El nuevo milenio y el trabajo bibliotecario
DOI:
https://doi.org/10.17533/udea.rib.330192Resumen
Cuenta Hecateo de Abdera en su «Aegyptiaca», que no era ni más ni menos que una nueva versión de la historia de Egipto, orientada a favorecer la buena convivencía entre griegos y egipcios en tierras de Alejandría, que en el frontispicio de la antigua biblioteca de Tebas figuraba una inscripción cargada de sugerencias: TESORO DE
, LOS REMEDIOS DEL ALMA. Siempre me pregunté qué podría estar pensando y sintiendo el faraón Ossismandias, en el 3000.000 a. C., cuando mandó cincelar semejante inscripción. Ciertamente, nunca lo podremos saber. Sin embargo, no es difícil conjeturar que nos estaba hablando de un tesoro de orden espiritual, un tesoro que tenía la capacidad de remediar los irremediables males del alma. Y este tesoro con capacidad salvífica estaba contenido en tablillas y pergaminos, es decir, en los libros de la biblioteca. Cuando por primera vez tuve conocimiento de ella, creo que fue el momento en que empecé a darme cuenta de hasta qué punto una biblioteca es, fundamentalmente, una concepción del mundo , tal como se pudo ver siglos más tarde en la emblemática biblioteca de Alejandría o como, ya en pleno racionalismo, se pudo ver en la biblioteca alemana de Wolffebüttel, acuya clasificación el filósofo Leibniz pretendió trasponer su sistema de organización del conocimiento, que a su vez reflejaba su forma de concebir el mundo.