordar aquí la tensión entre la medicina científica y el pensamiento sacromágico que es el eje
problemático de La maraca responde a que las enfermedades y su curación a través de prácticas ancestrales no
es todavía ni siquiera mencionada en Pasión vagabunda. Por lo mismo, la figura de Fonseca y su propuesta de
“medicina nacional” que es original de La maraca tampoco es competencia del presente análisis.
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ni un final en sí misma, sino que su totalidad transciende su propia materialidad en
tanto encontramos la posición de Zapata con respecto al pensamiento científico y la
modernidad mucho tiempo antes de su escritura, en las columnas “Misticismo” y “Las
ciencias Naturales en el Nuevo Reino de Granada”, ambas de 1938, y más específica-
mente en lo que respecta al ámbito de la novela a estudiar aquí, “Panorama y vida del
Chocó” de 1940.
Zapata fue un gran admirador de los viajeros del siglo xviii. En el artículo titulado
“Las Ciencias Naturales en el Nuevo Reino de Granada” (El fígaro, 27 de junio de 1938),
expone su atracción por el trabajo de José Celestino Mutis y otros exploradores de dicho
siglo no solo en cuanto al aporte de sus investigaciones para el reconocimiento de la flora
local, sino también porque los lee como un disparador para el despegue de un sentimiento
nacionalista que abone al progreso del país: “Esta era de progreso, inolvidable por la plé-
yade de sabios criollos, por las fecundas investigaciones y el constante reconocimiento de
la tierra patria, no ha logrado renovarse desde que sucumbió, ya por la muerte de Mutis
(1808) […] ya por la guerra de independencia” (Zapata Olivella, 1938a, p. 6).
En ambos artículos de El fígaro no puede dejar de leerse el impacto que las ideas de
su padre tuvieron sobre el joven Zapata. Así, a la convicción de que en la ciencia estaban
las explicaciones de todas las verdades se le suma la de que las fundamentaciones basadas
en lo religioso son una involución mental y cultural (Martán Tamayo, 2018, p. 75). Zapata,
como lo hará luego en La maraca con las creencias ancestrales de la población, buscará
desmontar el pensamiento que otorga poder a las fuerzas divinas del catolicismo en el
artículo “Misticismo”. Aquí Zapata Olivella (1938b) se ocupa de explicar cómo las in-
vestigaciones médicas resolvieron desde una perspectiva científica el misterio del ayuno
durante muchos años y la experiencia mística de dos jóvenes europeas. Es elocuente,
entonces, que ya se vislumbraba en el escritor su adscripción a la idea del progreso que
se ha asociado desde siempre a la modernidad y el pensamiento ilustrado, “centrado en la
predicción, el control y el dominio del mundo físico y natural” (Acevedo et al, 2022, p. 13).
Todavía no aparecían en estas primeras publicaciones periodísticas de Zapata Olive-
lla las reflexiones acerca de las creencias sacromágicas de las comunidades indígenas o
negras de Colombia sobre las que pensará años después, provisto de otras experiencias
y lecturas. En todo caso, de su incursión temprana por el Chocó en 1940, la primera
impresión queda graficada en el artículo “Panorama y vida del Chocó”, publicado en
Cromos ese mismo año.
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En “Panorama”, Zapata se concentra en la cuestión socioeconómica y vital de los
pobladores en ese espacio en el que la explotación minera junto con el clima constituyen
los dos elementos avasalladores de la vida de la gente. El territorio ya es observado de
manera amenazante para los hombres y la civilización: retoma en su discurso la retórica
de la época que le conocimos en los artículos dos años antes, ahora para describir el
lugar desde la perspectiva del atraso y las condiciones insalubres:
Eso es el Chocó: selva, agua y riquezas. […] El chocoano lucha con la agresividad del follaje
que se esconde en sus entrañas: la reciedumbre del trópico arañado de fiebres amarillas, el
ardor sofocante de un sol insoportable que lame el dorso del minero; […] aguaceros torren-
ciales y la humedad subterránea (Zapata Olivella, 1940, p. 6).
Reafirman este pensamiento epígrafes de fotografías de los pobladores que ilustran el
artículo. Tal es el caso de “Cuatro hombres impelidos por la búsqueda aurífera se apar-
tan de la civilización” (p. 7) o “Un par de tipos aborígenes del Chocó, raza fuerte y sana
que resiste la dureza del clima y de la vida primitiva” (p. 7), que no dejan de impresionar
por su cercanía con los juicios emitidos por la Comisión Corográfica del siglo xix, pero
también se corresponden con las afirmaciones que sobre las zonas más marginales y
socioculturalmente periféricas sostenían algunos científicos y políticos.4 Estos ponían
en el centro de la discusión la necesidad de políticas públicas en materia de higiene en
aquellos espacios considerados más atrasados en términos de civilización, progreso y
modernidad, como efecto de problemas de orden psíquico y físico que evidenciaban la
“degeneración de la raza” en Colombia (Restrepo, 2007, p. 47; Villegas Vélez y Castrillón
Gallego, 2006; Castro Gómez, 2007; Solodkow, 2022). Entre otros impactos en el ámbito
de la salud pública, la higiene también se inscribía en el ideario positivista de “redención
de los pueblos a través de la ciencia” (Hernández, 2000, p. 27), lo cual llevaba aparejado
un fundamento económico porque, por un lado, sostendría buen recurso humano para
el trabajo además de ayudar al progreso mediante la mejora de las razas, y por otro, im-
pediría la propagación de enfermedades e infecciones que podrían afectar el comercio
internacional, circunstancia sobre la que se habían establecido algunos parámetros de
prevención en la VII Conferencia Sanitaria Panamericana reunida en La Habana en 1929
4 Si bien es el pensamiento propio de las élites de las primeras décadas del siglo xx, Appelbaum, Macpherson
y Rosemblatt (2003) afirman que entre los años 50 y 60 en América Latina las doctrinas de modernización y
desarrollo todavía manejaban los discursos civilizacionales de los períodos anteriores en cuanto a la reificación
de cultura, espacio y biología humana (p. 8).
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(Quevedo, 1996, p. 352).5 A ello se anexaba la idea de “lo tropical” que se arrastraba desde
el siglo xix, como espacio geográfico con características singulares relativas a la población,
la naturaleza y las enfermedades, territorios con dificultad para entrar en la categoría
de “civilizados” (Stepan, 2001; Villegas Vélez y Castrillón Gallego, 2006). Frente a estas
distinciones reificadas se creaban relaciones de poder afincadas en el territorio, ya que
las fronteras espaciales eran construidas por ideas racializadas de progreso y modernidad
(Appelbaum, Macpherson y Rosemblatt, 2003, p.10).
Con estos antecedentes, es fácil revelar que la imagen de Jueves Santo sobre Con-
doto y sus alrededores, en la que se definen el tiempo, el espacio y los habitantes de La
maraca, se ancla en esa doble cara: por un lado, la visión distópica tanto de la geografía
selvática y lluviosa, casi inhabitable desde dicha mirada, como de la propia gente, cuya
vida cotidiana está condicionada por y adaptada a ese “espacio acuático” (Oslender,
2008); por el otro, la tradición de pensamiento modernizador que, a semejanza de la
geografía de la imaginación que propone Trouillot, busca reproducir el avance científico
como productor de civilización.
La maraca embrujada por jibana: veinte años después de Pasión vagabunda
Cuando en la década del 60, impulsado por una búsqueda de “lo nacional” en la
producciones culturales, 6 Zapata decide reunir sus tres intereses, literatura, medi-
cina y antropología, en un solo texto que finalmente será La maraca embrujada, se
inspirará en los tres relatos de Pasión vagabunda — “Tras la huella del difunto”, “Oro
y miseria” y “El cirujano de los negros” — tanto para la construcción de los caracte-
res de los personajes Jueves Santo, el Dr. Fonseca y el Dr. Ballesteros, como para la
representación de la naturaleza en su inmensidad y de los habitantes de la región. En
la novela, cuyo foco en lo nacional estará concentrado en la propuesta de creación
de una medicina que permita agrupar saberes científicos y empíricos, profundizará
5 De acuerdo con Quevedo (1996), Colombia firma los acuerdos de salud interamericanos e inicia una carrera de
transformación de su estructura sanitaria a lo largo de la primera mitad del siglo xx que culmina con la crea-
ción del Ministerio de Higiene en 1946 (p. 352). De tal manera, la orientación hacia la salud pública permitió
evidenciar la carencia de médicos particularmente en las áreas rurales (Soriano Lleras, 1970, p. 67), una de las
problemáticas en las que Zapata Olivella hace hincapié en su novela.
6 En 1965 Zapata funda Letras Nacionales con el objetivo de ampliar la nación literaria; y en 1966, siendo Director
de la División de Divulgación Cultural del Ministerio de Educación, organiza el Primer Congreso Nacional de
Cultura Colombiana, proyecto que se realizó durante un mes en diferentes ciudades del país. Con La maraca
añade la idea de una “medicina nacional”.
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la problemática geográfica del Chocó, los efectos de la minería en el ambiente y en
los pobladores, y las dificultades para el proceso de introducir la medicina científica
en virtud de las creencias de los nativos, en su mayoría pobladores indígenas, pero
también negros y mestizos.
Retomando las preguntas acerca del interés de Zapata por retornar a las historias
de Pasión vagabunda unos veinte años más tarde, es evidente que con La maraca se está
realizando un doble juego de memoria. Aquel primer ejercicio de memorizar que fue
Pasión vagabunda, publicada unos cuantos años después de la primera incursión del es-
critor en el Chocó, se desdobla ahora en un segundo momento para modelar aquellos
escritos desde una perspectiva que tiene que ver con los discursos antropológicos con-
temporáneos a la novela y con la propia postura del autor en materia de salud pública
por esos años. Entre 1961 y 1965, Zapata Olivella se desempeñó como jefe de la Sección
de Educación Sanitaria de la Secretaría de Educación Pública de Bogotá. Las investiga-
ciones que realizó como médico social por esa fecha serían la base para un proyecto que
presentaría en 1972 ante Colciencias, cuyo objetivo era estudiar los patrones empíricos
y tradicionales que influirían en la conducta y la salud de la población colombiana.
Es así, entonces, que aquellos tres relatos de Pasión vagabunda, que pueden ser
leídos desde una plataforma autobiográfica,7 en La maraca giran hacia otra dimensión.
Si los primeros fueron la pretensión de testimoniar una realidad vivida en nombre pro-
pio —aunque la escritura, al recaer en el signo, aleja la cosa significada (Jitrik, 2005) —,
concentrado básicamente en tres ejes —la insalubridad en el Chocó, la falta de atención
médica y la realidad de los nativos condicionados por las potencias extractivistas—, en la
novela esa misma vivencia se reactiva y actualiza en función del presente de enunciación.
Incluir, además, en La maraca, acontecimientos vinculados a las creencias mágicas de los
pobladores se enmarca también en los intereses que Zapata da muestras de tener por
esa época según los borradores de sus conferencias y alguna publicación en torno a la
temática como “Medicina y conciencia mágica” (1966) o “Medicina y brujería” (1975).
Es aquí donde la novela articula con los estudios antropológicos de mitad de
siglo y son los que explican la recuperación de Pasión vagabunda en los años 60 y la
inclusión de los saberes médicos populares en La maraca. Ya desde los años 50 la
antropología, una de las pasiones de Zapata, se encaminaba hacia su vertiente social
7 Para una discusión sobre el carácter genérico de Pasión vagabunda, véase “La relatividad de la verdad: testimonio,
narración y memoria en la obra de Manuel Zapata Olivella”, de Sandra Alzate (2011).
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en tanto “instrumento para impulsar racionalmente las campañas de transformación
social” (Duque Gómez, 1970, p. 233), pues se había instalado un paradigma médico
en el que lo social y lo ambiental serían la clave del entendimiento de la realidad,
además de que algunos antropólogos se preguntaban sobre las causas de que la gente
de ciertos sectores confiara más en los curanderos y la medicina popular que en los
médicos (Velásquez, 1958; Gutiérrez de Pineda, 1961). El lugar epistemológico del
cual el escritor direcciona a La maraca embrujada y piensa su sentido es nuevo desde
una perspectiva de la tradición literaria, tanto colombiana como del mismo autor,
pero no en el orden del marco de referencia que lo rodea, porque el campo científico
del momento estaba pensando en términos similares. Parte de la información o de
los cuestionamientos que planteaban los textos publicados por esa época en Colom-
bia estarán presentes en la novela de manera explícita, como en el caso de Rogerio
Velásquez, o implícita, como puede ser Virginia Gutiérrez de Pineda con Medicina
popular en Colombia. Razones de su arraigo (1961).
Antropología, medicina y literatura
La llegada de Zapata Olivella, según relata en Pasión vagabunda, y del personaje Jueves
Santo de La maraca al puesto de salud del Chocó se da en circunstancias diferentes.
Mientras en la novela Jueves Santo arriba a Condoto por iniciativa propia para ocupar
la vacante del fallecido Dr. Fonseca, el joven Manuel relata en “Tras la huella del di-
funto” que luego de varios días de vagabundear sin comer y durmiendo a la intemperie
decide buscar ayuda en la Dirección de Higiene de Buenaventura. Allí se encuentra
con el funeral de quien, sin saberlo el escritor todavía, se convertiría en el personaje de
Fonseca años más tarde en La maraca. La vacante que este fallecimiento había dejado
en Nuquí le es ofrecida a ese Zapata todavía estudiante.
De “Tras la huella del difunto” surge la primera impresión sobre la población de
Nuquí:
[…] un puñado de hombres famélicos, desarrapados y sombríos […]. Noté que los adultos se movían
con pereza; parecían fantasmas clavados en la tierra. Después supe que eran pianosos, reumáticos,
palúdicos y parasitados, que vivían merced a esa obstinación de la raza negra queriendo sobrevivir al
trópico (Zapata Olivella, 2020, p. 62).
Muchos años más tarde, al relatar en La maraca también su primera impresión al llegar
al Chocó, Jueves Santo reflexionaba:
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Quibdó. Un puñado de casuchas con techo de palma y zinc, se achataban contra la orilla. Los niños
manoseándose los ombligos herniados. […] La promiscuidad de los negros le había ensombrecido el
rostro. Los ventorreos y bodegas con los arrumes de quesos, plátanos y bultos de carne salada en las
puertas. En el recuerdo su hedor se mezclaba con el de las úlceras pianosas (Zapata Olivella, s.f., p. 2).
En ambos textos la región se define por la miseria, las enfermedades, la falta de higiene,
el clima insalubre, los defectos morales racializados (“la promiscuidad de los negros”).
A partir de estos choques con el estado de insalubridad en Nuquí y Condoto, el autor
siente la necesidad de hallar puntos de referencia en médicos que pasaron por situa-
ciones similares según su lectura de los hechos y circunstancias.
En Pasión vagabunda, Zapata se concibió llamado a imitar al Dr. David Living-
stone (1813-1873) —un explorador escocés enviado al África en 1865 por la Royal
Geographical Society británica, y donde permaneció hasta su muerte— con la idea
de que él mismo como médico llegaría a ser “un nuevo Livingston [sic] en aquella
aldea. Con paciencia y abnegación me convertiría en el apóstol de aquellos negros
enfermos, abatidos por la inclemencia y el abandono” (Zapata Olivella, 2020, p. 62).
Llama la atención la mención de Livingstone en Pasión vagabunda en tanto, si
bien fue médico, dedicó su vida a la exploración geográfica de África con fines eco-
nómicos que favorecieran a Inglaterra, lo que hace suponer que Zapata privilegió la
profesión y el lugar donde pasó su vida sin profundizar en los reales objetivos del
explorador. Esta posición en cuanto a la figura del médico que va a salvar a las pobla-
ciones más empobrecidas del planeta se repetirá luego, según veremos más adelante.
En La maraca, Livingstone será reemplazado por el Dr. Schweitzer. Los años
que transcurrieron entre Pasión vagabunda y La maraca le permitieron a Zapata
acceder a Entre el agua y la selva virgen (1920), el testimonio de los primeros años
en África de este médico de origen alsaciano que en 1913 se instaló en Lamba-
rén, actual Gabón, donde también permanecería hasta su muerte en 1965. La
traducción al español para Latinoamérica de estas memorias fue publicada por
Hachetté en la década del 50, edición que sin duda llegó a Zapata. Seguramente
el escritor encontró en el testimonio de Schweitzer un vaso comunicante con
su experiencia en el Chocó y una fuente de primer orden para ampliar y enri-
quecer esa red de hombres de ciencia unidos a la idea del científico que lleva la
civilización a zonas consideradas primitivas. La decisión de internarse en la selva
africana tomada por un médico entusiasmado frente al avance de la medicina
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tropical a principios de siglo, formado en la medicina moderna, se emparenta-
ba, de alguna manera, con la primera incursión de Zapata al Chocó recogida en
Pasión vagabunda, en tanto el punto de anclaje para ambos era la inexistencia de
la ciencia médica en esas regiones y su consecuente impacto en la población.
Esa conexión que Zapata establece en sus textos con científicos europeos
que se instalan en África y a los que lee como salvadores de poblaciones “despro-
tegidas” parece ser un indicativo de que, en algún sentido, el autor imagina una
proximidad entre esa zona del Pacífico colombiano y alguna región de África a
partir de la idea que concentra a ambas solo en términos de necesidades, pobreza
y enfermedades. En el caso del Pacífico, el imaginario que se imponía en Colom-
bia a mediados del siglo xx, siguiendo a Eduardo Restrepo (2011), era el de la
pobreza y la marginalidad (p. 246), y con ello la idea de que el régimen de orden
y verdad que alimenta a la modernidad “se refleja en una posición objetivista
y empirista” que dictamina que lo que está fuera de ello debe ser “intervenido
desde el exterior” (Escobar, 1998, p. 27). Bajo esa perspectiva, la gente es vista
plena de necesidades, sin opciones, y consecuentemente se asume la presencia
del científico/intelectual como un faro que guía a los sectores subalternos. Esta
posición de Zapata en cuanto a la concepción del intelectual como portavoz e
instrumento de la transformación social es una constante en el autor que se puede
rastrear en sus novelas y en su participación en los debates del Primer Congreso
de la Cultura Negra de las Américas en 1977 (Valero, 2020, p. 91).
Pero Livingstone y Schweitzer no serán los únicos científicos que renovarán
y profundizarán la mirada de Zapata al escribir La maraca. El autor le dedica la
novela a Rogerio Velásquez, “olvidado antropólogo, infatigable rastreador de
la sabiduría de los abuelos, a quien debe tanto este libro”. Es evidente que su
publicación de “La medicina popular en la costa colombiana del Pacífico” en
1957 fue de capital importancia para construir el ambiente y los personajes de La
maraca: de Velásquez (1958) pudo haber tomado la idea del médico que se une
al shaman para aumentar su clientela (p. 101) así como la descripción de deter-
minados hábitos y costumbres y los términos indígenas para nombrar diferentes
actividades, creencias, etc. Aún más, la novela cuenta con un glosario al final
con términos vinculados a las creencias indígenas, lo que le da un cierto tinte
etnográfico. Zapata Olivella transcribe también, antes de comenzar La maraca,
115Estudios dE LitEratura CoLombiana 52, enero-junio 2023, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.350796La maraca embrujada por jibaná, de Manuel Zapata Olivella: pre-textos y reescritura
un pensamiento atribuido al médico barcelonés José de Letamendi (1828-1897),
que extrae del libro de Rogerio Velásquez: “Después de cuatro siglos de inves-
tigación terapéutica médica, todavía debemos más a los salvajes que a los sabios;
tal es en medicina el poder de la experiencia acumulada aunque la acumule la
ignorancia” (en Zapata Olivella, s.f.).
La referencia a Letamendi es relevante porque había llamado la atención
sobre uno de los aspectos que Zapata cuestionaba con respecto a la carencia
de formación en el servicio social de la carrera de Medicina: el impacto que
el medio ambiente — cosmos, para Letamendi — tiene en la salud de la gente
(Peiro Rando, 1968), crítica presente tanto en Pasión vagabunda como en La
maraca. A fines del siglo xix, Letamendi y el Dr. Claudio Bernard, sobre quien
Zapata escribió su tesis de grado, habían fundamentado la fisiología con base
en la observación y la experiencia, dos aspectos de la ciencia que el personaje
del Dr. Fonseca en la novela descubrirá en sus notas como imprescindibles,
después de muchos años de trabajo con las comunidades de Condoto en lucha
infructuosa por imponer la medicina científica y cuando, ya rendido, buscaba
hallar el origen de los beneficios posibles de la flora local para la salud.
El conocimiento que Zapata tenía de los estudios de los antropólogos de la
época, que encontraban que una de las causas de la preferencia de los curande-
ros sobre los médicos era el abandono del Estado con respecto a la ausencia de
políticas de salud pública y médicos en las zonas más marginadas de Colombia,
pero también “las fallas de comunicación, el olvido del Gobierno para educar al
conglomerado y la pobreza de los habitantes” (Velásquez, 1958, p. 100), se pone
en evidencia en el siguiente diálogo entre Jueves Santo y el alcalde de Condoto:
—¡No olvide que ha llegado como médico y que la superstición es una de nuestras enfermedades
endémicas.
[…].
—¿Los límites de la autoridad confinan aquí con los de la superchería?
Sin dejar su tono comprensivo, [el alcalde] trazó jeroglíficos en el aire con el bastón.
—Se equivoca usted, doctor. Por aquí no andamos a lomo de mula trotona. Viajamos en canoas lentas
que se dejan arrastrar de la corriente, dando tantas vueltas como quiera el río antes de llegar al sitio
deseado.
[…].
—Un médico no es el Rey de la Creación. Abandonados de la medicina hemos soportado nuestra rústica
vida atenidos al curandero tanto como al río. […] Que necesitamos mejoría, lo testimonian nuestros
gritos para que lo enviaran acá. Pero mi querido doctor, sepa de una vez por todas, que con su sola
presencia las cosas no mejorarán. Por mucho tiempo será usted aquí tan innecesario como cuando no
existía (Zapata Olivella, s.f., pp. 46-49).
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La maraca se construye como un texto polifónico, lo que le permite a Zapata exponer
la posición de Jueves Santo como portador de una autoridad que el mismo personaje
asume por el hecho de ser poseedor del conocimiento científico ante una comunidad
de nativos a la que considera sin educación, y confrontarlo con otra voz autorizada que
es la del representante del Estado en Condoto. El alcalde busca inducir al médico en el
entendimiento de la lógica del lugar donde se halla, por lo que se ve en la obligación de
enfrentarlo con su propia ignorancia, que también es una manera que la novela encuentra
para cuestionar la formación universitaria, que no prepara a los futuros médicos para
mediar frente a las distintas realidades de la gente.
La geografía de la imaginación en el territorio chocoano
Es necesario diferenciar que si por un lado Jueves Santo en La maraca mantiene el
ideal de progreso a través de la imagen de lo que no forma parte de ese ideal —el
escenario inhóspito y salvaje y el saber mágico de la gente—, hay una mirada crítica a
determinadas dinámicas como la de la concesión minera a empresas trasnacionales
que afectan directamente a la población nativa y a la naturaleza con su tecnología
y métodos modernos, y que el autor ya había condenado en “Oro y miseria”:
Hoy puede verse en ella lo característico de la región: por un lado las grandes compañías mineras
norteamericanas, dragando los ríos y afluentes en busca de los metales preciosos que abundan en su
cieno y por otro la explotación, la esclavitud, y el hambre de los mineros que no alcanzan a cubrir con
el mezquino salario el pago de su manutención ni las medicinas para curarse de los males endémicos
(Zapata Olivella, 2020, p. 64).
Esta perspectiva no ha cambiado en Zapata, quien veinte años más tarde ficcionalizaba
la situación en términos similares a través de la voz y la focalización del protagonista:
La compañía extranjera persistía con el dragado de los ríos y afluentes. […] Los mineros expulsados
de sus tierras miraban a la draga con odio y envidia. Sin los granos de oro el hambre se hacía más
agobiadora. El lecho revuelto de los ríos y años envenenaba las pocas aguas. […] se propalaba un mal
hasta entonces desconocido. Purrutén. Onomatopeya de sus ventoseos y las diarreas que producía. Se
le sumaban fiebres con dolores de huesos y escalofríos (Zapata Olivella, s.f., p. 95).
Ello evidencia que para Zapata hay un tipo de modernidad necesaria, relacionada con
que la ciencia y la educación permitan la integración de las poblaciones a la nación. En
contraposición, resalta la otra modernidad, la del saqueo material y humano que va en
contravía de su mirada nacionalista.
No obstante, es la visión que el escritor ofrece de la selva chocoana en el primer
encuentro la que testimonia con mayor claridad el cambio que su percepción va a sufrir
117Estudios dE LitEratura CoLombiana 52, enero-junio 2023, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.350796La maraca embrujada por jibaná, de Manuel Zapata Olivella: pre-textos y reescritura
más tarde en la novela. Cuando el autor se detiene en el impacto que le produce la in-
mensidad de la selva en Pasión vagabunda al decidirse a cruzarla para abandonar Nuquí,
llegar a Itsmina y comenzar a desandar su camino pensando en el regreso a casa, su
valoración del espacio geográfico es la del observador asombrado frente a lo descono-
cido, en un código que se acerca a la de una mirada edénica del trópico:
La naturaleza bravía, mostrando sus colmillos de barro, sus ojos de clorofila, sus cabelleras de lluvias
sin fin y su cuerpo moreno, invisible, pero presente a cada paso. Confieso que ante la belleza del es-
pectáculo, bajo la impudicia del agua y del paisaje, me sentí muy lejos del tigre, de la serpiente y del
tapir que tanto mencionaran para amedrentarme (Zapata Olivella, 2020, p. 64).
Esa dimensión romántica que le otorga a la selva, movido quizás por el entusiasmo que
le provoca su vagabundaje, pierde luego su impulso frente a la valoración moderna en La
maraca como visión monopolizadora de la geografía natural que se extiende a lo largo de
la novela a través de la voz de Jueves Santo. Entrar en la selva le produce al médico “temo-
res primitivos”, “inseguridad”, por lo que “Se necesita sanear la selva. Escuelas, caminos,
telégrafos. Instalar puestos de salud en todos los ríos” (Zapata Olivella, s.f., p. 119). La
imaginación de ese espacio en términos de modernidad frente a lo que el espacio real le
está ofreciendo y la manera en que el personaje lo percibe incluye también a los habitantes
que conforman esos dos espacios complementarios inseparables, un Aquí y un Allá de los
que habla Trouillot (2011):
[…] un afuera en la medida en que estos otros aún no han llegado al lugar donde ocurre el entendi-
miento; adentro en la medida en que el lugar que ocupan ahora puede ser percibido desde ese otro lugar
en la línea. Poner el asunto en estos términos es notar la relación entre la modernidad y la ideología
del progreso (p. 92).
En esa doble espacialidad complementaria que hace parte de la lógica del conocimien-
to de Jueves Santo no hay lugar para pensar en la ruptura del sistema ancestral de
valores y el desequilibrio espiritual que provocaría una transformación del territorio
en las comunidades. El imaginario territorial se vincula así con el espacio y el tiempo
concebidos por el Estado moderno que Gilles Sautter (1985) denomina “ideología
geográfica” (“l’idéologie géographique”), esto es, la idea de un territorio cuyo control
político y administrativo se preanuncia con un orden normativizado y se percibe como
un primer paso hacia una organización mayor donde cada individuo tiene su lugar
(Bonnemaison y Cambrezy, 1996 ; Sautter, 1985), ignorando el modo de relación que
la comunidad establece con el espacio terrestre y acuático. De tal forma, la geografía
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a la que se enfrenta Jueves Santo es la determinada por su “carácter tropical”. Los
términos en que define la selva y los ríos que rodean a Condoto son la clara repre-
sentación del espacio que se debe domesticar para que sea productivo para el Estado.
Desde esta perspectiva, tanto el Estado como la minera y aun el mismo médico con su
ideología del progreso cumplen la función de extender la geografía de la imaginación
en la novela en la medida en que son las que buscan imponerse.
Coda
Zapata Olivella puso en dimensión su haber enciclopédico con las preocu-
paciones de las ciencias sociales de los años 60, asumiendo, así, la literatura
como un conocimiento de segundo grado en el sentido en que la puesta en
texto es “una manera específica en que el texto novelado se hace cargo del dis-
curso social” (Angenot, 2015, p. 266). Este espacio representado en la novela,
descrito a través de sus ríos, poblados y selvas, puede remitir a cualquier otro
territorio de la Colombia profunda, en la que sus pobladores no responden
culturalmente a la lógica del Estado central, y que viven en un tiempo diferente.
Sin embargo, el escritor eligió el Chocó quizás porque ya tenía en su haber un
primer acercamiento sobre el que había dejado una semilla por germinar en
aquellos tres relatos de 1949. El espacio de pobreza, marginalidad y abandono,
particularmente en términos de salud pública, con que se concebía a esa región
es el que se resimboliza en la escritura de Zapata. Pero es también un llamado
a incorporar ese territorio y su gente, y sacarlo de la exterioridad que explica
Restrepo (2011). Incorporar al Chocó a la nación requería no solo un cambio
de idea en cuanto al reconocimiento de sus riquezas naturales y culturales, sino
que ellas entraran en un proceso de civilización o modernidad .
El pensamiento ilustrado de la primera mitad del siglo xx de concebir la
ciencia y al científico como una fuente de progreso y libertad mantiene su pri-
vilegio en La maraca, aun en el pensamiento más “relativo” de Fonseca, que no
tratamos en este artículo. Zapata Olivella le agrega a la novela una reescritura
biopolítica pero enmarcada dentro de las problemáticas situadas de las ficciones
latinoamericanas, como bien lo ha descrito David Solodkow (2022, pp. 41-44).
Es claro, entonces, que la preocupación de Manuel Zapata Olivella acerca de
qué hacer con los saberes tradicionales en materia de salud y sobre el papel de
119Estudios dE LitEratura CoLombiana 52, enero-junio 2023, ISNN 0123-4412, https://doi.org/10.17533/udea.elc.350796La maraca embrujada por jibaná, de Manuel Zapata Olivella: pre-textos y reescritura
los curanderos tenía su correlato en el discurso científico de la época. Ello
implicaba apostar por un modelo de civilización que, bajo el fundamento
de la necesidad de modernización, interviniera en los hábitos alimentarios,
educativos, sanitarios (Zapata Olivella, s.f, p. 60), y, en el caso de La maraca,
específicamente, apostar por la modernización del espacio y los saberes ligados
a la cura de las enfermedades.
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